Alrededor de 1848, en los Estados Unidos de América llamaron la atención diversos
fenómenos extraños, consistentes en ruidos, golpes y movimientos de objetos sin causa
conocida. Esos fenómenos, frecuentemente, ocurrían de forma espontánea, con una
intensidad y una persistencia singulares; pero se notó también que ellos se producían más
particularmente bajo influencia de ciertas personas que se designó con el nombre de
médiums, y que podían de algún modo provocarlos a voluntad lo cual permitía repetir las
experiencias. Sobre todo se servían para eso de mesas; no porque ese objeto sea más
favorable que algún otro, sino, tan solo, porque es el mueble más cómodo, pues se sienta
más fácil y más naturalmente alrededor de una mesa que alrededor de cualquier otro
mueble. Se obtuvo, de esa manera, la rotación de la mesa, después movimientos en todos
los sentidos, sacudidas, vuelcos, levitaciones, golpes con violencia, etcétera. Y el fenómeno
fue designado en los comienzos bajo el nombre de mesas giratorias o danza de las mesas.
Hasta allí el fenómeno podía explicarse perfectamente por una corriente eléctrica o
magnética, o por la acción de un fluido desconocido y fue esa misma la opinión que se
formó al respecto. Pero no tardó en reconocerse, en esos fenómenos, efectos inteligentes;
así el movimiento obedecía a la voluntad; la mesa se dirigía a la derecha o a la izquierda,
hacia una persona que se designara, o bien al ordenárselo, sobre una o dos patas, producía
el número de golpes pedido; marcaba el compás, etcétera. Desde entonces quedó
evidenciado que la causa no era puramente física y según este axioma: si todo efecto tiene
una causa, todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente, se concluyó que la
causa de este fenómeno debía ser una inteligencia.
¿Y cuál era la naturaleza de esa inteligencia? Ahí estaba la cuestión. El primer
pensamiento fue que eso podría ser un reflejo de la inteligencia del médium o de los
asistentes, pero la experiencia pronto demostró su imposibilidad, porque se obtenían cosas
completamente fuera del pensamiento y de los conocimientos de las personas presentes e
incluso en contradicción con sus ideas, su voluntad y su deseo; ella no podía, pues,
pertenecer sino a un ser invisible. El medio para asegurarse de eso era muy simple: se
trataba de entrar en conversación, lo que se hizo por medio de un número de golpes
convencionales significando sí o no o designando las letras del alfabeto y se obtuvieron, de
esa manera, respuestas a las más diversas preguntas que se le dirigían. Este es el
fenómeno que fue denominado como de mesas parlantes. Todos los seres que se
comunicaron así, cuando se les interrogaba acerca de su naturaleza, declaraban ser
Espíritus y pertenecer a un mundo invisible. Habiéndose producido los mismos efectos en
un gran número de lugares, por intermedio de diferentes personas y siendo, además,
observado por hombres muy serios y muy esclarecidos, no era posible pensar que fueran
víctima de una ilusión.
De América el fenómeno pasó a Francia y al resto de Europa donde, durante algunos
años, las mesas giratorias y parlantes estuvieron de moda, convirtiéndose en el
entretenimiento de los salones; después, cuando se las usó mucho, fueron dejadas a un
lado, para dedicarse a una otra distracción.
El fenómeno no tardó en presentarse bajo un nuevo aspecto que lo hizo salir del
dominio de la simple curiosidad. No permitiéndonos los límites de este resumen seguirlo en
todas sus fases, pasamos, sin otra transición, a los que ofrece de más característico, sobre
todo a aquello que fijó la atención de las personas serias.
