Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858
Enero
INTRODUCCIÓN
La rapidez con la que se han propagado por todas las partes del
mundo los extraños fenómenos de las manifestaciones espíritas, es
una prueba del interés que suscitan. Al principio han sido un simple
objeto de curiosidad, pero no tardaron en despertar la atención de los
hombres serios que han vislumbrado, desde un comienzo, la
inevitable influencia que deben tener sobre el estado moral de la
sociedad. Las ideas nuevas que de ellos surgen se popularizan cada
día más, y nada ha de detener su progreso, por la sencilla razón de
que esos fenómenos están al alcance de todo el mundo, o de casi
todos, y que ningún poder humano puede impedir que se produzcan.
Si se los sofoca en un punto, reaparecen en otros cien. Por lo tanto,
los que pudiesen ver en ellos algún inconveniente, serán obligados
por la fuerza de las cosas a sufrir las consecuencias, como sucede
con las industrias nuevas que, en su origen, rozan los intereses
privados, y con las cuales todos terminan poniéndose de acuerdo,
porque no podría ser de otro modo. ¡Qué no se ha hecho y dicho
contra el magnetismo! Y, sin embargo, todos los dardos que se han
arrojado contra él, todas las armas con las que lo han golpeado —incluso la del ridículo— se han debilitado ante la realidad, y para lo
único que han servido ha sido para ponerlo cada vez más en
evidencia. Lo que ocurre es que el magnetismo es un poder natural
y, delante de las fuerzas de la Naturaleza, el hombre es un pigmeo
que se parece a esos perritos que ladran inútilmente contra aquello
que los asusta. Sucede con las manifestaciones espíritas lo mismo
que con el sonambulismo; si ellas no se producen públicamente a la
luz del día, nadie puede oponerse a que tengan lugar en la intimidad,
ya que cada familia puede encontrar un médium entre sus miembros,
desde el niño hasta el anciano, así como también puede encontrar un
sonámbulo. Entonces, ¿quién podría impedir a cualquier otra
persona llegar a ser médium o sonámbulo? Sin duda, los que
combaten la cuestión no han reflexionado acerca de la misma. Una
vez más, cuando una fuerza está en la Naturaleza, se la puede
detener por un instante, ¡pero nunca destruirla! No se hace más que
desviar su curso. Por consecuencia, el poder que se revela en el
fenómeno de las manifestaciones, cualquiera que sea su causa, está
en la Naturaleza, como el magnetismo; por lo tanto, no será
destruido, como no puede destruirse la fuerza eléctrica. Lo que es
necesario hacer es observarlo y estudiar todas sus fases para deducir
las leyes que lo rigen. Si es un error, una ilusión, el tiempo hará
justicia; si es verdad, la verdad es como el vapor: cuanto más se lo
comprime, mayor es su fuerza de expansión.
Es para sorprenderse con razón que, mientras en América,
solamente los Estados Unidos poseen diecisiete diarios consagrados
a esas materias, sin contar con una multitud de escritos no
periódicos, Francia —uno de los países de Europa donde esas ideas se
han aclimatado más rápidamente— no posea más que uno. * Por
consiguiente, no se debería poner en duda la utilidad de un órgano
especial que tenga al público al corriente del progreso de esta nueva
ciencia, previniéndolo contra la exageración de la credulidad, así
como también del escepticismo. Es esta laguna que nos proponemos
llenar con la publicación de esta Revista, con el objetivo de ofrecer
un medio de comunicación a todos los que se interesen por esas
cuestiones, y para unir con un lazo común a aquellos que
comprenden la Doctrina Espírita bajo su verdadero punto de vista
moral: la práctica del bien y la caridad evangélica para con todo el
mundo.
* Hasta el presente no existe en Europa más que un solo periódico consagrado a la Doctrina Espírita; nos referimos al Journal de l'âme, publicado en Ginebra por el Dr. Boessinger. En América, el único periódico en francés es el Spiritualiste de la NouvelleOrléans, publicado por el Sr. Barthès. [Nota de Allan Kardec.]
Si no se tratase más que de una compilación de hechos, la tarea
sería fácil; éstos se multiplican en todos los puntos con tal rapidez,
que no faltaría material; pero narrar solamente hechos se volvería
monótono como consecuencia de su cantidad y, sobre todo, de su
similitud. Lo que es necesario al hombre que reflexiona, es algo que
hable a su inteligencia. Pocos años han pasado desde la aparición de
los primeros fenómenos, y ya nos encontramos lejos de las mesas
giratorias y parlantes, que no han sido más que su infancia. Hoy en
día es una ciencia que devela todo un mundo de misterios, que hace
patentes las verdades eternas que nuestro espíritu sólo presentía; es
una Doctrina sublime que muestra al hombre el camino del deber y
que abre el campo más vasto que haya sido dado a la observación
del filósofo. Por lo tanto, nuestra obra sería incompleta y estéril si
nos quedáramos en los estrechos límites de una revista anecdótica,
cuyo interés se agotaría rápidamente.
Quizá nos objeten la calificación de ciencia que damos al
Espiritismo. Sin duda que no podría tener, en ningún caso, los
caracteres de una Ciencia exacta, y ahí está precisamente el error de
aquellos que pretenden juzgarlo y someterlo a experimentación
como a un análisis químico o un problema matemático; ya es
suficiente que tenga el carácter de una ciencia filosófica. Toda
ciencia debe estar basada en hechos; pero los hechos por sí solos no
constituyen la ciencia; la ciencia nace de la coordinación y de la
deducción lógica de los hechos: es el conjunto de las leyes que los
rigen. ¿Ha llegado el Espiritismo al estado de ciencia? Si se entiende
por ésta una ciencia perfecta, sería sin duda prematuro responder
afirmativamente; pero las observaciones son hoy bastante numerosas
como para poder, por lo menos, deducir de ellas los principios
generales, y es ahí donde comienza la ciencia.
La apreciación razonada de los hechos y de las consecuencias que
de ellos derivan es, por consiguiente, un complemento sin el cual
nuestra publicación sería de una mediocre utilidad y sólo ofrecería
un interés muy secundario para aquel que reflexiona y que quiere
darse cuenta de lo que ve. Sin embargo, como nuestro objetivo es
llegar a la verdad, acogeremos todas las observaciones que nos sean
dirigidas e intentaremos, tanto como nos lo permita el estado de los
conocimientos adquiridos, disipar las dudas y esclarecer los puntos
aún oscuros. Nuestra Revista será así una tribuna abierta, pero donde
la discusión nunca deberá faltar el respeto a las leyes más estrictas
de las conveniencias. En una palabra, discutiremos, pero no
disputaremos. Las inconveniencias del lenguaje jamás han sido
buenas razones a los ojos de las personas sensatas; son las armas de
los que no tienen otra cosa mejor, y estas armas se vuelven contra
quienes se sirven de las mismas.
Aunque los fenómenos de que nos ocupamos se hayan producido
en estos últimos tiempos de una manera más general, todo prueba
que han tenido lugar desde los tiempos más remotos. No sucede con
los fenómenos naturales lo mismo que con las invenciones que
siguen el progreso del espíritu humano; desde que aquéllos están en
el orden de las cosas, su causa es tan antigua como el mundo y los
efectos han debido producirse en todas las épocas. Entonces, no
somos testigos hoy de un descubrimiento moderno: es el despertar
de la Antigüedad, pero de la Antigüedad despojada del entorno
místico que ha engendrado las supersticiones, y de la Antigüedad
esclarecida por la civilización y por el progreso de las cosas
positivas.
