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Revista Espírita – Periódico de Estudios Psicológicos - 1863
Revista Espírita – Periódico de Estudios Psicológicos - 1863
Enero
Estudio
sobre los poseídos de Morzine
Las causas de la obsesión y los medios para combatirla
Segundo artículo
En nuestro artículo anterior [1], explicábamos la forma en que se ejerce, sobre el hombre, la acción de los Espíritus, acción por así decir material. Su causa está enteramente en el periespíritu, principio no sólo de todos los fenómenos espíritas propiamente dichos, sino de una multitud de efectos morales, fisiológicos y patológicos incomprendidos antes del conocimiento de este agente, cuyo descubrimiento, si se puede expresar así, abrirán nuevos horizontes a la ciencia, cuando ésta quiera reconocer la existencia del mundo invisible.
El periespíritu, como hemos visto, juega un papel importante en todos los fenómenos de la vida; es fuente de multitud de afecciones cuya causa el bisturí busca en vano en la alteración de los órganos, y contra las cuales la terapia es impotente. Por su expansión, se explican además las reacciones de individuo a individuo, las atracciones y repulsiones instintivas, la acción magnética, etc. En el Espíritu libre, es decir desencarnado, reemplaza al cuerpo material; es el agente sensible, el órgano por medio del cual actúa. Por la naturaleza fluídica y expansiva del periespíritu, el Espíritu alcanza al individuo sobre el que quiere actuar, lo rodea, lo envuelve, lo penetra y lo magnetiza. El hombre que vive en medio del mundo invisible está incesantemente sujeto a estas influencias, así como a las de la atmósfera que respira, y esta influencia se expresa en efectos morales y fisiológicos de los que no es consciente, y que a menudo atribuye a causas opuestas. Esta influencia naturalmente difiere según las buenas o malas cualidades del Espíritu, como explicamos en nuestro artículo anterior. Si éste es bueno y benévolo, la influencia, o si prefiere, la impresión, es agradable, saludable: es como las caricias de una tierna madre que abraza a su hijo en sus brazos; si, el hijo es malo y malévolo, ella es dura, dolorosa, ansiosa ya veces dañina: no besa, oprime. Vivimos en este océano fluídico, incesantemente expuestos a corrientes contrarias, que atraemos, que repelemos, o a las que nos abandonamos según nuestras cualidades personales, pero en medio de las cuales, el hombre conserva siempre su libre albedrío, atributo esencial de su naturaleza, en virtud de la cual siempre puede elegir su camino.
Esto, como vemos, es bastante independiente de la facultad medianímica, tal como se la concibe comúnmente. La acción del mundo invisible, estando en el orden de las cosas naturales, se ejerce sobre el hombre, al margen de todo conocimiento espírita; estamos sujetos a ella, como lo estamos a la influencia de la electricidad atmosférica sin saber física, como estamos enfermos sin saber medicina. Ahora bien, así como la física nos enseña la causa de ciertos fenómenos, y la medicina la causa de ciertas enfermedades, el estudio de la ciencia espírita nos enseña la causa de los fenómenos debidos a las influencias ocultas del mundo invisible, y nos explica lo que de otro modo nos parecía inexplicable. La mediumnidad es el medio directo de observación; el médium —permítasenos esta comparación— es el instrumento de laboratorio por el cual la acción del mundo invisible se manifiesta de manera patente; y por la facilidad que nos da de repetir experimentos, nos capacita para estudiar el modo y los varios matices de esta acción; es de este estudio y de estas observaciones que nació la ciencia espírita.
Cualquier individuo que sufre de cualquier manera la influencia de los Espíritus es, por eso mismo, un médium, y es sobre esta base, que se puede decir, que toda la persona es un médium; pero es por medio de una mediumnidad efectiva, consciente y facultativa que hemos llegado a observar la existencia del mundo invisible, y por medio de la diversidad de las manifestaciones obtenidas o provocadas, que hemos podido arrojar luz sobre la calidad de los seres que lo componen, y sobre el papel que juegan en la naturaleza; el médium ha hecho por el mundo invisible, lo que el microscopio ha hecho por el mundo de lo infinitamente pequeño.
Es pues una nueva fuerza, un nuevo poder, una nueva ley, en una palabra, lo que se nos revela. Es verdaderamente inconcebible que la incredulidad, incluso rechace la idea de ello, porque esta idea supone en nosotros un alma, un principio inteligente que sobrevive al cuerpo. Si se tratara del descubrimiento de una sustancia material y no inteligente, lo aceptarían sin dificultad; pero la acción inteligente, fuera del hombre, es superstición para ellos. Si, de la observación de los hechos producidos por la mediumnidad, nos remontamos a los hechos generales, podemos, por la semejanza de los efectos, concluir en la semejanza de las causas; sin embargo, es al notar la analogía de los fenómenos de Morzine con los que la mediumnidad pone ante nuestros ojos todos los días, que la participación de los Espíritus malignos nos parece evidente en esta circunstancia, y no parecerá menos, para aquellos que han meditado sobre los numerosos casos aislados, de los que se informa en la Revista Espírita. Toda la diferencia está en el carácter epidémico de la afección; pero la historia relata más de un hecho similar, entre los que figuran los de las monjas de Loudun, de los convulsionarios de Saint-Médard, de los camiseros de las Cévennes y de los poseídos del tiempo de Cristo; estos últimos tienen especialmente una notable analogía con los de Morzine; y una cosa digna de notarse, es que dondequiera que estos fenómenos han ocurrido, la idea de que se debían a los Espíritus, ha sido el pensamiento dominante y como que intuitivo, en aquellos que fueron afectados por ellos.
Si estamos dispuestos a referirnos a nuestro primer artículo, a la teoría de la obsesión contenida en el Libro de los Médiums, y a los hechos relatados en la Revista, veremos que la acción de los malos Espíritus sobre los individuos de quienes se apoderan, presenta matices muy variados de intensidad y duración según el grado de malignidad y perversidad del Espíritu, y también según el estado moral de quien les da más o menos fácil acceso. Esta acción suele ser solo temporal y accidental, más maliciosa y desagradable, que peligrosa, como en el hecho que relatamos en nuestro artículo anterior. El siguiente hecho pertenece a esta categoría.
El Sr. Indermühle, de Berna, miembro de la Sociedad Espírita de París, nos contó que en su propiedad de Zimmerwald, su labrador, hombre de fuerza hercúlea, se sintió atrapado una noche por un individuo que lo sacudía con fuerza. Fue una pesadilla, dirás; no, porque este hombre estaba tan despierto que se levantó y luchó por algún tiempo contra el que lo abrazaba; cuando se sintió libre, tomó su sable, que colgaba junto a su cama, y comenzó a sablear en las sombras, pero sin dar en nada. Encendió su vela, miró por todas partes y no encontró a nadie; la puerta estaba perfectamente cerrada. Apenas se había vuelto a acostar cuando el jardinero, que estaba en la habitación de al lado, empezó a pedir ayuda, forcejeando y gritando que lo estaban estrangulando. El granjero corre hacia su vecino, pero, como en casa, no encuentra a nadie. Un sirviente que dormía en el mismo edificio había oído todo este ruido. Toda esta gente asustada vino al día siguiente a informarle al Sr. Indermühle lo que había sucedido. Este último, después de haber investigado todos los detalles y haberse asegurado de que ningún extraño había podido entrar en las habitaciones, estaba más inclinado a creer en un mal truco de algún Espíritu, una vez que, durante algún tiempo manifestaciones físicas inequívocas de varios tipos habían estado ocurriendo en su propia casa. Tranquilizó a su gente y les dijo que observaran con atención lo que sucedería si algo así volviera a ocurrir. Como es médium, al igual que su esposa, invocó al Espíritu perturbador, quien asintió al hecho, y se excusó diciendo: “Quería hablarte, porque estoy desdichado y necesito de sus oraciones; desde hace mucho tiempo hago todo lo que puedo para llamar su atención; te llamo; incluso te jalé de la oreja (M. Indermühle recordó la cosa): nada ayudó. Así que pensé, mientras hacía la escena anoche, que podrías considerar llamarme; lo hiciste, estoy feliz; pero te aseguro que no tenía malas intenciones. Promete llamarme de vez en cuando y rezar por mí. El Sr. Indermühle lo reprendió duramente, repitió la conversación, lo sermoneó, lo que él escuchó con gusto, oró por él, dijo a su gente que hiciera lo mismo, lo cual hicieron como piadosos que son, y desde entonces todo ha permanecido en orden.
Desgraciadamente, no todos son de tan buena composición; este no estuvo mal; pero los hay cuya acción es tenaz, permanente, y hasta puede tener consecuencias nefastas para la salud del individuo, diremos más: para sus facultades intelectuales, si el Espíritu logra subyugar a su víctima hasta el punto de neutralizar su libre albedrío, y obligarle a decir y hacer extravagancias. Tal es el caso de la locura obsesiva, muy diferente en sus causas, si no en sus efectos, de la locura patológica.
Hemos visto, en nuestro viaje, al joven obsesionado mencionado en la Revista de enero de 1861 bajo el título de Poltergeist del Alba, y hemos obtenido de boca del padre y de testigos, la confirmación de todos los hechos. Este joven tiene ahora dieciséis años; es saludable, alto, perfectamente formado y, sin embargo, se queja de dolores de estómago y debilidad en los miembros, lo que, dice, le impide trabajar. Al verlo, se puede creer fácilmente que la pereza es su principal enfermedad, lo que no desmerece la realidad de los fenómenos ocurridos desde hace cinco años, y que recuerdan, en muchos aspectos, a los de Bergzabern (Reseña: mayo, junio y julio de 1858). No es así con su salud moral; de niño era muy inteligente y aprendía en la escuela con facilidad; desde entonces sus facultades se han debilitado notablemente. Es bueno agregar que sólo recientemente él y sus padres han sabido del Espiritismo, y todavía de oídas y muy superficialmente, pues nunca han leído nada; antes, nunca habían oído hablar de él; por lo tanto, no se puede ver en ello una causa provocadora. Los fenómenos materiales casi han cesado, o por lo menos son más raros hoy, pero el estado moral es el mismo, lo que es tanto más molesto para los padres cuanto que viven sólo de su trabajo. Conocemos la influencia de la oración en tales casos; pero como nada se puede esperar del niño a este respecto, se necesitaría la ayuda de los padres; están bastante convencidos de que su hijo está bajo una mala influencia oculta, pero su creencia difícilmente va más allá de eso, y su fe religiosa es muy débil. Le dijimos al padre que debemos orar, pero orar seriamente y con fervor. "Me han dicho eso antes", respondió; oré a veces, pero no hizo nada. Si supiera que, si orara una vez durante veinticuatro horas esto se acabaría, lo volvería a hacer. Vemos así cómo podemos ser secundados, en esta circunstancia, por aquellos que están más interesados en ella.
Aquí está la contrapartida de este hecho, y una prueba de la eficacia de la oración, cuando se hace con el corazón y no con los labios.
Una mujer joven, frustrada en sus inclinaciones, se había casado con un hombre con quien no podía simpatizar. El dolor que sintió por esto, la llevó a un trastorno en sus facultades mentales; bajo la influencia de una idea fija, perdió la razón y se vieron obligados a encerrarla. Esta señora nunca había oído hablar del Espiritismo; si se hubiera molestado en ello, no se habría dejado de decir que los Espíritus le habían vuelto la cabeza. Por lo tanto, el mal procedía de una causa moral accidental muy personal y, en tal caso, es concebible que los remedios ordinarios no pudieran ser de ayuda; como no había obsesión aparente, también se podía dudar de la eficacia de la oración.
Un miembro de la Sociedad Espírita de París, amigo de la familia, pensó que debía preguntar por ella a un Espíritu superior, quien respondió: "La idea fija de esta dama, por su misma causa, atrae a su alrededor una multitud de Espíritus malignos, que la envuelven en su fluido, la mantienen en sus ideas e impiden que lleguen a ella las buenas influencias. Espíritus de esta naturaleza, siempre abundan en ambientes similares a aquél en que ella se encuentra, y son a menudo un obstáculo para la curación de los enfermos. Sin embargo, puedes curarlo, pero para eso necesitas un poder moral capaz de vencer la resistencia, y este poder no se le da a una sola persona. Que cinco o seis Espíritas sinceros se reúnan todos los días, por algunos momentos, y oren fervientemente a Dios y a los buenos Espíritus para que la asistan; que vuestra oración ardiente sea al mismo tiempo magnetización mental; no necesitas, para eso, estar cerca de ella, al contrario; por el pensamiento, podéis llevar sobre ella una saludable corriente fluídica, cuyo poder será debido a vuestra intención y aumentado por el número; de esta manera, podrás neutralizar el mal fluido que la rodea. Hacer esto; tened fe y confianza en Dios, y esperanza”.
Seis personas se dedicaron a esta obra de caridad, y no fallaron un solo día, durante un mes, en la misión que habían aceptado. Después de unos días, el paciente estaba sensiblemente más tranquilo; quince días después, la mejoría era evidente, y hoy esta mujer ha regresado a casa en un estado perfectamente normal, aún ignorante, como su esposo, de dónde provino su cura.
El modo de acción está aquí claramente indicado, y no podemos añadir nada más preciso, a la explicación dada por el Espíritu. La oración, por lo tanto, no sólo tiene el efecto de pedir al paciente una ayuda externa, sino el de ejercer una acción magnética. ¡Qué, pues, no podría el magnetismo secundado por la oración! Desafortunadamente, algunos magnetizadores, como muchos médicos, desprecian demasiado el elemento espiritual; solo ven la acción mecánica y, por lo tanto, se privan de un poderoso auxiliar. Esperamos que los verdaderos Espíritas vean en este hecho una prueba más del bien que pueden hacer en tal circunstancia.
Surge aquí naturalmente una pregunta de gran importancia: ¿Puede el ejercicio de la mediumnidad causar trastornos de la salud y de las facultades mentales?
Nótese que esta pregunta así formulada, es la que plantean la mayoría de los antagonistas del Espiritismo, o, mejor dicho, en vez de pregunta, formulan el principio, como un axioma, al afirmar que la mediumnidad lleva a la locura; estamos hablando de la locura real y no de aquella, más burlesca que seria, con la que se gratifican los seguidores. Se concebiría esta pregunta, por parte de alguien que creyera en la existencia de los Espíritus y en la acción que pueden ejercer, porque para ellos es algo real; pero para los que no creen en ella, la pregunta es un disparate, porque si no hay nada, esa nada no puede producir nada. No siendo esta tesis defendible, se atrincheran en los peligros de la sobreexcitación cerebral que, según ellos, puede provocar la mera creencia en Espíritus. No volveremos sobre este punto ya tratado, pero nos preguntaremos si hemos contado todos los cerebros revueltos por el miedo al demonio, y las espantosas tablas de los suplicios del infierno y la condenación eterna, y si nos es más insano creer que uno tiene cerca Espíritus buenos y benévolos, los padres, los amigos y el ángel de la guarda, que el diablo.
La pregunta formulada de la siguiente manera es más racional y grave, ya que se admite la existencia y la acción de los Espíritus: ¿Puede el ejercicio de la mediumnidad provocar en un individuo la invasión de los Espíritus malignos y sus consecuencias?
Nunca hemos ocultado los escollos que se encuentran en la mediumnidad, por lo que hemos multiplicado las instrucciones sobre este tema en el Libro de los Médiums, y nunca hemos dejado de recomendar el estudio previo antes de dedicarse a la práctica; además, desde la publicación de este libro, el número de los obsesos ha disminuido sensible y notoriamente, porque ahorra una experiencia que los novicios suelen adquirir sólo a su costa. Lo repetimos, sí, sin experiencia, la mediumnidad tiene inconvenientes, el menor de los cuales sería dejarse mistificar por Espíritus engañosos o frívolos; hacer Espiritismo experimental sin estudio es querer hacer manipulaciones químicas sin saber química.
Los numerosos ejemplos de personas obsesionadas y subyugadas de la manera más lamentable, sin haber oído hablar nunca del Espiritismo, prueban sobradamente que el ejercicio de la mediumnidad no tiene el privilegio de atraer los malos Espíritus; además, la experiencia prueba que es un medio para alejarlos, al permitir reconocerlos. Sin embargo, como a menudo hay algunos que deambulan a nuestro alrededor, puede suceder que, encontrando una oportunidad para manifestarse, la aprovechen, si encuentran en el médium una predisposición física o moral que lo haga accesible a su influencia; ahora bien, esta predisposición se debe al individuo y a causas personales previas, y no es la mediumnidad la que la engendra; podemos decir que el ejercicio de la facultad es una ocasión y no una causa; pero si algunos individuos están en este caso, vemos otros que ofrecen a los Espíritus malignos una resistencia invencible, ya quienes éstos no se dirigen. Estamos hablando de los Espíritus realmente malos y dañinos, los únicos realmente peligrosos, y no de los Espíritus ligeros y burlones que se cuela por todas partes.
La presunción de creerse invulnerable contra los malos Espíritus ha sido más de una vez cruelmente castigada, pues nunca se los desafía impunemente por soberbia; el orgullo es la puerta que más fácil acceso les da, porque nadie ofrece menos resistencia que el orgulloso cuando lo tomamos por su lado débil. Antes de dirigirse a los Espíritus, conviene, pues, armarse contra el ataque de los malos, como cuando se camina por un terreno donde se teme la mordedura de las serpientes. Esto se logra, primero por el estudio preliminar que indica la ruta y las precauciones a tomar, luego por la oración; pero hay que penetrar en la verdad de que el único conservante está en sí mismo, en su propia fuerza, y nunca en las cosas exteriores, y que no hay talismanes, ni amuletos, ni palabras sacramentales, ni fórmulas sagradas o profanas que puedan tener la menor eficacia, si uno no posee las cualidades necesarias en uno mismo; por lo tanto, son estas cualidades las que debemos esforzarnos por adquirir.
Si uno estuviera bien penetrado por el fin esencial y serio del Espiritismo, si uno se preparara siempre para el ejercicio de la mediumnidad con una ferviente llamada al ángel de la guarda y a sus Espíritus protectores, si uno se estudiara a sí mismo esforzándose por purificarse de su imperfecciones, los casos de obsesiones medianímicas serían aún más raros; desafortunadamente, muchos lo ven solo como resultado de las manifestaciones; no satisfechos con las pruebas morales que abundan a su alrededor, quieren a toda costa darse la satisfacción de comunicarse con los Espíritus, impulsando el desarrollo de una facultad que a menudo no existe en ellos, guiados en esto, a menudo, más por la curiosidad que de un sincero deseo de mejorar. En consecuencia, en lugar de envolverse en una saludable atmósfera fluídica, de cubrirse con las alas protectoras de sus ángeles de la guarda, de buscar domar sus debilidades morales, abren la puerta a los Espíritus obsesivos que quieren tenerlos, que podrían haberlos atormentado de otra manera y en otro tiempo, pero que aprovechan la oportunidad que se les brinda. ¿Qué se puede decir entonces de los que se burlan de las manifestaciones y sólo ven en ellas un motivo de distracción o curiosidad, o que sólo buscan en ellas el medio de satisfacer su ambición, su codicia o sus intereses materiales? Es en este sentido que podemos decir que el ejercicio de la mediumnidad puede provocar la invasión de los malos Espíritus. Sí, es peligroso jugar con estas cosas. ¡Cuántas personas leen el Libro de los Médiums sólo para saber cómo hacerlo, porque la receta o el proceso es lo que más les interesa! En cuanto, el lado moral de la cuestión es accesorio. Por lo tanto, no es necesario imputar al Espiritismo cuál es el hecho de su imprudencia.
Volvamos a los poseídos de Morzine. Lo que un Espíritu puede hacer a un individuo, varios Espíritus pueden hacerlo a varios individuos simultáneamente, y dan a la obsesión un carácter epidémico. Una nube de Espíritus malignos puede invadir una localidad y manifestarse allí de diversas formas. Es una epidemia de este tipo la que azotó a Judea en la época de Cristo, y, en nuestra opinión, es una epidemia similar la que azotó a Morzine.
Es lo que trataremos de establecer en un próximo artículo, donde sacaremos a relucir las características esencialmente obsesivas de este acontecido. Analizaremos las memorias de los médicos que la observaron, entre otras la del doctor Constant, así como los médiums curativos empleados, ya sea por la medicina o por la vía de los exorcismos.
[1] Ver. diciembre de 1862.
Las causas de la obsesión y los medios para combatirla
Segundo artículo
En nuestro artículo anterior [1], explicábamos la forma en que se ejerce, sobre el hombre, la acción de los Espíritus, acción por así decir material. Su causa está enteramente en el periespíritu, principio no sólo de todos los fenómenos espíritas propiamente dichos, sino de una multitud de efectos morales, fisiológicos y patológicos incomprendidos antes del conocimiento de este agente, cuyo descubrimiento, si se puede expresar así, abrirán nuevos horizontes a la ciencia, cuando ésta quiera reconocer la existencia del mundo invisible.
El periespíritu, como hemos visto, juega un papel importante en todos los fenómenos de la vida; es fuente de multitud de afecciones cuya causa el bisturí busca en vano en la alteración de los órganos, y contra las cuales la terapia es impotente. Por su expansión, se explican además las reacciones de individuo a individuo, las atracciones y repulsiones instintivas, la acción magnética, etc. En el Espíritu libre, es decir desencarnado, reemplaza al cuerpo material; es el agente sensible, el órgano por medio del cual actúa. Por la naturaleza fluídica y expansiva del periespíritu, el Espíritu alcanza al individuo sobre el que quiere actuar, lo rodea, lo envuelve, lo penetra y lo magnetiza. El hombre que vive en medio del mundo invisible está incesantemente sujeto a estas influencias, así como a las de la atmósfera que respira, y esta influencia se expresa en efectos morales y fisiológicos de los que no es consciente, y que a menudo atribuye a causas opuestas. Esta influencia naturalmente difiere según las buenas o malas cualidades del Espíritu, como explicamos en nuestro artículo anterior. Si éste es bueno y benévolo, la influencia, o si prefiere, la impresión, es agradable, saludable: es como las caricias de una tierna madre que abraza a su hijo en sus brazos; si, el hijo es malo y malévolo, ella es dura, dolorosa, ansiosa ya veces dañina: no besa, oprime. Vivimos en este océano fluídico, incesantemente expuestos a corrientes contrarias, que atraemos, que repelemos, o a las que nos abandonamos según nuestras cualidades personales, pero en medio de las cuales, el hombre conserva siempre su libre albedrío, atributo esencial de su naturaleza, en virtud de la cual siempre puede elegir su camino.
Esto, como vemos, es bastante independiente de la facultad medianímica, tal como se la concibe comúnmente. La acción del mundo invisible, estando en el orden de las cosas naturales, se ejerce sobre el hombre, al margen de todo conocimiento espírita; estamos sujetos a ella, como lo estamos a la influencia de la electricidad atmosférica sin saber física, como estamos enfermos sin saber medicina. Ahora bien, así como la física nos enseña la causa de ciertos fenómenos, y la medicina la causa de ciertas enfermedades, el estudio de la ciencia espírita nos enseña la causa de los fenómenos debidos a las influencias ocultas del mundo invisible, y nos explica lo que de otro modo nos parecía inexplicable. La mediumnidad es el medio directo de observación; el médium —permítasenos esta comparación— es el instrumento de laboratorio por el cual la acción del mundo invisible se manifiesta de manera patente; y por la facilidad que nos da de repetir experimentos, nos capacita para estudiar el modo y los varios matices de esta acción; es de este estudio y de estas observaciones que nació la ciencia espírita.
Cualquier individuo que sufre de cualquier manera la influencia de los Espíritus es, por eso mismo, un médium, y es sobre esta base, que se puede decir, que toda la persona es un médium; pero es por medio de una mediumnidad efectiva, consciente y facultativa que hemos llegado a observar la existencia del mundo invisible, y por medio de la diversidad de las manifestaciones obtenidas o provocadas, que hemos podido arrojar luz sobre la calidad de los seres que lo componen, y sobre el papel que juegan en la naturaleza; el médium ha hecho por el mundo invisible, lo que el microscopio ha hecho por el mundo de lo infinitamente pequeño.
Es pues una nueva fuerza, un nuevo poder, una nueva ley, en una palabra, lo que se nos revela. Es verdaderamente inconcebible que la incredulidad, incluso rechace la idea de ello, porque esta idea supone en nosotros un alma, un principio inteligente que sobrevive al cuerpo. Si se tratara del descubrimiento de una sustancia material y no inteligente, lo aceptarían sin dificultad; pero la acción inteligente, fuera del hombre, es superstición para ellos. Si, de la observación de los hechos producidos por la mediumnidad, nos remontamos a los hechos generales, podemos, por la semejanza de los efectos, concluir en la semejanza de las causas; sin embargo, es al notar la analogía de los fenómenos de Morzine con los que la mediumnidad pone ante nuestros ojos todos los días, que la participación de los Espíritus malignos nos parece evidente en esta circunstancia, y no parecerá menos, para aquellos que han meditado sobre los numerosos casos aislados, de los que se informa en la Revista Espírita. Toda la diferencia está en el carácter epidémico de la afección; pero la historia relata más de un hecho similar, entre los que figuran los de las monjas de Loudun, de los convulsionarios de Saint-Médard, de los camiseros de las Cévennes y de los poseídos del tiempo de Cristo; estos últimos tienen especialmente una notable analogía con los de Morzine; y una cosa digna de notarse, es que dondequiera que estos fenómenos han ocurrido, la idea de que se debían a los Espíritus, ha sido el pensamiento dominante y como que intuitivo, en aquellos que fueron afectados por ellos.
Si estamos dispuestos a referirnos a nuestro primer artículo, a la teoría de la obsesión contenida en el Libro de los Médiums, y a los hechos relatados en la Revista, veremos que la acción de los malos Espíritus sobre los individuos de quienes se apoderan, presenta matices muy variados de intensidad y duración según el grado de malignidad y perversidad del Espíritu, y también según el estado moral de quien les da más o menos fácil acceso. Esta acción suele ser solo temporal y accidental, más maliciosa y desagradable, que peligrosa, como en el hecho que relatamos en nuestro artículo anterior. El siguiente hecho pertenece a esta categoría.
El Sr. Indermühle, de Berna, miembro de la Sociedad Espírita de París, nos contó que en su propiedad de Zimmerwald, su labrador, hombre de fuerza hercúlea, se sintió atrapado una noche por un individuo que lo sacudía con fuerza. Fue una pesadilla, dirás; no, porque este hombre estaba tan despierto que se levantó y luchó por algún tiempo contra el que lo abrazaba; cuando se sintió libre, tomó su sable, que colgaba junto a su cama, y comenzó a sablear en las sombras, pero sin dar en nada. Encendió su vela, miró por todas partes y no encontró a nadie; la puerta estaba perfectamente cerrada. Apenas se había vuelto a acostar cuando el jardinero, que estaba en la habitación de al lado, empezó a pedir ayuda, forcejeando y gritando que lo estaban estrangulando. El granjero corre hacia su vecino, pero, como en casa, no encuentra a nadie. Un sirviente que dormía en el mismo edificio había oído todo este ruido. Toda esta gente asustada vino al día siguiente a informarle al Sr. Indermühle lo que había sucedido. Este último, después de haber investigado todos los detalles y haberse asegurado de que ningún extraño había podido entrar en las habitaciones, estaba más inclinado a creer en un mal truco de algún Espíritu, una vez que, durante algún tiempo manifestaciones físicas inequívocas de varios tipos habían estado ocurriendo en su propia casa. Tranquilizó a su gente y les dijo que observaran con atención lo que sucedería si algo así volviera a ocurrir. Como es médium, al igual que su esposa, invocó al Espíritu perturbador, quien asintió al hecho, y se excusó diciendo: “Quería hablarte, porque estoy desdichado y necesito de sus oraciones; desde hace mucho tiempo hago todo lo que puedo para llamar su atención; te llamo; incluso te jalé de la oreja (M. Indermühle recordó la cosa): nada ayudó. Así que pensé, mientras hacía la escena anoche, que podrías considerar llamarme; lo hiciste, estoy feliz; pero te aseguro que no tenía malas intenciones. Promete llamarme de vez en cuando y rezar por mí. El Sr. Indermühle lo reprendió duramente, repitió la conversación, lo sermoneó, lo que él escuchó con gusto, oró por él, dijo a su gente que hiciera lo mismo, lo cual hicieron como piadosos que son, y desde entonces todo ha permanecido en orden.
Desgraciadamente, no todos son de tan buena composición; este no estuvo mal; pero los hay cuya acción es tenaz, permanente, y hasta puede tener consecuencias nefastas para la salud del individuo, diremos más: para sus facultades intelectuales, si el Espíritu logra subyugar a su víctima hasta el punto de neutralizar su libre albedrío, y obligarle a decir y hacer extravagancias. Tal es el caso de la locura obsesiva, muy diferente en sus causas, si no en sus efectos, de la locura patológica.
Hemos visto, en nuestro viaje, al joven obsesionado mencionado en la Revista de enero de 1861 bajo el título de Poltergeist del Alba, y hemos obtenido de boca del padre y de testigos, la confirmación de todos los hechos. Este joven tiene ahora dieciséis años; es saludable, alto, perfectamente formado y, sin embargo, se queja de dolores de estómago y debilidad en los miembros, lo que, dice, le impide trabajar. Al verlo, se puede creer fácilmente que la pereza es su principal enfermedad, lo que no desmerece la realidad de los fenómenos ocurridos desde hace cinco años, y que recuerdan, en muchos aspectos, a los de Bergzabern (Reseña: mayo, junio y julio de 1858). No es así con su salud moral; de niño era muy inteligente y aprendía en la escuela con facilidad; desde entonces sus facultades se han debilitado notablemente. Es bueno agregar que sólo recientemente él y sus padres han sabido del Espiritismo, y todavía de oídas y muy superficialmente, pues nunca han leído nada; antes, nunca habían oído hablar de él; por lo tanto, no se puede ver en ello una causa provocadora. Los fenómenos materiales casi han cesado, o por lo menos son más raros hoy, pero el estado moral es el mismo, lo que es tanto más molesto para los padres cuanto que viven sólo de su trabajo. Conocemos la influencia de la oración en tales casos; pero como nada se puede esperar del niño a este respecto, se necesitaría la ayuda de los padres; están bastante convencidos de que su hijo está bajo una mala influencia oculta, pero su creencia difícilmente va más allá de eso, y su fe religiosa es muy débil. Le dijimos al padre que debemos orar, pero orar seriamente y con fervor. "Me han dicho eso antes", respondió; oré a veces, pero no hizo nada. Si supiera que, si orara una vez durante veinticuatro horas esto se acabaría, lo volvería a hacer. Vemos así cómo podemos ser secundados, en esta circunstancia, por aquellos que están más interesados en ella.
Aquí está la contrapartida de este hecho, y una prueba de la eficacia de la oración, cuando se hace con el corazón y no con los labios.
Una mujer joven, frustrada en sus inclinaciones, se había casado con un hombre con quien no podía simpatizar. El dolor que sintió por esto, la llevó a un trastorno en sus facultades mentales; bajo la influencia de una idea fija, perdió la razón y se vieron obligados a encerrarla. Esta señora nunca había oído hablar del Espiritismo; si se hubiera molestado en ello, no se habría dejado de decir que los Espíritus le habían vuelto la cabeza. Por lo tanto, el mal procedía de una causa moral accidental muy personal y, en tal caso, es concebible que los remedios ordinarios no pudieran ser de ayuda; como no había obsesión aparente, también se podía dudar de la eficacia de la oración.
Un miembro de la Sociedad Espírita de París, amigo de la familia, pensó que debía preguntar por ella a un Espíritu superior, quien respondió: "La idea fija de esta dama, por su misma causa, atrae a su alrededor una multitud de Espíritus malignos, que la envuelven en su fluido, la mantienen en sus ideas e impiden que lleguen a ella las buenas influencias. Espíritus de esta naturaleza, siempre abundan en ambientes similares a aquél en que ella se encuentra, y son a menudo un obstáculo para la curación de los enfermos. Sin embargo, puedes curarlo, pero para eso necesitas un poder moral capaz de vencer la resistencia, y este poder no se le da a una sola persona. Que cinco o seis Espíritas sinceros se reúnan todos los días, por algunos momentos, y oren fervientemente a Dios y a los buenos Espíritus para que la asistan; que vuestra oración ardiente sea al mismo tiempo magnetización mental; no necesitas, para eso, estar cerca de ella, al contrario; por el pensamiento, podéis llevar sobre ella una saludable corriente fluídica, cuyo poder será debido a vuestra intención y aumentado por el número; de esta manera, podrás neutralizar el mal fluido que la rodea. Hacer esto; tened fe y confianza en Dios, y esperanza”.
Seis personas se dedicaron a esta obra de caridad, y no fallaron un solo día, durante un mes, en la misión que habían aceptado. Después de unos días, el paciente estaba sensiblemente más tranquilo; quince días después, la mejoría era evidente, y hoy esta mujer ha regresado a casa en un estado perfectamente normal, aún ignorante, como su esposo, de dónde provino su cura.
El modo de acción está aquí claramente indicado, y no podemos añadir nada más preciso, a la explicación dada por el Espíritu. La oración, por lo tanto, no sólo tiene el efecto de pedir al paciente una ayuda externa, sino el de ejercer una acción magnética. ¡Qué, pues, no podría el magnetismo secundado por la oración! Desafortunadamente, algunos magnetizadores, como muchos médicos, desprecian demasiado el elemento espiritual; solo ven la acción mecánica y, por lo tanto, se privan de un poderoso auxiliar. Esperamos que los verdaderos Espíritas vean en este hecho una prueba más del bien que pueden hacer en tal circunstancia.
Surge aquí naturalmente una pregunta de gran importancia: ¿Puede el ejercicio de la mediumnidad causar trastornos de la salud y de las facultades mentales?
Nótese que esta pregunta así formulada, es la que plantean la mayoría de los antagonistas del Espiritismo, o, mejor dicho, en vez de pregunta, formulan el principio, como un axioma, al afirmar que la mediumnidad lleva a la locura; estamos hablando de la locura real y no de aquella, más burlesca que seria, con la que se gratifican los seguidores. Se concebiría esta pregunta, por parte de alguien que creyera en la existencia de los Espíritus y en la acción que pueden ejercer, porque para ellos es algo real; pero para los que no creen en ella, la pregunta es un disparate, porque si no hay nada, esa nada no puede producir nada. No siendo esta tesis defendible, se atrincheran en los peligros de la sobreexcitación cerebral que, según ellos, puede provocar la mera creencia en Espíritus. No volveremos sobre este punto ya tratado, pero nos preguntaremos si hemos contado todos los cerebros revueltos por el miedo al demonio, y las espantosas tablas de los suplicios del infierno y la condenación eterna, y si nos es más insano creer que uno tiene cerca Espíritus buenos y benévolos, los padres, los amigos y el ángel de la guarda, que el diablo.
La pregunta formulada de la siguiente manera es más racional y grave, ya que se admite la existencia y la acción de los Espíritus: ¿Puede el ejercicio de la mediumnidad provocar en un individuo la invasión de los Espíritus malignos y sus consecuencias?
Nunca hemos ocultado los escollos que se encuentran en la mediumnidad, por lo que hemos multiplicado las instrucciones sobre este tema en el Libro de los Médiums, y nunca hemos dejado de recomendar el estudio previo antes de dedicarse a la práctica; además, desde la publicación de este libro, el número de los obsesos ha disminuido sensible y notoriamente, porque ahorra una experiencia que los novicios suelen adquirir sólo a su costa. Lo repetimos, sí, sin experiencia, la mediumnidad tiene inconvenientes, el menor de los cuales sería dejarse mistificar por Espíritus engañosos o frívolos; hacer Espiritismo experimental sin estudio es querer hacer manipulaciones químicas sin saber química.
Los numerosos ejemplos de personas obsesionadas y subyugadas de la manera más lamentable, sin haber oído hablar nunca del Espiritismo, prueban sobradamente que el ejercicio de la mediumnidad no tiene el privilegio de atraer los malos Espíritus; además, la experiencia prueba que es un medio para alejarlos, al permitir reconocerlos. Sin embargo, como a menudo hay algunos que deambulan a nuestro alrededor, puede suceder que, encontrando una oportunidad para manifestarse, la aprovechen, si encuentran en el médium una predisposición física o moral que lo haga accesible a su influencia; ahora bien, esta predisposición se debe al individuo y a causas personales previas, y no es la mediumnidad la que la engendra; podemos decir que el ejercicio de la facultad es una ocasión y no una causa; pero si algunos individuos están en este caso, vemos otros que ofrecen a los Espíritus malignos una resistencia invencible, ya quienes éstos no se dirigen. Estamos hablando de los Espíritus realmente malos y dañinos, los únicos realmente peligrosos, y no de los Espíritus ligeros y burlones que se cuela por todas partes.
La presunción de creerse invulnerable contra los malos Espíritus ha sido más de una vez cruelmente castigada, pues nunca se los desafía impunemente por soberbia; el orgullo es la puerta que más fácil acceso les da, porque nadie ofrece menos resistencia que el orgulloso cuando lo tomamos por su lado débil. Antes de dirigirse a los Espíritus, conviene, pues, armarse contra el ataque de los malos, como cuando se camina por un terreno donde se teme la mordedura de las serpientes. Esto se logra, primero por el estudio preliminar que indica la ruta y las precauciones a tomar, luego por la oración; pero hay que penetrar en la verdad de que el único conservante está en sí mismo, en su propia fuerza, y nunca en las cosas exteriores, y que no hay talismanes, ni amuletos, ni palabras sacramentales, ni fórmulas sagradas o profanas que puedan tener la menor eficacia, si uno no posee las cualidades necesarias en uno mismo; por lo tanto, son estas cualidades las que debemos esforzarnos por adquirir.
Si uno estuviera bien penetrado por el fin esencial y serio del Espiritismo, si uno se preparara siempre para el ejercicio de la mediumnidad con una ferviente llamada al ángel de la guarda y a sus Espíritus protectores, si uno se estudiara a sí mismo esforzándose por purificarse de su imperfecciones, los casos de obsesiones medianímicas serían aún más raros; desafortunadamente, muchos lo ven solo como resultado de las manifestaciones; no satisfechos con las pruebas morales que abundan a su alrededor, quieren a toda costa darse la satisfacción de comunicarse con los Espíritus, impulsando el desarrollo de una facultad que a menudo no existe en ellos, guiados en esto, a menudo, más por la curiosidad que de un sincero deseo de mejorar. En consecuencia, en lugar de envolverse en una saludable atmósfera fluídica, de cubrirse con las alas protectoras de sus ángeles de la guarda, de buscar domar sus debilidades morales, abren la puerta a los Espíritus obsesivos que quieren tenerlos, que podrían haberlos atormentado de otra manera y en otro tiempo, pero que aprovechan la oportunidad que se les brinda. ¿Qué se puede decir entonces de los que se burlan de las manifestaciones y sólo ven en ellas un motivo de distracción o curiosidad, o que sólo buscan en ellas el medio de satisfacer su ambición, su codicia o sus intereses materiales? Es en este sentido que podemos decir que el ejercicio de la mediumnidad puede provocar la invasión de los malos Espíritus. Sí, es peligroso jugar con estas cosas. ¡Cuántas personas leen el Libro de los Médiums sólo para saber cómo hacerlo, porque la receta o el proceso es lo que más les interesa! En cuanto, el lado moral de la cuestión es accesorio. Por lo tanto, no es necesario imputar al Espiritismo cuál es el hecho de su imprudencia.
Volvamos a los poseídos de Morzine. Lo que un Espíritu puede hacer a un individuo, varios Espíritus pueden hacerlo a varios individuos simultáneamente, y dan a la obsesión un carácter epidémico. Una nube de Espíritus malignos puede invadir una localidad y manifestarse allí de diversas formas. Es una epidemia de este tipo la que azotó a Judea en la época de Cristo, y, en nuestra opinión, es una epidemia similar la que azotó a Morzine.
Es lo que trataremos de establecer en un próximo artículo, donde sacaremos a relucir las características esencialmente obsesivas de este acontecido. Analizaremos las memorias de los médicos que la observaron, entre otras la del doctor Constant, así como los médiums curativos empleados, ya sea por la medicina o por la vía de los exorcismos.
[1] Ver. diciembre de 1862.
Los
sirvientes - La historia de un criado
El hecho relatado en el número anterior, bajo el título de Alojamiento y Salón (diciembre de 1862, página 377) nos recuerda uno que nos es de algún modo personal. En un viaje que hicimos hace dos años, vimos, en una familia de alto rango, a un criado muy joven cuyo rostro inteligente y delicado nos impresionó con su aire de distinción; nada en sus modales olía a bajeza; su afán por el servicio de sus amos no tenía ese servil servilismo propio de la gente de su condición. Al año siguiente, habiendo regresado a esta familia, ya no vimos a este niño allí y nos preguntamos si lo habían despedido. “No, nos han contestado; se había ido a pasar unos días a su país, y allí murió. Lo lamentamos mucho, porque era una persona excelente, y uno que tenía sentimientos muy por encima de su posición. Estaba muy apegado a nosotros y nos dio pruebas de la mayor devoción”.
Más tarde se nos ocurrió la idea de evocar a este joven, y he aquí lo que nos dice:
En mi penúltima encarnación fui, como se dice en la tierra, de muy buena familia, pero arruinado por las prodigalidades de mi padre. Me quedé huérfano muy joven e indigente. Sr. de G... era mi benefactor; me crio como a su hijo, y me hizo tener una excelente educación, de la que me enorgullecí demasiado. Quise, en mi última existencia, expiar mi orgullo naciendo en condición servil, y encontré allí la ocasión de probar mi devoción a mi bienhechor. Incluso le salvé la vida sin que él lo sospechara. Fue a la vez una prueba de la que salí con ventaja, ya que tenía la fuerza suficiente para no dejarme corromper por el contacto con un medio casi siempre vicioso; a pesar de los malos ejemplos, me mantuve puro, y doy gracias a Dios por ello, porque soy recompensado con la felicidad que disfruto.
P. ¿En qué circunstancias salvó la vida del Sr. de G…? — R. Mientras montaba a caballo, donde yo lo seguía solo, vi un gran árbol a caer sobre su costado, que él no vio; lo llamé con un grito terrible; se volvió rápidamente, y mientras tanto el árbol cayó a sus pies; sin el movimiento que provoqué, había sido aplastado.
Observación. — Sr. de G…, a quien se le comunicó el incidente, lo recordaba perfectamente.
P. ¿Por qué moriste tan joven? — R. Dios había juzgado suficiente mi prueba.
P. ¿Cómo pudiste sacar provecho de esta prueba, si no tenías memoria de tu existencia anterior y de la causa que había motivado esta prueba? — R. En mi humilde posición, todavía tenía un instinto de orgullo que estaba bastante feliz de poder dominar, lo que significaba que la prueba era rentable para mí, de lo contrario, todavía tendría que empezar de nuevo. Mi Espíritu recordaba en sus momentos de libertad, y cuando desperté me quedé con un deseo intuitivo de resistir a mis tendencias que sentía malas. Tenía más mérito luchar así que si hubiera recordado claramente el pasado. El recuerdo de mi antigua posición habría exaltado mi orgullo y me habría preocupado, mientras que yo sólo tenía que luchar contra las tentaciones de mi nueva posición.
P. Habías recibido una educación brillante, ¿de qué te sirvió en tu última existencia, ya que no recordabas los conocimientos que habías adquirido? — R. Tal conocimiento habría sido inútil, una tontería incluso en mi nuevo puesto; quedaron latentes, y hoy las vuelvo a encontrar. Sin embargo, no me han sido inútiles, pues han desarrollado mi inteligencia; instintivamente tenía gusto por las cosas buenas, lo que me inspiraba repulsión, por los ejemplos bajos e innobles que tenía ante mis ojos; sin esta educación no habría sido más que un criado.
P. ¿Los ejemplos de siervos abnegados hacia sus amos se deben a relaciones anteriores? — R. No lo dudes; este es al menos el caso más común. Estos sirvientes son a veces incluso miembros de la familia o, como yo, deudores que pagan una deuda de gratitud y cuya devoción ayuda a avanzar. No sabéis todos los efectos de simpatía y antipatía que estas relaciones anteriores producen en el mundo. No, la muerte no interrumpe estas relaciones que a menudo continúan de siglo en siglo.
P. ¿Por qué estos ejemplos de siervos dedicados son tan raros hoy? — R. Hay que censurar el espíritu de egoísmo y orgullo de vuestro siglo, desarrollado por la incredulidad y las ideas materialistas. La verdadera fe se va por medio de la codicia y el deseo de ganancia, y con ello la devoción. El Espiritismo, al devolver a los hombres el sentido de la verdad, hará volver a las virtudes olvidadas.
Observación. - Nada mejor que este ejemplo para resaltar el beneficio del olvido de existencias anteriores. Si el Sr. de G ... se hubiera acordado de lo que había sido su joven criado, se hubiera avergonzado mucho de él, y ni siquiera lo hubiera mantenido en este estado; habría impedido así la prueba que era provechosa para ambos.
El hecho relatado en el número anterior, bajo el título de Alojamiento y Salón (diciembre de 1862, página 377) nos recuerda uno que nos es de algún modo personal. En un viaje que hicimos hace dos años, vimos, en una familia de alto rango, a un criado muy joven cuyo rostro inteligente y delicado nos impresionó con su aire de distinción; nada en sus modales olía a bajeza; su afán por el servicio de sus amos no tenía ese servil servilismo propio de la gente de su condición. Al año siguiente, habiendo regresado a esta familia, ya no vimos a este niño allí y nos preguntamos si lo habían despedido. “No, nos han contestado; se había ido a pasar unos días a su país, y allí murió. Lo lamentamos mucho, porque era una persona excelente, y uno que tenía sentimientos muy por encima de su posición. Estaba muy apegado a nosotros y nos dio pruebas de la mayor devoción”.
Más tarde se nos ocurrió la idea de evocar a este joven, y he aquí lo que nos dice:
En mi penúltima encarnación fui, como se dice en la tierra, de muy buena familia, pero arruinado por las prodigalidades de mi padre. Me quedé huérfano muy joven e indigente. Sr. de G... era mi benefactor; me crio como a su hijo, y me hizo tener una excelente educación, de la que me enorgullecí demasiado. Quise, en mi última existencia, expiar mi orgullo naciendo en condición servil, y encontré allí la ocasión de probar mi devoción a mi bienhechor. Incluso le salvé la vida sin que él lo sospechara. Fue a la vez una prueba de la que salí con ventaja, ya que tenía la fuerza suficiente para no dejarme corromper por el contacto con un medio casi siempre vicioso; a pesar de los malos ejemplos, me mantuve puro, y doy gracias a Dios por ello, porque soy recompensado con la felicidad que disfruto.
P. ¿En qué circunstancias salvó la vida del Sr. de G…? — R. Mientras montaba a caballo, donde yo lo seguía solo, vi un gran árbol a caer sobre su costado, que él no vio; lo llamé con un grito terrible; se volvió rápidamente, y mientras tanto el árbol cayó a sus pies; sin el movimiento que provoqué, había sido aplastado.
Observación. — Sr. de G…, a quien se le comunicó el incidente, lo recordaba perfectamente.
P. ¿Por qué moriste tan joven? — R. Dios había juzgado suficiente mi prueba.
P. ¿Cómo pudiste sacar provecho de esta prueba, si no tenías memoria de tu existencia anterior y de la causa que había motivado esta prueba? — R. En mi humilde posición, todavía tenía un instinto de orgullo que estaba bastante feliz de poder dominar, lo que significaba que la prueba era rentable para mí, de lo contrario, todavía tendría que empezar de nuevo. Mi Espíritu recordaba en sus momentos de libertad, y cuando desperté me quedé con un deseo intuitivo de resistir a mis tendencias que sentía malas. Tenía más mérito luchar así que si hubiera recordado claramente el pasado. El recuerdo de mi antigua posición habría exaltado mi orgullo y me habría preocupado, mientras que yo sólo tenía que luchar contra las tentaciones de mi nueva posición.
P. Habías recibido una educación brillante, ¿de qué te sirvió en tu última existencia, ya que no recordabas los conocimientos que habías adquirido? — R. Tal conocimiento habría sido inútil, una tontería incluso en mi nuevo puesto; quedaron latentes, y hoy las vuelvo a encontrar. Sin embargo, no me han sido inútiles, pues han desarrollado mi inteligencia; instintivamente tenía gusto por las cosas buenas, lo que me inspiraba repulsión, por los ejemplos bajos e innobles que tenía ante mis ojos; sin esta educación no habría sido más que un criado.
P. ¿Los ejemplos de siervos abnegados hacia sus amos se deben a relaciones anteriores? — R. No lo dudes; este es al menos el caso más común. Estos sirvientes son a veces incluso miembros de la familia o, como yo, deudores que pagan una deuda de gratitud y cuya devoción ayuda a avanzar. No sabéis todos los efectos de simpatía y antipatía que estas relaciones anteriores producen en el mundo. No, la muerte no interrumpe estas relaciones que a menudo continúan de siglo en siglo.
P. ¿Por qué estos ejemplos de siervos dedicados son tan raros hoy? — R. Hay que censurar el espíritu de egoísmo y orgullo de vuestro siglo, desarrollado por la incredulidad y las ideas materialistas. La verdadera fe se va por medio de la codicia y el deseo de ganancia, y con ello la devoción. El Espiritismo, al devolver a los hombres el sentido de la verdad, hará volver a las virtudes olvidadas.
Observación. - Nada mejor que este ejemplo para resaltar el beneficio del olvido de existencias anteriores. Si el Sr. de G ... se hubiera acordado de lo que había sido su joven criado, se hubiera avergonzado mucho de él, y ni siquiera lo hubiera mantenido en este estado; habría impedido así la prueba que era provechosa para ambos.
Boïeldieu
en la milésima función de Dame Blanche
Las siguientes estrofas, del Sr. Méry, fueron recitadas en la milésima representación de La Dame Blanche, en el Théâtre de l'Opéra-Comique, el 16 de diciembre de 1862:
¡A BOIELDIEU!
Gloria a la obra, donde por todas partes canta la melodía.
Obra de Boïeldieu, mil veces aplaudida,
¡Y como en los días pasados, tan joven en los días presentes!
París todavía la ve en un salón lleno,
¡La dama de Avenel, la dama castellana!
¡Diez veces centenaria, después de treinta y seis años!
Es que el Escritor dio todo lo que el poeta
puede inventar de mejor para el ejecutante de la lira,
Y el maestro inspirado prodigó, a su vez,
El encanto que las palabras nunca han podido describir:
El acento que te hace soñar, el acento que te hace sonreír,
¡La alegría del espíritu, el éxtasis del amor!
Es que todos estos acuerdes cuya suprema gracia
Estalla en la voz, en la orquesta, en el poema,
El arte erudito de su noche no los cubrió;
Para Boïeldieu, esa es su mejor victoria,
Convierte a cualquier audiencia en un artista y le habla a la audiencia.
¡Este lenguaje del corazón que el universo entiende!
Entonces con qué felicidad varía el gran maestro
¡Acentos inspirados en su amada musa!
¡Qué río de oro cayó de su soberano laúd!
¡Qué rayos salen de la niebla escocesa!
Por medio de esta obra, sobre todo, la música francesa
¡No tengas nada que temer de los Alpes o el Rhin!
A nosotros nos toca celebrar esta noble milésima,
Lo que parece elevar la obra a su cumbre más alto;
Y entonces... ¿sabemos los secretos de la muerte?...
¿Quién sabe? tal vez aquí se eleva bajo esta bóveda
Una sombra que esta noche nos escucha con alegría,
¡Un oyente más que no vemos!
Todos los Espíritas han notado esta última estrofa, que no podría corresponder mejor a su pensamiento, ni expresar mejor la presencia entre nosotros del Espíritu de los que han dejado sus restos mortales. Para los materialistas, es simplemente un juego de la imaginación del poeta; porque, según ellos, nada queda del hombre de genio cuya memoria se celebraba, y las palabras dirigidas a él se perdieron en el vacío sin encontrar eco; los recuerdos y lamentos que dejó son nulos para él; además, su vasta inteligencia es en sí misma un accidente de la naturaleza y de su organización. ¿Dónde estaría entonces su mérito? No tendría más crédito por haber compuesto sus obras maestras que los organillos que las ejecutan. ¿No tiene este pensamiento algo de helado, digamos más, algo profundamente inmoral? ¿Y no es triste ver a hombres de talento y de ciencia defendiéndolas en sus escritos, y enseñándolas a los jóvenes de las escuelas desde lo alto del púlpito, tratando de demostrarles que sólo nos espera la nada, y que, en consecuencia, el que ha podido o ha sabido sustraerse a la justicia humana, no tiene nada más que temer? Esta idea, que no es demasiado repetir, es eminentemente subversiva del orden social, y la gente tarde o temprano sufre las terribles consecuencias de su predominio por medio del desencadenamiento de las pasiones; pues sería mejor decirles: Podéis hacer lo que queráis impunemente, con tal de que seáis los más fuertes. Esta idea, sin embargo, debe admitirse para el elogio de la humanidad, encuentra un sentimiento de repulsión entre las masas. Nos preguntamos qué efecto habría producido el poeta en el público si, en lugar de esta imagen tan verdadera, tan impactante y tan consoladora, de la presencia del Espíritu de Boïeldieu en medio de este numeroso auditorio, contento con los votos otorgados a su obra, habría venido a decir: Del hombre que lamentamos, sólo queda lo que fue puesto en el sepulcro y que se destruye cada día; algunos años más, y hasta su polvo ya no existirá; pero de su ser pensante nada queda; ha vuelto a la nada de donde salió; ya no nos ve, ya no nos oye. Y a ti, su hijo aquí presente, que veneras su memoria, tus pesares ya no lo tocan; en vano os acordáis en vuestras ardientes oraciones: no puede venir, porque ya no existe; el sepulcro está cerrado sobre él para siempre; en vano esperáis volver a verlo cuando dejéis la tierra, porque también vosotros volveréis como él a la nada; es en vano que le pidáis su apoyo y su consejo: os ha dejado solo y muy solo; ¿Crees que te sigue cuidando, que está a tu lado, que está aquí, entre nosotros? Ilusión de una mente débil. ¡Eres un médium, dices, y crees que él puede manifestarse a ti! Superstición renovada de la Edad Media; efecto de tu imaginación que se refleja en tus escritos.
Nos preguntamos, ¿qué habría dicho el público ante semejante imagen? Sin embargo, esta es la teoría de la incredulidad.
Al escuchar estos versos, algunos de los asistentes sin duda se dijeron: “¡Buena idea! tiene un efecto; pero otros, y la mayor parte, habrán dicho: "¡Pensamiento dulce y consolador!" calienta el corazón! Sin embargo, podrían haber agregado, si el alma de Boïeldieu está presente aquí, ¿Cómo es ella? ¿En qué forma se presenta? ¿Es una llama, una chispa, un vapor, un soplo? ¿Cómo ve y oye? Es precisamente esta incertidumbre sobre el estado del alma lo que da lugar a la duda; ahora bien, esta incertidumbre, el Espiritismo viene a disiparla diciendo: Boïeldieu, al morir, dejó sólo su envoltura pesada y tosca; pero su alma ha conservado su indestructible envoltura fluida; y después, liberado de las cadenas que lo sujetaban al suelo, puede elevarse y cruzar el espacio. Él está aquí, en su forma humana pero etérea, y si el velo que lo oculta de la vista pudiera ser levantado, veríamos a Boïeldieu, yendo y viniendo o flotando sobre la multitud, y con él miles de Espíritus con cuerpos etéreos, viniendo a unirse a su triunfo.
Ahora bien, si el Espíritu de Boïeldieu está allí, es porque se interesa por lo que allí sucede, es porque se asocia a los pensamientos de los presentes; ¿Por qué entonces no debería dar a conocer su propio pensamiento si tiene el poder para hacerlo? Es este poder que el Espiritismo observa y explica. Su envoltura fluídica, invisible y etérea como es, es sin embargo una especie de materia; durante su vida, sirvió como intermediaria entre su alma y su cuerpo; por ella transmitía su voluntad, a la cual el cuerpo obedecía, y por ella recibía el alma las sensaciones experimentadas por el cuerpo; es, en una palabra, la línea de unión entre Espíritu y materia propiamente dicha. Hoy que se ha desembarazado de su envoltura corpórea, al asociarse, por simpatía, con otro Espíritu encarnado, puede, en cierto modo, tomar prestado momentáneamente su cuerpo para expresar sus pensamientos de palabra o por escrito, es decir, de manera medianímica, es decir por intermediario.
Así, de la supervivencia del alma, a la idea de que puede estar entre nosotros, sólo hay un paso; de esta idea, a la posibilidad de comunicar, la distancia no es grande; todo es darse cuenta de cómo opera el fenómeno. Vemos, pues, que la Doctrina Espírita, al dar como verdad las relaciones del mundo visible y el mundo invisible, no adelanta algo tan excéntrico como algunos quisieran decir, y la solidaridad, que prueba que existe entre estos dos mundos, es la puerta que abre los horizontes del futuro.
Leídas las estrofas del Sr. Méry en la Sociedad Espírita de París, en la sesión del 19 de diciembre de 1862, Sra. Costel obtuvo, después de esta sesión, la siguiente comunicación del Espíritu de Boïeldieu:
“Estoy feliz de poder expresar mi gratitud, a quienes, al celebrar al viejo músico, no se han olvidado del hombre. Un poeta —los poetas son adivinos— sintió el soplo de mi alma, todavía enamorada de la armonía. La música resonaba en sus deslumbrantes versos inspiradores, pero también vibraba una nota emotiva, que proyectaba sobre los vivos la sombra feliz del que estaban celebrando.
Sí, asistí a esta fiesta conmemorativa de mi talento humano, y por encima de los instrumentos escuché una voz, más melodiosa que la melodía terrenal, que cantaba a la muerte despojada de su antiguo terror, y apareciendo, ya no como una oscura divinidad de Erebus, sino como la estrella resplandeciente de esperanza y resurrección.
La voz cantó también de la unión de los Espíritus con sus hermanos encarnados; ¡dulce misterio! unión fecunda que completa al hombre y le devuelve las almas que en vano pidió el silencio de la tumba.
El poeta, precursor del tiempo, es bendecido por Dios. Una alondra matutina, celebra el amanecer de las ideas mucho antes de que hayan aparecido en el horizonte. Pero ahora la sagrada revelación se extiende como una bendición a todos, y todos, como el poeta amado, sentís a vuestro alrededor la presencia de aquellos a quienes vuestra memoria evoca”.
Boieldieu.
Las siguientes estrofas, del Sr. Méry, fueron recitadas en la milésima representación de La Dame Blanche, en el Théâtre de l'Opéra-Comique, el 16 de diciembre de 1862:
¡A BOIELDIEU!
Gloria a la obra, donde por todas partes canta la melodía.
Obra de Boïeldieu, mil veces aplaudida,
¡Y como en los días pasados, tan joven en los días presentes!
París todavía la ve en un salón lleno,
¡La dama de Avenel, la dama castellana!
¡Diez veces centenaria, después de treinta y seis años!
Es que el Escritor dio todo lo que el poeta
puede inventar de mejor para el ejecutante de la lira,
Y el maestro inspirado prodigó, a su vez,
El encanto que las palabras nunca han podido describir:
El acento que te hace soñar, el acento que te hace sonreír,
¡La alegría del espíritu, el éxtasis del amor!
Es que todos estos acuerdes cuya suprema gracia
Estalla en la voz, en la orquesta, en el poema,
El arte erudito de su noche no los cubrió;
Para Boïeldieu, esa es su mejor victoria,
Convierte a cualquier audiencia en un artista y le habla a la audiencia.
¡Este lenguaje del corazón que el universo entiende!
Entonces con qué felicidad varía el gran maestro
¡Acentos inspirados en su amada musa!
¡Qué río de oro cayó de su soberano laúd!
¡Qué rayos salen de la niebla escocesa!
Por medio de esta obra, sobre todo, la música francesa
¡No tengas nada que temer de los Alpes o el Rhin!
A nosotros nos toca celebrar esta noble milésima,
Lo que parece elevar la obra a su cumbre más alto;
Y entonces... ¿sabemos los secretos de la muerte?...
¿Quién sabe? tal vez aquí se eleva bajo esta bóveda
Una sombra que esta noche nos escucha con alegría,
¡Un oyente más que no vemos!
Todos los Espíritas han notado esta última estrofa, que no podría corresponder mejor a su pensamiento, ni expresar mejor la presencia entre nosotros del Espíritu de los que han dejado sus restos mortales. Para los materialistas, es simplemente un juego de la imaginación del poeta; porque, según ellos, nada queda del hombre de genio cuya memoria se celebraba, y las palabras dirigidas a él se perdieron en el vacío sin encontrar eco; los recuerdos y lamentos que dejó son nulos para él; además, su vasta inteligencia es en sí misma un accidente de la naturaleza y de su organización. ¿Dónde estaría entonces su mérito? No tendría más crédito por haber compuesto sus obras maestras que los organillos que las ejecutan. ¿No tiene este pensamiento algo de helado, digamos más, algo profundamente inmoral? ¿Y no es triste ver a hombres de talento y de ciencia defendiéndolas en sus escritos, y enseñándolas a los jóvenes de las escuelas desde lo alto del púlpito, tratando de demostrarles que sólo nos espera la nada, y que, en consecuencia, el que ha podido o ha sabido sustraerse a la justicia humana, no tiene nada más que temer? Esta idea, que no es demasiado repetir, es eminentemente subversiva del orden social, y la gente tarde o temprano sufre las terribles consecuencias de su predominio por medio del desencadenamiento de las pasiones; pues sería mejor decirles: Podéis hacer lo que queráis impunemente, con tal de que seáis los más fuertes. Esta idea, sin embargo, debe admitirse para el elogio de la humanidad, encuentra un sentimiento de repulsión entre las masas. Nos preguntamos qué efecto habría producido el poeta en el público si, en lugar de esta imagen tan verdadera, tan impactante y tan consoladora, de la presencia del Espíritu de Boïeldieu en medio de este numeroso auditorio, contento con los votos otorgados a su obra, habría venido a decir: Del hombre que lamentamos, sólo queda lo que fue puesto en el sepulcro y que se destruye cada día; algunos años más, y hasta su polvo ya no existirá; pero de su ser pensante nada queda; ha vuelto a la nada de donde salió; ya no nos ve, ya no nos oye. Y a ti, su hijo aquí presente, que veneras su memoria, tus pesares ya no lo tocan; en vano os acordáis en vuestras ardientes oraciones: no puede venir, porque ya no existe; el sepulcro está cerrado sobre él para siempre; en vano esperáis volver a verlo cuando dejéis la tierra, porque también vosotros volveréis como él a la nada; es en vano que le pidáis su apoyo y su consejo: os ha dejado solo y muy solo; ¿Crees que te sigue cuidando, que está a tu lado, que está aquí, entre nosotros? Ilusión de una mente débil. ¡Eres un médium, dices, y crees que él puede manifestarse a ti! Superstición renovada de la Edad Media; efecto de tu imaginación que se refleja en tus escritos.
Nos preguntamos, ¿qué habría dicho el público ante semejante imagen? Sin embargo, esta es la teoría de la incredulidad.
Al escuchar estos versos, algunos de los asistentes sin duda se dijeron: “¡Buena idea! tiene un efecto; pero otros, y la mayor parte, habrán dicho: "¡Pensamiento dulce y consolador!" calienta el corazón! Sin embargo, podrían haber agregado, si el alma de Boïeldieu está presente aquí, ¿Cómo es ella? ¿En qué forma se presenta? ¿Es una llama, una chispa, un vapor, un soplo? ¿Cómo ve y oye? Es precisamente esta incertidumbre sobre el estado del alma lo que da lugar a la duda; ahora bien, esta incertidumbre, el Espiritismo viene a disiparla diciendo: Boïeldieu, al morir, dejó sólo su envoltura pesada y tosca; pero su alma ha conservado su indestructible envoltura fluida; y después, liberado de las cadenas que lo sujetaban al suelo, puede elevarse y cruzar el espacio. Él está aquí, en su forma humana pero etérea, y si el velo que lo oculta de la vista pudiera ser levantado, veríamos a Boïeldieu, yendo y viniendo o flotando sobre la multitud, y con él miles de Espíritus con cuerpos etéreos, viniendo a unirse a su triunfo.
Ahora bien, si el Espíritu de Boïeldieu está allí, es porque se interesa por lo que allí sucede, es porque se asocia a los pensamientos de los presentes; ¿Por qué entonces no debería dar a conocer su propio pensamiento si tiene el poder para hacerlo? Es este poder que el Espiritismo observa y explica. Su envoltura fluídica, invisible y etérea como es, es sin embargo una especie de materia; durante su vida, sirvió como intermediaria entre su alma y su cuerpo; por ella transmitía su voluntad, a la cual el cuerpo obedecía, y por ella recibía el alma las sensaciones experimentadas por el cuerpo; es, en una palabra, la línea de unión entre Espíritu y materia propiamente dicha. Hoy que se ha desembarazado de su envoltura corpórea, al asociarse, por simpatía, con otro Espíritu encarnado, puede, en cierto modo, tomar prestado momentáneamente su cuerpo para expresar sus pensamientos de palabra o por escrito, es decir, de manera medianímica, es decir por intermediario.
Así, de la supervivencia del alma, a la idea de que puede estar entre nosotros, sólo hay un paso; de esta idea, a la posibilidad de comunicar, la distancia no es grande; todo es darse cuenta de cómo opera el fenómeno. Vemos, pues, que la Doctrina Espírita, al dar como verdad las relaciones del mundo visible y el mundo invisible, no adelanta algo tan excéntrico como algunos quisieran decir, y la solidaridad, que prueba que existe entre estos dos mundos, es la puerta que abre los horizontes del futuro.
Leídas las estrofas del Sr. Méry en la Sociedad Espírita de París, en la sesión del 19 de diciembre de 1862, Sra. Costel obtuvo, después de esta sesión, la siguiente comunicación del Espíritu de Boïeldieu:
“Estoy feliz de poder expresar mi gratitud, a quienes, al celebrar al viejo músico, no se han olvidado del hombre. Un poeta —los poetas son adivinos— sintió el soplo de mi alma, todavía enamorada de la armonía. La música resonaba en sus deslumbrantes versos inspiradores, pero también vibraba una nota emotiva, que proyectaba sobre los vivos la sombra feliz del que estaban celebrando.
Sí, asistí a esta fiesta conmemorativa de mi talento humano, y por encima de los instrumentos escuché una voz, más melodiosa que la melodía terrenal, que cantaba a la muerte despojada de su antiguo terror, y apareciendo, ya no como una oscura divinidad de Erebus, sino como la estrella resplandeciente de esperanza y resurrección.
La voz cantó también de la unión de los Espíritus con sus hermanos encarnados; ¡dulce misterio! unión fecunda que completa al hombre y le devuelve las almas que en vano pidió el silencio de la tumba.
El poeta, precursor del tiempo, es bendecido por Dios. Una alondra matutina, celebra el amanecer de las ideas mucho antes de que hayan aparecido en el horizonte. Pero ahora la sagrada revelación se extiende como una bendición a todos, y todos, como el poeta amado, sentís a vuestro alrededor la presencia de aquellos a quienes vuestra memoria evoca”.
Carta
sobre el Espiritismo extraída del Renard, semanario de Burdeos, 1 de noviembre
de 1862
Al redactor jefe de Le Renard.
Estimado editor,
Si el tema que estoy discutiendo aquí no le parece demasiado trillado, ni demasiado tratado, inserte esta carta en el próximo número de su estimada revista:
Unas palabras sobre el Espiritismo: Es una cuestión tan controvertida y que ocupa tantos ánimos hoy, que todo lo que un hombre leal y seriamente convencido pueda escribir sobre este tema, a nadie puede parecerle ocioso o ridículo.
No quiero imponer mis creencias a nadie; no tengo ni la edad, ni la experiencia, ni la inteligencia necesaria para ser un Mentor; sólo quiero decir a todos aquellos que, conociendo sólo el nombre de esta teoría, están dispuestos a acoger el Espiritismo con burla o desdén sistemático: Haced como yo he hecho; primero trata de educarte, y luego tendrás derecho a ser desdeñoso o burlón.
Hace un mes, Sr. Editor, apenas tenía una vaga idea del Espiritismo; sólo sabía que este descubrimiento o esta utopía, para la que se había inventado una palabra nueva, descansaba en hechos (verdaderos o falsos), tan sobrenaturales que eran rechazados de antemano por todos los hombres, que no creen en nada de esto que los asombra, que nunca siguen un progreso sino a cuestas de todo su siglo, y que, nuevo Santo Tomás, sólo se persuaden cuando han tocado. Como ellos, lo confieso, estaba dispuesto a reírme de esta teoría y sus seguidores; pero antes de reír, quise saber de qué me reía, y me hice presentar en una sociedad de Espíritas, en la casa del Sr. E. B. Por cierto, Sr. B., que me parecía un espíritu recto, serio e ilustrado, está lleno de una convicción lo suficientemente fuerte, como para detener la sonrisa en los labios de un mal bromista; pues, se diga lo que se diga, siempre se impone una sólida convicción.
Al final de la primera sesión, ya no me reía, pero aún tenía dudas, y lo que sentía, sobre todo, era un deseo extremo de aprender, una impaciencia febril por asistir a nuevas pruebas.
Eso es lo que hice ayer, Sr. Editor, y ya no tengo dudas. Sin hablar de algunas comunicaciones personales, que se me hicieron sobre cosas desconocidas, tanto del médium como de todos los miembros de la Sociedad, vi hechos, según yo, irrefutables.
Sin hacerlo aquí, comprenderá por qué, reflexiones sobre el grado de educación o inteligencia del médium, declaro que es imposible, que alguien que no sea un Bossuet o un Pascal, pueda responder de inmediato, de la manera más ordenada posible, con una velocidad mecánica por así decirlo, y en un estilo conciso, elegante y correcto, varias páginas sobre cuestiones como ésta: "¿Cómo se puede conciliar el libre albedrío con la divina presciencia?", es decir, sobre los problemas más difíciles de la metafísica. .
Esto es lo que vi, Sr. Editor, y muchas otras cosas que no añadiré a esta carta, que ya es demasiado larga; escribo esto, lo repito, para suscitar, si puedo, en algunos de vuestros lectores, el deseo de aprender; tal vez entonces se convencerán como yo.
Tibulle Lang
Antiguo alumno de la Ecole Polytechnique.
Al redactor jefe de Le Renard.
Estimado editor,
Si el tema que estoy discutiendo aquí no le parece demasiado trillado, ni demasiado tratado, inserte esta carta en el próximo número de su estimada revista:
Unas palabras sobre el Espiritismo: Es una cuestión tan controvertida y que ocupa tantos ánimos hoy, que todo lo que un hombre leal y seriamente convencido pueda escribir sobre este tema, a nadie puede parecerle ocioso o ridículo.
No quiero imponer mis creencias a nadie; no tengo ni la edad, ni la experiencia, ni la inteligencia necesaria para ser un Mentor; sólo quiero decir a todos aquellos que, conociendo sólo el nombre de esta teoría, están dispuestos a acoger el Espiritismo con burla o desdén sistemático: Haced como yo he hecho; primero trata de educarte, y luego tendrás derecho a ser desdeñoso o burlón.
Hace un mes, Sr. Editor, apenas tenía una vaga idea del Espiritismo; sólo sabía que este descubrimiento o esta utopía, para la que se había inventado una palabra nueva, descansaba en hechos (verdaderos o falsos), tan sobrenaturales que eran rechazados de antemano por todos los hombres, que no creen en nada de esto que los asombra, que nunca siguen un progreso sino a cuestas de todo su siglo, y que, nuevo Santo Tomás, sólo se persuaden cuando han tocado. Como ellos, lo confieso, estaba dispuesto a reírme de esta teoría y sus seguidores; pero antes de reír, quise saber de qué me reía, y me hice presentar en una sociedad de Espíritas, en la casa del Sr. E. B. Por cierto, Sr. B., que me parecía un espíritu recto, serio e ilustrado, está lleno de una convicción lo suficientemente fuerte, como para detener la sonrisa en los labios de un mal bromista; pues, se diga lo que se diga, siempre se impone una sólida convicción.
Al final de la primera sesión, ya no me reía, pero aún tenía dudas, y lo que sentía, sobre todo, era un deseo extremo de aprender, una impaciencia febril por asistir a nuevas pruebas.
Eso es lo que hice ayer, Sr. Editor, y ya no tengo dudas. Sin hablar de algunas comunicaciones personales, que se me hicieron sobre cosas desconocidas, tanto del médium como de todos los miembros de la Sociedad, vi hechos, según yo, irrefutables.
Sin hacerlo aquí, comprenderá por qué, reflexiones sobre el grado de educación o inteligencia del médium, declaro que es imposible, que alguien que no sea un Bossuet o un Pascal, pueda responder de inmediato, de la manera más ordenada posible, con una velocidad mecánica por así decirlo, y en un estilo conciso, elegante y correcto, varias páginas sobre cuestiones como ésta: "¿Cómo se puede conciliar el libre albedrío con la divina presciencia?", es decir, sobre los problemas más difíciles de la metafísica. .
Esto es lo que vi, Sr. Editor, y muchas otras cosas que no añadiré a esta carta, que ya es demasiado larga; escribo esto, lo repito, para suscitar, si puedo, en algunos de vuestros lectores, el deseo de aprender; tal vez entonces se convencerán como yo.
Antiguo alumno de la Ecole Polytechnique.
Algunas
palabras sobre el Espiritismo - Extracto del Écho de Sétif, Argelia, 9 de
noviembre de 1862
Desde hace algún tiempo el mundo ha estado inquieto, temblando y buscando; el mundo sufre, tiene necesidades muy grandes.
Admitamos que el Espiritismo no existe, que todo lo que se dice de él es fruto del error, de la alucinación de unas pocas mentes enfermas; pero ¿no es nada ver a seis millones de hombres padecer la misma enfermedad en siete u ocho años?
Para mí, veo muchas cosas en él: veo en él el presentimiento de grandes acontecimientos, porque en todos los tiempos, en vísperas de épocas significativas, el mundo siempre ha estado preocupado, turbulento incluso, sin darse cuenta de su malestar. Lo cierto hoy es que, después de haber pasado por una época de espantoso materialismo, siente la necesidad de una razonada creencia espiritualista; él quiere creer a sabiendas, si puedo decirlo de esa manera. Estas son las causas de su enfermedad, si admitimos que hay enfermedad.
Decir que no hay nada en el fondo de este movimiento es una temeridad.
Un escritor, al que no tengo el honor de conocer, acaba de publicar un artículo muy meditado en el Écho de Sétif del 18 de septiembre. Él mismo confiesa que no conoce el Espiritismo. Investiga si es posible, si puede existir, y su investigación lo ha llevado a concluir que el Espiritismo no es imposible.
Sea como fuere, los Espíritas tienen hoy derecho a regocijarse, pues los hombres de élite están dispuestos a dedicar parte de sus estudios, a la búsqueda de lo que algunos llaman verdad y otros error.
En lo que a mí respecta, puedo dar fe de un hecho: es que he visto cosas que uno no puede creer sin haberlas visto.
Hay una parte muy ilustrada de la sociedad que no niega específicamente el hecho, pero afirma que las comunicaciones que uno recibe son directamente del infierno. Esto es lo que no puedo admitir ante comunicados como este: “Creed en Dios, creador y organizador de las esferas, amad a Dios, creador y protector de las almas… Galileo.”
El diablo no debe haber hablado siempre así; porque, si así fuera, los hombres le habrían dado una reputación que no habría merecido. Y si es cierto que le faltó el respeto a Dios, admitámoslo, realmente diluyó su vino.
Yo también estaba incrédulo, no podía convencerme, de que Dios jamás permitiría que nuestro Espíritu se comunicara, sin nuestro conocimiento, con el Espíritu de una persona viva; sin embargo, tuve que enfrentar los hechos. He pensado, y un durmiente me respondió claro, categórico; ningún sonido, ningún temblor ocurrió en mi cerebro. ¡El Espíritu del durmiente, por lo tanto, se correspondía con el mío sin mi conocimiento! Esto es lo que doy fe.