Digamos previamente y de paso, que la realidad del fenómeno encuentra numerosos
contradictores; algunos sin tomar en cuenta el desinterés y la honorabilidad de los experimentadores, no vieron en él sino un malabarismo, un hábil juego de prestidigitación. Aquellos que no admiten nada fuera del mundo de la materia, que no creen sino en el
mundo visible, que piensan que todo muere con el cuerpo, los materialistas en una palabra;
aquellos que se califican de espíritus fuertes, recusaron la existencia de los Espíritus
invisibles en la clase de fábulas absurdas; tildaron de dementes a aquellos que llevaron el
asunto en serio y los colmaron de sarcasmos y bromas. Otros, no pudiendo negar los
hechos, y bajo el dominio de un cierto orden de ideas, atribuyeron a esos fenómenos la
influencia exclusiva del diablo y procuraron, por ese medio, atemorizar a los tímidos. Pero
hoy el miedo al diablo perdió singularmente su prestigio; tanto se habló de él, se le pintó de
tantos modos que se está familiarizado con esa idea y muchos dijeron que había que
aprovechar la ocasión para ver lo que es él realmente. De ese modo resultó que, aparte de
un pequeño número de mujeres timoratas, el anuncio de la llegada del verdadero diablo
tenía algo de excitante para aquellos que no lo vieron sino en pinturas o en teatro; fue, para
muchas personas, un poderoso estimulante, de suerte que aquellos que quisieron, por ese
medio, oponer una barrera a las ideas nuevas fueron contra su objetivo, y se volvieron, sin
quererlo, agentes propagadores tanto más eficaces cuanto más alto gritaban. Los otros
críticos no tuvieron mayor éxito, porque, a los hechos constatados, a los raciocinios
categóricos, no pudieron oponer sino denegaciones. Leed lo que publicaron, por todas
partes encontraréis la prueba de la ignorancia y de la falta de observación seria de los
hechos, y en ninguna parte una demostración terminante de su imposibilidad; toda su
argumentación se resume así: "yo no creo, por tanto, eso no existe; todos los que creen son
locos; sólo nosotros tenemos el privilegio de la razón y del buen sentido." El número de
adeptos hechos por la crítica seria o bufa, es incalculable, porque por todas partes no se
encuentran sino opiniones personales, vacías de pruebas en contra. Pero prosigamos
nuestra exposición.
Las comunicaciones por golpes eran lentas e incompletas. Se descubrió que adaptando
un lápiz a un objeto movible: cesta, tablita o cualquier otro, sobre el cual se colocaban los
dedos, ese objeto se ponía en movimiento y trazaba caracteres. Más tarde se reconoció que
esos objetos no eran sino accesorios de los cuales se podía prescindir; la experiencia
demostró que el Espíritu, actuando sobre un cuerpo inerte, para dirigirlo a voluntad, podría
actuar, del mismo modo, sobre el brazo o la mano a fin de conducir el lápiz. Aparecieron
entonces los médiums escribientes, quiere decir, personas escribiendo de modo involuntario
bajo el impulso de Espíritus, de los cuales se hicieron los instrumentos y los intérpretes.
Desde ese momento, las comunicaciones no tuvieron más límites, y el intercambio de
pensamiento pudo ser hecho con tanta rapidez y desenvolvimiento como entre los vivos. Era
un vasto campo abierto a la exploración, el descubrimiento de un nuevo mundo: el mundo
de los invisibles, como el microscopio había descubierto el mundo de lo infinitamente
pequeño.
¿Qué son esos Espíritus? ¿Qué papel desempeñan en el Universo? ¿Con qué
propósito se comunican con los mortales? Tales son las primeras preguntas que se
trataban de responder. Pronto se supo, por ellos mismos, que no son seres aparte en la
Creación, sino las mismas almas de aquellos que vivieron en la Tierra o en otros mundos;
que esas almas, después de despojarse de su envoltorio corporal, pueblan y recorren el
espacio. Ya no fue permitido dudar más de eso, cuando se reconoció, entre ellos, a sus
parientes y a sus amigos, con los cuales pudieron conversar; cuando éstos vinieron a dar la
prueba de su existencia, a demostrar que en ellos no ha muerto sino el cuerpo, que su alma
o Espíritu vive siempre, que están allí, cerca de nosotros, viéndonos y observándonos como
cuando estaban vivos, rodeando con su solicitud a aquellos que amaron y de los cuales el
recuerdo, para ellos, es una dulce satisfacción.