La consecuencia capital que resulta de esos fenómenos es la
comunicación que los hombres pueden establecer con los seres del
mundo incorpóreo y el conocimiento que, dentro de ciertos límites,
pueden adquirir sobre su estado futuro. El hecho de las
comunicaciones con el mundo invisible se encuentra en términos
inequívocos en los relatos bíblicos; pero por una parte, para ciertos escépticos, la Biblia no tiene en absoluto una autoridad suficiente;
por otra parte, para los creyentes, son hechos sobrenaturales,
suscitados por un favor especial de la Divinidad. Por lo tanto, esto
no sería para todo el mundo una prueba de la generalidad de esas
manifestaciones si no las encontrásemos en mil otras fuentes
diferentes. La existencia de los Espíritus y su intervención en el
mundo corporal, está atestiguada y demostrada, no como un hecho
excepcional, sino como un principio general, en san Agustín, san
Jerónimo, san Juan Crisóstomo, san Gregorio Nacianceno y en
muchos otros Padres de la Iglesia. Además, esta creencia forma la
base de todos los sistemas religiosos. Los más sabios filósofos de la
Antigüedad la han admitido: Platón, Zoroastro, Confucio, Apuleyo,
Pitágoras, Apolonio de Tiana y tantos otros. Nosotros la
encontramos en los misterios y en los oráculos, entre los griegos, los
egipcios, los hindúes, los caldeos, los romanos, los persas, los
chinos, etc. La vemos sobrevivir a todas las vicisitudes de los
pueblos, a todas las persecuciones, y desafiar todas las revoluciones
físicas y morales de la Humanidad. Más tarde la encontramos entre
los adivinos y hechiceros de la Edad Media, en las willis y en las
valquirias de los escandinavos, en los elfos de los teutones, en los
leschies y en los domeschnies doughi de los eslavos, en los ourisks y
en los brownies de Escocia, en los poulpicans y en los tensarpoulicts
de los bretones, en los cemíes del Caribe, en una palabra, en toda la
falange de ninfas, genios buenos y malos, silfos, gnomos, hadas y
duendes, los cuales pueblan el espacio de todas las naciones.
Encontramos la práctica de las evocaciones en Kamchatka —uno de
los pueblos de Siberia—, en Islandia, entre los indios de América del
Norte, entre los aborígenes de México y del Perú, en la Polinesia y
hasta entre los estúpidos salvajes de Australia. Porque algunos
absurdos hayan rodeado y tergiversado esta creencia según los
tiempos y los lugares, no se puede negar que ella parte de un mismo
principio, más o menos desfigurado; luego, una doctrina no se
vuelve universal, ni sobrevive a millares de generaciones, como
tampoco se implanta de un polo a otro entre los pueblos más
disímiles y en todos los grados de la escala social, sin estar fundada
sobre algo positivo. ¿Qué es ese algo? Es lo que nos demuestran las
recientes manifestaciones. Buscar las relaciones que puedan haber
entre estas manifestaciones y todas esas creencias, es buscar la
verdad. La historia de la Doctrina Espírita es, de alguna forma, la
historia del espíritu humano; tendremos que estudiarla en todas esas
fuentes que nos han de proporcionar una mina inagotable de
observaciones, tan instructivas como interesantes, sobre hechos
generalmente poco conocidos. Esta parte nos dará la ocasión de
explicar el origen de una multitud de leyendas y de creencias
populares, sabiendo diferenciar la verdad, de la alegoría y de la
superstición.
En lo que concierne a las manifestaciones actuales, haremos una
relación todos los fenómenos patentes de los que seamos testigo o los que
lleguen a nuestro conocimiento, cuando nos parezca que merecen la
atención de nuestros lectores. Haremos lo mismo con los efectos
espontáneos que a menudo se producen entre las personas que son
más extrañas a la práctica de las manifestaciones espíritas y que
revelan la acción de un poder oculto o la independencia del alma;
tales son los casos de visiones, apariciones, doble vista,
presentimientos, advertencias íntimas, voces secretas, etc. Al relato
de los hechos daremos la explicación de los mismos, tal cual resulte
del conjunto de los principios. Haremos notar al respecto que esos
principios son aquellos que derivan de la propia enseñanza dada por
los Espíritus y que siempre haremos abstracción de nuestras propias
ideas. No será, pues, en absoluto, una teoría personal la que
expondremos, sino la que nos haya sido comunicada y de la cual no
seremos más que su intérprete.
Una gran parte será igualmente reservada a las comunicaciones
escritas o verbales de los Espíritus, cada vez que tengan un objetivo
útil, así como las evocaciones de personajes antiguos o modernos,
conocidos o desconocidos, sin dejar a un lado las evocaciones
íntimas que frecuentemente no son menos instructivas; en una
palabra, abarcaremos todas las fases de las manifestaciones
materiales e inteligentes del mundo incorpóreo.
En fin, la Doctrina Espírita nos ofrece la única solución posible y
racional de una multitud de fenómenos morales y antropológicos, de
los que somos diariamente testigos y de los que se buscará en vano
su explicación en todas las doctrinas conocidas. Colocaremos en esta
categoría, por ejemplo, la simultaneidad de los pensamientos, la
anomalía de ciertos caracteres, las simpatías y las antipatías, los
conocimientos intuitivos, las aptitudes, las propensiones, los
destinos que parecen marcados por la fatalidad, y en un cuadro más
general, el carácter distintivo de los pueblos, su progreso o su
degeneración, etc. Ampliaremos la cita de los hechos con la
búsqueda de las causas que han podido producirlos. De la
apreciación de los mismos resultarán naturalmente enseñanzas útiles
sobre la línea de conducta más acorde con la sana moral. En sus
instrucciones, los Espíritus superiores tienen siempre por objetivo
fomentar en los hombres el amor al bien, por medio de la práctica de
los preceptos evangélicos; nos trazan así el pensamiento que debe
presidir la redacción de esta compilación.
Nuestro cuadro —como se ve— comprende todo lo que se relaciona
con el conocimiento de la parte metafísica del hombre; la
estudiaremos en su estado presente y en su estado futuro, porque
estudiar la naturaleza de los Espíritus es estudiar al hombre, ya que
éste un día deberá formar parte del mundo de los Espíritus; es por
eso que hemos añadido a nuestro título principal el de periódico de
estudios psicológicos, a fin de hacer comprender todo su alcance.
Nota. — Por múltiples que sean nuestras observaciones personales,
y las fuentes de donde las hemos extraído, no disimulamos ni las
dificultades de la tarea, ni nuestra insuficiencia. Para suplirlas,
contamos con la benévola colaboración de todos aquellos que se
interesan en estas cuestiones; estaremos, pues, muy agradecidos por
las comunicaciones que consientan en hacernos llegar sobre los
diversos objetos de nuestros estudios; a este efecto, llamamos la
atención para los siguientes puntos sobre los cuales podrán
proporcionarnos documentos:
1º) Manifestaciones materiales o inteligentes obtenidas en las
reuniones a las que se haya asistido.
2°) Hechos de lucidez sonambúlica y de éxtasis.
3°) Casos de segunda vista, previsiones, presentimientos, etc.
4°) Hechos relacionados al poder oculto atribuido, con o sin razón,
a ciertos individuos.
5°) Leyendas y creencias populares.
6°) Casos de visiones y apariciones.
7°) Fenómenos psicológicos particulares que algunas veces
suceden en el instante de la muerte.
8°) Problemas morales y psicológicos a resolver.
9°) Hechos morales, actos notables de devoción y abnegación,
cuyo ejemplo pueda ser útil propagar.
10°) Indicación de obras antiguas o modernas, francesas o
extranjeras, donde se encuentren hechos relacionados a la
manifestación de inteligencias ocultas, con la designación y —si es
posible— la cita bibliográfica de los pasajes. Lo mismo en lo que
concierne a la opinión emitida sobre la existencia de los Espíritus y
sus relaciones con los hombres, por autores antiguos o modernos,
cuyo nombre y saber puedan conferirles autoridad. Sólo daremos a conocer los nombres de las personas que
consientan en hacernos llegar comunicaciones, cuando estemos
formalmente autorizados por las mismas.
Los Espíritus atestiguan su presencia de diversas maneras, según
su aptitud, su voluntad y su mayor o menor grado de elevación.
Todos los fenómenos de que tendremos ocasión de ocuparnos se
relacionan naturalmente con uno u otro de esos modos de
comunicación. Por lo tanto, para facilitar la comprensión de los
hechos, creemos un deber abrir la serie de nuestros artículos con el cuadro de las diferentes naturalezas de
manifestaciones. Se las puede resumir así:
1°) Acción oculta: cuando no tiene nada de ostensible. Tales son,
por ejemplo, las inspiraciones o sugerencias de pensamientos, las
advertencias íntimas, la influencia sobre los acontecimientos, etc.
2°) Acción patente o manifestación: cuando es apreciable de
alguna manera.
3°) Manifestaciones físicas o materiales: son aquellas que se
traducen por fenómenos sensibles, tales como ruidos, movimientos y
desplazamiento de objetos. Muy a menudo estas manifestaciones no
poseen ningún sentido directo; sólo tienen como objetivo llamar
nuestra atención sobre algo y convencernos de la presencia de un
poder superior al hombre.
4°) Manifestaciones visuales o apariciones: cuando el Espíritu se
presenta bajo una forma cualquiera, sin tener ninguna de las
propiedades conocidas de la materia.
5°) Manifestaciones inteligentes: cuando revelan un pensamiento.