Antes de este descubrimiento, pensaba que Dios había puesto una barrera infranqueable entre el mundo material y el mundo espiritual. Me equivoqué, eso es todo. Y parece que cuanto más incrédulo era, más quería Dios desengañarme poniendo ante mis ojos hechos extraordinarios y evidentes.
Quería escribirme a mí mismo, para no ser mistificado por un tercero; mi mano nunca hizo el menor movimiento. Puse la pluma en la mano de un niño de catorce años, se durmió sin que yo lo deseara. Al ver esto, me retiré a mi jardín, con la convicción de que esta supuesta verdad era sólo un sueño; pero al volver a mi casa noté que el niño había escrito. Me acerqué a leer, y vi con gran sorpresa, que el niño había respondido a todos mis pensamientos. Todavía protestando, a pesar de este hecho, y queriendo confundir al durmiente, mentalmente hice una pregunta sobre historia antigua. Sin dudarlo, el durmiente respondió categóricamente.
Detengámonos aquí y presentemos brevemente algunas observaciones.
Supongamos que no hubo interferencia de los Espíritus de otro mundo, el hecho es que el Espíritu del durmiente y el mío estaban en perfecta correspondencia. He aquí, pues, un hecho, en mi opinión, que merece ser estudiado. Pero hay hombres tan sabios que no tienen más que estudiar y prefieren decirme que soy un loco.
Un loco, sí, pero luego veremos quién se equivoca.
Si hubiera pronunciado una sola palabra, si hubiera hecho la más mínima señal, no me habría rendido; pero no me moví, no hablé: ¡qué digo, no respiré!
¡Y bien! ¿Hay algún erudito que quiera hablarme sin decirme una palabra o sin escribirme? ¿Hay quien quiera traducir mi pensamiento sin conocerme, sin haberme visto? Y lo que es más fuerte, ¿no puedo engañarlo aun hablándole, y eso, sin que él lo sospeche? Esto no podría hacerse con el médium en cuestión. Lo intenté muchas veces, fallé.
Si me permite, le daré a continuación algunas de las comunicaciones que obtuve.
Continua …
Desde hace algún tiempo el mundo ha estado inquieto, temblando y buscando; el mundo sufre, tiene necesidades muy grandes.
Admitamos que el Espiritismo no existe, que todo lo que se dice de él es fruto del error, de la alucinación de unas pocas mentes enfermas; pero ¿no es nada ver a seis millones de hombres padecer la misma enfermedad en siete u ocho años?
Para mí, veo muchas cosas en él: veo en él el presentimiento de grandes acontecimientos, porque en todos los tiempos, en vísperas de épocas significativas, el mundo siempre ha estado preocupado, turbulento incluso, sin darse cuenta de su malestar. Lo cierto hoy es que, después de haber pasado por una época de espantoso materialismo, siente la necesidad de una razonada creencia espiritualista; él quiere creer a sabiendas, si puedo decirlo de esa manera. Estas son las causas de su enfermedad, si admitimos que hay enfermedad.
Decir que no hay nada en el fondo de este movimiento es una temeridad.
Un escritor, al que no tengo el honor de conocer, acaba de publicar un artículo muy meditado en el Écho de Sétif del 18 de septiembre. Él mismo confiesa que no conoce el Espiritismo. Investiga si es posible, si puede existir, y su investigación lo ha llevado a concluir que el Espiritismo no es imposible.
Sea como fuere, los Espíritas tienen hoy derecho a regocijarse, pues los hombres de élite están dispuestos a dedicar parte de sus estudios, a la búsqueda de lo que algunos llaman verdad y otros error.
En lo que a mí respecta, puedo dar fe de un hecho: es que he visto cosas que uno no puede creer sin haberlas visto.
Hay una parte muy ilustrada de la sociedad que no niega específicamente el hecho, pero afirma que las comunicaciones que uno recibe son directamente del infierno. Esto es lo que no puedo admitir ante comunicados como este: “Creed en Dios, creador y organizador de las esferas, amad a Dios, creador y protector de las almas… Galileo.”
El diablo no debe haber hablado siempre así; porque, si así fuera, los hombres le habrían dado una reputación que no habría merecido. Y si es cierto que le faltó el respeto a Dios, admitámoslo, realmente diluyó su vino.
Yo también estaba incrédulo, no podía convencerme, de que Dios jamás permitiría que nuestro Espíritu se comunicara, sin nuestro conocimiento, con el Espíritu de una persona viva; sin embargo, tuve que enfrentar los hechos. He pensado, y un durmiente me respondió claro, categórico; ningún sonido, ningún temblor ocurrió en mi cerebro. ¡El Espíritu del durmiente, por lo tanto, se correspondía con el mío sin mi conocimiento! Esto es lo que doy fe.
Antes de este descubrimiento, pensaba que Dios había puesto una barrera infranqueable entre el mundo material y el mundo espiritual. Me equivoqué, eso es todo. Y parece que cuanto más incrédulo era, más quería Dios desengañarme poniendo ante mis ojos hechos extraordinarios y evidentes.
Quería escribirme a mí mismo, para no ser mistificado por un tercero; mi mano nunca hizo el menor movimiento. Puse la pluma en la mano de un niño de catorce años, se durmió sin que yo lo deseara. Al ver esto, me retiré a mi jardín, con la convicción de que esta supuesta verdad era sólo un sueño; pero al volver a mi casa noté que el niño había escrito. Me acerqué a leer, y vi con gran sorpresa, que el niño había respondido a todos mis pensamientos. Todavía protestando, a pesar de este hecho, y queriendo confundir al durmiente, mentalmente hice una pregunta sobre historia antigua. Sin dudarlo, el durmiente respondió categóricamente.
Detengámonos aquí y presentemos brevemente algunas observaciones.
Supongamos que no hubo interferencia de los Espíritus de otro mundo, el hecho es que el Espíritu del durmiente y el mío estaban en perfecta correspondencia. He aquí, pues, un hecho, en mi opinión, que merece ser estudiado. Pero hay hombres tan sabios que no tienen más que estudiar y prefieren decirme que soy un loco.
Un loco, sí, pero luego veremos quién se equivoca.
Si hubiera pronunciado una sola palabra, si hubiera hecho la más mínima señal, no me habría rendido; pero no me moví, no hablé: ¡qué digo, no respiré!
¡Y bien! ¿Hay algún erudito que quiera hablarme sin decirme una palabra o sin escribirme? ¿Hay quien quiera traducir mi pensamiento sin conocerme, sin haberme visto? Y lo que es más fuerte, ¿no puedo engañarlo aun hablándole, y eso, sin que él lo sospeche? Esto no podría hacerse con el médium en cuestión. Lo intenté muchas veces, fallé.
Si me permite, le daré a continuación algunas de las comunicaciones que obtuve.
Continua …
Respuesta
a una pregunta sobre el Espiritismo desde el punto de vista religioso
La siguiente pregunta nos la ha dirigido una persona de Burdeos, a quien no tenemos el honor de conocer, y a la que hemos creído necesario responder por la Revista, para instrucción de todos:
“Leo en una de tus obras: “El espiritismo no se dirige a aquellos que tienen alguna fe religiosa, con el fin de desviarlos de ella, y a quienes esta fe les basta por su razón y su conciencia, sino a la numerosa categoría de los inciertos y de los incrédulos, etc.”
¡Oye! ¿porqué no? ¿No debería el Espiritismo, que es la verdad, dirigirse a todos? ¿A todos los que están en error? Sin embargo, los que creen en cualquier religión, protestante, judía, católica o cualquier otra, ¿no se equivocan? Allí están sin duda, ya que las diversas religiones, que hoy se profesan dan como verdades indiscutibles, y nos obligan a creer en cosas completamente falsas, o al menos en cosas que pueden provenir de fuentes verdaderas, pero completamente mal interpretadas. Si se prueba que las penas son sólo temporales, y Dios sabe que es un pequeño error confundir lo temporal con lo eterno, que el fuego del infierno es una ficción, y en lugar de una creación en seis días, son millones de siglos, etc.; si todo esto se prueba, digo, partiendo de este principio de que la verdad es una, las creencias a que dio lugar la interpretación tan falsa de estos dogmas no son ni más ni menos que falsas, pues una cosa es o no es; no hay término medio.
Por qué, entonces, el Espiritismo no debería dirigirse tanto a los que creen en tonterías, para disuadirlos de ello, ¿cómo a los que no creen en nada o dudan? Etc.”
Aprovechamos la carta de la que hemos extraído los pasajes anteriores, para recordar una vez más el fin esencial del Espiritismo, sobre el cual el autor de esta carta no parece estar completamente edificado.
Por las pruebas patentes que da de la existencia del alma y de la vida futura, bases de todas las religiones, es la negación del materialismo, y por tanto se dirige a los que niegan o dudan. Es bastante obvio que el que no cree en Dios ni en su alma no es ni católico, ni judío, ni protestante, cualquiera que sea la religión en que haya nacido, pues ni siquiera sería mahometano o budista; ahora, por la evidencia de los hechos, se le hace creer en la vida futura con todas sus consecuencias morales; le corresponde entonces adoptar el culto que mejor convenga a su razón o a su conciencia; pero ahí se detiene el papel del Espiritismo; toma las tres cuartas partes del camino; da el paso más difícil, el de la incredulidad, los demás hacen el resto.
Pero, el autor de la carta podrá decir, ¿si no me conviene ningún culto? ¡Y bien! Así que quédate como eres; El Espiritismo nada puede hacer al respecto; no se compromete a hacerte abrazar un culto a la fuerza, ni a discutirte el valor intrínseco de los dogmas de cada uno: lo deja a tu conciencia. Si lo que da el Espiritismo no os basta, buscad, entre todas las filosofías que existen, una doctrina que satisfaga mejor vuestras aspiraciones.
Los incrédulos y los escépticos forman una categoría inmensamente numerosa, y cuando el Espiritismo dice que no se dirige a aquellos que tienen alguna fe y para quienes esta fe es suficiente, quiere decir que no se impone a nadie y no viola ninguna conciencia. Dirigiéndose a los incrédulos, logra convencerlos por los medios que le son propios, por el razonamiento de que sabe que tiene acceso a su razón, ya que los otros han sido impotentes; en una palabra, tiene su método, con el que obtiene resultados bastante buenos todos los días; pero no tiene doctrina secreta; no dice a unos: abre los oídos, ya otros: ciérralos; habla a todos por medio de sus escritos, y todos son libres de adoptar o rechazar su manera de ver las cosas. De esta manera, hace creyentes fervorosos a los que eran incrédulos; eso es todo lo que quiere. A cualquiera que dijera: “Tengo mi fe y no quiero cambiarla; creo en la eternidad absoluta del dolor, en las llamas del infierno y en los demonios; hasta sigo creyendo que es el sol que gira porque la Biblia lo dice, y creo que mi salvación está a este precio”, responde el Espiritismo: “Guarda tus creencias, que te convienen; nadie trata de imponerte otras; no me dirijo a ti, ya que no me quieres; y en esto es fiel a su principio de respetar la libertad de conciencia. Si hay quienes creen estar en el error, son libres de mirar la luz, que alumbra para todos; aquellos que creen que tienen razón son libres de mirar hacia otro lado.
Una vez más, el Espiritismo tiene una meta de la cual no quiere ni debe desviarse; conoce el camino que debe conducirlo allí, y lo seguirá sin dejarse engañar por las sugestiones de los impacientes: todo llega a su tiempo, y querer ir demasiado rápido es muchas veces retroceder en lugar de avanzar.
Dos palabras más al autor de la carta: Nos parece que hemos hecho una falsa aplicación de este principio de que la verdad es una, al concluir que ciertos dogmas, como el de las penas futuras y el de la creación, han recibido una interpretación mala, todo debe estar mal en la religión. ¿No vemos todos los días que las mismas ciencias positivas reconocen ciertos errores de detalle, sin que la ciencia sea radicalmente falsa por ello? ¿No ha estado la Iglesia de acuerdo con la ciencia en ciertas creencias que una vez hizo artículos de fe? ¿No reconoce hoy la ley del movimiento de la tierra y la de los períodos geológicos de la creación, que había condenado como herejías? En cuanto a las llamas del infierno, toda la alta teología está de acuerdo en reconocer que es una figura, y que por eso debemos entender un fuego moral y no un fuego material. En varios otros puntos, las doctrinas también son menos absolutas que antes; de lo cual podemos concluir que un día, cediendo a la evidencia de los hechos y de las pruebas materiales, comprenderá la necesidad de una interpretación, en armonía con las leyes de la naturaleza, de algunos puntos aún controvertidos; porque ninguna creencia puede, de manera legítima o racional, prevalecer contra estas leyes. Dios no puede contradecirse estableciendo dogmas contrarios a sus leyes eternas e inmutables, y el hombre no puede pretender ponerse por encima de Dios decretando la nulidad de estas leyes. Ahora bien, la Iglesia, que ha comprendido esta verdad para ciertas cosas, la comprenderá también para otras, especialmente en lo que se refiere al Espiritismo, fundado en todos los aspectos sobre las leyes de la naturaleza, todavía mal comprendidas, pero que comprendemos cada día mejor.
Por lo tanto, no debemos apresurarnos a rechazar un todo, porque ciertas partes son oscuras o defectuosas, y creemos útil, a este respecto, recordar la fábula de: El Mono hembra, el Mono macho y la Nuez.
La siguiente pregunta nos la ha dirigido una persona de Burdeos, a quien no tenemos el honor de conocer, y a la que hemos creído necesario responder por la Revista, para instrucción de todos:
“Leo en una de tus obras: “El espiritismo no se dirige a aquellos que tienen alguna fe religiosa, con el fin de desviarlos de ella, y a quienes esta fe les basta por su razón y su conciencia, sino a la numerosa categoría de los inciertos y de los incrédulos, etc.”
¡Oye! ¿porqué no? ¿No debería el Espiritismo, que es la verdad, dirigirse a todos? ¿A todos los que están en error? Sin embargo, los que creen en cualquier religión, protestante, judía, católica o cualquier otra, ¿no se equivocan? Allí están sin duda, ya que las diversas religiones, que hoy se profesan dan como verdades indiscutibles, y nos obligan a creer en cosas completamente falsas, o al menos en cosas que pueden provenir de fuentes verdaderas, pero completamente mal interpretadas. Si se prueba que las penas son sólo temporales, y Dios sabe que es un pequeño error confundir lo temporal con lo eterno, que el fuego del infierno es una ficción, y en lugar de una creación en seis días, son millones de siglos, etc.; si todo esto se prueba, digo, partiendo de este principio de que la verdad es una, las creencias a que dio lugar la interpretación tan falsa de estos dogmas no son ni más ni menos que falsas, pues una cosa es o no es; no hay término medio.
Por qué, entonces, el Espiritismo no debería dirigirse tanto a los que creen en tonterías, para disuadirlos de ello, ¿cómo a los que no creen en nada o dudan? Etc.”
Aprovechamos la carta de la que hemos extraído los pasajes anteriores, para recordar una vez más el fin esencial del Espiritismo, sobre el cual el autor de esta carta no parece estar completamente edificado.
Por las pruebas patentes que da de la existencia del alma y de la vida futura, bases de todas las religiones, es la negación del materialismo, y por tanto se dirige a los que niegan o dudan. Es bastante obvio que el que no cree en Dios ni en su alma no es ni católico, ni judío, ni protestante, cualquiera que sea la religión en que haya nacido, pues ni siquiera sería mahometano o budista; ahora, por la evidencia de los hechos, se le hace creer en la vida futura con todas sus consecuencias morales; le corresponde entonces adoptar el culto que mejor convenga a su razón o a su conciencia; pero ahí se detiene el papel del Espiritismo; toma las tres cuartas partes del camino; da el paso más difícil, el de la incredulidad, los demás hacen el resto.
Pero, el autor de la carta podrá decir, ¿si no me conviene ningún culto? ¡Y bien! Así que quédate como eres; El Espiritismo nada puede hacer al respecto; no se compromete a hacerte abrazar un culto a la fuerza, ni a discutirte el valor intrínseco de los dogmas de cada uno: lo deja a tu conciencia. Si lo que da el Espiritismo no os basta, buscad, entre todas las filosofías que existen, una doctrina que satisfaga mejor vuestras aspiraciones.
Los incrédulos y los escépticos forman una categoría inmensamente numerosa, y cuando el Espiritismo dice que no se dirige a aquellos que tienen alguna fe y para quienes esta fe es suficiente, quiere decir que no se impone a nadie y no viola ninguna conciencia. Dirigiéndose a los incrédulos, logra convencerlos por los medios que le son propios, por el razonamiento de que sabe que tiene acceso a su razón, ya que los otros han sido impotentes; en una palabra, tiene su método, con el que obtiene resultados bastante buenos todos los días; pero no tiene doctrina secreta; no dice a unos: abre los oídos, ya otros: ciérralos; habla a todos por medio de sus escritos, y todos son libres de adoptar o rechazar su manera de ver las cosas. De esta manera, hace creyentes fervorosos a los que eran incrédulos; eso es todo lo que quiere. A cualquiera que dijera: “Tengo mi fe y no quiero cambiarla; creo en la eternidad absoluta del dolor, en las llamas del infierno y en los demonios; hasta sigo creyendo que es el sol que gira porque la Biblia lo dice, y creo que mi salvación está a este precio”, responde el Espiritismo: “Guarda tus creencias, que te convienen; nadie trata de imponerte otras; no me dirijo a ti, ya que no me quieres; y en esto es fiel a su principio de respetar la libertad de conciencia. Si hay quienes creen estar en el error, son libres de mirar la luz, que alumbra para todos; aquellos que creen que tienen razón son libres de mirar hacia otro lado.
Una vez más, el Espiritismo tiene una meta de la cual no quiere ni debe desviarse; conoce el camino que debe conducirlo allí, y lo seguirá sin dejarse engañar por las sugestiones de los impacientes: todo llega a su tiempo, y querer ir demasiado rápido es muchas veces retroceder en lugar de avanzar.
Dos palabras más al autor de la carta: Nos parece que hemos hecho una falsa aplicación de este principio de que la verdad es una, al concluir que ciertos dogmas, como el de las penas futuras y el de la creación, han recibido una interpretación mala, todo debe estar mal en la religión. ¿No vemos todos los días que las mismas ciencias positivas reconocen ciertos errores de detalle, sin que la ciencia sea radicalmente falsa por ello? ¿No ha estado la Iglesia de acuerdo con la ciencia en ciertas creencias que una vez hizo artículos de fe? ¿No reconoce hoy la ley del movimiento de la tierra y la de los períodos geológicos de la creación, que había condenado como herejías? En cuanto a las llamas del infierno, toda la alta teología está de acuerdo en reconocer que es una figura, y que por eso debemos entender un fuego moral y no un fuego material. En varios otros puntos, las doctrinas también son menos absolutas que antes; de lo cual podemos concluir que un día, cediendo a la evidencia de los hechos y de las pruebas materiales, comprenderá la necesidad de una interpretación, en armonía con las leyes de la naturaleza, de algunos puntos aún controvertidos; porque ninguna creencia puede, de manera legítima o racional, prevalecer contra estas leyes. Dios no puede contradecirse estableciendo dogmas contrarios a sus leyes eternas e inmutables, y el hombre no puede pretender ponerse por encima de Dios decretando la nulidad de estas leyes. Ahora bien, la Iglesia, que ha comprendido esta verdad para ciertas cosas, la comprenderá también para otras, especialmente en lo que se refiere al Espiritismo, fundado en todos los aspectos sobre las leyes de la naturaleza, todavía mal comprendidas, pero que comprendemos cada día mejor.
Por lo tanto, no debemos apresurarnos a rechazar un todo, porque ciertas partes son oscuras o defectuosas, y creemos útil, a este respecto, recordar la fábula de: El Mono hembra, el Mono macho y la Nuez.
Identidad
de un Espíritu encarnado
Nuestro colega Sr. Delanne, estando de viaje, nos transmite el siguiente relato, de la evocación que hizo, del Espíritu de su esposa, viva, que se quedó en París.
… El pasado 11 de diciembre, estando en Lille, evoqué el Espíritu de mi esposa a las once y media de la noche; me dijo que uno de sus parientes, por casualidad, se había acostado con ella. Este hecho me dejó en duda, no creyéndolo posible, cuando dos días después recibí una carta de ella confirmando la realidad de la cosa. Te envío nuestra entrevista, aunque no es nada especial, sino porque ofrece una clara prueba de identidad.
1. P. ¿Estás ahí, querida amiga? - R. Sí, mi gordo. (Es su término favorito.)
2. P. ¿Puedes ver los objetos a mi alrededor? — R. Puedo verlos claramente. Estoy feliz de estar contigo. ¡Espero que estés bien abrigado! (Eran las once y media; acababa de llegar de Arras; no había fuego en la habitación; iba envuelto en mi abrigo de viaje y ni siquiera me había quitado la bufanda.)
3. P. ¿Estás feliz de haber venido sin tu cuerpo? — R. Sí, amigo mío; te lo agradezco. Tengo mi cuerpo fluídico, mi periespíritu.
4. P. ¿Me estás haciendo escribir y cuál es tu posición? — R. Hacia ti; ciertamente que a tu mano le sigue costando caminar.
5. P. ¿Estás dormida? — R. No, todavía no muy bien.
6. P. ¿Tu cuerpo te está frenando? – R. Sí, siento que me frena. Mi cuerpo está un poco enfermo, pero mi Espíritu no sufre.
7. P. ¿Tuvisteis la intuición durante el día de que la evocaría esta tarde? — R. No, y sin embargo no puedo definir qué me dijo que te vería. (En este momento tuve un ataque de tos.) Todavía estás tosiendo, amigo; cuídate un poco.
8. P. ¿Puedes ver mi periespíritu? — R. No, sólo puedo distinguir tu cuerpo material.
9. P. ¿Te sientes más libre y mejor que con tu cuerpo? — R. Sí, porque ya no sufro. (En una carta posterior supe que, efectivamente, había estado indispuesta.)
10. P. ¿Ves Espíritus a mi alrededor? — R. No; sin embargo, tengo muchas ganas de verlos.
11. P. ¿Tienes miedo de estar sola en casa? — R. Adele está conmigo. (Esta persona, pariente nuestra, nunca duerme en casa; la vemos muy pocas veces.)
12. P. ¿Cómo es que Adele está contigo? ¿Está durmiendo contigo? — R. Sí, por casualidad.
13. P. ¿Eres realmente tú, mi querida esposa, quien me habla? — R. Sí, amigo; soy yo.
14. P. ¿Puedes ver claramente aquí? — R. Sí, todo irradia mejor que tu débil luz. (Solo tenía una vela en un dormitorio grande).
15. P. ¿Me comunicas por intuición o mecánicamente? — R. Golpeo más particularmente en tu cerebro que está preparado para recibir más fácilmente, pero a pesar de eso dirijo tu mano al mismo tiempo.
16. P. ¿Cómo ves que mi cerebro está apto para recibir comunicaciones Espíritas? — R. Es por el desarrollo que han adquirido recientemente vuestros órganos, lo que prueba que era necesario... (En este momento suena la medianoche y el Espíritu se detiene.)
17. P. ¿Oyes los sonidos del reloj? — R. Sí, pero todavía me llama la atención este sonido inusual; es como la música celestial que escuché en el sueño que te conté. (En efecto, algún tiempo antes de mi partida había tenido un sueño delicioso en el que había oído una armonía sin igual. En ese momento, ciertamente yo no estaba pensando en este sueño, que había olvidado por completo; no podría ser, por tanto, el reflejo de mi pensamiento; pues, como nadie más lo sabía, y yo estaba solo en ese momento, vi en esta revelación espontánea una nueva prueba de la identidad del Espíritu de mi esposa. espontáneamente completa la frase comenzada arriba.)
… mucha potencia en tan poco tiempo.
18. P. ¿Quieres que invoque a mi ángel de la guarda para comprobar tu identidad? ¿Te molestará? — R. Puedes hacerlo.
19. P. (A mi ángel de la guarda.) ¿Es realmente el Espíritu de mi mujer que me acaba de hablar? — R. Es tu mujer la que te habla y se alegra de verte.
20. P. (A mi mujer.) ¿Has visto a mi ángel de la guarda? — R. Sí, resplandece de luz; simplemente apareció y desapareció.
21. P. ¿Te vio él mismo? — R. Sí, me miró con ojos de clemencia celestial; y yo, toda confundida, me incliné. Adiós, mi gordo, me siento obligada a dejarte.
Observación. Si este control se hubiera limitado a la respuesta del ángel de la guarda, habría sido del todo insuficiente, pues habría sido necesario controlar a su vez la identidad del ángel de la guarda, cuyo nombre perfectamente podría haber usurpado un Espíritu engañoso. No hay nada en su simple afirmación que revele su calidad. En tal caso, siempre es preferible que lo revise un médium extraño que no esté bajo la misma influencia; invocar uno mismo un Espíritu para controlar a otro no siempre ofrece suficiente garantía, sobre todo si se pide permiso a aquel de quien se sospecha. En la circunstancia de que se trata, la encontramos en la descripción que el Espíritu da del ángel de la guarda; un Espíritu engañoso no podría haber asumido este aspecto celestial; se reconoce, además, en todas sus respuestas, un carácter de verdad que el engaño no puede simular.
Próxima sesión vespertina.
22. P. ¿Estás ahí? — R. Sí; te diré lo que te preocupa; es Adela. ¡Y bien! sí; en realidad durmió conmigo, lo juro.
23. P. ¿Tu cuerpo está mejor? — R. Sí; no fue nada.
24. P. ¿Ves algún Espíritu hacia ti hoy? — R. No veo nada todavía, pero siento a alguien, porque me preocupa mucho estar sola.
25. P. Reza, mi buena amiga, y quizás te vaya mejor. — R. Sí, eso es lo que voy a hacer. Di conmigo: “Dios mío, grande y justo, por favor bendícenos y absuélvenos de nuestras iniquidades; da gracias a tus hijos que te aman; dígnate inspirarlos con tus virtudes, y concédeles la gracia insigne de ser un día contado entre tus elegidos. Que los dolores terrenales no les parezcan nada comparados con la felicidad que tú reservas para los que te aman sinceramente. Absuélvenos, Señor, y continúa tus beneficios para con nosotros por la divina intercesión de la pura y angélica Santa María, madre de los pecadores y misericordia encarnada. “
Observación. Esta oración improvisada por el Espíritu es conmovedoramente sencilla. El Sr. Delanne sólo conocía el hecho de Adele, por lo que le había dicho el Espíritu de su esposa, y fue este hecho lo que le infundió dudas; después de haberle escrito sobre este tema, recibió la siguiente respuesta:
“…Adele vino ayer por la tarde, por casualidad; la insté a que se quedara, no por miedo, me río, sino por tenerla conmigo; ves muy bien que se quedó en la cama conmigo. He estado un poco preocupada las últimas dos noches; sentí una especie de inquietud de la que no era plenamente consciente; era como una fuerza invencible que me obligaba a dormir; estaba como aniquilada; ¡pero estoy tan feliz de haber ido a ti! …”
Nuestro colega Sr. Delanne, estando de viaje, nos transmite el siguiente relato, de la evocación que hizo, del Espíritu de su esposa, viva, que se quedó en París.
… El pasado 11 de diciembre, estando en Lille, evoqué el Espíritu de mi esposa a las once y media de la noche; me dijo que uno de sus parientes, por casualidad, se había acostado con ella. Este hecho me dejó en duda, no creyéndolo posible, cuando dos días después recibí una carta de ella confirmando la realidad de la cosa. Te envío nuestra entrevista, aunque no es nada especial, sino porque ofrece una clara prueba de identidad.
1. P. ¿Estás ahí, querida amiga? - R. Sí, mi gordo. (Es su término favorito.)
2. P. ¿Puedes ver los objetos a mi alrededor? — R. Puedo verlos claramente. Estoy feliz de estar contigo. ¡Espero que estés bien abrigado! (Eran las once y media; acababa de llegar de Arras; no había fuego en la habitación; iba envuelto en mi abrigo de viaje y ni siquiera me había quitado la bufanda.)
3. P. ¿Estás feliz de haber venido sin tu cuerpo? — R. Sí, amigo mío; te lo agradezco. Tengo mi cuerpo fluídico, mi periespíritu.
4. P. ¿Me estás haciendo escribir y cuál es tu posición? — R. Hacia ti; ciertamente que a tu mano le sigue costando caminar.
5. P. ¿Estás dormida? — R. No, todavía no muy bien.
6. P. ¿Tu cuerpo te está frenando? – R. Sí, siento que me frena. Mi cuerpo está un poco enfermo, pero mi Espíritu no sufre.
7. P. ¿Tuvisteis la intuición durante el día de que la evocaría esta tarde? — R. No, y sin embargo no puedo definir qué me dijo que te vería. (En este momento tuve un ataque de tos.) Todavía estás tosiendo, amigo; cuídate un poco.
8. P. ¿Puedes ver mi periespíritu? — R. No, sólo puedo distinguir tu cuerpo material.
9. P. ¿Te sientes más libre y mejor que con tu cuerpo? — R. Sí, porque ya no sufro. (En una carta posterior supe que, efectivamente, había estado indispuesta.)
10. P. ¿Ves Espíritus a mi alrededor? — R. No; sin embargo, tengo muchas ganas de verlos.
11. P. ¿Tienes miedo de estar sola en casa? — R. Adele está conmigo. (Esta persona, pariente nuestra, nunca duerme en casa; la vemos muy pocas veces.)
12. P. ¿Cómo es que Adele está contigo? ¿Está durmiendo contigo? — R. Sí, por casualidad.
13. P. ¿Eres realmente tú, mi querida esposa, quien me habla? — R. Sí, amigo; soy yo.
14. P. ¿Puedes ver claramente aquí? — R. Sí, todo irradia mejor que tu débil luz. (Solo tenía una vela en un dormitorio grande).
15. P. ¿Me comunicas por intuición o mecánicamente? — R. Golpeo más particularmente en tu cerebro que está preparado para recibir más fácilmente, pero a pesar de eso dirijo tu mano al mismo tiempo.
16. P. ¿Cómo ves que mi cerebro está apto para recibir comunicaciones Espíritas? — R. Es por el desarrollo que han adquirido recientemente vuestros órganos, lo que prueba que era necesario... (En este momento suena la medianoche y el Espíritu se detiene.)
17. P. ¿Oyes los sonidos del reloj? — R. Sí, pero todavía me llama la atención este sonido inusual; es como la música celestial que escuché en el sueño que te conté. (En efecto, algún tiempo antes de mi partida había tenido un sueño delicioso en el que había oído una armonía sin igual. En ese momento, ciertamente yo no estaba pensando en este sueño, que había olvidado por completo; no podría ser, por tanto, el reflejo de mi pensamiento; pues, como nadie más lo sabía, y yo estaba solo en ese momento, vi en esta revelación espontánea una nueva prueba de la identidad del Espíritu de mi esposa. espontáneamente completa la frase comenzada arriba.)
… mucha potencia en tan poco tiempo.
18. P. ¿Quieres que invoque a mi ángel de la guarda para comprobar tu identidad? ¿Te molestará? — R. Puedes hacerlo.
19. P. (A mi ángel de la guarda.) ¿Es realmente el Espíritu de mi mujer que me acaba de hablar? — R. Es tu mujer la que te habla y se alegra de verte.
20. P. (A mi mujer.) ¿Has visto a mi ángel de la guarda? — R. Sí, resplandece de luz; simplemente apareció y desapareció.
21. P. ¿Te vio él mismo? — R. Sí, me miró con ojos de clemencia celestial; y yo, toda confundida, me incliné. Adiós, mi gordo, me siento obligada a dejarte.
Observación. Si este control se hubiera limitado a la respuesta del ángel de la guarda, habría sido del todo insuficiente, pues habría sido necesario controlar a su vez la identidad del ángel de la guarda, cuyo nombre perfectamente podría haber usurpado un Espíritu engañoso. No hay nada en su simple afirmación que revele su calidad. En tal caso, siempre es preferible que lo revise un médium extraño que no esté bajo la misma influencia; invocar uno mismo un Espíritu para controlar a otro no siempre ofrece suficiente garantía, sobre todo si se pide permiso a aquel de quien se sospecha. En la circunstancia de que se trata, la encontramos en la descripción que el Espíritu da del ángel de la guarda; un Espíritu engañoso no podría haber asumido este aspecto celestial; se reconoce, además, en todas sus respuestas, un carácter de verdad que el engaño no puede simular.
Próxima sesión vespertina.
22. P. ¿Estás ahí? — R. Sí; te diré lo que te preocupa; es Adela. ¡Y bien! sí; en realidad durmió conmigo, lo juro.
23. P. ¿Tu cuerpo está mejor? — R. Sí; no fue nada.
24. P. ¿Ves algún Espíritu hacia ti hoy? — R. No veo nada todavía, pero siento a alguien, porque me preocupa mucho estar sola.
25. P. Reza, mi buena amiga, y quizás te vaya mejor. — R. Sí, eso es lo que voy a hacer. Di conmigo: “Dios mío, grande y justo, por favor bendícenos y absuélvenos de nuestras iniquidades; da gracias a tus hijos que te aman; dígnate inspirarlos con tus virtudes, y concédeles la gracia insigne de ser un día contado entre tus elegidos. Que los dolores terrenales no les parezcan nada comparados con la felicidad que tú reservas para los que te aman sinceramente. Absuélvenos, Señor, y continúa tus beneficios para con nosotros por la divina intercesión de la pura y angélica Santa María, madre de los pecadores y misericordia encarnada. “
Observación. Esta oración improvisada por el Espíritu es conmovedoramente sencilla. El Sr. Delanne sólo conocía el hecho de Adele, por lo que le había dicho el Espíritu de su esposa, y fue este hecho lo que le infundió dudas; después de haberle escrito sobre este tema, recibió la siguiente respuesta:
“…Adele vino ayer por la tarde, por casualidad; la insté a que se quedara, no por miedo, me río, sino por tenerla conmigo; ves muy bien que se quedó en la cama conmigo. He estado un poco preocupada las últimas dos noches; sentí una especie de inquietud de la que no era plenamente consciente; era como una fuerza invencible que me obligaba a dormir; estaba como aniquilada; ¡pero estoy tan feliz de haber ido a ti! …”
La
barbarie en la civilización
Horrible tortura de un negro
Una carta de Nueva York, fechada el 5 de noviembre, a Courts Gazette, contiene los siguientes detalles de una horrible tragedia que tuvo lugar en Dalton, condado de Caroline, Maryland:
“Recientemente habíamos arrestado a un joven negro acusado de agresión indecente a la persona de una niña blanca. Graves sospechas pesaban sobre él. La niña, que fue objeto de su violencia criminal, declaró que lo reconoció perfectamente. El acusado había sido encerrado en la prisión de Dalton. Apenas había estado allí unas horas cuando una gran multitud, lanzando gritos de ira y venganza, exigió que se le entregara al infortunado negro.
Los representantes del orden y de la autoridad, viendo que les sería imposible defender a su prisionero, por la fuerza, contra esta multitud irritada, trataron en vano, con los discursos más apremiantes, de calmarla. Los silbidos saludaron sus palabras a favor de la ley y la justicia ordinaria.
La gente, cuyo número seguía creciendo, comenzó a tirar piedras a la prisión. Se dispararon algunos tiros de revólver contra los agentes del orden, pero ninguna bala los alcanzó. Al darse cuenta de que la resistencia era imposible de su parte, abrieron las puertas de la prisión. La multitud, después de haber lanzado una inmensa ovación en señal de satisfacción, se precipita allí con furia. Ella agarra al prisionero y lo arrastra, en medio de los gritos de ira de los asistentes y las súplicas de la víctima, en medio de la plaza principal del pueblo.
Inmediatamente se nombra un jurado. Después de haber examinado, por la forma, los hechos del juicio, declara culpable al acusado y lo condena a la horca sin demora. Inmediatamente se ata una cuerda a un árbol y, hecho esto, se lleva a cabo la ejecución. El negro, mientras su cuerpo se debatía en las convulsiones de la agonía, era blanco de los insultos y violencias de los espectadores. Le dispararon varios tiros de pistola y contribuyeron a aumentar las torturas de su muerte.
La multitud, ebria de ira y venganza, no esperó a que el cuerpo estuviera completamente inmóvil para desatarlo de la cuerda. Hizo desfilar su innoble trofeo por las calles de Dalton. Hombres y mujeres, los propios niños aplaudieron los ultrajes prodigados sobre el cadáver del joven negro.
Pero no hubo que detener la furia del pueblo. Después de haber atravesado el pueblo de Dalton en todas direcciones, pasó frente a una iglesia de negros. Allí se levantó una gran pira, y después de haber cortado y mutilado el cadáver, la multitud arrojó, en medio de las más ruidosas demostraciones de júbilo, los miembros y los pedazos de carne a las llamas”.
Este relato dio lugar a la siguiente pregunta propuesta en la Sociedad Espírita de París, el 28 de noviembre de 1862:
“Es comprensible que entre los pueblos civilizados se encuentren ejemplos aislados e individuales de ferocidad; y el Espiritismo da la explicación diciendo que provienen de Espíritus inferiores, de algún modo descarriados en una sociedad más avanzada; pero luego estos individuos, a lo largo de sus vidas, han revelado la bajeza de sus instintos. Lo que es más difícil de comprender, es que toda una población, que ha dado prueba de la superioridad de su inteligencia, y aun en otras circunstancias de sentimientos de humanidad, que profesa una religión de mansedumbre y de paz, pueda ser presa de tal vértigo sanguinario, y festejar con furia salvaje las torturas de una víctima. Hay un problema moral sobre el cual pediremos a los Espíritus que tengan la bondad de darnos una instrucción”.
Sociedad Espírita de París, 28 de noviembre de 1862. - Médium, Sr. A. de B...
La sangre derramada en los países renombrados, hasta el día de hoy, por sus tendencias al progreso humano, es lluvia de maldición, y la ira del Dios justo no podía tardar más en pesar sobre la morada, donde con tanta frecuencia, ocurre abominaciones como la que vosotros acabó de escuchar leer. En vano tratamos de ocultar las consecuencias que necesariamente conllevan; en vano queremos atenuar el alcance del delito; si es horrible por sí mismo, no lo es menos por la intención que le hizo cometer con tan horribles refinamientos, con tan bestial implacabilidad. ¡Interés! ¡interés humano! Los placeres sensuales, las satisfacciones de la soberbia y de la vanidad fueron allí, de nuevo, el motivo como en cualquier otra ocasión, y las mismas causas darán lugar a efectos similares, causas, a su vez, de los efectos de la cólera celestial, con que se amenazan tantas iniquidades. ¿Creéis que no hay progreso real sino el de la industria, de todos los recursos y de todas las artes que tienden a amortiguar los rigores de la vida material y a aumentar los goces de que queremos saciarnos? No; este no es sólo el progreso necesario para la elevación de los Espíritus, que son humanos sólo temporalmente, y sólo deben dar a las cosas humanas el interés secundario que merecen. El perfeccionamiento del corazón, de las luces de la conciencia; la difusión del sentimiento de solidaridad universal de los seres, del de fraternidad entre los humanos, son las únicas marcas auténticas que distinguen a un pueblo en la marcha del progreso general. Sólo por estas características una nación puede ser reconocida como la más avanzada. Pero aquellas que aún albergan en su pecho sentimientos de orgullo exclusivo, y ven la otra porción de la humanidad sólo como una raza servil, hecha para obedecer y sufrir, esos experimentarán, no lo duden, la nada de sus pretensiones y el peso de la venganza del cielo.
Tu padre, V. de B.
Horrible tortura de un negro
Una carta de Nueva York, fechada el 5 de noviembre, a Courts Gazette, contiene los siguientes detalles de una horrible tragedia que tuvo lugar en Dalton, condado de Caroline, Maryland:
“Recientemente habíamos arrestado a un joven negro acusado de agresión indecente a la persona de una niña blanca. Graves sospechas pesaban sobre él. La niña, que fue objeto de su violencia criminal, declaró que lo reconoció perfectamente. El acusado había sido encerrado en la prisión de Dalton. Apenas había estado allí unas horas cuando una gran multitud, lanzando gritos de ira y venganza, exigió que se le entregara al infortunado negro.
Los representantes del orden y de la autoridad, viendo que les sería imposible defender a su prisionero, por la fuerza, contra esta multitud irritada, trataron en vano, con los discursos más apremiantes, de calmarla. Los silbidos saludaron sus palabras a favor de la ley y la justicia ordinaria.
La gente, cuyo número seguía creciendo, comenzó a tirar piedras a la prisión. Se dispararon algunos tiros de revólver contra los agentes del orden, pero ninguna bala los alcanzó. Al darse cuenta de que la resistencia era imposible de su parte, abrieron las puertas de la prisión. La multitud, después de haber lanzado una inmensa ovación en señal de satisfacción, se precipita allí con furia. Ella agarra al prisionero y lo arrastra, en medio de los gritos de ira de los asistentes y las súplicas de la víctima, en medio de la plaza principal del pueblo.
Inmediatamente se nombra un jurado. Después de haber examinado, por la forma, los hechos del juicio, declara culpable al acusado y lo condena a la horca sin demora. Inmediatamente se ata una cuerda a un árbol y, hecho esto, se lleva a cabo la ejecución. El negro, mientras su cuerpo se debatía en las convulsiones de la agonía, era blanco de los insultos y violencias de los espectadores. Le dispararon varios tiros de pistola y contribuyeron a aumentar las torturas de su muerte.
La multitud, ebria de ira y venganza, no esperó a que el cuerpo estuviera completamente inmóvil para desatarlo de la cuerda. Hizo desfilar su innoble trofeo por las calles de Dalton. Hombres y mujeres, los propios niños aplaudieron los ultrajes prodigados sobre el cadáver del joven negro.
Pero no hubo que detener la furia del pueblo. Después de haber atravesado el pueblo de Dalton en todas direcciones, pasó frente a una iglesia de negros. Allí se levantó una gran pira, y después de haber cortado y mutilado el cadáver, la multitud arrojó, en medio de las más ruidosas demostraciones de júbilo, los miembros y los pedazos de carne a las llamas”.
Este relato dio lugar a la siguiente pregunta propuesta en la Sociedad Espírita de París, el 28 de noviembre de 1862:
“Es comprensible que entre los pueblos civilizados se encuentren ejemplos aislados e individuales de ferocidad; y el Espiritismo da la explicación diciendo que provienen de Espíritus inferiores, de algún modo descarriados en una sociedad más avanzada; pero luego estos individuos, a lo largo de sus vidas, han revelado la bajeza de sus instintos. Lo que es más difícil de comprender, es que toda una población, que ha dado prueba de la superioridad de su inteligencia, y aun en otras circunstancias de sentimientos de humanidad, que profesa una religión de mansedumbre y de paz, pueda ser presa de tal vértigo sanguinario, y festejar con furia salvaje las torturas de una víctima. Hay un problema moral sobre el cual pediremos a los Espíritus que tengan la bondad de darnos una instrucción”.
Sociedad Espírita de París, 28 de noviembre de 1862. - Médium, Sr. A. de B...
La sangre derramada en los países renombrados, hasta el día de hoy, por sus tendencias al progreso humano, es lluvia de maldición, y la ira del Dios justo no podía tardar más en pesar sobre la morada, donde con tanta frecuencia, ocurre abominaciones como la que vosotros acabó de escuchar leer. En vano tratamos de ocultar las consecuencias que necesariamente conllevan; en vano queremos atenuar el alcance del delito; si es horrible por sí mismo, no lo es menos por la intención que le hizo cometer con tan horribles refinamientos, con tan bestial implacabilidad. ¡Interés! ¡interés humano! Los placeres sensuales, las satisfacciones de la soberbia y de la vanidad fueron allí, de nuevo, el motivo como en cualquier otra ocasión, y las mismas causas darán lugar a efectos similares, causas, a su vez, de los efectos de la cólera celestial, con que se amenazan tantas iniquidades. ¿Creéis que no hay progreso real sino el de la industria, de todos los recursos y de todas las artes que tienden a amortiguar los rigores de la vida material y a aumentar los goces de que queremos saciarnos? No; este no es sólo el progreso necesario para la elevación de los Espíritus, que son humanos sólo temporalmente, y sólo deben dar a las cosas humanas el interés secundario que merecen. El perfeccionamiento del corazón, de las luces de la conciencia; la difusión del sentimiento de solidaridad universal de los seres, del de fraternidad entre los humanos, son las únicas marcas auténticas que distinguen a un pueblo en la marcha del progreso general. Sólo por estas características una nación puede ser reconocida como la más avanzada. Pero aquellas que aún albergan en su pecho sentimientos de orgullo exclusivo, y ven la otra porción de la humanidad sólo como una raza servil, hecha para obedecer y sufrir, esos experimentarán, no lo duden, la nada de sus pretensiones y el peso de la venganza del cielo.
Disertaciones Espíritas
Se
acerca el invierno (Sociedad Espírita de París, 27 de diciembre de 1862. -
Médium, Sr. Leymarie)
Mis buenos amigos, cuando llega el frío y falta todo a la buena gente, ¿por qué no he de venir yo, yo, vuestro antiguo compañero de estudios, a recordaros nuestra consigna, la palabra caridad? Da, da todo lo que tu corazón pueda dar, en palabras, en consuelos, en cuidados benévolos. El amor de Dios está en vosotros, si sabéis, como fervientes Espíritas, cumplir el mandato que os ha delegado.
En los momentos libres, cuando el trabajo os deje descansar, buscad al que sufre moral o corporalmente; a uno da esta fuerza que consuela y aumenta el espíritu, a otro da lo que sostiene y silencia, ya sea las aprensiones de la madre cuyos brazos están ociosos, o la queja del niño que pide pan.
Han llegado las heladas, una brisa fría hace rodar el polvo: hasta pronto nieve. Esta es la hora en que debéis caminar y buscar. Cuántos pobres vergonzosos se esconden y gimen en secreto, especialmente el pobre hombre que vive en la sombra, que tiene todas las aspiraciones y carece de las primeras necesidades. Por esto, amigos míos, obrad sabiamente; que tu mano alivie y sane, pero también que la voz del corazón presente delicadamente el óbolo que puede herir dolorosamente la autoestima de un hombre de buena cuna. Es necesario, repito, dar, pero saber dar bien; Dios, el dador de todo, esconde sus tesoros, sus espigas, sus flores y sus frutos, y sin embargo sus dones, que secreta y laboriosamente han germinado en la savia del tronco y del tallo, llegan a nosotros sin que sintamos la mano que los dispensó. Haz como Dios, imítalo, y serás bendecido.
¡Vaya! ¡Qué bueno y hermoso es ser útil y caritativo, saber levantarse levantando a los demás, olvidar las pequeñas necesidades egoístas de la vida para practicar la atribución más noble de la humanidad, la que nos hace verdaderos hijos del Creador!
¡Y qué lección para los tuyos! Tus hijos te imitan; vuestro ejemplo está dando fruto, porque toda rama bien injertada es abundancia. El futuro espiritual de la familia siempre depende de la forma que deis a todos vuestros actos.
Te digo, y no puedo repetirlo lo suficiente, ganas espiritualmente si das y consuelas; porque Dios os dará y consolará en su reino que no es de este mundo. En él, la familia que honra y bendice a su líder inteligente, en esa parcela de realeza que Dios le ha dejado, es un alivio de todas las penas que trae la vida.
Adiós, amigos míos, sed todo amor, todo caridad.
Sansón.
Mis buenos amigos, cuando llega el frío y falta todo a la buena gente, ¿por qué no he de venir yo, yo, vuestro antiguo compañero de estudios, a recordaros nuestra consigna, la palabra caridad? Da, da todo lo que tu corazón pueda dar, en palabras, en consuelos, en cuidados benévolos. El amor de Dios está en vosotros, si sabéis, como fervientes Espíritas, cumplir el mandato que os ha delegado.
En los momentos libres, cuando el trabajo os deje descansar, buscad al que sufre moral o corporalmente; a uno da esta fuerza que consuela y aumenta el espíritu, a otro da lo que sostiene y silencia, ya sea las aprensiones de la madre cuyos brazos están ociosos, o la queja del niño que pide pan.
Han llegado las heladas, una brisa fría hace rodar el polvo: hasta pronto nieve. Esta es la hora en que debéis caminar y buscar. Cuántos pobres vergonzosos se esconden y gimen en secreto, especialmente el pobre hombre que vive en la sombra, que tiene todas las aspiraciones y carece de las primeras necesidades. Por esto, amigos míos, obrad sabiamente; que tu mano alivie y sane, pero también que la voz del corazón presente delicadamente el óbolo que puede herir dolorosamente la autoestima de un hombre de buena cuna. Es necesario, repito, dar, pero saber dar bien; Dios, el dador de todo, esconde sus tesoros, sus espigas, sus flores y sus frutos, y sin embargo sus dones, que secreta y laboriosamente han germinado en la savia del tronco y del tallo, llegan a nosotros sin que sintamos la mano que los dispensó. Haz como Dios, imítalo, y serás bendecido.
¡Vaya! ¡Qué bueno y hermoso es ser útil y caritativo, saber levantarse levantando a los demás, olvidar las pequeñas necesidades egoístas de la vida para practicar la atribución más noble de la humanidad, la que nos hace verdaderos hijos del Creador!
¡Y qué lección para los tuyos! Tus hijos te imitan; vuestro ejemplo está dando fruto, porque toda rama bien injertada es abundancia. El futuro espiritual de la familia siempre depende de la forma que deis a todos vuestros actos.
Te digo, y no puedo repetirlo lo suficiente, ganas espiritualmente si das y consuelas; porque Dios os dará y consolará en su reino que no es de este mundo. En él, la familia que honra y bendice a su líder inteligente, en esa parcela de realeza que Dios le ha dejado, es un alivio de todas las penas que trae la vida.
Adiós, amigos míos, sed todo amor, todo caridad.
La
ley del progreso - Lyon, 17 de septiembre de 1862. – Médium, Sr. Émile V…
Nota. — Esta comunicación fue obtenida durante la sesión general presidida por el señor Allan Kardec.
Parece, si consideramos a la humanidad en su estado primitivo y en su estado actual, cuando su primera aparición en la tierra marcó su punto de partida, y ahora que ha recorrido parte del camino hacia la perfección, parece, digo, que todo bien, todo progreso, toda filosofía, en fin, sólo puede nacer de lo que le es contrario.
En efecto, toda formación es producto de una reacción, así como todo efecto es engendrado por una causa. Todos los fenómenos morales, todas las formaciones inteligentes, se deben a una perturbación momentánea de la inteligencia misma. Solamente, en la inteligencia, debemos considerar dos principios: uno inmutable, esencialmente bueno, eterno como todo lo que es infinito; la otra temporal, momentánea y que es sólo el agente empleado para producir la reacción, de la que cada vez surge, el progreso de los hombres.
El progreso abarca el universo por la eternidad, y nunca está más extendido que cuando se concentra en cualquier punto. No podéis considerar con una sola mirada la inmensidad que vive, en consecuencia, que progresa; pero mira a tu alrededor; que ves ahí.
En ciertas épocas, se puede decir en momentos previstos, señalados, surge un hombre que abre un nuevo camino, que escarpa las áridas rocas con las que siempre está sembrado el conocido mundo de la inteligencia. Este hombre es a menudo el más bajo entre los humildes, entre los pequeños, y sin embargo penetra en las altas esferas de lo desconocido. Se arma de valor, porque lo necesita para luchar mano a mano con los prejuicios, con las costumbres heredadas; lo necesita para superar los obstáculos que la mala fe siembra bajo sus pies, pues mientras quedan prejuicios que derribar, quedan abusos e interesados en los abusos; lo necesita, porque debe luchar al mismo tiempo contra las necesidades materiales de su personalidad, y su victoria, en este caso, es la mejor prueba de su misión y de su predestinación.
Llegado a este punto donde la luz escapa con bastante fuerza del círculo del que es el centro, todos los ojos están puestos en él; asimila todo el principio inteligente y bueno; reforma, regenera el principio contrario, a pesar de los prejuicios, de la mala fe, a pesar de las necesidades, llega a su fin, hace pasar un grado a la humanidad, hace saber lo que no se sabía.
Este hecho ya se ha repetido muchas veces, y se repetirá muchas veces, antes de que la tierra haya adquirido el grado de perfección que conviene a su naturaleza. Pero cuantas veces sea necesario, Dios proveerá la semilla y el arado. Este labrador es cada hombre en particular, como cada uno de los genios que lo ilustran con una ciencia a menudo sobrehumana. En todo tiempo han existido estos focos de luz, estos puntos de reunión, y el deber de todos es acercarse, ayudar y proteger a los apóstoles de la verdad. Esto es lo que viene a decir nuevamente el Espiritismo.
Apresuraos, pues, todos los que sois hermanos en la caridad; apúrate, y la felicidad prometida a la perfección te será concedida mucho antes.
Espíritu protector.
Nota. — Esta comunicación fue obtenida durante la sesión general presidida por el señor Allan Kardec.
Parece, si consideramos a la humanidad en su estado primitivo y en su estado actual, cuando su primera aparición en la tierra marcó su punto de partida, y ahora que ha recorrido parte del camino hacia la perfección, parece, digo, que todo bien, todo progreso, toda filosofía, en fin, sólo puede nacer de lo que le es contrario.
En efecto, toda formación es producto de una reacción, así como todo efecto es engendrado por una causa. Todos los fenómenos morales, todas las formaciones inteligentes, se deben a una perturbación momentánea de la inteligencia misma. Solamente, en la inteligencia, debemos considerar dos principios: uno inmutable, esencialmente bueno, eterno como todo lo que es infinito; la otra temporal, momentánea y que es sólo el agente empleado para producir la reacción, de la que cada vez surge, el progreso de los hombres.
El progreso abarca el universo por la eternidad, y nunca está más extendido que cuando se concentra en cualquier punto. No podéis considerar con una sola mirada la inmensidad que vive, en consecuencia, que progresa; pero mira a tu alrededor; que ves ahí.
En ciertas épocas, se puede decir en momentos previstos, señalados, surge un hombre que abre un nuevo camino, que escarpa las áridas rocas con las que siempre está sembrado el conocido mundo de la inteligencia. Este hombre es a menudo el más bajo entre los humildes, entre los pequeños, y sin embargo penetra en las altas esferas de lo desconocido. Se arma de valor, porque lo necesita para luchar mano a mano con los prejuicios, con las costumbres heredadas; lo necesita para superar los obstáculos que la mala fe siembra bajo sus pies, pues mientras quedan prejuicios que derribar, quedan abusos e interesados en los abusos; lo necesita, porque debe luchar al mismo tiempo contra las necesidades materiales de su personalidad, y su victoria, en este caso, es la mejor prueba de su misión y de su predestinación.
Llegado a este punto donde la luz escapa con bastante fuerza del círculo del que es el centro, todos los ojos están puestos en él; asimila todo el principio inteligente y bueno; reforma, regenera el principio contrario, a pesar de los prejuicios, de la mala fe, a pesar de las necesidades, llega a su fin, hace pasar un grado a la humanidad, hace saber lo que no se sabía.
Este hecho ya se ha repetido muchas veces, y se repetirá muchas veces, antes de que la tierra haya adquirido el grado de perfección que conviene a su naturaleza. Pero cuantas veces sea necesario, Dios proveerá la semilla y el arado. Este labrador es cada hombre en particular, como cada uno de los genios que lo ilustran con una ciencia a menudo sobrehumana. En todo tiempo han existido estos focos de luz, estos puntos de reunión, y el deber de todos es acercarse, ayudar y proteger a los apóstoles de la verdad. Esto es lo que viene a decir nuevamente el Espiritismo.
Apresuraos, pues, todos los que sois hermanos en la caridad; apúrate, y la felicidad prometida a la perfección te será concedida mucho antes.
Bibliografía
- La pluralidad de los mundos habitados
Estudio en el que se exponen las condiciones de habitabilidad de las tierras celestes discutidas desde el punto de vista de la astronomía y la fisiología; por Camille Flammarion, calculador del Observatorio Imperial de París, adjunto al Bureau des longitudes, etc. [1]
Aunque no se trata de Espiritismo en esta obra, el tema es uno que entra dentro del alcance de nuestras observaciones y los principios de la doctrina, y nuestros lectores nos agradecerán haberlo llamado su atención, persuadidos del avance, del poderoso interés que aportarán a esta lectura doblemente entrañable, por la forma y por el contenido. Encontrarán allí confirmada por la ciencia una de las revelaciones capitales hechas por los Espíritus. El Sr. Flammarion es uno de los miembros de la Sociedad Espírita de París, y su nombre aparece como médium en las notables disertaciones firmadas por Galileo, y que publicamos en septiembre pasado bajo el título de Estudios Uranográficos. Por este doble título nos complace otorgarle una mención especial, que será ratificada, no nos cabe duda.
El autor se esforzó en reunir todos los elementos susceptibles de sustentar la opinión de la pluralidad de los mundos habitados, al mismo tiempo que combate la opinión contraria, y, después de haberla leído, uno se pregunta cómo es posible dudar de esta cuestión. Añadamos que las consideraciones del más alto orden científico no excluyen ni la gracia ni la poesía del estilo. Podemos juzgar de esto por el siguiente pasaje donde habla de la intuición que la mayoría de los hombres, en contemplación ante la bóveda celeste, tienen de la habitabilidad de los mundos:
“…Pero la admiración que suscita en nosotros la escena más conmovedora del espectáculo de la naturaleza, pronto se convierte en un sentimiento de tristeza indescriptible, porque somos extraños a esos mundos donde reina una aparente soledad, y que no puede dar a luz la impresión inmediata porque la vida nos conecta a la Tierra. Sentimos dentro de nosotros la necesidad de poblar estos globos aparentemente olvidados por la vida, y en estas playas eternamente desiertas y silenciosas buscamos miradas que respondan a las nuestras. Como un audaz navegante exploró durante mucho tiempo los desiertos del océano en un sueño, buscando la tierra que se le reveló, atravesando con sus ojos de águila las más vastas distancias, y audazmente cruzando los límites del mundo conocido, para perderse finalmente en las vastas llanuras donde el Nuevo Mundo se había asentado durante siglos. Su sueño se hizo realidad. Salga la nuestra del misterio que aún la envuelve, y en el barco del pensamiento ascenderemos a los cielos para buscar allí otras tierras.”
El trabajo se divide en tres partes; en el primero, titulado Etude historique, el autor repasa la innumerable serie de eruditos y filósofos, antiguos y modernos, religiosos o profanos, que han profesado la doctrina de la pluralidad de los mundos, desde Orfeo hasta Herschel y el erudito Laplace.
“La mayoría de las sectas griegas, dice, lo enseñaban, ya sea abiertamente a todos sus discípulos sin distinción, o en secreto a los iniciados en la filosofía. Si los poemas atribuidos a Orfeo son suyos, podemos contarlo como el primero que enseñó la pluralidad de los mundos. Está implícitamente contenida en los versos órficos, donde se dice que cada estrella es un mundo, y en particular en estas palabras conservadas por Proclo: "Dios construye una tierra inmensa que los inmortales llaman Selene, y que los hombres llaman Luna, en la que levanta un gran número de viviendas, montañas y ciudades. “
El primero de los griegos que llevó el nombre de filósofo, Pitágoras, enseñó en público la inmovilidad de la Tierra y el movimiento de los astros a su alrededor como único centro de la creación, mientras declaraba a los adeptos avanzados de su doctrina su creencia en el movimiento de la Tierra como planeta y en la pluralidad de los mundos. Más tarde, Demócrito, Heráclito y Metrodoro de Quíos, los más ilustres de sus discípulos, propagaron desde el púlpito la opinión de su maestro, que se convirtió en la de todos los pitagóricos y la mayor parte de los filósofos griegos. Filolao, Nicetas, Heráclides, fueron los más ardientes defensores de esta creencia; este último llegó incluso a afirmar que cada estrella es un mundo que tiene, como el nuestro, una tierra, una atmósfera y una inmensa extensión de materia etérea. “
Además, agrega:
“La acción benéfica del Sol, dice Laplace, hace florecer los animales y plantas que cubren la tierra, y la analogía nos hace creer que produce efectos similares en los demás planetas; porque no es natural pensar, que la materia cuya fecundidad vemos desarrollándose de tantas maneras, sea estéril en un planeta tan grande como Júpiter que, como el globo terrestre, tiene sus días, sus noches y sus años, y en el cual, las observaciones indican cambios que suponen fuerzas muy activas... El hombre, hecho para la temperatura que disfruta en la Tierra, no podría, según todas las apariencias, vivir en los demás planetas. Pero ¿no debería haber una infinidad de organizaciones relativas a las distintas temperaturas de los globos y de los universos? Si la única diferencia de los elementos y los climas pone tantas variedades en las producciones terrestres, ¡cuánto más deben diferir las de los planetas y los satélites! “
La segunda parte está dedicada al estudio astronómico de la constitución de los diversos globos celestes, según los datos más positivos de la ciencia, y de donde se sigue que la Tierra no está, ni por su posición, ni por su volumen, ni por los elementos de que se compone, en una situación excepcional que podría haberle valido el privilegio de ser habitada con exclusión de tantos otros mundos más favorecidos en varios aspectos. La primera parte es erudición, la segunda es ciencia.
La tercera parte trata la cuestión desde el punto de vista fisiológico. Observaciones astronómicas que revelan el movimiento de las estaciones, las fluctuaciones de la atmósfera y la variabilidad de la temperatura en la mayoría de los mundos que componen nuestro vórtice solar, indican que la Tierra se encuentra en una de las condiciones menos ventajosas, una de aquellas, cuyos habitantes deben experimentar la mayoría de las vicisitudes, y donde la vida debe ser la más dolorosa; de lo cual el autor concluye, que no es racional admitir que Dios haya reservado para la habitación del hombre uno de los mundos menos favorecidos, mientras que los mejor dotados estarían condenados a albergar ningún ser vivo. Todo esto se establece, no sobre una idea sistemática, sino sobre datos positivos para los que han sido convocadas todas las ciencias: astronomía, física, química, meteorología, geología, zoología, fisiología, mecánica, etc.
Pero, añade, de todos los planetas, el más favorecido en todos los aspectos es el magnífico Júpiter, cuyas estaciones, apenas diferenciadas, tienen todavía la ventaja de durar doce veces más que las nuestras. Este gigante planetario parece flotar en los cielos como un desafío a los débiles habitantes de la Tierra, dejándoles entrever las pomposas escenas de una larga y dulce existencia.
Para nosotros, que estamos atados a la bola terrestre por cadenas que no nos es dado romper, vemos nuestros días extinguirse sucesivamente con el tiempo rápido que los consume, con los períodos caprichosos que los dividen, con estas estaciones dispares, cuyo el antagonismo se perpetúa en la continua desigualdad del día y la noche y en la inconstancia de la temperatura. “
Después de un elocuente cuadro de las luchas que el hombre tiene que sostener contra la naturaleza para asegurar su subsistencia, de las revoluciones geológicas que trastornan la superficie del globo y amenazan con aniquilarla, agrega: “Siguiendo tales consideraciones, ¿podemos afirmar todavía que este globo es, incluso para el hombre, el mejor de los mundos posibles, y que muchos otros cuerpos celestes no pueden ser infinitamente superiores a él y reunir, mejor que él, las condiciones favorables al desarrollo y a la larga duración de la existencia humana?”
Luego, conduciendo al lector a través de los mundos en la infinidad del espacio, le muestra un panorama de tal inmensidad, que uno no puede dejar de encontrar ridículo e indigno en el poder de Dios la suposición de que, entre tantos billones, nuestro pequeño globo, desconocido aun para gran parte de nuestro sistema planetario, sea la única tierra habitada, y nos identificamos con el pensamiento del autor cuando dice, en conclusión:
"¡Vaya! si nuestra vista fuera lo suficientemente aguda para descubrir, donde solo distinguimos puntos brillantes contra el fondo negro del cielo, los soles resplandecientes que gravitan en la amplitud, y los mundos habitados que los siguen en su curso; si se nos concediera abarcar, bajo una mirada general, estas miríadas de sistemas interdependientes, y si, avanzándonos con la velocidad de la luz, atravesáramos durante siglos de siglos este número ilimitado de soles y esferas, sin encontrar jamás fin alguno a esta prodigiosa inmensidad, donde Dios hizo germinar mundos y seres, volviendo la mirada hacia atrás, pero sin saber ya en qué punto del infinito encontrar ese grano de polvo que llamamos Tierra, nos detendríamos fascinados y confundidos ante tal espectáculo, y uniendo nuestras voces al concierto de la naturaleza universal, diríamos desde el fondo de nuestra alma: ¡Dios todo poderoso! ¡Qué necios fuimos al creer que no había nada más allá de la Tierra, y que sólo nuestra pobre morada tenía el privilegio de reflejar tu grandeza y tu poder! “
Terminaremos a nuestra vez con una puntualización, y es que, viendo la suma de ideas contenidas en esta pequeña obra, uno se sorprende de que un joven, de una edad en la que otros todavía están en los bancos del colegio, haya tenido tiempo de apropiarse de ellos, y tanto más para profundizarlos; es para nosotros la prueba evidente de que su Espíritu no está en su principio, o que sin su conocimiento, fue asistido por otro Espíritu.
[1] Folleto grande en 8. Precio: 2 francos.; por correo, 2 fr. 10; en Bachelier, impresor-librero del Observatorio, 55, estación des Grands-Augustins.
Estudio en el que se exponen las condiciones de habitabilidad de las tierras celestes discutidas desde el punto de vista de la astronomía y la fisiología; por Camille Flammarion, calculador del Observatorio Imperial de París, adjunto al Bureau des longitudes, etc. [1]
Aunque no se trata de Espiritismo en esta obra, el tema es uno que entra dentro del alcance de nuestras observaciones y los principios de la doctrina, y nuestros lectores nos agradecerán haberlo llamado su atención, persuadidos del avance, del poderoso interés que aportarán a esta lectura doblemente entrañable, por la forma y por el contenido. Encontrarán allí confirmada por la ciencia una de las revelaciones capitales hechas por los Espíritus. El Sr. Flammarion es uno de los miembros de la Sociedad Espírita de París, y su nombre aparece como médium en las notables disertaciones firmadas por Galileo, y que publicamos en septiembre pasado bajo el título de Estudios Uranográficos. Por este doble título nos complace otorgarle una mención especial, que será ratificada, no nos cabe duda.
El autor se esforzó en reunir todos los elementos susceptibles de sustentar la opinión de la pluralidad de los mundos habitados, al mismo tiempo que combate la opinión contraria, y, después de haberla leído, uno se pregunta cómo es posible dudar de esta cuestión. Añadamos que las consideraciones del más alto orden científico no excluyen ni la gracia ni la poesía del estilo. Podemos juzgar de esto por el siguiente pasaje donde habla de la intuición que la mayoría de los hombres, en contemplación ante la bóveda celeste, tienen de la habitabilidad de los mundos:
“…Pero la admiración que suscita en nosotros la escena más conmovedora del espectáculo de la naturaleza, pronto se convierte en un sentimiento de tristeza indescriptible, porque somos extraños a esos mundos donde reina una aparente soledad, y que no puede dar a luz la impresión inmediata porque la vida nos conecta a la Tierra. Sentimos dentro de nosotros la necesidad de poblar estos globos aparentemente olvidados por la vida, y en estas playas eternamente desiertas y silenciosas buscamos miradas que respondan a las nuestras. Como un audaz navegante exploró durante mucho tiempo los desiertos del océano en un sueño, buscando la tierra que se le reveló, atravesando con sus ojos de águila las más vastas distancias, y audazmente cruzando los límites del mundo conocido, para perderse finalmente en las vastas llanuras donde el Nuevo Mundo se había asentado durante siglos. Su sueño se hizo realidad. Salga la nuestra del misterio que aún la envuelve, y en el barco del pensamiento ascenderemos a los cielos para buscar allí otras tierras.”
El trabajo se divide en tres partes; en el primero, titulado Etude historique, el autor repasa la innumerable serie de eruditos y filósofos, antiguos y modernos, religiosos o profanos, que han profesado la doctrina de la pluralidad de los mundos, desde Orfeo hasta Herschel y el erudito Laplace.
“La mayoría de las sectas griegas, dice, lo enseñaban, ya sea abiertamente a todos sus discípulos sin distinción, o en secreto a los iniciados en la filosofía. Si los poemas atribuidos a Orfeo son suyos, podemos contarlo como el primero que enseñó la pluralidad de los mundos. Está implícitamente contenida en los versos órficos, donde se dice que cada estrella es un mundo, y en particular en estas palabras conservadas por Proclo: "Dios construye una tierra inmensa que los inmortales llaman Selene, y que los hombres llaman Luna, en la que levanta un gran número de viviendas, montañas y ciudades. “
El primero de los griegos que llevó el nombre de filósofo, Pitágoras, enseñó en público la inmovilidad de la Tierra y el movimiento de los astros a su alrededor como único centro de la creación, mientras declaraba a los adeptos avanzados de su doctrina su creencia en el movimiento de la Tierra como planeta y en la pluralidad de los mundos. Más tarde, Demócrito, Heráclito y Metrodoro de Quíos, los más ilustres de sus discípulos, propagaron desde el púlpito la opinión de su maestro, que se convirtió en la de todos los pitagóricos y la mayor parte de los filósofos griegos. Filolao, Nicetas, Heráclides, fueron los más ardientes defensores de esta creencia; este último llegó incluso a afirmar que cada estrella es un mundo que tiene, como el nuestro, una tierra, una atmósfera y una inmensa extensión de materia etérea. “
Además, agrega:
“La acción benéfica del Sol, dice Laplace, hace florecer los animales y plantas que cubren la tierra, y la analogía nos hace creer que produce efectos similares en los demás planetas; porque no es natural pensar, que la materia cuya fecundidad vemos desarrollándose de tantas maneras, sea estéril en un planeta tan grande como Júpiter que, como el globo terrestre, tiene sus días, sus noches y sus años, y en el cual, las observaciones indican cambios que suponen fuerzas muy activas... El hombre, hecho para la temperatura que disfruta en la Tierra, no podría, según todas las apariencias, vivir en los demás planetas. Pero ¿no debería haber una infinidad de organizaciones relativas a las distintas temperaturas de los globos y de los universos? Si la única diferencia de los elementos y los climas pone tantas variedades en las producciones terrestres, ¡cuánto más deben diferir las de los planetas y los satélites! “
La segunda parte está dedicada al estudio astronómico de la constitución de los diversos globos celestes, según los datos más positivos de la ciencia, y de donde se sigue que la Tierra no está, ni por su posición, ni por su volumen, ni por los elementos de que se compone, en una situación excepcional que podría haberle valido el privilegio de ser habitada con exclusión de tantos otros mundos más favorecidos en varios aspectos. La primera parte es erudición, la segunda es ciencia.
La tercera parte trata la cuestión desde el punto de vista fisiológico. Observaciones astronómicas que revelan el movimiento de las estaciones, las fluctuaciones de la atmósfera y la variabilidad de la temperatura en la mayoría de los mundos que componen nuestro vórtice solar, indican que la Tierra se encuentra en una de las condiciones menos ventajosas, una de aquellas, cuyos habitantes deben experimentar la mayoría de las vicisitudes, y donde la vida debe ser la más dolorosa; de lo cual el autor concluye, que no es racional admitir que Dios haya reservado para la habitación del hombre uno de los mundos menos favorecidos, mientras que los mejor dotados estarían condenados a albergar ningún ser vivo. Todo esto se establece, no sobre una idea sistemática, sino sobre datos positivos para los que han sido convocadas todas las ciencias: astronomía, física, química, meteorología, geología, zoología, fisiología, mecánica, etc.
Pero, añade, de todos los planetas, el más favorecido en todos los aspectos es el magnífico Júpiter, cuyas estaciones, apenas diferenciadas, tienen todavía la ventaja de durar doce veces más que las nuestras. Este gigante planetario parece flotar en los cielos como un desafío a los débiles habitantes de la Tierra, dejándoles entrever las pomposas escenas de una larga y dulce existencia.
Para nosotros, que estamos atados a la bola terrestre por cadenas que no nos es dado romper, vemos nuestros días extinguirse sucesivamente con el tiempo rápido que los consume, con los períodos caprichosos que los dividen, con estas estaciones dispares, cuyo el antagonismo se perpetúa en la continua desigualdad del día y la noche y en la inconstancia de la temperatura. “
Después de un elocuente cuadro de las luchas que el hombre tiene que sostener contra la naturaleza para asegurar su subsistencia, de las revoluciones geológicas que trastornan la superficie del globo y amenazan con aniquilarla, agrega: “Siguiendo tales consideraciones, ¿podemos afirmar todavía que este globo es, incluso para el hombre, el mejor de los mundos posibles, y que muchos otros cuerpos celestes no pueden ser infinitamente superiores a él y reunir, mejor que él, las condiciones favorables al desarrollo y a la larga duración de la existencia humana?”
Luego, conduciendo al lector a través de los mundos en la infinidad del espacio, le muestra un panorama de tal inmensidad, que uno no puede dejar de encontrar ridículo e indigno en el poder de Dios la suposición de que, entre tantos billones, nuestro pequeño globo, desconocido aun para gran parte de nuestro sistema planetario, sea la única tierra habitada, y nos identificamos con el pensamiento del autor cuando dice, en conclusión:
"¡Vaya! si nuestra vista fuera lo suficientemente aguda para descubrir, donde solo distinguimos puntos brillantes contra el fondo negro del cielo, los soles resplandecientes que gravitan en la amplitud, y los mundos habitados que los siguen en su curso; si se nos concediera abarcar, bajo una mirada general, estas miríadas de sistemas interdependientes, y si, avanzándonos con la velocidad de la luz, atravesáramos durante siglos de siglos este número ilimitado de soles y esferas, sin encontrar jamás fin alguno a esta prodigiosa inmensidad, donde Dios hizo germinar mundos y seres, volviendo la mirada hacia atrás, pero sin saber ya en qué punto del infinito encontrar ese grano de polvo que llamamos Tierra, nos detendríamos fascinados y confundidos ante tal espectáculo, y uniendo nuestras voces al concierto de la naturaleza universal, diríamos desde el fondo de nuestra alma: ¡Dios todo poderoso! ¡Qué necios fuimos al creer que no había nada más allá de la Tierra, y que sólo nuestra pobre morada tenía el privilegio de reflejar tu grandeza y tu poder! “
Terminaremos a nuestra vez con una puntualización, y es que, viendo la suma de ideas contenidas en esta pequeña obra, uno se sorprende de que un joven, de una edad en la que otros todavía están en los bancos del colegio, haya tenido tiempo de apropiarse de ellos, y tanto más para profundizarlos; es para nosotros la prueba evidente de que su Espíritu no está en su principio, o que sin su conocimiento, fue asistido por otro Espíritu.
[1] Folleto grande en 8. Precio: 2 francos.; por correo, 2 fr. 10; en Bachelier, impresor-librero del Observatorio, 55, estación des Grands-Augustins.
Suscripción
a favor de los trabajadores de Rouen
Está abierta una suscripción, en la oficina de la Revista Espírita, calle y pasaje Sainte-Anne, 59, en beneficio de los trabajadores de Rouen, ante cuyo sufrimiento nadie puede permanecer indiferente. Ya varios grupos y sociedades espíritas nos han enviado el producto de sus cuotas; invitamos a los que tengan intención de participar a que aceleren su envío, ¡porque el invierno ya está aquí! La lista será publicada. (Ver arriba, página 26, comunicación del Sr. Sanson.)
Allan Kardec
Está abierta una suscripción, en la oficina de la Revista Espírita, calle y pasaje Sainte-Anne, 59, en beneficio de los trabajadores de Rouen, ante cuyo sufrimiento nadie puede permanecer indiferente. Ya varios grupos y sociedades espíritas nos han enviado el producto de sus cuotas; invitamos a los que tengan intención de participar a que aceleren su envío, ¡porque el invierno ya está aquí! La lista será publicada. (Ver arriba, página 26, comunicación del Sr. Sanson.)