Por lo general se tiene de los Espíritus una idea completamente falsa; ellos no son,
como muchos se lo figuran, seres abstractos, vagos e indefinidos, ni algo así como un fulgor o una chispa; son, por el contrario, seres muy reales, teniendo su individualidad y una forma
determinada. Podemos hacernos de ellos una idea aproximada por la siguiente explicación:
Hay en el hombre tres cosas esenciales: 1º El alma, o Espíritu, principio inteligente en el
cual residen el pensamiento, la voluntad y el sentido moral; 2º El cuerpo, envoltorio material
pesado y grosero, que coloca a los Espíritus en relación con el mundo exterior; 3° El
periespíritu, envoltorio fluídico, leve, sirviendo de lazo y de intermediario entre el Espíritu y el
cuerpo. Cuando el envoltorio exterior está usado y no puede funcionar, cae, y el Espíritu se
despoja de él, como el fruto de su cáscara, el árbol de su corteza: en una palabra, como se
desecha una vieja ropa fuera de su uso. Esto es lo que se llama la muerte.
La muerte, por lo tanto, no es otra cosa sino la destrucción del envoltorio grosero del
Espíritu: sólo el cuerpo muere, el Espíritu está, de alguna suerte, comprimido por los lazos
de la materia a la cual está unido, y que, frecuentemente, paraliza sus facultades; la muerte
del cuerpo lo desembaraza de sus lazos; se emancipa y recobra su libertad, como la
mariposa saliendo de su crisálida; pero no deja sino el cuerpo material; conserva el
periespíritu, que constituye, para él, una especie de cuerpo etéreo, vaporoso, imponderable
para nosotros y de forma humana, que parece ser la forma típica. En su estado normal, el
periespíritu es invisible, pero el Espíritu puede hacerle sufrir ciertas modificaciones que lo
vuelven momentáneamente accesible a la visión e incluso al tacto, tal como ocurre con el
vapor condensado; es así que puede, algunas veces, mostrársenos en las apariciones. Es
con la ayuda del periespíritu que el Espíritu actúa sobre la materia inerte y produce los
diversos fenómenos de ruidos, de movimientos, de escritura, etcétera (los golpes y los
movimientos son, para los Espíritus, los medios de mostrar su presencia y de llamar sobre
ellos la atención, exactamente como una persona cuando toca para advertir que hay
alguien). Hay los que no se limitan a ruidos moderados, sino que llegan a provocar un
estrépito semejante al de la vajilla que cae y se rompe o de puertas que se abren y vuelven
a cerrarse o de muebles derribados.
Con la ayuda de golpes y de movimientos convenidos ellos pudieron expresar sus
pensamientos, pero la escritura les ofrece un medio completo, el más rápido y el más
cómodo; también es aquel que ellos prefieren
1
. Por la misma razón que pueden llegar a
formar caracteres, pueden guiar la mano para hacer trazar diseños, escribir música, ejecutar
un trecho en un instrumento... en una palabra, a falta de su propio cuerpo, que no tienen
más, se sirven del médium para manifestarse a los hombres de manera sensible.
Los Espíritus pueden además manifestarse de varias maneras, entre otras por la visión
y por la audición. Ciertas personas, llamadas médiums auditivos, tienen la facultad de oírlos
y pueden así conversar con ellos; otros los ven: son los médiums videntes. Los Espíritus que
se manifiestan a la visión, generalmente se presentan bajo una forma análoga a la que
tenían en vida, pero vaporosa; otras veces, esa forma tiene todas las apariencias de un ser
vivo, al punto de engañar completamente y que, algunas veces, fueron tomados por
personas de carne y hueso, con los cuales se pudo conversar y cambiar apretones de
mano, sin desconfiar que se estaba tratando con Espíritus, a no ser por su desaparición
súbita.
La visión permanente y general de los Espíritus es muy rara, pero las apariciones
individuales son bastante frecuentes, sobre todo en el momento de la muerte; el Espíritu
liberto parece apresurarse a ir a ver de nuevo a sus parientes y amigos, como para
comunicarles que acaba de dejar la Tierra y decirles que vive siempre.
Que cada uno reúna sus recuerdos, y se verá cuántos hechos de ese género, de los
cuales no se daba cuenta, ocurrieron no sólo de noche, durante el sueño, sino en pleno día
en el estado de vigilia más completo. Antaño se veían estos hechos como sobrenaturales y maravillosos y se los atribuía a la magia y a la hechicería; hoy los incrédulos los achacan a
la imaginación, pero desde que la ciencia espiritista les dio la clave, se sabe cómo se
producen y que no salen del orden de los fenómenos naturales.