Toda manifestación que posea un sentido, aunque no fuese más que
un simple movimiento o un ruido que denote una cierta libertad de
acción, es una manifestación inteligente, porque responde a un
pensamiento u obedece a una voluntad. Las hay en todos los grados.
6°) Las comunicaciones: son las manifestaciones inteligentes que
tienen por objeto un continuo intercambio de pensamientos entre el
hombre y los Espíritus.
La naturaleza de las comunicaciones varía según el grado de
elevación o de inferioridad, de saber o de ignorancia del Espíritu que
se manifiesta, y según la naturaleza del tema que trata. Pueden ser:
frívolas, groseras, serias o instructivas.
Las comunicaciones frívolas emanan de Espíritus ligeros,
burlones y traviesos, más maliciosos que malos, que no atribuyen
ninguna importancia a lo que dicen.
Las comunicaciones groseras se traducen por expresiones que
chocan la decencia. Emanan de Espíritus inferiores o que aún no se
han despojado de todas las impurezas de la materia.
Las comunicaciones serias son graves en cuanto al tema y a la
manera como son hechas. El lenguaje de los Espíritus superiores es
siempre digno y desprovisto de cualquier trivialidad. Toda
comunicación que excluya la frivolidad y la grosería, y que tenga un
objetivo útil –aunque fuese de interés privado– es por esto mismo
seria.
Las comunicaciones instructivas son las comunicaciones serias
que tienen por objeto principal una enseñanza cualquiera, dada por
los Espíritus sobre las Ciencias, la Moral, la Filosofía, etc. Son más o menos profundas y más o menos verdaderas, según el grado
de elevación y de desmaterialización del Espíritu. Para obtener un
fruto real de esas comunicaciones es necesario que sean regulares y
seguidas con perseverancia. Los Espíritus serios se vinculan a los
que quieren instruirse y los secundan, mientras que dejan a los
Espíritus ligeros el cuidado de divertir con sus chistes a los que no
ven en esas manifestaciones más que una distracción pasajera. Es
por la regularidad y por la frecuencia de las comunicaciones que se
puede apreciar el valor moral e intelectual de los Espíritus con los
cuales se conversa, y por el grado de confianza que merecen. Si es
necesario tener experiencia para juzgar a los hombres, más aún lo
será para juzgar a los Espíritus.
Las comunicaciones inteligentes entre los Espíritus y los hombres
pueden tener lugar por medio de signos, a través de la escritura y por
la palabra.
Los signos consisten en el movimiento significativo de ciertos
objetos y, más frecuentemente, en la producción de ruidos o de
golpes. Cuando esos fenómenos poseen un sentido, no permiten
dudar de la intervención de una inteligencia oculta, en razón de que
si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente debe tener
una causa inteligente.
Bajo la influencia de ciertas personas designadas con el nombre de
médiums, y a veces espontáneamente, un objeto cualquiera puede
ejecutar movimientos convenidos, dar un número determinado de
golpes y transmitir de este modo respuestas por sí o por no, o por la
designación de las letras del alfabeto.
Los golpes también pueden hacerse oír sin ningún movimiento
aparente y sin causa ostensible, ya sea en la superficie o en el propio
tejido de los cuerpos inertes, en una pared, en una piedra, en un
mueble o en cualquier otro objeto. De todos estos objetos, las mesas
eran los más cómodos por su movilidad y por la facilidad de
colocarse a su alrededor, siendo el medio que más frecuentemente
ha sido utilizado; de ahí la designación del fenómeno, en general,
por expresiones bastante triviales como mesas parlantes y danza de
las mesas, expresiones que conviene suprimir, primero porque se
prestan al ridículo y segundo porque pueden inducir a error,
haciendo creer que las mesas tienen una influencia especial al
respecto.
Daremos a este modo de comunicación el nombre de sematología espírita, palabra que da perfectamente la idea y que abarca todas
las variedades de comunicaciones por signos, movimiento de
cuerpos o golpes. Uno de nuestros corresponsales nos ha propuesto designar especialmente este último
medio –el de los golpes– con la palabra tiptología.
El segundo modo de comunicación es la escritura; la
designaremos con el nombre de psicografía, igualmente empleado
por un corresponsal.
Para comunicarse a través de la escritura, los Espíritus emplean,
como intermediarios, a ciertas personas dotadas de la facultad de
escribir bajo la influencia del poder oculto que las dirige, las cuales
ceden a una fuerza que evidentemente está fuera de su control,
puesto que ellas no pueden detenerse, ni proseguir a voluntad y, a
menudo, no tienen conciencia de lo que escriben. Su mano es
agitada por un movimiento involuntario y casi febril; toman el lápiz
aunque no quieran y lo dejan del mismo modo; ni la voluntad, ni el
deseo pueden hacerlas continuar si no deben hacerlo. Es la
psicografía directa.
La escritura también se obtiene por la sola imposición de las
manos sobre un objeto convenientemente dispuesto y provisto de un
lápiz o de cualquier otro instrumento apropiado para escribir.
Generalmente, los objetos más empleados son las tablitas o las
cestitas dispuestas a ese efecto. El poder oculto que actúa sobre la
persona se transmite al objeto, que de esta manera se vuelve un
apéndice de la mano y le imprime el movimiento necesario para
trazar los caracteres. Es la psicografía indirecta.
Las comunicaciones transmitidas por la psicografía son más o
menos extensas, según el grado de la facultad medianímica. Algunos
no obtienen más que palabras; en otros, la facultad se desenvuelve
con el ejercicio, escribiendo frases completas y, a menudo,
disertaciones desarrolladas sobre temas propuestos o
espontáneamente tratados por los Espíritus, sin ser provocados por
ninguna pregunta.
La escritura es a veces clara y muy legible; otras veces es
solamente descifrable por el que la ha escrito, y que entonces la lee
por una especie de intuición o de doble vista.
En general, la escritura de una misma persona cambia por
completo con la inteligencia oculta que se manifiesta, y el mismo
carácter de escritura se reproduce cada vez que la misma inteligencia
se manifiesta nuevamente.7
Sin embargo, este hecho no tiene nada
de absoluto.
Algunas veces los Espíritus transmiten ciertas comunicaciones
escritas sin intermediario directo. En este caso, los caracteres son
trazados espontáneamente por un poder extrahumano, visible o
invisible. Como es útil que cada cosa tenga su nombre, a fin de que
nos podamos entender, daremos a este modo de comunicación
escrita el de espiritografía,
8
para distinguirlo de la psicografía o
escritura obtenida por un médium. La diferencia entre esas dos palabras es fácil de establecer. En la psicografía, el
alma del médium desempeña necesariamente un cierto papel, al
menos como intermediario, mientras que en la espiritografía es el
Espíritu quien obra directamente por sí mismo.
El tercer modo de comunicación es la palabra. Ciertas personas
reciben en los órganos de la voz la influencia del poder oculto,
similarmente a lo que se hace sentir en la mano de aquellos que
escriben. Ellos transmiten por la palabra, todo lo que los otros
transmiten por la escritura.
Las comunicaciones verbales, así como las escritas, a veces tienen
lugar sin intermediario corporal. Las palabras y las frases pueden
resonar en nuestros oídos o en nuestro cerebro, sin causa física
aparente. Los Espíritus pueden también aparecérsenos en sueño o en
estado de vigilia, y dirigirnos la palabra para darnos advertencias o
instrucciones.
Para seguir el mismo sistema de nomenclatura que hemos
adoptado para las comunicaciones escritas, deberíamos llamar
psicología a la palabra transmitida por el médium, y espiritología a
la que proviene directamente del Espíritu. Pero como la palabra
psicología ya tiene una acepción conocida, no la podemos cambiar.
Por lo tanto, designaremos a todas las comunicaciones verbales con
el nombre de espiritología, aplicando a las primeras el de
espiritología mediata 9
y a las segundas el de espiritología directa.
De los diferentes modos de comunicación, la sematología es el
más incompleto; es muy lento y sólo difícilmente se presta a
desarrollos de una cierta extensión. Los Espíritus superiores no lo
usan de buen grado, ya sea a causa de la lentitud o porque las
respuestas por sí o por no son incompletas y sujetas a error. Para la
enseñanza prefieren los más rápidos: la escritura y la palabra.