Febrero
Estudio sobre los poseídos de Morzine
Las causas de la obsesión y los medios para combatirla
Tercer artículo. (1)
El estudio de los fenómenos de Morzine no ofrecerá, por así decirlo, ninguna dificultad, cuando se hayan penetrado a fondo los hechos particulares que hemos citado, y las consideraciones que un estudio atento ha hecho posible deducir de ellos. Nos bastará con contarlos para que cada uno encuentre su propia aplicación por analogía. Los siguientes dos hechos nos ayudarán aún más a poner al lector en el buen camino. El primero nos lo envía el Dr. Chaigneau, miembro de honor de la Sociedad de París, presidente de la Sociedad Espírita de Saint-Jean d'Angély.
“Una familia se ocupaba de evocaciones con ardor desenfrenado, impulsada como estaba por un Espíritu que nos fue reportado como muy peligroso; él era un pariente suyo, fallecido después de una vida deshonrosa, terminada por varios años de locura. Bajo un nombre falso, mediante sorprendentes pruebas mecánicas, bellas promesas y consejos de una moralidad intachable, había logrado fascinar tanto a estas personas demasiado crédulas, que las sometió a sus exigencias y las obligó a los actos más excéntricos. No pudiendo ya satisfacer todos sus deseos, pidieron nuestro consejo, y tuvimos gran dificultad en disuadirlos, y en probarles que estaban tratando con un Espíritu de la peor clase. Sin embargo, lo logramos y pudimos obtener de ellos que, al menos durante algún tiempo, se abstuvieran. A partir de ese momento la obsesión tomó otro carácter: el Espíritu se apoderó por completo del menor, de catorce años, lo redujo a un estado de catalepsia y, por su boca, todavía solicitaba conversaciones, daba órdenes, amenazaba. Hemos aconsejado el más absoluto silencio; fue observado rigurosamente. Los padres se dedicaron a la oración y vinieron a buscar a uno de nosotros para ayudarlos; la meditación y la fuerza de voluntad siempre nos han hecho maestros en pocos minutos.
Hoy casi todo ha cesado. Esperamos que, en la casa, el orden suceda al desorden. Lejos de disgustarnos con el Espiritismo, creemos en él más que nunca, pero lo creemos más seriamente; ahora entendemos su propósito y sus consecuencias morales. Todos entienden que han recibido una lección; algunos un castigo, tal vez merecido.”
Este ejemplo demuestra una vez más la inconveniencia de entregarse a evocaciones sin conocimiento de los hechos y sin propósito serio. Gracias a los consejos de la experiencia que estas personas estaban dispuestas a escuchar, pudieron deshacerse de un enemigo posiblemente terrible.
Surge otra lección menos importante. A los ojos de las personas ajenas a la ciencia espírita, este joven habría pasado por loco; no habríamos dejado de aplicar un tratamiento en consecuencia, que tal vez hubiera desarrollado una verdadera locura; por el cuidado de un médico espírita, el mal, atacado en su verdadera causa, no tuvo secuela.
No fue lo mismo en el siguiente hecho. A un señor conocido nuestro, que vive en un pueblo de provincias, bastante refractario a las ideas espíritas, le entró de repente una especie de delirio en el que decía cosas absurdas. Tratándose del Espiritismo, naturalmente habló de Espíritus. Su séquito asustado, sin profundizar en el asunto, no tuvo más prisa que llamar a los médicos, quienes lo declararon enloquecido, con gran satisfacción de los enemigos del Espiritismo, y ya se hablaba de internarlo en una casa de salud. Lo que hemos sabido de las circunstancias de este suceso, prueba que este caballero se encontró bajo el dominio de un sometimiento repentino momentáneo, favorecido tal vez por ciertas disposiciones físicas. Ese es el pensamiento que se le ocurrió; nos escribió al respecto, y le respondimos en este sentido; desafortunadamente nuestra carta no le llegó a tiempo, y no se enteró hasta mucho más tarde. “Es muy molesto”, nos dijo después, “que no recibí tu carta de consuelo; en ese momento me hubiera hecho un bien inmenso al confirmarme mi creencia de que yo era el juguete de una obsesión, lo que me hubiera tranquilizado; mientras tantas veces oí repetir a mi alrededor que estaba loco, que terminé creyéndolo; esta idea me torturó hasta el punto de que, si hubiera continuado, no sé qué hubiera pasado. Un Espíritu consultado sobre este tema respondió: “Este señor no está loco; pero, de la forma en que lo llevaron, podría llegar a serlo; además, podría matarlo. El remedio de su mal está en el mismo Espiritismo, y es malinterpretado. - Pregunta. ¿Podemos actuar sobre él desde aquí? — Respuesta - Sí, sin duda; puedes hacerle bien, pero vuestra acción está paralizada por la mala voluntad de los que le rodean.
Casos similares se han presentado en todas las épocas, y más de un loco ha sido encarcelado, que no estaba loco en absoluto.
Sólo un observador experimentado en estas materias puede apreciarlas, y como hay muchos médicos espíritas hoy, es útil recurrir a ellos en tales circunstancias. La obsesión será, un día, clasificada entre las causas patológicas, como lo es hoy la acción de animálculos microscópicos cuya existencia no sospechábamos antes de la invención del microscopio; pero entonces se reconocerá que no es con duchas ni con sangre que se pueden curar. El médico que sólo admite y busca las causas puramente materiales, es tan incapaz de comprender y tratar esta clase de afecciones, como lo es un ciego para discernir los colores.
El segundo hecho nos lo informó uno de nuestros corresponsales en Boulogne-sur-Mer.
“La mujer de un marinero de este pueblo, de cuarenta y cinco años, está desde hace quince años bajo el yugo de un triste sometimiento. Casi todas las noches, sin exceptuar sus momentos de embarazo, hacia la mitad de la noche, la despiertan, e inmediatamente la atacan temblores en los miembros, como si los agitara una batería galvánica, tiene el estómago apretado como en un aro de hierro, y quemado como por un hierro candente; el cerebro está en un estado de furiosa exaltación, y se siente arrojada de la cama, luego, a veces, a medio vestir, la empujan fuera de su casa y la obligan a correr por el campo; camina sin saber a dónde va durante dos o tres horas, y sólo cuando puede detenerse reconoce dónde está. No puede orar a Dios, y tan pronto como se arrodilla para hacerlo, sus ideas son inmediatamente atravesadas por cosas extrañas ya veces hasta sucias. Ella no puede ir a ninguna iglesia; ella tiene un buen deseo y un gran deseo por ello; pero, cuando llega a la puerta, siente que una barrera la detiene. Cuatro hombres intentaron introducirla en la Iglesia Redentorista y no pudieron hacerlo; lloraba que la estaban matando, que le estaban aplastando el pecho.
Para escapar de esta terrible posición, esta pobre mujer intentó varias veces quitarse la vida sin poder hacerlo. Tomó café en el que había infundido fósforos químicos; bebió lejía y se salvó con el sufrimiento; saltó al agua dos veces, y cada vez flotó en la superficie hasta que alguien vino a rescatarla. Aparte de los momentos de crisis que mencioné, esta mujer tiene todo su sentido común, y, aun así, en esos momentos es perfectamente consciente de lo que está haciendo y de la fuerza externa que actúa sobre ella. Todos en su vecindario dicen que ha sido golpeada por un maleficio o un hechizo.”
El hecho del sometimiento no podría estar mejor caracterizado que en aquellos fenómenos que, con toda seguridad, sólo pueden ser obra de un Espíritu de la peor especie. ¿Se dirá que fue el Espiritismo lo que lo atrajo hacia ella, o lo que perturbó su cerebro? Pero hace quince años estaba fuera de discusión; y, además, esta mujer no está loca, y lo que siente no es una ilusión.
La medicina ordinaria no verá, en estos síntomas, más que una de esas afecciones a las que da el nombre de neurosis, y cuya causa le es todavía un misterio. Este afecto es real, pero para cada efecto hay una causa; pero ¿cuál es la primera causa? Este es el problema en el camino que puede poner el Espiritismo, al demostrar un nuevo agente en el periespíritu, y la acción del mundo invisible sobre el mundo visible. No estamos generalizando, y reconocemos que, en ciertos casos, la causa puede ser puramente material, pero hay otros donde la intervención de una inteligencia oculta es evidente, ya que combatiendo a esta inteligencia detenemos el mal, mientras que, atacando sólo a la presunta causa material, nada se produce.
Hay un rasgo característico entre los Espíritus perversos, es su aversión por todo lo relacionado con la religión. La mayoría de los médiums, no obsesionados, que han tenido comunicaciones de Espíritus malignos, los han visto repetidamente blasfemar contra las cosas más sagradas, reírse de la oración o rechazarla, irritarse aun cuando se les habla de Dios. En el médium subyugado, el Espíritu, tomando en cierto modo el cuerpo de un tercero para actuar, expresa sus pensamientos, ya no por escrito, sino por los gestos y las palabras que provoca en el médium; ahora bien, como todo fenómeno espírita no puede darse sin una aptitud mediúnica, podemos decir que la mujer de que acabamos de hablar es una médium espontánea, inconsciente e involuntaria. La imposibilidad en que se encuentra, para orar y entrar en la iglesia, proviene de la repulsión del Espíritu que se apodera de ella, sabiendo que la oración es un medio para dejarlo ir. En lugar de una persona, suponga diez, veinte, treinta y más en este estado en la misma localidad, y tendrá una reproducción de lo que sucedió en Morzine.
¿No es eso una prueba clara de que son demonios? algunas personas dirán. Llamémoslos demonios, si eso os puede agradar: este nombre no puede calumniarlos. Pero ¿no ves todos los días hombres que no son mejores, y que con razón podrían llamarse demonios encarnados? ¿No hay algunos que blasfeman y niegan a Dios? ¿Quién parece hacer el mal con deleite? ¿Quién se deleita con la vista de los sufrimientos de sus semejantes? ¿Por qué querrías que una vez en el mundo de los Espíritus, se transformaran repentinamente? A los que llamáis demonios, nosotros los llamamos malos Espíritus, y os concedemos toda la perversidad que os place atribuirles; sin embargo la diferencia es que, según vosotros, los demonios son ángeles caídos, es decir, seres perfectos se vuelven malvados, y condenados para siempre al mal y al sufrimiento; en nuestra opinión son seres pertenecientes a la humanidad primitiva, una especie de salvaje aún atrasado, pero a quien el futuro no está cerrado, y que mejorará a medida que se desarrolle en ellos el sentido moral, en consecuencia de sus sucesivas existencias, lo que parece a nosotros más conforme a la ley del progreso y a la justicia de Dios. Tenemos además de nuestro lado, la experiencia que prueba la posibilidad de mejorar y llevar al arrepentimiento, a los Espíritus del nivel más bajo, y a los que están colocados en la categoría de demonios.
Veamos una fase especial de estos Espíritus, cuyo estudio es de gran importancia para el tema que nos ocupa.
Sabemos que los Espíritus inferiores están todavía bajo la influencia de la materia, y que encontramos entre ellos todos los vicios y todas las pasiones de la humanidad; pasiones que se llevan cuando dejan la tierra, y que traen cuando se reencarnan, cuando no se han enmendado, lo que produce hombres perversos. La experiencia prueba que hay algunos que son sensuales, en diversos grados, inmundos, lascivos, que se divierten en los malos lugares, impulsando y excitando la orgía y el libertinaje en que se deleitan los ojos. Preguntaremos a qué categoría de Espíritus pudieron pertenecer después de su muerte seres como Tiberio, Nerón, Claudio, Mesalina, Galígula, Heliogábalo, ¿etc? ¿Qué tipo de obsesión podrían haber causado, y si es necesario para explicar estas obsesiones, recurrir a seres especiales que Dios habría creado expresamente para empujar al hombre al mal? Hay ciertas clases de obsesiones que no pueden dejar duda alguna sobre la calidad de los Espíritus que las producen; son obsesiones de este tipo las que dieron lugar a la fábula de los íncubos y los súcubos, en la que San Agustín creía firmemente. Podríamos citar más de un ejemplo reciente en apoyo de esta afirmación. Cuando estudiamos las diversas impresiones corporales y los toques sensibles que a veces producen ciertos Espíritus; cuando conocemos los gustos y tendencias de algunos de ellos; y, por otra parte, si examinamos el carácter de ciertos fenómenos histéricos, nos preguntamos si no desempeñarían un papel en esta afección, como lo hacen en la locura obsesiva. Lo hemos visto más de una vez acompañado de los síntomas inequívocos de subyugación.
Veamos ahora lo que sucedió en Morzine, y primero digamos algunas palabras sobre la región, que no deja de tener importancia. Morzine es un municipio de Chablais, en la Alta Saboya, situado a ocho leguas de Thonon, al final del valle del Drance, en los confines del Valais, cerca de Suiza, del que sólo la separa una montaña. Su población de unas 2.500 almas incluye, además de la villa principal, varios caseríos repartidos por las alturas circundantes. Está rodeada y dominada por todos lados por montañas muy altas que pertenecen a la cadena de los Alpes, pero es en su mayor parte arbolada y cultivada hasta alturas considerables. Además, en ninguna parte vemos nieve perpetua o hielo, y, según nos han dicho, la nieve es aún menos persistente allí que en el Jura.
El doctor Constant, enviado en 1861 por el gobierno francés para estudiar la enfermedad, permaneció allí durante tres meses. Hace del país y de sus habitantes una imagen poco halagadora. Viniendo con la idea de que el mal era un efecto puramente físico, solo buscó causas físicas; su misma preocupación lo llevó a detenerse en lo que podría corroborar su opinión, y esta idea probablemente le hizo ver a los hombres y las cosas bajo una luz desfavorable. Según él, la enfermedad es una afección nerviosa cuyo primer origen está en la constitución de los habitantes, debilitados por la insalubridad de las viviendas, la insuficiencia y la mala calidad de los alimentos, y cuya causa inmediata está en el estado histérico de la mayoría de los pacientes del sexo femenino. Sin discutir la existencia de esta afección, cabe señalar que, si el mal se ha abatido en gran parte sobre las mujeres, también se han visto afectados los hombres, así como las mujeres de avanzada edad. Por tanto, no podemos ver en la histeria una causa exclusiva; y, además, ¿cuál es la causa de la histeria?
Solo tuvimos una corta estadía en Morzine, pero debemos decir que nuestras observaciones y la información que hemos recopilado de personas notables, de un médico local y de las autoridades locales, difieren un poco de las del Sr. Constant. El pueblo principal está generalmente bien construido; las casas de las aldeas circundantes ciertamente no son hoteles, pero no tienen el aspecto miserable que se ve en muchos campos de Francia, en Bretaña, por ejemplo, donde los campesinos se alojan en verdaderas chozas. La población no nos pareció ni extenuada, ni raquítica, ni especialmente viciosa, como dice Sr. Constant; vimos algunos bocios rudimentarios, pero ni un solo bocio pronunciado, como se ve en todas las mujeres de Maurienne. Los idiotas y los cretinos son raros allí, a pesar de lo que dice también el Sr. Constant, mientras que, al otro lado de la montaña, en el Valais, son excesivamente numerosos. En cuanto a los alimentos, la región produce más allá del consumo de los habitantes; si no hay tranquilidad en todas partes, tampoco hay pobreza propiamente dicha, ni especialmente esa horrible pobreza que se encuentra en otras regiones; hay algunas donde la gente del campo está infinitamente más desnutrida; un hecho característico es que no hemos visto a un solo mendigo extender la mano para pedir limosna. La región misma ofrece importantes recursos por sus bosques y sus canteras, pero que quedan improductivos por la imposibilidad de transporte; la dificultad en las comunicaciones es el flagelo de la región, que sin ella sería una de las más ricas del país. Podemos juzgar de esta dificultad por el hecho de que el correo de Thonon sólo puede ir hasta dos leguas de este pueblo; más allá, ya no es un camino, sino un camino que alternativamente sube abruptamente entre los bosques y desciende hasta las orillas del Drance, un torrente furioso en las grandes aguas, que arrolado entre enormes masas de rocas de granito arrojadas en su lecho desde lo alto de las montañas, en el fondo de un estrecho desfiladero. Desde hace varias leguas es la imagen del caos. Una vez cruzado este paso, el valle adquiere un aspecto agradable hasta Morzine, donde termina; pero la imposibilidad de llegar allí aleja fácilmente a los viajeros, de modo que la región apenas es visitado, excepto por cazadores lo suficientemente fuertes como para escalar las rocas. Desde la anexión se han mejorado los caminos; anteriormente eran transitables solo para caballos; se dice que el gobierno está estudiando la ampliación de la carretera de Thonon a Morzine a lo largo del río; es un trabajo difícil, pero que transformará la región, permitiendo la exportación de sus productos.
Tal es el aspecto general de la región que ofrece, además, ninguna causa de insalubridad. Admitiendo que el pueblo principal de Morzine, ubicado en el fondo del valle y al borde del río, estar húmedo, lo que no notamos, se debe considerar que la mayoría de los pacientes pertenecen a las aldeas circundantes ubicadas en las alturas, y, por tanto, en posiciones ventiladas y muy salubres.
Si la enfermedad se debiera, como pretende Sr. Constant, a causas locales, a la constitución de los habitantes, a sus hábitos y a su forma de vida, estas causas permanentes deberían producir efectos permanentes, y el mal sería endémico, como las intermitentes fiebres de la Camarga y de los pantanos Pontins. Si el cretinismo y el bocio son endémicos en el valle del Ródano, y no en el del Drance que lo bordea, es porque en uno hay una causa local permanente que no existe en el otro.
Si lo que se llama la posesión de Morzine es sólo temporal, se debe a una causa accidental. Sr. Constant dice que sus observaciones no le han revelado ninguna causa sobrenatural; pero, el que sólo cree en las causas materiales, ¿es apto para juzgar los efectos que resultarían de la acción de un poder extra material? ¿Ha estudiado los efectos de este poder? ¿Sabe en qué consisten? ¿Por qué síntomas podemos reconocerlos? No, y de ahí en adelante los imagina muy distintos de lo que son, creyendo sin duda que consisten en milagros y apariciones fantásticas. Estos síntomas, los vio, los describió en sus memorias, pero no admitiendo ninguna causa oculta, los buscó en otra parte, en el mundo material, donde no los encontró. Los pacientes dijeron que eran atormentados por seres invisibles, pero como no vio duendes ni fantasmas, concluyó que los pacientes estaban locos, y lo que le confirmó esta idea, es que estos pacientes, a veces, decían cosas notoriamente absurdas, incluso a los ojos del más fuerte creyente en los Espíritus; pero para él todo tenía que ser absurdo. Sin embargo, debe saber, médico, que incluso en medio de las divagaciones de la locura, a veces hay revelaciones de la verdad. Estos desdichados, dice, y los habitantes en general, están imbuidos de ideas supersticiosas; pero ¿qué hay de asombro en una población rural, ignorante y aislada en medio de las montañas? ¿Qué podría ser más natural que estas personas, aterrorizadas por estos extraños fenómenos, los hayan amplificado? Y como en sus relatos mezclaba hechos y valoraciones ridículas, partiendo de su punto de vista, concluía que todo debe ser ridículo, sin contar que a los ojos de cualquiera que no admita la acción del mundo invisible, todos los efectos resultantes de esta acción quedan relegados a creencias supersticiosas. En apoyo de esta última tesis, insiste mucho en un hecho contado antaño por los periódicos, en la historia sin duda de alguna imaginación asustada, exaltada o enfermiza, y según la cual ciertos enfermos trepaban con agilidad de gatos sobre árboles de cuarenta metros de altura, caminaban sobre las ramas sin doblarlas, se posaban sobre la copa flexible con los pies en el aire, y descendían boca abajo sin hacerse daño. Discute largamente para probar la imposibilidad de la cosa, y para demostrar que, según la dirección del rayo visual, el árbol señalado no se podía ver desde las casas desde donde se decía haber visto el hecho. Tanta molestia fue inútil, pues en el campo nos dijeron que el hecho no era cierto, y quedó reducido a un muchacho que, efectivamente, se había subido a un árbol de un tamaño ordinario, pero sin hacer ningún acto de equilibrio.
El Sr. Constant describe cómo sigue la historia y los efectos de la enfermedad.
Siguiendo en el siguiente número.
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Tercer artículo. (1)
El estudio de los fenómenos de Morzine no ofrecerá, por así decirlo, ninguna dificultad, cuando se hayan penetrado a fondo los hechos particulares que hemos citado, y las consideraciones que un estudio atento ha hecho posible deducir de ellos. Nos bastará con contarlos para que cada uno encuentre su propia aplicación por analogía. Los siguientes dos hechos nos ayudarán aún más a poner al lector en el buen camino. El primero nos lo envía el Dr. Chaigneau, miembro de honor de la Sociedad de París, presidente de la Sociedad Espírita de Saint-Jean d'Angély.
“Una familia se ocupaba de evocaciones con ardor desenfrenado, impulsada como estaba por un Espíritu que nos fue reportado como muy peligroso; él era un pariente suyo, fallecido después de una vida deshonrosa, terminada por varios años de locura. Bajo un nombre falso, mediante sorprendentes pruebas mecánicas, bellas promesas y consejos de una moralidad intachable, había logrado fascinar tanto a estas personas demasiado crédulas, que las sometió a sus exigencias y las obligó a los actos más excéntricos. No pudiendo ya satisfacer todos sus deseos, pidieron nuestro consejo, y tuvimos gran dificultad en disuadirlos, y en probarles que estaban tratando con un Espíritu de la peor clase. Sin embargo, lo logramos y pudimos obtener de ellos que, al menos durante algún tiempo, se abstuvieran. A partir de ese momento la obsesión tomó otro carácter: el Espíritu se apoderó por completo del menor, de catorce años, lo redujo a un estado de catalepsia y, por su boca, todavía solicitaba conversaciones, daba órdenes, amenazaba. Hemos aconsejado el más absoluto silencio; fue observado rigurosamente. Los padres se dedicaron a la oración y vinieron a buscar a uno de nosotros para ayudarlos; la meditación y la fuerza de voluntad siempre nos han hecho maestros en pocos minutos.
Hoy casi todo ha cesado. Esperamos que, en la casa, el orden suceda al desorden. Lejos de disgustarnos con el Espiritismo, creemos en él más que nunca, pero lo creemos más seriamente; ahora entendemos su propósito y sus consecuencias morales. Todos entienden que han recibido una lección; algunos un castigo, tal vez merecido.”
Este ejemplo demuestra una vez más la inconveniencia de entregarse a evocaciones sin conocimiento de los hechos y sin propósito serio. Gracias a los consejos de la experiencia que estas personas estaban dispuestas a escuchar, pudieron deshacerse de un enemigo posiblemente terrible.
Surge otra lección menos importante. A los ojos de las personas ajenas a la ciencia espírita, este joven habría pasado por loco; no habríamos dejado de aplicar un tratamiento en consecuencia, que tal vez hubiera desarrollado una verdadera locura; por el cuidado de un médico espírita, el mal, atacado en su verdadera causa, no tuvo secuela.
No fue lo mismo en el siguiente hecho. A un señor conocido nuestro, que vive en un pueblo de provincias, bastante refractario a las ideas espíritas, le entró de repente una especie de delirio en el que decía cosas absurdas. Tratándose del Espiritismo, naturalmente habló de Espíritus. Su séquito asustado, sin profundizar en el asunto, no tuvo más prisa que llamar a los médicos, quienes lo declararon enloquecido, con gran satisfacción de los enemigos del Espiritismo, y ya se hablaba de internarlo en una casa de salud. Lo que hemos sabido de las circunstancias de este suceso, prueba que este caballero se encontró bajo el dominio de un sometimiento repentino momentáneo, favorecido tal vez por ciertas disposiciones físicas. Ese es el pensamiento que se le ocurrió; nos escribió al respecto, y le respondimos en este sentido; desafortunadamente nuestra carta no le llegó a tiempo, y no se enteró hasta mucho más tarde. “Es muy molesto”, nos dijo después, “que no recibí tu carta de consuelo; en ese momento me hubiera hecho un bien inmenso al confirmarme mi creencia de que yo era el juguete de una obsesión, lo que me hubiera tranquilizado; mientras tantas veces oí repetir a mi alrededor que estaba loco, que terminé creyéndolo; esta idea me torturó hasta el punto de que, si hubiera continuado, no sé qué hubiera pasado. Un Espíritu consultado sobre este tema respondió: “Este señor no está loco; pero, de la forma en que lo llevaron, podría llegar a serlo; además, podría matarlo. El remedio de su mal está en el mismo Espiritismo, y es malinterpretado. - Pregunta. ¿Podemos actuar sobre él desde aquí? — Respuesta - Sí, sin duda; puedes hacerle bien, pero vuestra acción está paralizada por la mala voluntad de los que le rodean.
Casos similares se han presentado en todas las épocas, y más de un loco ha sido encarcelado, que no estaba loco en absoluto.
Sólo un observador experimentado en estas materias puede apreciarlas, y como hay muchos médicos espíritas hoy, es útil recurrir a ellos en tales circunstancias. La obsesión será, un día, clasificada entre las causas patológicas, como lo es hoy la acción de animálculos microscópicos cuya existencia no sospechábamos antes de la invención del microscopio; pero entonces se reconocerá que no es con duchas ni con sangre que se pueden curar. El médico que sólo admite y busca las causas puramente materiales, es tan incapaz de comprender y tratar esta clase de afecciones, como lo es un ciego para discernir los colores.
El segundo hecho nos lo informó uno de nuestros corresponsales en Boulogne-sur-Mer.
“La mujer de un marinero de este pueblo, de cuarenta y cinco años, está desde hace quince años bajo el yugo de un triste sometimiento. Casi todas las noches, sin exceptuar sus momentos de embarazo, hacia la mitad de la noche, la despiertan, e inmediatamente la atacan temblores en los miembros, como si los agitara una batería galvánica, tiene el estómago apretado como en un aro de hierro, y quemado como por un hierro candente; el cerebro está en un estado de furiosa exaltación, y se siente arrojada de la cama, luego, a veces, a medio vestir, la empujan fuera de su casa y la obligan a correr por el campo; camina sin saber a dónde va durante dos o tres horas, y sólo cuando puede detenerse reconoce dónde está. No puede orar a Dios, y tan pronto como se arrodilla para hacerlo, sus ideas son inmediatamente atravesadas por cosas extrañas ya veces hasta sucias. Ella no puede ir a ninguna iglesia; ella tiene un buen deseo y un gran deseo por ello; pero, cuando llega a la puerta, siente que una barrera la detiene. Cuatro hombres intentaron introducirla en la Iglesia Redentorista y no pudieron hacerlo; lloraba que la estaban matando, que le estaban aplastando el pecho.
Para escapar de esta terrible posición, esta pobre mujer intentó varias veces quitarse la vida sin poder hacerlo. Tomó café en el que había infundido fósforos químicos; bebió lejía y se salvó con el sufrimiento; saltó al agua dos veces, y cada vez flotó en la superficie hasta que alguien vino a rescatarla. Aparte de los momentos de crisis que mencioné, esta mujer tiene todo su sentido común, y, aun así, en esos momentos es perfectamente consciente de lo que está haciendo y de la fuerza externa que actúa sobre ella. Todos en su vecindario dicen que ha sido golpeada por un maleficio o un hechizo.”
El hecho del sometimiento no podría estar mejor caracterizado que en aquellos fenómenos que, con toda seguridad, sólo pueden ser obra de un Espíritu de la peor especie. ¿Se dirá que fue el Espiritismo lo que lo atrajo hacia ella, o lo que perturbó su cerebro? Pero hace quince años estaba fuera de discusión; y, además, esta mujer no está loca, y lo que siente no es una ilusión.
La medicina ordinaria no verá, en estos síntomas, más que una de esas afecciones a las que da el nombre de neurosis, y cuya causa le es todavía un misterio. Este afecto es real, pero para cada efecto hay una causa; pero ¿cuál es la primera causa? Este es el problema en el camino que puede poner el Espiritismo, al demostrar un nuevo agente en el periespíritu, y la acción del mundo invisible sobre el mundo visible. No estamos generalizando, y reconocemos que, en ciertos casos, la causa puede ser puramente material, pero hay otros donde la intervención de una inteligencia oculta es evidente, ya que combatiendo a esta inteligencia detenemos el mal, mientras que, atacando sólo a la presunta causa material, nada se produce.
Hay un rasgo característico entre los Espíritus perversos, es su aversión por todo lo relacionado con la religión. La mayoría de los médiums, no obsesionados, que han tenido comunicaciones de Espíritus malignos, los han visto repetidamente blasfemar contra las cosas más sagradas, reírse de la oración o rechazarla, irritarse aun cuando se les habla de Dios. En el médium subyugado, el Espíritu, tomando en cierto modo el cuerpo de un tercero para actuar, expresa sus pensamientos, ya no por escrito, sino por los gestos y las palabras que provoca en el médium; ahora bien, como todo fenómeno espírita no puede darse sin una aptitud mediúnica, podemos decir que la mujer de que acabamos de hablar es una médium espontánea, inconsciente e involuntaria. La imposibilidad en que se encuentra, para orar y entrar en la iglesia, proviene de la repulsión del Espíritu que se apodera de ella, sabiendo que la oración es un medio para dejarlo ir. En lugar de una persona, suponga diez, veinte, treinta y más en este estado en la misma localidad, y tendrá una reproducción de lo que sucedió en Morzine.
¿No es eso una prueba clara de que son demonios? algunas personas dirán. Llamémoslos demonios, si eso os puede agradar: este nombre no puede calumniarlos. Pero ¿no ves todos los días hombres que no son mejores, y que con razón podrían llamarse demonios encarnados? ¿No hay algunos que blasfeman y niegan a Dios? ¿Quién parece hacer el mal con deleite? ¿Quién se deleita con la vista de los sufrimientos de sus semejantes? ¿Por qué querrías que una vez en el mundo de los Espíritus, se transformaran repentinamente? A los que llamáis demonios, nosotros los llamamos malos Espíritus, y os concedemos toda la perversidad que os place atribuirles; sin embargo la diferencia es que, según vosotros, los demonios son ángeles caídos, es decir, seres perfectos se vuelven malvados, y condenados para siempre al mal y al sufrimiento; en nuestra opinión son seres pertenecientes a la humanidad primitiva, una especie de salvaje aún atrasado, pero a quien el futuro no está cerrado, y que mejorará a medida que se desarrolle en ellos el sentido moral, en consecuencia de sus sucesivas existencias, lo que parece a nosotros más conforme a la ley del progreso y a la justicia de Dios. Tenemos además de nuestro lado, la experiencia que prueba la posibilidad de mejorar y llevar al arrepentimiento, a los Espíritus del nivel más bajo, y a los que están colocados en la categoría de demonios.
Veamos una fase especial de estos Espíritus, cuyo estudio es de gran importancia para el tema que nos ocupa.
Sabemos que los Espíritus inferiores están todavía bajo la influencia de la materia, y que encontramos entre ellos todos los vicios y todas las pasiones de la humanidad; pasiones que se llevan cuando dejan la tierra, y que traen cuando se reencarnan, cuando no se han enmendado, lo que produce hombres perversos. La experiencia prueba que hay algunos que son sensuales, en diversos grados, inmundos, lascivos, que se divierten en los malos lugares, impulsando y excitando la orgía y el libertinaje en que se deleitan los ojos. Preguntaremos a qué categoría de Espíritus pudieron pertenecer después de su muerte seres como Tiberio, Nerón, Claudio, Mesalina, Galígula, Heliogábalo, ¿etc? ¿Qué tipo de obsesión podrían haber causado, y si es necesario para explicar estas obsesiones, recurrir a seres especiales que Dios habría creado expresamente para empujar al hombre al mal? Hay ciertas clases de obsesiones que no pueden dejar duda alguna sobre la calidad de los Espíritus que las producen; son obsesiones de este tipo las que dieron lugar a la fábula de los íncubos y los súcubos, en la que San Agustín creía firmemente. Podríamos citar más de un ejemplo reciente en apoyo de esta afirmación. Cuando estudiamos las diversas impresiones corporales y los toques sensibles que a veces producen ciertos Espíritus; cuando conocemos los gustos y tendencias de algunos de ellos; y, por otra parte, si examinamos el carácter de ciertos fenómenos histéricos, nos preguntamos si no desempeñarían un papel en esta afección, como lo hacen en la locura obsesiva. Lo hemos visto más de una vez acompañado de los síntomas inequívocos de subyugación.
Veamos ahora lo que sucedió en Morzine, y primero digamos algunas palabras sobre la región, que no deja de tener importancia. Morzine es un municipio de Chablais, en la Alta Saboya, situado a ocho leguas de Thonon, al final del valle del Drance, en los confines del Valais, cerca de Suiza, del que sólo la separa una montaña. Su población de unas 2.500 almas incluye, además de la villa principal, varios caseríos repartidos por las alturas circundantes. Está rodeada y dominada por todos lados por montañas muy altas que pertenecen a la cadena de los Alpes, pero es en su mayor parte arbolada y cultivada hasta alturas considerables. Además, en ninguna parte vemos nieve perpetua o hielo, y, según nos han dicho, la nieve es aún menos persistente allí que en el Jura.
El doctor Constant, enviado en 1861 por el gobierno francés para estudiar la enfermedad, permaneció allí durante tres meses. Hace del país y de sus habitantes una imagen poco halagadora. Viniendo con la idea de que el mal era un efecto puramente físico, solo buscó causas físicas; su misma preocupación lo llevó a detenerse en lo que podría corroborar su opinión, y esta idea probablemente le hizo ver a los hombres y las cosas bajo una luz desfavorable. Según él, la enfermedad es una afección nerviosa cuyo primer origen está en la constitución de los habitantes, debilitados por la insalubridad de las viviendas, la insuficiencia y la mala calidad de los alimentos, y cuya causa inmediata está en el estado histérico de la mayoría de los pacientes del sexo femenino. Sin discutir la existencia de esta afección, cabe señalar que, si el mal se ha abatido en gran parte sobre las mujeres, también se han visto afectados los hombres, así como las mujeres de avanzada edad. Por tanto, no podemos ver en la histeria una causa exclusiva; y, además, ¿cuál es la causa de la histeria?
Solo tuvimos una corta estadía en Morzine, pero debemos decir que nuestras observaciones y la información que hemos recopilado de personas notables, de un médico local y de las autoridades locales, difieren un poco de las del Sr. Constant. El pueblo principal está generalmente bien construido; las casas de las aldeas circundantes ciertamente no son hoteles, pero no tienen el aspecto miserable que se ve en muchos campos de Francia, en Bretaña, por ejemplo, donde los campesinos se alojan en verdaderas chozas. La población no nos pareció ni extenuada, ni raquítica, ni especialmente viciosa, como dice Sr. Constant; vimos algunos bocios rudimentarios, pero ni un solo bocio pronunciado, como se ve en todas las mujeres de Maurienne. Los idiotas y los cretinos son raros allí, a pesar de lo que dice también el Sr. Constant, mientras que, al otro lado de la montaña, en el Valais, son excesivamente numerosos. En cuanto a los alimentos, la región produce más allá del consumo de los habitantes; si no hay tranquilidad en todas partes, tampoco hay pobreza propiamente dicha, ni especialmente esa horrible pobreza que se encuentra en otras regiones; hay algunas donde la gente del campo está infinitamente más desnutrida; un hecho característico es que no hemos visto a un solo mendigo extender la mano para pedir limosna. La región misma ofrece importantes recursos por sus bosques y sus canteras, pero que quedan improductivos por la imposibilidad de transporte; la dificultad en las comunicaciones es el flagelo de la región, que sin ella sería una de las más ricas del país. Podemos juzgar de esta dificultad por el hecho de que el correo de Thonon sólo puede ir hasta dos leguas de este pueblo; más allá, ya no es un camino, sino un camino que alternativamente sube abruptamente entre los bosques y desciende hasta las orillas del Drance, un torrente furioso en las grandes aguas, que arrolado entre enormes masas de rocas de granito arrojadas en su lecho desde lo alto de las montañas, en el fondo de un estrecho desfiladero. Desde hace varias leguas es la imagen del caos. Una vez cruzado este paso, el valle adquiere un aspecto agradable hasta Morzine, donde termina; pero la imposibilidad de llegar allí aleja fácilmente a los viajeros, de modo que la región apenas es visitado, excepto por cazadores lo suficientemente fuertes como para escalar las rocas. Desde la anexión se han mejorado los caminos; anteriormente eran transitables solo para caballos; se dice que el gobierno está estudiando la ampliación de la carretera de Thonon a Morzine a lo largo del río; es un trabajo difícil, pero que transformará la región, permitiendo la exportación de sus productos.
Tal es el aspecto general de la región que ofrece, además, ninguna causa de insalubridad. Admitiendo que el pueblo principal de Morzine, ubicado en el fondo del valle y al borde del río, estar húmedo, lo que no notamos, se debe considerar que la mayoría de los pacientes pertenecen a las aldeas circundantes ubicadas en las alturas, y, por tanto, en posiciones ventiladas y muy salubres.
Si la enfermedad se debiera, como pretende Sr. Constant, a causas locales, a la constitución de los habitantes, a sus hábitos y a su forma de vida, estas causas permanentes deberían producir efectos permanentes, y el mal sería endémico, como las intermitentes fiebres de la Camarga y de los pantanos Pontins. Si el cretinismo y el bocio son endémicos en el valle del Ródano, y no en el del Drance que lo bordea, es porque en uno hay una causa local permanente que no existe en el otro.
Si lo que se llama la posesión de Morzine es sólo temporal, se debe a una causa accidental. Sr. Constant dice que sus observaciones no le han revelado ninguna causa sobrenatural; pero, el que sólo cree en las causas materiales, ¿es apto para juzgar los efectos que resultarían de la acción de un poder extra material? ¿Ha estudiado los efectos de este poder? ¿Sabe en qué consisten? ¿Por qué síntomas podemos reconocerlos? No, y de ahí en adelante los imagina muy distintos de lo que son, creyendo sin duda que consisten en milagros y apariciones fantásticas. Estos síntomas, los vio, los describió en sus memorias, pero no admitiendo ninguna causa oculta, los buscó en otra parte, en el mundo material, donde no los encontró. Los pacientes dijeron que eran atormentados por seres invisibles, pero como no vio duendes ni fantasmas, concluyó que los pacientes estaban locos, y lo que le confirmó esta idea, es que estos pacientes, a veces, decían cosas notoriamente absurdas, incluso a los ojos del más fuerte creyente en los Espíritus; pero para él todo tenía que ser absurdo. Sin embargo, debe saber, médico, que incluso en medio de las divagaciones de la locura, a veces hay revelaciones de la verdad. Estos desdichados, dice, y los habitantes en general, están imbuidos de ideas supersticiosas; pero ¿qué hay de asombro en una población rural, ignorante y aislada en medio de las montañas? ¿Qué podría ser más natural que estas personas, aterrorizadas por estos extraños fenómenos, los hayan amplificado? Y como en sus relatos mezclaba hechos y valoraciones ridículas, partiendo de su punto de vista, concluía que todo debe ser ridículo, sin contar que a los ojos de cualquiera que no admita la acción del mundo invisible, todos los efectos resultantes de esta acción quedan relegados a creencias supersticiosas. En apoyo de esta última tesis, insiste mucho en un hecho contado antaño por los periódicos, en la historia sin duda de alguna imaginación asustada, exaltada o enfermiza, y según la cual ciertos enfermos trepaban con agilidad de gatos sobre árboles de cuarenta metros de altura, caminaban sobre las ramas sin doblarlas, se posaban sobre la copa flexible con los pies en el aire, y descendían boca abajo sin hacerse daño. Discute largamente para probar la imposibilidad de la cosa, y para demostrar que, según la dirección del rayo visual, el árbol señalado no se podía ver desde las casas desde donde se decía haber visto el hecho. Tanta molestia fue inútil, pues en el campo nos dijeron que el hecho no era cierto, y quedó reducido a un muchacho que, efectivamente, se había subido a un árbol de un tamaño ordinario, pero sin hacer ningún acto de equilibrio.
El Sr. Constant describe cómo sigue la historia y los efectos de la enfermedad.
Siguiendo en el siguiente número.
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- (1) Véase los números de diciembre de 1862 y enero de 1863.
Sermones contra el Espiritismo
Una carta de Lyon, fechada el 7 de diciembre
de 1862, contiene el siguiente pasaje, que un testigo ocular y auditivo nos
confirmaron en persona:
“Tuvimos aquí al obispo de Texas, en América, que predicó el pasado martes 2 de diciembre, a las ocho de la noche, en la iglesia de Saint-Nizier, ante una audiencia de casi dos mil personas, entre las que había un gran número de Espíritas. ¡Pobre de mí! no parece estar bien informado en nuestra doctrina; podemos juzgar por este breve resumen:
Los Espíritas no admiten el infierno ni las oraciones en las iglesias; se encierran en sus aposentos, y allí oran, ¡Dios sabe qué oraciones!... Sólo hay dos categorías de Espíritus: los perfectos y los ladrones; los sicarios y los sinvergüenzas... Yo vengo de América, donde empezaron estas infamias; ¡y bien! Les puedo asegurar que durante dos años nadie se ha preocupado por eso en este país. Me han dicho que aquí, en esta ciudad de Lyon, tan famosa por su piedad, había muchos Espíritas; no puede ser; no creo eso. Estoy seguro, queridos hermanos y queridas hermanas, que entre vosotros no hay un solo médium, ni una sola médium, porque, veis, los Espíritas no admiten ni el matrimonio ni el bautismo, y todos los Espíritas están separados de sus mujeres, etc. , etc.
Estas pocas frases pueden dar una idea del resto. ¿Qué hubiera dicho el orador si hubiera sabido que casi la cuarta parte de sus oyentes eran Espíritas? En cuanto a su elocuencia, solo puedo decir una cosa, que por momentos parecía un frenesí; pareció perder el hilo de sus pensamientos y no supo lo que quería decir; si no tuviera miedo de usar un término irreverente, diría que estaba dando tumbos. Yo sí creo que fue impulsado por algunos Espíritus a decir todas estas tonterías, y de tal manera que, os lo aseguro, no se hubiera adivinado que estaba en un lugar santo; así que todos se estaban riendo. Algunos de sus seguidores salieron primero para juzgar el efecto que había producido el sermón, pero no debieron estar muy satisfechos, porque, una vez afuera, todos se rieron y dijeron lo que pensaban; varios de sus amigos incluso deploraron los lapsos en los que se permitió y entendieron que la meta se había perdido por completo. De hecho, no pudo hacer nada mejor para reclutar seguidores, y eso fue lo que sucedió en el acto. Una señora, que estaba junto a un muy buen Espírita conocido mío, le dijo: “Pero ¿qué es este Espiritismo y estos médiums de que tanto se habla, y contra los cuales estos señores están tan furiosos? Habiéndosele explicado la cosa: “¡Oh! ella dijo, cuando llegue a casa, voy a buscar los libros y voy a tratar de escribir.”
Puedo asegurarles que si los Espíritas son tan numerosos en Lyon, es gracias a algunos sermones como este. Usted recuerda que hace tres años, cuando no había aquí más que unos pocos centenares de Espíritas, le escribí después de una furiosa predicación contra la doctrina, que produjo excelente efecto. “Algunos sermones más como este, y en un año el número de seguidores se multiplicará por diez. "¡Y bien! hoy se ha multiplicado por cien, gracias también a los innobles y mendaces ataques de algunos órganos de prensa. Todos, hasta el simple obrero que, bajo su tosca ropa, tiene más sentido común de lo que crees, se ha dicho a sí mismo que no se ataca con tanta furia a algo que no vale la pena, por eso hemos querido ver por nosotros mismos, y cuando reconocimos la falsedad de ciertas aseveraciones, que denotaban ignorancia o malevolencia, la crítica perdió todo crédito, y, en lugar de apartar al Espiritismo, ganó adeptos. Será lo mismo, esperamos, para el sermón del obispo de Texas, cuya mayor torpeza fue decir que "todos los Espíritas son separados de sus esposas", cuando tenemos aquí, ante nuestros ojos, numerosos ejemplos de hogares antes divididos, y donde el Espiritismo ha devuelto la unión y la armonía. Todos, naturalmente, piensan que, dado que los adversarios del Espiritismo le atribuyen enseñanzas y resultados cuya falsedad es demostrada por los hechos y la lectura de libros que dicen exactamente lo contrario, nada prueba la verdad de los demás críticos. Creo que, si los Espíritas de Lyon no hubieran temido faltarle el respeto al Monseñor de Texas, le habrían votado un discurso de agradecimiento. Pero el Espiritismo nos hace caritativos, incluso con nuestros enemigos.”
Otra carta de un testigo presencial contiene el siguiente pasaje:
“El orador de Saint-Nizier partía del hecho de que el Espiritismo había tenido su momento en los Estados Unidos, y que no se habla de eso desde hacía dos años. Se trataba pues, según él, de una cuestión de moda; estos fenómenos carecían de consistencia y no valían la pena estudiarlos; había tratado de ver y no había visto nada. Sin embargo, señaló la nueva doctrina como perjudicial para los vínculos familiares, para la propiedad, para la constitución de la sociedad, y así lo denunció ante las autoridades competentes.
Los adversarios esperaban un efecto más llamativo, y no una simple negación pronunciada de manera un tanto ridícula; pues no ignoran lo que ocurre en la ciudad, la marcha del progreso y la naturaleza de las manifestaciones. Así que la cuestión volvió a surgir, el domingo 14, en Saint-Jean, y esta vez se abordó un poco mejor.
El orador de Saint-Nizier había negado los fenómenos; el de Saint-Jean los reconoció, afirmó: Oímos, dijo, golpes en las paredes; en el aire, voces misteriosas; en realidad estamos tratando con Espíritus, pero ¿cuáles Espíritus? No pueden ser buenos, porque los buenos son dóciles y sujetos a las órdenes de Dios, quien mismo ha prohibido la evocación de Espíritus; por lo tanto, los que vienen sólo pueden ser malos.
Había unas buenas tres mil personas en Saint-Jean; en el número, trescientos por lo menos han presenciado a los eventos.
Lo que ciertamente ayudará a hacer reflexionar a las personas honestas o inteligentes que componían la audiencia son las afirmaciones singulares del orador, digo singular por cortesía. "El espiritismo -dijo- viene a destruir la familia, a degradar a la mujer, a predicar el suicidio, el adulterio y el aborto, a preconizar el comunismo, a disolver la sociedad." Luego invitó a los parroquianos que casualmente tenían libros espíritas a traerlos a estos señores, quienes los quemarían, como hizo San Pablo en Éfeso con respecto a las obras heréticas.
No sé si estos señores encontrarán mucha gente lo suficientemente celosa como para acceder las tiendas de nuestros libreros, dinero en mano. Algunos Espíritas estaban furiosos; la mayoría se regocijó, porque entendieron que era un buen día.
Así, desde lo alto del segundo púlpito de Francia, se acaba de proclamar que los fenómenos Espíritas son verdaderos; toda la cuestión se reduce, pues, a saber, si son Espíritus buenos o malos, y si son sólo los malos los que Dios permite venir.”
El orador de Saint-Jean afirma que sólo pueden ser malos; aquí hay otro que modifica un poco la solución. Nos cuentan desde Angulema que el pasado jueves 5 de diciembre un predicador se expresaba así en su sermón: “Todos sabíamos que se podía evocar a los Espíritus, y eso desde hacía mucho tiempo; pero la Iglesia sola debe hacerlo; a otros hombres no se les permite intentar comunicarse con ellos por medios físicos; para mí es herejía. El efecto producido fue todo lo contrario de lo esperado.”
Es, pues, bastante evidente que los buenos y los malos pueden comunicarse, pues si sólo los malos tuvieran este poder, no es probable que la Iglesia se reservase el privilegio de llamarlos.
Dudamos que dos sermones, predicados en Burdeos el pasado octubre, sirvieran mejor a la causa de nuestros antagonistas. Aquí está el análisis que hizo un auditor; los Espíritas podrán ver si, bajo este disfraz, reconocen su doctrina, y si los argumentos que se les oponen son de naturaleza que sacude su fe. En cuanto a nosotros, repetimos lo que ya dijimos en otra parte: Mientras el Espiritismo no sea atacado con mejores armas, nada tendrá que temer.
Siempre lamentaré, dice el narrador, no haber escuchado el primero de estos sermones, que tuvo lugar en la capilla de Margaux el 15 de octubre, si mi información es correcta. Según me dijeron testigos fidedignos, la tesis desarrollada fue esta:
“Los Espíritus pueden comunicarse con los hombres. Los buenos se comunican únicamente en la Iglesia. Todos los que se manifiestan fuera de la Iglesia son malos, porque fuera de la Iglesia no hay salvación. — Los médiums son personas desdichadas que han hecho un pacto con el diablo y obtienen, como precio de su alma, que le han vendido, manifestaciones de toda clase, aunque sean extraordinarias, por no decir milagrosas. — Paso por alto otras citas aún más extrañas; al no haberlos oído yo mismo, temería que hubieran exagerado.
El siguiente domingo, 19 de octubre, tuve el placer de asistir al segundo sermón. Pregunté por el nombre del predicador; me dijeron que era el Padre Lapeyre, de la Compañía de Jesús.
El padre Lapeyre critica el Libro de los Espíritus, y ciertamente, hizo falta una famosa dosis de buena voluntad para reconocer esta admirable obra en las teorías carentes de sentido común que el predicador decía haber encontrado allí. Me limitaré a señalarles los puntos que más me impactaron, prefiriendo quedarme por debajo de la verdad antes que atribuir a nuestro adversario lo que no dijo, o lo que yo entendí mal.
Según el Padre Lapeyre, "el Libro de los Espíritus predica el comunismo, el reparto de los bienes, el divorcio, la igualdad entre todos los hombres y especialmente entre el hombre y la mujer, la igualdad entre el hombre y su Dios, porque el hombre, impulsado por esa soberbia que ha arruinado a los ángeles, aspira nada menos que a ser como Jesucristo; involucra a los hombres en el materialismo y en los placeres sensuales, porque la obra de perfección puede hacerse sin la ayuda de Dios, a pesar suyo, por efecto de esta fuerza que quiere que todo se perfeccione gradualmente; aboga por la metempsicosis, esta locura de los Antiguos, etc.”
Pasando luego a la rapidez con que se propagan las nuevas ideas, observa con horror cómo el demonio que las dictó es hábil y astuto, cómo supo plasmarlas con arte, para hacerlas vibrar con fuerza en los corazones pervertidos de los niños de esta época de incredulidad y herejía. “¡Este siglo, exclama, ama tanto la libertad! ¡y vienen a ofrecerle libre indagación, libre albedrío, libertad de conciencia! ¡Este siglo ama tanto la igualdad! ¡y se le mostró al hombre igual a Dios! ¡Él ama tanto la luz! ¡y de un solo trazo de pluma se rasga el velo que escondía los santos misterios!”
Luego abordó la cuestión de los castigos eternos, y tuvo sobre este tema, estremeciéndose de emoción, magníficos movimientos oratorios: “Lo creerían, mis queridos hermanos; ¡Creéis hasta dónde ha llegado el descaro de estos nuevos filósofos, que creen hacer derrumbarse la santa religión de Cristo bajo el peso de los sofismas! ¡Pues gente desafortunada! dicen que no hay infierno, dicen que no hay purgatorio. ¡Para ellos no más relaciones benditas que unen a los vivos con las almas de aquellos que han perdido! ¡No más Santo Sacrificio de la Misa! ¿Y por qué lo celebrarían? ¿No se purificarán estas almas y sin ningún trabajo, por la eficacia de esta fuerza irresistible que las atrae constantemente hacia la perfección?
¿Y sabéis qué autoridades vienen a proclamar estas doctrinas impías, marcadas en la frente con la señal indeleble de este infierno que quisieran aniquilar? ¡Ay! hermanos míos, son los pilares más fuertes de la Iglesia: San Pablo, San Agustín, San Luis, San Vicente de Paúl, Bossuet, Fénelon, Lamennais, y todos estos hombres de élite, hombres santos que durante su vida han luchado por el establecimiento de las verdades inquebrantables, sobre las que la Iglesia ha edificado sus cimientos, y que vienen a declarar hoy que su Espíritu, liberado de la materia, siendo más clarividente, se dieron cuenta de que sus opiniones eran erróneas, y que es todo lo contrario lo que debe ser creído
El predicador, pasando luego a la pregunta, que el autor de la Carta de un Católico, dirige a un Espíritu, para saber si, por practicar el Espiritismo, es hereje, añade:
Aquí está la respuesta, hermanos míos; es curiosa, y lo que es más curioso, lo que nos muestra de la manera más evidente que el diablo, a pesar de sus trucos y su habilidad, siempre se deja perforar la punta de la oreja, es el nombre del Espíritu que dio esta respuesta; te lo diré en el momento.
Sigue la citación de esta respuesta, que termina así: “¿Estás de acuerdo con la Iglesia en todas las verdades que te fortalecen en el bien, que aumentan en tu alma el amor de Dios y la devoción a tus hermanos? Sí; ¡y bien! eres católico. Luego agrega: "Firmado... ¡Zénon!... ¡Zénon!" un filósofo griego, un pagano, un idólatra que, desde lo más profundo del infierno donde arde desde hace veinte siglos, viene a decirnos que se puede ser católico y no creer en ese infierno que lo tortura, y que les espera a todos esos que, como él, no habrá muerto humilde y sumiso en el seno de la santa Iglesia... ¡Sino que sois insensatos y ciegos! ¡Con toda vuestra filosofía, tendríais sólo esta prueba, esta única prueba de que la doctrina que pregonáis emana del demonio, que sería mil veces suficiente!
Después de largos desarrollos sobre esta cuestión y sobre el privilegio exclusivo que tiene la Iglesia de expulsar demonios, añade:
“¡Pobres tontos, que se divierten hablando con los Espíritus y pretenden ejercer alguna influencia sobre ellos! ¿No teméis que, como aquel de quien habla San Lucas, estos Espíritus ruidosos y tañidos, y bien llamados, mis queridos hermanos, también os pregunten: Y vosotros, ¿quién sois? ¿Quién eres tú para venir y molestarnos? ¿Crees impunemente someternos a tus sacrílegos caprichos? y que, apoderándose de las sillas y de las mesas que volteáis, os apresan, como se apoderaron de los hijos de Sceva, y os maltratan tanto que os obligan a huir desnudos y heridos, y agradecidos, pero demasiado tarde, por toda la abominación que hay en jugar con los muertos de esta manera.
Ante estos hechos, que son tan evidentes y que hablan tan alto, ¿qué nos queda por hacer? ¿Qué tenemos que decir? ¡Ay! ¡Queridos hermanos! ¡Cuídate cuidadosamente contra el contagio! ¡Rechaza con horror todos los intentos que los malvados, no dejarán de hacer cerca de ti, para arrastrarte con ellos al abismo! ¡Pero desafortunadamente! ya es demasiado tarde para hacer tales recomendaciones; ya la enfermedad ha progresado rápidamente. Estos libros infames dictados por el príncipe de las tinieblas, para atraer a su reino a una multitud de pobres ignorantes, se han difundido tanto que si, como en el pasado en Éfeso, calculáramos el precio de los que circulan en Burdeos, excede, estoy seguro, la enorme suma de cincuenta mil denarios de plata (170.000 francos de nuestra moneda; recordemos una cita hecha en otra parte de su sermón); y no me extrañaría que entre los muchos fieles que me escuchan, haya alguno que ya se haya dejado llevar por su lectura. A estos, solo podemos decir esto: ¡Date prisa! acércate al tribunal de la penitencia; ¡rápido! venid y abrid vuestros corazones a vuestros guías espirituales. Llenos de dulzura y bondad, y siguiendo en todo el ejemplo magnánimo de San Pablo, nos apresuraremos a darte la absolución. Pero, como él, solo te lo daremos con la condición expresa de que nos traigas esos libros de magia que casi te arruinan. Y con estos libros, queridos hermanos, ¿qué haremos con ellos? sí, ¿qué vamos a hacer con ellos? Como San Pablo, haremos un gran montón de ellos en la plaza pública, y como él, nosotros mismos les prenderemos fuego.”
Sólo haremos una breve observación sobre este sermón, y es que el autor se equivocó de fecha, y que quizás, nuevo Epiménides, lleva durmiendo desde el siglo XIV. Otro dato que surge es la observación del rápido desarrollo del Espiritismo. Los opositores de otra escuela también notan esto con desesperación, tan grande es su amor por la razón humana. Leemos en el Moniteur de la Moselle, 7 de noviembre de 1862: “El Espiritismo avanza peligrosamente. Invade el mundo grande, el pequeño, y el medio. Magistrados, médicos, gente seria también caen en esta trampa.” Encontramos esta afirmación repetida en la mayoría de las críticas actuales; es que, ante tal hecho patente, sería necesario volver de lo más profundo de Texas para ponerse frente a un auditorio donde hay más de mil Espíritas, que desde hace dos años nadie se preocupa por ellos. Entonces, ¿por qué tanta ira si el Espiritismo está muerto y sepultado? El padre Lapeyre al menos no se hace ilusiones; su mismo espanto le exagera la magnitud de este pretendido mal, ya que evalúa en una cifra fabulosa el valor de los libros espíritas difundidos sólo en Burdeos; en todo caso, es reconocer un poder muy grande en la idea. Sea como fuere, en presencia de todas estas afirmaciones, nadie nos tachará de exageración cuando hablemos del rápido progreso de la Doctrina; que unos lo atribuyen al poder del demonio, luchando con ventaja contra Dios, otros a un acceso de locura que invade todas las clases de la sociedad, de modo que el círculo de personas sensatas se va reduciendo día a día, y pronto quedarán sólo unos pocos individuos; que ambos deploran este estado de cosas, cada uno desde su punto de vista, y se preguntan: “¿Hacia dónde vamos? ¡Buen Señor!” Libre albedrío. Sin embargo, surge el hecho de que el Espiritismo traspasa todas las barreras que se le oponen; por tanto, si es locura, pronto sólo habrá locos sobre la tierra: sabemos el proverbio; si es obra del diablo, pronto quedarán sólo los condenados, y si los que hablan en nombre de Dios no pueden detenerlo, es porque el diablo es más fuerte que Dios. Los Espíritas son más respetuosos que eso hacia la Divinidad; no admiten que haya un ser que pueda luchar con ella de poder en poder, y sobre todo vencerla; de lo contrario, los papeles cambiarían y el diablo se convertiría en el verdadero amo del universo. Los Espíritas dicen que siendo Dios soberano sin compartir, nada sucede en el mundo sin su permiso; por tanto, si el Espiritismo se difunde con la rapidez del relámpago, cualquier cosa que se haga para detenerlo, debe ser visto como un efecto de la voluntad de Dios; ahora bien, Dios, siendo soberanamente justo y bueno, no puede querer la pérdida de sus criaturas, ni hacerlas tentar, con la certeza, en virtud de su presciencia, de que sucumbirán, para precipitarlas a los tormentos eternos. Hoy, el dilema está planteado; está sujeta a la conciencia de todos; el futuro se encarga de la conclusión.
Si hacemos estas citas, es para mostrar a qué argumentos los adversarios del Espiritismo se reducen al atacarlo; en efecto, es necesario carecer de buenas razones para recurrir a una calumnia como la que predica la desunión de las familias, el adulterio, el aborto, el comunismo, el derrocamiento del orden social. ¿Necesitamos refutar tales afirmaciones? No, porque basta con referirse al estudio de la doctrina, a la lectura de lo que enseña, y eso es lo que se hace por todos lados. ¿Quién podrá creer que estamos predicando el comunismo, después de las instrucciones que damos sobre este tema, en el discurso relatado in extenso en el relato de nuestro viaje en 1862? Quién podrá ver una incitación a la anarquía en las siguientes palabras, que se encuentran en el mismo folleto, página 58: “En todo caso, los Espíritas deben ser los primeros en dar ejemplo de sumisión a las leyes, en caso de que se les requiera.”
Decir tales cosas en un país lejano, donde el Espiritismo sería desconocido, donde no habría medios de control, que pudiera producir algún efecto; pero afirmarlos desde el púlpito de la verdad, en medio de una población Espírita que incesantemente los desmiente con sus enseñanzas y su ejemplo, es torpeza, y no se puede dejar de decir que hay que apoderarse de un singular vértigo para engañarse hasta este punto, y no comprender que hablar así es servir a la causa del Espiritismo.
Sin embargo, sería un error creer que esta es la opinión de todos los miembros del clero; hay muchos, por el contrario, que no la comparten, y conocemos un buen número que deplora estas desviaciones, que son más dañinas para la religión que para la Doctrina Espírita. Por lo tanto, son las opiniones individuales las que no pueden hacer leyes; y lo que prueba que se trata de apreciaciones personales es la contradicción que existe entre ellas. Así, mientras uno declara que todos los Espíritus que se manifiestan son necesariamente malos, ya que desobedecen a Dios al comunicarse, otro reconoce que los hay buenos y malos, pero solo los buenos van a la iglesia, y los malos a los sitios vulgares. Uno acusa al Espiritismo de degradar a la mujer, otro lo acusa de elevarla al nivel de los derechos humanos; uno afirma que “lleva a los hombres al materialismo y a los placeres sensuales; y otro, el padre Marouzeau, reconoce que destruye el materialismo.
El Padre Marouzeau, en su folleto, se expresa así: “Verdaderamente, escuchar a los partidarios de las comunicaciones de ultratumba, sería una parcialidad por parte del clero para combatir el Espiritismo de todos modos. ¿Por qué entonces suponer que los sacerdotes tienen tan poca inteligencia y buen sentido, una estúpida terquedad? ¿Por qué creer que la Iglesia, que en todos los tiempos ha dado tantas pruebas de prudencia, sabiduría y alta inteligencia para discernir lo verdadero de lo falso, es incapaz hoy de comprender el interés de sus hijos? ¿Por qué condenarlo sin escucharlo? Si se niega a reconocer vuestro estandarte, vuestra bandera no es la de ella; tiene colores que le son esencialmente hostiles; es que junto al bien que estáis haciendo al luchar contra el materialismo espantoso, ella ve un peligro real para las almas y la sociedad. Y en otro lugar: "Concluyamos de todo esto que el Espiritismo debe limitarse a combatir el materialismo, a dar al hombre pruebas tangibles de su inmortalidad por medio de manifestaciones bien comprobadas de ultratumba".
De todo esto surge un hecho capital, y es que todos estos señores están de acuerdo en la realidad de las manifestaciones; solo que cada uno las aprecia a su manera. Negarlas, de hecho, sería negar la verdad de las Escrituras y los mismos hechos sobre los que descansan la mayoría de los dogmas. En cuanto a la manera de ver las cosas, ya podemos ver en qué dirección se va formando la unidad y se pronuncia la opinión pública, que también tiene su veto. Otro hecho que se desprende de esto es que la Doctrina Espírita conmueve profundamente a las masas; que mientras unos ven en ella un fantasma aterrador, otros ven en ella el ángel del consuelo y de la liberación, y una nueva era de progreso moral para la humanidad.
Dado que citamos el folleto del Padre Marouzeau, tal vez se nos pregunte por qué no le hemos respondido todavía, ya que estaba dirigido a nosotros personalmente. Pudimos ver la razón de esto en el relato de nuestro viaje, a propósito de las refutaciones. Cuando tratamos una cuestión, lo hacemos desde un punto de vista general, abstrayendo de las personas que a nuestros ojos son solo individualidades dando paso a cuestiones de principio. Hablaremos del Sr. Marouzeau en alguna ocasión, así como de algunos otros cuando examinemos todas las objeciones; para eso era útil esperar a que todos hubieran dicho su palabra, grande o pequeña —hemos visto algunas bastante grandes arriba— para apreciar la fuerza de la oposición. Las respuestas especiales e individuales habrían sido prematuras y tendrían que repetirse una y otra vez. El folleto del Sr. Marouzeau fue un disparo; le pedimos perdón por colocarlo en el rango de simples escaramuzador, pero no se ofende su modestia cristiana. Prevenidos de un clamor, pareció oportuno dejar descargar todas las armas, incluso la artillería pesada que, como vemos, acaba de ceder, para juzgar su alcance; y hasta ahora no hemos tenido por qué quejarnos de los huecos que ha hecho en nuestras filas, ya que, por el contrario, sus golpes le han rebotado. Por otra parte, no fue menos útil dejar que la situación tomara forma, y se convendrá en que, desde hace dos años, el estado de cosas, lejos de empeorarnos, viene cada día a darnos nuevas fuerzas. Por tanto, responderemos cuando lo estimemos oportuno; hasta ahora no ha habido tiempo perdido, ya que hemos ido ganando terreno sin él, y nuestros adversarios se están encargando de facilitarnos la tarea. Así que solo tenemos que dejarlos.
“Tuvimos aquí al obispo de Texas, en América, que predicó el pasado martes 2 de diciembre, a las ocho de la noche, en la iglesia de Saint-Nizier, ante una audiencia de casi dos mil personas, entre las que había un gran número de Espíritas. ¡Pobre de mí! no parece estar bien informado en nuestra doctrina; podemos juzgar por este breve resumen:
Los Espíritas no admiten el infierno ni las oraciones en las iglesias; se encierran en sus aposentos, y allí oran, ¡Dios sabe qué oraciones!... Sólo hay dos categorías de Espíritus: los perfectos y los ladrones; los sicarios y los sinvergüenzas... Yo vengo de América, donde empezaron estas infamias; ¡y bien! Les puedo asegurar que durante dos años nadie se ha preocupado por eso en este país. Me han dicho que aquí, en esta ciudad de Lyon, tan famosa por su piedad, había muchos Espíritas; no puede ser; no creo eso. Estoy seguro, queridos hermanos y queridas hermanas, que entre vosotros no hay un solo médium, ni una sola médium, porque, veis, los Espíritas no admiten ni el matrimonio ni el bautismo, y todos los Espíritas están separados de sus mujeres, etc. , etc.
Estas pocas frases pueden dar una idea del resto. ¿Qué hubiera dicho el orador si hubiera sabido que casi la cuarta parte de sus oyentes eran Espíritas? En cuanto a su elocuencia, solo puedo decir una cosa, que por momentos parecía un frenesí; pareció perder el hilo de sus pensamientos y no supo lo que quería decir; si no tuviera miedo de usar un término irreverente, diría que estaba dando tumbos. Yo sí creo que fue impulsado por algunos Espíritus a decir todas estas tonterías, y de tal manera que, os lo aseguro, no se hubiera adivinado que estaba en un lugar santo; así que todos se estaban riendo. Algunos de sus seguidores salieron primero para juzgar el efecto que había producido el sermón, pero no debieron estar muy satisfechos, porque, una vez afuera, todos se rieron y dijeron lo que pensaban; varios de sus amigos incluso deploraron los lapsos en los que se permitió y entendieron que la meta se había perdido por completo. De hecho, no pudo hacer nada mejor para reclutar seguidores, y eso fue lo que sucedió en el acto. Una señora, que estaba junto a un muy buen Espírita conocido mío, le dijo: “Pero ¿qué es este Espiritismo y estos médiums de que tanto se habla, y contra los cuales estos señores están tan furiosos? Habiéndosele explicado la cosa: “¡Oh! ella dijo, cuando llegue a casa, voy a buscar los libros y voy a tratar de escribir.”
Puedo asegurarles que si los Espíritas son tan numerosos en Lyon, es gracias a algunos sermones como este. Usted recuerda que hace tres años, cuando no había aquí más que unos pocos centenares de Espíritas, le escribí después de una furiosa predicación contra la doctrina, que produjo excelente efecto. “Algunos sermones más como este, y en un año el número de seguidores se multiplicará por diez. "¡Y bien! hoy se ha multiplicado por cien, gracias también a los innobles y mendaces ataques de algunos órganos de prensa. Todos, hasta el simple obrero que, bajo su tosca ropa, tiene más sentido común de lo que crees, se ha dicho a sí mismo que no se ataca con tanta furia a algo que no vale la pena, por eso hemos querido ver por nosotros mismos, y cuando reconocimos la falsedad de ciertas aseveraciones, que denotaban ignorancia o malevolencia, la crítica perdió todo crédito, y, en lugar de apartar al Espiritismo, ganó adeptos. Será lo mismo, esperamos, para el sermón del obispo de Texas, cuya mayor torpeza fue decir que "todos los Espíritas son separados de sus esposas", cuando tenemos aquí, ante nuestros ojos, numerosos ejemplos de hogares antes divididos, y donde el Espiritismo ha devuelto la unión y la armonía. Todos, naturalmente, piensan que, dado que los adversarios del Espiritismo le atribuyen enseñanzas y resultados cuya falsedad es demostrada por los hechos y la lectura de libros que dicen exactamente lo contrario, nada prueba la verdad de los demás críticos. Creo que, si los Espíritas de Lyon no hubieran temido faltarle el respeto al Monseñor de Texas, le habrían votado un discurso de agradecimiento. Pero el Espiritismo nos hace caritativos, incluso con nuestros enemigos.”
Otra carta de un testigo presencial contiene el siguiente pasaje:
“El orador de Saint-Nizier partía del hecho de que el Espiritismo había tenido su momento en los Estados Unidos, y que no se habla de eso desde hacía dos años. Se trataba pues, según él, de una cuestión de moda; estos fenómenos carecían de consistencia y no valían la pena estudiarlos; había tratado de ver y no había visto nada. Sin embargo, señaló la nueva doctrina como perjudicial para los vínculos familiares, para la propiedad, para la constitución de la sociedad, y así lo denunció ante las autoridades competentes.
Los adversarios esperaban un efecto más llamativo, y no una simple negación pronunciada de manera un tanto ridícula; pues no ignoran lo que ocurre en la ciudad, la marcha del progreso y la naturaleza de las manifestaciones. Así que la cuestión volvió a surgir, el domingo 14, en Saint-Jean, y esta vez se abordó un poco mejor.
El orador de Saint-Nizier había negado los fenómenos; el de Saint-Jean los reconoció, afirmó: Oímos, dijo, golpes en las paredes; en el aire, voces misteriosas; en realidad estamos tratando con Espíritus, pero ¿cuáles Espíritus? No pueden ser buenos, porque los buenos son dóciles y sujetos a las órdenes de Dios, quien mismo ha prohibido la evocación de Espíritus; por lo tanto, los que vienen sólo pueden ser malos.
Había unas buenas tres mil personas en Saint-Jean; en el número, trescientos por lo menos han presenciado a los eventos.
Lo que ciertamente ayudará a hacer reflexionar a las personas honestas o inteligentes que componían la audiencia son las afirmaciones singulares del orador, digo singular por cortesía. "El espiritismo -dijo- viene a destruir la familia, a degradar a la mujer, a predicar el suicidio, el adulterio y el aborto, a preconizar el comunismo, a disolver la sociedad." Luego invitó a los parroquianos que casualmente tenían libros espíritas a traerlos a estos señores, quienes los quemarían, como hizo San Pablo en Éfeso con respecto a las obras heréticas.
No sé si estos señores encontrarán mucha gente lo suficientemente celosa como para acceder las tiendas de nuestros libreros, dinero en mano. Algunos Espíritas estaban furiosos; la mayoría se regocijó, porque entendieron que era un buen día.
Así, desde lo alto del segundo púlpito de Francia, se acaba de proclamar que los fenómenos Espíritas son verdaderos; toda la cuestión se reduce, pues, a saber, si son Espíritus buenos o malos, y si son sólo los malos los que Dios permite venir.”
El orador de Saint-Jean afirma que sólo pueden ser malos; aquí hay otro que modifica un poco la solución. Nos cuentan desde Angulema que el pasado jueves 5 de diciembre un predicador se expresaba así en su sermón: “Todos sabíamos que se podía evocar a los Espíritus, y eso desde hacía mucho tiempo; pero la Iglesia sola debe hacerlo; a otros hombres no se les permite intentar comunicarse con ellos por medios físicos; para mí es herejía. El efecto producido fue todo lo contrario de lo esperado.”
Es, pues, bastante evidente que los buenos y los malos pueden comunicarse, pues si sólo los malos tuvieran este poder, no es probable que la Iglesia se reservase el privilegio de llamarlos.
Dudamos que dos sermones, predicados en Burdeos el pasado octubre, sirvieran mejor a la causa de nuestros antagonistas. Aquí está el análisis que hizo un auditor; los Espíritas podrán ver si, bajo este disfraz, reconocen su doctrina, y si los argumentos que se les oponen son de naturaleza que sacude su fe. En cuanto a nosotros, repetimos lo que ya dijimos en otra parte: Mientras el Espiritismo no sea atacado con mejores armas, nada tendrá que temer.
Siempre lamentaré, dice el narrador, no haber escuchado el primero de estos sermones, que tuvo lugar en la capilla de Margaux el 15 de octubre, si mi información es correcta. Según me dijeron testigos fidedignos, la tesis desarrollada fue esta:
“Los Espíritus pueden comunicarse con los hombres. Los buenos se comunican únicamente en la Iglesia. Todos los que se manifiestan fuera de la Iglesia son malos, porque fuera de la Iglesia no hay salvación. — Los médiums son personas desdichadas que han hecho un pacto con el diablo y obtienen, como precio de su alma, que le han vendido, manifestaciones de toda clase, aunque sean extraordinarias, por no decir milagrosas. — Paso por alto otras citas aún más extrañas; al no haberlos oído yo mismo, temería que hubieran exagerado.
El siguiente domingo, 19 de octubre, tuve el placer de asistir al segundo sermón. Pregunté por el nombre del predicador; me dijeron que era el Padre Lapeyre, de la Compañía de Jesús.
El padre Lapeyre critica el Libro de los Espíritus, y ciertamente, hizo falta una famosa dosis de buena voluntad para reconocer esta admirable obra en las teorías carentes de sentido común que el predicador decía haber encontrado allí. Me limitaré a señalarles los puntos que más me impactaron, prefiriendo quedarme por debajo de la verdad antes que atribuir a nuestro adversario lo que no dijo, o lo que yo entendí mal.
Según el Padre Lapeyre, "el Libro de los Espíritus predica el comunismo, el reparto de los bienes, el divorcio, la igualdad entre todos los hombres y especialmente entre el hombre y la mujer, la igualdad entre el hombre y su Dios, porque el hombre, impulsado por esa soberbia que ha arruinado a los ángeles, aspira nada menos que a ser como Jesucristo; involucra a los hombres en el materialismo y en los placeres sensuales, porque la obra de perfección puede hacerse sin la ayuda de Dios, a pesar suyo, por efecto de esta fuerza que quiere que todo se perfeccione gradualmente; aboga por la metempsicosis, esta locura de los Antiguos, etc.”
Pasando luego a la rapidez con que se propagan las nuevas ideas, observa con horror cómo el demonio que las dictó es hábil y astuto, cómo supo plasmarlas con arte, para hacerlas vibrar con fuerza en los corazones pervertidos de los niños de esta época de incredulidad y herejía. “¡Este siglo, exclama, ama tanto la libertad! ¡y vienen a ofrecerle libre indagación, libre albedrío, libertad de conciencia! ¡Este siglo ama tanto la igualdad! ¡y se le mostró al hombre igual a Dios! ¡Él ama tanto la luz! ¡y de un solo trazo de pluma se rasga el velo que escondía los santos misterios!”
Luego abordó la cuestión de los castigos eternos, y tuvo sobre este tema, estremeciéndose de emoción, magníficos movimientos oratorios: “Lo creerían, mis queridos hermanos; ¡Creéis hasta dónde ha llegado el descaro de estos nuevos filósofos, que creen hacer derrumbarse la santa religión de Cristo bajo el peso de los sofismas! ¡Pues gente desafortunada! dicen que no hay infierno, dicen que no hay purgatorio. ¡Para ellos no más relaciones benditas que unen a los vivos con las almas de aquellos que han perdido! ¡No más Santo Sacrificio de la Misa! ¿Y por qué lo celebrarían? ¿No se purificarán estas almas y sin ningún trabajo, por la eficacia de esta fuerza irresistible que las atrae constantemente hacia la perfección?
¿Y sabéis qué autoridades vienen a proclamar estas doctrinas impías, marcadas en la frente con la señal indeleble de este infierno que quisieran aniquilar? ¡Ay! hermanos míos, son los pilares más fuertes de la Iglesia: San Pablo, San Agustín, San Luis, San Vicente de Paúl, Bossuet, Fénelon, Lamennais, y todos estos hombres de élite, hombres santos que durante su vida han luchado por el establecimiento de las verdades inquebrantables, sobre las que la Iglesia ha edificado sus cimientos, y que vienen a declarar hoy que su Espíritu, liberado de la materia, siendo más clarividente, se dieron cuenta de que sus opiniones eran erróneas, y que es todo lo contrario lo que debe ser creído
El predicador, pasando luego a la pregunta, que el autor de la Carta de un Católico, dirige a un Espíritu, para saber si, por practicar el Espiritismo, es hereje, añade:
Aquí está la respuesta, hermanos míos; es curiosa, y lo que es más curioso, lo que nos muestra de la manera más evidente que el diablo, a pesar de sus trucos y su habilidad, siempre se deja perforar la punta de la oreja, es el nombre del Espíritu que dio esta respuesta; te lo diré en el momento.