También se cree que los Espíritus, por el único hecho de ser Espíritus, deben tener la
soberana ciencia y la soberana sabiduría: esto fue un error que la experiencia no tardó en
demostrar. Entre las comunicaciones dadas por los Espíritus, las hay que son sublimes en
profundidad, elocuencia, sabiduría, moral y que no respiran sino la bondad y la
benevolencia; pero, al lado de eso, las hay muy vulgares, livianas, triviales, incluso groseras
y por las cuales el Espíritu revela los instintos más perversos. Es, pues, evidente que no
pueden emanar ellas de la misma fuente y que si hay buenos Espíritus, los hay también
malos. Los Espíritus no siendo otra cosa que el alma de los hombres, no pueden,
naturalmente, volverse perfectos dejando su cuerpo; hasta que hayan progresado,
conservan las imperfecciones de la vida corpórea; por eso se los ve en todos los grados de
bondad y de maldad, de saber y de ignorancia.
Los Espíritus se comunican generalmente con placer, y para ellos es una satisfacción
ver que no fueron olvidados; describen voluntariamente sus impresiones al dejar la Tierra,
su nueva situación, la naturaleza de sus alegrías y de sus sufrimientos en el mundo de los
Espíritus donde se encuentran; unos son muy felices, otros infelices, incluso algunos
soportan horribles tormentos, según la manera como vivieron y el empleo bueno o malo, útil
o inútil que hicieron de la vida. Observándoles en todas las fases de su nueva existencia,
según la posición que ocuparon en la Tierra, su género de muerte, su carácter y sus hábitos
como hombres, se llega a un conocimiento si no completo, por los menos bastante preciso,
del mundo invisible, para darse cuenta de nuestro estado futuro y presentir la suerte feliz o
infeliz que nos espera allí.
Las instrucciones dadas por los Espíritus de orden elevado, sobre todos los asuntos
que interesan a la Humanidad, las respuestas que dieron a las preguntas que les fueron
propuestas, habiendo sido recogidas y coordinadas con cuidado, constituyen toda una
ciencia, toda una doctrina moral y filosófica bajo el nombre de Espiritismo. Por tanto el
Espiritismo es la doctrina fundada sobre la existencia, las manifestaciones y las enseñanzas
de los Espíritus. Esta doctrina se halla expuesta de manera completa, en El Libro de los
Espíritus para la parte filosófica, en El Libro de los Médiums para la parte práctica y
experimental, y en El Evangelio según el Espiritismo para la parte moral. Por el análisis que
más adelante ofrecemos de tales obras se puede juzgar la variedad, la amplitud e
importancia de las materias que abarcan.
Como se ha visto, el Espiritismo tuvo su punto de partida en el vulgar fenómeno de las
mesas giratorias; pero como esos hechos hablan más a los ojos que a la inteligencia, que
despiertan más curiosidad que sentimiento, una vez tal curiosidad satisfecha, se tiene tanto
menos interés cuanto no son comprendidos. No ocurrió lo mismo cuando la teoría vino a
explicarles la causa; sobretodo cuando se vio que de esas mesas giratorias, con las cuales
se entretuvieron por breve tiempo, salió toda una doctrina moral hablando al alma, disipando
las angustias de la duda, satisfaciendo a todas las aspiraciones dejadas en el vacío por una
enseñanza incompleta sobre el futuro de la Humanidad, las personas serias acogieron la
nueva doctrina como un beneficio y, desde entonces, lejos de declinar, crece con una
rapidez increíble. En el lapso de unos pocos años, obtuvo en todos los países del mundo, y
en especial entre las personas esclarecidas, incontables partidarios que día a día aumentan
en número en una proporción extraordinaria, de tal suerte que, hoy el Espiritismo se ha
ganado derecho de ciudadanía; se asienta sobre bases que desafían los esfuerzos de sus
adversarios, más o menos interesados en combatirlo, y la prueba de eso es que los ataques
y críticas no aminoraron su marcha un solo instante; este es un hecho adquirido por la
experiencia, y del cual los opositores jamás pudieron dar la razón; los s dicen, muy simplemente, que si se propaga a pesar de la crítica es que se lo halla bueno y que se
prefiere su raciocinio al de los contradictores.