En efecto, la escritura y la palabra son los medios más completos
para la transmisión del pensamiento de los Espíritus, ya sea por la
precisión de las respuestas o por la extensión de los desarrollos que
traen consigo. La escritura tiene la ventaja de dejar huellas
materiales y de ser uno de los medios más indicados para combatir
la duda. Además, no se está en la libertad de elegir; los Espíritus se
comunican por los medios que juzgan conveniente: y esto depende
de las aptitudes.
Preg. –¿Cómo pueden los Espíritus obrar sobre la materia? Esto
parece contrario a todas las ideas que nos hacemos de la naturaleza
de los Espíritus.
Resp. «–Según vosotros, el Espíritu no es nada; esto es un error;
nosotros ya hemos dicho que el Espíritu es algo, y es por eso que
puede obrar por sí mismo; pero vuestro mundo es demasiado grosero
para que pueda hacerlo sin intermediario, es decir, sin el lazo que
une el Espíritu a la materia.
»
Nota – El lazo que une el Espíritu a la materia, si no es inmaterial,
es por lo menos impalpable; esta respuesta no resolvería la cuestión
si no tuviésemos el ejemplo de fuerzas igualmente imponderables
que obran sobre la materia: es así que el pensamiento es la causa
primera de todos nuestros movimientos voluntarios y que la
electricidad derriba, levanta y transporta masas inertes. De lo que no
se conoce el móvil, sería ilógico concluir que éste no existe. Por lo
tanto, el Espíritu puede tener palancas que nos son desconocidas; la
Naturaleza nos prueba todos los días que su fuerza no se detiene ante
el testimonio de los sentidos. En los fenómenos espíritas, la causa
inmediata es indiscutiblemente un agente físico, pero la causa
primera es una inteligencia que obra sobre este agente, como nuestro
pensamiento obra sobre nuestros miembros. Cuando queremos
golpear, es nuestro brazo que obra, no es el pensamiento el que
golpea: éste es quien dirige al brazo.
Preg. –Entre los Espíritus que producen efectos físicos, los que
llamamos golpeadores ¿forman una categoría especial o son los
mismos que producen los movimientos y los ruidos?
Resp. «–El mismo Espíritu puede ciertamente producir efectos
muy diferentes, pero los hay quienes se ocupan más particularmente
de ciertas cosas, como entre vosotros tenéis los herreros y los
hacedores de proezas.»
Preg. –El Espíritu que obra sobre los cuerpos sólidos, ya sea para
moverlos o para golpear, ¿penetra en la propia substancia de los
cuerpos o actúa fuera de la misma?
Resp. «–Lo uno y lo otro; hemos dicho que la materia no es un
obstáculo para los Espíritus; ellos penetran todo.»
Preg. –Las manifestaciones materiales, tales como los ruidos, el
movimiento de los objetos y todos esos fenómenos provocados
frecuentemente, ¿son producidos indistintamente por los Espíritus
superiores y por los Espíritus inferiores?
Resp. «–Sólo los Espíritus inferiores se ocupan de esas cosas. Los
Espíritus superiores se sirven de ellos algunas veces, como tú lo
harías con un changador, a fin de que ejecute su cometido. ¿Puedes creer que los Espíritus de
un orden superior estén a vuestras órdenes para divertiros con
trivialidades? Es como preguntar si, en vuestro mundo, los hombres
sabios y serios hacen cosas de juglares y bufones.»
Nota – En general, los Espíritus que se revelan por efectos físicos
son de un orden inferior. Ellos divierten o impresionan a aquellos
para los cuales el espectáculo visual tiene más atractivo que el
ejercicio de la inteligencia; son, de cierto modo, los saltimbanquis
del mundo espírita. A veces actúan espontáneamente; en otras
ocasiones, por orden de los Espíritus superiores.
Si las comunicaciones de los Espíritus superiores ofrecen un
interés más serio, las manifestaciones físicas tienen igualmente su
utilidad para el observador; nos revelan fuerzas desconocidas en la
Naturaleza y nos dan los medios de estudiar el carácter y –por así
decirlo– las costumbres de todas las clases de la población espírita.
Preg. –¿Cómo probar que el poder oculto que actúa en las
manifestaciones espíritas está fuera del hombre? ¿No podría
pensarse que reside en sí mismo, es decir, que obra bajo el impulso
de su propio Espíritu?
Resp. «–Cuando una cosa se hace contra tu voluntad y tu deseo,
ciertamente que no eres tú quien la produce; pero a menudo eres la
palanca de la que se sirve el Espíritu para obrar, y tu voluntad viene
en su ayuda; tú puedes ser un instrumento más o menos conveniente
para él.»
Nota – Es precisamente en las comunicaciones inteligentes que la
intervención de un poder extraño se vuelve patente. Cuando esas
comunicaciones son espontáneas y ajenas a nuestro pensamiento y a
nuestro control, cuando responden a preguntas cuya solución es
desconocida por los asistentes, es necesario buscar la causa fuera de
nosotros. Esto se hace evidente para cualquiera que observe los
hechos con atención y perseverancia; los detalles de sus matices
escapan al observador superficial.
Preg. –¿Todos los Espíritus son aptos para dar manifestaciones
inteligentes?
Resp. «–Sí, puesto que todos los Espíritus son inteligencias; pero
como los hay de todos los grados, es como entre vosotros: unos
dicen cosas insignificantes o estúpidas y otros cosas sensatas.»
Preg. –¿Todos los Espíritus son aptos para comprender las
preguntas que se les propone?
Resp. «–No; los Espíritus inferiores son incapaces de comprender
ciertas preguntas, lo que no les impide que respondan bien o mal; es
igual que entre vosotros.»
Nota – Esto demuestra que es esencial ponerse en guardia
contra la creencia en el saber indefinido de los Espíritus. Sucede con
ellos lo mismo que con los hombres: no es suficiente con interrogar
al primero que llega para obtener una respuesta sensata; es necesario
saber a quién uno se dirige.
El que quiere conocer las costumbres de un pueblo debe estudiarlo
desde lo más bajo hasta lo más alto de la escala; sólo ver una clase
es hacerse una idea falsa, puesto que se juzga el todo por la parte. La
población de los Espíritus es como la nuestra; hay de todo: bueno y
malo, sublime y trivial, sapiente e ignorante. Cualquiera que en
filosofía no haya observado todos los grados, no puede jactarse de
conocerlo. Las manifestaciones físicas nos hacen conocer a los
Espíritus de bajo nivel; son la calle y la choza. Las comunicaciones
instructivas y sabias nos ponen en relación con los Espíritus
elevados; son la élite de la sociedad: el castillo y el instituto.
«–Últimamente nos hemos preguntado si todos los Espíritus,
indistintamente, hacen mover las mesas, producen ruidos, etcétera; e
inmediatamente la mano de una dama, demasiado seria para jugar
con esas cosas, trazó violentamente estas palabras:
«–¿Quién hace bailar a los monos en vuestras calles? ¿Son los
hombres superiores?
«Un amigo de nacionalidad española que era espiritualista y que
murió el verano pasado, nos ha dado diversas comunicaciones; en
una de las mismas se encuentra este pasaje:
"Las manifestaciones que vosotros buscáis no son del número de
las que agradan más a los Espíritus serios y elevados. No obstante,
reconocemos que tienen su utilidad, porque tal vez más que ninguna
otra pueden servir para convencer a los hombres de hoy en día.
"Para obtener esas manifestaciones, es necesario que ciertos tipos
de médiums se desarrollen, cuya constitución física esté en armonía
con los Espíritus que pueden producirlas. No hay ninguna duda de
que los veréis más tarde desarrollarse entre vosotros; entonces, no
serán más esos pequeños golpes que escucharéis, sino ruidos
semejantes a una salva de artillería entremezclada con cañonazos."
«En una parte alejada de la ciudad se encuentra una casa habitada
por una familia alemana; allí se escuchan ruidos extraños, al mismo
tiempo que
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ciertos objetos son desplazados; al menos, esto es lo que nos han
asegurado, porque no lo hemos verificado; pero pensando que el jefe
de la familia podría sernos útil, lo hemos invitado a algunas sesiones
que tienen como objetivo ese género de manifestaciones, y más
tarde la mujer de este buen hombre no ha querido que él continuara
siendo uno de los nuestros, porque –nos ha dicho este último– el
alboroto había aumentado en su casa. A propósito de esto, he aquí lo
que nos ha sido escrito por la mano de la señora...
"No podemos impedir a los Espíritus imperfectos que hagan
ruidos u otras cosas molestas y hasta aterradoras; pero el hecho de
estar en relación con nosotros, que somos bienintencionados, no
puede sino disminuir la influencia que ellos ejercen sobre el médium
en cuestión."