Sigue la citación de esta respuesta, que termina así: “¿Estás de acuerdo con la Iglesia en todas las verdades que te fortalecen en el bien, que aumentan en tu alma el amor de Dios y la devoción a tus hermanos? Sí; ¡y bien! eres católico. Luego agrega: "Firmado... ¡Zénon!... ¡Zénon!" un filósofo griego, un pagano, un idólatra que, desde lo más profundo del infierno donde arde desde hace veinte siglos, viene a decirnos que se puede ser católico y no creer en ese infierno que lo tortura, y que les espera a todos esos que, como él, no habrá muerto humilde y sumiso en el seno de la santa Iglesia... ¡Sino que sois insensatos y ciegos! ¡Con toda vuestra filosofía, tendríais sólo esta prueba, esta única prueba de que la doctrina que pregonáis emana del demonio, que sería mil veces suficiente!
Después de largos desarrollos sobre esta cuestión y sobre el privilegio exclusivo que tiene la Iglesia de expulsar demonios, añade:
“¡Pobres tontos, que se divierten hablando con los Espíritus y pretenden ejercer alguna influencia sobre ellos! ¿No teméis que, como aquel de quien habla San Lucas, estos Espíritus ruidosos y tañidos, y bien llamados, mis queridos hermanos, también os pregunten: Y vosotros, ¿quién sois? ¿Quién eres tú para venir y molestarnos? ¿Crees impunemente someternos a tus sacrílegos caprichos? y que, apoderándose de las sillas y de las mesas que volteáis, os apresan, como se apoderaron de los hijos de Sceva, y os maltratan tanto que os obligan a huir desnudos y heridos, y agradecidos, pero demasiado tarde, por toda la abominación que hay en jugar con los muertos de esta manera.
Ante estos hechos, que son tan evidentes y que hablan tan alto, ¿qué nos queda por hacer? ¿Qué tenemos que decir? ¡Ay! ¡Queridos hermanos! ¡Cuídate cuidadosamente contra el contagio! ¡Rechaza con horror todos los intentos que los malvados, no dejarán de hacer cerca de ti, para arrastrarte con ellos al abismo! ¡Pero desafortunadamente! ya es demasiado tarde para hacer tales recomendaciones; ya la enfermedad ha progresado rápidamente. Estos libros infames dictados por el príncipe de las tinieblas, para atraer a su reino a una multitud de pobres ignorantes, se han difundido tanto que si, como en el pasado en Éfeso, calculáramos el precio de los que circulan en Burdeos, excede, estoy seguro, la enorme suma de cincuenta mil denarios de plata (170.000 francos de nuestra moneda; recordemos una cita hecha en otra parte de su sermón); y no me extrañaría que entre los muchos fieles que me escuchan, haya alguno que ya se haya dejado llevar por su lectura. A estos, solo podemos decir esto: ¡Date prisa! acércate al tribunal de la penitencia; ¡rápido! venid y abrid vuestros corazones a vuestros guías espirituales. Llenos de dulzura y bondad, y siguiendo en todo el ejemplo magnánimo de San Pablo, nos apresuraremos a darte la absolución. Pero, como él, solo te lo daremos con la condición expresa de que nos traigas esos libros de magia que casi te arruinan. Y con estos libros, queridos hermanos, ¿qué haremos con ellos? sí, ¿qué vamos a hacer con ellos? Como San Pablo, haremos un gran montón de ellos en la plaza pública, y como él, nosotros mismos les prenderemos fuego.”
Sólo haremos una breve observación sobre este sermón, y es que el autor se equivocó de fecha, y que quizás, nuevo Epiménides, lleva durmiendo desde el siglo XIV. Otro dato que surge es la observación del rápido desarrollo del Espiritismo. Los opositores de otra escuela también notan esto con desesperación, tan grande es su amor por la razón humana. Leemos en el Moniteur de la Moselle, 7 de noviembre de 1862: “El Espiritismo avanza peligrosamente. Invade el mundo grande, el pequeño, y el medio. Magistrados, médicos, gente seria también caen en esta trampa.” Encontramos esta afirmación repetida en la mayoría de las críticas actuales; es que, ante tal hecho patente, sería necesario volver de lo más profundo de Texas para ponerse frente a un auditorio donde hay más de mil Espíritas, que desde hace dos años nadie se preocupa por ellos. Entonces, ¿por qué tanta ira si el Espiritismo está muerto y sepultado? El padre Lapeyre al menos no se hace ilusiones; su mismo espanto le exagera la magnitud de este pretendido mal, ya que evalúa en una cifra fabulosa el valor de los libros espíritas difundidos sólo en Burdeos; en todo caso, es reconocer un poder muy grande en la idea. Sea como fuere, en presencia de todas estas afirmaciones, nadie nos tachará de exageración cuando hablemos del rápido progreso de la Doctrina; que unos lo atribuyen al poder del demonio, luchando con ventaja contra Dios, otros a un acceso de locura que invade todas las clases de la sociedad, de modo que el círculo de personas sensatas se va reduciendo día a día, y pronto quedarán sólo unos pocos individuos; que ambos deploran este estado de cosas, cada uno desde su punto de vista, y se preguntan: “¿Hacia dónde vamos? ¡Buen Señor!” Libre albedrío. Sin embargo, surge el hecho de que el Espiritismo traspasa todas las barreras que se le oponen; por tanto, si es locura, pronto sólo habrá locos sobre la tierra: sabemos el proverbio; si es obra del diablo, pronto quedarán sólo los condenados, y si los que hablan en nombre de Dios no pueden detenerlo, es porque el diablo es más fuerte que Dios. Los Espíritas son más respetuosos que eso hacia la Divinidad; no admiten que haya un ser que pueda luchar con ella de poder en poder, y sobre todo vencerla; de lo contrario, los papeles cambiarían y el diablo se convertiría en el verdadero amo del universo. Los Espíritas dicen que siendo Dios soberano sin compartir, nada sucede en el mundo sin su permiso; por tanto, si el Espiritismo se difunde con la rapidez del relámpago, cualquier cosa que se haga para detenerlo, debe ser visto como un efecto de la voluntad de Dios; ahora bien, Dios, siendo soberanamente justo y bueno, no puede querer la pérdida de sus criaturas, ni hacerlas tentar, con la certeza, en virtud de su presciencia, de que sucumbirán, para precipitarlas a los tormentos eternos. Hoy, el dilema está planteado; está sujeta a la conciencia de todos; el futuro se encarga de la conclusión.
Si hacemos estas citas, es para mostrar a qué argumentos los adversarios del Espiritismo se reducen al atacarlo; en efecto, es necesario carecer de buenas razones para recurrir a una calumnia como la que predica la desunión de las familias, el adulterio, el aborto, el comunismo, el derrocamiento del orden social. ¿Necesitamos refutar tales afirmaciones? No, porque basta con referirse al estudio de la doctrina, a la lectura de lo que enseña, y eso es lo que se hace por todos lados. ¿Quién podrá creer que estamos predicando el comunismo, después de las instrucciones que damos sobre este tema, en el discurso relatado in extenso en el relato de nuestro viaje en 1862? Quién podrá ver una incitación a la anarquía en las siguientes palabras, que se encuentran en el mismo folleto, página 58: “En todo caso, los Espíritas deben ser los primeros en dar ejemplo de sumisión a las leyes, en caso de que se les requiera.”
Decir tales cosas en un país lejano, donde el Espiritismo sería desconocido, donde no habría medios de control, que pudiera producir algún efecto; pero afirmarlos desde el púlpito de la verdad, en medio de una población Espírita que incesantemente los desmiente con sus enseñanzas y su ejemplo, es torpeza, y no se puede dejar de decir que hay que apoderarse de un singular vértigo para engañarse hasta este punto, y no comprender que hablar así es servir a la causa del Espiritismo.
Sin embargo, sería un error creer que esta es la opinión de todos los miembros del clero; hay muchos, por el contrario, que no la comparten, y conocemos un buen número que deplora estas desviaciones, que son más dañinas para la religión que para la Doctrina Espírita. Por lo tanto, son las opiniones individuales las que no pueden hacer leyes; y lo que prueba que se trata de apreciaciones personales es la contradicción que existe entre ellas. Así, mientras uno declara que todos los Espíritus que se manifiestan son necesariamente malos, ya que desobedecen a Dios al comunicarse, otro reconoce que los hay buenos y malos, pero solo los buenos van a la iglesia, y los malos a los sitios vulgares. Uno acusa al Espiritismo de degradar a la mujer, otro lo acusa de elevarla al nivel de los derechos humanos; uno afirma que “lleva a los hombres al materialismo y a los placeres sensuales; y otro, el padre Marouzeau, reconoce que destruye el materialismo.
El Padre Marouzeau, en su folleto, se expresa así: “Verdaderamente, escuchar a los partidarios de las comunicaciones de ultratumba, sería una parcialidad por parte del clero para combatir el Espiritismo de todos modos. ¿Por qué entonces suponer que los sacerdotes tienen tan poca inteligencia y buen sentido, una estúpida terquedad? ¿Por qué creer que la Iglesia, que en todos los tiempos ha dado tantas pruebas de prudencia, sabiduría y alta inteligencia para discernir lo verdadero de lo falso, es incapaz hoy de comprender el interés de sus hijos? ¿Por qué condenarlo sin escucharlo? Si se niega a reconocer vuestro estandarte, vuestra bandera no es la de ella; tiene colores que le son esencialmente hostiles; es que junto al bien que estáis haciendo al luchar contra el materialismo espantoso, ella ve un peligro real para las almas y la sociedad. Y en otro lugar: "Concluyamos de todo esto que el Espiritismo debe limitarse a combatir el materialismo, a dar al hombre pruebas tangibles de su inmortalidad por medio de manifestaciones bien comprobadas de ultratumba".
De todo esto surge un hecho capital, y es que todos estos señores están de acuerdo en la realidad de las manifestaciones; solo que cada uno las aprecia a su manera. Negarlas, de hecho, sería negar la verdad de las Escrituras y los mismos hechos sobre los que descansan la mayoría de los dogmas. En cuanto a la manera de ver las cosas, ya podemos ver en qué dirección se va formando la unidad y se pronuncia la opinión pública, que también tiene su veto. Otro hecho que se desprende de esto es que la Doctrina Espírita conmueve profundamente a las masas; que mientras unos ven en ella un fantasma aterrador, otros ven en ella el ángel del consuelo y de la liberación, y una nueva era de progreso moral para la humanidad.
Dado que citamos el folleto del Padre Marouzeau, tal vez se nos pregunte por qué no le hemos respondido todavía, ya que estaba dirigido a nosotros personalmente. Pudimos ver la razón de esto en el relato de nuestro viaje, a propósito de las refutaciones. Cuando tratamos una cuestión, lo hacemos desde un punto de vista general, abstrayendo de las personas que a nuestros ojos son solo individualidades dando paso a cuestiones de principio. Hablaremos del Sr. Marouzeau en alguna ocasión, así como de algunos otros cuando examinemos todas las objeciones; para eso era útil esperar a que todos hubieran dicho su palabra, grande o pequeña —hemos visto algunas bastante grandes arriba— para apreciar la fuerza de la oposición. Las respuestas especiales e individuales habrían sido prematuras y tendrían que repetirse una y otra vez. El folleto del Sr. Marouzeau fue un disparo; le pedimos perdón por colocarlo en el rango de simples escaramuzador, pero no se ofende su modestia cristiana. Prevenidos de un clamor, pareció oportuno dejar descargar todas las armas, incluso la artillería pesada que, como vemos, acaba de ceder, para juzgar su alcance; y hasta ahora no hemos tenido por qué quejarnos de los huecos que ha hecho en nuestras filas, ya que, por el contrario, sus golpes le han rebotado. Por otra parte, no fue menos útil dejar que la situación tomara forma, y se convendrá en que, desde hace dos años, el estado de cosas, lejos de empeorarnos, viene cada día a darnos nuevas fuerzas. Por tanto, responderemos cuando lo estimemos oportuno; hasta ahora no ha habido tiempo perdido, ya que hemos ido ganando terreno sin él, y nuestros adversarios se están encargando de facilitarnos la tarea. Así que solo tenemos que dejarlos.
Sobre la locura Espírita, réplica al Sr. Burlet de Lyon
El periódico de la Prensa del 8 de enero de 1863 contiene el siguiente artículo, tomado de la Seguridad Pública de Lyon, y que la Gironda de Burdeos se apresuró a reproducir, creyendo encontrar allí una buena oportunidad contra el Espiritismo:
CIENCIA.
“Sr. Philibert Burlet, interno en los hospitales de Lyon, leyó recientemente un interesante trabajo sobre el Espiritismo, considerado como causa de alienación mental en la Sociedad de Ciencias Médicas de esta ciudad. En vista de la epidemia que actualmente azota a la sociedad francesa, sin duda no será inútil señalar los hechos contenidos en los informes del Sr. Burlet.
El autor ha descrito cuidadosamente seis casos de la llamada locura aguda, observados por él mismo en el Hôpital de l'Antiquaille, y en los que se sigue sin dificultad la relación directa entre la locura y las prácticas Espíritas. El Dr. Carrier, dijo, tuvo por su parte la oportunidad, y por poco tiempo, de tratar y ver curadas, en su departamento, a tres mujeres a las que el Espiritismo había enloquecido. Es más, no hay un solo médico, tratándose especialmente de la locura, que no haya tenido que observar más o menos casos análogos, sin contar, por supuesto, los trastornos intelectuales o afectivos, que, sin ir al punto en que estamos de acuerdo, llaman locura, no dejen de alterar la razón y hacer desagradable y extraño el relacionamiento de quienes los presentan. Esta influencia de la llamada Doctrina Espírita está hoy bien demostrada por la ciencia. Las observaciones que lo establecen se cuentan por miles, no hay razón para que no sea así, nos parece fuera de toda duda que el Espiritismo puede ocupar su lugar entre las causas más fecundas de alienación mental. Para terminar, el autor exhorta a los padres y madres de familia, jefes de talleres, etc., a cuidar que sus hijos o sus empleados nunca vayan a "esas Reuniones Espíritas llamadas grupos, y en las que”, añade, “el peligro de la razón ciertamente no es el único que hay que temer”.
Por tanto, es innegablemente útil dar publicidad a hechos de este tipo recogidos concienzudamente, como los del interno de los hospitales de Lyon. No es que exista la más mínima posibilidad de que actúen sobre individuos ya afectados por la epidemia; el carácter de su locura es precisamente la fuerte convicción de estar solo en posesión de la verdad. En su humildad, se creen tener el don de comunicarse con los Espíritus, y tratan la ciencia como celosa, al atreverse a dudar de su poder. Víctimas de la alucinación que los posee, admitía su premisa, razonan entonces con una lógica intachable, que no hace más que fortalecerlos en su aberración. Pero podemos conservar la esperanza de actuar sobre las inteligencias aún sanas, que se verían tentadas a exponerse a las seducciones del Espiritismo, señalándoles el peligro y garantizándolas así contra ese peligro. Es bueno saber que las prácticas Espíritas y la asistencia de médiums, que son verdaderamente alucinados, son necesariamente malsanas a la razón. Los únicos personajes de temperamento fuerte pueden resistirlo. Los demás siempre dejan una parte, pequeña o grande, de su sentido común ahí.
A. Sansón.”
Este artículo puede ser la contraparte de los sermones relacionados en el artículo anterior; se ve en ella, si no una unidad de origen, al menos una idéntica intención: la de suscitar la opinión pública contra el Espiritismo por medios que muestran la misma buena fe o la misma ignorancia de las cosas. Obsérvese la gradación que han seguido los ataques desde el famoso y torpe artículo de la Gazette de Lyon (véase la Revista Espírita del mes de octubre de 1860, página 254); era entonces solo una broma, donde los trabajadores de esta ciudad eran burlados, ridiculizados, y sus oficios comparados con una horca. ¿No era en verdad una torpeza verter desprecio sobre los trabajadores y los instrumentos que hacen la prosperidad de una ciudad como Lyon? Desde entonces la agresión ha tomado otro carácter: viendo la impotencia del ridículo, y no pudiendo dejar de notar el terreno que cada día ganan las ideas Espíritas, lo toma en un tono más lamentable; es en nombre de la humanidad, en presencia de la epidemia que actualmente azota a la sociedad francesa, que ella viene a señalar los peligros de esta supuesta doctrina que hace desagradable y extraño el relacionamiento de quienes la profesan. Un cumplido poco halagador para damas de todos los rangos, incluso princesas, que creen en los Espíritus. Nos parece, sin embargo, que las personas violentas e irascibles, que se han vuelto mansas y buenas por el Espiritismo, no muestran demasiado mal carácter y son menos desagradables que antes, y que entre los no Espíritas no se encuentran sólo personas amistosas y benevolente. Aunque vemos muchas familias donde el Espiritismo ha devuelto la paz y la unión, es en nombre de su interés que exhortan a los trabajadores a no ir a "esas reuniones llamadas grupos, donde pueden perder la razón, y muchas otras cosas”, indicando sin duda, que se conservarían mucho mejor yendo al cabaret que quedándose en casa.
Habiendo fracasado la burla, los adversarios ahora están llamando a la ciencia en su ayuda; ya no la ciencia burlona representada por el músculo crujido del Sr. Jobert (de Lamballe) (ver la Revista Espiríta de junio de 1859, página 141), sino la ciencia seria, condenando el Espiritismo tan seriamente como una vez condenó la aplicación del vapor a la marina, y tantas otras utopías que luego tuvimos de tomar por verdades. ¿Y quién es su representante en esta grave cuestión? ¿Es el Institut de France? No, fue el Sr. Philibert Burlet, interno en los hospitales de Lyon, es decir estudiante de medicina, quien hizo su debut al lanzar un memorial contra el Espiritismo. Ha hablado, en su nombre y del Sr. Sanson (de La Presse), que la ciencia ha emitido su juicio, un juicio que, probablemente, no será más definitivo que el de los médicos que condenaron la teoría de Harvey sobre la circulación de la sangre y se lanzaron contra su autor: “libelos y diatribas más o menos virulentos y groseros”. (Diccionario de orígenes.) Dicho entre paréntesis, un trabajo curioso a realizar sería una monografía de los errores de los eruditos.
El Sr. Burlet observó, dice, seis casos de locura aguda producidos por el Espiritismo; pero como ésta es pequeña de una población de 300.000 almas, de las cuales al menos una décima parte es Espírita, tiene cuidado de añadir "que se contarían por miles si, en otras partes de Francia, los casos de locura causados por la doctrina de los médiums son tan frecuentes como en el departamento donde vivimos, y no hay razón para que no sea así”.
Con el sistema de suposiciones vamos muy lejos, como vemos. ¡Y bien! vamos más lejos que él, y diremos, no por hipótesis, sino por afirmación, que, en un tiempo dado, sólo contaremos locos entre los Espíritas. En efecto, la locura es una de las enfermedades de la especie humana; mil causas accidentales pueden producirla, y la prueba es que hubo locos antes de que existiera el Espiritismo, y que no todos los locos son Espíritas. El Sr. Burlet reconocerá bien este punto. Siempre ha habido locos y siempre los habrá; por tanto, si todos los habitantes de Lyon fueran Espíritas, sólo se encontrarían locos entre los Espíritas, así como en un país enteramente católico, sólo hay locos entre los católicos. Observando el curso de la doctrina en los últimos años, se podría, hasta cierto punto, predecir el tiempo necesario para ello. Pero hablemos del presente.
Los tontos hablan de lo que les preocupa; es bien cierto que quien nunca haya oído hablar del Espiritismo no hablará de él, mientras que, en caso contrario, hablará de él como hablaría de religión, amor, etc. Cualquiera que sea la causa de la locura, el número de locos que hablan de espíritus aumentará naturalmente con el número de adeptos. La cuestión es si el Espiritismo es una causa eficiente de la locura. El Sr. Burlet afirma esto desde la altura de su autoridad de interno al decir que: “Esta influencia ahora está bien demostrada por la ciencia”. Desde allí, gritando fuego, apela a los rigores de la autoridad, como si cualquier autoridad pudiera impedir el curso de una idea, y sin pensar que las ideas nunca se propagan más que bajo el influjo de la persecución. ¿Toma entonces, su opinión y la de algunos hombres que piensan como él, como decretos de la ciencia? Parece ignorar que el Espiritismo tiene en sus filas un número muy grande de médicos ilustres, que muchos grupos y sociedades están presididos por médicos que también son hombres de ciencia y que llegan a conclusiones muy contrarias a las suyas. ¿Quién tiene razón, él o los demás? En este conflicto entre afirmación y negación, ¿quién decidirá finalmente? El tiempo, la opinión, la conciencia de la mayoría, y la ciencia misma que saldrá a la luz, como ha salido a la luz en otras circunstancias.
Diremos al Sr. Burlet: es contrario a los más simples preceptos de la lógica deducir una consecuencia general de unos pocos hechos aislados, y que otros hechos pueden desmentir. Para sustentar vuestra tesis, se necesitaría de otro trabajo además del que ha hecho. Usted dice que ha observado seis casos; creo en su palabra; ¿pero que prueba eso? Se hubiera observado el doble o el triple de ello, que eso no probaría más, si el total de los locos no excediera el promedio. Supongamos un promedio de 1000, tomando un número redondo; siendo siempre las mismas las causas usuales de la locura, si el Espiritismo pudiera provocarla, es una causa más añadida a todas las demás, y que debe aumentar el número de la media. Si desde la introducción de las ideas Espíritas se aumentara este promedio, de 1000 a 1200, por ejemplo, y si esta diferencia fuera precisamente la de los casos de locura Espírita, la cuestión cambiaría de cara, pero mientras no sea probado que, bajo la influencia del Espiritismo, el promedio de los locos ha aumentado, la exhibición que se hace de algunos casos aislados no prueba nada, sino la intención de desacreditar las ideas Espíritas y asustar a la opinión.
En el estado actual de las cosas, aún queda por saber el valor de los casos aislados que se plantean, y saber si algún loco que hable de los Espíritus debe su locura al Espiritismo, y para eso necesitaríamos un juez imparcial y desinteresado. Supongamos que el Sr. Burlet se vuelve loco, lo que le puede pasar a él como a cualquier otra persona; - ¿Quién sabe? en lugar de otro, tal vez; ¿Sería sorprendente que, preocupado por la idea contra la que lucha, hablara de ella en su locura? ¿Deberíamos concluir que es la creencia en los Espíritus lo que lo habrá vuelto loco? Podríamos citar varios casos, de los cuales hay mucho ruido, y donde se ha probado, o que los individuos se habían ocupado poco o nada del Espiritismo, o habían tenido ataques de marcada locura mucho antes. A esto hay que añadir los casos de obsesión y subyugación que se confunden con la locura, y que se tratan como tales con gran perjuicio para la salud de las personas afectadas, como hemos explicado en nuestros artículos sobre Morzine. Estos son los únicos, que a primera vista, se podrían atribuir al Espiritismo, aunque está probado que se encuentran en gran número entre los individuos más ajenos a él, y que, por ignorancia de la causa, uno trata en la dirección equivocada.
Es realmente curioso ver a ciertos adversarios, que no creen ni en los Espíritus ni en sus manifestaciones, afirmar que el Espiritismo es causa de locura. Si los Espíritus no existen, o si no pueden comunicarse con los hombres, todas estas creencias son quimeras que no tienen nada de real. Entonces nos preguntamos cómo nada puede producir nada. Esa es la idea, dirán; esta idea es falsa; pero cualquier hombre que profesa una idea falsa es un disparate. ¿Qué es esta idea tan fatal para la razón? aquí está: Tenemos un alma que vive después de la muerte del cuerpo; esta alma conserva sus afectos de la vida terrena, y puede comunicarse a los vivos. Según ellos, es más saludable creer en la nada después de la muerte; o bien, lo que viene a ser lo mismo, que el alma, perdiendo su individualidad, se funde en el todo universal, como gotas de agua en el océano. Es un hecho que con esta última idea ya no hay que preocuparse por la suerte de los seres queridos, y que sólo hay que pensar en uno mismo, en beber bien, en comer bien en esta vida, que es todo provecho para el egoísmo. Si creer lo contrario es causa de locura, ¿por qué hay tantos locos que no creen en nada? Es, dirás, que esta causa no es la única. Correcto; pero entonces, ¿por qué querríais que estas causas no pudieran golpear a un Espírita como a cualquier otro?; y ¿por qué pretende usted responsabilizar al Espiritismo por una fiebre alta o una quemadura de sol? Instas a la autoridad a reprimir las ideas Espíritas porque crees que trastornan el cerebro; pero ¿cómo no llamáis también a la vigilancia de la autoridad sobre otras causas? En tu solicitud por la razón humana, de la que te haces modelo, ¿has tomado nota de los innumerables casos de locura producidos por la desesperación del amor? ¿Por qué no insta a la autoridad a prohibir el sentimiento de amor? Se admite que todas las revoluciones se caracterizan por un notable recrudecimiento de las afecciones mentales; esta es, pues, una causa eficiente muy manifiesta, ya que aumenta el número de la media; ¿Por qué no aconseja a los gobiernos que prohíban las revoluciones como algo insalubre? Dado que el Sr. Burlet ha hecho una declaración enorme de seis casos de la llamada locura Espírita, de una población de 300.000 almas, instamos a los médicos Espíritas a hacer una lista de todos los casos de locura, epilepsia y otras aflicciones causadas por el miedo del demonio, el cuadro aterrador de los tormentos eternos del infierno, y el ascetismo del encierro en clausura.
Lejos de admitir el Espiritismo como causa del aumento de la locura, decimos que es una causa atenuante que debe disminuir el número de casos producidos por causas ordinarias. De hecho, entre estas causas, debemos colocar en primera línea las penas de todo tipo, las decepciones, los afectos frustrados, los reveses de la fortuna, las ambiciones frustradas. El efecto de estas causas se debe a la impresionabilidad del individuo, si se tuviera un medio para atenuar esta impresionabilidad, sería sin duda el mejor conservante; ¡y bien! este medio está en el Espiritismo que amortigua el contragolpe moral, que nos hace aceptar con resignación las vicisitudes de la vida; alguien que se hubiera suicidado por un contratiempo, saca de la creencia Espírita una fuerza moral que le hace sobrellevar su enfermedad con paciencia; no sólo no se suicidará, sino que ante la mayor adversidad conservará su fría razón, porque tiene una fe inalterable en el futuro. ¿Le darás esa calma con la perspectiva de la nada? No, porque no ve compensación, y si no tiene que comer, te puede comer a ti. El hambre es terrible consejera para los que creen que todo acaba con la vida; ¡y bien! El Espiritismo hace perdurar hasta el hambre, porque nos hace ver, comprender y esperar la vida que sigue a la muerte del cuerpo; esta es su locura.
La manera, en que el verdadero Espírita ve las cosas en este mundo y en el próximo, lo lleva a domesticar en él las pasiones más violentas, incluso la ira y la venganza. Después del artículo insultante de la Gazette de Lyon, que recordamos más arriba, un grupo de una docena de trabajadores nos dijo: "Si no fuéramos Espíritas, iríamos a darle una paliza al autor para enseñarle a vivir, y si estuviéramos en una revolución, prenderíamos fuego a su tienda de periódicos; pero nosotros somos Espíritas; lo compadecemos y rogamos a Dios que lo perdone”. ¿Qué dice usted de esta locura, Sr. Burlet? En tal caso, ¿qué hubieras preferido, tener que tratar con locos de este tipo, o con hombres que nada temen? Considere que hoy hay más de veinte mil en Lyon. ¡Afirmas servir a los intereses de la humanidad y no entiendes a los tuyos! Oren a Dios para que un día no tengan que lamentar que todos los hombres no sean Espíritas; esto es por lo que usted y su gente están trabajando con todas sus fuerzas. Al sembrar la incredulidad socavas los cimientos del orden social; empujas a la anarquía, a las reacciones sangrientas; trabajamos para dar fe a los que en nada creen; difundir una creencia que haga a los hombres mejores unos para otros, que les enseñe a perdonar a sus enemigos, a considerarse hermanos sin distinción de raza, casta, secta, color, opinión política o religiosa; la creencia, en una palabra, que suscita el verdadero sentimiento de caridad, fraternidad y deber social. Pregúntense a todos los jefes militares que tienen bajo su mando subordinados Espíritas, ¿cuáles son a los que conducen con mayor soltura?, ¿quiénes mejor observan la disciplina sin el uso del rigor? Preguntad a los magistrados, los agentes de la autoridad que tienen ministros Espíritas en los estratos inferiores de la sociedad, ¿cuáles tienen más orden y tranquilidad?; ¿en los que la ley tiene menos que aplicar?; ¿donde hay el menor tumulto que apaciguar, desórdenes que reprimir?
En un pueblo del Sur, un comisario de policía nos dijo: “Desde que el Espiritismo se ha difundido en mi distrito, tengo diez veces menos problemas que antes. Por último, pregunte a los médicos Espíritas ¿cuáles son los pacientes en los que encuentran menos afecciones causadas por excesos de todo tipo? Esa es una estadística un poco más concluyente, creo, que tus seis casos de locura. Si tales resultados son una locura, me enorgullezco de propagarlos. ¿De dónde se extraen estos resultados? ¿En los libros que algunos quisieran arrojar a las llamas; en los grupos que recomiendas a los trabajadores que huyan? ¿Qué vemos en estos grupos, que usted presenta como la tumba de la razón? Hombres, mujeres, niños que escuchan con reverencia una dulce y consoladora moralidad, en vez de ir al cabaret, a perder el dinero y la salud, o a armar alboroto en la plaza pública; que salen de ellos con amor por sus semejantes en el corazón, en lugar de odio y venganza.
He aquí una singular confesión del autor del citado artículo: Víctimas de la alucinación que los posee, admitida su premisa, razonan entonces con una lógica intachable, que no hace más que fortalecerlos en su aberración. ¡Singular locura, en verdad, la que razona con irreprochable lógica! Pero ¿cuál es esta premisa? lo dijimos hace un momento: el alma sobrevive al cuerpo, conserva su individualidad y sus afectos, y puede comunicarse a los vivos. ¿Qué puede probar la verdad de una premisa, sino la lógica impecable de las deducciones? Quien dice irreprochable, dice inexpugnable, irrefutable; por tanto, si las deducciones de una premisa son inatacables, es porque todo lo satisfacen, nada se les puede oponer; por tanto, si estas deducciones son verdaderas, es porque la premisa es verdadera, porque la verdad no puede tener el error por principio. De un falso principio se pueden deducir, sin duda, consecuencias aparentemente lógicas, pero esta es sólo una lógica aparente, es decir, sofismas, y no una lógica irreprochable, porque siempre dejará una puerta abierta a la refutación. La verdadera lógica es aquella que satisface plenamente a la razón: no puede ser discutida; la falsa lógica es sólo un falso razonamiento siempre discutible. Lo que caracteriza a las deducciones de nuestra premisa es ante todo que se basan en la observación de hechos; segundo, que explican racionalmente lo que de otro modo es inexplicable. Sustituid nuestra premisa por la negación, y a cada paso os encontraréis con dificultades insolubles. La Teoría Espírita, decimos, se basa en hechos, pero en miles de hechos, recurrentes diariamente, y observados por millones de personas; la tuya es basada en media docena de hechos observados por ti. Esta es una premisa de la que todos pueden sacar la conclusión.
CIENCIA.
“Sr. Philibert Burlet, interno en los hospitales de Lyon, leyó recientemente un interesante trabajo sobre el Espiritismo, considerado como causa de alienación mental en la Sociedad de Ciencias Médicas de esta ciudad. En vista de la epidemia que actualmente azota a la sociedad francesa, sin duda no será inútil señalar los hechos contenidos en los informes del Sr. Burlet.
El autor ha descrito cuidadosamente seis casos de la llamada locura aguda, observados por él mismo en el Hôpital de l'Antiquaille, y en los que se sigue sin dificultad la relación directa entre la locura y las prácticas Espíritas. El Dr. Carrier, dijo, tuvo por su parte la oportunidad, y por poco tiempo, de tratar y ver curadas, en su departamento, a tres mujeres a las que el Espiritismo había enloquecido. Es más, no hay un solo médico, tratándose especialmente de la locura, que no haya tenido que observar más o menos casos análogos, sin contar, por supuesto, los trastornos intelectuales o afectivos, que, sin ir al punto en que estamos de acuerdo, llaman locura, no dejen de alterar la razón y hacer desagradable y extraño el relacionamiento de quienes los presentan. Esta influencia de la llamada Doctrina Espírita está hoy bien demostrada por la ciencia. Las observaciones que lo establecen se cuentan por miles, no hay razón para que no sea así, nos parece fuera de toda duda que el Espiritismo puede ocupar su lugar entre las causas más fecundas de alienación mental. Para terminar, el autor exhorta a los padres y madres de familia, jefes de talleres, etc., a cuidar que sus hijos o sus empleados nunca vayan a "esas Reuniones Espíritas llamadas grupos, y en las que”, añade, “el peligro de la razón ciertamente no es el único que hay que temer”.
Por tanto, es innegablemente útil dar publicidad a hechos de este tipo recogidos concienzudamente, como los del interno de los hospitales de Lyon. No es que exista la más mínima posibilidad de que actúen sobre individuos ya afectados por la epidemia; el carácter de su locura es precisamente la fuerte convicción de estar solo en posesión de la verdad. En su humildad, se creen tener el don de comunicarse con los Espíritus, y tratan la ciencia como celosa, al atreverse a dudar de su poder. Víctimas de la alucinación que los posee, admitía su premisa, razonan entonces con una lógica intachable, que no hace más que fortalecerlos en su aberración. Pero podemos conservar la esperanza de actuar sobre las inteligencias aún sanas, que se verían tentadas a exponerse a las seducciones del Espiritismo, señalándoles el peligro y garantizándolas así contra ese peligro. Es bueno saber que las prácticas Espíritas y la asistencia de médiums, que son verdaderamente alucinados, son necesariamente malsanas a la razón. Los únicos personajes de temperamento fuerte pueden resistirlo. Los demás siempre dejan una parte, pequeña o grande, de su sentido común ahí.
Este artículo puede ser la contraparte de los sermones relacionados en el artículo anterior; se ve en ella, si no una unidad de origen, al menos una idéntica intención: la de suscitar la opinión pública contra el Espiritismo por medios que muestran la misma buena fe o la misma ignorancia de las cosas. Obsérvese la gradación que han seguido los ataques desde el famoso y torpe artículo de la Gazette de Lyon (véase la Revista Espírita del mes de octubre de 1860, página 254); era entonces solo una broma, donde los trabajadores de esta ciudad eran burlados, ridiculizados, y sus oficios comparados con una horca. ¿No era en verdad una torpeza verter desprecio sobre los trabajadores y los instrumentos que hacen la prosperidad de una ciudad como Lyon? Desde entonces la agresión ha tomado otro carácter: viendo la impotencia del ridículo, y no pudiendo dejar de notar el terreno que cada día ganan las ideas Espíritas, lo toma en un tono más lamentable; es en nombre de la humanidad, en presencia de la epidemia que actualmente azota a la sociedad francesa, que ella viene a señalar los peligros de esta supuesta doctrina que hace desagradable y extraño el relacionamiento de quienes la profesan. Un cumplido poco halagador para damas de todos los rangos, incluso princesas, que creen en los Espíritus. Nos parece, sin embargo, que las personas violentas e irascibles, que se han vuelto mansas y buenas por el Espiritismo, no muestran demasiado mal carácter y son menos desagradables que antes, y que entre los no Espíritas no se encuentran sólo personas amistosas y benevolente. Aunque vemos muchas familias donde el Espiritismo ha devuelto la paz y la unión, es en nombre de su interés que exhortan a los trabajadores a no ir a "esas reuniones llamadas grupos, donde pueden perder la razón, y muchas otras cosas”, indicando sin duda, que se conservarían mucho mejor yendo al cabaret que quedándose en casa.
Habiendo fracasado la burla, los adversarios ahora están llamando a la ciencia en su ayuda; ya no la ciencia burlona representada por el músculo crujido del Sr. Jobert (de Lamballe) (ver la Revista Espiríta de junio de 1859, página 141), sino la ciencia seria, condenando el Espiritismo tan seriamente como una vez condenó la aplicación del vapor a la marina, y tantas otras utopías que luego tuvimos de tomar por verdades. ¿Y quién es su representante en esta grave cuestión? ¿Es el Institut de France? No, fue el Sr. Philibert Burlet, interno en los hospitales de Lyon, es decir estudiante de medicina, quien hizo su debut al lanzar un memorial contra el Espiritismo. Ha hablado, en su nombre y del Sr. Sanson (de La Presse), que la ciencia ha emitido su juicio, un juicio que, probablemente, no será más definitivo que el de los médicos que condenaron la teoría de Harvey sobre la circulación de la sangre y se lanzaron contra su autor: “libelos y diatribas más o menos virulentos y groseros”. (Diccionario de orígenes.) Dicho entre paréntesis, un trabajo curioso a realizar sería una monografía de los errores de los eruditos.
El Sr. Burlet observó, dice, seis casos de locura aguda producidos por el Espiritismo; pero como ésta es pequeña de una población de 300.000 almas, de las cuales al menos una décima parte es Espírita, tiene cuidado de añadir "que se contarían por miles si, en otras partes de Francia, los casos de locura causados por la doctrina de los médiums son tan frecuentes como en el departamento donde vivimos, y no hay razón para que no sea así”.
Con el sistema de suposiciones vamos muy lejos, como vemos. ¡Y bien! vamos más lejos que él, y diremos, no por hipótesis, sino por afirmación, que, en un tiempo dado, sólo contaremos locos entre los Espíritas. En efecto, la locura es una de las enfermedades de la especie humana; mil causas accidentales pueden producirla, y la prueba es que hubo locos antes de que existiera el Espiritismo, y que no todos los locos son Espíritas. El Sr. Burlet reconocerá bien este punto. Siempre ha habido locos y siempre los habrá; por tanto, si todos los habitantes de Lyon fueran Espíritas, sólo se encontrarían locos entre los Espíritas, así como en un país enteramente católico, sólo hay locos entre los católicos. Observando el curso de la doctrina en los últimos años, se podría, hasta cierto punto, predecir el tiempo necesario para ello. Pero hablemos del presente.
Los tontos hablan de lo que les preocupa; es bien cierto que quien nunca haya oído hablar del Espiritismo no hablará de él, mientras que, en caso contrario, hablará de él como hablaría de religión, amor, etc. Cualquiera que sea la causa de la locura, el número de locos que hablan de espíritus aumentará naturalmente con el número de adeptos. La cuestión es si el Espiritismo es una causa eficiente de la locura. El Sr. Burlet afirma esto desde la altura de su autoridad de interno al decir que: “Esta influencia ahora está bien demostrada por la ciencia”. Desde allí, gritando fuego, apela a los rigores de la autoridad, como si cualquier autoridad pudiera impedir el curso de una idea, y sin pensar que las ideas nunca se propagan más que bajo el influjo de la persecución. ¿Toma entonces, su opinión y la de algunos hombres que piensan como él, como decretos de la ciencia? Parece ignorar que el Espiritismo tiene en sus filas un número muy grande de médicos ilustres, que muchos grupos y sociedades están presididos por médicos que también son hombres de ciencia y que llegan a conclusiones muy contrarias a las suyas. ¿Quién tiene razón, él o los demás? En este conflicto entre afirmación y negación, ¿quién decidirá finalmente? El tiempo, la opinión, la conciencia de la mayoría, y la ciencia misma que saldrá a la luz, como ha salido a la luz en otras circunstancias.
Diremos al Sr. Burlet: es contrario a los más simples preceptos de la lógica deducir una consecuencia general de unos pocos hechos aislados, y que otros hechos pueden desmentir. Para sustentar vuestra tesis, se necesitaría de otro trabajo además del que ha hecho. Usted dice que ha observado seis casos; creo en su palabra; ¿pero que prueba eso? Se hubiera observado el doble o el triple de ello, que eso no probaría más, si el total de los locos no excediera el promedio. Supongamos un promedio de 1000, tomando un número redondo; siendo siempre las mismas las causas usuales de la locura, si el Espiritismo pudiera provocarla, es una causa más añadida a todas las demás, y que debe aumentar el número de la media. Si desde la introducción de las ideas Espíritas se aumentara este promedio, de 1000 a 1200, por ejemplo, y si esta diferencia fuera precisamente la de los casos de locura Espírita, la cuestión cambiaría de cara, pero mientras no sea probado que, bajo la influencia del Espiritismo, el promedio de los locos ha aumentado, la exhibición que se hace de algunos casos aislados no prueba nada, sino la intención de desacreditar las ideas Espíritas y asustar a la opinión.
En el estado actual de las cosas, aún queda por saber el valor de los casos aislados que se plantean, y saber si algún loco que hable de los Espíritus debe su locura al Espiritismo, y para eso necesitaríamos un juez imparcial y desinteresado. Supongamos que el Sr. Burlet se vuelve loco, lo que le puede pasar a él como a cualquier otra persona; - ¿Quién sabe? en lugar de otro, tal vez; ¿Sería sorprendente que, preocupado por la idea contra la que lucha, hablara de ella en su locura? ¿Deberíamos concluir que es la creencia en los Espíritus lo que lo habrá vuelto loco? Podríamos citar varios casos, de los cuales hay mucho ruido, y donde se ha probado, o que los individuos se habían ocupado poco o nada del Espiritismo, o habían tenido ataques de marcada locura mucho antes. A esto hay que añadir los casos de obsesión y subyugación que se confunden con la locura, y que se tratan como tales con gran perjuicio para la salud de las personas afectadas, como hemos explicado en nuestros artículos sobre Morzine. Estos son los únicos, que a primera vista, se podrían atribuir al Espiritismo, aunque está probado que se encuentran en gran número entre los individuos más ajenos a él, y que, por ignorancia de la causa, uno trata en la dirección equivocada.
Es realmente curioso ver a ciertos adversarios, que no creen ni en los Espíritus ni en sus manifestaciones, afirmar que el Espiritismo es causa de locura. Si los Espíritus no existen, o si no pueden comunicarse con los hombres, todas estas creencias son quimeras que no tienen nada de real. Entonces nos preguntamos cómo nada puede producir nada. Esa es la idea, dirán; esta idea es falsa; pero cualquier hombre que profesa una idea falsa es un disparate. ¿Qué es esta idea tan fatal para la razón? aquí está: Tenemos un alma que vive después de la muerte del cuerpo; esta alma conserva sus afectos de la vida terrena, y puede comunicarse a los vivos. Según ellos, es más saludable creer en la nada después de la muerte; o bien, lo que viene a ser lo mismo, que el alma, perdiendo su individualidad, se funde en el todo universal, como gotas de agua en el océano. Es un hecho que con esta última idea ya no hay que preocuparse por la suerte de los seres queridos, y que sólo hay que pensar en uno mismo, en beber bien, en comer bien en esta vida, que es todo provecho para el egoísmo. Si creer lo contrario es causa de locura, ¿por qué hay tantos locos que no creen en nada? Es, dirás, que esta causa no es la única. Correcto; pero entonces, ¿por qué querríais que estas causas no pudieran golpear a un Espírita como a cualquier otro?; y ¿por qué pretende usted responsabilizar al Espiritismo por una fiebre alta o una quemadura de sol? Instas a la autoridad a reprimir las ideas Espíritas porque crees que trastornan el cerebro; pero ¿cómo no llamáis también a la vigilancia de la autoridad sobre otras causas? En tu solicitud por la razón humana, de la que te haces modelo, ¿has tomado nota de los innumerables casos de locura producidos por la desesperación del amor? ¿Por qué no insta a la autoridad a prohibir el sentimiento de amor? Se admite que todas las revoluciones se caracterizan por un notable recrudecimiento de las afecciones mentales; esta es, pues, una causa eficiente muy manifiesta, ya que aumenta el número de la media; ¿Por qué no aconseja a los gobiernos que prohíban las revoluciones como algo insalubre? Dado que el Sr. Burlet ha hecho una declaración enorme de seis casos de la llamada locura Espírita, de una población de 300.000 almas, instamos a los médicos Espíritas a hacer una lista de todos los casos de locura, epilepsia y otras aflicciones causadas por el miedo del demonio, el cuadro aterrador de los tormentos eternos del infierno, y el ascetismo del encierro en clausura.
Lejos de admitir el Espiritismo como causa del aumento de la locura, decimos que es una causa atenuante que debe disminuir el número de casos producidos por causas ordinarias. De hecho, entre estas causas, debemos colocar en primera línea las penas de todo tipo, las decepciones, los afectos frustrados, los reveses de la fortuna, las ambiciones frustradas. El efecto de estas causas se debe a la impresionabilidad del individuo, si se tuviera un medio para atenuar esta impresionabilidad, sería sin duda el mejor conservante; ¡y bien! este medio está en el Espiritismo que amortigua el contragolpe moral, que nos hace aceptar con resignación las vicisitudes de la vida; alguien que se hubiera suicidado por un contratiempo, saca de la creencia Espírita una fuerza moral que le hace sobrellevar su enfermedad con paciencia; no sólo no se suicidará, sino que ante la mayor adversidad conservará su fría razón, porque tiene una fe inalterable en el futuro. ¿Le darás esa calma con la perspectiva de la nada? No, porque no ve compensación, y si no tiene que comer, te puede comer a ti. El hambre es terrible consejera para los que creen que todo acaba con la vida; ¡y bien! El Espiritismo hace perdurar hasta el hambre, porque nos hace ver, comprender y esperar la vida que sigue a la muerte del cuerpo; esta es su locura.
La manera, en que el verdadero Espírita ve las cosas en este mundo y en el próximo, lo lleva a domesticar en él las pasiones más violentas, incluso la ira y la venganza. Después del artículo insultante de la Gazette de Lyon, que recordamos más arriba, un grupo de una docena de trabajadores nos dijo: "Si no fuéramos Espíritas, iríamos a darle una paliza al autor para enseñarle a vivir, y si estuviéramos en una revolución, prenderíamos fuego a su tienda de periódicos; pero nosotros somos Espíritas; lo compadecemos y rogamos a Dios que lo perdone”. ¿Qué dice usted de esta locura, Sr. Burlet? En tal caso, ¿qué hubieras preferido, tener que tratar con locos de este tipo, o con hombres que nada temen? Considere que hoy hay más de veinte mil en Lyon. ¡Afirmas servir a los intereses de la humanidad y no entiendes a los tuyos! Oren a Dios para que un día no tengan que lamentar que todos los hombres no sean Espíritas; esto es por lo que usted y su gente están trabajando con todas sus fuerzas. Al sembrar la incredulidad socavas los cimientos del orden social; empujas a la anarquía, a las reacciones sangrientas; trabajamos para dar fe a los que en nada creen; difundir una creencia que haga a los hombres mejores unos para otros, que les enseñe a perdonar a sus enemigos, a considerarse hermanos sin distinción de raza, casta, secta, color, opinión política o religiosa; la creencia, en una palabra, que suscita el verdadero sentimiento de caridad, fraternidad y deber social. Pregúntense a todos los jefes militares que tienen bajo su mando subordinados Espíritas, ¿cuáles son a los que conducen con mayor soltura?, ¿quiénes mejor observan la disciplina sin el uso del rigor? Preguntad a los magistrados, los agentes de la autoridad que tienen ministros Espíritas en los estratos inferiores de la sociedad, ¿cuáles tienen más orden y tranquilidad?; ¿en los que la ley tiene menos que aplicar?; ¿donde hay el menor tumulto que apaciguar, desórdenes que reprimir?
En un pueblo del Sur, un comisario de policía nos dijo: “Desde que el Espiritismo se ha difundido en mi distrito, tengo diez veces menos problemas que antes. Por último, pregunte a los médicos Espíritas ¿cuáles son los pacientes en los que encuentran menos afecciones causadas por excesos de todo tipo? Esa es una estadística un poco más concluyente, creo, que tus seis casos de locura. Si tales resultados son una locura, me enorgullezco de propagarlos. ¿De dónde se extraen estos resultados? ¿En los libros que algunos quisieran arrojar a las llamas; en los grupos que recomiendas a los trabajadores que huyan? ¿Qué vemos en estos grupos, que usted presenta como la tumba de la razón? Hombres, mujeres, niños que escuchan con reverencia una dulce y consoladora moralidad, en vez de ir al cabaret, a perder el dinero y la salud, o a armar alboroto en la plaza pública; que salen de ellos con amor por sus semejantes en el corazón, en lugar de odio y venganza.
He aquí una singular confesión del autor del citado artículo: Víctimas de la alucinación que los posee, admitida su premisa, razonan entonces con una lógica intachable, que no hace más que fortalecerlos en su aberración. ¡Singular locura, en verdad, la que razona con irreprochable lógica! Pero ¿cuál es esta premisa? lo dijimos hace un momento: el alma sobrevive al cuerpo, conserva su individualidad y sus afectos, y puede comunicarse a los vivos. ¿Qué puede probar la verdad de una premisa, sino la lógica impecable de las deducciones? Quien dice irreprochable, dice inexpugnable, irrefutable; por tanto, si las deducciones de una premisa son inatacables, es porque todo lo satisfacen, nada se les puede oponer; por tanto, si estas deducciones son verdaderas, es porque la premisa es verdadera, porque la verdad no puede tener el error por principio. De un falso principio se pueden deducir, sin duda, consecuencias aparentemente lógicas, pero esta es sólo una lógica aparente, es decir, sofismas, y no una lógica irreprochable, porque siempre dejará una puerta abierta a la refutación. La verdadera lógica es aquella que satisface plenamente a la razón: no puede ser discutida; la falsa lógica es sólo un falso razonamiento siempre discutible. Lo que caracteriza a las deducciones de nuestra premisa es ante todo que se basan en la observación de hechos; segundo, que explican racionalmente lo que de otro modo es inexplicable. Sustituid nuestra premisa por la negación, y a cada paso os encontraréis con dificultades insolubles. La Teoría Espírita, decimos, se basa en hechos, pero en miles de hechos, recurrentes diariamente, y observados por millones de personas; la tuya es basada en media docena de hechos observados por ti. Esta es una premisa de la que todos pueden sacar la conclusión.
Círculo Espírita de Tours - Discurso pronunciado por el presidente durante la sesión de instalación
Martes, 12 de noviembre de 1862.
"Caballeros,
Ante todo, debo agradecer a los Espíritus protectores de nuestra pequeña sociedad naciente, por haberme designado amablemente ante ustedes para la presidencia; trataré de justificar esta elección, que me honra, procurando escrupulosamente que el trabajo de nuestras reuniones tenga siempre un carácter serio y moral, objetivo que nunca debemos perder de vista, so pena de exponernos a muchas decepciones.
¿Qué buscamos aquí, señores, lejos del ruido de los asuntos mundanos? La ciencia de nuestros destinos. Sí, todos nosotros, mientras estemos en este modesto recinto que crecerá, que se elevará, espero, por el tamaño y la altura de la meta que perseguimos, nos entregamos al deseo muy natural de rasgar el grueso velo que oculta a los pobres humanos el espantoso misterio de la muerte, y de saber si es verdad, como enseña la falsa ciencia, y como cree, ¡ay! tantos desdichados Espíritus descarriados, que la tumba cierra el libro de los destinos del hombre.
Sé muy bien que Dios ha puesto en el corazón de cada uno una antorcha destinada a iluminar sus pasos por los ásperos caminos de la vida: la razón; y una balanza apta para pesar todas las cosas según su valor exacto: la justicia; pero cuando la luz brillante y pura de esta antorcha guía, cada vez más debilitada por el aliento impuro de las pasiones pervertidas, está a punto de extinguirse; cuando las balanzas de la justicia han sido falsificadas por el error y la falsedad; cuando el chancro del materialismo, después de haberlo invadido todo, incluso las religiones, amenaza con devorarlo todo, el Juez Supremo debe finalmente venir, por prodigios de su omnipotencia, por manifestaciones insólitas, capaces de llamar violentamente la atención, para enderezar los caminos de la humanidad y para sacarla del abismo.
Hasta el punto de degradación moral en que han caído las sociedades modernas, bajo la influencia de falsas y perniciosas doctrinas toleradas, si no fomentadas, por quienes tienen la especial misión de reprimirlas; en medio de este indiferentismo general por todo lo que no es material, de este sensualismo ultrajante, excluyente, de esta furia, desconocida para nosotros, de enriquecimiento a todo coste, de este culto desenfrenado al becerro de oro, de esta desordenada pasión por el lucro , que engendra el egoísmo, hiela todos los corazones deformando todas las inteligencias y tiende a la disolución de los lazos sociales, las comunicaciones de ultratumba pueden ser consideradas como una revelación divina, que se ha hecho necesaria al llamado al orden, de la Providencia que no puede permitir que su criatura favorita perezca sin ayuda. Y, con la rapidez con que las enseñanzas de la Doctrina Espírita se difunden por todos los puntos del globo, es fácil prever que se acerca la hora en que la humanidad, después de una pausa, dará un nuevo paso, para pasar por una nueva fase de desarrollo en su progresión intermitente a través de los siglos.
En cuanto a nosotros, señores, gracias a la Providencia, por haberse dignado elegirnos para esparcir y hacer fructificar en este pequeño rincón de la tierra la semilla Espírita, y así cooperar, en la medida de nuestras fuerzas, en la gran obra de la regeneración moral. que se prepara.
Estoy ocupado en este momento, en relación con una cuestión médica, algunos de ustedes lo saben, de una importante obra filosófica donde trato de explicar racionalmente los fenómenos fisiológicos del Espiritismo y relacionarlos con la filosofía general. Antes de publicar esta obra, esencialmente anti materialista, que todavía es poco más que un borrador, propongo comunicárosla para conocer vuestra opinión sobre la conveniencia de someter a la aprobación de los Espíritus elevados que quieran ayudarnos bien, los puntos principales de Doctrina que contiene. Allí pudimos encontrar, además, todas preparadas y metódicamente planteadas de antemano, la mayor parte de las cuestiones que deben ser objeto de nuestras conversaciones Espíritas.
“Nunca debemos perder de vista, señores, el fin esencial del Espiritismo, que es la destrucción del materialismo por la prueba experimental de la supervivencia del alma humana. Si los muertos responden a nuestra llamada, si vienen a ponerse en comunicación con nosotros, es evidente que no están del todo muertos; es porque el último suspiro de agonía no ha marcado para ellos el final definitivo de su existencia. Todos los sermones del mundo no serven como un argumento a este respecto.
Por eso es nuestro deber, para nosotros los creyentes, difundir la luz a nuestro alrededor y no mantenerla encerrada bajo el celemín, es decir, este estrecho recinto debe, por el contrario, convertirse, por nuestro celo, en un hogar radiante. ¿Significa esto que debemos invitar a todos a nuestras reuniones, dar la bienvenida al primero que muestre curiosidad por vernos trabajar, como si se tratara de ver operar a un mago? Sería una torpeza exponer a las posibilidades del ridículo lo más grave del mundo y al mismo tiempo comprometernos. Pero siempre que una persona cuya buena fe no tengamos por qué sospechar, y que habrá sacado de la lectura de obras especiales nociones sobre el Espiritismo, quiera testimoniar los hechos, tendremos que ceñirnos a su petición, sólo que será bueno regular esta clase de admisiones, y no admitir a nuestras asambleas a ninguna persona extraña sin que la sociedad, consultada, haya expresado previamente su opinión al respecto.
Señores, cuando hace apenas dos años constatamos con uno de nuestros miembros, en casa de un amigo común, los más asombrosos fenómenos Espíritas del orden mecánico y del orden intelectual, a pesar de la evidencia de los hechos de que fuimos testigos, a pesar de nuestra profunda convicción de que estas extraordinarias manifestaciones ocurrían fuera de las leyes naturales conocidas, difícilmente nos atrevíamos tímidamente a compartirlas con nuestros íntimos conocidos, tan temibles eran que la integridad de nuestra razón fuera cuestionada. El Libro de los Espíritus, entonces casi desconocido en Tours, estaba todavía en su primera o, a lo sumo, en su segunda edición, en ese momento, en una palabra, apenas había traspasado los límites de la capital. Bueno, ¡mira qué progreso tan inmenso en el espacio de tres años! Hoy el Espiritismo ha penetrado por todas partes, tiene adeptos en todos los estamentos de la sociedad; se organizan reuniones, grupos más o menos numerosos en todos las ciudades, grandes o pequeñas, a la espera del turno de los pueblos; hoy las obras Espíritas se exhiben en todos los libreros, quienes tienen dificultad en satisfacer las demandas de sus clientes, ávidos de conocer los grandes misterios de las evocaciones; hoy, por fin, el Espiritismo popularizado, conocido por todos de alguna manera, ya no es un espantapájaros, un signo de reprobación o de desdén, y podemos confesar con denuedo, sin temor a ser tomados por locos, el propósito de nuestras reuniones; podemos desafiar el ridículo y el sarcasmo y decir a los burladores: "Antes de que nos ridiculicen, cuéntennos, si no pésennos".
En cuanto al anatema de un partido, apreciamos demasiado su pequeño alcance como para preocuparnos por él. Dicen que hicimos un pacto con el diablo, vale; pero entonces hay que admitir que los demonios no son todos demonios tan malos. Nuestro verdadero crimen, a sus ojos, es nuestra pretensión, ciertamente muy legítima, de comunicarnos con Dios y sus santos sin su obligado intermediario. Demostrémosles que, gracias a las enseñanzas de los que ellos llaman demonios, comprendemos la sublime moralidad del Evangelio, que se resume en el amor de Dios y de sus semejantes, en la caridad universal. Abracemos a la humanidad en su conjunto, sin distinción de religión, raza, origen y, a fortiori, de familia, fortuna y condición social. Que sepan que nuestro Dios, para nosotros los Espíritas, no es un tirano cruel y vengativo que castiga un momento de desconcierto con tormentos eternos, sino un padre bueno y misericordioso que vela con incesante solicitud por sus hijos perdidos, y busca traerlos más cerca de él por una serie de pruebas destinadas a lavarlos de todas sus manchas. ¿No está escrito, que Dios no quiere la muerte del pecador, sino su conversión?
Además, nos reservamos expresamente, aquí como en todas partes, los derechos imprescriptibles de la razón que debe dominar todo, juzgar todo en última instancia. No decimos a los recalcitrantes, mientras los llevamos al pie de la hoguera: cree o muere, pero cree, si la razón lo quiere.
Una palabra más para cerrar, señores, porque no quiero abusar de su atención. No teniendo la institución de nuestra sociedad otro fin que nuestra instrucción y nuestra mejora moral, debemos sacar con el mayor cuidado de nuestras reuniones cualquier cuestión relacionada directa o indirectamente, sea con las personas, sea con la política o con los intereses materiales. El estudio del hombre en relación con sus destinos futuros, tal es nuestro programa, y nunca debemos apartarnos de él”.
“Amigos míos, el propósito de vuestra sociedad es instruiros y traer al hombre perdido, de regreso a la luz, oscurecida por tanto tiempo por la oscuridad que reina en esta época. No debéis considerar que esta institución viene a instruiros en materias de derecho o ciencia; simplemente viene a disponeros para entrar en el nuevo camino de la regeneración, que debéis seguir sin miedo, poniendo vuestra confianza en las instrucciones que recibiréis. No hay que temer nada, porque Dios vela por el hombre que hace el bien, y no lo abandona.
Lo escuché discutiendo un artículo de las regulaciones sobre la admisión de personas extrañas a su sociedad. Escuchen un poco el consejo de un amigo, o más bien de un hermano que les habla, no con la boca sino con el corazón, no materialmente sino espiritualmente; porque créanlo, cuando atravieso para venir a ustedes todos los grados de los Espíritus impuros, este espacio a recorrer no me parece doloroso si veo su corazón animado de sentimientos de bien.
Cuando una persona extraña pida estar presente en sus sesiones, antes de admitirlo, tráigalo en privado a su gabinete, y en la conversación pruebe sus sentimientos y vea si está instruido en la nueva Doctrina. Si descubres en ella el deseo del bien y no una mera curiosidad; si viene con intenciones serias, entonces puedes admitirla con seguridad, pero rechaza a cualquiera que venga solo con la idea de perturbar vuestras sesiones y despreciar vuestras enseñanzas. Piensa también, que los espías se cuelan por todas partes: Jesús tenía algunos.
Si alguien se presenta como Espírita o médium, no lo recibáis sin saber con quién estáis tratando. No ignoráis que hay médiums llenos de frivolidad y soberbia, y que por eso mismo sólo atraen Espíritus frívolos. A menudo se ha dicho: los pájaros del mismo plumaje vuelan juntos. Un verdadero Espírita no debe tener otro sentimiento que el bien y la caridad, sin los cuales no puede ser asistido por los Espíritus elevados.
Sin duda, la pérdida de un médium puede dejar un vacío entre vosotros, pero no creáis que ya no tendréis instrucciones nuestras, porque estaremos siempre dispuestos a venir y asistiros en lo posible en vuestro trabajo, Dios lo permitirá. Si se os quita un buen médium, es sin duda porque Dios lo destina para otra misión, que cree más útil. ¿Quién sabe lo que le espera? Hay cosas que el hombre no puede comprender y que, sin embargo, debe aceptar.
El camino que estáis por recorrer, amigos míos, es difícil de escalar, pero con la ayuda de vuestros hermanos, que están por encima de vosotros, lo lograréis.
En otro momento, espero, vos educaremos sobre asuntos más serios”.
Variedad - Sanación por un Espíritu
Hemos recibido varias cartas, que confirman la aplicación exitosa que se ha hecho del remedio indicado en la Revista Espírita de noviembre de 1862, página 335 (véase también la errata de diciembre), y cuya receta se ha dado por un Espíritu. Un oficial de caballería nos dijo, que el farmacéutico de su regimiento se ocupaba de preparar algunos de ello, para los muy frecuentes casos de accidentes causados por las coces de los caballos. Sabemos que otros farmacéuticos han hecho lo mismo en algunas ciudades.
Sobre el origen de este remedio, uno de nuestros suscriptores de Eure-et-Loir nos envía el siguiente dato, que es de su conocimiento personal.
“Autheusel, 6 de noviembre de 1862.
Un obrero llamado Paquine, que vive en un pueblo cercano, vino a verme hace un mes, armado con dos muletas. Sorprendido de verlo así, indagué sobre el accidente que le había ocurrido. Respondió que desde hacía algún tiempo sus piernas estaban prodigiosamente hinchadas y cubiertas de úlceras, y que no había remedio. Este hombre es un Espírita y algo así como un médium. Le dije que tenía que dirigirse a los buenos Espíritus y hacerlo con fervor. El día de Todos los Santos lo vi reaparecer en misa con un simple palo. Al día siguiente vino a verme y me dijo lo siguiente:
-Señor -me dijo-, como usted me recomendó que me sirviese de los buenos Espíritus para obtener mi curación, no he dejado de invocarlos todas las tardes y muchas veces durante el día y mostrarles cuánto me ha afectado mi enfermedad para ganarme la vida. Llevaba apenas cinco o seis días orando así cuando una noche, estando adormilado, vi aparecer a un hombre blanco en medio de mi habitación. Se acercó a mi tocador, sacó un frasco en el que había un poco de grasa que yo usaba para calmar el dolor que me causaban las piernas. Me mostró este cántaro, luego, tomando un poco de tabaco que yo guardaba en un papel, me lo mostró también. Luego fue a buscar un frasquito de extracto de saturno, luego una botella de aguarrás, y mostrándome todo, me hizo señas de que tenía que hacer una mezcla; me dijo la dosis derramándola frente a mí en la olla; luego, habiéndome hecho señas amistosas, desapareció. Al día siguiente hice lo que el Espíritu me había mandado, y desde ese momento mis piernas entraron en un excelente camino de sanidad. Lo único que me queda hoy es una hinchazón en el pie que poco a poco va desapareciendo gracias a la eficacia de este remedio, y espero pronto estar libre de todo mal.
He aquí, señores, un hecho que casi podría clasificarse entre las curaciones milagrosas.
Al examinar la vulgaridad y casi siempre la sencillez de los remedios indicados por los Espíritus en general me preguntaba si no se podría concluir que el remedio en sí mismo no es más que una simple fórmula, y que es la influencia fluídica del Espíritu la que hace la curación. Creo que esta cuestión podría ser estudiada.
L. de Tarragon”.
Esta última cuestión no nos parece dudosa, cuando sabemos sobre todo las propiedades que la acción magnética puede dar a las sustancias más benignas, al agua por ejemplo; ahora bien, como los Espíritus también magnetizan, ciertamente pueden dar a ciertas sustancias propiedades curativas según las circunstancias. Si el Espiritismo nos revela todo un mundo de seres pensantes y actuantes, también nos revela fuerzas materiales desconocidas que la ciencia un día aprovechará.
Sobre el origen de este remedio, uno de nuestros suscriptores de Eure-et-Loir nos envía el siguiente dato, que es de su conocimiento personal.
“Autheusel, 6 de noviembre de 1862.
Un obrero llamado Paquine, que vive en un pueblo cercano, vino a verme hace un mes, armado con dos muletas. Sorprendido de verlo así, indagué sobre el accidente que le había ocurrido. Respondió que desde hacía algún tiempo sus piernas estaban prodigiosamente hinchadas y cubiertas de úlceras, y que no había remedio. Este hombre es un Espírita y algo así como un médium. Le dije que tenía que dirigirse a los buenos Espíritus y hacerlo con fervor. El día de Todos los Santos lo vi reaparecer en misa con un simple palo. Al día siguiente vino a verme y me dijo lo siguiente:
-Señor -me dijo-, como usted me recomendó que me sirviese de los buenos Espíritus para obtener mi curación, no he dejado de invocarlos todas las tardes y muchas veces durante el día y mostrarles cuánto me ha afectado mi enfermedad para ganarme la vida. Llevaba apenas cinco o seis días orando así cuando una noche, estando adormilado, vi aparecer a un hombre blanco en medio de mi habitación. Se acercó a mi tocador, sacó un frasco en el que había un poco de grasa que yo usaba para calmar el dolor que me causaban las piernas. Me mostró este cántaro, luego, tomando un poco de tabaco que yo guardaba en un papel, me lo mostró también. Luego fue a buscar un frasquito de extracto de saturno, luego una botella de aguarrás, y mostrándome todo, me hizo señas de que tenía que hacer una mezcla; me dijo la dosis derramándola frente a mí en la olla; luego, habiéndome hecho señas amistosas, desapareció. Al día siguiente hice lo que el Espíritu me había mandado, y desde ese momento mis piernas entraron en un excelente camino de sanidad. Lo único que me queda hoy es una hinchazón en el pie que poco a poco va desapareciendo gracias a la eficacia de este remedio, y espero pronto estar libre de todo mal.
He aquí, señores, un hecho que casi podría clasificarse entre las curaciones milagrosas.
Al examinar la vulgaridad y casi siempre la sencillez de los remedios indicados por los Espíritus en general me preguntaba si no se podría concluir que el remedio en sí mismo no es más que una simple fórmula, y que es la influencia fluídica del Espíritu la que hace la curación. Creo que esta cuestión podría ser estudiada.
Disertaciones Espíritas - Paz a los hombres de buena voluntad
Poitiers. Reunión preparatoria de trabajadores Espíritas; médium, Sr. X…
Mis queridos amigos, la vida es corta; grande
es lo que le precede, grande es lo que le sigue; nada es sino por la voluntad
de Dios; nada es, pues, sino legítimo y de alta justicia. Tu miseria, cuando te
abraza, es un mal merecido, un castigo, no lo dudes, por tus faltas anteriores.
Enfréntalo con valentía y mira hacia arriba con resignación: descenderá
bendición y alivio. Vuestros dolores, a veces, son la prueba exigida por
vuestro Espíritu mismo, por vuestro Espíritu queriendo llegar pronto a la meta
final, siempre vislumbrada en estado desencarnado.
En una época en que el mundo está convulso y en sufrimiento, en que las sociedades, en busca de la verdad, se retuercen en laboriosos partos, Dios permite que el Espiritismo, es decir, un rayo de eterna verdad, descienda de las altas regiones e ilumine vosotros. Nuestro objetivo es mostraros el camino, pero dejaros vuestra libertad, es decir el mérito y el demérito de vuestros actos. Así que escúchanos y ten la certeza de que tu felicidad es una gran preocupación para nosotros. ¡Si supierais cuánto nos afligen vuestras malas obras! ¡Cómo nos llenan de alegría vuestros esfuerzos hacia la ley de Dios! El Señor nos dijo: “Siervos de mi imperio, devotos apóstoles de mi ley, llevéis todos, mi palabra; explicar a todos que la vida eterna será para los que practican el Evangelio; haced comprender a todos los hombres que lo bueno, lo bello, lo grande, pasos de mi eternidad, están contenidos en esta palabra: Amor”. El Señor nos dijo: “Espíritus de Luz, corred a todos: a los más desdichados y a los más felices; del rey al artesano; del fariseo al que arde en fe ardiente”. Y vamos en todas direcciones, y gritamos a los desdichados: Resignación; a la feliz Caridad, la humildad; a los reyes: Amor a los pueblos; al artesano: ¡Respeto a la ley!
Amigos míos, el día en que hagan mejor que escucharnos, es decir el día en que practiquen nuestros preceptos, no más egoísmo, no más celos; a partir de ahí no más miserias, no más de ese lujo que es el gusano que roe las sociedades y las estremece; no más de esos errores morales que perturban las conciencias; ¡No más revoluciones, no más sangre! no más ese triste prejuicio que hizo creer durante mucho tiempo a las familias principescas que el pueblo era lo suyo y que eran de otra sangre que el pueblo, ¡nada más que felicidad! Vuestros gobiernos serán buenos, porque el gobernante y los gobernados se habrán beneficiado del Espiritismo. Las ciencias y las artes, llevadas en alas de la caridad divina, se elevarán a una altura que no sospecháis; vuestro clima mejorado por el trabajo agrícola; tus cosechas se hacen más abundantes; estas profundas palabras de igualdad y fraternidad, finalmente interpretadas sin pensar en despojar a quien posee, realizará, os lo aseguro, las promesas de vuestro Dios.
“¡Paz, dijo vuestro Cristo, a los hombres de buena voluntad! No tuvisteis paz, porque no tuvisteis buena voluntad. La buena voluntad, tanto para los pobres como para los ricos, se llamará caridad. Hay caridad moral, como hay caridad material, y no la tuvisteis; ¡y el pobre fue tan culpable como el rico!
Escúchame bien: ¡Cree y ama! Amor: mucho se le perdonará al que mucho amó. Cree: la fe mueve montañas. Prudencia y mansedumbre en el nuevo apostolado: vuestra mejor predicación será un buen ejemplo. Compadeced a los ciegos: los que no quieren mirar la luz. ¡Denunciad, no culpéis! Oréis, mis amigos, y la bendición de Dios estará con vustras almas. Brilla la antorcha de la vida; en cada rincón del horizonte se encienden los faros; ¡la tormenta sacudirá y tal vez romperá los barcos! Pero el barquero que, sobre la ola furiosa, mirará siempre al faro, se acercará a la orilla, y el Señor le dirá: “Paz a los hombres de buena voluntad; bendito seas vos que habéis amado; sed feliz, ya que habéis trabajado por la felicidad de los demás. ¡Hijo mío, a cada uno según vuetras obras!”
FD, exmagistrado.
En una época en que el mundo está convulso y en sufrimiento, en que las sociedades, en busca de la verdad, se retuercen en laboriosos partos, Dios permite que el Espiritismo, es decir, un rayo de eterna verdad, descienda de las altas regiones e ilumine vosotros. Nuestro objetivo es mostraros el camino, pero dejaros vuestra libertad, es decir el mérito y el demérito de vuestros actos. Así que escúchanos y ten la certeza de que tu felicidad es una gran preocupación para nosotros. ¡Si supierais cuánto nos afligen vuestras malas obras! ¡Cómo nos llenan de alegría vuestros esfuerzos hacia la ley de Dios! El Señor nos dijo: “Siervos de mi imperio, devotos apóstoles de mi ley, llevéis todos, mi palabra; explicar a todos que la vida eterna será para los que practican el Evangelio; haced comprender a todos los hombres que lo bueno, lo bello, lo grande, pasos de mi eternidad, están contenidos en esta palabra: Amor”. El Señor nos dijo: “Espíritus de Luz, corred a todos: a los más desdichados y a los más felices; del rey al artesano; del fariseo al que arde en fe ardiente”. Y vamos en todas direcciones, y gritamos a los desdichados: Resignación; a la feliz Caridad, la humildad; a los reyes: Amor a los pueblos; al artesano: ¡Respeto a la ley!
Amigos míos, el día en que hagan mejor que escucharnos, es decir el día en que practiquen nuestros preceptos, no más egoísmo, no más celos; a partir de ahí no más miserias, no más de ese lujo que es el gusano que roe las sociedades y las estremece; no más de esos errores morales que perturban las conciencias; ¡No más revoluciones, no más sangre! no más ese triste prejuicio que hizo creer durante mucho tiempo a las familias principescas que el pueblo era lo suyo y que eran de otra sangre que el pueblo, ¡nada más que felicidad! Vuestros gobiernos serán buenos, porque el gobernante y los gobernados se habrán beneficiado del Espiritismo. Las ciencias y las artes, llevadas en alas de la caridad divina, se elevarán a una altura que no sospecháis; vuestro clima mejorado por el trabajo agrícola; tus cosechas se hacen más abundantes; estas profundas palabras de igualdad y fraternidad, finalmente interpretadas sin pensar en despojar a quien posee, realizará, os lo aseguro, las promesas de vuestro Dios.
“¡Paz, dijo vuestro Cristo, a los hombres de buena voluntad! No tuvisteis paz, porque no tuvisteis buena voluntad. La buena voluntad, tanto para los pobres como para los ricos, se llamará caridad. Hay caridad moral, como hay caridad material, y no la tuvisteis; ¡y el pobre fue tan culpable como el rico!
Escúchame bien: ¡Cree y ama! Amor: mucho se le perdonará al que mucho amó. Cree: la fe mueve montañas. Prudencia y mansedumbre en el nuevo apostolado: vuestra mejor predicación será un buen ejemplo. Compadeced a los ciegos: los que no quieren mirar la luz. ¡Denunciad, no culpéis! Oréis, mis amigos, y la bendición de Dios estará con vustras almas. Brilla la antorcha de la vida; en cada rincón del horizonte se encienden los faros; ¡la tormenta sacudirá y tal vez romperá los barcos! Pero el barquero que, sobre la ola furiosa, mirará siempre al faro, se acercará a la orilla, y el Señor le dirá: “Paz a los hombres de buena voluntad; bendito seas vos que habéis amado; sed feliz, ya que habéis trabajado por la felicidad de los demás. ¡Hijo mío, a cada uno según vuetras obras!”
Poesía Espírita - El Enfermo y su Médico
Cuento dedicado al Sr. el editor del Renard, de Burdeos, por el Espíritu golpeador de Carcassonne.
“No puedo aguantar más, doctor; está demasiado fuerte,
¡Gritó un señor de Rochefort otro día!
Tómeme el pulso, doctor, estoy harto;
El globo entero se apodera de un frenesí.
Hay que creer que Dios ya no conoce su oficio;
Está bajando... y maldigo a todo el mundo.
Y primero el vapor… ¿Así caminamos?
¿Qué pasó con el tiempo de mi dulce sedán?
Esta vez cuando, sin peligro de rompernos el cuello,
¿Salíamos de París veinte para Sceaux como un reloj de cuco?
¡Hablamos de progreso!... ¡Doctor, es ridículo!
Lanzado a toda velocidad, el planeta retrocede;
¡Qué horrible caos!... Un cable, un alambre,
De Calais a Beijing balbuceando en el mar.
