EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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6. Si Jesús amenazó a los culpables con el fuego eterno, también los amenazó con echarlos a la Gehenna. ¿Y qué era esa Gehenna? Un sitio cercano a Jerusalén, un pudridero a donde iban las inmundicias de la ciudad. ¿Deberíamos tomar esto así, al pie de la letra? Era una de aquellas figuras enérgicas con cuya ayuda impresionaba a las masas. Lo mismo sucede con el fuego eterno. Si tal no hubiese sido su pensamiento, estaría en contradicción consigo mismo enalteciendo la clemencia y la misericordia de Dios, porque la clemencia y la inexorabilidad son tan contrarias, que se anulan. Sería, pues, interpretar muy mal el sentido de las palabras de Jesús, ver en ellas la sanción del dogma de las penas eternas, cuando toda su enseñanza proclama la mansedumbre del Creador.


En la oración dominical nos enseña a decir: “Señor, perdónanos nuestras ofensas, como perdonamos a los que nos han ofendido.” Si el culpable no pudiera esperar perdón alguno, no haría falta pedirlo. ¿Pero este perdón es sin condición?, ¿es una gracia, un indulto puro y sencillo del merecido castigo? No, la medida de este perdón está subordinada al modo con que habremos perdonado, es decir, que si no perdonamos, no seremos perdonados. Dios, imponiendo como condición absoluta el olvido de las ofensas, no podía exigir que el hombre débil hiciese lo que el Todopoderoso no hiciera. La oración dominical es una protesta diaria contra la venganza de Dios.