Notamos la perfecta concordancia que existe entre lo que los
Espíritus han dicho en Nueva Orleáns, con referencia a la fuente de
las manifestaciones físicas, y lo que nos han dicho a nosotros
mismos. En efecto, nada podría pintar ese origen con más energía
que esta respuesta, a la vez tan espiritual y tan profunda: «¿Quién
hace bailar a los monos en vuestras calles? ¿Son los hombres
superiores?
Tendremos ocasión de narrar, según los diarios de América,
numerosos ejemplos de esta clase de manifestaciones, tan
extraordinarias como la que acabamos de citar. Sin duda, se nos ha
de responder con este proverbio: «De luengas tierras, luengas
mentiras.» Cuando cosas tan maravillosas nos vienen de 2.000
leguas y no se han podido verificar, se concibe la duda; pero esos
fenómenos han cruzado los mares con el Sr. Home, que nos ha dado
prueba de ellos. Es cierto que el Sr. Home no ha mostrado esos
prodigios en un teatro y que todos, mediante el precio de una
entrada, no han podido verlos; es por eso que mucha gente lo trata
de hábil prestidigitador, sin reflexionar que la élite de la sociedad
que ha sido testigo de esos fenómenos no se habría prestado
benévolamente a servirle de ayudante. Si el Sr. Home hubiese sido
un charlatán, no habría tenido el cuidado de rechazar las brillantes
ofertas de muchos establecimientos públicos y habría recogido el
oro a manos llenas. Su desinterés es la respuesta más perentoria que
se puede hacer a sus detractores. Un charlatanismo desinteresado
sería un contrasentido y una monstruosidad. Más adelante 12
hablaremos en detalle del Sr. Home y de la misión que lo ha
conducido a Francia. Mientras tanto, he aquí un hecho de
manifestación espontánea que un distinguido médico, digno de toda
confianza, nos ha narrado, y que es tan auténtico como las cosas que
han pasado con su conocimiento personal.
Una familia respetable tenía como mucama a una joven huérfana
de catorce años, cuya bondad y dulzura de carácter le habían
merecido el afecto de sus patrones. En la misma cuadra vivía otra
familia en la que la señora de la casa –no se sabe por qué–
15
había tomado aversión a la jovencita, a tal punto que no había
maltrato del cual no fuese objeto. Un día que la muchacha entraba,
la vecina salió furiosa, armada de una escoba, y quiso golpearla.
Asustada, la joven se precipitó hacia la puerta y quiso llamar: pero
desgraciadamente el cordón del llamador se había cortado y ella no
podía alcanzarlo; mas he aquí que la campanilla sonó por sí sola y
vinieron a abrir. En su preocupación, ella no se dio cuenta de lo que
había pasado; pero, desde entonces, la campanilla continuó sonando
de tiempo en tiempo sin motivo conocido, tanto de día como de
noche y, cuando se iba a ver a la puerta, no había nadie. Los vecinos
de la cuadra fueron acusados de jugar esas malas pasadas; la queja
fue llevada ante el comisario de policía, que inició un sumario y
buscó si algún cordón secreto comunicaba con el exterior, pero no
pudo descubrir nada; sin embargo, las cosas continuaban igual en
detrimento del reposo de todos y especialmente de la pequeña
mucama, acusada de ser la causa de ese alboroto. Al seguir el
consejo que les había sido dado, los patrones de la joven decidieron
alejarla de su casa, y la colocaron en la de unos amigos del campo.
Desde entonces la campanilla dejó de sonar, y nada semejante se
produjo en el nuevo domicilio de la huérfana.
Este hecho, como muchos otros que hemos de relatar, no han
sucedido a orillas del Missouri o del Ohio, sino en París, en el
Passage des Panoramas (Pasaje de los Panoramas) 13 . Nos falta
ahora explicarlo. La jovencita no tocaba la campanilla: esto es
indudable; ella estaba demasiado atemorizada por lo que sucedía
para pensar en una travesura de la cual hubiese sido la primera
víctima. Una cosa no menos cierta es que el toque de la campanilla
se producía en su presencia, puesto que el efecto cesó cuando ella
hubo partido. El médico que ha sido testigo del hecho lo explica
como siendo una poderosa acción magnética ejercida
inconscientemente por la joven. Esta razón no nos parece de ninguna
manera concluyente, ya que ¿por qué habría ella perdido ese poder
después de su partida? Él ha respondido a esto diciendo que el terror
inspirado por la presencia de la vecina debía producir en la joven
una sobreexcitación tal que desarrollaba la acción magnética, y que
el efecto cesó con la causa. Confesamos no estar en absoluto
convencidos con este razonamiento. Si la intervención de un poder
oculto no está demostrado aquí de una manera perentoria, es por lo
menos probable, según los hechos análogos que conocemos. Por lo
tanto, al admitir esta intervención, diremos que en la circunstancia
en que el hecho se produjo por primera vez, un Espíritu protector
quiso probablemente salvar a la jovencita del peligro que corría;
que, a pesar del afecto que sus patrones tenían por ella, era quizás de
su interés que saliera de esa casa; es por eso que el ruido continuó
hasta que hubo partido.
La intervención de seres incorpóreos en los pormenores de la vida
privada ha formado parte de las creencias populares de todos los
tiempos. Sin duda, no puede entrar en el pensamiento de ninguna
persona sensata el tomar al pie de la letra todas las leyendas, todas
las historias diabólicas y todos los cuentos ridículos que se
complacen en relatar alrededor del brasero. Sin embargo, los
fenómenos de los cuales somos testigos prueban que dichos cuentos
se basan en algo, porque lo que pasa en nuestros días ha podido y ha
debido pasar en otras épocas. Que se despoje a esos cuentos de lo
maravilloso y de lo fantástico, con lo que la superstición los ha
desfigurado, y se encontrarán todos los caracteres, hechos y gestos
de nuestros Espíritus modernos; unos buenos, benévolos y atentos,
complaciéndose en ser útiles, como los buenos brownies; otros más
o menos maliciosos, traviesos, caprichosos e incluso malos, como
los gobelinos de Normandía, que se los encuentra bajo los nombres
de bogles en Escocia, de bogharts en Inglaterra, de cluricaunes en
Irlanda y de pucks en Alemania. Según la tradición popular, esos
duendes se introducen en las casas y allí buscan todas las ocasiones
para jugar malas pasadas. «Golpean las puertas, desplazan los
muebles, dan golpes en los toneles, pegan contra los techos y los
pisos, silban a media voz, hacen suspiros quejumbrosos, sacan las
cobijas y corren las cortinas de los que están acostados, etc.»
El boghart de los ingleses ejerce particularmente sus malicias
contra los niños, a los cuales parece tener aversión. «Les arranca a
menudo su rodaja de pan con manteca y su taza de leche, agita
durante la noche las cortinas de sus camas, sube y baja las escaleras
haciendo mucho ruido, arroja al piso fuentes y platos, y causa
muchos otros estropicios en las casas.»
En algunos lugares de Francia, los gobelinos son considerados
como una especie de duendes domésticos, a los que se tiene el
cuidado de alimentar con los manjares más delicados, porque traen a
sus dueños el trigo robado de los graneros ajenos. Es
verdaderamente curioso encontrar esta vieja superstición de la
antigua Galia entre los borusos del siglo X (los prusianos de hoy).
Sus koltkys, o genios domésticos, iban también a hurtar trigo en los
graneros para llevárselos a los que ellos apreciaban.
¿Quién no reconocerá en esas travesuras –aparte de la falta de
delicadeza del trigo robado, donde es probable que los favorecidos
se justificasen en detrimento de la reputación de los Espíritus–
quién, decíamos, no reconocerá en ellos a nuestros Espíritus
golpeadores y a los que se puede llamar, sin injuriarlos, de
perturbadores? Si un hecho semejante al que nos hemos referido
anteriormente, el de la joven del Passage des
Panoramas, hubiera sucedido en el campo, sin ninguna duda sería
atribuido al gobelino del lugar y después ampliado por la fecunda
imaginación de las comadres; no faltaría quien hubiese visto al
pequeño demonio colgado de la campanilla, riendo burlonamente y
haciendo muecas a los ingenuos que fuesen a abrir la puerta.
Evocaciones particulares
¡Mamá, estoy aquí!