Un sastre sin aguja se atreve a coser;
El agua hace fuego; polvo de algodón;
Una paleta, para pinceles que tienen un solo aparato,
¡Te venderé retratos hechos al sol!
¡Gloria, gloria al pasado! En este siglo frívolo
La igualdad ruge; ¡la gente tiene su palabra!
¡Escribir en el corazón de Burdeos, a Sabò se le ocurrió!
Verá, doctor, todo está patas arriba.
De los malabaristas sabré descubrir la cuerda;
¡Ya te aviso, diablo! el líder del l'Etincelle;
Es allí donde, sable en mano, nos defiende una calavera,
Eso no es todo, doctor, ¡oh escándalo! la gente dice
Que, del buen La Fontaine tomando prestada la fórmula,
Una muerte real, un Espíritu, nos da la regla”.
"Aquí", escupió el señor de Rochefort, y luego continuó:
“Doctor, de buena fe, ¿usted cree en el Espíritu?
- ¡Bah! dijo el doctor! haciendo el buen apóstol,
¿El Espíritu?... No me lo creo, mi caro... ni siquiera en el tuyo”.
Nota. Este cuento, sobre cuyo mérito dejamos juzgar a nuestros lectores, se obtuvo espontáneamente por tipología, como otros encantadores poemas del mismo médium, en conexión con un ingenioso artículo del Sr. Aug. Bez, inserto en el Renard, que quiere abrir sus columnas a los seguidores del Espiritismo. L'Etincelle es otro periódico de Burdeos, editado por el Sr. de Rattier, que lanza chispas al Espiritismo con el fin de prenderle fuego, pero que, hasta ahora, sólo ha logrado producir una iluminación similar a aquellas chispas de fuegos artificiales que se apagan antes de haber tocado el suelo. En cuanto al señor de Rochefort, sin duda encontrará malsana esta poesía.
Suscripción de Ruán
Pagos hechos a la oficina de la Revue Spirité,
el 27 de enero de 1863:
Sociedad Espírita de París: 423 fr. — El Príncipe de Georgia, 20 fr.; Srs. Aumont, gratis, 5 fr.; Courtois, 2 fr.; Dolé, dibujante-lith., 5fr.; Roger, 20 fr. ; Yvose, 10 fr.; Sra. Hilaire, 20 fr. 505 francos 00
Sociedades y grupos Espíritas: de Sens, 60 fr. 05; de Orleans, 40 fr.; de Marennes, 34 fr. 50; de Saint-Malo, 15fr.—Srs. Bodin, (de Cognac), 20 fr.; Borreau (de Niort), 3 fr. ; Bitaubé (de Blaye), 5 fr.; Bourges, teniente (de Provins), 10 fr. ; Blín, Cap. (de Marsella), 20 fr.; Lausat (de Condom), 5fr.; Visor (de Orthez), lOfr.; San Martín, arqueb. (de Maubourguet), 5 fr. ; Petitjean, sastre y su obrero (de Joinville H.-M.), 7 fr. ; Auzanneau (de Neuvic), 10 francos; Lafage (de Tarbes), 5 fr. ; Jouffroy (de Gaillon), 6 francos; Navidad (de Bone), 10 fr. ; D... (Guelma), 2 fr. 50; N... (Isla de Ré), 9 fr. — De Poitiers: Sr. Barbault de la Motte, ex. magistrado, 100 fr. ; Madame Barbault de la Motte, 100 francos; M. Frothier, escultor, 20 fr. ; M. Bonvalet, obrero, 10 fr. — Sociedad Espírita de Montreuil-sur-Mer, 74 fr 497 05
Los Espíritas y la colonia francesa de Barcelona [España]: Srs. Henri de Vincio, François Nerici, Ernest Lalaux, Ed. Hardy, Désiré Maigrin, Maurice Lachâtre, Mademoiselle Marie Garette, 100 fr. — Sres. Achon, Ziegler, Ed. Bettiz, G. Sins, J.-C. Carpentier, Holder, Muller, J. Arto, Devenel, 80 fr.; Mademoiselle Nérici, 5 fr. ; Srs. Rovira, padre e hijo, 2 fr. 60 c. ; Louis Borel, sombrerero, 5 fr. ; Simonnet, batidor de oro, 10 fr. ; Sra. Caroline Vignes, 10 fr. ; Sra. Guizy, 20 fr. ; MM. Guizy, 30 fr. ; EB, 5 fr.; Emprin, corredor, 10 fr. ; Marius Brunos, zapatero, 5 fr.; Leconte, hermanos, 25 fr. ; Hardy, Sr., 6 y s.; Flocon, viajante de comercio, 5 fr. ; Bonsignori, joyero, 1 fr.; Louis Pintrau, fundador, 1 fr. ; Canals y C", neg., 15 fr.; Cousseau y C", tapiceros, 10 fr.; Tasimez Bion, 1 fr.; Subernie, 1 fr.; Dupont, 2 fr.; Paul, hermanos, fabricantes, 50 fr.; Garcerie, novedades, lOfr. ; Sras. Curel, modas, 10 fr.; Antoinette Fournols, costurera, 10 fr. ; Srs. Emile Cousoles, vendaje, 5 fr. ; J. Hugon, 10 fr. ; Louis Verdereau, novedades, 20 fr. ; Torri, sombrerero, 5 fr. ; José Faur, 1 fr. ; AC, 5 fr.; Gustave Fouquel, 1 fr. ; Lavallee, 5 fr.; Fournier, 3 fr. 75; J.-J. Maumus, 3 fr. ; Thiébault, 2 fr. . . . 489 35
Total 1491 francos. 40
La suscripción permanece abierta.
ALLAN KARDEC.
Sociedad Espírita de París: 423 fr. — El Príncipe de Georgia, 20 fr.; Srs. Aumont, gratis, 5 fr.; Courtois, 2 fr.; Dolé, dibujante-lith., 5fr.; Roger, 20 fr. ; Yvose, 10 fr.; Sra. Hilaire, 20 fr. 505 francos 00
Sociedades y grupos Espíritas: de Sens, 60 fr. 05; de Orleans, 40 fr.; de Marennes, 34 fr. 50; de Saint-Malo, 15fr.—Srs. Bodin, (de Cognac), 20 fr.; Borreau (de Niort), 3 fr. ; Bitaubé (de Blaye), 5 fr.; Bourges, teniente (de Provins), 10 fr. ; Blín, Cap. (de Marsella), 20 fr.; Lausat (de Condom), 5fr.; Visor (de Orthez), lOfr.; San Martín, arqueb. (de Maubourguet), 5 fr. ; Petitjean, sastre y su obrero (de Joinville H.-M.), 7 fr. ; Auzanneau (de Neuvic), 10 francos; Lafage (de Tarbes), 5 fr. ; Jouffroy (de Gaillon), 6 francos; Navidad (de Bone), 10 fr. ; D... (Guelma), 2 fr. 50; N... (Isla de Ré), 9 fr. — De Poitiers: Sr. Barbault de la Motte, ex. magistrado, 100 fr. ; Madame Barbault de la Motte, 100 francos; M. Frothier, escultor, 20 fr. ; M. Bonvalet, obrero, 10 fr. — Sociedad Espírita de Montreuil-sur-Mer, 74 fr 497 05
Los Espíritas y la colonia francesa de Barcelona [España]: Srs. Henri de Vincio, François Nerici, Ernest Lalaux, Ed. Hardy, Désiré Maigrin, Maurice Lachâtre, Mademoiselle Marie Garette, 100 fr. — Sres. Achon, Ziegler, Ed. Bettiz, G. Sins, J.-C. Carpentier, Holder, Muller, J. Arto, Devenel, 80 fr.; Mademoiselle Nérici, 5 fr. ; Srs. Rovira, padre e hijo, 2 fr. 60 c. ; Louis Borel, sombrerero, 5 fr. ; Simonnet, batidor de oro, 10 fr. ; Sra. Caroline Vignes, 10 fr. ; Sra. Guizy, 20 fr. ; MM. Guizy, 30 fr. ; EB, 5 fr.; Emprin, corredor, 10 fr. ; Marius Brunos, zapatero, 5 fr.; Leconte, hermanos, 25 fr. ; Hardy, Sr., 6 y s.; Flocon, viajante de comercio, 5 fr. ; Bonsignori, joyero, 1 fr.; Louis Pintrau, fundador, 1 fr. ; Canals y C", neg., 15 fr.; Cousseau y C", tapiceros, 10 fr.; Tasimez Bion, 1 fr.; Subernie, 1 fr.; Dupont, 2 fr.; Paul, hermanos, fabricantes, 50 fr.; Garcerie, novedades, lOfr. ; Sras. Curel, modas, 10 fr.; Antoinette Fournols, costurera, 10 fr. ; Srs. Emile Cousoles, vendaje, 5 fr. ; J. Hugon, 10 fr. ; Louis Verdereau, novedades, 20 fr. ; Torri, sombrerero, 5 fr. ; José Faur, 1 fr. ; AC, 5 fr.; Gustave Fouquel, 1 fr. ; Lavallee, 5 fr.; Fournier, 3 fr. 75; J.-J. Maumus, 3 fr. ; Thiébault, 2 fr. . . . 489 35
Total 1491 francos. 40
La suscripción permanece abierta.
Marzo
La lucha entre el pasado y el futuro
Se está realizando en este momento una
verdadera cruzada contra el Espiritismo, como se nos había anunciado; de
diversos lugares se nos habla de escritos, discursos y hasta actos de violencia
e intolerancia; todos los Espíritas deben regocijarse en ella, porque es la
prueba clara de que el Espiritismo no es una quimera. ¿Habría tanto alboroto
por una mosca que vuela?
Lo que excita especialmente esta gran ira, es la rapidez prodigiosa con la que la nueva idea se propaga, a pesar de todo lo que se ha hecho para detenerla. También nuestros adversarios, obligados por la evidencia a reconocer que este progreso invade las clases más ilustradas de la sociedad e incluso a los hombres de ciencia, se reducen a deplorar este impulso fatal que lleva a la sociedad en su conjunto a los asilos. La burla ha agotado su arsenal de burlas y sarcasmos, y esta supuesta arma terrible no ha podido poner de su lado a las risas, prueba de que no hay cosa de risa. No es menos evidente que no ha quitado un solo partidario de la Doctrina, ni mucho menos, ya que se han incrementado visiblemente. La razón de esto es, en efecto, triple: rápidamente reconocimos todo lo que hay de profundamente religioso en esta Doctrina que toca las cuerdas más sensibles del corazón, que eleva el alma hacia el infinito, que hace reconocer a Dios en aquellos que lo habían malinterpretado; ha arrebatado a tantos hombres de la desesperación, aliviado tantos dolores, curado tantas heridas morales, que las bromas tontas y llanas, vertidas sobre ella, han inspirado más repugnancia que simpatía. Los burladores han luchado en vano para hacer reír a su costa: hay cosas de las que instintivamente sentimos que no podemos reír sin profanarlas.
Sin embargo, si unas pocas personas, conociendo la Doctrina sólo por medio de las bromas de los malos bromistas, hubieran podido creer que sólo era un sueño hueco, la elucubración de un cerebro dañado, bien está lo que ocurre para desengañarlos. Al escuchar tantas declamaciones furiosas, deben decirse a sí mismos que es más grave de lo que pensaban.
La población se puede dividir en tres clases: los creyentes, los incrédulos y los indiferentes. Si el número de creyentes se ha multiplicado por cien en los últimos años, sólo puede ser a expensas de las otras dos categorías. Pero los Espíritus que lideran el movimiento descubrieron que las cosas aún no iban lo suficientemente rápido. Todavía hay, se decían, mucha gente que no ha oído hablar del Espiritismo, sobre todo en el campo; es hora de que entre en ella la Doctrina; también es necesario despertar a los adormecidos indiferentes. La burla ha hecho su trabajo de propaganda involuntaria, pero ha sacado todas las flechas de su aljaba, y las flechas que todavía dispara están desafiladas; es un fuego demasiado pálido ahora. Hace falta algo más vigoroso, que haga más ruido que el tintineo de las telenovelas, que resuena hasta en las soledades; el último pueblo debe oír hablar del Espiritismo. Cuando truene la artillería, todos se preguntarán: ¿Qué es? y querrá ver.
Cuando habíamos hecho el pequeño folleto: “El Espiritismo en su expresión más simple”, preguntamos a nuestros guías espirituales qué efecto produciría. Se nos respondió: Producirá un efecto que no esperáis, es decir que vuestros adversarios se enfurecerán al ver una publicación destinada, por su extremada baratura, a ser difundida en masa y a penetrar por todas partes. Se le ha informado de un gran despliegue de hostilidades, su folleto será la señal. No te preocupes por eso, ya conoces el final. Se enfadan por la dificultad de refutar vuestros argumentos. - Ya que es así, dijimos, este folleto, que se iba a vender a 25 céntimos, se dará a dos céntimos. El evento justificó estos pronósticos, y los saludamos.
Todo lo que sucede en otros lugares ha sido planeado y debe ser por el bien de la causa. Cuando veáis alguna gran manifestación hostil, lejos de asustaros por ella, regocijaos en ella, pues se ha dicho: el estruendo del relámpago será la señal de la proximidad de los tiempos predichos. Orad pues, hermanos míos; orad sobre todo por vuestros enemigos, porque se apoderarán de ellos un verdadero vértigo. Pero aún no está todo cumplido; la llama de la hoguera en Barcelona no subió lo suficiente. Si en alguna parte se renueva, ten cuidado de no apagarla, porque cuanto más alto se eleve, más, como un faro, se verá de lejos y permanecerá en la memoria de los siglos. Que las cosas sean, y en ninguna parte opongan violencia a violencia; recuerde que Cristo le dijo a Pedro que volviera a poner su espada en su vaina. No imitéis a las sectas que se han desgarrado unas a otras en nombre de un Dios de paz, a quien cada una pidió ayuda en su furor. La verdad no se prueba con persecuciones, sino con razonamientos; las persecuciones han sido siempre el arma de las malas causas, y de quienes toman el triunfo de la fuerza bruta por el de la razón. La persecución es un mal medio de persuasión; puede aplastar momentáneamente al más débil, convencerlo, nunca; pues, aun en la angustia en que se habrá visto sumido, gritará, como Galileo en su prisión: e pur si move! (¡Y sin embargo se mueve!) Recurrir a la persecución es probar que uno cuenta poco con el poder de su lógica. Así que nunca uses las represalias: opone la violencia con mansedumbre y una tranquilidad inalterable; devuelve bien por mal a vuestros enemigos; con esto desmentirás sus calumnias y los obligarás a reconocer que vuestras creencias son mejores de lo que dicen.
¡Calumnia! Tu dirás; ¿Podemos ver a sangre fría nuestra Doctrina indignamente disfrazada de mentiras? ¿Acusado de decir lo que no dice, de enseñar lo contrario de lo que enseña, de producir el mal cuando sólo produce el bien? ¿La misma autoridad de los que usan tal lenguaje no puede falsear la opinión pública, retrasar el progreso del Espiritismo?
Indiscutiblemente este es su objetivo; ¿lo alcanzarán? esa es otra cuestión, y no dudamos en decir que llegan al resultado totalmente opuesto: al desprestigio de ellos y de su causa. La calumnia es sin duda un arma peligrosa y traicionera, pero es un arma de doble filo y siempre hiere a quien la usa. Recurrir a la mentira para defenderse es la prueba más fuerte de que no tiene buenas razones para dar, porque si las tuviera, no dejaría de afirmarlas. Llama mal a algo, si esa es vuestra opinión; grítalo a los cuatro vientos, si te parece bien, es el público quien debe juzgar si estás en lo correcto o en lo incorrecto; pero disfrazarlo para apoyar vuestros sentimientos, distorsionarlo, es indigno de cualquier hombre que se precie. En las reseñas de obras dramáticas y literarias, a menudo se ven apreciaciones muy opuestas; un crítico exagera lo que otro desprecia: es su derecho; pero ¿qué pensaría uno de quien, para sustentar su culpa, le hiciera decir al autor lo que no dice, le prestara malos versos para probar que su poesía es detestable?
Así sucede con los detractores del Espiritismo: con sus calumnias muestran la debilidad de su propia causa y la desacreditan mostrando a qué lastimosos extremos se ven obligados a recurrir para sostenerla. ¿Qué peso puede tener una opinión basada en errores manifiestos? Una de dos cosas, o estos errores son voluntarios, y entonces vemos mala fe; o son involuntarias, y el autor prueba su inconsistencia hablando de lo que no sabe; en cualquier caso, pierde todo derecho a confiar.
El Espiritismo no es una Doctrina que camina en las sombras; es conocida, sus principios están formulados de manera clara, precisa e inequívoca. La calumnia, por tanto, no puede tocarlo; basta, para convencerla de la impostura, decir: lee y verás. Sin duda es útil para desenmascararlo; pero debe hacerse con calma, sin amargura ni recriminación, limitándose a oponer, sin discursos superfluos, lo que es a lo que no es; dejad la ira y los insultos a vuestros adversarios, reservaos para vosotros el papel de la verdadera fuerza: el de la dignidad y la moderación.
Además, no debemos exagerar las consecuencias de estas calumnias, que llevan consigo el antídoto de su veneno y, en última instancia, son más ventajosas que perjudiciales. Provocan necesariamente el examen de hombres serios que quieren juzgar las cosas por sí mismos, y se excitan por la importancia que se les da; ahora bien, el Espiritismo, lejos de temer el examen, lo provoca, y se queja de una sola cosa, y es que tanta gente habla de él como el ciego de los colores; pero gracias al cuidado que ponen nuestros adversarios en darlo a conocer, este inconveniente pronto dejará de existir, y eso es todo lo que pedimos. La calumnia que surge de este examen la aumenta en lugar de rebajarla.
Espíritas, no os quejéis de estos disfraces; no quitarán ninguna de las cualidades del Espiritismo; al contrario, las sacarán con más brillo por contraste, y se volverán para confusión de los calumniadores. Estas mentiras ciertamente pueden tener el efecto inmediato de engañar a algunas personas, e incluso de alejarlas; pero que es eso ¿Qué son unos pocos individuos para las masas? Ustedes mismos saben cuán pequeño es el número. ¿Qué influencia puede tener esto en el futuro? Este futuro os está asegurado: los hechos cumplidos os responden de ello, y cada día os trae la prueba de la inutilidad de los ataques de nuestros adversarios. ¿No ha sido calumniada la Doctrina de Cristo, llamada subversiva e impía? ¿No ha sido él mismo llamado un tramposo y un impostor? ¿Se conmovió? No, porque sabía que sus enemigos pasarían y su Doctrina permanecería. Así será con el Espiritismo. ¡Extraña coincidencia! ¡No es más que un recordatorio de la ley pura de Cristo, y es atacado con las mismas armas! Pero sus detractores pasarán; es una necesidad que nadie puede evitar. La generación actual se extingue cada día, y con ella se van los hombres imbuidos de los prejuicios de otro tiempo; la que surge se nutre de ideas nuevas, y sabéis además que se compone de Espíritus más avanzados que deben hacer finalmente reinar la Ley de Dios en la tierra. Mirad entonces las cosas desde arriba; no las mires desde el punto de vista restringido del presente, sino que extiendes vuestra mirada hacia el futuro y disteis a vos mismo: El futuro es nuestro; ¡Qué nos importa el presente! ¡Qué nos hacen las preguntas de la gente! la gente pasa, las instituciones permanecen. Considerad que estamos en un momento de transición; que asistimos a la lucha entre el pasado que lucha y retrocede, y el futuro que nace y avanza. ¿Quién ganará? El pasado es viejo y muerto, estamos hablando de ideas, mientras que el futuro es joven y vence el progreso que está en las Leyes de Dios. Los hombres del pasado se van; llegan los del futuro; sepamos pues esperar con confianza, y felicitémonos por ser los primeros pioneros encargados de despejar el terreno. Si tenemos el problema, tendremos la paga. Trabajemos, pues, no con propaganda furiosa e irreflexiva, sino con la paciencia y perseverancia del labrador que sabe cuánto tarda en llegar a la siega. Sembremos la idea, pero no comprometamos la cosecha por sembrar a destiempo y por nuestra impaciencia, anticipando la época adecuada para todo. Sobre todo, cultivemos plantas fértiles que sólo pidan producir; son lo suficientemente numerosos como para ocupar todos nuestros momentos, sin usar nuestras fuerzas contra las rocas inamovibles que Dios se encarga de sacudir o arrancar de raíz cuando llegue el momento, porque si tiene el poder de levantar montañas, tiene el de bajarlas. Dejemos la figura, y digamos claramente que hay resistencias que sería superfluo tratar de vencer, y que se obstinan más por autoestima o por interés propio que por convicción; sería una pérdida de tiempo buscar traerlos a uno mismo; cederán sólo a la fuerza de la opinión pública. Reclutemos seguidores entre las personas de buena voluntad, que no faltan; aumentemos la falange de todos aquellos que, cansados de la duda y atemorizados por la nada materialista, sólo piden creer, y pronto el número será tal que los demás terminarán por reconciliarse con la evidencia. Este resultado ya se está manifestando, y esperen, dentro de poco, ver en sus filas a aquellos de quienes esperaban ser los últimos.
Lo que excita especialmente esta gran ira, es la rapidez prodigiosa con la que la nueva idea se propaga, a pesar de todo lo que se ha hecho para detenerla. También nuestros adversarios, obligados por la evidencia a reconocer que este progreso invade las clases más ilustradas de la sociedad e incluso a los hombres de ciencia, se reducen a deplorar este impulso fatal que lleva a la sociedad en su conjunto a los asilos. La burla ha agotado su arsenal de burlas y sarcasmos, y esta supuesta arma terrible no ha podido poner de su lado a las risas, prueba de que no hay cosa de risa. No es menos evidente que no ha quitado un solo partidario de la Doctrina, ni mucho menos, ya que se han incrementado visiblemente. La razón de esto es, en efecto, triple: rápidamente reconocimos todo lo que hay de profundamente religioso en esta Doctrina que toca las cuerdas más sensibles del corazón, que eleva el alma hacia el infinito, que hace reconocer a Dios en aquellos que lo habían malinterpretado; ha arrebatado a tantos hombres de la desesperación, aliviado tantos dolores, curado tantas heridas morales, que las bromas tontas y llanas, vertidas sobre ella, han inspirado más repugnancia que simpatía. Los burladores han luchado en vano para hacer reír a su costa: hay cosas de las que instintivamente sentimos que no podemos reír sin profanarlas.
Sin embargo, si unas pocas personas, conociendo la Doctrina sólo por medio de las bromas de los malos bromistas, hubieran podido creer que sólo era un sueño hueco, la elucubración de un cerebro dañado, bien está lo que ocurre para desengañarlos. Al escuchar tantas declamaciones furiosas, deben decirse a sí mismos que es más grave de lo que pensaban.
La población se puede dividir en tres clases: los creyentes, los incrédulos y los indiferentes. Si el número de creyentes se ha multiplicado por cien en los últimos años, sólo puede ser a expensas de las otras dos categorías. Pero los Espíritus que lideran el movimiento descubrieron que las cosas aún no iban lo suficientemente rápido. Todavía hay, se decían, mucha gente que no ha oído hablar del Espiritismo, sobre todo en el campo; es hora de que entre en ella la Doctrina; también es necesario despertar a los adormecidos indiferentes. La burla ha hecho su trabajo de propaganda involuntaria, pero ha sacado todas las flechas de su aljaba, y las flechas que todavía dispara están desafiladas; es un fuego demasiado pálido ahora. Hace falta algo más vigoroso, que haga más ruido que el tintineo de las telenovelas, que resuena hasta en las soledades; el último pueblo debe oír hablar del Espiritismo. Cuando truene la artillería, todos se preguntarán: ¿Qué es? y querrá ver.
Cuando habíamos hecho el pequeño folleto: “El Espiritismo en su expresión más simple”, preguntamos a nuestros guías espirituales qué efecto produciría. Se nos respondió: Producirá un efecto que no esperáis, es decir que vuestros adversarios se enfurecerán al ver una publicación destinada, por su extremada baratura, a ser difundida en masa y a penetrar por todas partes. Se le ha informado de un gran despliegue de hostilidades, su folleto será la señal. No te preocupes por eso, ya conoces el final. Se enfadan por la dificultad de refutar vuestros argumentos. - Ya que es así, dijimos, este folleto, que se iba a vender a 25 céntimos, se dará a dos céntimos. El evento justificó estos pronósticos, y los saludamos.
Todo lo que sucede en otros lugares ha sido planeado y debe ser por el bien de la causa. Cuando veáis alguna gran manifestación hostil, lejos de asustaros por ella, regocijaos en ella, pues se ha dicho: el estruendo del relámpago será la señal de la proximidad de los tiempos predichos. Orad pues, hermanos míos; orad sobre todo por vuestros enemigos, porque se apoderarán de ellos un verdadero vértigo. Pero aún no está todo cumplido; la llama de la hoguera en Barcelona no subió lo suficiente. Si en alguna parte se renueva, ten cuidado de no apagarla, porque cuanto más alto se eleve, más, como un faro, se verá de lejos y permanecerá en la memoria de los siglos. Que las cosas sean, y en ninguna parte opongan violencia a violencia; recuerde que Cristo le dijo a Pedro que volviera a poner su espada en su vaina. No imitéis a las sectas que se han desgarrado unas a otras en nombre de un Dios de paz, a quien cada una pidió ayuda en su furor. La verdad no se prueba con persecuciones, sino con razonamientos; las persecuciones han sido siempre el arma de las malas causas, y de quienes toman el triunfo de la fuerza bruta por el de la razón. La persecución es un mal medio de persuasión; puede aplastar momentáneamente al más débil, convencerlo, nunca; pues, aun en la angustia en que se habrá visto sumido, gritará, como Galileo en su prisión: e pur si move! (¡Y sin embargo se mueve!) Recurrir a la persecución es probar que uno cuenta poco con el poder de su lógica. Así que nunca uses las represalias: opone la violencia con mansedumbre y una tranquilidad inalterable; devuelve bien por mal a vuestros enemigos; con esto desmentirás sus calumnias y los obligarás a reconocer que vuestras creencias son mejores de lo que dicen.
¡Calumnia! Tu dirás; ¿Podemos ver a sangre fría nuestra Doctrina indignamente disfrazada de mentiras? ¿Acusado de decir lo que no dice, de enseñar lo contrario de lo que enseña, de producir el mal cuando sólo produce el bien? ¿La misma autoridad de los que usan tal lenguaje no puede falsear la opinión pública, retrasar el progreso del Espiritismo?
Indiscutiblemente este es su objetivo; ¿lo alcanzarán? esa es otra cuestión, y no dudamos en decir que llegan al resultado totalmente opuesto: al desprestigio de ellos y de su causa. La calumnia es sin duda un arma peligrosa y traicionera, pero es un arma de doble filo y siempre hiere a quien la usa. Recurrir a la mentira para defenderse es la prueba más fuerte de que no tiene buenas razones para dar, porque si las tuviera, no dejaría de afirmarlas. Llama mal a algo, si esa es vuestra opinión; grítalo a los cuatro vientos, si te parece bien, es el público quien debe juzgar si estás en lo correcto o en lo incorrecto; pero disfrazarlo para apoyar vuestros sentimientos, distorsionarlo, es indigno de cualquier hombre que se precie. En las reseñas de obras dramáticas y literarias, a menudo se ven apreciaciones muy opuestas; un crítico exagera lo que otro desprecia: es su derecho; pero ¿qué pensaría uno de quien, para sustentar su culpa, le hiciera decir al autor lo que no dice, le prestara malos versos para probar que su poesía es detestable?
Así sucede con los detractores del Espiritismo: con sus calumnias muestran la debilidad de su propia causa y la desacreditan mostrando a qué lastimosos extremos se ven obligados a recurrir para sostenerla. ¿Qué peso puede tener una opinión basada en errores manifiestos? Una de dos cosas, o estos errores son voluntarios, y entonces vemos mala fe; o son involuntarias, y el autor prueba su inconsistencia hablando de lo que no sabe; en cualquier caso, pierde todo derecho a confiar.
El Espiritismo no es una Doctrina que camina en las sombras; es conocida, sus principios están formulados de manera clara, precisa e inequívoca. La calumnia, por tanto, no puede tocarlo; basta, para convencerla de la impostura, decir: lee y verás. Sin duda es útil para desenmascararlo; pero debe hacerse con calma, sin amargura ni recriminación, limitándose a oponer, sin discursos superfluos, lo que es a lo que no es; dejad la ira y los insultos a vuestros adversarios, reservaos para vosotros el papel de la verdadera fuerza: el de la dignidad y la moderación.
Además, no debemos exagerar las consecuencias de estas calumnias, que llevan consigo el antídoto de su veneno y, en última instancia, son más ventajosas que perjudiciales. Provocan necesariamente el examen de hombres serios que quieren juzgar las cosas por sí mismos, y se excitan por la importancia que se les da; ahora bien, el Espiritismo, lejos de temer el examen, lo provoca, y se queja de una sola cosa, y es que tanta gente habla de él como el ciego de los colores; pero gracias al cuidado que ponen nuestros adversarios en darlo a conocer, este inconveniente pronto dejará de existir, y eso es todo lo que pedimos. La calumnia que surge de este examen la aumenta en lugar de rebajarla.
Espíritas, no os quejéis de estos disfraces; no quitarán ninguna de las cualidades del Espiritismo; al contrario, las sacarán con más brillo por contraste, y se volverán para confusión de los calumniadores. Estas mentiras ciertamente pueden tener el efecto inmediato de engañar a algunas personas, e incluso de alejarlas; pero que es eso ¿Qué son unos pocos individuos para las masas? Ustedes mismos saben cuán pequeño es el número. ¿Qué influencia puede tener esto en el futuro? Este futuro os está asegurado: los hechos cumplidos os responden de ello, y cada día os trae la prueba de la inutilidad de los ataques de nuestros adversarios. ¿No ha sido calumniada la Doctrina de Cristo, llamada subversiva e impía? ¿No ha sido él mismo llamado un tramposo y un impostor? ¿Se conmovió? No, porque sabía que sus enemigos pasarían y su Doctrina permanecería. Así será con el Espiritismo. ¡Extraña coincidencia! ¡No es más que un recordatorio de la ley pura de Cristo, y es atacado con las mismas armas! Pero sus detractores pasarán; es una necesidad que nadie puede evitar. La generación actual se extingue cada día, y con ella se van los hombres imbuidos de los prejuicios de otro tiempo; la que surge se nutre de ideas nuevas, y sabéis además que se compone de Espíritus más avanzados que deben hacer finalmente reinar la Ley de Dios en la tierra. Mirad entonces las cosas desde arriba; no las mires desde el punto de vista restringido del presente, sino que extiendes vuestra mirada hacia el futuro y disteis a vos mismo: El futuro es nuestro; ¡Qué nos importa el presente! ¡Qué nos hacen las preguntas de la gente! la gente pasa, las instituciones permanecen. Considerad que estamos en un momento de transición; que asistimos a la lucha entre el pasado que lucha y retrocede, y el futuro que nace y avanza. ¿Quién ganará? El pasado es viejo y muerto, estamos hablando de ideas, mientras que el futuro es joven y vence el progreso que está en las Leyes de Dios. Los hombres del pasado se van; llegan los del futuro; sepamos pues esperar con confianza, y felicitémonos por ser los primeros pioneros encargados de despejar el terreno. Si tenemos el problema, tendremos la paga. Trabajemos, pues, no con propaganda furiosa e irreflexiva, sino con la paciencia y perseverancia del labrador que sabe cuánto tarda en llegar a la siega. Sembremos la idea, pero no comprometamos la cosecha por sembrar a destiempo y por nuestra impaciencia, anticipando la época adecuada para todo. Sobre todo, cultivemos plantas fértiles que sólo pidan producir; son lo suficientemente numerosos como para ocupar todos nuestros momentos, sin usar nuestras fuerzas contra las rocas inamovibles que Dios se encarga de sacudir o arrancar de raíz cuando llegue el momento, porque si tiene el poder de levantar montañas, tiene el de bajarlas. Dejemos la figura, y digamos claramente que hay resistencias que sería superfluo tratar de vencer, y que se obstinan más por autoestima o por interés propio que por convicción; sería una pérdida de tiempo buscar traerlos a uno mismo; cederán sólo a la fuerza de la opinión pública. Reclutemos seguidores entre las personas de buena voluntad, que no faltan; aumentemos la falange de todos aquellos que, cansados de la duda y atemorizados por la nada materialista, sólo piden creer, y pronto el número será tal que los demás terminarán por reconciliarse con la evidencia. Este resultado ya se está manifestando, y esperen, dentro de poco, ver en sus filas a aquellos de quienes esperaban ser los últimos.
Falsos hermanos y amigos torpes
Como demostramos en nuestro artículo
anterior, nada puede prevalecer contra el destino providencial del Espiritismo.
Así como nadie puede impedir la caída de lo que, en los decretos divinos:
hombres, pueblos o cosas, debe caer, nadie puede detener la marcha de lo que
debe seguir adelante. Esta verdad, en relación con el Espiritismo, surge de
hechos consumados, y mucho más de otro punto capital. Si el Espiritismo fuera
una simple teoría, un sistema, podría ser combatido por otro sistema, pero se
basa en una ley de la naturaleza, tanto como el movimiento de la tierra. La
existencia de Espíritus es inherente a la especie humana; por lo tanto, no
podemos hacer que no existan, y no podemos prohibirles que se manifiesten, como
tampoco podemos impedir que el hombre camine. No necesitan permiso para ello, y
se ríen de todas las defensas, pues no hay que olvidar que además de las manifestaciones
mediúmnicas propiamente dichas, están las manifestaciones naturales y
espontáneas, que han ocurrido en todos los tiempos y se suceden diariamente
entre una multitud de personas que nunca han oído hablar de los Espíritus.
¿Quién podría entonces oponerse al desarrollo de una ley de la naturaleza?
Siendo esta ley obra de Dios, rebelarse contra ella es rebelarse contra Dios.
Estas consideraciones explican la inutilidad de los ataques dirigidos contra el
Espiritismo. Lo que los Espíritas deben hacer ante estas agresiones es
continuar su trabajo pacíficamente, sin alardes, con la calma y la confianza
que da la certeza de llegar a la meta.
Sin embargo, si nada puede detener el progreso general, hay circunstancias que pueden obstaculizarlo parcialmente, como un pequeño dique puede frenar el curso de un río sin impedir su fluir. Entre este número se encuentran los pasos desconsiderados de ciertos adeptos más celosos que prudentes, que no calculan suficientemente el alcance de sus acciones o de sus palabras; con ello producen en las personas aún no iniciadas en la Doctrina una impresión desfavorable, mucho más propensa a alienarlos que las diatribas de los adversarios. El Espiritismo está sin duda muy difundido, pero lo estaría aún más si todos los adeptos hubieran escuchado siempre los consejos de la prudencia y supieran guardar una sabia reserva. Sin duda hay que tener en cuenta su intención, pero lo cierto es que más de uno ha justificado el proverbio: Más vale enemigo declarado que amigo torpe. Lo peor es proporcionar armas a adversarios que saben explotar hábilmente una torpeza. Por lo tanto, no podemos dejar de recomendar encarecidamente a los Espíritas que reflexionen con madurez antes de actuar; en tal caso es prudente no confiar en opiniones personales. Hoy en día, cuando por todas partes se están formando grupos o sociedades, nada es más sencillo que consultar antes de actuar. El verdadero Espírita, teniendo en vista sólo el bien de la cosa sabe abnegar el amor propio; creer en la propia infalibilidad, negarse a ceder a la opinión de la mayoría y persistir en una conducta que se muestra mala y comprometedora, no es acto de un verdadero Espírita; sería una prueba de orgullo si no fuera el hecho de una obsesión.
Entre los errores, hay que situar en primera línea las publicaciones inoportunas o excéntricas, porque son los hechos que más repercusiones tienen. Ningún Espírita ignora que los Espíritus están lejos de tener ciencia soberana; muchos de ellos saben menos que algunos hombres y, al igual que algunos hombres, pretenden saberlo todo. Tienen su opinión personal sobre todas las cosas, que pueden ser correctas o incorrectas; ahora, al igual que los hombres, generalmente los que tienen las ideas más falsas son los más obstinados. Estos falsos eruditos hablan de todo, construyen sistemas, crean utopías o dictan las cosas más excéntricas, y se alegran de encontrar intérpretes complacientes y crédulos que aceptan sus desvaríos con los ojos cerrados. Este tipo de publicaciones tienen inconvenientes gravísimos, pues el propio médium engañado, muchas veces seducido por un nombre apócrifo, las presenta como cuestiones graves que los críticos aprovechan con avidez para denigrar el Espiritismo, mientras que con menos presunción le hubiera bastado seguir el consejo de sus colegas para ser iluminado. Es bastante raro que, en este caso, el médium no ceda al mandato de un Espíritu que desea, aún, como algunos hombres, que se publique a toda costa; con más experiencia sabría que los Espíritus verdaderamente superiores aconsejan, pero nunca imponen ni adulan, y que cualquier prescripción imperiosa es signo sospechoso.
Cuando el Espiritismo esté plenamente establecido y conocido, las publicaciones de esta naturaleza no tendrán más inconvenientes que los que hoy tienen los malos tratados de ciencia; pero al principio, repetimos, tienen un lado muy desafortunado. Por tanto, en materia de publicidad no se puede ser demasiado prudente ni calcular con demasiado cuidado el efecto que se puede producir en el lector. En resumen, es un grave error creerse obligado a publicar todo lo que los Espíritus dictan, ya que, si los hay buenos e iluminados, los hay malos e ignorantes; es importante hacer una elección muy rigurosa de sus comunicaciones y eliminar todo lo que sea inútil, insignificante, falso o que pueda causar una mala impresión. Hay que sembrar, sin duda, pero sembrar buena semilla y a su debido tiempo.
Pasemos a un tema aún más serio, los falsos hermanos. Los adversarios del Espiritismo, al menos algunos, pues puede haber algunos de buena fe, no son todos, como sabemos, escrupulosos en la elección de los medios; todo es una buena guerra para ellos, y cuando no pueden tomar una ciudadela por asalto, la explotan debajo. A falta de buenas razones, que son armas justas, los vemos derramar cada día mentiras y calumnias sobre el Espiritismo. La calumnia es odiosa, lo saben bien, y la mentira puede negarse, por eso buscan hechos para justificarse; pero ¿cómo encontrar hechos comprometedores en personas serias, si no es por medio de ellos mismos o de sus afiliados? El peligro no está en los ataques de fuerza abierta; no está en persecuciones ni siquiera en calumnias, como hemos visto; pero está en los esquemas ocultos empleados para desacreditar y arruinar el Espiritismo por sí mismo. ¿Lo lograrán? Esto es lo que examinaremos más adelante.
Sobre esta maniobra ya hemos llamado la atención en el relato de nuestro viaje de 1862 (página 45), porque en el camino recibimos tres besos de Judas de los que no nos dejamos engañar, aunque no dijimos nada al respecto. Además, nos habían advertido antes de nuestra partida, así como de las trampas que nos tenderían. Pero los estábamos vigilando, seguros de que algún día mostrarían la punta de las orejas, pues es tan difícil para un falso Espírita imitar siempre al verdadero Espírita, como para un Espíritu malo fingir un Espíritu superior; ninguno de los dos puede mantener su papel por mucho tiempo.
De varias localidades nos hablan de individuos, hombres o mujeres, con antecedentes y conocidos sospechosos, cuyo aparente celo por el Espiritismo sólo inspira una confianza muy mediocre, y no nos sorprende encontrar allí a los tres Judas de los que hemos hablado: hay algunos en la parte inferior y superior de la escala. Por su parte, a menudo es más que celo; es entusiasmo, una admiración fanática. Según ellos, su devoción llega incluso a sacrificar sus intereses y, a pesar de ello, no atraen ninguna simpatía: un fluido insalubre parece rodearlos; su presencia en las reuniones arroja un manto de hielo sobre ello. Añadamos que hay algunos cuyos medios de subsistencia se convierten en un problema, especialmente en las provincias donde todos se conocen.
Lo que caracteriza principalmente a estos llamados adeptos es su tendencia a desviar al Espiritismo de los caminos de la prudencia y de la moderación por su ardiente deseo del triunfo de la verdad; alentar publicaciones excéntricas, entrar en éxtasis de admiración ante las más ridículas comunicaciones apócrifas, que se encargan de difundir; provocar, en las reuniones, temas comprometedores sobre política y religión, siempre para el triunfo de la verdad que no debe guardarse bajo un celemín; sus elogios sobre los hombres y las cosas son suficientes incensarios para romper cincuenta caras: son los Fiers-à-bras (orgullosos de las armas) del Espiritismo. Otros son más dulces y hogareños; bajo su mirada oblicua y con palabras melosas, soplan las discordias mientras predican la unidad; arrojan hábilmente sobre la alfombra preguntas irritantes o hirientes, temas que pueden provocar disidencia; suscitan celos de preponderancia entre los diferentes grupos y estarían encantados de verlos arrojarse piedras unos a otros y, gracias a algunas diferencias de opinión sobre determinadas cuestiones de forma o de fondo, la mayoría de las veces provocadas, levantar bandera contra bandera.
Algunos, dicen, hacen un consumo espantoso de libros Espíritas, de los que los libreros apenas se fijan, y de propaganda excesiva; pero, por efecto del azar, la elección de sus seguidores es desafortunada; una fatalidad les lleva a dirigirse con preferencia a personas exaltadas, con ideas obtusas o que ya han dado signos de aberración; luego, en un caso que deploran a gritos por todas partes, vemos que estas personas trataban del Espiritismo, del cual la mayoría de las veces no entendían la primera palabra. A los libros Espíritas que estos celosos apóstoles distribuyen generosamente, añaden a menudo, no críticas que serían torpes, sino libros de magia y hechicería, o escritos políticos heterodoxos, o diatribas innobles contra la religión, de modo que, siempre, en cualquier caso, fortuito o no, uno puede, en una verificación, confundir el conjunto.
Como es más conveniente tener las cosas a mano, tener cómplices dóciles, que no se encuentran en todas partes, hay quienes organizan o han organizado reuniones donde se trata preferentemente de aquello que precisamente el Espiritismo recomienda no preocuparnos, y donde se tiene cuidado de atraer extraños que no siempre son amigos; allí se confunden indignamente lo sagrado y lo profano; los nombres más venerados se mezclan con las más ridículas prácticas de magia negra, acompañadas de signos y palabras cabalísticas, talismanes, trípodes sibilinos y demás parafernalias; algunos le añaden, como complemento, y a veces como producto lucrativo, cartomancia, quiromancia, posos de café, sonambulismo pagado, etc.; Espíritus complacientes, que encuentran allí intérpretes no menos complacientes, predicen el futuro, adivinan la suerte, descubren tesoros escondidos y tíos en la América, indican la cotización en bolsa y, si es necesario, los números ganadores de la lotería; luego, un buen día, interviene la justicia, o se lee en un periódico el informe de una sesión de Espiritismo a la que asistió el autor y cuenta lo que vio, con sus propios ojos.
¿Intentarás que todas estas personas vuelvan a tener ideas más saludables? Sería una pérdida de tiempo, y entendemos por qué: la razón y el lado serio de la Doctrina no son asunto suyo; esto es lo que más les entristece; decirles que perjudican la causa, que dan armas a sus enemigos, es adularlos; su objetivo es desacreditarla pareciendo defenderla. Instrumentos, no temen comprometer a otros al someterlos a la ley, ni ponerse allí, porque saben encontrar allí una compensación.
Su papel no siempre es idéntico; varía según su posición social, sus aptitudes, la naturaleza de sus relaciones y el elemento que les hace actuar; pero el objetivo es siempre el mismo. No todos emplean medios tan toscos, pero no por ello menos traicioneros. Lead algunas publicaciones que supuestamente simpatizan con la idea, incluso aparentemente defensivas de la idea, pese todos sus pensamientos y vea si a veces, junto con un respaldo colocado como portada y etiqueta, no descubres, lanzado como por casualidad, un pensamiento insidioso, una insinuación de doble cara, un hecho relatado de manera ambigua y susceptible de ser interpretado en un sentido desfavorable. Entre ellos los hay disfrazados y que, bajo el manto del Espiritismo, tienen en vista suscitar divisiones entre los adeptos.
Sin duda se nos preguntará si todas las bajezas de las que acabamos de hablar son invariablemente el resultado de maniobras ocultas o de una comedia representada con un fin interesado, y si no pueden ser también el de un movimiento espontáneo; en una palabra, ¿si todos los Espíritas son hombres de sentido común e incapaces de equivocarse?
Pretender que todos los Espíritas sean infalibles sería tan absurdo como la pretensión de nuestros adversarios de tener únicamente el privilegio de la razón. Pero si hay quienes se equivocan, es porque no entienden el significado y el objetivo de la Doctrina; en este caso su opinión no puede ser ley, y es ilógico o desleal, según la intención, tomar la idea individual por la idea general y aprovechar una excepción. Sería lo mismo si tomáramos las aberraciones de algunos estudiosos como reglas de la ciencia. A ellos les diremos: si queréis saber de qué lado está la presunción de verdad, estudiad los principios admitidos por la inmensa mayoría, si no por la absoluta unanimidad de los Espíritas de todo el mundo.
Por tanto, los creyentes de buena fe pueden equivocarse, y no penalizamos que no piensen como nosotros; si entre las bajezas antes relatadas hubo algunas que fueron resultado de una opinión personal, sólo pudimos ver en ellas desviaciones aisladas y lamentables, de las cuales sería injusto responsabilizar a la Doctrina que las repudia severamente; pero si decimos que pueden ser el resultado de maniobras interesadas es porque nuestra imagen está tomada de modelos. Sin embargo, como esto es lo único que el Espiritismo realmente debe temer por el momento, invitamos a todos los seguidores sinceros a estar en guardia y evitar las trampas que puedan tenderles. A tal fin, no pueden ser demasiado imprudentes respecto de los elementos que deben introducirse en sus reuniones, ni rechazar con demasiada cautela todas las sugerencias que tiendan a distorsionar su carácter esencialmente moral. Manteniendo el orden, la dignidad y la seriedad que conviene a los hombres serios que se enfrentan a una cosa seria, cerrarán el acceso a ella a los malintencionados que se retirarán cuando reconozcan que no hay nada que hacer. Por las mismas razones, deben rechazar toda solidaridad con las reuniones formadas fuera de las condiciones prescritas por la sana razón y los verdaderos principios de la Doctrina, si no pueden hacerlas volver al camino correcto.
Como vemos, ciertamente existe una gran diferencia entre falsos hermanos y amigos torpes, pero, sin quererlo, el resultado puede ser el mismo: desacreditar la Doctrina. El matiz que los separa a menudo está sólo en la intención, lo que significa que a veces se pueden confundir y, viéndolos servir a los intereses del oponente, suponer que han sido conquistados por él. Por lo tanto, la prudencia es, sobre todo en este momento, más necesaria que nunca, porque no hay que olvidar que se explotan palabras, acciones o escritos irreflexivos, y que los adversarios se alegran de poder decir que provienen de los Espíritas.
En esta situación, comprendemos lo que las armas de especulación, por los abusos que puede dar lugar, pueden ofrecer a los detractores para apoyar su acusación de curandería. Por tanto, en determinados casos puede tratarse de una trampa tendida de la que debemos tener cuidado. Sin embargo, como no hay curandería filantrópica, la abnegación y el absoluto desinterés de los médiums privan a los detractores de uno de sus medios de denigración más poderosos, truncando cualquier discusión sobre este tema.
Llevar la desconfianza al exceso sería sin duda un grave error, pero en tiempos de lucha, y cuando se conocen las tácticas del enemigo, la prudencia se convierte en una necesidad que no excluye, por otra parte, ni la observación de las convenciones de las que nunca debemos apartarnos. Además, no se puede confundir el carácter del verdadero Espírita; hay en él una franqueza que desafía toda sospecha, especialmente cuando es corroborada por la práctica de los principios de la Doctrina. Ya sea que uno levante bandera contra bandera, como intentan hacer nuestros antagonistas, el futuro de cada uno está subordinado a la suma de consuelo y sustentación moral que aportan; un sistema no puede prevalecer sobre otro a menos que sea más lógico, del cual la opinión pública sea juez soberano; en cualquier caso, la violencia, los insultos y la acritud son un mal antecedente y una recomendación aún peor.
Queda por examinar las consecuencias de esta situación. Estas intrigas sin duda pueden traer consigo perturbaciones parciales momentáneamente, por lo que hay que frustrarlas en la medida de lo posible pero no pueden ser perjudiciales para el futuro; primero porque sólo tendrán un tiempo, ya que son una maniobra de oposición que caerá por la fuerza de las cosas; en segundo lugar, que, digamos lo que digamos y hagamos, nunca privaremos a la Doctrina de su carácter distintivo, de su filosofía racional o de su moral consoladora. Será en vano torturarla y disfrazarla, hacer que los Espíritus hablen a voluntad, o recoger comunicaciones apócrifas para arrojar contradicciones en las encrucijadas, no se hará prevalecer una enseñanza aislada, aunque sea verdadera y no supuesta, contra aquella que se da por todos lados. El Espiritismo se distingue de todas las demás filosofías en que no es producto de la concepción de un solo hombre, sino de una enseñanza que todos pueden recibir en todos los puntos del globo, y tal es la consagración que recibe el Libro de los Espíritus. Este libro, escrito sin ambiguedad posible y al alcance de todas las inteligencias, será siempre la expresión clara y exacta de la Doctrina, y la transmitirá intacta a quienes vendrán después de nosotros. Las iras que despierta son una indicación del papel que está llamado a desempeñar y de la dificultad de oponerle algo más serio. Lo que ha hecho el rápido éxito de la Doctrina Espírita son los consuelos y las esperanzas que da; cualquier sistema que, mediante la negación de los principios fundamentales, tienda a destruir la fuente misma de estos consuelos, no podría ser recibido con más favor.
No debemos perder de vista el hecho de que estamos, como hemos dicho, en el momento de la transición, y que ninguna transición se produce sin conflictos. Así que, no nos sorprenda ver las pasiones en juego, las ambiciones comprometidas, las pretensiones decepcionadas y cada uno tratando de recuperar lo que ve que se le escapa aferrándose al pasado; pero poco a poco todo eso se apaga, la fiebre cede, los hombres mueren y las nuevas ideas permanecen. Espíritas, elévense en el pensamiento, miren hacia adelante veinte años y el presente no les preocupará.
Sin embargo, si nada puede detener el progreso general, hay circunstancias que pueden obstaculizarlo parcialmente, como un pequeño dique puede frenar el curso de un río sin impedir su fluir. Entre este número se encuentran los pasos desconsiderados de ciertos adeptos más celosos que prudentes, que no calculan suficientemente el alcance de sus acciones o de sus palabras; con ello producen en las personas aún no iniciadas en la Doctrina una impresión desfavorable, mucho más propensa a alienarlos que las diatribas de los adversarios. El Espiritismo está sin duda muy difundido, pero lo estaría aún más si todos los adeptos hubieran escuchado siempre los consejos de la prudencia y supieran guardar una sabia reserva. Sin duda hay que tener en cuenta su intención, pero lo cierto es que más de uno ha justificado el proverbio: Más vale enemigo declarado que amigo torpe. Lo peor es proporcionar armas a adversarios que saben explotar hábilmente una torpeza. Por lo tanto, no podemos dejar de recomendar encarecidamente a los Espíritas que reflexionen con madurez antes de actuar; en tal caso es prudente no confiar en opiniones personales. Hoy en día, cuando por todas partes se están formando grupos o sociedades, nada es más sencillo que consultar antes de actuar. El verdadero Espírita, teniendo en vista sólo el bien de la cosa sabe abnegar el amor propio; creer en la propia infalibilidad, negarse a ceder a la opinión de la mayoría y persistir en una conducta que se muestra mala y comprometedora, no es acto de un verdadero Espírita; sería una prueba de orgullo si no fuera el hecho de una obsesión.
Entre los errores, hay que situar en primera línea las publicaciones inoportunas o excéntricas, porque son los hechos que más repercusiones tienen. Ningún Espírita ignora que los Espíritus están lejos de tener ciencia soberana; muchos de ellos saben menos que algunos hombres y, al igual que algunos hombres, pretenden saberlo todo. Tienen su opinión personal sobre todas las cosas, que pueden ser correctas o incorrectas; ahora, al igual que los hombres, generalmente los que tienen las ideas más falsas son los más obstinados. Estos falsos eruditos hablan de todo, construyen sistemas, crean utopías o dictan las cosas más excéntricas, y se alegran de encontrar intérpretes complacientes y crédulos que aceptan sus desvaríos con los ojos cerrados. Este tipo de publicaciones tienen inconvenientes gravísimos, pues el propio médium engañado, muchas veces seducido por un nombre apócrifo, las presenta como cuestiones graves que los críticos aprovechan con avidez para denigrar el Espiritismo, mientras que con menos presunción le hubiera bastado seguir el consejo de sus colegas para ser iluminado. Es bastante raro que, en este caso, el médium no ceda al mandato de un Espíritu que desea, aún, como algunos hombres, que se publique a toda costa; con más experiencia sabría que los Espíritus verdaderamente superiores aconsejan, pero nunca imponen ni adulan, y que cualquier prescripción imperiosa es signo sospechoso.
Cuando el Espiritismo esté plenamente establecido y conocido, las publicaciones de esta naturaleza no tendrán más inconvenientes que los que hoy tienen los malos tratados de ciencia; pero al principio, repetimos, tienen un lado muy desafortunado. Por tanto, en materia de publicidad no se puede ser demasiado prudente ni calcular con demasiado cuidado el efecto que se puede producir en el lector. En resumen, es un grave error creerse obligado a publicar todo lo que los Espíritus dictan, ya que, si los hay buenos e iluminados, los hay malos e ignorantes; es importante hacer una elección muy rigurosa de sus comunicaciones y eliminar todo lo que sea inútil, insignificante, falso o que pueda causar una mala impresión. Hay que sembrar, sin duda, pero sembrar buena semilla y a su debido tiempo.
Pasemos a un tema aún más serio, los falsos hermanos. Los adversarios del Espiritismo, al menos algunos, pues puede haber algunos de buena fe, no son todos, como sabemos, escrupulosos en la elección de los medios; todo es una buena guerra para ellos, y cuando no pueden tomar una ciudadela por asalto, la explotan debajo. A falta de buenas razones, que son armas justas, los vemos derramar cada día mentiras y calumnias sobre el Espiritismo. La calumnia es odiosa, lo saben bien, y la mentira puede negarse, por eso buscan hechos para justificarse; pero ¿cómo encontrar hechos comprometedores en personas serias, si no es por medio de ellos mismos o de sus afiliados? El peligro no está en los ataques de fuerza abierta; no está en persecuciones ni siquiera en calumnias, como hemos visto; pero está en los esquemas ocultos empleados para desacreditar y arruinar el Espiritismo por sí mismo. ¿Lo lograrán? Esto es lo que examinaremos más adelante.
Sobre esta maniobra ya hemos llamado la atención en el relato de nuestro viaje de 1862 (página 45), porque en el camino recibimos tres besos de Judas de los que no nos dejamos engañar, aunque no dijimos nada al respecto. Además, nos habían advertido antes de nuestra partida, así como de las trampas que nos tenderían. Pero los estábamos vigilando, seguros de que algún día mostrarían la punta de las orejas, pues es tan difícil para un falso Espírita imitar siempre al verdadero Espírita, como para un Espíritu malo fingir un Espíritu superior; ninguno de los dos puede mantener su papel por mucho tiempo.
De varias localidades nos hablan de individuos, hombres o mujeres, con antecedentes y conocidos sospechosos, cuyo aparente celo por el Espiritismo sólo inspira una confianza muy mediocre, y no nos sorprende encontrar allí a los tres Judas de los que hemos hablado: hay algunos en la parte inferior y superior de la escala. Por su parte, a menudo es más que celo; es entusiasmo, una admiración fanática. Según ellos, su devoción llega incluso a sacrificar sus intereses y, a pesar de ello, no atraen ninguna simpatía: un fluido insalubre parece rodearlos; su presencia en las reuniones arroja un manto de hielo sobre ello. Añadamos que hay algunos cuyos medios de subsistencia se convierten en un problema, especialmente en las provincias donde todos se conocen.
Lo que caracteriza principalmente a estos llamados adeptos es su tendencia a desviar al Espiritismo de los caminos de la prudencia y de la moderación por su ardiente deseo del triunfo de la verdad; alentar publicaciones excéntricas, entrar en éxtasis de admiración ante las más ridículas comunicaciones apócrifas, que se encargan de difundir; provocar, en las reuniones, temas comprometedores sobre política y religión, siempre para el triunfo de la verdad que no debe guardarse bajo un celemín; sus elogios sobre los hombres y las cosas son suficientes incensarios para romper cincuenta caras: son los Fiers-à-bras (orgullosos de las armas) del Espiritismo. Otros son más dulces y hogareños; bajo su mirada oblicua y con palabras melosas, soplan las discordias mientras predican la unidad; arrojan hábilmente sobre la alfombra preguntas irritantes o hirientes, temas que pueden provocar disidencia; suscitan celos de preponderancia entre los diferentes grupos y estarían encantados de verlos arrojarse piedras unos a otros y, gracias a algunas diferencias de opinión sobre determinadas cuestiones de forma o de fondo, la mayoría de las veces provocadas, levantar bandera contra bandera.
Algunos, dicen, hacen un consumo espantoso de libros Espíritas, de los que los libreros apenas se fijan, y de propaganda excesiva; pero, por efecto del azar, la elección de sus seguidores es desafortunada; una fatalidad les lleva a dirigirse con preferencia a personas exaltadas, con ideas obtusas o que ya han dado signos de aberración; luego, en un caso que deploran a gritos por todas partes, vemos que estas personas trataban del Espiritismo, del cual la mayoría de las veces no entendían la primera palabra. A los libros Espíritas que estos celosos apóstoles distribuyen generosamente, añaden a menudo, no críticas que serían torpes, sino libros de magia y hechicería, o escritos políticos heterodoxos, o diatribas innobles contra la religión, de modo que, siempre, en cualquier caso, fortuito o no, uno puede, en una verificación, confundir el conjunto.
Como es más conveniente tener las cosas a mano, tener cómplices dóciles, que no se encuentran en todas partes, hay quienes organizan o han organizado reuniones donde se trata preferentemente de aquello que precisamente el Espiritismo recomienda no preocuparnos, y donde se tiene cuidado de atraer extraños que no siempre son amigos; allí se confunden indignamente lo sagrado y lo profano; los nombres más venerados se mezclan con las más ridículas prácticas de magia negra, acompañadas de signos y palabras cabalísticas, talismanes, trípodes sibilinos y demás parafernalias; algunos le añaden, como complemento, y a veces como producto lucrativo, cartomancia, quiromancia, posos de café, sonambulismo pagado, etc.; Espíritus complacientes, que encuentran allí intérpretes no menos complacientes, predicen el futuro, adivinan la suerte, descubren tesoros escondidos y tíos en la América, indican la cotización en bolsa y, si es necesario, los números ganadores de la lotería; luego, un buen día, interviene la justicia, o se lee en un periódico el informe de una sesión de Espiritismo a la que asistió el autor y cuenta lo que vio, con sus propios ojos.
¿Intentarás que todas estas personas vuelvan a tener ideas más saludables? Sería una pérdida de tiempo, y entendemos por qué: la razón y el lado serio de la Doctrina no son asunto suyo; esto es lo que más les entristece; decirles que perjudican la causa, que dan armas a sus enemigos, es adularlos; su objetivo es desacreditarla pareciendo defenderla. Instrumentos, no temen comprometer a otros al someterlos a la ley, ni ponerse allí, porque saben encontrar allí una compensación.
Su papel no siempre es idéntico; varía según su posición social, sus aptitudes, la naturaleza de sus relaciones y el elemento que les hace actuar; pero el objetivo es siempre el mismo. No todos emplean medios tan toscos, pero no por ello menos traicioneros. Lead algunas publicaciones que supuestamente simpatizan con la idea, incluso aparentemente defensivas de la idea, pese todos sus pensamientos y vea si a veces, junto con un respaldo colocado como portada y etiqueta, no descubres, lanzado como por casualidad, un pensamiento insidioso, una insinuación de doble cara, un hecho relatado de manera ambigua y susceptible de ser interpretado en un sentido desfavorable. Entre ellos los hay disfrazados y que, bajo el manto del Espiritismo, tienen en vista suscitar divisiones entre los adeptos.
Sin duda se nos preguntará si todas las bajezas de las que acabamos de hablar son invariablemente el resultado de maniobras ocultas o de una comedia representada con un fin interesado, y si no pueden ser también el de un movimiento espontáneo; en una palabra, ¿si todos los Espíritas son hombres de sentido común e incapaces de equivocarse?
Pretender que todos los Espíritas sean infalibles sería tan absurdo como la pretensión de nuestros adversarios de tener únicamente el privilegio de la razón. Pero si hay quienes se equivocan, es porque no entienden el significado y el objetivo de la Doctrina; en este caso su opinión no puede ser ley, y es ilógico o desleal, según la intención, tomar la idea individual por la idea general y aprovechar una excepción. Sería lo mismo si tomáramos las aberraciones de algunos estudiosos como reglas de la ciencia. A ellos les diremos: si queréis saber de qué lado está la presunción de verdad, estudiad los principios admitidos por la inmensa mayoría, si no por la absoluta unanimidad de los Espíritas de todo el mundo.
Por tanto, los creyentes de buena fe pueden equivocarse, y no penalizamos que no piensen como nosotros; si entre las bajezas antes relatadas hubo algunas que fueron resultado de una opinión personal, sólo pudimos ver en ellas desviaciones aisladas y lamentables, de las cuales sería injusto responsabilizar a la Doctrina que las repudia severamente; pero si decimos que pueden ser el resultado de maniobras interesadas es porque nuestra imagen está tomada de modelos. Sin embargo, como esto es lo único que el Espiritismo realmente debe temer por el momento, invitamos a todos los seguidores sinceros a estar en guardia y evitar las trampas que puedan tenderles. A tal fin, no pueden ser demasiado imprudentes respecto de los elementos que deben introducirse en sus reuniones, ni rechazar con demasiada cautela todas las sugerencias que tiendan a distorsionar su carácter esencialmente moral. Manteniendo el orden, la dignidad y la seriedad que conviene a los hombres serios que se enfrentan a una cosa seria, cerrarán el acceso a ella a los malintencionados que se retirarán cuando reconozcan que no hay nada que hacer. Por las mismas razones, deben rechazar toda solidaridad con las reuniones formadas fuera de las condiciones prescritas por la sana razón y los verdaderos principios de la Doctrina, si no pueden hacerlas volver al camino correcto.
Como vemos, ciertamente existe una gran diferencia entre falsos hermanos y amigos torpes, pero, sin quererlo, el resultado puede ser el mismo: desacreditar la Doctrina. El matiz que los separa a menudo está sólo en la intención, lo que significa que a veces se pueden confundir y, viéndolos servir a los intereses del oponente, suponer que han sido conquistados por él. Por lo tanto, la prudencia es, sobre todo en este momento, más necesaria que nunca, porque no hay que olvidar que se explotan palabras, acciones o escritos irreflexivos, y que los adversarios se alegran de poder decir que provienen de los Espíritas.
En esta situación, comprendemos lo que las armas de especulación, por los abusos que puede dar lugar, pueden ofrecer a los detractores para apoyar su acusación de curandería. Por tanto, en determinados casos puede tratarse de una trampa tendida de la que debemos tener cuidado. Sin embargo, como no hay curandería filantrópica, la abnegación y el absoluto desinterés de los médiums privan a los detractores de uno de sus medios de denigración más poderosos, truncando cualquier discusión sobre este tema.
Llevar la desconfianza al exceso sería sin duda un grave error, pero en tiempos de lucha, y cuando se conocen las tácticas del enemigo, la prudencia se convierte en una necesidad que no excluye, por otra parte, ni la observación de las convenciones de las que nunca debemos apartarnos. Además, no se puede confundir el carácter del verdadero Espírita; hay en él una franqueza que desafía toda sospecha, especialmente cuando es corroborada por la práctica de los principios de la Doctrina. Ya sea que uno levante bandera contra bandera, como intentan hacer nuestros antagonistas, el futuro de cada uno está subordinado a la suma de consuelo y sustentación moral que aportan; un sistema no puede prevalecer sobre otro a menos que sea más lógico, del cual la opinión pública sea juez soberano; en cualquier caso, la violencia, los insultos y la acritud son un mal antecedente y una recomendación aún peor.
Queda por examinar las consecuencias de esta situación. Estas intrigas sin duda pueden traer consigo perturbaciones parciales momentáneamente, por lo que hay que frustrarlas en la medida de lo posible pero no pueden ser perjudiciales para el futuro; primero porque sólo tendrán un tiempo, ya que son una maniobra de oposición que caerá por la fuerza de las cosas; en segundo lugar, que, digamos lo que digamos y hagamos, nunca privaremos a la Doctrina de su carácter distintivo, de su filosofía racional o de su moral consoladora. Será en vano torturarla y disfrazarla, hacer que los Espíritus hablen a voluntad, o recoger comunicaciones apócrifas para arrojar contradicciones en las encrucijadas, no se hará prevalecer una enseñanza aislada, aunque sea verdadera y no supuesta, contra aquella que se da por todos lados. El Espiritismo se distingue de todas las demás filosofías en que no es producto de la concepción de un solo hombre, sino de una enseñanza que todos pueden recibir en todos los puntos del globo, y tal es la consagración que recibe el Libro de los Espíritus. Este libro, escrito sin ambiguedad posible y al alcance de todas las inteligencias, será siempre la expresión clara y exacta de la Doctrina, y la transmitirá intacta a quienes vendrán después de nosotros. Las iras que despierta son una indicación del papel que está llamado a desempeñar y de la dificultad de oponerle algo más serio. Lo que ha hecho el rápido éxito de la Doctrina Espírita son los consuelos y las esperanzas que da; cualquier sistema que, mediante la negación de los principios fundamentales, tienda a destruir la fuente misma de estos consuelos, no podría ser recibido con más favor.
No debemos perder de vista el hecho de que estamos, como hemos dicho, en el momento de la transición, y que ninguna transición se produce sin conflictos. Así que, no nos sorprenda ver las pasiones en juego, las ambiciones comprometidas, las pretensiones decepcionadas y cada uno tratando de recuperar lo que ve que se le escapa aferrándose al pasado; pero poco a poco todo eso se apaga, la fiebre cede, los hombres mueren y las nuevas ideas permanecen. Espíritas, elévense en el pensamiento, miren hacia adelante veinte años y el presente no les preocupará.
Muerte del Sr. Guillaume Renaud de Lyon
El domingo 1 de febrero tuvo lugar en Lyon el funeral del Sr. Guillaume Renaud, ex oficial, medallista de Santa Elena, uno de los más antiguos y fervientes Espíritas de esta ciudad, muy conocido entre sus hermanos de fe. Aunque profesaba, algunos puntos de forma que hemos combatido, que no son muy importantes y que no tocaban la esencia de la Doctrina, ideas particulares que no eran compartidas por todos, no por ello era menos amado y estimado en general en cuenta la bondad de su carácter y sus eminentes cualidades morales, y si hubiéramos estado en Lyon en ese momento, habríamos sido felices de depositar algunas flores en su tumba. Que reciba aquí, así como sus familiares y amigos especiales, este testimonio de nuestro afectuoso recuerdo.
El Sr. Renaud, hombre sencillo y modesto, apenas era conocido fuera de Lyon y, sin embargo, su muerte resonó incluso en un pueblo del Haute-Saône, donde se contó desde el púlpito, el domingo 8 de febrero, de la siguiente manera:
El vicario de la parroquia, hablando a sus feligreses sobre los horrores del Espiritismo, añadió que “el líder de los Espíritas de Lyon llevaba muerto tres o cuatro días; que había rechazado los sacramentos; que en su entierro habían estado sólo dos o tres Espíritas, sin padres ni sacerdotes; que si el líder de los Espíritas (refiriéndose a Allan Kardec) muriera, se compadecería de él como se compadeciera del de Lyon. Luego concluyó diciendo que no negaba nada de esta Doctrina, que nada afirmaba, excepto que es el diablo quien actúa contra la voluntad de Dios”.
Si quisiéramos señalar todas las falsedades que se dicen sobre el Espiritismo para tratar de desviar su finalidad y su carácter, llenaríamos con ellas nuestra Revista. Como esto no nos preocupa mucho, lo dejamos decir, limitándonos a recoger las notas que nos envían para utilizarlas más adelante, si es necesario, en la historia del Espiritismo. En las circunstancias que acabamos de comentar, se trata de un hecho material sobre el cual el vicario sin duda estaba mal informado, porque no queremos suponer que quisiera engañar a sabiendas. Sin duda habría hecho mejor en mostrarse menos ansioso y esperar información más exacta.
Añadiremos que, en este municipio, hace poco tiempo, a propósito de la muerte de uno de sus habitantes, se hizo difundir el rumor, sin duda una broma de mal gusto, de que la sociedad de los Hermanos Bateadores, compuesta por siete u ocho individuos de la comuna, querían resucitar a los muertos poniéndoles tiritas en la frente, hechas con un unguento preparado por la Sociedad Espírita de París; que esta sociedad los Hermanos Bateadores iba a visitar el cementerio todas las noches para resucitar a los muertos. Las mujeres y jóvenes del barrio estaban atemorizados al punto de no atreverse a salir de sus casas por miedo a encontrarse con el fallecido.
No hacía falta mucho para causar una impresión molesta en algún cerebro débil o enfermizo, y si hubiera ocurrido un accidente, nos habríamos apresurado a atribuirlo al Espiritismo.
Volvamos al Sr. Renaud. Durante su enfermedad se hicieron inútiles esfuerzos para que hiciera una auténtica abjuración de sus creencias espíritas. Sin embargo, un venerable sacerdote lo confesó y le dio la absolución. Es cierto que después quisieron retirar la nota de confesión y que la absolución fue declarada nula por el clero de San Juan por haber sido dada desconsideradamente; es una cuestión de conciencia que no nos comprometemos a resolver. De ahí esta muy justa reflexión, hecha en público, de que quien recibe la absolución antes de morir no puede saber si es válida o no, ya que con las mejores intenciones un sacerdote puede darla de manera imprudente. Por tanto, el clero se negó obstinadamente a recibir el cuerpo en la iglesia, ya que el Sr. Renaud no había querido retractarse de ninguna de las convicciones que tantos consuelos le habían dado y le habían hecho soportar con resignación las pruebas de la vida.
Por un sentimiento de conveniencia que apreciaremos, y por las personas que nos veríamos obligados a designar, guardamos silencio sobre las lamentables maniobras que se intentaron, las mentiras que se dijeron para provocar el desorden en esta circunstancia. Nos limitaremos a decir que fueron completamente frustradas por el sentido común y la prudencia de los Espíritas, que recibieron pruebas de la benevolencia de la autoridad en la materia. Todos los líderes de los grupos habían hecho recomendaciones de no responder a ninguna provocación.
Ante la negativa del clero a acceder a las oraciones de la Iglesia, el cuerpo fue trasladado directamente de la casa al cementerio, seguido por casi mil personas, entre las cuales se encontraban unas cincuenta mujeres y niñas, lo que no se encuentra en el hábito de Lyon. Sobre la tumba uno de los asistentes leía una oración para la ocasión y todos la escuchaban, con la cabeza descubierta, en una contemplación religiosa. La multitud silenciosa se retiró entonces y todo terminó, como había comenzado, en el más perfecto orden.
Como contraste diremos que nuestro antiguo colega, el Sr. Sansón, recibió todos los sacramentos antes de morir; que fue llevado a la iglesia, y acompañado por un sacerdote al cementerio, aunque previamente había declarado formalmente que era Espírita y no negaría ninguna de sus convicciones. "Sin embargo", dijo el sacerdote, "puse esta condición a mi absolución, ¿qué harías?" “Lo lamentaría”, respondió el Sr. Sansón, “pero persistiría, porque su absolución no valdría nada. - ¿Qué quieres decir? ¿Entonces no cree en la eficacia de la absolución? – Sí, pero no creo en la virtud de una absolución recibida por hipocresía. Escúchenme: el Espiritismo no es sólo para mí una creencia, un artículo de fe, es un hecho tan evidente como la vida. ¿Cómo queréis que niegue un hecho que me ha sido demostrado como el día que nos ilumina, al que debo la curación milagrosa de mi pierna? Si lo hiciera, sería de labios y no de corazón; sería perjuro: por tanto, darías la absolución a un perjuro; digo que no valdría nada, porque se lo darías a la forma y no a la sustancia. Por eso preferiría prescindir de él. – Hijo mío, respondió el sacerdote, eres más cristiano que muchos de los que dicen serlo”.
Tenemos estas palabras del propio Sr. Sanson.
Si circunstancias similares a las del Sr. Renaud pueden surgir, allí o en otro lugar, esperamos que todos los Espíritas sigan el ejemplo de los de Lyon, y que en ningún caso se aparten de la moderación que es consecuencia de los principios de la Doctrina, y la mejor respuesta a sus detractores que sólo buscan pretextos para motivar sus ataques.
El Sr. Renaud, evocado en el grupo central de Lyon, treinta y seis horas después de su muerte, dio la siguiente comunicación:
“Todavía me da un poco de verguenza comunicarme y, aunque aquí encuentro caras amigas y corazones comprensivos, casi me siento avergonzado o, mejor dicho, mi pensamiento es aún un poco conturbado. ¡Oh! Sra. B…, ¡qué diferencia y qué cambios en mi posición! Muchas gracias por su cariño constante; gracias, Sra. V…, por sus buenas visitas, por su acogida.
Me preguntas y quieres saber qué me pasó desde ayer. Comencé a desprenderme de mi cuerpo hacia la mañana; me pareció que me estaba evaporando; sentí que se me helaba la sangre en las venas y pensé que me iba a desmayar; poco a poco fui perdiendo la percepción de las ideas y me quedé dormido con cierto dolor compresivo; entonces desperté, y entonces vi a mi alrededor Espíritus que me rodeaban, que me celebraban; ahí estaba un poco confuso: realmente no podía distinguir entre los muertos y los vivos; lágrimas y alegrías turbaron un poco mi cabeza, y de todas partes me oí llamar, como todavía me llaman en este momento. Sí, gracias a los verdaderos amigos que me protegieron, evocaron y animaron en este difícil paso, porque en este desprendimiento hay sufrimiento, y no sin un dolor bastante agudo el Espíritu sale del cuerpo, comprendo el grito de la llegada, le explico el suspiro de la partida. Ya me han mencionado varias veces y luego estoy cansado como un viajero que ha pasado la noche.
Antes de irme, ¿me permitirían volver y estrecharles la mano a todos?”
G.Renaud.
El Sr. Renaud fue mencionado en la Sociedad de París; la falta de espacio nos obliga a posponer la publicación.
El Sr. Renaud, hombre sencillo y modesto, apenas era conocido fuera de Lyon y, sin embargo, su muerte resonó incluso en un pueblo del Haute-Saône, donde se contó desde el púlpito, el domingo 8 de febrero, de la siguiente manera:
El vicario de la parroquia, hablando a sus feligreses sobre los horrores del Espiritismo, añadió que “el líder de los Espíritas de Lyon llevaba muerto tres o cuatro días; que había rechazado los sacramentos; que en su entierro habían estado sólo dos o tres Espíritas, sin padres ni sacerdotes; que si el líder de los Espíritas (refiriéndose a Allan Kardec) muriera, se compadecería de él como se compadeciera del de Lyon. Luego concluyó diciendo que no negaba nada de esta Doctrina, que nada afirmaba, excepto que es el diablo quien actúa contra la voluntad de Dios”.
Si quisiéramos señalar todas las falsedades que se dicen sobre el Espiritismo para tratar de desviar su finalidad y su carácter, llenaríamos con ellas nuestra Revista. Como esto no nos preocupa mucho, lo dejamos decir, limitándonos a recoger las notas que nos envían para utilizarlas más adelante, si es necesario, en la historia del Espiritismo. En las circunstancias que acabamos de comentar, se trata de un hecho material sobre el cual el vicario sin duda estaba mal informado, porque no queremos suponer que quisiera engañar a sabiendas. Sin duda habría hecho mejor en mostrarse menos ansioso y esperar información más exacta.
