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EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO > EL GÉNESIS > CAPÍTULO I - Caracteres de la revelación espírita > 62
62. Una comparación un tanto vulgar nos hará comprender mejor estas particularidades: Un
barco repleto de emigrantes parte rumbo a un lejano país. Lleva hombres de todos los niveles
sociales, parientes y amigos de los que quedan. Después de un tiempo se informa que el navío ha
naufragado sin dejar rastro alguno. No llega ninguna noticia sobre su suerte, se cree que todos los
pasajeros han muerto, el luto cubre a todas las familias. Sin embargo, la tripulación completa, sin
exceptuar a un solo hombre, arribó a un país desconocido, fértil y abundante en frutos, donde todos
viven felices bajo un cielo clemente, mas nadie, fuera de ellos, lo sabe. Un buen día, la tripulación
de otro barco llega a la misma tierra y allí se encuentra con todos los supuestos náufragos, sanos y
salvos. La feliz noticia se expande con la rapidez del relámpago y cada uno se dice: “No hemos
perdido a nuestros amigos”, por lo que dan gracias a Dios. No pueden verse, pero se escriben,
cambian testimonios de afecto, la alegría reemplaza a la tristeza.
Tal es la imagen de la vida terrestre y de la de ultratumba, antes y después de la revelación
moderna. Ésta, similar al segundo barco, nos trae la buena nueva de la supervivencia de aquellos
que amamos y la seguridad de reencontrarnos algún día. La duda sobre su suerte y la nuestra ya no
existe, el desaliento se diluye para dar lugar a la esperanza.
Pero otros hechos vienen para acrecentar la revelación. Dios, juzgando a la Humanidad
madura para penetrar los misterios de su destino y contemplar sin miedo las nuevas maravillas,
permitió que el velo que separaba al mundo visible del invisible se descorriese. El hecho de las
manifestaciones no tiene nada de extraordinario: es la Humanidad espiritual que viene a conversar
con la Humanidad corporal, y le dice:
“Existimos, por consiguiente, la nada no existe. Esto es lo que somos y lo que ustedes serán
también. El futuro nos pertenece tanto a nosotros como a ustedes. Antes marchaban entre tinieblas,
por eso vinimos para alumbrar los senderos y abrir el camino. Antes la vida terrestre era todo para
ustedes, porque no veían más allá. Por ello es que hemos venido para enseñarles la vida espiritual y
decirles: La vida terrenal no es nada. Ustedes no percibían lo que hay más allá de la tumba, nosotros
les hacemos ver, más lejos, un horizonte espléndido. No sabían por qué sufrían en esta vida, ahora
ven en el sufrimiento la justicia de Dios. Antes el bien no ocasionaba, según las creencias,
beneficios futuros. De ahora en adelante será eso una meta y una necesidad. La fraternidad era antes
sólo una hermosa teoría. Ahora ella se fundamenta sobre una ley de la Naturaleza. Gobernados por
la creencia de que todo terminaba con la vida, el infinito es un vacío, el egoísmo reina como señor
absoluto y la divisa que precede es: “Cada cual para sí.”
“Con la seguridad de la vida futura los espacios se pueblan hasta el infinito, el vacío y la
soledad desaparecen, la solidaridad une a todos los seres de más acá y de más allá de la tumba, nace
el reino de la caridad y la divisa de él es: “Uno para todos y todos para uno.” Y como broche
magnífico, si al morir daban a quienes querían un adiós eterno, hoy podrán despedirse con un:
¡Hasta luego!”
Tales son, en resumen, los resultados de la nueva revelación. Ha llegado para llenar el vacío
creado por la incredulidad, levantar los ánimos abatidos por la duda o la perspectiva de la nada y
para darle a todas las cosas su razón de ser. ¿Constituye esto un resultado sin importancia, sólo
porque los espíritus no vienen a resolvernos los problemas de la ciencia, dar conocimientos al
ignorante y medios de enriquecerse sin esfuerzos al perezoso? No lo consideramos así, puesto que
los frutos que el hombre recoge no le servirán solamente para la vida futura, sino también para ésta,
por la transformación que las nuevas creencias operarán sobre su carácter, gustos, tendencias y, en
consecuencia, sobre las costumbres y relaciones sociales. El reinado del orgullo, el egoísmo y la
incredulidad llega a su término, se prepara el advenimientos de otro reino: del del bien, el reino de
Dios anunciado por Cristo.