Hace algunos meses atrás la señora ... había visto desencarnar a su única hija de catorce años, objeto de toda su ternura y muy digna de sus lamentos por las cualidades que prometían hacer de ella una mujer cabal. Esta joven había sucumbido a una larga y dolorosa enfermedad. La madre, inconsolable ante esta pérdida, veía que su salud se alteraba a cada día y repetía sin cesar que pronto ella iría a reunirse con su hija. Informada de la posibilidad de comunicarse con los seres del Más Allá, la señora ... resolvió buscar, en una conversación con su hija, un alivio a su pena. Una dama de su conocimiento era médium; pero al ser una y otra poco experimentadas para semejantes evocaciones, sobre todo en una circunstancia tan solemne, me pidieron para que yo asistiera a la misma. Éramos tres: la madre, la médium y yo. He aquí el resultado de esta primera sesión.
LA MADRE –En el nombre de Dios Todopoderoso, Espíritu Julie ..., mi hija querida, te ruego que vengas si Dios lo permite.
JULIE –¡Mamá, estoy aquí!
LA MADRE –¿Sos realmente vos, hija mía, que me responde? ¿Cómo puedo saber que sos vos? JULIE –Lili.
(Era un sobrenombre familiar dado a la joven en su infancia; no era conocido ni por la médium ni por mí, puesto que desde varios años sólo se la llamaba por su nombre de Julie. Ante esta señal, la identidad era evidente; la madre no pudo dominar su emoción y estalló en sollozos.)
JULIE –¡Mamá! ¿Por qué te afligís? Soy feliz, muy feliz; no sufro más y te veo siempre.
LA MADRE –Pero yo no te veo. ¿Dónde estás?
JULIE –Aquí, a tu lado, mi mano está sobre la señora ... (la médium) para hacerla escribir lo que te digo. Mirá mi escritura. (En efecto, la escritura era la de su hija.)
LA MADRE –Vos decís: mi mano; ¿Entonces tenés un cuerpo?
JULIE –No tengo más ese cuerpo que me hacía sufrir tanto; pero tengo su apariencia. ¿No estás contenta de que yo no sufra más, ya que puedo conversar con vos?
LA MADRE –Entonces, ¿si te viera, te reconocería?
JULIE –Sí, sin duda, y a menudo ya me viste en tus sueños.
LA MADRE –Realmente, te vi en mis sueños, pero creí que era un efecto de mi imaginación, un recuerdo. JULIE –No; era yo la que siempre estaba con vos, buscando consolarte; fui yo que te inspiré la idea de evocarme. Tengo muchas cosas para decirte. Desconfiá del señor ...; él no es sincero.
(Ese señor, conocido únicamente por la madre y nombrado tan espontáneamente, era una nueva prueba de la identidad del Espíritu que se manifestaba.)
LA MADRE –¿Qué puede, pues, hacer contra mí el señor ...?
JULIE –No puedo decírtelo; esto me está vedado. Solamente puedo advertirte que desconfíes de él.
LA MADRE –¿Estás entre los ángeles?
JULIE –¡Oh, todavía no! No soy lo bastante perfecta.
LA MADRE –Sin embargo, no te conocí ningún defecto; eras buena, dulce, amorosa y benévola para con todo el mundo; ¿esto no es suficiente?
JULIE –Para vos, mamá querida, yo no tenía ningún defecto; ¡y me lo creía, porque frecuentemente me lo decías! Pero ahora veo lo que me falta para ser perfecta.
LA MADRE –¿Cómo vas a adquirir las cualidades que te faltan?
JULIE –En nuevas existencias que serán cada vez más felices.
LA MADRE –¿Será en la Tierra que tendrás esas nuevas existencias?
JULIE –No lo sé.
LA MADRE –Puesto que no habías hecho mal alguno durante tu vida, ¿por qué sufriste tanto?
JULIE –¡Pruebas! ¡Pruebas! Las he soportado con paciencia por mi confianza en Dios; soy muy feliz hoy. ¡Hasta pronto, mamá querida!
En presencia de semejantes hechos, ¿quién osaría hablar de la nada después de la tumba, cuando la vida futura se nos revela –por así decirlo– tan palpable? Esta madre, minada por la tristeza, siente hoy una felicidad inefable al poder conversar con su hija; entre ellas no existe más la separación; sus almas se entrelazan y se expanden en el seno de una y de otra por el intercambio de sus pensamientos.
A pesar del velo con el cual hemos rodeado este relato, no nos hubiéramos permitido publicarlo, si no estuviésemos formalmente autorizados para ello. Nos decía esta madre: ¡Si todos los que han visto partir de la Tierra a sus afectos, pudiesen sentir el mismo consuelo que yo!
Por nuestra parte, solamente agregaremos una palabra dirigida a los que niegan la existencia de los buenos Espíritus: les preguntaremos cómo podrían probar que esta joven, en Espíritu, era un demonio maléfico.
Una conversión
Aunque desde otro punto de vista, la siguiente evocación no ofrece un menor interés.
Un señor, al que designaremos con el nombre de Georges, farmacéutico en una ciudad del Sur, hacía poco había visto desencarnar a su padre, objeto de toda su ternura y de una profunda veneración. El Sr. Georges padre unía a una sólida instrucción todas las cualidades que hacen al hombre de bien, aunque profesaba opiniones muy materialistas. Al respecto, su hijo compartía e incluso sobrepasaba las ideas de su padre; dudaba de todo: de Dios, del alma, de la vida futura. El Espiritismo no podía concordar con tales pensamientos. Sin embargo, la lectura de El Libro de los Espíritus le produjo una cierta reacción, corroborada por una conversación directa que hemos tenido con él. «Si mi padre pudiese responderme –decía–, yo no dudaría más.» Fue entonces que tuvo lugar la evocación que vamos a narrar, y en la cual encontraremos más de una enseñanza.
–En el nombre del Todopoderoso ruego a mi padre, en Espíritu, que se manifieste. ¿Estáis cerca de mí? «Sí.» –¿Por qué no os manifestáis a mí directamente, ya que nos hemos amado tanto? «Más adelante.» –¿Podremos reencontrarnos un día? «Sí, pronto.» – ¿Nos amaremos como en esta vida? «Más.» –¿En qué estado os halláis? «Soy feliz.» –¿Estáis reencarnado o errante? «Errante por poco tiempo.»
–¿Qué sensación habéis tenido cuando dejasteis vuestra envoltura corporal? «Turbación.» –¿Cuánto tiempo ha durado esa turbación? «Poco para mí, mucho para ti.» –¿Podéis apreciar la duración de esa turbación, según nuestra manera de contar? «Diez años para ti, diez minutos para mí.» –Pero no ha transcurrido todo ese tiempo desde que os he perdido, puesto que no han pasado más que cuatro meses. «Si tú, que estás encarnado, estuvieses en mi lugar, hubieras sentido ese tiempo.»
–¿Creéis ahora en un Dios justo y bueno? «Sí.» –¿Y creíais en Él en vuestra vida en la Tierra? «Lo presentía, pero no creía en Él.» – ¿Dios es Todopoderoso? «No me he elevado hasta Él para medir su poder; sólo Él conoce los límites de su poder, porque sólo Él es su igual.» –¿Se ocupa Él con los hombres? «Sí.» – ¿Seremos punidos o recompensados según nuestros actos? «Si haces el mal, sufrirás por ello.» –¿Seré recompensado si hago el bien? «Avanzarás en tu senda.» –¿Estoy en la buena senda? «Haz el bien y lo estarás.» –Creo ser bueno, pero yo sería mejor si como recompensa pudiese un día encontraros. «¡Que este pensamiento te sostenga y te dé coraje!» –¿Mi hijo será tan bueno como su abuelo? «Desarrolla sus virtudes, sofoca sus vicios.»
–Esto me parece tan maravilloso que no puedo creer que nos comuniquemos así en este momento. «¿De dónde viene tu duda?» – De que por compartir vuestras opiniones filosóficas, me incliné a atribuir todo a la materia. «¿Ves a la noche lo que ves de día?» – ¡Oh, padre mío! ¿Estoy, entonces, en la noche? «Sí.» –¿Qué veis de más maravilloso? «Explícate mejor.» –¿Habéis encontrado a mi madre, a mi hermana, y a Ana, la querida Ana? «Las he vuelto a ver.» –¿Las veis cuando queréis? «Sí.»
–¿Os es penoso o agradable que me comunique con vos? «Es una felicidad para mí si puedo llevarte hacia el bien.» –Al regresar a casa, ¿cómo podría hacer para comunicarme con vos, lo que me vuelve tan feliz? Eso serviría para conducirme y ayudarme mejor a educar a mis hijos. «Cada vez que un movimiento te lleve hacia el bien, síguelo; seré yo quien te ha de inspirar.»