Añadiremos que, en este municipio, hace poco tiempo, a propósito de la muerte de uno de sus habitantes, se hizo difundir el rumor, sin duda una broma de mal gusto, de que la sociedad de los Hermanos Bateadores, compuesta por siete u ocho individuos de la comuna, querían resucitar a los muertos poniéndoles tiritas en la frente, hechas con un unguento preparado por la Sociedad Espírita de París; que esta sociedad los Hermanos Bateadores iba a visitar el cementerio todas las noches para resucitar a los muertos. Las mujeres y jóvenes del barrio estaban atemorizados al punto de no atreverse a salir de sus casas por miedo a encontrarse con el fallecido.
No hacía falta mucho para causar una impresión molesta en algún cerebro débil o enfermizo, y si hubiera ocurrido un accidente, nos habríamos apresurado a atribuirlo al Espiritismo.
Volvamos al Sr. Renaud. Durante su enfermedad se hicieron inútiles esfuerzos para que hiciera una auténtica abjuración de sus creencias espíritas. Sin embargo, un venerable sacerdote lo confesó y le dio la absolución. Es cierto que después quisieron retirar la nota de confesión y que la absolución fue declarada nula por el clero de San Juan por haber sido dada desconsideradamente; es una cuestión de conciencia que no nos comprometemos a resolver. De ahí esta muy justa reflexión, hecha en público, de que quien recibe la absolución antes de morir no puede saber si es válida o no, ya que con las mejores intenciones un sacerdote puede darla de manera imprudente. Por tanto, el clero se negó obstinadamente a recibir el cuerpo en la iglesia, ya que el Sr. Renaud no había querido retractarse de ninguna de las convicciones que tantos consuelos le habían dado y le habían hecho soportar con resignación las pruebas de la vida.
Por un sentimiento de conveniencia que apreciaremos, y por las personas que nos veríamos obligados a designar, guardamos silencio sobre las lamentables maniobras que se intentaron, las mentiras que se dijeron para provocar el desorden en esta circunstancia. Nos limitaremos a decir que fueron completamente frustradas por el sentido común y la prudencia de los Espíritas, que recibieron pruebas de la benevolencia de la autoridad en la materia. Todos los líderes de los grupos habían hecho recomendaciones de no responder a ninguna provocación.
Ante la negativa del clero a acceder a las oraciones de la Iglesia, el cuerpo fue trasladado directamente de la casa al cementerio, seguido por casi mil personas, entre las cuales se encontraban unas cincuenta mujeres y niñas, lo que no se encuentra en el hábito de Lyon. Sobre la tumba uno de los asistentes leía una oración para la ocasión y todos la escuchaban, con la cabeza descubierta, en una contemplación religiosa. La multitud silenciosa se retiró entonces y todo terminó, como había comenzado, en el más perfecto orden.
Como contraste diremos que nuestro antiguo colega, el Sr. Sansón, recibió todos los sacramentos antes de morir; que fue llevado a la iglesia, y acompañado por un sacerdote al cementerio, aunque previamente había declarado formalmente que era Espírita y no negaría ninguna de sus convicciones. "Sin embargo", dijo el sacerdote, "puse esta condición a mi absolución, ¿qué harías?" “Lo lamentaría”, respondió el Sr. Sansón, “pero persistiría, porque su absolución no valdría nada. - ¿Qué quieres decir? ¿Entonces no cree en la eficacia de la absolución? – Sí, pero no creo en la virtud de una absolución recibida por hipocresía. Escúchenme: el Espiritismo no es sólo para mí una creencia, un artículo de fe, es un hecho tan evidente como la vida. ¿Cómo queréis que niegue un hecho que me ha sido demostrado como el día que nos ilumina, al que debo la curación milagrosa de mi pierna? Si lo hiciera, sería de labios y no de corazón; sería perjuro: por tanto, darías la absolución a un perjuro; digo que no valdría nada, porque se lo darías a la forma y no a la sustancia. Por eso preferiría prescindir de él. – Hijo mío, respondió el sacerdote, eres más cristiano que muchos de los que dicen serlo”.
Tenemos estas palabras del propio Sr. Sanson.
Si circunstancias similares a las del Sr. Renaud pueden surgir, allí o en otro lugar, esperamos que todos los Espíritas sigan el ejemplo de los de Lyon, y que en ningún caso se aparten de la moderación que es consecuencia de los principios de la Doctrina, y la mejor respuesta a sus detractores que sólo buscan pretextos para motivar sus ataques.
El Sr. Renaud, evocado en el grupo central de Lyon, treinta y seis horas después de su muerte, dio la siguiente comunicación:
“Todavía me da un poco de verguenza comunicarme y, aunque aquí encuentro caras amigas y corazones comprensivos, casi me siento avergonzado o, mejor dicho, mi pensamiento es aún un poco conturbado. ¡Oh! Sra. B…, ¡qué diferencia y qué cambios en mi posición! Muchas gracias por su cariño constante; gracias, Sra. V…, por sus buenas visitas, por su acogida.
Me preguntas y quieres saber qué me pasó desde ayer. Comencé a desprenderme de mi cuerpo hacia la mañana; me pareció que me estaba evaporando; sentí que se me helaba la sangre en las venas y pensé que me iba a desmayar; poco a poco fui perdiendo la percepción de las ideas y me quedé dormido con cierto dolor compresivo; entonces desperté, y entonces vi a mi alrededor Espíritus que me rodeaban, que me celebraban; ahí estaba un poco confuso: realmente no podía distinguir entre los muertos y los vivos; lágrimas y alegrías turbaron un poco mi cabeza, y de todas partes me oí llamar, como todavía me llaman en este momento. Sí, gracias a los verdaderos amigos que me protegieron, evocaron y animaron en este difícil paso, porque en este desprendimiento hay sufrimiento, y no sin un dolor bastante agudo el Espíritu sale del cuerpo, comprendo el grito de la llegada, le explico el suspiro de la partida. Ya me han mencionado varias veces y luego estoy cansado como un viajero que ha pasado la noche.
Antes de irme, ¿me permitirían volver y estrecharles la mano a todos?”
El Sr. Renaud fue mencionado en la Sociedad de París; la falta de espacio nos obliga a posponer la publicación.
Respuesta de la Sociedad Espírita de París a las cuestiones religiosas (Resumen del informe verbal de la sesión del 13 de febrero de 1863)
Se da a conocer una carta dirigida desde
Tonnay-Charente (Charente-Inférieure), al Sr. Allan Kardec, que contiene las
respuestas dictadas a una médium de esta localidad sobre las cuestiones más
delicadas de los dogmas de la Iglesia. Estas preguntas, dirigidas al Espíritu
de Jesús, hijo de Dios, evocado al efecto, son las siguientes:
1° ¿Es el infierno eterno?
2° ¿Por favor, pon a mi alcance la explicación que te pedí sobre la Última Cena que precedió a tu Pasión?
3° ¿Por qué se cumplió tu Pasión?
4° ¿Qué debo pensar de la comunión? ¿Estás en la hostia, Jesús mío?
5° ¿Qué tiene en común el poder temporal y el poder espiritual que no se puede separar de él?
6° ¿Qué tiene de precioso el amor que está en el corazón de todos los hombres?
7° ¿Qué es la historia sagrada y quién la hizo?
8° ¿Qué queremos decir con estas palabras: historia sagrada?
El autor de la carta solicita que la Sociedad se pronuncie en sesión solemne sobre el valor de las respuestas obtenidas y sobre la autenticidad del nombre del Espíritu que las dio.
La comisión, después de examinar la cuestión, propone la siguiente resolución, que es leída a la Sociedad, que la aprueba calurosamente por unanimidad y solicita su inserción en la Revista Espírita para instrucción de todo el mundo y para que comprendamos la inutilidad de hacer preguntas sobre estos temas en el futuro.
Si el autor se hubiera limitado a la primera cuestión, bastaría con remitirle al Libro de los Espíritus, donde se la trata. Además, la cuestión está mal planteada; no sabemos si se refiere a la eternidad de un lugar de expiación, o a la de los castigos infligidos a cada individuo.
1° ¿Es el infierno eterno?
2° ¿Por favor, pon a mi alcance la explicación que te pedí sobre la Última Cena que precedió a tu Pasión?
3° ¿Por qué se cumplió tu Pasión?
4° ¿Qué debo pensar de la comunión? ¿Estás en la hostia, Jesús mío?
5° ¿Qué tiene en común el poder temporal y el poder espiritual que no se puede separar de él?
6° ¿Qué tiene de precioso el amor que está en el corazón de todos los hombres?
7° ¿Qué es la historia sagrada y quién la hizo?
8° ¿Qué queremos decir con estas palabras: historia sagrada?
El autor de la carta solicita que la Sociedad se pronuncie en sesión solemne sobre el valor de las respuestas obtenidas y sobre la autenticidad del nombre del Espíritu que las dio.
La comisión, después de examinar la cuestión, propone la siguiente resolución, que es leída a la Sociedad, que la aprueba calurosamente por unanimidad y solicita su inserción en la Revista Espírita para instrucción de todo el mundo y para que comprendamos la inutilidad de hacer preguntas sobre estos temas en el futuro.
Si el autor se hubiera limitado a la primera cuestión, bastaría con remitirle al Libro de los Espíritus, donde se la trata. Además, la cuestión está mal planteada; no sabemos si se refiere a la eternidad de un lugar de expiación, o a la de los castigos infligidos a cada individuo.
Decisión de la Sociedad Espírita de París sobre las cuestiones tratadas por Tonnay-Charente (Sesión del 13 de febrero de 1863)
La Sociedad Espírita de París, después de
haber leído la carta del Sr...., y las cuestiones sobre las que desea
pronunciarse en sesión solemne, cree que debe recordar al autor de esta carta
que el objetivo esencial del Espiritismo es la destrucción de ideas
materialistas y la mejora moral del hombre; que no se preocupa en modo alguno
de discutir los dogmas particulares de cada religión, dejando su valoración a
la conciencia de cada uno; que sería ignorar este objetivo convertirlo en
instrumento de una controversia religiosa cuyo efecto sería perpetuar un
antagonismo que tiende a hacer desaparecer, llamando a todos los hombres bajo
la bandera de la caridad y llevándolos a ver en sus pares sólo hermanos,
cualesquiera que sean sus creencias. Si en determinadas religiones existen
dogmas controvertidos, debemos dejar al tiempo y al progreso de las luces la
tarea de su purificación; el peligro de errores que puedan contener
desaparecerá a medida que los hombres hagan del principio de la caridad la base
de su conducta. El deber de los verdaderos Espíritas, de quienes comprenden el
objetivo providencial de la Doctrina, es, pues, sobre todo, esforzarse en
combatir la incredulidad y el egoísmo, que son las verdaderas plagas de la
humanidad, y prevalecer, tanto con el ejemplo como con la teoría, el
sentimiento de caridad, que debe ser la base de toda religión racional y servir
de guía en las reformas sociales; las cuestiones de fondo deben preceder a las
cuestiones de forma; ahora bien, las cuestiones fundamentales son aquellas que
apuntan a mejorar a los hombres, dado que cualquier progreso social o de otro
tipo sólo puede ser consecuencia del mejoramiento de las masas; a esto aspira
el Espiritismo, y con ello prepara los caminos para todo tipo de progreso
moral. Querer actuar de otra manera es comenzar una construcción desde arriba
antes de poner sus cimientos; se siembra en tierra antes de haberla desbrozado.
En aplicación de los principios antes mencionados, la Sociedad Espírita de París se ha prohibido, mediante su reglamento, toda cuestión de controversia religiosa, política y economía social, y no cederá a ninguna incitación que tienda a desviarla de este rumbo de acción.
Por estas razones, no puede expresar, ni oficial ni extraoficialmente, opiniones sobre el valor de las respuestas dictadas por medio del Sr...., siendo estas respuestas esencialmente dogmáticas, e incluso políticas, y menos aún convertirlas en objeto de una discusión solemne tal como lo solicitó el autor de la carta.
En cuanto al libro que debería tratar estas cuestiones, y cuya publicación está prescrita por el Espíritu que lo dictó, la Sociedad no duda en declarar que consideraría esta publicación inoportuna y peligrosa, en la medida en que no podría proporcionar armas a los enemigos del Espiritismo; en consecuencia, creería que es su deber repudiarlo, como rechaza cualquier publicación que pueda distorsionar la opinión sobre el objetivo y las tendencias de la Doctrina.
En cuanto a la naturaleza del Espíritu que dicta estas comunicaciones, la Sociedad cree que debe recordar que el nombre que toma un Espíritu nunca es garantía de su identidad; que no podemos ver una prueba de su superioridad en algunas ideas correctas que emite, si junto a esas ideas hay otras falsas. Los Espíritus verdaderamente superiores son lógicos y coherentes en todo lo que dicen; sin embargo, este no es el caso del que nos ocupa; su pretensión de creer que este libro debe tener como consecuencia comprometer al gobierno a modificar ciertas partes de su política, sería suficiente para generar dudas sobre su elevación y mejor aún sobre el nombre que toma, porque esto no es racional. Su insuficiencia surge de otros dos hechos no menos característicos.
La primera es que es completamente falso que el Sr. Allan Kardec haya recibido la misión, como pretende el Espíritu, de examinar y publicar el libro en cuestión; si tiene la misión de examinarlo, sólo puede ser dar a conocer sus desventajas y combatir su publicación.
El segundo hecho está en la forma en que el Espíritu exalta la misión del médium, cosa que los buenos Espíritus nunca hacen, y que, por el contrario, sí hacen quienes quieren imponerse captando la confianza por medio de unas pocas palabras hermosas, la ayuda de que esperan transmitir al resto.
En resumen, resulta evidente para la Sociedad que el nombre con el que se adorna el Espíritu, que dice ser Cristo, es apócrifo; cree que debe instar al autor de la carta, así como a su médium, a no hacerse ilusiones sobre estas comunicaciones y a limitarse al objetivo esencial del Espiritismo.
En aplicación de los principios antes mencionados, la Sociedad Espírita de París se ha prohibido, mediante su reglamento, toda cuestión de controversia religiosa, política y economía social, y no cederá a ninguna incitación que tienda a desviarla de este rumbo de acción.
Por estas razones, no puede expresar, ni oficial ni extraoficialmente, opiniones sobre el valor de las respuestas dictadas por medio del Sr...., siendo estas respuestas esencialmente dogmáticas, e incluso políticas, y menos aún convertirlas en objeto de una discusión solemne tal como lo solicitó el autor de la carta.
En cuanto al libro que debería tratar estas cuestiones, y cuya publicación está prescrita por el Espíritu que lo dictó, la Sociedad no duda en declarar que consideraría esta publicación inoportuna y peligrosa, en la medida en que no podría proporcionar armas a los enemigos del Espiritismo; en consecuencia, creería que es su deber repudiarlo, como rechaza cualquier publicación que pueda distorsionar la opinión sobre el objetivo y las tendencias de la Doctrina.
En cuanto a la naturaleza del Espíritu que dicta estas comunicaciones, la Sociedad cree que debe recordar que el nombre que toma un Espíritu nunca es garantía de su identidad; que no podemos ver una prueba de su superioridad en algunas ideas correctas que emite, si junto a esas ideas hay otras falsas. Los Espíritus verdaderamente superiores son lógicos y coherentes en todo lo que dicen; sin embargo, este no es el caso del que nos ocupa; su pretensión de creer que este libro debe tener como consecuencia comprometer al gobierno a modificar ciertas partes de su política, sería suficiente para generar dudas sobre su elevación y mejor aún sobre el nombre que toma, porque esto no es racional. Su insuficiencia surge de otros dos hechos no menos característicos.
La primera es que es completamente falso que el Sr. Allan Kardec haya recibido la misión, como pretende el Espíritu, de examinar y publicar el libro en cuestión; si tiene la misión de examinarlo, sólo puede ser dar a conocer sus desventajas y combatir su publicación.
El segundo hecho está en la forma en que el Espíritu exalta la misión del médium, cosa que los buenos Espíritus nunca hacen, y que, por el contrario, sí hacen quienes quieren imponerse captando la confianza por medio de unas pocas palabras hermosas, la ayuda de que esperan transmitir al resto.
En resumen, resulta evidente para la Sociedad que el nombre con el que se adorna el Espíritu, que dice ser Cristo, es apócrifo; cree que debe instar al autor de la carta, así como a su médium, a no hacerse ilusiones sobre estas comunicaciones y a limitarse al objetivo esencial del Espiritismo.
François-Simon Louvet, de Le Havre
La siguiente comunicación fue dada
espontáneamente en una reunión espírita en Le Havre el 12 de febrero de 1863:
¡Tendrías piedad de un pobre desgraciado que ha sufrido torturas tan crueles durante tanto tiempo! ¡Oh! el vacío... el espacio... estoy cayendo, estoy cayendo, ¡ayuda! ¡Dios mío, qué vida tan miserable tenía!... Era un pobre diablo, padecía hambre muchas veces en mis viejos tiempos; por eso comencé a beber y me daba verguenza y asco todo... quería morirme y me tiré... ¡Oh! ¡Dios mío, qué momento!… ¿Por qué entonces querer terminarlo cuando estaba tan cerca del final? ¡Orar! para que ya no vea siempre un vacío debajo de mí... Me estrellaré en estas piedras. Os imploro, vosotros que sois conscientes de las miserias de los que ya no están aquí en la tierra, a vosotros me dirijo, aunque no me conocéis, porque sufro tanto... ¿Por qué queréis tener pruebas? Estoy sufriendo, ¿no es suficiente? Si tuviera hambre en lugar de este sufrimiento más terrible, pero invisible para ti, no dudarías en aliviarme dándome un trozo de pan. Les pido que oren por mí. No puedo quedarme más. Pregúntale a cualquiera de estas personas afortunadas aquí y sabrás quién era yo. Reza por mí”.
François-Simon Louvet.
Inmediatamente después de esta comunicación, el Espíritu protector de la médium dijo: “El que te acaba de hablar, hija mía, es un pobre desgraciado que tuvo una prueba de miseria en la tierra, pero el disgusto se apoderó de él, le faltó el valor, y el desdichado , en lugar de mirar hacia arriba como debería haberlo hecho, se entregó a la embriaguez, descendió hasta los últimos límites de la desesperación y puso fin a su triste experiencia arrojándose desde la torre de Francisco I, el 22 de julio de 1857. Compasión de su pobre alma, que no está avanzada, pero que sin embargo tiene suficiente conocimiento de la vida futura para sufrir y desear una nueva prueba. Ora a Dios para que le conceda esta gracia y harás una buena obra. Me alegro de verlos reunidos, mis queridos hijos; estoy con vosotros cuando os reunís así. Siempre estoy dispuesto a daros mis enseñanzas; si un Espíritu bueno no pudiera comunicarse con vosotros por falta de relaciones físicas, Yo sería su intermediario; pero estáis rodeados de buenos Espíritus y Yo dejo que os instruyan. Continúa en el camino del Señor y seréis bendecidos. Ten paciencia en las pruebas, no dejes que la ingratitud de los hombres os impida hacer el bien. Pronto los hombres serán mejores y los tiempos están cerca. Adiós, amada mía, te sigo tanto en todas vuestras penas como en vuestras alegrías. La paz sea con vosotros”.
Vuestro Espíritu protector.
Realizadas las investigaciones, se encontró en el Journal du Havre del 23 de julio de 1857 el siguiente artículo, cuyo contenido es el siguiente:
“Ayer a las cuatro de la tarde, los caminantes en el muelle quedaron dolorosamente impresionados por un terrible accidente: un hombre saltó desde la torre y se estrelló contra las piedras. Es un viejo borracho cuyas tendencias ebrias lo llevaron al suicidio. Su nombre es François-Victor-Simon Louvet. Su cuerpo fue transportado a una de sus hijas, rue de la Corderie, y tenía sesenta y siete años”.
Observación: Un incrédulo, a quien este hecho mediúmnico fue presentado como prueba de la realidad de las comunicaciones de ultratumba, respondió: “Pero quién sabe si el médium no conocía el Journal du Havre y si no construyó su novela sobre esta base. ¿Anécdota?” El engaño, como vemos, es siempre el último atrincheramiento de los negacionistas cuando no pueden darse cuenta de un hecho cuya evidencia material no puede ponerse en duda; con ellos ni siquiera basta con mostrarles que no se tiene nada en las manos, nada en los bolsillos, porque, dicen, los prestidigitadores hacen lo mismo y, sin embargo, desafían la perspicacia del observador.
Ante esto, nos preguntaremos a su vez ¿qué interés podría tener el médium en hacer comedia? Ni siquiera podemos asumir aquí un interés de autoestima por algo que sucede en la intimidad de la familia, cuando sólo estaríamos engañándonos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos. Además, cuando queremos divertirnos, no abordamos temas de esta naturaleza, que son muy poco recreativos, y no es lícito que una joven piadosa mezcle el nombre de Dios con una broma grosera. El desinterés absoluto y la honorabilidad de la persona son las mejores garantías de sinceridad y la respuesta más perentoria que se puede dar en tal caso.
También señalaremos el castigo infligido a este suicidio. Durante casi seis años desde su muerte, siempre se ha visto caer de la torre y destrozarse contra las piedras; le asusta el vacío que tiene ante sí; ¡Y esto durante seis años! ¿Cuánto durará esto? no sabe nada al respecto y esta incertidumbre aumenta sus ansiedades. ¿No equivale eso al infierno y sus llamas? ¿Quién nos reveló estos castigos? ¿Los inventamos? No; son los mismos que las soportan quienes vienen a describirlos, como otros describen sus alegrías.
¡Tendrías piedad de un pobre desgraciado que ha sufrido torturas tan crueles durante tanto tiempo! ¡Oh! el vacío... el espacio... estoy cayendo, estoy cayendo, ¡ayuda! ¡Dios mío, qué vida tan miserable tenía!... Era un pobre diablo, padecía hambre muchas veces en mis viejos tiempos; por eso comencé a beber y me daba verguenza y asco todo... quería morirme y me tiré... ¡Oh! ¡Dios mío, qué momento!… ¿Por qué entonces querer terminarlo cuando estaba tan cerca del final? ¡Orar! para que ya no vea siempre un vacío debajo de mí... Me estrellaré en estas piedras. Os imploro, vosotros que sois conscientes de las miserias de los que ya no están aquí en la tierra, a vosotros me dirijo, aunque no me conocéis, porque sufro tanto... ¿Por qué queréis tener pruebas? Estoy sufriendo, ¿no es suficiente? Si tuviera hambre en lugar de este sufrimiento más terrible, pero invisible para ti, no dudarías en aliviarme dándome un trozo de pan. Les pido que oren por mí. No puedo quedarme más. Pregúntale a cualquiera de estas personas afortunadas aquí y sabrás quién era yo. Reza por mí”.
Inmediatamente después de esta comunicación, el Espíritu protector de la médium dijo: “El que te acaba de hablar, hija mía, es un pobre desgraciado que tuvo una prueba de miseria en la tierra, pero el disgusto se apoderó de él, le faltó el valor, y el desdichado , en lugar de mirar hacia arriba como debería haberlo hecho, se entregó a la embriaguez, descendió hasta los últimos límites de la desesperación y puso fin a su triste experiencia arrojándose desde la torre de Francisco I, el 22 de julio de 1857. Compasión de su pobre alma, que no está avanzada, pero que sin embargo tiene suficiente conocimiento de la vida futura para sufrir y desear una nueva prueba. Ora a Dios para que le conceda esta gracia y harás una buena obra. Me alegro de verlos reunidos, mis queridos hijos; estoy con vosotros cuando os reunís así. Siempre estoy dispuesto a daros mis enseñanzas; si un Espíritu bueno no pudiera comunicarse con vosotros por falta de relaciones físicas, Yo sería su intermediario; pero estáis rodeados de buenos Espíritus y Yo dejo que os instruyan. Continúa en el camino del Señor y seréis bendecidos. Ten paciencia en las pruebas, no dejes que la ingratitud de los hombres os impida hacer el bien. Pronto los hombres serán mejores y los tiempos están cerca. Adiós, amada mía, te sigo tanto en todas vuestras penas como en vuestras alegrías. La paz sea con vosotros”.
Realizadas las investigaciones, se encontró en el Journal du Havre del 23 de julio de 1857 el siguiente artículo, cuyo contenido es el siguiente:
“Ayer a las cuatro de la tarde, los caminantes en el muelle quedaron dolorosamente impresionados por un terrible accidente: un hombre saltó desde la torre y se estrelló contra las piedras. Es un viejo borracho cuyas tendencias ebrias lo llevaron al suicidio. Su nombre es François-Victor-Simon Louvet. Su cuerpo fue transportado a una de sus hijas, rue de la Corderie, y tenía sesenta y siete años”.
Observación: Un incrédulo, a quien este hecho mediúmnico fue presentado como prueba de la realidad de las comunicaciones de ultratumba, respondió: “Pero quién sabe si el médium no conocía el Journal du Havre y si no construyó su novela sobre esta base. ¿Anécdota?” El engaño, como vemos, es siempre el último atrincheramiento de los negacionistas cuando no pueden darse cuenta de un hecho cuya evidencia material no puede ponerse en duda; con ellos ni siquiera basta con mostrarles que no se tiene nada en las manos, nada en los bolsillos, porque, dicen, los prestidigitadores hacen lo mismo y, sin embargo, desafían la perspicacia del observador.
Ante esto, nos preguntaremos a su vez ¿qué interés podría tener el médium en hacer comedia? Ni siquiera podemos asumir aquí un interés de autoestima por algo que sucede en la intimidad de la familia, cuando sólo estaríamos engañándonos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos. Además, cuando queremos divertirnos, no abordamos temas de esta naturaleza, que son muy poco recreativos, y no es lícito que una joven piadosa mezcle el nombre de Dios con una broma grosera. El desinterés absoluto y la honorabilidad de la persona son las mejores garantías de sinceridad y la respuesta más perentoria que se puede dar en tal caso.
También señalaremos el castigo infligido a este suicidio. Durante casi seis años desde su muerte, siempre se ha visto caer de la torre y destrozarse contra las piedras; le asusta el vacío que tiene ante sí; ¡Y esto durante seis años! ¿Cuánto durará esto? no sabe nada al respecto y esta incertidumbre aumenta sus ansiedades. ¿No equivale eso al infierno y sus llamas? ¿Quién nos reveló estos castigos? ¿Los inventamos? No; son los mismos que las soportan quienes vienen a describirlos, como otros describen sus alegrías.
Conferencias familiares desde el más allá - Clara Rivier (Sociedad Espírita de París, 23 de enero de 1863 - Médium: Sr. Leymarie)
El Sr. J… médico de…, (Gard), nos transmite
el siguiente hecho:
“Una familia de agricultores, vecinos de mi campo, tenía una niña de diez años, llamada Clara, que llevaba cuatro años completamente lisiada. En toda su vida nunca profirió una sola queja, ni dio un solo signo de impaciencia; aunque carecía de educación, consoló a su afligida familia hablándole de la vida futura y de la felicidad que allí encontraría. Murió en septiembre de 1862, tras cuatro días de torturas y convulsiones, durante los cuales no dejó de orar a Dios. “No temo a la muerte”, dijo, ya que después me está reservada una vida de felicidad”. Le dijo a su padre, que lloraba: “Consuélate; volveré a visitarte; mi hora está cerca, lo siento; pero cuando llegue lo sabré y os avisaré con antelación”. En efecto, cuando estaba a punto de ocurrir el fatal momento, llamó a toda su familia diciendo: “Sólo me quedan cinco minutos de vida; dame vuestras manos”. Y expiró como había anunciado.
Desde entonces, un Espíritu bateador visita la casa del matrimonio Rivier, donde todo lo pone patas arriba; golpea la mesa, como si tuviera un palo; sacude cortinas, remueve los platos y juega a la petanca en los desvanes. Este Espíritu se aparece en la forma de Clara a su hermana menor, que sólo tiene cinco años. Según esta niña, su hermana le hablaba a menudo, y lo que excluye cualquier sentimiento de incertidumbre al respecto es que las apariciones la hacen gritar de alegría o lamentarse si no se hace inmediatamente lo que ella quiere, es decir, apaga el fuego y todas las luces de la habitación donde se produce la visión, durante la cual la niña sigue diciendo: “¡Pero mira qué bonita es Clara!”
“El padre Rivier quiso saber qué quería Clara, le pidió que le devolvieran el cabello que le habían cortado, según la costumbre del país; pero, aunque los padres gratificaron este deseo llevando sus cabellos a la tumba, el Espíritu continuó con sus visitas y sus ruidos, de los cuales yo mismo fui testigo, al punto que vecinos y amigos se conmueven por ello. Luego sermoneé a los padres preguntándoles si no tenían nada que reprocharse hacia nadie, o cometían alguna acción injusta; que era probable que el Espíritu los atormentara mientras no hubieran reparado sus faltas, y les aconsejé que consideraran esto seriamente.
Durante una ausencia de diez días que me vi obligado a hacer, la obsesión adquirió un carácter más violento, hasta el punto de que Rivier tuvo que soportar luchas cuerpo a cuerpo y cayó al suelo. El miedo se apoderó de estos infortunados, y acudieron a consultar a una médium, quien les aconsejó dar una limosna a todos los pobres de la región, limosna que duró dos días. Te haré saber el resultado; mientras tanto, me encantaría recibir sus consejos sobre este tema”.
1. Evocación de Clara Rivier. – R. Estoy cerca de usted, lista para responder.
2. ¿De dónde vinieron las elevadas ideas que expresaste sobre la vida futura, aunque tan joven e inculta, antes de tu muerte? – R. Del poco tiempo que tuve que pasar en vuestro globo y de mi encarnación anterior. Fui médium cuando dejé la tierra, y fui médium cuando regresé entre vosotros. Fue una predestinación; sentí y vi lo que dije.
3. ¿Cómo es posible que una niña de tu edad no se haya quejado durante cuatro años de sufrimiento? – R. Porque el sufrimiento físico estaba controlado por un poder mayor, el de mi Ángel Guardián, a quien continuamente veía cerca de mí; supo aliviar todo lo que sentía; hizo mi voluntad más fuerte que el dolor.
4. ¿Cómo fue informada del momento de su muerte? – R. Mi Ángel Guardián me lo dijo; él nunca me engañó.
5. Dijiste a tu padre: “Consuélate, vendré a visitarte”. ¿Cómo es que, con tan buenos sentimientos hacia tus padres, llegaste a atormentarlos después de tu muerte, provocando disturbios en su hogar? – R. Sin duda tengo una prueba, o más bien una misión que cumplir. Si vengo a ver a mis padres, ¿crees que es en vano? Estos ruidos, esta perturbación, estas luchas provocadas por mi presencia son una advertencia. Me ayudan otros Espíritus cuyas turbulencias tienen impacto, como yo tengo la mía al aparecerme a mi hermana. Gracias a nosotros nacerán muchas convicciones. Mis padres tuvieron que soportar una dura prueba; pronto cesará, pero sólo después de haber llevado la convicción a una multitud de Espíritus.
6. Entonces, ¿no eres tú personalmente quien está causando este problema? – R. Me ayudan otros Espíritus que sirven en la prueba reservada a mis queridos padres.
7. ¿Cómo es que tu hermana te reconoció, si no eres tú quien produjo estas manifestaciones? – R. Mi hermana sólo me vio a mí. Ahora tiene clarividencia y esta no es la última vez que mi presencia la consolará y animará.
8. ¿La limosna que recomendaste a tus padres tendrá el efecto de poner fin a esta obsesión? – R. La obsesión terminará cuando llegue el momento adecuado para ello; pero créanlo, la oración y la fe dan gran fuerza para controlar la obsesión; la limosna es en sí misma una oración; sirve para consolar y, por tanto, nos ayuda a llevar la convicción a muchos corazones; es por la fe que debemos levantar y salvar a toda una población; ¡Qué importa si los enemigos del Espiritismo exaltan al demonio! Esta exaltación siempre nos ha llevado a conocerlo, y por uno que cede, hay cien a los que la curiosidad lleva a estudiar. La obsesión y el sometimiento son, es cierto, pruebas para quien es objeto de ellas, pero al mismo tiempo son un camino abierto a nuevas convicciones. Estos hechos nos obligan a hablar de Espíritus, cuya existencia no podemos negar al ver lo que hacen.
Observación. - Parece evidente que, en estas circunstancias, la limosna recomendada al matrimonio Rivier era a la vez una prueba para ellos, más o menos provechosa según la forma en que se hacía, y un medio para llamar la atención de un mayor número de personas sobre estos fenómenos. Es una manera de comprobar que el Espiritismo no es obra del diablo, ya que aconseja la bondad y la caridad para combatir lo que llamamos demonios. ¿Qué pueden hacer los adversarios del Espiritismo contra manifestaciones de este tipo? Pueden prohibir que se ocupe de los Espíritus, pero no pueden impedir que vengan, y la prueba es que estas manifestaciones ocurren en las mismas casas donde ciertamente no se busca provocarlas, y que, por su reputación de santidad, parecería que tendría que desafiarlos, si fuera el diablo. Contra los hechos no hay oposición ni negación que pueda prevalecer: de lo cual se debe concluir que el Espiritismo debe seguir su curso.
9. ¿Por qué, siendo tan joven, sufriste tantas enfermedades? – R. Tenía faltas anteriores que expiar; había abusado de la salud y la brillante posición que disfrutaba en mi encarnación anterior; entonces Dios me dijo: “Has gozado mucho, sobremanera, sufrirás de la misma manera; fuiste orgullosa, serás humilde; estabas orgullosa de tu belleza y serás quebrantada; en lugar de vanidad os esforzaréis por adquirir la caridad y el bien”. Hice según la voluntad de Dios y mi Ángel Guardián me ayudó.
10. ¿Te gustaría que tus padres dijeran algo? – R. A petición de una médium, mis padres dieron mucha caridad; tenían razón en no orar siempre con los labios: debían hacerlo con las manos y el corazón. Dar a quien sufre es orar, es ser Espírita. Dios ha dado a todas las almas el libre albedrío, es decir la capacidad de progresar; a todos les dio la misma aspiración, y por eso el vestido casero se acerca más al vestido de brocado dorado de lo que generalmente pensamos. Además, reduzca las distancias por medio de la caridad; trae al pobre a tu casa, anímale, levántale, no le humilléis. Si supiéramos practicar en todas partes esta gran ley de la conciencia, no tendríamos, en eras determinadas, estas grandes miserias que deshonran a los pueblos civilizados, y que Dios envía para castigarlos y abrirles los ojos. Queridos padres, orad a Dios; amaros; practicad la ley de Cristo: no hagáis a otros lo que no quisierais que te hicieran a ti; implorad a Dios que os prueba, mostrándoos que su voluntad es santa y grande como Él. Sepan, en previsión del futuro, armarse de coraje y de perseverancia, porque todavía están llamados a sufrir; debemos saber merecer una buena posición en un mundo mejor, donde la comprensión de la justicia Divina se convierta en castigo de los Espíritus malignos. Siempre estaré cerca de vosotros, queridos padres. Adiós, o más bien hasta pronto. Tened resignación, caridad, amor por vuestros semejantes y algún día seréis felices.
Clara.
Observación. – Este es un hermoso pensamiento: “El vestido casero está más cerca de lo que uno podría pensar del vestido de brocado dorado”. Es una alusión a los Espíritus que, de una existencia a otra, pasan de una posición brillante a una posición humilde o miserable, porque muchas veces expían en un medio sencillo el abuso que han hecho de los dones que Dios les había concedido. Es una justicia que todos entienden.
Otro pensamiento, no menos profundo, es el que atribuye las calamidades de los pueblos a la infracción de la ley de Dios, porque Dios castiga a los pueblos como castiga a los individuos. Es cierto que, si practicaran la ley de la caridad, no habría guerras ni grandes miserias. Es a la práctica de esta ley a la que conduce el Espiritismo; ¿Podría ser por eso que se encuentra con enemigos tan acérrimos? ¿Las palabras de esta joven a sus padres son las de un demonio?
“Una familia de agricultores, vecinos de mi campo, tenía una niña de diez años, llamada Clara, que llevaba cuatro años completamente lisiada. En toda su vida nunca profirió una sola queja, ni dio un solo signo de impaciencia; aunque carecía de educación, consoló a su afligida familia hablándole de la vida futura y de la felicidad que allí encontraría. Murió en septiembre de 1862, tras cuatro días de torturas y convulsiones, durante los cuales no dejó de orar a Dios. “No temo a la muerte”, dijo, ya que después me está reservada una vida de felicidad”. Le dijo a su padre, que lloraba: “Consuélate; volveré a visitarte; mi hora está cerca, lo siento; pero cuando llegue lo sabré y os avisaré con antelación”. En efecto, cuando estaba a punto de ocurrir el fatal momento, llamó a toda su familia diciendo: “Sólo me quedan cinco minutos de vida; dame vuestras manos”. Y expiró como había anunciado.
Desde entonces, un Espíritu bateador visita la casa del matrimonio Rivier, donde todo lo pone patas arriba; golpea la mesa, como si tuviera un palo; sacude cortinas, remueve los platos y juega a la petanca en los desvanes. Este Espíritu se aparece en la forma de Clara a su hermana menor, que sólo tiene cinco años. Según esta niña, su hermana le hablaba a menudo, y lo que excluye cualquier sentimiento de incertidumbre al respecto es que las apariciones la hacen gritar de alegría o lamentarse si no se hace inmediatamente lo que ella quiere, es decir, apaga el fuego y todas las luces de la habitación donde se produce la visión, durante la cual la niña sigue diciendo: “¡Pero mira qué bonita es Clara!”
“El padre Rivier quiso saber qué quería Clara, le pidió que le devolvieran el cabello que le habían cortado, según la costumbre del país; pero, aunque los padres gratificaron este deseo llevando sus cabellos a la tumba, el Espíritu continuó con sus visitas y sus ruidos, de los cuales yo mismo fui testigo, al punto que vecinos y amigos se conmueven por ello. Luego sermoneé a los padres preguntándoles si no tenían nada que reprocharse hacia nadie, o cometían alguna acción injusta; que era probable que el Espíritu los atormentara mientras no hubieran reparado sus faltas, y les aconsejé que consideraran esto seriamente.
Durante una ausencia de diez días que me vi obligado a hacer, la obsesión adquirió un carácter más violento, hasta el punto de que Rivier tuvo que soportar luchas cuerpo a cuerpo y cayó al suelo. El miedo se apoderó de estos infortunados, y acudieron a consultar a una médium, quien les aconsejó dar una limosna a todos los pobres de la región, limosna que duró dos días. Te haré saber el resultado; mientras tanto, me encantaría recibir sus consejos sobre este tema”.
1. Evocación de Clara Rivier. – R. Estoy cerca de usted, lista para responder.
2. ¿De dónde vinieron las elevadas ideas que expresaste sobre la vida futura, aunque tan joven e inculta, antes de tu muerte? – R. Del poco tiempo que tuve que pasar en vuestro globo y de mi encarnación anterior. Fui médium cuando dejé la tierra, y fui médium cuando regresé entre vosotros. Fue una predestinación; sentí y vi lo que dije.
3. ¿Cómo es posible que una niña de tu edad no se haya quejado durante cuatro años de sufrimiento? – R. Porque el sufrimiento físico estaba controlado por un poder mayor, el de mi Ángel Guardián, a quien continuamente veía cerca de mí; supo aliviar todo lo que sentía; hizo mi voluntad más fuerte que el dolor.
4. ¿Cómo fue informada del momento de su muerte? – R. Mi Ángel Guardián me lo dijo; él nunca me engañó.
5. Dijiste a tu padre: “Consuélate, vendré a visitarte”. ¿Cómo es que, con tan buenos sentimientos hacia tus padres, llegaste a atormentarlos después de tu muerte, provocando disturbios en su hogar? – R. Sin duda tengo una prueba, o más bien una misión que cumplir. Si vengo a ver a mis padres, ¿crees que es en vano? Estos ruidos, esta perturbación, estas luchas provocadas por mi presencia son una advertencia. Me ayudan otros Espíritus cuyas turbulencias tienen impacto, como yo tengo la mía al aparecerme a mi hermana. Gracias a nosotros nacerán muchas convicciones. Mis padres tuvieron que soportar una dura prueba; pronto cesará, pero sólo después de haber llevado la convicción a una multitud de Espíritus.
6. Entonces, ¿no eres tú personalmente quien está causando este problema? – R. Me ayudan otros Espíritus que sirven en la prueba reservada a mis queridos padres.
7. ¿Cómo es que tu hermana te reconoció, si no eres tú quien produjo estas manifestaciones? – R. Mi hermana sólo me vio a mí. Ahora tiene clarividencia y esta no es la última vez que mi presencia la consolará y animará.
8. ¿La limosna que recomendaste a tus padres tendrá el efecto de poner fin a esta obsesión? – R. La obsesión terminará cuando llegue el momento adecuado para ello; pero créanlo, la oración y la fe dan gran fuerza para controlar la obsesión; la limosna es en sí misma una oración; sirve para consolar y, por tanto, nos ayuda a llevar la convicción a muchos corazones; es por la fe que debemos levantar y salvar a toda una población; ¡Qué importa si los enemigos del Espiritismo exaltan al demonio! Esta exaltación siempre nos ha llevado a conocerlo, y por uno que cede, hay cien a los que la curiosidad lleva a estudiar. La obsesión y el sometimiento son, es cierto, pruebas para quien es objeto de ellas, pero al mismo tiempo son un camino abierto a nuevas convicciones. Estos hechos nos obligan a hablar de Espíritus, cuya existencia no podemos negar al ver lo que hacen.
Observación. - Parece evidente que, en estas circunstancias, la limosna recomendada al matrimonio Rivier era a la vez una prueba para ellos, más o menos provechosa según la forma en que se hacía, y un medio para llamar la atención de un mayor número de personas sobre estos fenómenos. Es una manera de comprobar que el Espiritismo no es obra del diablo, ya que aconseja la bondad y la caridad para combatir lo que llamamos demonios. ¿Qué pueden hacer los adversarios del Espiritismo contra manifestaciones de este tipo? Pueden prohibir que se ocupe de los Espíritus, pero no pueden impedir que vengan, y la prueba es que estas manifestaciones ocurren en las mismas casas donde ciertamente no se busca provocarlas, y que, por su reputación de santidad, parecería que tendría que desafiarlos, si fuera el diablo. Contra los hechos no hay oposición ni negación que pueda prevalecer: de lo cual se debe concluir que el Espiritismo debe seguir su curso.
9. ¿Por qué, siendo tan joven, sufriste tantas enfermedades? – R. Tenía faltas anteriores que expiar; había abusado de la salud y la brillante posición que disfrutaba en mi encarnación anterior; entonces Dios me dijo: “Has gozado mucho, sobremanera, sufrirás de la misma manera; fuiste orgullosa, serás humilde; estabas orgullosa de tu belleza y serás quebrantada; en lugar de vanidad os esforzaréis por adquirir la caridad y el bien”. Hice según la voluntad de Dios y mi Ángel Guardián me ayudó.
10. ¿Te gustaría que tus padres dijeran algo? – R. A petición de una médium, mis padres dieron mucha caridad; tenían razón en no orar siempre con los labios: debían hacerlo con las manos y el corazón. Dar a quien sufre es orar, es ser Espírita. Dios ha dado a todas las almas el libre albedrío, es decir la capacidad de progresar; a todos les dio la misma aspiración, y por eso el vestido casero se acerca más al vestido de brocado dorado de lo que generalmente pensamos. Además, reduzca las distancias por medio de la caridad; trae al pobre a tu casa, anímale, levántale, no le humilléis. Si supiéramos practicar en todas partes esta gran ley de la conciencia, no tendríamos, en eras determinadas, estas grandes miserias que deshonran a los pueblos civilizados, y que Dios envía para castigarlos y abrirles los ojos. Queridos padres, orad a Dios; amaros; practicad la ley de Cristo: no hagáis a otros lo que no quisierais que te hicieran a ti; implorad a Dios que os prueba, mostrándoos que su voluntad es santa y grande como Él. Sepan, en previsión del futuro, armarse de coraje y de perseverancia, porque todavía están llamados a sufrir; debemos saber merecer una buena posición en un mundo mejor, donde la comprensión de la justicia Divina se convierta en castigo de los Espíritus malignos. Siempre estaré cerca de vosotros, queridos padres. Adiós, o más bien hasta pronto. Tened resignación, caridad, amor por vuestros semejantes y algún día seréis felices.
Observación. – Este es un hermoso pensamiento: “El vestido casero está más cerca de lo que uno podría pensar del vestido de brocado dorado”. Es una alusión a los Espíritus que, de una existencia a otra, pasan de una posición brillante a una posición humilde o miserable, porque muchas veces expían en un medio sencillo el abuso que han hecho de los dones que Dios les había concedido. Es una justicia que todos entienden.
Otro pensamiento, no menos profundo, es el que atribuye las calamidades de los pueblos a la infracción de la ley de Dios, porque Dios castiga a los pueblos como castiga a los individuos. Es cierto que, si practicaran la ley de la caridad, no habría guerras ni grandes miserias. Es a la práctica de esta ley a la que conduce el Espiritismo; ¿Podría ser por eso que se encuentra con enemigos tan acérrimos? ¿Las palabras de esta joven a sus padres son las de un demonio?
Fotografía de los Espíritus
El Courrier du Bas-Rhin del sábado 3 de enero
de 1863 (parte alemana) contiene el siguiente artículo, bajo el título de
Fotografía espectral:
“Los americanos, que nos adelantan en muchas cosas, ciertamente nos superan en el arte de la fotografía y en la evocación de los Espíritus. Hoy en Boston, los médiums no sólo llaman a los fallecidos, sino que también los fotografían. Este maravilloso descubrimiento se lo debemos a un tal Sr. William Mumler, de Boston.
Hace un tiempo, cuenta él mismo, estuve probando un nuevo aparato fotográfico en mi laboratorio mientras hacía mi propia fotografía; de repente sentí cierta presión en mi brazo derecho y un cansancio generalizado en todo mi cuerpo. ¿Pero quién podría describir mi asombro cuando vi mi retrato reproducido y encontré a su derecha la imagen de una segunda persona, que no era otra que mi prima fallecida? El parecido del retrato, según quienes conocieron a esta dama, no deja nada que desear.
El resultado es que el Sr. Mumler, desde entonces, ya no da a sus clientes no sólo sesiones espiritualistas, sino que también toma fotografías de los difuntos mencionados para ellos. Suelen ser un poco apagados y turbios, y los rasgos son bastante difíciles de reconocer, lo que no impide que los ilustrados habitantes de Boston los declaren verdaderos, auténticos. ¡Quién miraría tan de cerca imágenes espectrales!”
Tal descubrimiento, si fuera real, tendría ciertamente inmensas consecuencias y sería uno de los hechos de manifestación más notables; sin embargo, nos comprometemos a acogerlo con prudente reserva; los americanos que, según el autor, nos superan en tantas cosas, nos han enseñado que también están muy por detrás en la invención de falsedades.
Para quien conoce las propiedades del periespíritu, la cosa, a primera vista, no parece materialmente imposible; vemos surgir tantas cosas extraordinarias que no deberíamos sorprendernos de nada. Los Espíritus nos han anunciado manifestaciones de un nuevo orden, aún más sorprendentes que las que hemos visto; este sin duda sería de este número; pero, una vez más, hasta que se encuentre algo más auténtico que un relato periodístico, es prudente permanecer en la duda. Si la cosa es cierta, se popularizará; mientras tanto, hay que tener cuidado de no dar crédito a todas las maravillosas historias que incluso los enemigos del Espiritismo gustan de difundir para ridiculizarlo, así como aquellos que las aceptan con demasiada facilidad. Es necesario, además, mirar más de dos veces antes de atribuir a los Espíritus todos los fenómenos insólitos que no podemos explicar; un examen cuidadoso revela, la mayoría de las veces, una causa muy material que no habíamos notado. Esta es una recomendación expresa que hacemos en el Libro de los Médiums.
En apoyo de lo que acabamos de decir, y en relación con la fotografía Espírita, citaremos el siguiente artículo extraído de La Patrie del 23 de febrero de 1863. Puede prevenir contra juicios apresurados.
“Un joven lord, que lleva uno de los nombres más antiguos e ilustres de la cámara alta, y cuyo apasionado gusto por la fotografía aporta grandes y felices éxitos a este arte que, tal vez, sigue siendo más una ciencia que un arte, un joven lord, digo, acababa de perder a su hermana a quien amaba con extrema ternura. Golpeado en el corazón y sumido en el profundo desánimo que con demasiada frecuencia produce el dolor, dejó allí sus cámaras, abandonó Inglaterra, hizo un largo viaje al continente y sólo regresó a su residencia, casi real, de Lancashire después de una ausencia de casi cuatro años.
Su desesperación, como suele ocurrir, había pasado del estado agudo al estado crónico, es decir, que, sin haber perdido su intensidad, había perdido su violencia, y que poco a poco se transformó en una sorda resignación.
Cuando los que sufren buscan consuelo, recurren primero a Dios y luego al trabajo. Por tanto, el joven lord regresó poco a poco a su laboratorio y volvió a su aparato fotográfico.
En una especie de transacción con su dolor, la primera imagen que pensó haber dibujado con la luz fue el interior de la capilla donde reposaban los restos mortales de su hermana. Una vez obtenido el negativo, regresó a su laboratorio, sometió la placa de vidrio a los preparativos habituales y expuso la fotografía a la luz para obtener una prueba.
Al ver esta terrible experiencia, casi se desmaya. El interior de la capilla había sido dibujado con gran claridad, pero la cabeza de la joven fallecida aparecía vagamente en la parte menos iluminada de la fotografía. Podíamos distinguir perfectamente sus rasgos suaves y encantadores, e incluso los largos drapeados de su vestido; sin embargo, por medio de estos drapeados se podían ver claramente los más mínimos detalles de la capilla.
El primer impulso del lord fue creer en una aparición, pero pronto sonrió con tristeza y meneó la cabeza. De hecho, recordaba que unos años antes, sobre esa misma placa de cristal, había realizado un retrato fotográfico de su hermana. Este retrato, al haber fracasado, lo había borrado, y sin duda lo había borrado mal, ya que sus contornos vagos se confundían ahora con la nueva imagen impuesta en la plancha.
En Inglaterra, algunos artistas explotan esta extraña aplicación de la fotografía; fabrican y venden imágenes dobles cuyos extraños acoplamientos producen efectos extraños o agradables. Nos mostraron, entre otras cosas, un castillo en ruinas, debajo del cual se podían ver su parque, sus fachadas y sus torreones, tal como debían existir antes de su destrucción.
Todavía hacemos retratos de personas mayores, por medio de los cuales los vemos tal como eran en la flor de su juventud”.
“Los americanos, que nos adelantan en muchas cosas, ciertamente nos superan en el arte de la fotografía y en la evocación de los Espíritus. Hoy en Boston, los médiums no sólo llaman a los fallecidos, sino que también los fotografían. Este maravilloso descubrimiento se lo debemos a un tal Sr. William Mumler, de Boston.
Hace un tiempo, cuenta él mismo, estuve probando un nuevo aparato fotográfico en mi laboratorio mientras hacía mi propia fotografía; de repente sentí cierta presión en mi brazo derecho y un cansancio generalizado en todo mi cuerpo. ¿Pero quién podría describir mi asombro cuando vi mi retrato reproducido y encontré a su derecha la imagen de una segunda persona, que no era otra que mi prima fallecida? El parecido del retrato, según quienes conocieron a esta dama, no deja nada que desear.
El resultado es que el Sr. Mumler, desde entonces, ya no da a sus clientes no sólo sesiones espiritualistas, sino que también toma fotografías de los difuntos mencionados para ellos. Suelen ser un poco apagados y turbios, y los rasgos son bastante difíciles de reconocer, lo que no impide que los ilustrados habitantes de Boston los declaren verdaderos, auténticos. ¡Quién miraría tan de cerca imágenes espectrales!”
Tal descubrimiento, si fuera real, tendría ciertamente inmensas consecuencias y sería uno de los hechos de manifestación más notables; sin embargo, nos comprometemos a acogerlo con prudente reserva; los americanos que, según el autor, nos superan en tantas cosas, nos han enseñado que también están muy por detrás en la invención de falsedades.
Para quien conoce las propiedades del periespíritu, la cosa, a primera vista, no parece materialmente imposible; vemos surgir tantas cosas extraordinarias que no deberíamos sorprendernos de nada. Los Espíritus nos han anunciado manifestaciones de un nuevo orden, aún más sorprendentes que las que hemos visto; este sin duda sería de este número; pero, una vez más, hasta que se encuentre algo más auténtico que un relato periodístico, es prudente permanecer en la duda. Si la cosa es cierta, se popularizará; mientras tanto, hay que tener cuidado de no dar crédito a todas las maravillosas historias que incluso los enemigos del Espiritismo gustan de difundir para ridiculizarlo, así como aquellos que las aceptan con demasiada facilidad. Es necesario, además, mirar más de dos veces antes de atribuir a los Espíritus todos los fenómenos insólitos que no podemos explicar; un examen cuidadoso revela, la mayoría de las veces, una causa muy material que no habíamos notado. Esta es una recomendación expresa que hacemos en el Libro de los Médiums.
En apoyo de lo que acabamos de decir, y en relación con la fotografía Espírita, citaremos el siguiente artículo extraído de La Patrie del 23 de febrero de 1863. Puede prevenir contra juicios apresurados.
“Un joven lord, que lleva uno de los nombres más antiguos e ilustres de la cámara alta, y cuyo apasionado gusto por la fotografía aporta grandes y felices éxitos a este arte que, tal vez, sigue siendo más una ciencia que un arte, un joven lord, digo, acababa de perder a su hermana a quien amaba con extrema ternura. Golpeado en el corazón y sumido en el profundo desánimo que con demasiada frecuencia produce el dolor, dejó allí sus cámaras, abandonó Inglaterra, hizo un largo viaje al continente y sólo regresó a su residencia, casi real, de Lancashire después de una ausencia de casi cuatro años.
Su desesperación, como suele ocurrir, había pasado del estado agudo al estado crónico, es decir, que, sin haber perdido su intensidad, había perdido su violencia, y que poco a poco se transformó en una sorda resignación.
Cuando los que sufren buscan consuelo, recurren primero a Dios y luego al trabajo. Por tanto, el joven lord regresó poco a poco a su laboratorio y volvió a su aparato fotográfico.
En una especie de transacción con su dolor, la primera imagen que pensó haber dibujado con la luz fue el interior de la capilla donde reposaban los restos mortales de su hermana. Una vez obtenido el negativo, regresó a su laboratorio, sometió la placa de vidrio a los preparativos habituales y expuso la fotografía a la luz para obtener una prueba.
Al ver esta terrible experiencia, casi se desmaya. El interior de la capilla había sido dibujado con gran claridad, pero la cabeza de la joven fallecida aparecía vagamente en la parte menos iluminada de la fotografía. Podíamos distinguir perfectamente sus rasgos suaves y encantadores, e incluso los largos drapeados de su vestido; sin embargo, por medio de estos drapeados se podían ver claramente los más mínimos detalles de la capilla.
El primer impulso del lord fue creer en una aparición, pero pronto sonrió con tristeza y meneó la cabeza. De hecho, recordaba que unos años antes, sobre esa misma placa de cristal, había realizado un retrato fotográfico de su hermana. Este retrato, al haber fracasado, lo había borrado, y sin duda lo había borrado mal, ya que sus contornos vagos se confundían ahora con la nueva imagen impuesta en la plancha.
En Inglaterra, algunos artistas explotan esta extraña aplicación de la fotografía; fabrican y venden imágenes dobles cuyos extraños acoplamientos producen efectos extraños o agradables. Nos mostraron, entre otras cosas, un castillo en ruinas, debajo del cual se podían ver su parque, sus fachadas y sus torreones, tal como debían existir antes de su destrucción.
Todavía hacemos retratos de personas mayores, por medio de los cuales los vemos tal como eran en la flor de su juventud”.
Variedades
El periódico Akhbar, de Argel, del 10 de
febrero de 1863, contiene el siguiente artículo:
“El obispo de Argel acaba de publicar, con motivo de la Cuaresma de 1863, una instrucción pastoral que trata del Espiritismo, tema de gran importancia en el orden del día, sobre el cual el clero de África había guardado silencio hasta ahora. Aquí están los pasajes relacionados con ella:
“Es el diablo quien dicta a filósofos de renombre estas doctrinas malsanas de dos principios iguales, el bien y el mal, que gobiernan con la misma autoridad, pero en sentido opuesto: Espíritu y materia; del materialismo que relaciona todo con el cuerpo y no sabe nada más después de la tumba; el escepticismo, que lo duda todo; el fatalismo, que lo excusa todo negando la libertad y la responsabilidad humanas; la metempsicosis, la magia y la evocación de Espíritus, sistemas tristes y vergonzosos que inteligencias descarriadas buscan resucitar en nuestros días... (Página 21)
¡Qué lamentable historia no haríamos de las empresas diabólicas, que datan del Cenáculo, pasando por la sinagoga y los malabarismos de Simón el mago, para llegar, por medio de persecuciones, cismas, herejías e incredulidades de todo tipo, al Espiritismo actual, tan neciamente renovado de un paganismo anterior a Moisés y por él correctamente calificado como abominación ante Dios”! (Página 24)
Quienes gustan de escuchar a ambas partes, en cualquier cuestión en disputa, se lo han puesto muy fácil, porque el Espiritismo teórico y práctico está ampliamente explicado en el Libro de los Espíritus y en el Libro de los Médiums, dos obras que se encuentran en todas las librerías en Argel. Si quieres profundizar tus estudios, puedes agregar a esta pequeña biblioteca la Revista Espírita, de Allan Kardec. Ésta es, nos parece, la mejor manera de comprobar si el Espiritismo es, efectivamente, obra del diablo; o si, por el contrario, se trata de una revelación en una nueva forma, como afirman sus seguidores”.
Ariel. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
El Sr. Home llegó a París, donde permaneció sólo unos días. De diversas partes se nos pide información sobre los extraordinarios fenómenos que, según se dice, produjo ante personajes augustos y de los que algunos periódicos han hablado vagamente. Habiendo sucedido estas cosas en privado, no nos corresponde a nosotros revelar lo que no tiene carácter oficial, y menos aún incluir ciertos nombres. Sólo diremos que los detractores han aprovechado esta circunstancia, como muchas otras, para intentar ridiculizar el Espiritismo con historias absurdas, sin respeto ni a las personas ni a las cosas. Añadiremos que la estancia del Sr. Home en París, así como la calidad de las casas donde fue recibido, es un desmentido formal de las infames calumnias según las cuales fue expulsado de París, como en el pasado, durante una ausencia que hizo, se rumoreaba que estaba encerrado en Mazas por graves motivos, mientras que se encontraba tranquilamente en Nápoles por su salud. ¡Calumnia! siempre la calumnia! Ya es hora de que los Espíritus vengan y purguen la tierra.
Remitimos a nuestros lectores a los artículos detallados que publicamos sobre el Sr. Home y sus manifestaciones en los números de febrero, marzo y abril de 1858 de la Revista Espírita.
---------------------------------------------------------------------------------------
Un artículo publicado en Monde illustré sobre los llamados médiums americanos, el Sr. y la Sra. Girroodd, suscitó también varias solicitudes de información. No tenemos nada que añadir a lo que dijimos sobre este tema en la Revista Espírita de 1862, número de febrero, página 52, excepto que lo hemos visto por nosotros mismos, y que vemos en Robert Houdin cosas no menos inexplicables cuando no se sabe el truco. Ningún Espírita o magnetizador, conociendo las condiciones normales en que ocurren los fenómenos, puede tomar en serio estas cosas, ni perder el tiempo discutiéndolas en serio.
Algunos adversarios torpes quisieron explotar estos trucos de habilidad contra los fenómenos Espíritas, diciendo que, si pueden ser imitados, es porque no existen, y que todos los médiums, empezando por el Sr. Home, son hábiles prestidigitadores. No tienen cuidado de estar dando armas de incredulidad contra ellos mismos, ya que el argumento podría volverse contra la mayoría de los milagros. Sin señalar lo ilógico de esta conclusión, y sin volver a discutir estos fenómenos, diremos simplemente que hay una diferencia entre prestidigitadores y médiums, desde la ganancia al desinterés, desde la imitación a la realidad, desde las flores artificiales a las flores naturales. No podemos impedir que un estafador se llame a sí mismo médium, como tampoco podemos impedir que se llame a sí mismo físico. No tenemos que defender ninguna explotación de este tipo y la dejamos abierta a críticas.
“El obispo de Argel acaba de publicar, con motivo de la Cuaresma de 1863, una instrucción pastoral que trata del Espiritismo, tema de gran importancia en el orden del día, sobre el cual el clero de África había guardado silencio hasta ahora. Aquí están los pasajes relacionados con ella:
“Es el diablo quien dicta a filósofos de renombre estas doctrinas malsanas de dos principios iguales, el bien y el mal, que gobiernan con la misma autoridad, pero en sentido opuesto: Espíritu y materia; del materialismo que relaciona todo con el cuerpo y no sabe nada más después de la tumba; el escepticismo, que lo duda todo; el fatalismo, que lo excusa todo negando la libertad y la responsabilidad humanas; la metempsicosis, la magia y la evocación de Espíritus, sistemas tristes y vergonzosos que inteligencias descarriadas buscan resucitar en nuestros días... (Página 21)
¡Qué lamentable historia no haríamos de las empresas diabólicas, que datan del Cenáculo, pasando por la sinagoga y los malabarismos de Simón el mago, para llegar, por medio de persecuciones, cismas, herejías e incredulidades de todo tipo, al Espiritismo actual, tan neciamente renovado de un paganismo anterior a Moisés y por él correctamente calificado como abominación ante Dios”! (Página 24)
Quienes gustan de escuchar a ambas partes, en cualquier cuestión en disputa, se lo han puesto muy fácil, porque el Espiritismo teórico y práctico está ampliamente explicado en el Libro de los Espíritus y en el Libro de los Médiums, dos obras que se encuentran en todas las librerías en Argel. Si quieres profundizar tus estudios, puedes agregar a esta pequeña biblioteca la Revista Espírita, de Allan Kardec. Ésta es, nos parece, la mejor manera de comprobar si el Espiritismo es, efectivamente, obra del diablo; o si, por el contrario, se trata de una revelación en una nueva forma, como afirman sus seguidores”.
El Sr. Home llegó a París, donde permaneció sólo unos días. De diversas partes se nos pide información sobre los extraordinarios fenómenos que, según se dice, produjo ante personajes augustos y de los que algunos periódicos han hablado vagamente. Habiendo sucedido estas cosas en privado, no nos corresponde a nosotros revelar lo que no tiene carácter oficial, y menos aún incluir ciertos nombres. Sólo diremos que los detractores han aprovechado esta circunstancia, como muchas otras, para intentar ridiculizar el Espiritismo con historias absurdas, sin respeto ni a las personas ni a las cosas. Añadiremos que la estancia del Sr. Home en París, así como la calidad de las casas donde fue recibido, es un desmentido formal de las infames calumnias según las cuales fue expulsado de París, como en el pasado, durante una ausencia que hizo, se rumoreaba que estaba encerrado en Mazas por graves motivos, mientras que se encontraba tranquilamente en Nápoles por su salud. ¡Calumnia! siempre la calumnia! Ya es hora de que los Espíritus vengan y purguen la tierra.
Remitimos a nuestros lectores a los artículos detallados que publicamos sobre el Sr. Home y sus manifestaciones en los números de febrero, marzo y abril de 1858 de la Revista Espírita.
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Un artículo publicado en Monde illustré sobre los llamados médiums americanos, el Sr. y la Sra. Girroodd, suscitó también varias solicitudes de información. No tenemos nada que añadir a lo que dijimos sobre este tema en la Revista Espírita de 1862, número de febrero, página 52, excepto que lo hemos visto por nosotros mismos, y que vemos en Robert Houdin cosas no menos inexplicables cuando no se sabe el truco. Ningún Espírita o magnetizador, conociendo las condiciones normales en que ocurren los fenómenos, puede tomar en serio estas cosas, ni perder el tiempo discutiéndolas en serio.
Algunos adversarios torpes quisieron explotar estos trucos de habilidad contra los fenómenos Espíritas, diciendo que, si pueden ser imitados, es porque no existen, y que todos los médiums, empezando por el Sr. Home, son hábiles prestidigitadores. No tienen cuidado de estar dando armas de incredulidad contra ellos mismos, ya que el argumento podría volverse contra la mayoría de los milagros. Sin señalar lo ilógico de esta conclusión, y sin volver a discutir estos fenómenos, diremos simplemente que hay una diferencia entre prestidigitadores y médiums, desde la ganancia al desinterés, desde la imitación a la realidad, desde las flores artificiales a las flores naturales. No podemos impedir que un estafador se llame a sí mismo médium, como tampoco podemos impedir que se llame a sí mismo físico. No tenemos que defender ninguna explotación de este tipo y la dejamos abierta a críticas.
Poemas Espíritas
¿Por qué se lamentar? (Grupo Espírita de Pau - Médium: Sr. T)Dios creó al hombre activo, inteligente y libre,
Y lo convirtió en el arquitecto de su propio destino.
Abrió ante él dos caminos que puede seguir:
Uno va hacia el mal y el otro hacia el bien.
El primero de los dos es de apariencia gentil;
Para seguirlo no se requiere ningún esfuerzo doloroso:
Sin estudio ni cuidados, viviendo en la indolencia,
Dar rienda suelta a sus brutales instintos,
Eso es todo lo que se necesita. – El segundo, por el contrario,
Quiere esfuerzos constantes, trabajo sostenido,
Y cuidado vigilante, y búsqueda austera,
Razón liberada e instinto contenido.
El hombre, libre en su elección, puede tomar la primera,
Languidecer en la ignorancia y la inmoralidad;
Prefiere la pasión grosera al deber,
A la razón, al instinto y a la brutalidad.
O puede, prestando un oído dócil
A la voz que le decía: “Fuiste hecho para crecer,
Progresar y no quedarse quieto”.
En el segundo entrar lleno de un noble deseo.
Dependiendo de lo que decida, ve su destino.
La oscuridad se desarrolla bajo su mirada angustiada,
O sonriéndole como a la novia
Sonríe al hombre feliz a quien se debe su corazón.
Si haces el mal podrás en este mundo.
Adquirir riquezas, títulos, honores;
Pero la calma del alma y esta profunda alegría
Que nace de los santos deseos y alegra los corazones.
Huirá para siempre; y el remordimiento, pungente,
Perseguirá la voz en medio de las fiestas,
Mezclando para perturbarle su nota discordante
A tus cantos de triunfo, a tus alegres estribillos.
Entonces, cuando llegue la hora fatal para ti,
Cuando el Espíritu se libera del cuerpo que lo encerraba
Volverá nuevamente a la esfera moral.
Donde la verdad brilla y el error desaparece,
Donde la sofistería impura, la hipocresía cobarde
No encuentra un punto de acceso, donde todo es brillante.
Fantasma acusador, tu vida culpable.
Aparecerá frente a ti para seguirte a todas partes.
Tus crímenes se convertirán en tus verdugos, y tú, rico,
Te sentirás desnudo; poderoso, abandonado;
Huirás atemorizado, temblando como un ciervo
Huye ante el cazador hacia su implacable destrucción.
Quizás entonces, ebrio de orgullo y sufrimiento,
Hacia Dios lanzarás un grito blasfemo,
Culpándolo de tus males; pero tu conciencia
Poderosa, levantará este otro grito vengativo:
“Deja de blasfemar, hombre, en tu locura.
Cuando Dios te creó libre, activo, inteligente,
Sólo para ti en el mundo limitó su poder,
Y te hizo artífice de tu propio destino.
Tu voluntad es suficiente para transformar en alegría.
El dolor que sientes. Contempla, radiante,
El que por deber siguió el camino santo,
Quién luchó, quién venció y quién conquistó los cielos.
Por el mismo esfuerzo, la misma recompensa
Esperando por ti. – ¿Por qué te quejas entonces? Piensa otra vez.
De este justo y bueno Dios implora ayuda;
Trabaja, lucha, ora y el cielo es tuyo”.
Observación – Dejamos pasar algunas irregularidades de la versificación en favor de los pensamientos.
Madre e hijo (Sociedad Espírita de Burdeos, 6 de julio de 1862 - Médium: Sr. Ricard)
En una cuna yacía un hermoso ángel
Todo rosa y blanco, que balanceábamos mientras cantábamos;
Su joven madre, con la dulce mirada de Arcángel,
¡Ebria de amor, este niño velaba!…
¡Oh! ¡Qué hermoso es este hijo de mi ternura!…
Duerme, querido niño, tu madre está cerca de ti...
Al despertar, tus primeras caricias
¡Y tus besos, amigo, serán para mí!…
¡Oh! ¡Qué hermoso es!… Dios mío, quítame la vida.
Si tienes que quitarme a este niño...
¡Guárdamelo, Señor, ¡por favor!…
Ya su boca ha susurrado: ¡Mamá!!!…
Esta dulce palabra... esta palabra que espiamos,
Como un rayo de sol en primavera...
Esta palabra de amor cuya dulce armonía
¡Cuando la escuchamos nos hace soñar con el cielo!…
¡Oh! de sus brazos cuando estoy rodeado;
Cuando en mi pecho siento latir su corazón,
Estoy feliz y mi alma ebria.
Comparte la felicidad de tus electos...
Es todo para mí... ¡Este niño es mi sueño!
Vivir para él... todo en él, ese es mi destino.
De mi amor la savia vigorizante
¡Desde esta cuna hay que alejar la muerte!!!…
Pronto, Dios mío, apoyado por su madre.
¡Lo veré dar sus primeros pasos!…
¡Oh! feliz día... no puedo esperar, espero...
¡Aún tengo miedo de que no lo consigas!
Y luego otra vez, en mi dulce esperanza,
Lo veo grande, honrado, virtuoso,
Habiendo mantenido desde su tímida infancia
La pureza que debería hacerlo feliz.
¡Oh! ¡Qué hermoso es!… Dios mío, quítame la vida.
¡Si la desgracia cayera sobre este niño!
A mi amor, por favor déjalo,
Ya su boca ha susurrado: ¡Mamá!!…
Pero tiene frío... ¡y su labio está pálido!
¡Despierta, querido hijo de mi corazón!
Ven al pecho que te dio la vida...
Hace mucho frío... ¡Estoy tiritando y tengo miedo!!
¡Ah! ¡está hecho! ¡dejó de vivir!
¡Ay de mí! ¡Porque ya no tengo hijos!
Dios sin piedad… de rabia estoy borracho…
¡No eres un Dios justo y poderoso!
¿Qué te hizo este ángel de la inocencia?
¿Para arrebatarme mi amor lo más pronto posible?…
Renuncio aquí a todas las creencias santas...
Y ante tus ojos yo también moriré...
¡Madre!…¡soy yo!…es mi alma robada
Que el SEÑOR te envíe de vuelta.
Maldita, madre mía, la rabia sin sentido;
Vuelve a Dios… ¡Te traigo la Fe!…
Inclínate ante el juicio del Maestro.
Madre culpable, en un pasado lejano...
Mataste al niño que diste a luz:
¡Dios os castiga!… ¡doblaos bajo su mano!
Toma, toma este libro; aliviará tu dolor.
Este libro sagrado… dictado por los Espíritus,
Si lo lees… oh, madre, aseguró
¡Que un día en el cielo volverás a ver a tu hijo!!!
Suscripción de Ruán.
Cantidad de suscripciones pagadas a la
redacción de la Revista Espírita y publicadas en el número de febrero. ....
1.491 fr. 40 c.
Nuevos pagos hasta el 28 de febrero:
Sociedad Espírita de París (fue incluida en la lista de febrero por 423 fr., y en ésta por 317 fr.; total 740 fr.) 317
Varias sociedades y grupos Espíritas. —Montreuil-sur-Mer, 74 fr. (incluido en la lista de febrero, pero no incluido en la adición, por error). —Mescher-sur-Girond, 32 fr. 50c. Carmaux (Tarn), 20 fr. — Monterai y Saint-Gemme (Tarn), 40 fr. — Chauny (Aisne), 40 fr. — Metz, 50 fr. — Burdeos (sociedad y grupos Roux et Petit), 70 fr. —Albi (Tarn), 20 fr. — Tours, 103 fr. 30 c. - Angulema, 18 fr – Total 467,80
Varios suscriptores (París). —Sra. L..., 5 fr.; Hobach, 40 fr. ; Nant y Breul (Passy), 100 fr.; Mosto, 1 fr. ; Aumont. librero (segundo pago), 5fr.; Dufaux, 5 fr.; Mazaroz, 20 fr.; Queyras, 3fr.; X..., 25 fr.; Doctor Houat, 20 fr.; Dufilleul, oficiales coraceros, 10 fr.; X... (Saint-Junien), 1 fr.; L. D..., 2 fr.; X..., 5 fr.; Moreau, farmacéutico (Niort), 10 fr.; Blin, capitán (Marsella), 10 fr. (aparece en la lista de febrero por 20 francos en lugar de 10 fr., que son los únicos que se cuentan en la suma); J. L... (Digne), 3 fr.; doctor Reignier (Thionville), 7 fr. 50 c.; Sra. Wilson Klein (Gran Ducado de Baden), 20 fr.; B... (Saint-Jean d'Angely), 2 fr.; A... (Versalles), 1 y f.; Y... (Versalles), 2 fr.; S... (Dole), 2 fr.; Mariner, oficial de Estado Mayor (Orléans), 10 fr.; Gevers (Amberes), 10 fr. C. Babin (de Champblanc, de Cognac), 40 fr – Total 369,50
Spiriles y franceses de Barcelona (España). —Sra. Jaune Ricart et fils, 52 fr. 50 c.; Micolier, 5 fr.; Luis Nuty, 5 fr.; Jean Regembat, 5 fr.; Alex. Wigle, fotógrafo, 5 fr.; Ch. Soujol, 2fr. 60c.; X..., 1 fr. 25c – Total 76,35
(Con la suma de 489 fr. 35 c. que figura en la lista de febrero, se obtiene, para Barcelona, un total de 565 fr. 70 c.)
Total 2722,05
Erratas. — En la lista de febrero, en lugar de Lausat (de Condom), léase Loubat. — En lugar de Frothier (de Poitiers), léase Frottier. —En lugar de Bodin (de Cognac), léase Babin.
La suscripción permanece abierta.
Del importe de esta suma, la Revista Espírita pagó, el 6 de febrero, a la suscripción abierta por la Opinión nacional, 2216 fr. 40 c., según nota insertada en el listado decimocuarto publicado por este Diario, el 15 de febrero.
Señalaremos que la mayoría de los grupos y sociedades han contribuido a la suscripción abierta en su localidad. Entre otras cosas, nos enviaron desde Lyon la siguiente lista de suscripciones recogidas en diferentes reuniones Espíritas.
Grupo Desprêle, Rue Carlomagno, 57 fr. 95c.; identificación. de Trabajadores, 93 fr. 30 c.; identificación. Viret, 26 fr.; identificación. más allá de Croix-Rousse, 31 fr. 10 cucharadas; id. Roussel, 48 fr. 30 c.; id. Central, 123 fr.; reunión privada, 15 fr. 25c.; otra id. 32 francos. 50 c.; otra id. (Édoux), 22 fr.; suscripciones aisladas, 316 fr. 50 c.—Total, 765 fr. 90c.
La Sociedad de Saint-Jean d'Angely pagó 100 fr. a la suscripción abierta a la subprefectura.