Sin embargo, el Espiritismo no es un descubrimiento moderno, los hechos y principios
sobre los cuales reposa se pierden en la noche de los tiempos, pues se encuentran vestigios
de ellos en las creencias de todos los pueblos, en todos las religiones, en la mayoría de los
escritos sagrados y profanos; sólo que los hechos, incompletamente observados, muchas
veces fueron interpretados según las ideas supersticiosas de la ignorancia y no le fueron
deducidas todas las consecuencias.
En efecto, el Espiritismo está fundado sobre la existencia de los Espíritus, pero los
Espíritus, no siendo otros que las almas de los hombres, puesto que hay hombres hay
Espíritus; el Espiritismo no los descubrió, ni los inventó. Si las almas o Espíritus pueden
manifestarse a los vivos es porque eso está en la Naturaleza y, por tanto, deben haberlo
hecho en todas las épocas; también, en todo tiempo y por todas partes, se encuentran las
pruebas de esas manifestaciones, que son muchas, sobre todo en los relatos bíblicos.
Los que es moderno, es la explicación lógica de los hechos, el conocimiento más
completo de la naturaleza de los Espíritus, de su papel y de su modo de acción, la
revelación de nuestro estado futuro, en fin su constitución como cuerpo de ciencia y de
doctrina y sus diversas aplicaciones. Los Antiguos conocían el principio, los Modernos
conocen los detalles. En la antigüedad, el estudio de esos fenómenos era privilegio de
ciertas castas que no los revelaban sino a los iniciados en sus misterios; en la edad media
los que se ocupaban de ellos ostensivamente eran tomados como hechiceros y quemados;
pero hoy no hay misterios para nadie, no se quema a nadie más, todo pasa a la luz del día y
todo el mundo está en condiciones de ilustrarse y de practicar, porque los médiums se
encuentran por todas partes.
La doctrina misma que los Espíritus enseñan hoy, nada tiene de nueva; se la encuentra
de manera fragmentaria en la mayoría de los filósofos de la India, de Egipto y de Grecia, y
toda entera en la enseñanza de Cristo. ¿Pues qué viene a hacer el Espiritismo? Viene a
confirmar por nuevos testimonios, a demostrar con hechos, verdades desconocidas o mal
comprendidas, restablecer, en su verdadero sentido, aquellas que fueron mal interpretadas.
Bien es verdad que el Espiritismo no enseña nada nuevo, pero ¿no basta con que
pruebe de modo evidente, irrecusable, la existencia del alma, su supervivencia al cuerpo, su
individualidad después de la muerte, su inmortalidad, las penas y las recompensas futuras?
Cuántas personas creen en esas cosas pero lo hacen con un vago trasfondo de
incertidumbre diciéndose para su fuero interno: "¿Y si no es cierto?" ¡Cuántos fueron
inducidos a la incredulidad porque se les presentó el futuro bajo un aspecto que su razón no
podía admitir! Acaso no significa nada, para el creyente que vacila poder decir: "¡Ahora
estoy seguro!" ¡Para el ciego volver a contemplar la luz! Por los hechos y por su lógica, el
Espiritismo viene a disipar la ansiedad de la duda y conducir a la fe aquellos que se
apartaron de ella, al revelarnos la existencia del mundo invisible que nos rodea, y en medio
del cual vivimos sin darnos cuenta, nos hace conocer, por el ejemplo de aquellos que
vivieron, las condiciones de nuestra felicidad o de nuestra desdicha futura; nos explica la
causa de nuestros sufrimientos en este mundo y el medio de suavizarlos. Su propagación
tendrá como efectos inevitables la destrucción de las doctrinas materialistas que no pueden
resistir a la evidencia. El hombre, convencido de la grandeza y de la importancia de su
existencia futura, que es eterna, la compara a la incertidumbre de la vida terrestre, que es
tan corta, y se eleva por el pensamiento, por encima de las mezquinas consideraciones
humanas; conociendo la causa y el objetivo de sus miserias, las soporta con paciencia y
resignación porque sabe que ellas son un medio para llegar a un estado mejor. El ejemplo
de aquellos que vienen de ultratumba a describir sus alegrías y sus dolores, probando la
realidad de la vida futura, al mismo tiempo, prueba que a justicia de Dios no deja ningún vicio sin castigo, ni ninguna virtud sin recompensa. Agreguemos, por último, que nuestras
comunicaciones con los seres queridos que ya partieron, proporcionan un dulce consuelo al
demostrarnos no sólo que siguen existiendo, sino que estamos menos separados de ellos
que si estuviesen vivos y en un país extranjero.