–Me callo por temor a importunaros. «Habla más, si quieres.» –Ya que me lo permitís, os haré todavía algunas preguntas. ¿De qué afección habéis muerto? «Mi prueba había llegado a su término.» – ¿Dónde habíais contraído el absceso pulmonar que se hubo producido? «Poco importa; el cuerpo no es nada, el Espíritu lo es todo.» –¿De qué naturaleza es la enfermedad que me despierta tan a menudo de noche? «Lo sabrás más adelante.» –Creo que mi afección es grave y quisiera vivir aún para mis hijos. «No es nada; el corazón del hombre es una máquina de vida; deja actuar a la Naturaleza.»
–Ya que estáis aquí presente, ¿con qué forma lo estáis? «Con la apariencia de mi forma corporal.» –¿Estáis en un lugar determinado? «Sí, detrás de Ermance» (la médium). 18 –¿Podríais aparecernos visiblemente? «¿Para qué? Tendríais miedo.»
–¿Nos veis a todos aquí reunidos? «Sí.» –¿Tenéis una opinión sobre cada uno de los aquí presentes? «Sí.» –¿Quisierais decir algo a cada uno de nosotros? «¿En qué sentido me haces esta pregunta?» – Desde el punto de vista moral. «En otra ocasión; por hoy ha sido suficiente.»
El efecto que esta comunicación produjo en el Sr. Georges fue inmenso, y una luz totalmente nueva parecía ya aclarar sus ideas; en una sesión que tuvo lugar al día siguiente en la casa de la señora Roger, sonámbula, acabó de disipar las pocas dudas que pudieron haber quedado. He aquí un extracto de la carta que nos ha escrito al respecto. «Esta dama ha entrado espontáneamente conmigo en detalles muy precisos en lo que atañe a mi padre, a mi madre, a mis hijos y a mi salud; ha descrito con tal exactitud todas las circunstancias de mi vida, incluso recordando hechos que habían escapado hacía mucho tiempo de mi memoria; en una palabra, ella me ha dado pruebas tan patentes de esta maravillosa facultad de la que están dotados los sonámbulos lúcidos, que la reacción de las ideas en mí ha sido completa desde ese momento. En la evocación, mi padre me había revelado su presencia; en la sesión sonambúlica, yo era –por así decirlo– el testigo ocular de la vida extracorpórea, de la vida del alma. Para describir con tanta minuciosidad y exactitud, y a doscientas leguas de distancia, lo que sólo era conocido por mí, era algo digno de ser visto; ahora bien, ya que no podía hacerlo con los ojos del cuerpo, había por lo tanto un lazo misterioso e invisible que unía a la sonámbula con las personas y las cosas ausentes, a las que nunca había visto; por consecuencia, había algo fuera de la materia. ¿Qué podía ser ese algo, si no es lo que se llama alma, el ser inteligente del cual el cuerpo es sólo la envoltura, pero cuya acción se extiende mucho más allá de nuestra esfera de actividad?»
Hoy el Sr. Georges no sólo ha dejado de ser materialista, sino que es uno de los adeptos más fervientes y activos del Espiritismo, por lo que es doblemente feliz, por la confianza que ahora le inspira el porvenir y por el placer motivado que encuentra en hacer el bien.
Esta evocación, muy simple al principio, no es menos notable en más de un aspecto. El carácter del Sr. Georges padre se refleja en sus respuestas breves y sentenciosas que le eran habituales; hablaba poco y jamás decía una palabra inútil; pero el que habla, ya no es más el escéptico: reconoce su error; su Espíritu es más libre, más clarividente, y describe la unidad y el poder de Dios con estas admirables palabras: Sólo Él es su igual; antes, cuando estaba encarnado, él atribuía todo a la materia; ahora dice: El cuerpo no es nada, el Espíritu lo es todo; y esta otra frase sublime: ¿Ves a la noche lo que ves de día? Para el observador atento, todo tiene un alcance, y es así que encuentra a cada paso la confirmación de las grandes verdades enseñadas por los Espíritus.
Los antagonistas de la Doctrina Espírita se han apoderado con
prontitud de un artículo publicado por el
Scientific American (Científico Americano) del 11 de julio último, intitulado: Les
Médiums jugés. Varios diarios franceses lo han reproducido como
un argumento sin réplica; nosotros mismos lo reproduciremos a
22
continuación, acompañándolo de algunas observaciones que
mostrarán su valor.
«Hace algún tiempo había sido realizada una oferta de 500 dólares
(2.500 francos), por intermedio del Boston Courier (Correo de
Boston), a toda persona que, en presencia y para satisfacción de un
cierto número de profesores de la Universidad de Cambridge,
reprodujera algunos de esos fenómenos misteriosos que los
espiritualistas dicen comúnmente haber sido producidos por
intermedio de agentes llamados médiums.
«El desafío fue aceptado por el Dr. Gardner, y por varias personas
que se jactaban de estar en comunicación con los Espíritus. Los
concurrentes se reunieron en el edificio Albion, en Boston, la última
semana de junio, dispuestos a dar pruebas de su poder sobrenatural.
Entre ellos estaban las jóvenes Fox, que se habían vuelto tan
célebres por su superioridad en ese género. La comisión encargada
de examinar las pretensiones de los aspirantes al premio estaba
compuesta por los profesores Pierce, Agassiz,20 Gould y Horsford,
de Cambridge, siendo los cuatro eruditos muy distinguidos. Los
ensayos espiritualistas duraron varios días; jamás los médiums
habían encontrado una mejor ocasión de poner en evidencia su
talento o su inspiración; pero, como los sacerdotes de Baal en los
días de Elías, invocaron en vano a sus divinidades, tal como lo
prueba el siguiente pasaje del informe de la comisión:
"La comisión declara que el Dr. Gardner, al no haber logrado
presentar a un agente o médium que revelase la palabra confiada a
los Espíritus en una habitación vecina; que leyese la palabra inglesa
escrita en el interior de un libro o sobre una hoja de papel plegado;
que respondiese a una pregunta que sólo las inteligencias superiores
pueden saber; que hiciese sonar un piano sin tocarlo o mover una
mesa de una pata sin el impulso de las manos; habiéndose mostrado
impotente de dar a la comisión el testimonio de un fenómeno que se
pudiese considerar como el equivalente de las pruebas
propuestas, aun usando una interpretación amplia y benevolente; de
un fenómeno que para ser producido exigiera la intervención de un
Espíritu, por lo menos suponiendo o implicando esta intervención;
de un fenómeno desconocido hasta ahora por la Ciencia o cuya
causa no fuese inmediatamente señalada y palpable por la comisión,
no tiene ningún derecho de exigir al Courrier de Boston la remesa
de la suma propuesta de 2.500 francos."
La experiencia realizada en los Estados Unidos con relación a los
médiums, recuerda otra que se hizo hace aproximadamente diez
años, en Francia, en pro o en contra de los sonámbulos lúcidos, es
decir, magnetizados. La Academia de Ciencias recibió el encargo de
otorgar un premio de 2.500 francos al sujet magnético que leyese
con los ojos vendados. Todos los sonámbulos hicieron
voluntariamente este ejercicio en los salones o en escenarios; leían
en libros cerrados y descifraban
23
una carta completa sentados sobre la misma o apoyándola bien
doblada y cerrada sobre su vientre; pero ante la Academia no se
pudo leer absolutamente nada y el premio no fue ganado.
Este ensayo demuestra, una vez más, por parte de nuestros
antagonistas, su absoluta ignorancia de los principios sobre los
cuales reposan los fenómenos de las manifestaciones espíritas.
Existe entre ellos una idea fija que esos fenómenos deben obedecer a
su voluntad y producirse con una precisión mecánica. Totalmente
olvidan o, mejor dicho, no saben que la causa de esos fenómenos es
completamente moral y que las inteligencias que son sus primeros
agentes no están al capricho de quien quiera que sea, y menos al de
los médiums que al de otras personas. Los Espíritus obran cuando
les agrada y ante quien les agrada; frecuentemente, es cuando menos
se lo espera que su manifestación tiene lugar con más energía, y
cuando se la solicita no sucede. Los Espíritus tienen maneras de ser
que nos son desconocidas; lo que está fuera de la materia no puede
ser sometido al crisol de la materia. Por lo tanto, es una
equivocación juzgarlos desde nuestro punto de vista. Si consideran
que es útil revelarse a través de signos particulares, lo harán; pero
nunca lo hacen a nuestra voluntad, ni para satisfacer una vana
curiosidad. Además, es necesario tener en cuenta una causa muy
conocida que aleja a los Espíritus: es su antipatía por ciertas
personas, principalmente por aquellas que, con preguntas conocidas,
quieran poner a prueba su perspicacia. Dicen que cuando una cosa
existe, ellos deben saberlo; ahora bien, es precisamente porque ese
algo es conocido por vosotros, o que tenéis los medios de verificarlo
por vos mismos, que ellos no se toman el trabajo de responder; esta
presunción los irrita y no se obtiene nada satisfactorio, alejando
siempre a los Espíritus serios que sólo hablan de buen grado con las
personas que se dirigen a ellos con confianza y sin segundas
intenciones. ¿No tenemos todos los días el ejemplo entre nosotros?