ALLAN KARDEC
Nuevos pagos hasta el 28 de febrero:
Sociedad Espírita de París (fue incluida en la lista de febrero por 423 fr., y en ésta por 317 fr.; total 740 fr.) 317
Varias sociedades y grupos Espíritas. —Montreuil-sur-Mer, 74 fr. (incluido en la lista de febrero, pero no incluido en la adición, por error). —Mescher-sur-Girond, 32 fr. 50c. Carmaux (Tarn), 20 fr. — Monterai y Saint-Gemme (Tarn), 40 fr. — Chauny (Aisne), 40 fr. — Metz, 50 fr. — Burdeos (sociedad y grupos Roux et Petit), 70 fr. —Albi (Tarn), 20 fr. — Tours, 103 fr. 30 c. - Angulema, 18 fr – Total 467,80
Varios suscriptores (París). —Sra. L..., 5 fr.; Hobach, 40 fr. ; Nant y Breul (Passy), 100 fr.; Mosto, 1 fr. ; Aumont. librero (segundo pago), 5fr.; Dufaux, 5 fr.; Mazaroz, 20 fr.; Queyras, 3fr.; X..., 25 fr.; Doctor Houat, 20 fr.; Dufilleul, oficiales coraceros, 10 fr.; X... (Saint-Junien), 1 fr.; L. D..., 2 fr.; X..., 5 fr.; Moreau, farmacéutico (Niort), 10 fr.; Blin, capitán (Marsella), 10 fr. (aparece en la lista de febrero por 20 francos en lugar de 10 fr., que son los únicos que se cuentan en la suma); J. L... (Digne), 3 fr.; doctor Reignier (Thionville), 7 fr. 50 c.; Sra. Wilson Klein (Gran Ducado de Baden), 20 fr.; B... (Saint-Jean d'Angely), 2 fr.; A... (Versalles), 1 y f.; Y... (Versalles), 2 fr.; S... (Dole), 2 fr.; Mariner, oficial de Estado Mayor (Orléans), 10 fr.; Gevers (Amberes), 10 fr. C. Babin (de Champblanc, de Cognac), 40 fr – Total 369,50
Spiriles y franceses de Barcelona (España). —Sra. Jaune Ricart et fils, 52 fr. 50 c.; Micolier, 5 fr.; Luis Nuty, 5 fr.; Jean Regembat, 5 fr.; Alex. Wigle, fotógrafo, 5 fr.; Ch. Soujol, 2fr. 60c.; X..., 1 fr. 25c – Total 76,35
(Con la suma de 489 fr. 35 c. que figura en la lista de febrero, se obtiene, para Barcelona, un total de 565 fr. 70 c.)
Total 2722,05
Erratas. — En la lista de febrero, en lugar de Lausat (de Condom), léase Loubat. — En lugar de Frothier (de Poitiers), léase Frottier. —En lugar de Bodin (de Cognac), léase Babin.
La suscripción permanece abierta.
Del importe de esta suma, la Revista Espírita pagó, el 6 de febrero, a la suscripción abierta por la Opinión nacional, 2216 fr. 40 c., según nota insertada en el listado decimocuarto publicado por este Diario, el 15 de febrero.
Señalaremos que la mayoría de los grupos y sociedades han contribuido a la suscripción abierta en su localidad. Entre otras cosas, nos enviaron desde Lyon la siguiente lista de suscripciones recogidas en diferentes reuniones Espíritas.
Grupo Desprêle, Rue Carlomagno, 57 fr. 95c.; identificación. de Trabajadores, 93 fr. 30 c.; identificación. Viret, 26 fr.; identificación. más allá de Croix-Rousse, 31 fr. 10 cucharadas; id. Roussel, 48 fr. 30 c.; id. Central, 123 fr.; reunión privada, 15 fr. 25c.; otra id. 32 francos. 50 c.; otra id. (Édoux), 22 fr.; suscripciones aisladas, 316 fr. 50 c.—Total, 765 fr. 90c.
La Sociedad de Saint-Jean d'Angely pagó 100 fr. a la suscripción abierta a la subprefectura.
Abril
Estudios
sobre los poseídos de Morzine
Las causas de la obsesión y las formas de combatirla.
Artículo cuarto
En una segunda edición de su folleto sobre la epidemia de Morzine[1], el Sr. Doctor Constant responde al Sr. de Mirville, que critica su escepticismo respecto a los demonios, y le reprocha no haber estado presente. “Se detuvo”, dijo, “en Thonon, no seguramente porque tuviera miedo de los demonios, sino del camino, y sin embargo se cree el hombre mejor informado. También me reprocha, al igual que a otro médico, haber salido de París con un dictamen ya preparado; puedo, con razón, si me lo permite, devolverle este reproche: entonces estaremos empatados en este punto”.
No sabemos si el Sr. de Mirville habría ido allí con la decisión irrevocable de no ver ninguna afección física en los pacientes de Morzine, pero es bastante obvio que el Sr. Constant fue allí con la decisión de no ver ninguna causa oculta. El sesgo, en cualquier sentido, es la peor condición para un observador, porque entonces ve todo y relaciona todo con su punto de vista, descuidando de lo que pueda ser contrario a él; ciertamente ésta no es la manera de llegar a la verdad. La opinión bien establecida del Sr. Constant sobre la negación de las causas ocultas, surge del hecho de que rechaza a priori como errónea cualquier observación y cualquier conclusión que se desvíe de su modo de ver, en los informes presentados ante los suyos. Así, mientras el Sr. Constant insiste con fuerza en la constitución débil, linfática y raquítica de los habitantes, las condiciones insalubres de la región, la mala calidad y la insuficiencia de los alimentos, el Sr. Arthaud, médico jefe de los locos de Lyon, que fue enviado a Morzine, dijo en su informe: “que la constitución de los habitantes es buena, que la escrófula es rara; a pesar de todas sus investigaciones, sólo pudo descubrir un caso de epilepsia y otro de imbecilidad”. Pero, responde el Sr. Constant, “el Sr. Arthaud pasó muy pocos días en esta región, debe haber visto muy poco a la población y es muy difícil obtener información sobre las familias”.
Otro informe se expresa de la siguiente manera sobre el mismo tema:
“Nosotros, los abajo firmantes…, declaramos que habiendo oído hablar de los hechos extraordinarios presentados como posesiones de demonios ocurridos en Morzine, nos transportamos a esta parroquia donde llegamos el 30 de septiembre pasado (1857), para presenciar lo que allí sucede y examinar todo ello con madurez y prudencia, iluminándonos con todos los medios que nos proporcione la presencia en el lugar, para poder formarnos un juicio razonable sobre tal asunto.
1o Vimos ocho niños que están entregados y cinco que están en estado de crisis; el menor de estos niños tiene diez años y el mayor veintidós.
2o Según todo lo que nos han dicho y lo que hemos podido observar, estos niños se encuentran en el más perfecto estado de salud; hacen todos los trabajos y tareas que su puesto requiere, de modo que en otros hábitos y ocupaciones no vemos diferencia entre ellos y los demás niños de la montaña.
3o Vimos a estos niños, los niños no curados, en momentos de lucidez; sin embargo, podemos asegurar que nada se pudo observar en ellos, ni en términos de idiotez, ni de predisposición a las crisis actuales, ni de faltas de carácter ni de exaltación de espíritu. Aplicamos la misma observación a aquellos que se curan. Todas las personas que consultamos sobre los antecedentes y los primeros años de estos niños nos aseguraron que estos niños estaban, en términos de inteligencia, en las condiciones más perfectas.
4o La mayoría de estos niños pertenecen a familias que están en honesta prosperidad.
5o Aseguramos que pertenecen a familias que gozan de buena reputación, y que hay entre ellas virtud y piedad ejemplares”.
Actualmente daremos seguimiento a este informe respecto de ciertos hechos. Simplemente queríamos señalar que no todos veían las cosas con colores tan oscuros como el Sr. Constant, que representa a los habitantes en la más extrema pobreza, y además testarudos, procesionales y mentirosos, aunque de buen corazón, y sobre todo piadosos, o más bien devotos. Ahora bien, ¿quién tiene razón sólo el Sr. Constant, o varios otros no menos honorables que certifican haber observado correctamente? No dudamos, por nuestra parte, en coincidir con la opinión de estos últimos, en base a lo que hemos visto, y en base a lo que nos han dicho varias autoridades médicas y administrativas del país, y mantener la opinión expresada en nuestros artículos anteriores.
Para nosotros, la causa principal no está, pues, ni en la constitución ni en el régimen higiénico de los habitantes, porque, como hemos observado, hay muchos países, empezando por el vecino Valais, donde las condiciones de toda naturaleza, morales y otras, son infinitamente más desfavorables y donde, sin embargo, esta enfermedad no ha hecho estragos. Lo veremos actualmente circunscrito, no al valle, sino únicamente dentro de los límites del municipio de Morzine. Si, como afirma el Sr. Constant, la causa es inherente a la localidad, al modo de vida y a la inferioridad moral de los habitantes, todavía nos preguntamos ¿por qué el efecto es epidémico en lugar de endémico como el bocio y el cretinismo en el Valais? ¿Por qué se produjeron epidemias como las de las que habla la historia en casas religiosas donde no les faltaba nada y que se encontraban en las mejores condiciones sanitarias?
He aquí la imagen que el Sr. Constant dibuja del carácter de los Morzinois.
“Una estancia prolongada, visitas diarias sucesivas a casi todas las casas, me permitieron llegar a otras observaciones.
Los habitantes de Morzine son amables, honestos y de gran piedad; quizás sería más cierto decir de gran devoción.
Son testarudos y tienen dificultades para renunciar a una idea que han adoptado, lo que, a muchos otros inconvenientes, añade el de volverlos testarudos: otra fuente de vergüenza y de miseria, porque las conciliaciones son raras; pero sólo en muy remotas excepciones la justicia penal encuentra litigantes entre ellos.
Tienen un aire grave y serio que parece un reflejo de la dureza que los rodea y que les da una especie de carácter particular que los haría tomar por miembros de una vasta comunidad religiosa; de hecho, su existencia difiere poco de la de un convento.
Serían inteligentes si su juicio no estuviera oscurecido por una multitud de creencias absurdas o exageradas, por un impulso invencible hacia lo maravilloso, que les han legado los siglos pasados y del que el presente no ha podido curarlos.
A todo el mundo le encantan los cuentos, las historias imposibles; aunque fundamentalmente honestos, hay algunos que mienten con imperturbable aplomo para apoyar lo que han propuesto de esta manera. Hasta tal punto que acaban, estoy convencido, mintiendo de buena fe, creyéndose sus propias mentiras sin dejar de creer las de los demás. Para ser justos, hay que decir que la mayoría ni siquiera miente, sólo informan de forma inexacta lo que vieron”.
A nuestros ojos, la causa es independiente de las condiciones físicas de los hombres y de las cosas. Si formulamos esta opinión, no es un prejuicio ver la acción de los Espíritus en todas partes, porque nadie admite su intervención con más prudencia que nosotros, sino por la analogía que advertimos entre ciertos efectos y aquellos que se nos muestran como ser el resultado obvio de una causa oculta. Pero, una vez más, ¿cómo podemos admitir esta causa cuando no creemos en la existencia de los Espíritus? ¿Cómo podemos admitir, con Raspail, las afecciones provocadas por animálculos microscópicos, si negamos la existencia de estos animales, porque no los hemos visto? Antes de la invención del microscopio, a Raspail se le habría considerado loco por ver animales por todas partes; hoy que estamos mucho más iluminados, no vemos a los Espíritus; sin embargo, para muchos, todo lo que necesitan es ponerse gafas.
No negamos que haya efectos patológicos en la afección en cuestión, porque la experiencia muchas veces nos muestra algunos en tales casos, pero decimos que son consecutivos y no causales. Si un médico Espírita hubiera sido enviado a Morzine, habría visto lo que otros no vieron, sin descuidar los hechos fisiológicos.
Después de hablar del Sr. de Mirville que, según dice, se detuvo en el camino, el Sr. Constant añade:
“El Sr. Allan Kardec hizo todo el viaje. En los números de diciembre de 1862 y enero de 1863 de su Revista Espírita, ya publicó dos artículos, pero éstos son sólo preliminares; la revisión de los hechos vendrá con la edición de febrero. Mientras tanto, nos advierte que la epidemia de Morzine es similar a la que asoló Judea en tiempos de Cristo. Es posible.
A riesgo de incurrir en la reprobación de algunos lectores que encontrarán que probablemente hubiera hecho mejor en no hablar de Espíritas, recomiendo encarecidamente a quienes deseen leer este folleto que lean el mismo tema en los autores que acabo de citar.
Sin embargo, no se debe malinterpretar el propósito de mi invitación; cuanto más serios sean los lectores de las obras del Espiritismo, más pronto se hará plena justicia a una creencia, a una ciencia, se dice, sobre la cual quizás podría aventurar una opinión, después de haber constatado tantas veces uno de sus resultados: el contingente bastante notable que proporciona, cada año, a la población de nuestros manicomios”.
De esto se desprende con qué ideas acudió el Sr. Constant a Morzine. Ciertamente no intentaremos hacerle opinar, sólo le diremos que el resultado de la lectura de las obras Espíritas se demuestra por una experiencia muy diferente de lo que él espera, ya que esta lectura, en lugar de hacer justicia inmediata a esta llamada ciencia, multiplica cada año por miles sus seguidores; que hoy hay cinco o seis millones de ellos en todo el mundo, de los cuales aproximadamente una décima parte se encuentran sólo en Francia. Si objetara que son todos tontos e ignorantes, le preguntaríamos por qué esta doctrina cuenta entre sus más firmes partidarios con un número tan grande de médicos en todos los países, como atestigua nuestra correspondencia, el número de médicos suscriptores de la Revista y los que presiden o forman parte de grupos y sociedades Espíritas, sin olvidar el no menos numeroso número de seguidores pertenecientes a posiciones sociales a las que sólo se puede llegar mediante la inteligencia y la educación. Éste es un hecho material que nadie puede negar; ahora bien, como todo efecto tiene una causa, la causa de este efecto es que el Espiritismo no parece a todos tan absurdo como algunos quieren decir. – Lamentablemente, esto es cierto, gritan los adversarios de la Doctrina; así que no nos queda más que hacer la vista gorda ante el destino de la humanidad que se encamina hacia su decadencia.
Queda la cuestión de la locura, hoy el hombre lobo con cuya ayuda pretendemos asustar a las poblaciones, que, como podemos ver, apenas se conmueven por ella. Cuando este medio se agote, sin duda imaginaremos otro; mientras tanto, remitimos al artículo publicado en el número de febrero de 1863, bajo el título: Locura Espírita, página 51.
Los primeros síntomas de la epidemia de Morzine aparecieron en marzo de 1857, en dos niñas de unos diez años; en noviembre siguiente el número de enfermos era de veintisiete, y en 1861 alcanzó la cifra máxima de ciento veinte.
Si relatáramos los hechos según lo que vimos, podríamos decir que sólo vimos lo que queríamos ver; además llegamos al declive de la enfermedad y no nos quedamos allí el tiempo suficiente para observarlo todo. Al citar las observaciones de otros, no seremos acusados de ver únicamente por medio de nuestros ojos.
Tomamos prestadas del informe del que hemos citado un extracto las siguientes observaciones:
“Estos niños hablan el idioma francés durante sus crisis con una facilidad asombrosa, incluso aquellos que, por lo demás, sólo saben unas pocas palabras.
Estos niños, una vez en sus crisis, pierden completamente toda reserva hacia cualquier persona; también pierden por completo todo cariño familiar.
La respuesta es siempre tan rápida y tan fácil que se diría que viene antes de la pregunta; esta respuesta es siempre ad rem, excepto cuando el hablante responde con tonterías, insultos o una negativa afectada.
Durante la crisis, el pulso permanece tranquilo y, en la mayor furia, el personaje parece poseerse a sí mismo, como quien llamaría a la ira a sus órdenes, sin parecerse a personas exaltadas o presas de un ataque de fiebre.
Hemos observado durante las crisis una increíble insolencia que sobrepasa toda expresión en niños que, por lo demás, son amables y tímidos.
Durante la crisis, hay en todos estos niños un carácter de impiedad permanente llevada más allá de todos los límites, dirigida contra todo lo que recuerda a Dios, los misterios de la religión, María, los santos, los sacramentos, la oración, etc.; el carácter dominante de estos terribles momentos es el odio a Dios y todo lo relacionado con él.
Sabemos muy bien que estos niños revelan cosas que suceden muy lejos, así como hechos del pasado de los que no tenían conocimiento; también revelaron sus pensamientos a varias personas.
A veces anuncian el comienzo, la duración y el final de las crisis, lo que harán después y lo que no harán.
Sabemos que dieron respuestas exactas a preguntas formuladas en idiomas desconocidos para ellos, alemán, latín, etc.
Estos niños tienen, en estado de crisis, una fuerza que no es proporcional a su edad, ya que se necesitan tres o cuatro hombres para sostener a niños de diez años durante los exorcismos.
Cabe señalar que, durante la crisis, los niños no se hacen daño, ni con las contorsiones que parecen dislocar sus miembros, ni con las caídas que realizan, ni con los golpes que se dan con violencia.
Siempre hay invariablemente en sus respuestas la distinción de varios personajes: el niño y él, el demonio y el condenado.
Fuera de la crisis, estos niños no recuerdan lo que dijeron ni lo que hicieron; si la crisis duró siquiera un día entero, o si realizaron obras prolongadas o encargos dados en estado de crisis.
Para concluir diremos:
Que nuestra impresión es que todo esto es sobrenatural, en causa y efecto; según las reglas de la sana lógica, y según todo lo que la teología, la historia eclesiástica y el Evangelio nos enseñan y nos dicen,
Declaramos que, en nuestra opinión, existe una verdadera posesión demoníaca.
En fe
de ello,
Firmo: ***.
Morzine, 5 de octubre de 1857”.
Así describe el Sr. Constant el estado de crisis de los pacientes, según sus propias observaciones:
“En medio de la calma más completa, rara vez de noche, surgen de repente bostezos, pandiculaciones, algunos estremecimientos, pequeños movimientos espasmódicos de aspecto coreico en los brazos; poco a poco, y en un espacio de tiempo muy corto, como por efecto de descargas sucesivas, estos movimientos se vuelven más rápidos, luego más amplios, y pronto no parecen más que una exageración de los movimientos fisiológicos; la pupila se dilata y se contrae a su vez, y los ojos participan en los movimientos generales.
En ese momento, los pacientes, cuyo aspecto inicialmente parecía expresar miedo, entran en un estado de ira que va aumentando, como si la idea que los domina produjera dos efectos casi simultáneos: depresión y excitación inmediata.
Golpean los muebles con fuerza y vivacidad, empiezan a hablar, o mejor dicho, a vociferar; lo que todos dicen más o menos, cuando no los sobreexcitamos con preguntas, se reduce a estas palabras repetidas indefinidamente: "¡S... nombre! s... c...! s… ¡rojo! » (Llaman rojos a aquellos en cuya piedad no creen.) Algunos añaden malas palabras.
Tan cerca de ellos no hay ningún espectador extranjero; si no se les hacen preguntas, repiten constantemente lo mismo sin añadir nada; si es lo contrario, responden a lo que dice el espectador, e incluso a los pensamientos que le atribuyen, a las objeciones que prevén, pero sin desviarse de su idea dominante, relacionando con ella todo lo que dicen. Por eso es frecuente: ¡Ah! piensas, b… incrédulo, que estamos locos, ¡que sólo tenemos un problema con la imaginación! ¡Somos los malditos, s... n... de D...! ¡Somos demonios del infierno!”
Y como siempre es un demonio el que habla por su boca, el llamado demonio a veces cuenta lo que hizo en la tierra, lo que ha hecho desde entonces en el infierno, etc.
Frente a mí añadían invariablemente:
¡No son tus... médicos los que nos curarán! ¡No nos importa su medicamento! Puedes hacer que la muchacha los tome, la atormentarán, la harán sufrir; ¡Pero no nos harán nada, porque somos demonios! Necesitamos santos sacerdotes, obispos, etc.”
Lo cual no les impide insultar a los sacerdotes cuando se levantan, con el pretexto de que no son lo suficientemente santos para tener efecto sobre los demonios. Frente al alcalde y a los magistrados siempre era la misma idea, pero con palabras distintas.
Mientras hablan, siempre con la misma vehemencia, todo su rostro no tiene otro carácter que el de la furia. A veces el cuello se hincha, la cara se hincha; en otros palidece, como le ocurre a la gente corriente que, según su constitución, se sonroja o palidece durante un violento arrebato de ira; los labios suelen estar sucios de saliva, por lo que se dice que los enfermos echan espuma.
Los movimientos, limitados primero a las partes superiores, alcanzan sucesivamente el tronco y las extremidades inferiores; la respiración se vuelve jadeante; los pacientes aumentan su furia, se vuelven agresivos, mueven los muebles y arrojan sillas, taburetes, todo lo que encuentran a sus manos, a los asistentes; se abalanzan sobre ellos para golpearlos, tanto a sus padres como a los extraños; se arrojan al suelo, continuando siempre con los mismos gritos; se dan vueltas, se golpean el suelo con las manos, se golpean en el pecho, en el estómago, en la parte delantera del cuello, e intentan arrancar algo que parece molestarles en ese momento. Giran y giran de un salto; vi a dos que, levantándose como por el resorte, caían hacia atrás, de modo que sus cabezas se apoyaban en el suelo al mismo tiempo que sus pies.
Esta crisis dura más o menos, diez, veinte minutos, media hora, según la causa que la provocó. Si se trata de la presencia de un extraño, especialmente de un sacerdote, es muy raro que termine antes de que la persona se haya alejado; sin embargo, en este caso los movimientos convulsivos no son continuos; después de haber sido muy violentos, se debilitan y se detienen para volver a empezar inmediatamente, como si la fuerza nerviosa agotada se tomara un momento de descanso para repararse.
Durante el ataque, el pulso, los latidos del corazón, no se aceleran en absoluto, sino más bien al contrario: el pulso se concentra, se vuelve pequeño, lento y las extremidades se enfrían; a pesar de la violencia de la agitación, de los furiosos golpes dados por todos lados, las manos permanecen congeladas.
Al contrario de lo que se ha visto muchas veces en casos similares, ninguna idea erótica se mezcla ni parece añadirse a la idea demoníaca; incluso me llamó la atención esta particularidad, porque es común a todos los pacientes: ninguno dice la más mínima palabra ni hace el más mínimo gesto obsceno: en sus movimientos más desordenados nunca se descubren, y si se les levanta un poco la ropa al rodar en el suelo, es muy raro que no las derriben casi inmediatamente.
No parece que aquí haya ningún daño a la sensibilidad genital; además nunca se habló de íncubos, súcubos o escenas sabáticas; todos los enfermos pertenecen, como endemoniados, al segundo de los cuatro grupos indicados por el Sr. Macario; algunos oyen la voz de los demonios, y mucho más generalmente hablan por la boca.
Después del gran desorden, los movimientos se vuelven gradualmente menos rápidos; unos cuantos gases escapan por la boca y la crisis termina. La paciente mira a su alrededor con aire algo sorprendido, se arregla el cabello, recoge y vuelve a colocar su gorro, bebe unos sorbos de agua y retoma su trabajo, si es que lo tenía en la mano cuando comenzó el ataque; casi todos dicen no sentir cansancio y no recordar lo que dijeron o hicieron.
Esta última afirmación no siempre es sincera; me sorprendí que algunos lo recordaran muy bien, sólo que agregaron: “Yo sé muy bien que él (el diablo) dijo o hizo tal o cual cosa, pero no soy yo; si mi boca habló, si mis manos golpearon, fue él quien las hizo hablar y golpear; me hubiera gustado mantener la calma, pero él es más fuerte que yo”.
Esta descripción es la de la condición más común; pero entre los extremos hay varios grados, desde el paciente que sólo tiene ataques de dolor gastrálgico, hasta el que llega al paroxismo final de furia. Esta reserva hecha me hizo encontrar, entre todos los pacientes que visité, diferencias dignas de ser notadas sólo en unos pocos.
Una, llamada Jeanne Br..., de cuarenta y ocho años, soltera, muy vieja e histérica, siente animales que no son otros que demonios recorriendo su rostro y picándola.
La mujer Nicolás B…, de treinta y ocho años, enferma desde hace tres años, ladra durante sus ataques; atribuye su enfermedad a una copa de vino que bebió en compañía de uno de los que le quieren el mal.
Jeanne G…, de treinta y siete años, soltera, es aquella cuyas crisis difieren más. No tiene ninguna de estas convulsiones generales que se ven en todos los demás y casi nunca habla. Tan pronto como siente que se avecina su ataque, se sienta y comienza a mover la cabeza hacia adelante y hacia atrás; los movimientos, lentos y poco extensos al principio, siempre se irán acelerando, y acabarán haciendo que la cabeza recorra, con increíble velocidad, un arco de círculo cada vez más extendido, hasta golpear de forma alterna y regular la espalda y el pecho. A intervalos el movimiento se detiene por un instante, y los músculos contraídos mantienen la cabeza fija en la posición en que se encontraba en el momento de la parada, sin que sea posible, ni siquiera con esfuerzo, enderezarla o flexionarla.
Victoire V…, de veinte años, fue una de las primeras que enfermó, a la edad de dieciséis años. Su padre describe lo que ella experimentó así:
Nunca había sentido nada cuando la enfermedad se apoderó de ella un día en misa; durante los primeros dos o tres días estuvo saltando un poco. Un día me trajo una cena del presbiterio donde trabajaba: el Ángelus sonó cuando llegó al puente; inmediatamente comenzó a saltar y se arrojó al suelo, gritando y gesticulando, maldiciendo al timbre. Sucedió que estaba allí el sacerdote de Montriond, ella lo insultó, lo llamó s… ch… de Montriond. El sacerdote de Morzine también se acercó a ella justo cuando la crisis estaba terminando, pero volvió a comenzar inmediatamente, porque le hizo la señal de la cruz en la frente. Había sido exorcizada muchas veces, pero viendo que nada la curaba, ni siquiera los exorcismos, la llevé a Ginebra para ver al Sr. Lafontaine (el magnetizador); permaneció allí un mes y regresó bien curada: estuvo tranquila casi tres años.
Hace seis semanas la llevaron de regreso, pero ya no tenía convulsiones; no quería ver a nadie y se encerró en la casa; ella sólo comía cuando yo tenía algo bueno que darle, de lo contrario no podía tragar. No podía sostenerse sobre sus piernas, ni apenas mover los brazos; intenté varias veces levantarla, pero ella no podía sentirse y se cayó tan pronto como ya no la sostuve. Decidí llevarla de vuelta con el Sr. Lafontaine; no sabía cómo llevarla; ella me dijo: “Cuando esté en la comuna de Montriond, caminaré bien”. Con la ayuda de uno de mis vecinos, la cargamos en lugar de acompañarla hasta Montriond. Pero inmediatamente al otro lado del puente, caminó sola y sólo se quejó de un horrible sabor en la boca. Después de dos sesiones con el Sr. Lafontaine, ella mejoró y ahora la colocan como sirvienta”.
En general, dice el Sr. Constant, se ha observado que los pacientes rara vez sufren ataques una vez que salen de la comuna.
Un día, el alcalde que me acompañaba fue sorprendido por una mujer enferma y golpeado violentamente con una piedra en la cara; casi al mismo tiempo otra enferma se abalanzó sobre él, armada con un gran palo de madera, para golpearlo también; al verla venir, le presentó el extremo afilado de su palo de hierro, amenazándola con traspasarla si avanzaba; ella se detuvo, dejó caer su trozo de madera y simplemente maldijo.
A pesar de las carreras, los saltos, los movimientos violentos y desordenados de los pacientes, a pesar de los golpes que se dan, de sus terrores o de sus divagaciones, a ninguno de ellos le ha ocurrido ningún intento de suicidio ni accidente grave, por lo tanto, no pierden toda la conciencia; al menos permanece el instinto de conservación.
Si, al comienzo de una crisis, una mujer tiene a su hijo en brazos, sucede a menudo que un demonio menos malvado que el que va a actuar con ella le dice: "Deja a este niño, él (el otro demonio) lo haría sentir mal”. A veces ocurre lo mismo cuando empuñan un cuchillo o cualquier otro instrumento que pueda causar una lesión.
Los hombres, como las mujeres, han sufrido la influencia de las creencias que los deprimen a todos en diversos grados, pero en ellos los efectos han sido menores y muy diferentes. De hecho, hay quienes sienten absolutamente los mismos dolores que las mujeres; como ellas, tienen asfixia, experimentan sensación de estrangulamiento y acusan la sensación de bulto histérico, pero ninguno ha llegado a las convulsiones; y si ha habido algunos casos raros de accidentes convulsivos, casi siempre pueden atribuirse a un estado mórbido anterior y diferente. El único representante del sexo masculino que parece haber sufrido realmente ataques de la misma naturaleza que los de las niñas es el joven T... Generalmente son niñas de quince a veinticinco años las que se han visto afectadas; en el otro sexo, por el contrario, con excepción de este niño T..., son más o menos, en la medida que acabo de decir, sólo hombres de edad madura, a quienes las vicisitudes de la vida bien pueden haber traído otras preocupaciones preexistentes para agregar a las causadas por la enfermedad”.
Después de haber discutido la mayoría de los hechos extraordinarios relatados sobre los pacientes de Morzine, y de intentar probar el estado de degeneración física y moral de los habitantes a consecuencia de afecciones hereditarias, el Sr. Constant añade:
Por tanto, debemos estar seguros de que todo lo que se dijo en Morzine, una vez llevado a la verdad, se reduce considerablemente; cada uno hizo su propio cuento y quiso superar a los demás narradores. Estas exageraciones se encuentran en todos los relatos de epidemias de este tipo. Incluso si algunos hechos fueran reales en todos los sentidos y escaparan a toda interpretación, ¿sería esto una razón para buscarles una explicación más allá de las leyes naturales? Sería también decir que todos los agentes cuyo modo de acción queda por descubrir, todo lo que escapa a nuestro análisis, es necesariamente sobrenatural.
Todo lo que se vio en Morzine, todo lo que se contó, sobre todo, puede ser para algunos el signo claro de una posesión, pero también lo es con toda seguridad el de esta compleja enfermedad que ha recibido el nombre de histerodemonomanía.
En resumen, acabamos de ver una región cuyo clima es duro y la temperatura muy variable, donde la histeria siempre ha sido considerada endémica; una población cuya alimentación, siempre igual para todos, más pobres o menos pobres, y siempre mala, se compone de alimentos a menudo alterados, que pueden causar, y de hecho causan, perturbaciones en las funciones de los órganos de nutrición y, por tanto, neurosis particulares; una población de constitución débil y especial, a menudo marcada por predisposiciones hereditarias; ignorante y viviendo en un aislamiento casi total; muy piadoso, pero con una piedad que se basa más en el miedo que en la esperanza; muy supersticiosos, y cuya superstición, esa plaga que Santo Tomás llamaba vicio opuesto a la religión por exceso, era más acariciada que combatida; arrullados por historias de brujería que son, aparte de las ceremonias eclesiásticas, la única distracción que la exagerada severidad religiosa no pudo evitar; de una imaginación vivaz, muy impresionable, que necesita algo de alimento y que no tiene más que estas mismas ceremonias”.
Nos queda examinar las relaciones que pueden existir entre los fenómenos descritos anteriormente y los que se producen en casos bien observados de obsesiones y subyugaciones, que sin duda todos habrán notado, el efecto de los medios curativos empleados, las causas de la ineficacia de los exorcismos y las condiciones en las que pueden ser útiles. Esto es lo que haremos en un próximo y último artículo.
Mientras tanto, diremos con el Sr. Constant que no hay necesidad de buscar lo sobrenatural para la explicación de efectos desconocidos; estamos completamente de acuerdo con él en este punto. Para nosotros los fenómenos Espíritas no tienen nada de sobrenatural; nos revelan una de las leyes, una de las fuerzas de la naturaleza que no conocíamos y que produce efectos hasta ahora inexplicables. ¿Es esta ley, que surge de los hechos y de la observación, más irrazonable porque sus promotores son seres inteligentes y no animales o materia bruta? ¿Es entonces tan descabellado creer en inteligencias activas más allá de la tumba, especialmente cuando se manifiestan de manera ostensible? El conocimiento de esta ley, al reducir ciertos efectos a su causa verdadera, simple y natural, es el mejor antídoto contra las ideas supersticiosas.
[1] Folleto 8°, en Adrien Delahaye, plaza l’Ecole-de-Médecine. – Precio: 2 fr.
Las causas de la obsesión y las formas de combatirla.
Artículo cuarto
En una segunda edición de su folleto sobre la epidemia de Morzine[1], el Sr. Doctor Constant responde al Sr. de Mirville, que critica su escepticismo respecto a los demonios, y le reprocha no haber estado presente. “Se detuvo”, dijo, “en Thonon, no seguramente porque tuviera miedo de los demonios, sino del camino, y sin embargo se cree el hombre mejor informado. También me reprocha, al igual que a otro médico, haber salido de París con un dictamen ya preparado; puedo, con razón, si me lo permite, devolverle este reproche: entonces estaremos empatados en este punto”.
No sabemos si el Sr. de Mirville habría ido allí con la decisión irrevocable de no ver ninguna afección física en los pacientes de Morzine, pero es bastante obvio que el Sr. Constant fue allí con la decisión de no ver ninguna causa oculta. El sesgo, en cualquier sentido, es la peor condición para un observador, porque entonces ve todo y relaciona todo con su punto de vista, descuidando de lo que pueda ser contrario a él; ciertamente ésta no es la manera de llegar a la verdad. La opinión bien establecida del Sr. Constant sobre la negación de las causas ocultas, surge del hecho de que rechaza a priori como errónea cualquier observación y cualquier conclusión que se desvíe de su modo de ver, en los informes presentados ante los suyos. Así, mientras el Sr. Constant insiste con fuerza en la constitución débil, linfática y raquítica de los habitantes, las condiciones insalubres de la región, la mala calidad y la insuficiencia de los alimentos, el Sr. Arthaud, médico jefe de los locos de Lyon, que fue enviado a Morzine, dijo en su informe: “que la constitución de los habitantes es buena, que la escrófula es rara; a pesar de todas sus investigaciones, sólo pudo descubrir un caso de epilepsia y otro de imbecilidad”. Pero, responde el Sr. Constant, “el Sr. Arthaud pasó muy pocos días en esta región, debe haber visto muy poco a la población y es muy difícil obtener información sobre las familias”.
Otro informe se expresa de la siguiente manera sobre el mismo tema:
“Nosotros, los abajo firmantes…, declaramos que habiendo oído hablar de los hechos extraordinarios presentados como posesiones de demonios ocurridos en Morzine, nos transportamos a esta parroquia donde llegamos el 30 de septiembre pasado (1857), para presenciar lo que allí sucede y examinar todo ello con madurez y prudencia, iluminándonos con todos los medios que nos proporcione la presencia en el lugar, para poder formarnos un juicio razonable sobre tal asunto.
1o Vimos ocho niños que están entregados y cinco que están en estado de crisis; el menor de estos niños tiene diez años y el mayor veintidós.
2o Según todo lo que nos han dicho y lo que hemos podido observar, estos niños se encuentran en el más perfecto estado de salud; hacen todos los trabajos y tareas que su puesto requiere, de modo que en otros hábitos y ocupaciones no vemos diferencia entre ellos y los demás niños de la montaña.
3o Vimos a estos niños, los niños no curados, en momentos de lucidez; sin embargo, podemos asegurar que nada se pudo observar en ellos, ni en términos de idiotez, ni de predisposición a las crisis actuales, ni de faltas de carácter ni de exaltación de espíritu. Aplicamos la misma observación a aquellos que se curan. Todas las personas que consultamos sobre los antecedentes y los primeros años de estos niños nos aseguraron que estos niños estaban, en términos de inteligencia, en las condiciones más perfectas.
4o La mayoría de estos niños pertenecen a familias que están en honesta prosperidad.
5o Aseguramos que pertenecen a familias que gozan de buena reputación, y que hay entre ellas virtud y piedad ejemplares”.
Actualmente daremos seguimiento a este informe respecto de ciertos hechos. Simplemente queríamos señalar que no todos veían las cosas con colores tan oscuros como el Sr. Constant, que representa a los habitantes en la más extrema pobreza, y además testarudos, procesionales y mentirosos, aunque de buen corazón, y sobre todo piadosos, o más bien devotos. Ahora bien, ¿quién tiene razón sólo el Sr. Constant, o varios otros no menos honorables que certifican haber observado correctamente? No dudamos, por nuestra parte, en coincidir con la opinión de estos últimos, en base a lo que hemos visto, y en base a lo que nos han dicho varias autoridades médicas y administrativas del país, y mantener la opinión expresada en nuestros artículos anteriores.
Para nosotros, la causa principal no está, pues, ni en la constitución ni en el régimen higiénico de los habitantes, porque, como hemos observado, hay muchos países, empezando por el vecino Valais, donde las condiciones de toda naturaleza, morales y otras, son infinitamente más desfavorables y donde, sin embargo, esta enfermedad no ha hecho estragos. Lo veremos actualmente circunscrito, no al valle, sino únicamente dentro de los límites del municipio de Morzine. Si, como afirma el Sr. Constant, la causa es inherente a la localidad, al modo de vida y a la inferioridad moral de los habitantes, todavía nos preguntamos ¿por qué el efecto es epidémico en lugar de endémico como el bocio y el cretinismo en el Valais? ¿Por qué se produjeron epidemias como las de las que habla la historia en casas religiosas donde no les faltaba nada y que se encontraban en las mejores condiciones sanitarias?
He aquí la imagen que el Sr. Constant dibuja del carácter de los Morzinois.
“Una estancia prolongada, visitas diarias sucesivas a casi todas las casas, me permitieron llegar a otras observaciones.
Los habitantes de Morzine son amables, honestos y de gran piedad; quizás sería más cierto decir de gran devoción.
Son testarudos y tienen dificultades para renunciar a una idea que han adoptado, lo que, a muchos otros inconvenientes, añade el de volverlos testarudos: otra fuente de vergüenza y de miseria, porque las conciliaciones son raras; pero sólo en muy remotas excepciones la justicia penal encuentra litigantes entre ellos.
Tienen un aire grave y serio que parece un reflejo de la dureza que los rodea y que les da una especie de carácter particular que los haría tomar por miembros de una vasta comunidad religiosa; de hecho, su existencia difiere poco de la de un convento.
Serían inteligentes si su juicio no estuviera oscurecido por una multitud de creencias absurdas o exageradas, por un impulso invencible hacia lo maravilloso, que les han legado los siglos pasados y del que el presente no ha podido curarlos.
A todo el mundo le encantan los cuentos, las historias imposibles; aunque fundamentalmente honestos, hay algunos que mienten con imperturbable aplomo para apoyar lo que han propuesto de esta manera. Hasta tal punto que acaban, estoy convencido, mintiendo de buena fe, creyéndose sus propias mentiras sin dejar de creer las de los demás. Para ser justos, hay que decir que la mayoría ni siquiera miente, sólo informan de forma inexacta lo que vieron”.
A nuestros ojos, la causa es independiente de las condiciones físicas de los hombres y de las cosas. Si formulamos esta opinión, no es un prejuicio ver la acción de los Espíritus en todas partes, porque nadie admite su intervención con más prudencia que nosotros, sino por la analogía que advertimos entre ciertos efectos y aquellos que se nos muestran como ser el resultado obvio de una causa oculta. Pero, una vez más, ¿cómo podemos admitir esta causa cuando no creemos en la existencia de los Espíritus? ¿Cómo podemos admitir, con Raspail, las afecciones provocadas por animálculos microscópicos, si negamos la existencia de estos animales, porque no los hemos visto? Antes de la invención del microscopio, a Raspail se le habría considerado loco por ver animales por todas partes; hoy que estamos mucho más iluminados, no vemos a los Espíritus; sin embargo, para muchos, todo lo que necesitan es ponerse gafas.
No negamos que haya efectos patológicos en la afección en cuestión, porque la experiencia muchas veces nos muestra algunos en tales casos, pero decimos que son consecutivos y no causales. Si un médico Espírita hubiera sido enviado a Morzine, habría visto lo que otros no vieron, sin descuidar los hechos fisiológicos.
Después de hablar del Sr. de Mirville que, según dice, se detuvo en el camino, el Sr. Constant añade:
“El Sr. Allan Kardec hizo todo el viaje. En los números de diciembre de 1862 y enero de 1863 de su Revista Espírita, ya publicó dos artículos, pero éstos son sólo preliminares; la revisión de los hechos vendrá con la edición de febrero. Mientras tanto, nos advierte que la epidemia de Morzine es similar a la que asoló Judea en tiempos de Cristo. Es posible.
A riesgo de incurrir en la reprobación de algunos lectores que encontrarán que probablemente hubiera hecho mejor en no hablar de Espíritas, recomiendo encarecidamente a quienes deseen leer este folleto que lean el mismo tema en los autores que acabo de citar.
Sin embargo, no se debe malinterpretar el propósito de mi invitación; cuanto más serios sean los lectores de las obras del Espiritismo, más pronto se hará plena justicia a una creencia, a una ciencia, se dice, sobre la cual quizás podría aventurar una opinión, después de haber constatado tantas veces uno de sus resultados: el contingente bastante notable que proporciona, cada año, a la población de nuestros manicomios”.
De esto se desprende con qué ideas acudió el Sr. Constant a Morzine. Ciertamente no intentaremos hacerle opinar, sólo le diremos que el resultado de la lectura de las obras Espíritas se demuestra por una experiencia muy diferente de lo que él espera, ya que esta lectura, en lugar de hacer justicia inmediata a esta llamada ciencia, multiplica cada año por miles sus seguidores; que hoy hay cinco o seis millones de ellos en todo el mundo, de los cuales aproximadamente una décima parte se encuentran sólo en Francia. Si objetara que son todos tontos e ignorantes, le preguntaríamos por qué esta doctrina cuenta entre sus más firmes partidarios con un número tan grande de médicos en todos los países, como atestigua nuestra correspondencia, el número de médicos suscriptores de la Revista y los que presiden o forman parte de grupos y sociedades Espíritas, sin olvidar el no menos numeroso número de seguidores pertenecientes a posiciones sociales a las que sólo se puede llegar mediante la inteligencia y la educación. Éste es un hecho material que nadie puede negar; ahora bien, como todo efecto tiene una causa, la causa de este efecto es que el Espiritismo no parece a todos tan absurdo como algunos quieren decir. – Lamentablemente, esto es cierto, gritan los adversarios de la Doctrina; así que no nos queda más que hacer la vista gorda ante el destino de la humanidad que se encamina hacia su decadencia.
Queda la cuestión de la locura, hoy el hombre lobo con cuya ayuda pretendemos asustar a las poblaciones, que, como podemos ver, apenas se conmueven por ella. Cuando este medio se agote, sin duda imaginaremos otro; mientras tanto, remitimos al artículo publicado en el número de febrero de 1863, bajo el título: Locura Espírita, página 51.
Los primeros síntomas de la epidemia de Morzine aparecieron en marzo de 1857, en dos niñas de unos diez años; en noviembre siguiente el número de enfermos era de veintisiete, y en 1861 alcanzó la cifra máxima de ciento veinte.
Si relatáramos los hechos según lo que vimos, podríamos decir que sólo vimos lo que queríamos ver; además llegamos al declive de la enfermedad y no nos quedamos allí el tiempo suficiente para observarlo todo. Al citar las observaciones de otros, no seremos acusados de ver únicamente por medio de nuestros ojos.
Tomamos prestadas del informe del que hemos citado un extracto las siguientes observaciones:
“Estos niños hablan el idioma francés durante sus crisis con una facilidad asombrosa, incluso aquellos que, por lo demás, sólo saben unas pocas palabras.
Estos niños, una vez en sus crisis, pierden completamente toda reserva hacia cualquier persona; también pierden por completo todo cariño familiar.
La respuesta es siempre tan rápida y tan fácil que se diría que viene antes de la pregunta; esta respuesta es siempre ad rem, excepto cuando el hablante responde con tonterías, insultos o una negativa afectada.
Durante la crisis, el pulso permanece tranquilo y, en la mayor furia, el personaje parece poseerse a sí mismo, como quien llamaría a la ira a sus órdenes, sin parecerse a personas exaltadas o presas de un ataque de fiebre.
Hemos observado durante las crisis una increíble insolencia que sobrepasa toda expresión en niños que, por lo demás, son amables y tímidos.
Durante la crisis, hay en todos estos niños un carácter de impiedad permanente llevada más allá de todos los límites, dirigida contra todo lo que recuerda a Dios, los misterios de la religión, María, los santos, los sacramentos, la oración, etc.; el carácter dominante de estos terribles momentos es el odio a Dios y todo lo relacionado con él.
Sabemos muy bien que estos niños revelan cosas que suceden muy lejos, así como hechos del pasado de los que no tenían conocimiento; también revelaron sus pensamientos a varias personas.
A veces anuncian el comienzo, la duración y el final de las crisis, lo que harán después y lo que no harán.
Sabemos que dieron respuestas exactas a preguntas formuladas en idiomas desconocidos para ellos, alemán, latín, etc.
Estos niños tienen, en estado de crisis, una fuerza que no es proporcional a su edad, ya que se necesitan tres o cuatro hombres para sostener a niños de diez años durante los exorcismos.
Cabe señalar que, durante la crisis, los niños no se hacen daño, ni con las contorsiones que parecen dislocar sus miembros, ni con las caídas que realizan, ni con los golpes que se dan con violencia.
Siempre hay invariablemente en sus respuestas la distinción de varios personajes: el niño y él, el demonio y el condenado.
Fuera de la crisis, estos niños no recuerdan lo que dijeron ni lo que hicieron; si la crisis duró siquiera un día entero, o si realizaron obras prolongadas o encargos dados en estado de crisis.
Para concluir diremos:
Que nuestra impresión es que todo esto es sobrenatural, en causa y efecto; según las reglas de la sana lógica, y según todo lo que la teología, la historia eclesiástica y el Evangelio nos enseñan y nos dicen,
Declaramos que, en nuestra opinión, existe una verdadera posesión demoníaca.
Firmo: ***.
Morzine, 5 de octubre de 1857”.
Así describe el Sr. Constant el estado de crisis de los pacientes, según sus propias observaciones:
“En medio de la calma más completa, rara vez de noche, surgen de repente bostezos, pandiculaciones, algunos estremecimientos, pequeños movimientos espasmódicos de aspecto coreico en los brazos; poco a poco, y en un espacio de tiempo muy corto, como por efecto de descargas sucesivas, estos movimientos se vuelven más rápidos, luego más amplios, y pronto no parecen más que una exageración de los movimientos fisiológicos; la pupila se dilata y se contrae a su vez, y los ojos participan en los movimientos generales.
En ese momento, los pacientes, cuyo aspecto inicialmente parecía expresar miedo, entran en un estado de ira que va aumentando, como si la idea que los domina produjera dos efectos casi simultáneos: depresión y excitación inmediata.
Golpean los muebles con fuerza y vivacidad, empiezan a hablar, o mejor dicho, a vociferar; lo que todos dicen más o menos, cuando no los sobreexcitamos con preguntas, se reduce a estas palabras repetidas indefinidamente: "¡S... nombre! s... c...! s… ¡rojo! » (Llaman rojos a aquellos en cuya piedad no creen.) Algunos añaden malas palabras.
Tan cerca de ellos no hay ningún espectador extranjero; si no se les hacen preguntas, repiten constantemente lo mismo sin añadir nada; si es lo contrario, responden a lo que dice el espectador, e incluso a los pensamientos que le atribuyen, a las objeciones que prevén, pero sin desviarse de su idea dominante, relacionando con ella todo lo que dicen. Por eso es frecuente: ¡Ah! piensas, b… incrédulo, que estamos locos, ¡que sólo tenemos un problema con la imaginación! ¡Somos los malditos, s... n... de D...! ¡Somos demonios del infierno!”
Y como siempre es un demonio el que habla por su boca, el llamado demonio a veces cuenta lo que hizo en la tierra, lo que ha hecho desde entonces en el infierno, etc.
Frente a mí añadían invariablemente:
¡No son tus... médicos los que nos curarán! ¡No nos importa su medicamento! Puedes hacer que la muchacha los tome, la atormentarán, la harán sufrir; ¡Pero no nos harán nada, porque somos demonios! Necesitamos santos sacerdotes, obispos, etc.”
Lo cual no les impide insultar a los sacerdotes cuando se levantan, con el pretexto de que no son lo suficientemente santos para tener efecto sobre los demonios. Frente al alcalde y a los magistrados siempre era la misma idea, pero con palabras distintas.
Mientras hablan, siempre con la misma vehemencia, todo su rostro no tiene otro carácter que el de la furia. A veces el cuello se hincha, la cara se hincha; en otros palidece, como le ocurre a la gente corriente que, según su constitución, se sonroja o palidece durante un violento arrebato de ira; los labios suelen estar sucios de saliva, por lo que se dice que los enfermos echan espuma.
Los movimientos, limitados primero a las partes superiores, alcanzan sucesivamente el tronco y las extremidades inferiores; la respiración se vuelve jadeante; los pacientes aumentan su furia, se vuelven agresivos, mueven los muebles y arrojan sillas, taburetes, todo lo que encuentran a sus manos, a los asistentes; se abalanzan sobre ellos para golpearlos, tanto a sus padres como a los extraños; se arrojan al suelo, continuando siempre con los mismos gritos; se dan vueltas, se golpean el suelo con las manos, se golpean en el pecho, en el estómago, en la parte delantera del cuello, e intentan arrancar algo que parece molestarles en ese momento. Giran y giran de un salto; vi a dos que, levantándose como por el resorte, caían hacia atrás, de modo que sus cabezas se apoyaban en el suelo al mismo tiempo que sus pies.
Esta crisis dura más o menos, diez, veinte minutos, media hora, según la causa que la provocó. Si se trata de la presencia de un extraño, especialmente de un sacerdote, es muy raro que termine antes de que la persona se haya alejado; sin embargo, en este caso los movimientos convulsivos no son continuos; después de haber sido muy violentos, se debilitan y se detienen para volver a empezar inmediatamente, como si la fuerza nerviosa agotada se tomara un momento de descanso para repararse.
Durante el ataque, el pulso, los latidos del corazón, no se aceleran en absoluto, sino más bien al contrario: el pulso se concentra, se vuelve pequeño, lento y las extremidades se enfrían; a pesar de la violencia de la agitación, de los furiosos golpes dados por todos lados, las manos permanecen congeladas.
Al contrario de lo que se ha visto muchas veces en casos similares, ninguna idea erótica se mezcla ni parece añadirse a la idea demoníaca; incluso me llamó la atención esta particularidad, porque es común a todos los pacientes: ninguno dice la más mínima palabra ni hace el más mínimo gesto obsceno: en sus movimientos más desordenados nunca se descubren, y si se les levanta un poco la ropa al rodar en el suelo, es muy raro que no las derriben casi inmediatamente.
No parece que aquí haya ningún daño a la sensibilidad genital; además nunca se habló de íncubos, súcubos o escenas sabáticas; todos los enfermos pertenecen, como endemoniados, al segundo de los cuatro grupos indicados por el Sr. Macario; algunos oyen la voz de los demonios, y mucho más generalmente hablan por la boca.
Después del gran desorden, los movimientos se vuelven gradualmente menos rápidos; unos cuantos gases escapan por la boca y la crisis termina. La paciente mira a su alrededor con aire algo sorprendido, se arregla el cabello, recoge y vuelve a colocar su gorro, bebe unos sorbos de agua y retoma su trabajo, si es que lo tenía en la mano cuando comenzó el ataque; casi todos dicen no sentir cansancio y no recordar lo que dijeron o hicieron.
Esta última afirmación no siempre es sincera; me sorprendí que algunos lo recordaran muy bien, sólo que agregaron: “Yo sé muy bien que él (el diablo) dijo o hizo tal o cual cosa, pero no soy yo; si mi boca habló, si mis manos golpearon, fue él quien las hizo hablar y golpear; me hubiera gustado mantener la calma, pero él es más fuerte que yo”.
Esta descripción es la de la condición más común; pero entre los extremos hay varios grados, desde el paciente que sólo tiene ataques de dolor gastrálgico, hasta el que llega al paroxismo final de furia. Esta reserva hecha me hizo encontrar, entre todos los pacientes que visité, diferencias dignas de ser notadas sólo en unos pocos.
Una, llamada Jeanne Br..., de cuarenta y ocho años, soltera, muy vieja e histérica, siente animales que no son otros que demonios recorriendo su rostro y picándola.
La mujer Nicolás B…, de treinta y ocho años, enferma desde hace tres años, ladra durante sus ataques; atribuye su enfermedad a una copa de vino que bebió en compañía de uno de los que le quieren el mal.
Jeanne G…, de treinta y siete años, soltera, es aquella cuyas crisis difieren más. No tiene ninguna de estas convulsiones generales que se ven en todos los demás y casi nunca habla. Tan pronto como siente que se avecina su ataque, se sienta y comienza a mover la cabeza hacia adelante y hacia atrás; los movimientos, lentos y poco extensos al principio, siempre se irán acelerando, y acabarán haciendo que la cabeza recorra, con increíble velocidad, un arco de círculo cada vez más extendido, hasta golpear de forma alterna y regular la espalda y el pecho. A intervalos el movimiento se detiene por un instante, y los músculos contraídos mantienen la cabeza fija en la posición en que se encontraba en el momento de la parada, sin que sea posible, ni siquiera con esfuerzo, enderezarla o flexionarla.
Victoire V…, de veinte años, fue una de las primeras que enfermó, a la edad de dieciséis años. Su padre describe lo que ella experimentó así:
Nunca había sentido nada cuando la enfermedad se apoderó de ella un día en misa; durante los primeros dos o tres días estuvo saltando un poco. Un día me trajo una cena del presbiterio donde trabajaba: el Ángelus sonó cuando llegó al puente; inmediatamente comenzó a saltar y se arrojó al suelo, gritando y gesticulando, maldiciendo al timbre. Sucedió que estaba allí el sacerdote de Montriond, ella lo insultó, lo llamó s… ch… de Montriond. El sacerdote de Morzine también se acercó a ella justo cuando la crisis estaba terminando, pero volvió a comenzar inmediatamente, porque le hizo la señal de la cruz en la frente. Había sido exorcizada muchas veces, pero viendo que nada la curaba, ni siquiera los exorcismos, la llevé a Ginebra para ver al Sr. Lafontaine (el magnetizador); permaneció allí un mes y regresó bien curada: estuvo tranquila casi tres años.
Hace seis semanas la llevaron de regreso, pero ya no tenía convulsiones; no quería ver a nadie y se encerró en la casa; ella sólo comía cuando yo tenía algo bueno que darle, de lo contrario no podía tragar. No podía sostenerse sobre sus piernas, ni apenas mover los brazos; intenté varias veces levantarla, pero ella no podía sentirse y se cayó tan pronto como ya no la sostuve. Decidí llevarla de vuelta con el Sr. Lafontaine; no sabía cómo llevarla; ella me dijo: “Cuando esté en la comuna de Montriond, caminaré bien”. Con la ayuda de uno de mis vecinos, la cargamos en lugar de acompañarla hasta Montriond. Pero inmediatamente al otro lado del puente, caminó sola y sólo se quejó de un horrible sabor en la boca. Después de dos sesiones con el Sr. Lafontaine, ella mejoró y ahora la colocan como sirvienta”.
En general, dice el Sr. Constant, se ha observado que los pacientes rara vez sufren ataques una vez que salen de la comuna.
Un día, el alcalde que me acompañaba fue sorprendido por una mujer enferma y golpeado violentamente con una piedra en la cara; casi al mismo tiempo otra enferma se abalanzó sobre él, armada con un gran palo de madera, para golpearlo también; al verla venir, le presentó el extremo afilado de su palo de hierro, amenazándola con traspasarla si avanzaba; ella se detuvo, dejó caer su trozo de madera y simplemente maldijo.
A pesar de las carreras, los saltos, los movimientos violentos y desordenados de los pacientes, a pesar de los golpes que se dan, de sus terrores o de sus divagaciones, a ninguno de ellos le ha ocurrido ningún intento de suicidio ni accidente grave, por lo tanto, no pierden toda la conciencia; al menos permanece el instinto de conservación.
Si, al comienzo de una crisis, una mujer tiene a su hijo en brazos, sucede a menudo que un demonio menos malvado que el que va a actuar con ella le dice: "Deja a este niño, él (el otro demonio) lo haría sentir mal”. A veces ocurre lo mismo cuando empuñan un cuchillo o cualquier otro instrumento que pueda causar una lesión.
Los hombres, como las mujeres, han sufrido la influencia de las creencias que los deprimen a todos en diversos grados, pero en ellos los efectos han sido menores y muy diferentes. De hecho, hay quienes sienten absolutamente los mismos dolores que las mujeres; como ellas, tienen asfixia, experimentan sensación de estrangulamiento y acusan la sensación de bulto histérico, pero ninguno ha llegado a las convulsiones; y si ha habido algunos casos raros de accidentes convulsivos, casi siempre pueden atribuirse a un estado mórbido anterior y diferente. El único representante del sexo masculino que parece haber sufrido realmente ataques de la misma naturaleza que los de las niñas es el joven T... Generalmente son niñas de quince a veinticinco años las que se han visto afectadas; en el otro sexo, por el contrario, con excepción de este niño T..., son más o menos, en la medida que acabo de decir, sólo hombres de edad madura, a quienes las vicisitudes de la vida bien pueden haber traído otras preocupaciones preexistentes para agregar a las causadas por la enfermedad”.
Después de haber discutido la mayoría de los hechos extraordinarios relatados sobre los pacientes de Morzine, y de intentar probar el estado de degeneración física y moral de los habitantes a consecuencia de afecciones hereditarias, el Sr. Constant añade:
Por tanto, debemos estar seguros de que todo lo que se dijo en Morzine, una vez llevado a la verdad, se reduce considerablemente; cada uno hizo su propio cuento y quiso superar a los demás narradores. Estas exageraciones se encuentran en todos los relatos de epidemias de este tipo. Incluso si algunos hechos fueran reales en todos los sentidos y escaparan a toda interpretación, ¿sería esto una razón para buscarles una explicación más allá de las leyes naturales? Sería también decir que todos los agentes cuyo modo de acción queda por descubrir, todo lo que escapa a nuestro análisis, es necesariamente sobrenatural.
Todo lo que se vio en Morzine, todo lo que se contó, sobre todo, puede ser para algunos el signo claro de una posesión, pero también lo es con toda seguridad el de esta compleja enfermedad que ha recibido el nombre de histerodemonomanía.
En resumen, acabamos de ver una región cuyo clima es duro y la temperatura muy variable, donde la histeria siempre ha sido considerada endémica; una población cuya alimentación, siempre igual para todos, más pobres o menos pobres, y siempre mala, se compone de alimentos a menudo alterados, que pueden causar, y de hecho causan, perturbaciones en las funciones de los órganos de nutrición y, por tanto, neurosis particulares; una población de constitución débil y especial, a menudo marcada por predisposiciones hereditarias; ignorante y viviendo en un aislamiento casi total; muy piadoso, pero con una piedad que se basa más en el miedo que en la esperanza; muy supersticiosos, y cuya superstición, esa plaga que Santo Tomás llamaba vicio opuesto a la religión por exceso, era más acariciada que combatida; arrullados por historias de brujería que son, aparte de las ceremonias eclesiásticas, la única distracción que la exagerada severidad religiosa no pudo evitar; de una imaginación vivaz, muy impresionable, que necesita algo de alimento y que no tiene más que estas mismas ceremonias”.
Nos queda examinar las relaciones que pueden existir entre los fenómenos descritos anteriormente y los que se producen en casos bien observados de obsesiones y subyugaciones, que sin duda todos habrán notado, el efecto de los medios curativos empleados, las causas de la ineficacia de los exorcismos y las condiciones en las que pueden ser útiles. Esto es lo que haremos en un próximo y último artículo.
Mientras tanto, diremos con el Sr. Constant que no hay necesidad de buscar lo sobrenatural para la explicación de efectos desconocidos; estamos completamente de acuerdo con él en este punto. Para nosotros los fenómenos Espíritas no tienen nada de sobrenatural; nos revelan una de las leyes, una de las fuerzas de la naturaleza que no conocíamos y que produce efectos hasta ahora inexplicables. ¿Es esta ley, que surge de los hechos y de la observación, más irrazonable porque sus promotores son seres inteligentes y no animales o materia bruta? ¿Es entonces tan descabellado creer en inteligencias activas más allá de la tumba, especialmente cuando se manifiestan de manera ostensible? El conocimiento de esta ley, al reducir ciertos efectos a su causa verdadera, simple y natural, es el mejor antídoto contra las ideas supersticiosas.
[1] Folleto 8°, en Adrien Delahaye, plaza l’Ecole-de-Médecine. – Precio: 2 fr.
Resultado
de la lectura de obras Espíritas
Cartas de los Srs. Michel de Lyon y D… d'Albi
En respuesta a la opinión del Sr. Doctor Constant sobre el efecto que debe producir la lectura de obras Espíritas, publicamos a continuación dos cartas entre miles de la misma naturaleza dirigidas a nosotros. Su opinión, como pudimos ver en el artículo anterior, es que ese efecto debe ser inevitablemente el de hacer pronta justicia a la llamada ciencia del Espiritismo, y es por eso que recomienda su lectura. Ahora llevamos más de seis años leyendo estas obras y, lamentablemente para su perspicacia, ¡aún no se ha hecho justicia!
Albi, 6 de marzo de 1863.
Sr. Allan Kardec,
Sé que no debo abusar de su precioso tiempo; también me privo del placer de hablar largamente con usted. Le diré que lamento amargamente no haber conocido antes su admirable Doctrina, porque siento que hubiera sido un hombre completamente diferente, y sin embargo no soy médium, ni pretendo serlo todavía, teniendo serios problemas que me obsesiona constantemente. Tengo un historial deplorable de imprudencia; llegué a los cuarenta y nueve años sin saber una sola oración; desde que os leo, oro siempre por la tarde, a veces por la mañana, y especialmente por mis enemigos. Su doctrina me ha salvado de muchas cosas y me ha hecho soportar los contratiempos con resignación.
¡Cuán agradecido le estaría, querido señor, si a veces orara por mí!
Por favor reciba, etc. D…
Lyon, 9 de marzo de 1863.
Mi querido maestro,
Debo comenzar pidiendo doblemente perdón, primero, por haber demorado tanto tiempo en el cumplimiento de un deber de esta naturaleza; y luego, por la libertad que me tomo, sin tener el honor de ser conocido por usted, de hablarle sobre cosas que de algún modo son enteramente personales para mí.
Esta consideración me obliga a ser lo más breve posible para no abusar de su amabilidad ni hacerle perder sólo para mí un tiempo que podría utilizar más útilmente para el bien general.
En los seis meses transcurridos desde que tuve el placer de ser iniciado en la Doctrina Espírita, sentí surgir en mí un fuerte sentimiento de reconocimiento. Este sentimiento es, además, sólo una consecuencia muy natural de la creencia en el Espiritismo; y, como tiene su razón de ser, también debe manifestarse. En mi opinión, debe dividirse en tres partes, la primera de las cuales va dirigida a Dios, a quien todo verdadero Espírita debe agradecer cada día por esta nueva prueba de infinita misericordia; el segundo pertenece legítimamente al propio Espiritismo, es decir a los buenos Espíritus y sus sublimes enseñanzas; y finalmente el tercero lo adquiere aquel que nos guía por el nuevo camino y a quien estamos felices de reconocer como nuestro venerado maestro.
El reconocimiento espírita así entendido impone, por tanto, tres deberes bien distintos: hacia Dios, hacia los buenos Espíritus y hacia el propagador de sus enseñanzas. Espero pagarle a Dios pidiéndole perdón por mis errores pasados y continuando orándole todos los días; intentaré saldar mi deuda con el Espiritismo difundiendo a mi alrededor, tanto como pueda, los beneficios de la instrucción Espírita; y el propósito de esta carta es mostrarle, señor, el vivo deseo que sentía de cumplir con mis obligaciones para con usted, que me acuso de hacerlo tan tarde. Por tanto, apelo a vuestra caridad y os pido que aceptéis este sincero homenaje de infinita gratitud.
Asociándome de todo corazón a quienes me precedieron, vengo a deciros: Gracias que nos habéis rescatado del error alumbrando sobre nosotros la antorcha de la verdad; gracias a ti que nos hiciste conscientes de los medios para alcanzar la verdadera felicidad por medio de la práctica del bien; gracias a ustedes que no tuvieron miedo de entrar primero en la pelea.
El advenimiento del Espiritismo en el siglo XIX, en una época en que el egoísmo y el materialismo parecen compartir el imperio del mundo, es un hecho demasiado importante y demasiado extraordinario para no provocar admiración o asombro entre personas serias y mentes observadoras. Este hecho sigue siendo completamente inexplicable para quienes se niegan a reconocer la intervención Divina en el desarrollo de los grandes acontecimientos que ocurren entre nosotros y muchas veces a pesar de nosotros.
Pero, un hecho no menos sorprendente, es que se encontró en este mismo momento de incredulidad a un hombre que creía lo suficiente, lo suficientemente audaz, para emerger de la multitud, abandonar la corriente y anunciar una Doctrina que lo pondría en desacuerdo con la mayoría, siendo su objetivo combatir y derribar los prejuicios, abusos y errores de la multitud, y finalmente predicar la fe a los materialistas, la caridad a los egoístas, la moderación a los fanáticos, la verdad a todos.
Este hecho hoy se cumple; por tanto, no era imposible; pero para lograrlo se requiere coraje que sólo la fe puede dar. Esto es lo que causa nuestra admiración.
Tal dedicación, mi querido maestro, no podía quedar infructuosa; así que ahora puedes comenzar a recibir la recompensa de tus labores contemplando el triunfo de la Doctrina que has enseñado.
Sin preocuparte por el número y la fuerza de sus adversarios, entraste solo en la arena, y resististe las burlas insultantes sólo con inalterable serenidad, los ataques y calumnias sólo con moderación; además, en poco tiempo el Espiritismo se extendió por todas partes del mundo; sus seguidores hoy se cuentan por millones y, lo que es aún más satisfactorio, están reclutados en todos los niveles de la escala social. Ricos y pobres, ignorantes y eruditos, librepensadores y puritanos, todos respondieron al llamado del Espiritismo, y cada clase se apresuró a aportar su contingente en esta gran cruzada de la inteligencia. ¡Lucha sublime! donde el vencido se siente orgulloso de proclamar su derrota, y más orgulloso aún de poder luchar bajo la bandera de los vencedores.
Esta victoria no sólo honra a quien la obtuvo, sino que también atestigua la justicia de la causa, es decir, la superioridad de la Doctrina Espírita sobre todas las que la precedieron y, en consecuencia, su origen completamente divino. Para el ferviente seguidor, este hecho no puede ser puesto en duda, y el Espiritismo no puede ser obra de unos pocos locos, como han tratado de demostrar sus detractores. Es imposible que el Espiritismo sea obra humana; debe ser y es, de hecho, una revelación divina. Si no fuera así, ya habría sucumbido y quedado impotente ante la indiferencia y el materialismo.
Toda ciencia humana es sistemática en su esencia y, por tanto, está sujeta a error; por eso sólo puede ser admitido por un pequeño número de individuos que, por ignorancia o cálculo, propagan creencias erróneas que desaparecen por sí solas después de algún tiempo de prueba. El tiempo y la razón siempre han hecho justicia a doctrinas abusivas e infundadas. Ninguna ciencia, ninguna doctrina puede pretender estabilidad si no posee, en su conjunto como en sus más mínimos detalles, esta emanación pura y divina que hemos llamado verdad; porque sólo la verdad es inmutable como el Creador que es su fuente.
Un ejemplo muy consolador de esto lo encontramos en las divinas palabras de Cristo, que el santo Evangelio, a pesar de su largo y aventurero recorrido, nos ha transmitido tan dulces, tan puras como cuando cayeron de la boca del divino Renovador.
Después de dieciocho siglos de existencia, la doctrina de Cristo nos parece tan luminosa como en el momento de su nacimiento. A pesar de las falsas interpretaciones de unos y de las persecuciones de otros, aunque poco practicada hoy, ha quedado sin embargo fuertemente arraigada en la memoria de los hombres. La doctrina de Cristo es, por tanto, un fundamento inquebrantable contra el cual las pasiones humanas se hacen añicos constantemente. Mientras la ola impotente rompe contra la roca, las tormentas del error se agotan en vanos esfuerzos contra este faro de verdad. Siendo el Espiritismo la confirmación, el complemento de esta doctrina, es justo decir que se convertirá en un monumento indestructible, ya que tiene a Dios como principio y la verdad como base.
Así como estamos felices de predecir su largo destino, prevemos felizmente el momento en que se convertirá en la creencia universal. Este momento no puede estar lejano, porque los hombres pronto comprenderán que no hay felicidad posible aquí en la tierra sin fraternidad. Comprenderán también que la palabra virtud no sólo debe andar por los labios, sino que debe quedar grabada profundamente en los corazones; comprenderán finalmente que quien asume la tarea de predicar la moral debe, ante todo, predicarla con el ejemplo.
Me detengo, mi querido maestro, la grandeza del tema me lleva a alturas donde me es imposible mantenerme. Manos más hábiles que las mías ya han pintado con vivos colores este conmovedor cuadro que mi ignorante pluma intenta en vano esbozar. Perdóname, te lo ruego, por haberte hablado tanto de mis propios sentimientos; pero sentí un deseo invencible de derramar mi corazón en el seno mismo de quien había devuelto la calma a mi alma, reemplazando la duda que la había torturado durante quince años, por una certeza consoladora.
He sido alternativamente un católico ferviente, un fatalista, un materialista, un filósofo resignado; pero, gracias a Dios, nunca fui ateo. Refunfuñé contra la Providencia sin, sin embargo, negar jamás a Dios. Las llamas del infierno hacía mucho que se habían extinguido para mí y, sin embargo, mi Espíritu no estaba tranquilo acerca de su futuro. Los goces celestiales recomendados por la Iglesia no tenían suficiente atractivo para exhortarme a la virtud y, sin embargo, mi conciencia rara vez aprobaba mi conducta. Estaba en constante duda. Apropiándome de este pensamiento de un gran filósofo: “La conciencia fue dada al hombre para irritarlo”, llegué a esta conclusión: el hombre debe evitar cuidadosamente todo lo que pueda confundirlo con su conciencia. Así habría evitado cometer cualquier falta mayor, porque mi conciencia se oponía a ello; habría realizado algunas buenas obras para sentir la satisfacción que me brindan; pero no vi nada más allá de eso. ¡La naturaleza me había sacado de la nada, la muerte debía devolverme a la nada! Este pensamiento me sumía muchas veces en una profunda tristeza, pero por más que consultaba, por más que buscaba, nada podía darme la respuesta al enigma. Las desproporciones sociales me escandalizaron y a menudo me pregunté por qué nací en el fondo de la escala en la que me encontraba tan mal situado. A esto, al no poder responder, dije: El azar.
¡Una consideración de otro tipo me hacía horrorizar la nada! ¿Cuál es el punto de aprender? ¿Para brillar en un salón?… se necesita fortuna; ¿para llegar a ser poeta, un gran escritor?… se necesita talento natural. Pero para mí, un simple artesano, destinado tal vez a morir en el banco de trabajo al que estoy atado por la necesidad de ganarme el pan de cada día... ¿Cuál es el punto de educarme? No sé casi nada y eso es demasiado; ya que mi conocimiento no me sirve de nada durante mi vida y debe extinguirse cuando muera. Este pensamiento se me ha ocurrido muy a menudo; había venido a maldecir esta instrucción que se da gratuitamente al hijo del trabajador. Esta instrucción, aunque muy estrecha y muy incompleta, me parecía superflua y me parecía no sólo perjudicial para la felicidad del pobre, sino incompatible con las exigencias de su condición. Fue, en mi opinión, una calamidad más para el pobre, ya que le hizo comprender la importancia del problema sin mostrarle el remedio. Es fácil explicar el sufrimiento moral de un hombre que, sintiendo latir en su pecho un corazón noble, se ve obligado a someter su inteligencia a la voluntad de un individuo cuyo puñado de coronas, a menudo mal habidas, a veces lo hace todo: el mérito y todo el conocimiento.
Es entonces cuando debemos apelar a la filosofía; y mirando lo alto de la escalera nos decimos: El dinero no compra la felicidad; luego, mirando hacia abajo, vemos personas en una posición inferior a la nuestra, y añadimos: Tengamos paciencia, hay más de quienes tener compasión que nosotros. Pero si esta filosofía a veces da resignación, nunca produce felicidad.
Estaba en esta situación cuando el Espiritismo vino a sacarme del atolladero de pruebas e incertidumbres en el que me hundía cada vez más a pesar de todos los esfuerzos que hacía para salir de él.
Durante dos años oí hablar del Espiritismo sin prestarle mucha atención; creía, por lo que decían sus adversarios, que entre los demás se había colado un nuevo malabarismo. Pero, finalmente cansado de oír hablar de algo de lo que en realidad sólo conocía el nombre, decidí informarme. Así obtuve el Libro de los Espíritus y el de los Médiums. Leí, o más bien devoré, estas dos obras con una avidez y una satisfacción que me resulta imposible definir. ¡Cuál fue mi sorpresa, cuando miré las primeras páginas, al ver que se trataba de filosofía moral y religiosa, cuando esperaba leer un tratado de magia acompañado de historias maravillosas! Pronto la sorpresa dio paso a la convicción y el reconocimiento. Cuando terminé de leer, me di cuenta con alegría de que era Espírita desde hacía mucho tiempo. Agradecí a Dios que me concedió este notable favor. De ahora en adelante podré orar sin temor a que mis oraciones se pierdan en el espacio, y soportaré con alegría las tribulaciones de esta corta existencia, sabiendo que mi miseria presente es sólo la justa consecuencia de un pasado culpable o de un período. de prueba para lograr un futuro mejor. ¡No más dudas! la justicia y la lógica nos revelan la verdad; y aclamamos con alegría a esta bienhechora de la humanidad.
Es casi inútil decirte, mi querido maestro, cuán grande era mi deseo de convertirme en médium; así que estudié con mucha perseverancia. Después de unos días de observación, reconocí que era un médium intuitivo; mi deseo sólo estaba cumplido a medias, ya que tenía muchas ganas de convertirme en un médium mecánico.
La mediumnidad intuitiva deja dudas en la mente de quien la posee durante mucho tiempo. Para disipar todos mis escrúpulos a este respecto, tuve que asistir a algunas sesiones de Espiritismo, para poder establecer una comparación entre mi mediumnidad y la de otros médiums. Fue entonces cuando comprendí la exactitud de su recomendación que prescribe leer antes de ver, si se quiere convencer; porque, puedo decirle francamente, no vi nada convincente para un incrédulo. Habría dado mucho entonces para poder ser admitido entre los que la Providencia ha puesto bajo la dirección inmediata de nuestro amado líder, porque pensé que las evidencias deberían ser más palpables, más frecuentes en la sociedad que usted preside. Sin embargo, no me detuve ahí, e invité a varios médiums escritores, clarividentes y diseñadores a que se reunieran para trabajar juntos. Fue entonces cuando tuve el placer de presenciar los hechos más sorprendentes y obtener las pruebas más evidentes de la bondad y verdad del Espiritismo. ¡Por segunda vez estaba convencido!
Adjunto a esta ya larguísima carta algunas de mis comunicaciones; sería feliz, mi querido maestro, si le fuera posible echarle un vistazo y juzgar su valor. Desde el punto de vista moral, los creo irreprochables; pero desde el punto de vista literario... al no poder juzgarlos yo mismo, me abstengo de realizar cualquier valoración. Si, contra mis expectativas, encuentra algunos fragmentos lo suficientemente transitables como para publicarlos con fines publicitarios, le pido que los disponga a su conveniencia, y sería un gran placer para mí haber contribuido con mi pequeña piedra a la construcción del gran edificio.
Valoraría mucho una respuesta suya, mi querido maestro, pero no me atrevo a pedírsela, sabiendo la imposibilidad material de responder a todas las cartas que le dirigen. Termino rogándote que me perdones por esta extrema libertad, esperando que estés dispuesto a creer en la sinceridad de quien tiene el honor de llamarse uno de tus más fervientes admiradores y tu muy humilde servidor.
Miguel,
Calle Bouteille, 25 años, en Lyon.
Cartas de los Srs. Michel de Lyon y D… d'Albi
En respuesta a la opinión del Sr. Doctor Constant sobre el efecto que debe producir la lectura de obras Espíritas, publicamos a continuación dos cartas entre miles de la misma naturaleza dirigidas a nosotros. Su opinión, como pudimos ver en el artículo anterior, es que ese efecto debe ser inevitablemente el de hacer pronta justicia a la llamada ciencia del Espiritismo, y es por eso que recomienda su lectura. Ahora llevamos más de seis años leyendo estas obras y, lamentablemente para su perspicacia, ¡aún no se ha hecho justicia!