En Resumen, el Espiritismo mitiga la amargura de los pesares de la vida; calma las
desesperaciones y las agitaciones del alma, disipa las incertidumbres o los temores del
futuro, detiene el pensamiento de abreviar la vida por el suicidio; por eso mismo vuelve
dichosos a aquellos que se le afilian, y ahí está el gran secreto de su rápida propagación.
Desde el punto de vista religioso, tiene el Espiritismo por base las verdades
fundamentales de todas las religiones: Dios, el alma, la inmortalidad, las penas y las
recompensas futuras; pero es independiente de todo culto particular. Su objetivo es probar a
aquellos que niegan o que dudan, que el alma existe, que sobrevive al cuerpo; que soporta,
después de la muerte, las consecuencias del bien y del mal que haya cometido durante la
vida corpórea; y esto pertenece a todas las religiones.
Como creencia en los Espíritus, es igualmente de todas las religiones, del mismo
modo que es de todos los pueblos, una vez que, por todas partes donde existan hombres,
hay almas o Espíritus, que las manifestaciones son de todos los tiempos y el relato de ellas
se encuentra sin excepción, en todas las religiones. Se puede, pues, ser católico, griego o
romano, protestante, judío o musulmán, y creer en las manifestaciones de los Espíritus, y
como consecuencia, ser; la prueba es que el Espiritismo tiene adeptos en todas las sectas.
Como moral, el Espiritismo es en su esencia cristiano porque la que enseña no es sino
el desarrollo y la aplicación de la moral de Cristo, la más pura de todas, y cuya superioridad
nadie discute, lo que constituye una prueba evidente de que está en la ley de Dios; y la
moral es para uso de todo el mundo.
Siendo el Espiritismo independiente de toda forma de culto, no prescribe ninguno
de ellos y no se ocupa de dogmas particulares, no es una religión especial, porque no
tiene ni sus sacerdotes ni sus templos. A quienes le preguntan si hacen bien en seguir tal o
cual práctica, él responde: Si creéis que vuestra conciencia está inclinada a ello hacedlo:
Dios toma siempre en cuenta la intención. En una palabra, no se impone a nadie; no se
dirige a aquellos que tienen fe y a quienes esta fe les basta, sino a la numerosa categoría de
los inseguros y de los incrédulos; no los arrebata a la Iglesia, puesto que están separados
de ella moralmente en todo o en parte.
Es verdad que el Espiritismo combate ciertas creencias tales como la eternidad de las
penas, el fuego material de infierno, la personalidad del diablo, etcétera; pero ¿no es cierto
que esas creencias, impuestas como absolutas en todos los tiempos hicieron incrédulos y
los hacen todos los días? Si el Espiritismo, dando a esos dogmas y a algunos otros, una
interpretación racional, conduce a la fe a los que habían desertado de ella, ¿no presta un
servicio a la religión? Por eso decía un venerable eclesiástico: "El Espiritismo hace creer en
algo; pues bien, vale más creer en algo que nada creer de todo."
Siendo los Espíritus las mismas almas, no se puede negar los Espíritus sin negar el
alma. Admitiéndose las almas, o los Espíritus, la cuestión, reducida a su más simple
expresión, es esta: ¿Las almas de los que han muerto pueden comunicarse con los vivos?
El Espiritismo prueba la afirmativa por hechos materiales; ¿qué prueba se puede dar de que
eso no sea posible? Si lo es, ninguna negación impedirá que siga siéndolo, porque no se
trata ni de un sistema ni de una teoría, sino de una ley de la Naturaleza; Ahora bien, contra
las leyes de la Naturaleza la voluntad del hombre nada puede; es necesario, por bien o por
mal, aceptarle las consecuencias y adaptar a ellas sus creencias y sus hábitos.