Albi, 6 de marzo de 1863.
Sr. Allan Kardec,
Sé que no debo abusar de su precioso tiempo; también me privo del placer de hablar largamente con usted. Le diré que lamento amargamente no haber conocido antes su admirable Doctrina, porque siento que hubiera sido un hombre completamente diferente, y sin embargo no soy médium, ni pretendo serlo todavía, teniendo serios problemas que me obsesiona constantemente. Tengo un historial deplorable de imprudencia; llegué a los cuarenta y nueve años sin saber una sola oración; desde que os leo, oro siempre por la tarde, a veces por la mañana, y especialmente por mis enemigos. Su doctrina me ha salvado de muchas cosas y me ha hecho soportar los contratiempos con resignación.
¡Cuán agradecido le estaría, querido señor, si a veces orara por mí!
Por favor reciba, etc. D…
Lyon, 9 de marzo de 1863.
Mi querido maestro,
Debo comenzar pidiendo doblemente perdón, primero, por haber demorado tanto tiempo en el cumplimiento de un deber de esta naturaleza; y luego, por la libertad que me tomo, sin tener el honor de ser conocido por usted, de hablarle sobre cosas que de algún modo son enteramente personales para mí.
Esta consideración me obliga a ser lo más breve posible para no abusar de su amabilidad ni hacerle perder sólo para mí un tiempo que podría utilizar más útilmente para el bien general.
En los seis meses transcurridos desde que tuve el placer de ser iniciado en la Doctrina Espírita, sentí surgir en mí un fuerte sentimiento de reconocimiento. Este sentimiento es, además, sólo una consecuencia muy natural de la creencia en el Espiritismo; y, como tiene su razón de ser, también debe manifestarse. En mi opinión, debe dividirse en tres partes, la primera de las cuales va dirigida a Dios, a quien todo verdadero Espírita debe agradecer cada día por esta nueva prueba de infinita misericordia; el segundo pertenece legítimamente al propio Espiritismo, es decir a los buenos Espíritus y sus sublimes enseñanzas; y finalmente el tercero lo adquiere aquel que nos guía por el nuevo camino y a quien estamos felices de reconocer como nuestro venerado maestro.
El reconocimiento espírita así entendido impone, por tanto, tres deberes bien distintos: hacia Dios, hacia los buenos Espíritus y hacia el propagador de sus enseñanzas. Espero pagarle a Dios pidiéndole perdón por mis errores pasados y continuando orándole todos los días; intentaré saldar mi deuda con el Espiritismo difundiendo a mi alrededor, tanto como pueda, los beneficios de la instrucción Espírita; y el propósito de esta carta es mostrarle, señor, el vivo deseo que sentía de cumplir con mis obligaciones para con usted, que me acuso de hacerlo tan tarde. Por tanto, apelo a vuestra caridad y os pido que aceptéis este sincero homenaje de infinita gratitud.
Asociándome de todo corazón a quienes me precedieron, vengo a deciros: Gracias que nos habéis rescatado del error alumbrando sobre nosotros la antorcha de la verdad; gracias a ti que nos hiciste conscientes de los medios para alcanzar la verdadera felicidad por medio de la práctica del bien; gracias a ustedes que no tuvieron miedo de entrar primero en la pelea.
El advenimiento del Espiritismo en el siglo XIX, en una época en que el egoísmo y el materialismo parecen compartir el imperio del mundo, es un hecho demasiado importante y demasiado extraordinario para no provocar admiración o asombro entre personas serias y mentes observadoras. Este hecho sigue siendo completamente inexplicable para quienes se niegan a reconocer la intervención Divina en el desarrollo de los grandes acontecimientos que ocurren entre nosotros y muchas veces a pesar de nosotros.
Pero, un hecho no menos sorprendente, es que se encontró en este mismo momento de incredulidad a un hombre que creía lo suficiente, lo suficientemente audaz, para emerger de la multitud, abandonar la corriente y anunciar una Doctrina que lo pondría en desacuerdo con la mayoría, siendo su objetivo combatir y derribar los prejuicios, abusos y errores de la multitud, y finalmente predicar la fe a los materialistas, la caridad a los egoístas, la moderación a los fanáticos, la verdad a todos.
Este hecho hoy se cumple; por tanto, no era imposible; pero para lograrlo se requiere coraje que sólo la fe puede dar. Esto es lo que causa nuestra admiración.
Tal dedicación, mi querido maestro, no podía quedar infructuosa; así que ahora puedes comenzar a recibir la recompensa de tus labores contemplando el triunfo de la Doctrina que has enseñado.
Sin preocuparte por el número y la fuerza de sus adversarios, entraste solo en la arena, y resististe las burlas insultantes sólo con inalterable serenidad, los ataques y calumnias sólo con moderación; además, en poco tiempo el Espiritismo se extendió por todas partes del mundo; sus seguidores hoy se cuentan por millones y, lo que es aún más satisfactorio, están reclutados en todos los niveles de la escala social. Ricos y pobres, ignorantes y eruditos, librepensadores y puritanos, todos respondieron al llamado del Espiritismo, y cada clase se apresuró a aportar su contingente en esta gran cruzada de la inteligencia. ¡Lucha sublime! donde el vencido se siente orgulloso de proclamar su derrota, y más orgulloso aún de poder luchar bajo la bandera de los vencedores.
Esta victoria no sólo honra a quien la obtuvo, sino que también atestigua la justicia de la causa, es decir, la superioridad de la Doctrina Espírita sobre todas las que la precedieron y, en consecuencia, su origen completamente divino. Para el ferviente seguidor, este hecho no puede ser puesto en duda, y el Espiritismo no puede ser obra de unos pocos locos, como han tratado de demostrar sus detractores. Es imposible que el Espiritismo sea obra humana; debe ser y es, de hecho, una revelación divina. Si no fuera así, ya habría sucumbido y quedado impotente ante la indiferencia y el materialismo.
Toda ciencia humana es sistemática en su esencia y, por tanto, está sujeta a error; por eso sólo puede ser admitido por un pequeño número de individuos que, por ignorancia o cálculo, propagan creencias erróneas que desaparecen por sí solas después de algún tiempo de prueba. El tiempo y la razón siempre han hecho justicia a doctrinas abusivas e infundadas. Ninguna ciencia, ninguna doctrina puede pretender estabilidad si no posee, en su conjunto como en sus más mínimos detalles, esta emanación pura y divina que hemos llamado verdad; porque sólo la verdad es inmutable como el Creador que es su fuente.
Un ejemplo muy consolador de esto lo encontramos en las divinas palabras de Cristo, que el santo Evangelio, a pesar de su largo y aventurero recorrido, nos ha transmitido tan dulces, tan puras como cuando cayeron de la boca del divino Renovador.
Después de dieciocho siglos de existencia, la doctrina de Cristo nos parece tan luminosa como en el momento de su nacimiento. A pesar de las falsas interpretaciones de unos y de las persecuciones de otros, aunque poco practicada hoy, ha quedado sin embargo fuertemente arraigada en la memoria de los hombres. La doctrina de Cristo es, por tanto, un fundamento inquebrantable contra el cual las pasiones humanas se hacen añicos constantemente. Mientras la ola impotente rompe contra la roca, las tormentas del error se agotan en vanos esfuerzos contra este faro de verdad. Siendo el Espiritismo la confirmación, el complemento de esta doctrina, es justo decir que se convertirá en un monumento indestructible, ya que tiene a Dios como principio y la verdad como base.
Así como estamos felices de predecir su largo destino, prevemos felizmente el momento en que se convertirá en la creencia universal. Este momento no puede estar lejano, porque los hombres pronto comprenderán que no hay felicidad posible aquí en la tierra sin fraternidad. Comprenderán también que la palabra virtud no sólo debe andar por los labios, sino que debe quedar grabada profundamente en los corazones; comprenderán finalmente que quien asume la tarea de predicar la moral debe, ante todo, predicarla con el ejemplo.
Me detengo, mi querido maestro, la grandeza del tema me lleva a alturas donde me es imposible mantenerme. Manos más hábiles que las mías ya han pintado con vivos colores este conmovedor cuadro que mi ignorante pluma intenta en vano esbozar. Perdóname, te lo ruego, por haberte hablado tanto de mis propios sentimientos; pero sentí un deseo invencible de derramar mi corazón en el seno mismo de quien había devuelto la calma a mi alma, reemplazando la duda que la había torturado durante quince años, por una certeza consoladora.
He sido alternativamente un católico ferviente, un fatalista, un materialista, un filósofo resignado; pero, gracias a Dios, nunca fui ateo. Refunfuñé contra la Providencia sin, sin embargo, negar jamás a Dios. Las llamas del infierno hacía mucho que se habían extinguido para mí y, sin embargo, mi Espíritu no estaba tranquilo acerca de su futuro. Los goces celestiales recomendados por la Iglesia no tenían suficiente atractivo para exhortarme a la virtud y, sin embargo, mi conciencia rara vez aprobaba mi conducta. Estaba en constante duda. Apropiándome de este pensamiento de un gran filósofo: “La conciencia fue dada al hombre para irritarlo”, llegué a esta conclusión: el hombre debe evitar cuidadosamente todo lo que pueda confundirlo con su conciencia. Así habría evitado cometer cualquier falta mayor, porque mi conciencia se oponía a ello; habría realizado algunas buenas obras para sentir la satisfacción que me brindan; pero no vi nada más allá de eso. ¡La naturaleza me había sacado de la nada, la muerte debía devolverme a la nada! Este pensamiento me sumía muchas veces en una profunda tristeza, pero por más que consultaba, por más que buscaba, nada podía darme la respuesta al enigma. Las desproporciones sociales me escandalizaron y a menudo me pregunté por qué nací en el fondo de la escala en la que me encontraba tan mal situado. A esto, al no poder responder, dije: El azar.
¡Una consideración de otro tipo me hacía horrorizar la nada! ¿Cuál es el punto de aprender? ¿Para brillar en un salón?… se necesita fortuna; ¿para llegar a ser poeta, un gran escritor?… se necesita talento natural. Pero para mí, un simple artesano, destinado tal vez a morir en el banco de trabajo al que estoy atado por la necesidad de ganarme el pan de cada día... ¿Cuál es el punto de educarme? No sé casi nada y eso es demasiado; ya que mi conocimiento no me sirve de nada durante mi vida y debe extinguirse cuando muera. Este pensamiento se me ha ocurrido muy a menudo; había venido a maldecir esta instrucción que se da gratuitamente al hijo del trabajador. Esta instrucción, aunque muy estrecha y muy incompleta, me parecía superflua y me parecía no sólo perjudicial para la felicidad del pobre, sino incompatible con las exigencias de su condición. Fue, en mi opinión, una calamidad más para el pobre, ya que le hizo comprender la importancia del problema sin mostrarle el remedio. Es fácil explicar el sufrimiento moral de un hombre que, sintiendo latir en su pecho un corazón noble, se ve obligado a someter su inteligencia a la voluntad de un individuo cuyo puñado de coronas, a menudo mal habidas, a veces lo hace todo: el mérito y todo el conocimiento.
Es entonces cuando debemos apelar a la filosofía; y mirando lo alto de la escalera nos decimos: El dinero no compra la felicidad; luego, mirando hacia abajo, vemos personas en una posición inferior a la nuestra, y añadimos: Tengamos paciencia, hay más de quienes tener compasión que nosotros. Pero si esta filosofía a veces da resignación, nunca produce felicidad.
Estaba en esta situación cuando el Espiritismo vino a sacarme del atolladero de pruebas e incertidumbres en el que me hundía cada vez más a pesar de todos los esfuerzos que hacía para salir de él.
Durante dos años oí hablar del Espiritismo sin prestarle mucha atención; creía, por lo que decían sus adversarios, que entre los demás se había colado un nuevo malabarismo. Pero, finalmente cansado de oír hablar de algo de lo que en realidad sólo conocía el nombre, decidí informarme. Así obtuve el Libro de los Espíritus y el de los Médiums. Leí, o más bien devoré, estas dos obras con una avidez y una satisfacción que me resulta imposible definir. ¡Cuál fue mi sorpresa, cuando miré las primeras páginas, al ver que se trataba de filosofía moral y religiosa, cuando esperaba leer un tratado de magia acompañado de historias maravillosas! Pronto la sorpresa dio paso a la convicción y el reconocimiento. Cuando terminé de leer, me di cuenta con alegría de que era Espírita desde hacía mucho tiempo. Agradecí a Dios que me concedió este notable favor. De ahora en adelante podré orar sin temor a que mis oraciones se pierdan en el espacio, y soportaré con alegría las tribulaciones de esta corta existencia, sabiendo que mi miseria presente es sólo la justa consecuencia de un pasado culpable o de un período. de prueba para lograr un futuro mejor. ¡No más dudas! la justicia y la lógica nos revelan la verdad; y aclamamos con alegría a esta bienhechora de la humanidad.
Es casi inútil decirte, mi querido maestro, cuán grande era mi deseo de convertirme en médium; así que estudié con mucha perseverancia. Después de unos días de observación, reconocí que era un médium intuitivo; mi deseo sólo estaba cumplido a medias, ya que tenía muchas ganas de convertirme en un médium mecánico.
La mediumnidad intuitiva deja dudas en la mente de quien la posee durante mucho tiempo. Para disipar todos mis escrúpulos a este respecto, tuve que asistir a algunas sesiones de Espiritismo, para poder establecer una comparación entre mi mediumnidad y la de otros médiums. Fue entonces cuando comprendí la exactitud de su recomendación que prescribe leer antes de ver, si se quiere convencer; porque, puedo decirle francamente, no vi nada convincente para un incrédulo. Habría dado mucho entonces para poder ser admitido entre los que la Providencia ha puesto bajo la dirección inmediata de nuestro amado líder, porque pensé que las evidencias deberían ser más palpables, más frecuentes en la sociedad que usted preside. Sin embargo, no me detuve ahí, e invité a varios médiums escritores, clarividentes y diseñadores a que se reunieran para trabajar juntos. Fue entonces cuando tuve el placer de presenciar los hechos más sorprendentes y obtener las pruebas más evidentes de la bondad y verdad del Espiritismo. ¡Por segunda vez estaba convencido!
Adjunto a esta ya larguísima carta algunas de mis comunicaciones; sería feliz, mi querido maestro, si le fuera posible echarle un vistazo y juzgar su valor. Desde el punto de vista moral, los creo irreprochables; pero desde el punto de vista literario... al no poder juzgarlos yo mismo, me abstengo de realizar cualquier valoración. Si, contra mis expectativas, encuentra algunos fragmentos lo suficientemente transitables como para publicarlos con fines publicitarios, le pido que los disponga a su conveniencia, y sería un gran placer para mí haber contribuido con mi pequeña piedra a la construcción del gran edificio.
Valoraría mucho una respuesta suya, mi querido maestro, pero no me atrevo a pedírsela, sabiendo la imposibilidad material de responder a todas las cartas que le dirigen. Termino rogándote que me perdones por esta extrema libertad, esperando que estés dispuesto a creer en la sinceridad de quien tiene el honor de llamarse uno de tus más fervientes admiradores y tu muy humilde servidor.
Miguel,
Calle Bouteille, 25 años, en Lyon.
Los sermones se siguen y no son similares
Nos escribieron desde Chauny el 7 de marzo de 1863:
"Señor,
He venido para intentar haceros un análisis de un sermón que nos predicó ayer el Padre X…, desconocido en nuestra parroquia. Este sacerdote, que es además muy buen predicador, nos explicó lo mejor posible qué es Dios y qué son los Espíritus. No debe haber ignorado que tenía un gran número de Espíritas en su audiencia, por lo que sentimos gran satisfacción al escuchar sobre los Espíritus y sus relaciones con los vivos.
No puedo explicar de otra manera, dijo, todos los hechos milagrosos, todas las visiones, todos los presentimientos, que el contacto con aquellos que nos son queridos y que nos han precedido en la tumba; y si no tuviera miedo de levantar un velo demasiado misterioso, o de hablaros de cosas que no serían comprendidas por todos, me extendería mucho en este tema. Me siento inspirado y, obedeciendo a la voz de mi conciencia, no puedo exhortaros lo suficiente a que guardéis buena memoria de mis palabras: Creed en este Dios de quien emanan todos los Espíritus, y en quien todos debemos reunirnos un día.
Este sermón, señor, dicho con acento de dulzura, benevolencia y convicción, llegó al corazón mucho mejor que los discursos furiosos donde se busca en vano la caridad predicada por Cristo; estaba al alcance de todas las inteligencias; así todos lo entendieron y salieron consolados, en lugar de desanimarse y entristecerse por las imágenes del infierno y del castigo eterno, y tantos otros temas en contradicción con la sana razón.
Aceptar, etc.
V...”
Este sermón, gracias a Dios, no es el único de su tipo; se nos informa de varios otros en el mismo sentido, más o menos acentuados, que fueron predicados en París y en los departamentos; y, curiosamente, en un sentido diametralmente opuesto, predicó el mismo día en la misma ciudad, y casi a la misma hora. Esto no es sorprendente, porque hay muchos eclesiásticos ilustrados que entienden que la religión sólo puede perder su autoridad oponiéndose al irresistible curso de las cosas, y que, como todas las instituciones, debe seguir el progreso de las ideas, so pena de recibir más tarde la negación de hechos consumados. Ahora bien, en cuanto al Espiritismo, es imposible que muchos de estos señores no pudieran convencerse de la realidad de las cosas; conocemos personalmente a más de uno en este caso. Uno de ellos nos dijo un día: “Se me puede prohibir hablar a favor del Espiritismo, pero obligarme a hablar en contra de mi convicción, a decir que todo esto es obra del diablo, cuando tengo pruebas materiales de lo contrario, es lo que creo. nunca lo haré”.
De esta divergencia de opiniones surge un hecho capital, y es que la doctrina exclusiva del diablo es una opinión individual que necesariamente debe ceder a la experiencia y a la opinión general. Es posible que algunos persistan en su idea hasta el último momento, pero pasarán, y con ellas sus palabras.
Nos escribieron desde Chauny el 7 de marzo de 1863:
"Señor,
He venido para intentar haceros un análisis de un sermón que nos predicó ayer el Padre X…, desconocido en nuestra parroquia. Este sacerdote, que es además muy buen predicador, nos explicó lo mejor posible qué es Dios y qué son los Espíritus. No debe haber ignorado que tenía un gran número de Espíritas en su audiencia, por lo que sentimos gran satisfacción al escuchar sobre los Espíritus y sus relaciones con los vivos.
No puedo explicar de otra manera, dijo, todos los hechos milagrosos, todas las visiones, todos los presentimientos, que el contacto con aquellos que nos son queridos y que nos han precedido en la tumba; y si no tuviera miedo de levantar un velo demasiado misterioso, o de hablaros de cosas que no serían comprendidas por todos, me extendería mucho en este tema. Me siento inspirado y, obedeciendo a la voz de mi conciencia, no puedo exhortaros lo suficiente a que guardéis buena memoria de mis palabras: Creed en este Dios de quien emanan todos los Espíritus, y en quien todos debemos reunirnos un día.
Este sermón, señor, dicho con acento de dulzura, benevolencia y convicción, llegó al corazón mucho mejor que los discursos furiosos donde se busca en vano la caridad predicada por Cristo; estaba al alcance de todas las inteligencias; así todos lo entendieron y salieron consolados, en lugar de desanimarse y entristecerse por las imágenes del infierno y del castigo eterno, y tantos otros temas en contradicción con la sana razón.
Aceptar, etc.
V...”
Este sermón, gracias a Dios, no es el único de su tipo; se nos informa de varios otros en el mismo sentido, más o menos acentuados, que fueron predicados en París y en los departamentos; y, curiosamente, en un sentido diametralmente opuesto, predicó el mismo día en la misma ciudad, y casi a la misma hora. Esto no es sorprendente, porque hay muchos eclesiásticos ilustrados que entienden que la religión sólo puede perder su autoridad oponiéndose al irresistible curso de las cosas, y que, como todas las instituciones, debe seguir el progreso de las ideas, so pena de recibir más tarde la negación de hechos consumados. Ahora bien, en cuanto al Espiritismo, es imposible que muchos de estos señores no pudieran convencerse de la realidad de las cosas; conocemos personalmente a más de uno en este caso. Uno de ellos nos dijo un día: “Se me puede prohibir hablar a favor del Espiritismo, pero obligarme a hablar en contra de mi convicción, a decir que todo esto es obra del diablo, cuando tengo pruebas materiales de lo contrario, es lo que creo. nunca lo haré”.
De esta divergencia de opiniones surge un hecho capital, y es que la doctrina exclusiva del diablo es una opinión individual que necesariamente debe ceder a la experiencia y a la opinión general. Es posible que algunos persistan en su idea hasta el último momento, pero pasarán, y con ellas sus palabras.
Suicidio falsamente atribuido al Espiritismo
Es verdaderamente increíble el ardor de los adversarios por recoger y sobre todo desvirtuar los hechos que creen que podrían comprometer el Espiritismo; hasta el punto de que pronto ya no habrá ningún accidente del que no sea responsable.
Un hecho lamentable ocurrido recientemente en Tours y que no podía dejar de ser explotado por la crítica, fue el suicidio de dos individuos que intentaron atribuirlo al Espiritismo.
El periódico Le Monde (antes Univers religieux), y según él varios periódicos, publicaron un artículo sobre este tema del que extraemos los siguientes pasajes:
“Dos esposos muy ancianos, el señor y la señora ***, aun gozando de buena salud y disfrutando de unos ingresos que les permitían vivir cómodamente, se dedicaban a operaciones del Espiritismo desde hacía casi dos años. Casi todas las noches se reunía en su casa un cierto número de trabajadores, hombres y mujeres, y jóvenes de ambos sexos, ante los cuales nuestros dos Espíritas hacían sus evocaciones, o al menos fingían hacerlo.
No hablaremos de cuestiones de ningún tipo que se pidió resolver a los Espíritus en esta casa. Quienes conocen desde hace mucho tiempo a estas dos personas y sus sentimientos sobre la religión nunca se han sorprendido por las escenas que podrían ocurrir en su hogar. Ajenos a todas las ideas cristianas, se habían lanzado a la magia, donde se les consideraba maestros hábiles y consumados.
Ambos habían estado convencidos por poco tiempo de que los Espíritus los instaban fuertemente a abandonar la tierra para disfrutar de una mayor felicidad en otro mundo, el mundo supra terrestre. Sin dudar de que así sería, ellos, con la mayor serenidad, cometieron un doble suicidio que hoy provoca un gran escándalo en la ciudad de Tours.
Así, hoy lo que vemos como resultado del Espiritismo y de su doctrina es el suicidio; ayer hubo casos de locura, sin contar los desórdenes domésticos y otros desórdenes a que tantas veces ha dado lugar el Espiritismo. ¿No es esto suficiente para que los hombres que no quieren escuchar la voz de la religión comprendan a qué peligros se exponen al involucrarse en estas prácticas oscuras y estúpidas”?
Notemos primero que si estos dos individuos afirmaban hacer evocaciones es porque no estaban haciendo evocaciones reales; que abusaron de otros o de ellos mismos; por lo tanto, si no hicieron verdaderas evocaciones fue una quimera, y los Espíritus no pueden haberles dado malos consejos.
¿Eran Espíritas, es decir Espíritas de corazón o de nombre? El artículo señala que eran ajenos a cualquier idea cristiana; además, que eran considerados maestros hábiles y consumados de la magia; sin embargo, es constante que el Espiritismo es inseparable de las ideas religiosas y especialmente cristianas; que la negación de éstos es la negación del Espiritismo; que condena las prácticas de la magia, con las que no tiene nada en común; que denuncia como supersticiosa la creencia en la virtud de los talismanes, las fórmulas, los signos cabalísticos y las palabras sacramentales; por lo tanto estas personas no eran Espíritas, ya que estaban en contradicción con los principios del Espiritismo. Para rendir homenaje a la verdad, diremos que, de las informaciones obtenidas, se desprende que estas personas no se dedicaban a la magia, y que sin duda quisimos aprovechar la circunstancia para atribuir este nombre al Espiritismo.
El artículo dice además que, entre ellos, se hacían preguntas de todo tipo a los Espíritus. El Espiritismo dice expresamente que no podemos dirigir a los Espíritus toda clase de preguntas; que vienen a enseñarnos y a hacernos mejores, y no a cuidar intereses materiales; ¿qué tiene de malo el propósito de las manifestaciones y ver en ellas un medio para conocer el futuro, para descubrir tesoros o legados, para hacer invenciones y descubrimientos científicos para ganar fama o enriquecerse sin trabajo?; en una palabra, que los Espíritus no vienen a adivinar la buenaventura; por eso, al hacer a los Espíritus preguntas de todo tipo, lo cual es verdadero, estos individuos demostraron su ignorancia sobre el objetivo mismo del Espiritismo.
El artículo no dice que hicieron de ello una profesión, y de hecho no fue así, de lo contrario recordaríamos lo que se ha dicho cien veces sobre esta explotación y sus consecuencias, de las cuales el Espiritismo serio no puede asumir responsabilidad legal o de otro tipo, como tampoco asume la de las excentricidades de quienes no lo comprenden; no defiende ninguno de los abusos que puedan cometerse en su nombre, por quienes toman su forma o enmascaran sin asimilar sus principios.
Otra prueba de que estos individuos ignoraron uno de los puntos fundamentales de la Doctrina Espírita es que el Espiritismo demuestra, no con una simple teoría moral, sino con numerosos y terribles ejemplos, que el suicidio es severamente castigado; que aquel que cree escapar de las miserias de la vida por una muerte voluntaria anticipada de los planes de Dios, cae en un estado mucho más infeliz. El Espírita, pues, sabe, sin poder dudarlo, que, mediante el suicidio, cambiamos un mal estado temporal por uno peor, que puede durar mucho tiempo; esto es lo que estos individuos habrían sabido si hubieran sabido sobre el Espiritismo. El autor del artículo, al sostener que esta Doctrina conduce al suicidio, hablaba él mismo de algo que no sabía.
No nos sorprende en modo alguno el resultado que ha producido el ruido que se ha hecho sobre este acontecimiento. Al presentarlo como consecuencia de la Doctrina Espírita, se despertó la curiosidad y todos quisieron conocer esta Doctrina por sí mismos, a menos que la rechazaran si era como estaba representada; sin embargo, se reconoció que estaba diciendo todo lo contrario de lo que le hacían decir; por lo tanto, sólo puede beneficiarse de ser conocida, lo que nuestros adversarios parecen asumir con un ardor que sólo podemos agradecer, salvo la intención. Si por medio de sus diatribas producen una pequeña perturbación local y momentánea, no pasa mucho tiempo antes de que le siga un resurgimiento del número de seguidores; esto es lo que vemos en todas partes.
“Si, por tanto”, nos escriben desde Tours, “estos individuos creyeron necesario mezclar a los Espíritus con su resolución fatal y sus conocidas excentricidades, es evidente que no entendían nada del Espiritismo, y que no podemos sacar ninguna conclusión contra la Doctrina; de lo contrario tendríamos que responsabilizar a las doctrinas más serias y sagradas de los abusos, incluso de los crímenes cometidos en su nombre por pobres tontos o fanáticos. La Sra. F... decía ser una médium, pero todos los que la escuchaban hablar nunca podían tomarla en serio. Las ideas muy conocidas, las exageraciones y las excentricidades de los dos esposos y especialmente de la esposa, les hicieron cerrar sin piedad las puertas del círculo Espírita de Tours, donde no fueron admitidos a una sola sesión”.
El citado diario no se informó mejor sobre las causas reales de este suicidio. Los extraemos de documentos auténticos depositados ante notario en Tours, así como de una carta que nos escribió a este respecto el Sr. X…, abogado de esta ciudad.
La pareja de ancianos F..., esposa de sesenta y dos años y marido de ochenta, lejos de ser acomodada, se vio empujada al suicidio sólo por la perspectiva de la pobreza. Habían acumulado una pequeña fortuna en un comercio de Rouenneries (tela de algodón estampada en colores que se fabricaba en la ciudad francesa de Ruán) en Nueva Orleans; arruinados por las quiebras, llegaron a Nantes y luego a Tours con algunos restos de su naufragio. Una renta vitalicia de 480 francos, que era su principal recurso, les falló en 1856 tras una nueva quiebra. Ya tres veces, y mucho antes de que se hablara del Espiritismo, habían intentado suicidarse. Recientemente, perseguidos por antiguos acreedores, un proceso desafortunado los había arruinado y les había hecho perder el coraje y la razón.
La siguiente carta, escrita por la Sra. F… antes de su muerte, y que se encuentra entre los documentos mencionados anteriormente, y firmada por el presidente del tribunal, sin posibilidad de cambio, revela el verdadero motivo. Lo transcribimos textualmente con la ortografía original:
“Sr. y Sra. B…, antes de ir al cielo, quiero llevarme bien con ustedes por última vez, por favor acepten mi último adiós, espero sin embargo que nos volvamos a ver, al partir antes que ustedes, guardaré su dirección para cuando llegue el momento, quiero compartir contigo nuestro proyecto, ya que nuestras adversidades las hemos alimentado en nuestro corazón, una pena que no se puede borrar, es más que una molestia, todo se vuelve una carga para mí, mi corazón está constantemente lleno de amargura, debo decirle que desde hace seis años el asunto de nuestra casa, todavía no se ha terminado nada, tal vez tendremos que traer otros dos mil francos, ya que vemos que sólo podemos salir de esto con muchas privaciones, que siempre tenemos que empezar de nuevo sin ver el final, hay que ponerle fin, ahora que somos viejos la fuerza empieza a abandonarnos, falta el coraje, el juego ya no es igual, hay que poner un fin y nos detenemos en la determinación. Por favor acepte mis más sinceros deseos. Sra. F…”
Hoy sabemos en Tours qué creer sobre las verdaderas causas de este acontecimiento, y el ruido que se ha hecho sobre este tema se vuelve en beneficio del Espiritismo, porque, dice nuestro corresponsal, hablamos en todas partes, la gente quiere saber exactamente qué está sucediendo y desde entonces los libreros de la ciudad han vendido más libros Espíritas que nunca.
Es realmente curioso ver el tono lamentable de unos, el enojo furioso de otros, y en medio de todo esto el Espiritismo continúa su marcha ascendente como un soldado que va al ataque sin preocuparse por la metralla. Los adversarios, al ver la burla impotente, después de haber dicho que era un fuego fatuo, ahora dicen que es un perro rabioso.
Es verdaderamente increíble el ardor de los adversarios por recoger y sobre todo desvirtuar los hechos que creen que podrían comprometer el Espiritismo; hasta el punto de que pronto ya no habrá ningún accidente del que no sea responsable.
Un hecho lamentable ocurrido recientemente en Tours y que no podía dejar de ser explotado por la crítica, fue el suicidio de dos individuos que intentaron atribuirlo al Espiritismo.
El periódico Le Monde (antes Univers religieux), y según él varios periódicos, publicaron un artículo sobre este tema del que extraemos los siguientes pasajes:
“Dos esposos muy ancianos, el señor y la señora ***, aun gozando de buena salud y disfrutando de unos ingresos que les permitían vivir cómodamente, se dedicaban a operaciones del Espiritismo desde hacía casi dos años. Casi todas las noches se reunía en su casa un cierto número de trabajadores, hombres y mujeres, y jóvenes de ambos sexos, ante los cuales nuestros dos Espíritas hacían sus evocaciones, o al menos fingían hacerlo.
No hablaremos de cuestiones de ningún tipo que se pidió resolver a los Espíritus en esta casa. Quienes conocen desde hace mucho tiempo a estas dos personas y sus sentimientos sobre la religión nunca se han sorprendido por las escenas que podrían ocurrir en su hogar. Ajenos a todas las ideas cristianas, se habían lanzado a la magia, donde se les consideraba maestros hábiles y consumados.
Ambos habían estado convencidos por poco tiempo de que los Espíritus los instaban fuertemente a abandonar la tierra para disfrutar de una mayor felicidad en otro mundo, el mundo supra terrestre. Sin dudar de que así sería, ellos, con la mayor serenidad, cometieron un doble suicidio que hoy provoca un gran escándalo en la ciudad de Tours.
Así, hoy lo que vemos como resultado del Espiritismo y de su doctrina es el suicidio; ayer hubo casos de locura, sin contar los desórdenes domésticos y otros desórdenes a que tantas veces ha dado lugar el Espiritismo. ¿No es esto suficiente para que los hombres que no quieren escuchar la voz de la religión comprendan a qué peligros se exponen al involucrarse en estas prácticas oscuras y estúpidas”?
Notemos primero que si estos dos individuos afirmaban hacer evocaciones es porque no estaban haciendo evocaciones reales; que abusaron de otros o de ellos mismos; por lo tanto, si no hicieron verdaderas evocaciones fue una quimera, y los Espíritus no pueden haberles dado malos consejos.
¿Eran Espíritas, es decir Espíritas de corazón o de nombre? El artículo señala que eran ajenos a cualquier idea cristiana; además, que eran considerados maestros hábiles y consumados de la magia; sin embargo, es constante que el Espiritismo es inseparable de las ideas religiosas y especialmente cristianas; que la negación de éstos es la negación del Espiritismo; que condena las prácticas de la magia, con las que no tiene nada en común; que denuncia como supersticiosa la creencia en la virtud de los talismanes, las fórmulas, los signos cabalísticos y las palabras sacramentales; por lo tanto estas personas no eran Espíritas, ya que estaban en contradicción con los principios del Espiritismo. Para rendir homenaje a la verdad, diremos que, de las informaciones obtenidas, se desprende que estas personas no se dedicaban a la magia, y que sin duda quisimos aprovechar la circunstancia para atribuir este nombre al Espiritismo.
El artículo dice además que, entre ellos, se hacían preguntas de todo tipo a los Espíritus. El Espiritismo dice expresamente que no podemos dirigir a los Espíritus toda clase de preguntas; que vienen a enseñarnos y a hacernos mejores, y no a cuidar intereses materiales; ¿qué tiene de malo el propósito de las manifestaciones y ver en ellas un medio para conocer el futuro, para descubrir tesoros o legados, para hacer invenciones y descubrimientos científicos para ganar fama o enriquecerse sin trabajo?; en una palabra, que los Espíritus no vienen a adivinar la buenaventura; por eso, al hacer a los Espíritus preguntas de todo tipo, lo cual es verdadero, estos individuos demostraron su ignorancia sobre el objetivo mismo del Espiritismo.
El artículo no dice que hicieron de ello una profesión, y de hecho no fue así, de lo contrario recordaríamos lo que se ha dicho cien veces sobre esta explotación y sus consecuencias, de las cuales el Espiritismo serio no puede asumir responsabilidad legal o de otro tipo, como tampoco asume la de las excentricidades de quienes no lo comprenden; no defiende ninguno de los abusos que puedan cometerse en su nombre, por quienes toman su forma o enmascaran sin asimilar sus principios.
Otra prueba de que estos individuos ignoraron uno de los puntos fundamentales de la Doctrina Espírita es que el Espiritismo demuestra, no con una simple teoría moral, sino con numerosos y terribles ejemplos, que el suicidio es severamente castigado; que aquel que cree escapar de las miserias de la vida por una muerte voluntaria anticipada de los planes de Dios, cae en un estado mucho más infeliz. El Espírita, pues, sabe, sin poder dudarlo, que, mediante el suicidio, cambiamos un mal estado temporal por uno peor, que puede durar mucho tiempo; esto es lo que estos individuos habrían sabido si hubieran sabido sobre el Espiritismo. El autor del artículo, al sostener que esta Doctrina conduce al suicidio, hablaba él mismo de algo que no sabía.
No nos sorprende en modo alguno el resultado que ha producido el ruido que se ha hecho sobre este acontecimiento. Al presentarlo como consecuencia de la Doctrina Espírita, se despertó la curiosidad y todos quisieron conocer esta Doctrina por sí mismos, a menos que la rechazaran si era como estaba representada; sin embargo, se reconoció que estaba diciendo todo lo contrario de lo que le hacían decir; por lo tanto, sólo puede beneficiarse de ser conocida, lo que nuestros adversarios parecen asumir con un ardor que sólo podemos agradecer, salvo la intención. Si por medio de sus diatribas producen una pequeña perturbación local y momentánea, no pasa mucho tiempo antes de que le siga un resurgimiento del número de seguidores; esto es lo que vemos en todas partes.
“Si, por tanto”, nos escriben desde Tours, “estos individuos creyeron necesario mezclar a los Espíritus con su resolución fatal y sus conocidas excentricidades, es evidente que no entendían nada del Espiritismo, y que no podemos sacar ninguna conclusión contra la Doctrina; de lo contrario tendríamos que responsabilizar a las doctrinas más serias y sagradas de los abusos, incluso de los crímenes cometidos en su nombre por pobres tontos o fanáticos. La Sra. F... decía ser una médium, pero todos los que la escuchaban hablar nunca podían tomarla en serio. Las ideas muy conocidas, las exageraciones y las excentricidades de los dos esposos y especialmente de la esposa, les hicieron cerrar sin piedad las puertas del círculo Espírita de Tours, donde no fueron admitidos a una sola sesión”.
El citado diario no se informó mejor sobre las causas reales de este suicidio. Los extraemos de documentos auténticos depositados ante notario en Tours, así como de una carta que nos escribió a este respecto el Sr. X…, abogado de esta ciudad.
La pareja de ancianos F..., esposa de sesenta y dos años y marido de ochenta, lejos de ser acomodada, se vio empujada al suicidio sólo por la perspectiva de la pobreza. Habían acumulado una pequeña fortuna en un comercio de Rouenneries (tela de algodón estampada en colores que se fabricaba en la ciudad francesa de Ruán) en Nueva Orleans; arruinados por las quiebras, llegaron a Nantes y luego a Tours con algunos restos de su naufragio. Una renta vitalicia de 480 francos, que era su principal recurso, les falló en 1856 tras una nueva quiebra. Ya tres veces, y mucho antes de que se hablara del Espiritismo, habían intentado suicidarse. Recientemente, perseguidos por antiguos acreedores, un proceso desafortunado los había arruinado y les había hecho perder el coraje y la razón.
La siguiente carta, escrita por la Sra. F… antes de su muerte, y que se encuentra entre los documentos mencionados anteriormente, y firmada por el presidente del tribunal, sin posibilidad de cambio, revela el verdadero motivo. Lo transcribimos textualmente con la ortografía original:
“Sr. y Sra. B…, antes de ir al cielo, quiero llevarme bien con ustedes por última vez, por favor acepten mi último adiós, espero sin embargo que nos volvamos a ver, al partir antes que ustedes, guardaré su dirección para cuando llegue el momento, quiero compartir contigo nuestro proyecto, ya que nuestras adversidades las hemos alimentado en nuestro corazón, una pena que no se puede borrar, es más que una molestia, todo se vuelve una carga para mí, mi corazón está constantemente lleno de amargura, debo decirle que desde hace seis años el asunto de nuestra casa, todavía no se ha terminado nada, tal vez tendremos que traer otros dos mil francos, ya que vemos que sólo podemos salir de esto con muchas privaciones, que siempre tenemos que empezar de nuevo sin ver el final, hay que ponerle fin, ahora que somos viejos la fuerza empieza a abandonarnos, falta el coraje, el juego ya no es igual, hay que poner un fin y nos detenemos en la determinación. Por favor acepte mis más sinceros deseos. Sra. F…”
Hoy sabemos en Tours qué creer sobre las verdaderas causas de este acontecimiento, y el ruido que se ha hecho sobre este tema se vuelve en beneficio del Espiritismo, porque, dice nuestro corresponsal, hablamos en todas partes, la gente quiere saber exactamente qué está sucediendo y desde entonces los libreros de la ciudad han vendido más libros Espíritas que nunca.
Es realmente curioso ver el tono lamentable de unos, el enojo furioso de otros, y en medio de todo esto el Espiritismo continúa su marcha ascendente como un soldado que va al ataque sin preocuparse por la metralla. Los adversarios, al ver la burla impotente, después de haber dicho que era un fuego fatuo, ahora dicen que es un perro rabioso.
Variedades
Leemos en Le Siècle del 23 de marzo de 1862:
El matrimonio C…, que vivía en la calle Notre-Dame de Nazareth, tenía dos hijos, un niño de quince meses y una niña de cinco años, que nunca fueron vistos porque nadie entró en su casa. Sólo una vez la habíamos visto atada por las axilas y colgada de una puerta, y muchas veces podíamos escuchar gemidos provenientes de su alojamiento. Se rumoreaba que era objeto de un trato odioso. El comisario de policía fue a su casa y tuvo que hacer uso de la fuerza para entrar.
Un espectáculo espantoso se presentó ante la gente que entraba. La pobre niña estaba sin camisa ni medias, cubierta sólo por un vestidito indio repulsivamente sucio. La carne de los pies había acabado adhiriéndose al cuero de los zapatos. Estaba sentada en un pequeño orinal nocturno, apoyada contra una caja y sostenida por cuerdas que pasaban por las asas de la caja. La investigación reveló que llevaba varios meses en esa posición, lo que le había producido una hernia de recto; que los padres se levantaban por la noche para atormentar a su víctima; la despertaban golpeándola a ella, la esposa con unas pinzas y el mango de un plumero, el marido con una cuerda. Ante las protestas del comisionado, el marido respondió: “Señor, soy muy religioso; mi hija estaba haciendo mal sus oraciones, por eso quise corregirla”.
¿Qué diría el autor del artículo citado anteriormente sobre los suicidios en Tours, si atribuyéramos a la religión esta barbarie de personas que se dicen muy religiosas? ¿El acto de esta madre que mató a sus cinco hijos para enviarlos antes al cielo? ¿La de esta joven sirvienta que, tomando al pie de la letra la máxima de Cristo: “Si tu diestra te escandaliza, córtate la diestra”, le cortó la mano con un hacha? Él respondería que no basta con llamarse religioso, sino que hay que serlo en el sentido correcto; que no debemos sacar una conclusión general de un hecho aislado. Somos de esta opinión y le enviamos esta respuesta sobre sus imputaciones contra el Espiritismo, sobre personas que sólo toman el nombre.
Leemos en Le Siècle del 23 de marzo de 1862:
El matrimonio C…, que vivía en la calle Notre-Dame de Nazareth, tenía dos hijos, un niño de quince meses y una niña de cinco años, que nunca fueron vistos porque nadie entró en su casa. Sólo una vez la habíamos visto atada por las axilas y colgada de una puerta, y muchas veces podíamos escuchar gemidos provenientes de su alojamiento. Se rumoreaba que era objeto de un trato odioso. El comisario de policía fue a su casa y tuvo que hacer uso de la fuerza para entrar.
Un espectáculo espantoso se presentó ante la gente que entraba. La pobre niña estaba sin camisa ni medias, cubierta sólo por un vestidito indio repulsivamente sucio. La carne de los pies había acabado adhiriéndose al cuero de los zapatos. Estaba sentada en un pequeño orinal nocturno, apoyada contra una caja y sostenida por cuerdas que pasaban por las asas de la caja. La investigación reveló que llevaba varios meses en esa posición, lo que le había producido una hernia de recto; que los padres se levantaban por la noche para atormentar a su víctima; la despertaban golpeándola a ella, la esposa con unas pinzas y el mango de un plumero, el marido con una cuerda. Ante las protestas del comisionado, el marido respondió: “Señor, soy muy religioso; mi hija estaba haciendo mal sus oraciones, por eso quise corregirla”.
¿Qué diría el autor del artículo citado anteriormente sobre los suicidios en Tours, si atribuyéramos a la religión esta barbarie de personas que se dicen muy religiosas? ¿El acto de esta madre que mató a sus cinco hijos para enviarlos antes al cielo? ¿La de esta joven sirvienta que, tomando al pie de la letra la máxima de Cristo: “Si tu diestra te escandaliza, córtate la diestra”, le cortó la mano con un hacha? Él respondería que no basta con llamarse religioso, sino que hay que serlo en el sentido correcto; que no debemos sacar una conclusión general de un hecho aislado. Somos de esta opinión y le enviamos esta respuesta sobre sus imputaciones contra el Espiritismo, sobre personas que sólo toman el nombre.
Espíritus y Espiritismo - Por el Sr. Fammarion (Extraído de la Revue Française)
Bajo este título, el Sr. Flammarion, autor del folleto sobre la Pluralidad de los mundos habitados, del que informamos en nuestro número del pasado mes de enero, acaba de publicar en la Revue Française de febrero de 1863 [1] un primer artículo muy interesante, cuyo comienzo damos a continuación. Esta obra, que le fue encargada por la dirección de esta revista, importante y muy difundida colección literaria, es una presentación de la historia y de los principios del Espiritismo. Su extensión casi le confiere la importancia de una obra especial, teniendo este primer artículo nada menos que veintitrés páginas. El autor consideró necesario ignorar, hasta cierto punto, su opinión personal sobre la cuestión y permanecer en un terreno algo neutral, limitándose a una exposición imparcial de los hechos, para dejar al lector total libertad de apreciación. Comienza así:
“En un siglo en el que la metafísica ha caído de su alto pedestal, en el que la idea religiosa ha querido liberarse de todo dogma y de todo culto especial, en el que la propia filosofía ha cambiado su modo de razonamiento para adherirse al positivismo de la ciencia experimental, una doctrina espiritualista vino para ser ofrecida a los hombres, y la recibieron; les ofreció un símbolo de creencia y ellos lo adoptaron; les mostró un nuevo camino que conduce a regiones inexploradas, y se comprometieron en él, y ahora esta Doctrina, basada en las manifestaciones de seres invisibles, se ha elevado, apenas salida de la cuna, por encima de las afecciones ordinarias de la vida, y se ha extendido universalmente entre la gente del viejo y del nuevo mundo. ¿Qué es entonces ese poderoso aliento bajo cuyo impulso tantas cabezas pensantes han mirado hacia el mismo punto del cielo?
Vana utopía o verdadera ciencia, fantástico señuelo o verdad profunda, el acontecimiento está ahí ante nuestros ojos y nos muestra el estandarte del Espiritismo reuniéndose en torno a sus numerosos defensores, contando hoy sus defensores por millones. Y este número prodigioso se formó en el espacio limitado de diez años.
Tenemos pues ante nuestros ojos un nuevo acontecimiento: es un hecho incontestable. Ahora bien, cualquiera que sea la frivolidad o la importancia de este acontecimiento, no será inútil estudiarlo en sí mismo, para saber si tiene derecho de nacimiento entre los hijos del progreso, si su marcha es paralela al movimiento de las ideas progresistas, o si no tiende, como pretenden algunos, a hacernos retroceder hacia creencias superadas y poco dignas de ser restituidas.
Y en cuanto a razonar sobre cualquier tema, es importante ante todo conocerlo bien, para no exponernos a valoraciones erróneas, examinaremos sucesivamente en qué hechos se basa el Espiritismo, sobre qué base construimos la teoría de su enseñanza y en qué consiste brevemente esta ciencia. Observemos que estamos tratando aquí con hechos y no con sistemas especulativos u opiniones azarosas; porque, cualquiera que sea la maravilla de la cuestión que nos ocupa, el Espiritismo se basa pura y simplemente en la observación de los hechos. Si fuera de otra manera, si se tratara sólo de una nueva secta religiosa, de una nueva escuela filosófica, estamos seguros de que este acontecimiento perdería gran parte de su importancia, y que los hombres serios de la época actual, discípulos en su mayoría del método baconiano, no habrían dedicado su tiempo a examinar una cuestión de teoría pura. En el libro de la debilidad humana se han escrito suficientes utopías como para que ya no busquemos recoger los ensueños que los cerebros exaltados conciben y proclaman cada día.
Ahora vamos, francamente y sin segundas intenciones, a acercarnos a esta ciencia doctrinaria, de la que se ha dicho mucho bien y mucho mal, quizás sin haberla estudiado lo suficiente. En esta presentación comenzaremos por el origen de su historia moderna, -porque el Espiritismo tiene su historia antigua-, y daremos a conocer los sucesivos fenómenos que lo han establecido definitivamente; siguiendo el orden natural de las cosas, examinaremos el efecto antes de volver a la causa”.
Sigue la historia de las primeras manifestaciones en América, su introducción en Europa, su conversión en doctrina filosófica.
[1] Revue Française, rue d’Amsterdam, 35. – 20 fr. anualmente. – Cada entrega mensual de 120 páginas, 2 fr.
Bajo este título, el Sr. Flammarion, autor del folleto sobre la Pluralidad de los mundos habitados, del que informamos en nuestro número del pasado mes de enero, acaba de publicar en la Revue Française de febrero de 1863 [1] un primer artículo muy interesante, cuyo comienzo damos a continuación. Esta obra, que le fue encargada por la dirección de esta revista, importante y muy difundida colección literaria, es una presentación de la historia y de los principios del Espiritismo. Su extensión casi le confiere la importancia de una obra especial, teniendo este primer artículo nada menos que veintitrés páginas. El autor consideró necesario ignorar, hasta cierto punto, su opinión personal sobre la cuestión y permanecer en un terreno algo neutral, limitándose a una exposición imparcial de los hechos, para dejar al lector total libertad de apreciación. Comienza así:
“En un siglo en el que la metafísica ha caído de su alto pedestal, en el que la idea religiosa ha querido liberarse de todo dogma y de todo culto especial, en el que la propia filosofía ha cambiado su modo de razonamiento para adherirse al positivismo de la ciencia experimental, una doctrina espiritualista vino para ser ofrecida a los hombres, y la recibieron; les ofreció un símbolo de creencia y ellos lo adoptaron; les mostró un nuevo camino que conduce a regiones inexploradas, y se comprometieron en él, y ahora esta Doctrina, basada en las manifestaciones de seres invisibles, se ha elevado, apenas salida de la cuna, por encima de las afecciones ordinarias de la vida, y se ha extendido universalmente entre la gente del viejo y del nuevo mundo. ¿Qué es entonces ese poderoso aliento bajo cuyo impulso tantas cabezas pensantes han mirado hacia el mismo punto del cielo?
Vana utopía o verdadera ciencia, fantástico señuelo o verdad profunda, el acontecimiento está ahí ante nuestros ojos y nos muestra el estandarte del Espiritismo reuniéndose en torno a sus numerosos defensores, contando hoy sus defensores por millones. Y este número prodigioso se formó en el espacio limitado de diez años.
Tenemos pues ante nuestros ojos un nuevo acontecimiento: es un hecho incontestable. Ahora bien, cualquiera que sea la frivolidad o la importancia de este acontecimiento, no será inútil estudiarlo en sí mismo, para saber si tiene derecho de nacimiento entre los hijos del progreso, si su marcha es paralela al movimiento de las ideas progresistas, o si no tiende, como pretenden algunos, a hacernos retroceder hacia creencias superadas y poco dignas de ser restituidas.
Y en cuanto a razonar sobre cualquier tema, es importante ante todo conocerlo bien, para no exponernos a valoraciones erróneas, examinaremos sucesivamente en qué hechos se basa el Espiritismo, sobre qué base construimos la teoría de su enseñanza y en qué consiste brevemente esta ciencia. Observemos que estamos tratando aquí con hechos y no con sistemas especulativos u opiniones azarosas; porque, cualquiera que sea la maravilla de la cuestión que nos ocupa, el Espiritismo se basa pura y simplemente en la observación de los hechos. Si fuera de otra manera, si se tratara sólo de una nueva secta religiosa, de una nueva escuela filosófica, estamos seguros de que este acontecimiento perdería gran parte de su importancia, y que los hombres serios de la época actual, discípulos en su mayoría del método baconiano, no habrían dedicado su tiempo a examinar una cuestión de teoría pura. En el libro de la debilidad humana se han escrito suficientes utopías como para que ya no busquemos recoger los ensueños que los cerebros exaltados conciben y proclaman cada día.
Ahora vamos, francamente y sin segundas intenciones, a acercarnos a esta ciencia doctrinaria, de la que se ha dicho mucho bien y mucho mal, quizás sin haberla estudiado lo suficiente. En esta presentación comenzaremos por el origen de su historia moderna, -porque el Espiritismo tiene su historia antigua-, y daremos a conocer los sucesivos fenómenos que lo han establecido definitivamente; siguiendo el orden natural de las cosas, examinaremos el efecto antes de volver a la causa”.
Sigue la historia de las primeras manifestaciones en América, su introducción en Europa, su conversión en doctrina filosófica.
[1] Revue Française, rue d’Amsterdam, 35. – 20 fr. anualmente. – Cada entrega mensual de 120 páginas, 2 fr.
Disertaciones Espíritas
Tarjeta de presentación del Sr. Jobard
Sociedad Espírita de París, 9 de enero de 1863. - Médium, Sr. d’Ambel
Hoy vengo a haceros mi visita de buena hermandad y al mismo tiempo a presentaros a un viejo amigo de colegio con quien nuestras legiones etéreas acaban de enriquecerse; por tanto, acogedlo como un nuevo y celoso defensor de la nueva verdad. Si durante su vida no fue un auténtico Espírita, podemos afirmar que nunca se pronunció abiertamente contra nuestras creencias; incluso diría que en lo más profundo de su conciencia veía en ello la protección de todas las religiones para el futuro. Más de una vez en su vida tuvo la notable felicidad de sentir la iluminación interior que le mostraba el camino hacia la verdad cuando la incertidumbre estaba a punto de invadir su alma; entonces, cuando intercambiamos, hace apenas unas horas, nuestros fraternales apretones de manos, él me dijo con su dulce sonrisa: ¡Amigo, tenías razón!
Si no se prestó al desarrollo de nuestras ideas es porque la intuición mediúmnica que actuó sobre él le hizo comprender que ni la hora ni el momento había llegado, y que habría sido peligroso hacerlo en medio de las serias implicaciones en su ministerio y entre un rebaño tan difícil de liderar como el suyo.
Hoy, cuando está libre de las preocupaciones de la vida terrenal, no podría estar más feliz de asistir a una de vuestras sesiones; porque desde hacía mucho tiempo tenía la ambición de venir y sentarse entre vosotros. Muchas veces tuvo el deseo de visitar a nuestro querido presidente, por quien tenía una estima muy particular, apreciando cuántas almas sus libros y sus enseñanzas devolvían, si no al seno de la Iglesia, al menos a la fe, al respeto a Dios y a la certeza de la inmortalidad. Sin embargo, debo decirlo, cuando lo visité, al recibirme con la efusión de un antiguo compañero de estudios, se opuso a mi afán, tal vez exagerado, por tratarlo como una autoridad ante la cual tuviera que inclinarme. Sin embargo, mientras me conducía de vuelta, me dijo estas compasivas palabras: ¡Si non e vero e bene trovato! (¡Si no es verdad, está bien contado! - Como figura del lenguaje, alude a algo que puede no ser verdad, pero está tan bien contado o narrado o es tan interesante o valioso que debería haber ocurrido).
Ahora que ha venido a unirse a nuestras falanges y que los mismos escrúpulos ya no lo frenan, desea el éxito de nuestra obra y contempla con alegría el futuro que promete a la humanidad; contempla con alegría inefable la tierra prometida a las nuevas generaciones, o más bien a las viejas generaciones que ya han luchado tanto, y prevé la hora bendita en que sus sucesores enarbolarán resueltamente esta nueva bandera de la fe galicana: ¡el Espiritismo!
Cualquiera sea el caso, mi querido presidente y mis queridos colegas, tuve el honor de recibir a este venerable amigo a las puertas de la vida, y estoy orgulloso de presentarlo entre ustedes; me pide que les asegure todas sus simpatías y les diga que seguirá con gran interés sus trabajos y estudios. A la felicidad de ser para vosotros su intérprete agrego la de presentaros las felicitaciones de una legión de grandes Espíritus que siguen asiduamente vuestras sesiones; por tanto, os traigo en mi nombre y el de ellos el homenaje de nuestra estima y los deseos que formulamos para el éxito de la gran causa.
¡Vamos! Dentro de poco, la Tierra sólo tendrá unos pocos animales humanos raros entre sus habitantes. Estrecho la mano de Allan Kardec en nombre de todos sus amigos más allá de la tumba, entre los cuales les pido que me consideren uno de los más devotos.
Jobard.
Sociedad Espírita de París, 9 de enero de 1863. - Médium, Sr. d’Ambel
Hoy vengo a haceros mi visita de buena hermandad y al mismo tiempo a presentaros a un viejo amigo de colegio con quien nuestras legiones etéreas acaban de enriquecerse; por tanto, acogedlo como un nuevo y celoso defensor de la nueva verdad. Si durante su vida no fue un auténtico Espírita, podemos afirmar que nunca se pronunció abiertamente contra nuestras creencias; incluso diría que en lo más profundo de su conciencia veía en ello la protección de todas las religiones para el futuro. Más de una vez en su vida tuvo la notable felicidad de sentir la iluminación interior que le mostraba el camino hacia la verdad cuando la incertidumbre estaba a punto de invadir su alma; entonces, cuando intercambiamos, hace apenas unas horas, nuestros fraternales apretones de manos, él me dijo con su dulce sonrisa: ¡Amigo, tenías razón!
Si no se prestó al desarrollo de nuestras ideas es porque la intuición mediúmnica que actuó sobre él le hizo comprender que ni la hora ni el momento había llegado, y que habría sido peligroso hacerlo en medio de las serias implicaciones en su ministerio y entre un rebaño tan difícil de liderar como el suyo.
Hoy, cuando está libre de las preocupaciones de la vida terrenal, no podría estar más feliz de asistir a una de vuestras sesiones; porque desde hacía mucho tiempo tenía la ambición de venir y sentarse entre vosotros. Muchas veces tuvo el deseo de visitar a nuestro querido presidente, por quien tenía una estima muy particular, apreciando cuántas almas sus libros y sus enseñanzas devolvían, si no al seno de la Iglesia, al menos a la fe, al respeto a Dios y a la certeza de la inmortalidad. Sin embargo, debo decirlo, cuando lo visité, al recibirme con la efusión de un antiguo compañero de estudios, se opuso a mi afán, tal vez exagerado, por tratarlo como una autoridad ante la cual tuviera que inclinarme. Sin embargo, mientras me conducía de vuelta, me dijo estas compasivas palabras: ¡Si non e vero e bene trovato! (¡Si no es verdad, está bien contado! - Como figura del lenguaje, alude a algo que puede no ser verdad, pero está tan bien contado o narrado o es tan interesante o valioso que debería haber ocurrido).
Ahora que ha venido a unirse a nuestras falanges y que los mismos escrúpulos ya no lo frenan, desea el éxito de nuestra obra y contempla con alegría el futuro que promete a la humanidad; contempla con alegría inefable la tierra prometida a las nuevas generaciones, o más bien a las viejas generaciones que ya han luchado tanto, y prevé la hora bendita en que sus sucesores enarbolarán resueltamente esta nueva bandera de la fe galicana: ¡el Espiritismo!
Cualquiera sea el caso, mi querido presidente y mis queridos colegas, tuve el honor de recibir a este venerable amigo a las puertas de la vida, y estoy orgulloso de presentarlo entre ustedes; me pide que les asegure todas sus simpatías y les diga que seguirá con gran interés sus trabajos y estudios. A la felicidad de ser para vosotros su intérprete agrego la de presentaros las felicitaciones de una legión de grandes Espíritus que siguen asiduamente vuestras sesiones; por tanto, os traigo en mi nombre y el de ellos el homenaje de nuestra estima y los deseos que formulamos para el éxito de la gran causa.
¡Vamos! Dentro de poco, la Tierra sólo tendrá unos pocos animales humanos raros entre sus habitantes. Estrecho la mano de Allan Kardec en nombre de todos sus amigos más allá de la tumba, entre los cuales les pido que me consideren uno de los más devotos.
Sé severo contigo mismo e indulgente con tus
hermanos. - 1ª homilía
Sociedad Espírita de París, 9 de enero de 1863. - Médium, Sr. d’Ambel
Esta es la primera vez que vengo a hablar con vosotros, mis queridos hijos; me hubiera gustado elegir un médium más comprensivo con los sentimientos que han sido motivo de toda mi vida terrena y más capaz de prestarme asistencia religiosa; pero como hace tiempo que san Agustín se ha apoderado del medio cuyos materiales cerebrales me habrían sido más útiles, y hacia el que me sentía inclinado, me dirijo a vosotros por medio del que utilizó, el excelente compañero Jobard, para presentarme en su sociedad filosófica. Por lo tanto, tendré gran dificultad para expresar hoy lo que quiero decirles: primero, por la dificultad que experimento para manipular la materia mediana, al no estar todavía acostumbrado a esta propiedad de mi ser incorpóreo; y luego que tengo que hacer que mis ideas fluyan de un cerebro que no las admite todas. Dicho esto, acerco mi tema.
Un jorobado travieso de la antigüedad decía que los hombres de su tiempo llevaban una doble bolsa, cuyo bolsillo trasero contenía sus faltas e imperfecciones, mientras que el bolsillo delantero recibía todas las faltas de los demás; esto es lo que más tarde recordó el Evangelio por medio de la alegoría de la paja y la viga en el ojo. ¡Dios mío! Hijitos míos, ya es hora de que las bolsas cambien de lugar; y corresponde a los Espíritas sinceros realizar esta modificación llevando delante de sí el bolsillo que contiene sus propias imperfecciones, para que, teniéndolas continuamente ante sus ojos, puedan corregirse a sí mismos, y el que contiene las faltas de los demás, del otro lado, para no atribuirle más una voluntad celosa y burlona. ¡Ah! ya que será digno de la Doctrina que confiesas y que debe regenerar a la humanidad ver a sus seguidores sinceros y convencidos actuar con esta caridad que proclaman y que les ordena no reparar más en la paja que obstaculiza la vista del hermano, y, al contrario, trabajan con ardor para librarse de la viga que los ciega a ellos mismos. ¡Pobre de mí! Queridos hijos, esta viga está formada por el conjunto de vuestras tendencias egoístas, de vuestras malas inclinaciones y de vuestras faltas acumuladas que hasta ahora tienes, como todos los hombres, profesabas una tolerancia paternal demasiado grande, mientras que la mayor parte del tiempo sólo tenías intolerancia y severidad hacia las debilidades del prójimo. Tanto quisiera veros a todos liberados de esta flaqueza moral de los demás hombres, ¡oh! mis queridos Espíritas, que os invito con todas mis fuerzas a entrar en el camino que os indico. Bien sé que muchos de vuestros costados veniales ya han cambiado en dirección a la verdad; pero veo aún entre vosotros tanta debilidad y tanta indecisión por el bien absoluto, que la distancia que os separa del rebaño de pecadores empedernidos y materialistas no es tan grande como para que el torrente no pueda todavía arrastraros. ¡Ah! Os queda aún un paso difícil por dar para alcanzar la altura de la santa y consoladora Doctrina que los Espíritus, hermanos míos, os revelan desde hace varios años.
En la vida militante de la que, gracias al Señor, acabo de salir, he visto tantas mentiras afirmadas como verdades, tantos vicios presentados como virtudes, que estoy feliz de haber salido de un ambiente donde la hipocresía casi siempre cubría la tristeza y miseria moral que me rodeaban; y sólo me queda felicitaros por ver que vuestras filas no se abren fácilmente a los esbirros de esta hipocresía mentirosa.
Amigos míos, nunca se dejen engañar por las palabras de oro; mirad y sondead las acciones antes de abrir vuestras filas a los que buscan este honor, porque muchos falsos hermanos buscarán mezclarse con vosotros para traer problemas y sembrar división en secreto. Mi conciencia me manda a iluminaros, y lo hago con toda la sinceridad de mi corazón, sin preocuparme por nadie; estás advertido: actúa en consecuencia de ahora en adelante. Pero para terminar como comencé, os ruego en gracia, mis queridos hijos, que os cuidéis seriamente, que expulséis de vuestros corazones todos los gérmenes impuros que aún puedan haber quedado adheridos a ellos, que os reforméis poco a poco, pero sin tregua, según una sana moral Espírita, y finalmente ser tan severo contigo mismo como indulgente con las debilidades de tus hermanos.
Si esta primera homilía deja algo que desear en términos de forma, culpo sólo a mi inexperiencia con el medianismo; lo haré mejor la primera vez que me permitan comunicarme en su entorno, donde agradezco a mi amigo Jobard por haberme tratado con condescendencia. Adiós, hijos míos, os bendigo.
François-Nicolas Madeleine.
Sociedad Espírita de París, 9 de enero de 1863. - Médium, Sr. d’Ambel
Esta es la primera vez que vengo a hablar con vosotros, mis queridos hijos; me hubiera gustado elegir un médium más comprensivo con los sentimientos que han sido motivo de toda mi vida terrena y más capaz de prestarme asistencia religiosa; pero como hace tiempo que san Agustín se ha apoderado del medio cuyos materiales cerebrales me habrían sido más útiles, y hacia el que me sentía inclinado, me dirijo a vosotros por medio del que utilizó, el excelente compañero Jobard, para presentarme en su sociedad filosófica. Por lo tanto, tendré gran dificultad para expresar hoy lo que quiero decirles: primero, por la dificultad que experimento para manipular la materia mediana, al no estar todavía acostumbrado a esta propiedad de mi ser incorpóreo; y luego que tengo que hacer que mis ideas fluyan de un cerebro que no las admite todas. Dicho esto, acerco mi tema.
Un jorobado travieso de la antigüedad decía que los hombres de su tiempo llevaban una doble bolsa, cuyo bolsillo trasero contenía sus faltas e imperfecciones, mientras que el bolsillo delantero recibía todas las faltas de los demás; esto es lo que más tarde recordó el Evangelio por medio de la alegoría de la paja y la viga en el ojo. ¡Dios mío! Hijitos míos, ya es hora de que las bolsas cambien de lugar; y corresponde a los Espíritas sinceros realizar esta modificación llevando delante de sí el bolsillo que contiene sus propias imperfecciones, para que, teniéndolas continuamente ante sus ojos, puedan corregirse a sí mismos, y el que contiene las faltas de los demás, del otro lado, para no atribuirle más una voluntad celosa y burlona. ¡Ah! ya que será digno de la Doctrina que confiesas y que debe regenerar a la humanidad ver a sus seguidores sinceros y convencidos actuar con esta caridad que proclaman y que les ordena no reparar más en la paja que obstaculiza la vista del hermano, y, al contrario, trabajan con ardor para librarse de la viga que los ciega a ellos mismos. ¡Pobre de mí! Queridos hijos, esta viga está formada por el conjunto de vuestras tendencias egoístas, de vuestras malas inclinaciones y de vuestras faltas acumuladas que hasta ahora tienes, como todos los hombres, profesabas una tolerancia paternal demasiado grande, mientras que la mayor parte del tiempo sólo tenías intolerancia y severidad hacia las debilidades del prójimo. Tanto quisiera veros a todos liberados de esta flaqueza moral de los demás hombres, ¡oh! mis queridos Espíritas, que os invito con todas mis fuerzas a entrar en el camino que os indico. Bien sé que muchos de vuestros costados veniales ya han cambiado en dirección a la verdad; pero veo aún entre vosotros tanta debilidad y tanta indecisión por el bien absoluto, que la distancia que os separa del rebaño de pecadores empedernidos y materialistas no es tan grande como para que el torrente no pueda todavía arrastraros. ¡Ah! Os queda aún un paso difícil por dar para alcanzar la altura de la santa y consoladora Doctrina que los Espíritus, hermanos míos, os revelan desde hace varios años.
En la vida militante de la que, gracias al Señor, acabo de salir, he visto tantas mentiras afirmadas como verdades, tantos vicios presentados como virtudes, que estoy feliz de haber salido de un ambiente donde la hipocresía casi siempre cubría la tristeza y miseria moral que me rodeaban; y sólo me queda felicitaros por ver que vuestras filas no se abren fácilmente a los esbirros de esta hipocresía mentirosa.
Amigos míos, nunca se dejen engañar por las palabras de oro; mirad y sondead las acciones antes de abrir vuestras filas a los que buscan este honor, porque muchos falsos hermanos buscarán mezclarse con vosotros para traer problemas y sembrar división en secreto. Mi conciencia me manda a iluminaros, y lo hago con toda la sinceridad de mi corazón, sin preocuparme por nadie; estás advertido: actúa en consecuencia de ahora en adelante. Pero para terminar como comencé, os ruego en gracia, mis queridos hijos, que os cuidéis seriamente, que expulséis de vuestros corazones todos los gérmenes impuros que aún puedan haber quedado adheridos a ellos, que os reforméis poco a poco, pero sin tregua, según una sana moral Espírita, y finalmente ser tan severo contigo mismo como indulgente con las debilidades de tus hermanos.
Si esta primera homilía deja algo que desear en términos de forma, culpo sólo a mi inexperiencia con el medianismo; lo haré mejor la primera vez que me permitan comunicarme en su entorno, donde agradezco a mi amigo Jobard por haberme tratado con condescendencia. Adiós, hijos míos, os bendigo.
Fiesta de Navidad
Sociedad Espírita de Tours, 24 de diciembre de 1862. - Médium, Sr. N...
Esta tarde es cuando, en el mundo cristiano, celebramos la Natividad del Niño Jesús; pero vosotros, hermanos míos, debéis también alegraros y celebrar el nacimiento de la nueva Doctrina Espírita. La verás crecer como este niño; ella vendrá, como él, a iluminar a los hombres y mostrarles el camino que deben seguir. Pronto veréis a reyes, como los Reyes Magos, venir a pedir ayuda a esta Doctrina que ya no encuentran en las ideas antiguas. Ya no os traerán incienso ni mirra, sino que se postrarán con el corazón ante las nuevas ideas del Espiritismo. ¿No ves ya brillar la estrella que los guiará? Ánimo pues, hermanos míos; coraje, y pronto podréis celebrar con el mundo entero la gran fiesta de la regeneración de la humanidad.
Hermanos míos, hace mucho que contienes en tu corazón el germen de esta Doctrina; pero hoy aparece a plena luz del día con el apoyo de una estaca sólidamente plantada que no deja que sus débiles ramas se doblen; con este apoyo providencial crecerá día a día y se convertirá en el árbol de la creación divina. De este árbol recogeréis frutos que no reservaréis sólo para vosotros, sino para vuestros hermanos que tendrán hambre y sed de la sagrada fe. ¡Oh! luego, preséntales este fruto y clama desde el fondo de tu corazón: “Ven, ven y comparte con nosotros lo que alimenta nuestro Espíritu y alivia nuestro dolor físico y moral”.
Pero no olvidéis, hermanos míos, que Dios os hizo brotar el primer brote; que este germen ha crecido, y que ya se ha convertido en un árbol capaz de dar su fruto. Te quedará algo para explotar, estos son estos tallos que puedes trasplantar, pero mirad primero si la tierra a la que confiáis este germen no esconde bajo su capa aparente algún gusano roedor que podría devorar lo que el Maestro os ha confiado.
Firmado: San Luis.
Sociedad Espírita de Tours, 24 de diciembre de 1862. - Médium, Sr. N...
Esta tarde es cuando, en el mundo cristiano, celebramos la Natividad del Niño Jesús; pero vosotros, hermanos míos, debéis también alegraros y celebrar el nacimiento de la nueva Doctrina Espírita. La verás crecer como este niño; ella vendrá, como él, a iluminar a los hombres y mostrarles el camino que deben seguir. Pronto veréis a reyes, como los Reyes Magos, venir a pedir ayuda a esta Doctrina que ya no encuentran en las ideas antiguas. Ya no os traerán incienso ni mirra, sino que se postrarán con el corazón ante las nuevas ideas del Espiritismo. ¿No ves ya brillar la estrella que los guiará? Ánimo pues, hermanos míos; coraje, y pronto podréis celebrar con el mundo entero la gran fiesta de la regeneración de la humanidad.
Hermanos míos, hace mucho que contienes en tu corazón el germen de esta Doctrina; pero hoy aparece a plena luz del día con el apoyo de una estaca sólidamente plantada que no deja que sus débiles ramas se doblen; con este apoyo providencial crecerá día a día y se convertirá en el árbol de la creación divina. De este árbol recogeréis frutos que no reservaréis sólo para vosotros, sino para vuestros hermanos que tendrán hambre y sed de la sagrada fe. ¡Oh! luego, preséntales este fruto y clama desde el fondo de tu corazón: “Ven, ven y comparte con nosotros lo que alimenta nuestro Espíritu y alivia nuestro dolor físico y moral”.
Pero no olvidéis, hermanos míos, que Dios os hizo brotar el primer brote; que este germen ha crecido, y que ya se ha convertido en un árbol capaz de dar su fruto. Te quedará algo para explotar, estos son estos tallos que puedes trasplantar, pero mirad primero si la tierra a la que confiáis este germen no esconde bajo su capa aparente algún gusano roedor que podría devorar lo que el Maestro os ha confiado.
Cierre de la suscripción Ruanesa
Cierre de la suscripción de Ruán.
Monto de la lista publicada en la edición de marzo. . . 2722 francos. 05c.
Sr.V Fourrier (Versalles), 10 s.; Sr.Lux (Dole), 2 f. 50; Sra. D... (París), b h.; Sr. C. L... (París), 30 fr.; Sr. Blin, gorra. (Marsella), 15 fr.; Sr. Derivis, para el segundo Grupo Espírita de Albi, 16 fr. ; Sr. Berger (Cahors), 2 fr.; Sr. Cuvier (Ambroise), 14 fr.; Sr. V... (Bayona), 10 fr., Sr. L. D... (Versalles), 2 fr.; Mi Sra. Borreau (Niort), 2 fr.; Sr. D... (París), 3 fr. . . . 111 fr. 50)
Total. .... 2833fr. 55c.
Cierre de la suscripción de Ruán.
Monto de la lista publicada en la edición de marzo. . . 2722 francos. 05c.
Sr.V Fourrier (Versalles), 10 s.; Sr.Lux (Dole), 2 f. 50; Sra. D... (París), b h.; Sr. C. L... (París), 30 fr.; Sr. Blin, gorra. (Marsella), 15 fr.; Sr. Derivis, para el segundo Grupo Espírita de Albi, 16 fr. ; Sr. Berger (Cahors), 2 fr.; Sr. Cuvier (Ambroise), 14 fr.; Sr. V... (Bayona), 10 fr., Sr. L. D... (Versalles), 2 fr.; Mi Sra. Borreau (Niort), 2 fr.; Sr. D... (París), 3 fr. . . . 111 fr. 50)
Total. .... 2833fr. 55c.
A los lectores de la Revista
Las circunstancias nos han obligado, desde hace algún tiempo, a dar más desarrollo a los artículos de profundidad y a restringir las comunicaciones espirituales, por la necesidad de ciertas refutaciones de actualidad. Pronto podremos restablecer el equilibrio.
Ciertamente intentamos poner la mayor variedad posible en nuestro periódico para satisfacer todos los gustos y un poco todas las pretensiones, pero hay cosas que son lo primero; estamos felices de ver que somos comprendidos en general y que se nos tiene en cuenta las complicaciones del trabajo resultantes de la lucha por sostenerse y de la incesante propagación de la Doctrina, estando en el centro donde terminan todas las ramificaciones e innumerables hilos de esta red que hoy abraza al mundo entero. Gracias a Dios, nuestros esfuerzos se ven coronados por el éxito y, como compensación de nuestro cansancio, no nos faltan las satisfacciones morales.
ALLAN KARDEC.
Las circunstancias nos han obligado, desde hace algún tiempo, a dar más desarrollo a los artículos de profundidad y a restringir las comunicaciones espirituales, por la necesidad de ciertas refutaciones de actualidad. Pronto podremos restablecer el equilibrio.
Ciertamente intentamos poner la mayor variedad posible en nuestro periódico para satisfacer todos los gustos y un poco todas las pretensiones, pero hay cosas que son lo primero; estamos felices de ver que somos comprendidos en general y que se nos tiene en cuenta las complicaciones del trabajo resultantes de la lucha por sostenerse y de la incesante propagación de la Doctrina, estando en el centro donde terminan todas las ramificaciones e innumerables hilos de esta red que hoy abraza al mundo entero. Gracias a Dios, nuestros esfuerzos se ven coronados por el éxito y, como compensación de nuestro cansancio, no nos faltan las satisfacciones morales.