Hombres superiores, que tienen conciencia de sus valores, ¿se
entretendrían respondiendo a todas las preguntas necias que
tenderían a someterlos a un examen como a los escolares? ¿Qué
dirían si se les dijese: «Pero si no respondéis, es porque no sabéis?»
Os volverían la espalda: es lo que hacen los Espíritus.
Si es así, diréis, ¿qué medios tenemos para convencernos? Por el
propio interés de la Doctrina de los Espíritus, ¿no deberían ellos
desear hacer prosélitos? Nosotros responderemos que es tener
mucho orgullo el creerse indispensable para el éxito de una causa;
ahora bien, los Espíritus no gustan de los orgullosos. Ellos
convencen a quienes quieren; en cuanto a los que creen en su
importancia personal, les demuestran el caso que les hacen no
escuchándolos. Por lo demás, he aquí su respuesta a dos preguntas
sobre este asunto:
–¿Puede pedirse a los Espíritus que den signos materiales como
prueba de su existencia y de su poder? Resp. «–Se puede sin duda
provocar ciertas manifestaciones, pero no todos son aptos para esto,
y a menudo lo que se pide, no se obtiene; ellos no están al capricho
de los hombres.»
–Pero cuando una persona pide estos signos para convencerse, ¿no
tendría utilidad satisfacerla, puesto que sería un adepto más? Resp.
«–Los Espíritus no hacen sino lo que quieren y lo que les está
permitido. Al hablar y al responder a vuestras preguntas atestiguan
su presencia: esto debe ser suficiente para el hombre serio que busca
la verdad en la palabra.»
Los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: –Maestro, quisiéramos
que nos hicierais ver algún prodigio. Jesús respondió: «–Esta raza
mala y adúltera pide un prodigio, y no se le dará otro que el de
Jonás» (san Mateo).
Nosotros agregaremos aún que es conocer muy poco la naturaleza
y la causa de las manifestaciones si se cree que se puede estimularlas
con una suma cualquiera. Los Espíritus desprecian la codicia tanto
como el orgullo y el egoísmo. Y esta sola condición puede ser para
ellos un motivo para no manifestarse. Por lo tanto, sabed que
obtendréis cien veces más de un médium desinteresado que de aquel
que está movido por el afán de lucro, y que un millón no lo llevaría a
hacer lo que no debe. Si alguna cosa nos extraña es que se haya
encontrado médiums capaces de someterse a una prueba en la que
estaba en juego una suma de dinero.
Leemos en el Courrier de Lyon (Correo de Lyon):
«En la noche del 27 al 28 de agosto de 1857, un caso singular de
visión intuitiva se ha producido en La Croix-Rousse, en las
siguientes circunstancias:
«Hace aproximadamente tres meses, los esposos B... –honrados
obreros tejedores–, movidos por un loable sentimiento de
conmiseración, acogieron en su casa, en calidad de doméstica, a una
joven un poco idiota que vivía en los alrededores de Bourgoing.
«El domingo pasado, entre las dos y las tres de la mañana, los
esposos B... fueron despertados con sobresalto por los gritos agudos
dados por su empleada, que dormía en un desván contiguo a su
habitación.
«Al encender una lámpara, la señora B... subió al desván y
encontró a su
25
doméstica que, bañada en lágrimas –y en un estado de exaltación de
espíritu, difícil de describir– llamaba a su madre, a la que acababa de
ver morir ante sus ojos, según decía, mientras se retorcía los brazos
en horribles convulsiones.
«Después de haber consolado a la joven, la señora B... volvió a su
habitación. Este incidente estaba casi olvidado, cuando ayer, martes
por la tarde, el cartero entregó al Sr. B... una carta del tutor de la
joven, que comunicaba a ésta última que en la noche del domingo al
lunes, entre las dos y las tres de la mañana, su madre había muerto a
consecuencia de una caída desde lo alto de una escalera.
«La pobre idiota partió ayer mismo a la mañana para Bourgoing,
acompañada por el Sr. B..., su patrón, para recibir la parte de la
sucesión que le correspondía en la herencia de su madre, cuyo fin
deplorable había visto tan tristemente en sueño.»
Los casos de esta naturaleza no son raros, y a menudo tendremos
ocasión de relatarlos, cuya autenticidad no podrá ser refutada.
Algunas veces se producen al dormir, en el estado de sueño; ahora
bien, como los sueños no son otra cosa que un estado de
sonambulismo natural incompleto, designaremos a las visiones que
tienen lugar en este estado con el nombre de visiones sonambúlicas,
para distinguirlas de aquellas que ocurren en el estado de vigilia y
que llamaremos visiones por doble vista. En fin, llamaremos
visiones extáticas a las que tienen lugar en el éxtasis; éstas
generalmente tienen por objeto los seres y las cosas del mundo
incorpóreo. El siguiente caso pertenece a la segunda categoría.
Un naviero conocido nuestro que vive en París, nos contaba hace
pocos días lo siguiente: «En el mes de abril último, estando un poco
enfermo, fui de paseo a Las Tullerías con mi socio. Hacía un tiempo
hermoso; el Jardín estaba lleno de gente. De repente la
muchedumbre desapareció ante mis ojos; yo no sentía más mi
cuerpo; fui como transportado y vi claramente un navío entrando en
el puerto de El Havre. Reconocí que era La Clémence (La
Clemencia), que esperábamos de las Antillas; vi atracar el navío al
muelle, distinguí claramente los mástiles, las velas, los marineros y
todos los más minuciosos detalles, como si yo estuviese en el lugar.
Entonces, le dije a mi compañero: «He aquí La Clémence arribando;
recibiremos la noticia hoy mismo; su travesía ha sido afortunada.»
Al regresar a mi casa me entregaron un despacho telegráfico. Antes
de tomar conocimiento del mismo, dije: “Es el anuncio de la llegada
de La Clémence que entró en El Havre a las tres horas.” En efecto,
el despacho confirmaba esa llegada a la misma hora en que yo lo
había visto en Las Tullerías.»
Cuando las visiones tienen por objeto los seres del mundo
incorpóreo, se podría con aparente razón atribuirlas a la imaginación
y calificarlas de alucinaciones, porque nada puede demostrar
26
su exactitud; pero en ambos casos que acabamos de relatar, es la
realidad más material y más positiva la que aparece. Desafiamos a
todos los fisiólogos y a todos los filósofos para que los expliquen a
través de los sistemas corrientes. Sólo la Doctrina Espírita puede dar
la explicación a través del fenómeno de la emancipación del alma
que, escapándose momentáneamente de sus fajas materiales, se
transporta hacia fuera de la esfera de la actividad corporal. En el
primer caso narrado más arriba, es probable que el alma de la madre
haya venido a buscar a su hija para advertirla de su muerte; pero en
el segundo, es cierto que no es el navío el que ha venido al
encuentro del naviero en Las Tullerías; por lo tanto, es necesario que
sea el alma de éste la que ha ido a buscarlo en El Havre.
Si las primeras manifestaciones espíritas han hecho numerosos adeptos, han encontrado no sólo muchos incrédulos, sino también los adversarios más encarnizados y, frecuentemente, hasta los interesados en su descrédito. Hoy los hechos han hablado tan alto que obligan a aceptar la evidencia, y si aún existen incrédulos sistemáticos, podemos predecirles con certeza que no pasarán muchos años antes de que suceda con los Espíritus lo mismo que con la mayoría de los descubrimientos, que han sido combatidos a ultranza o considerados como utopías por aquellos mismos cuyo saber debería haberlos hecho menos escépticos en lo tocante al progreso. Ya hemos encontrado a muchas personas, entre las que no han podido profundizar estos extraños fenómenos, que están de acuerdo que nuestro siglo es tan fecundo en cosas extraordinarias, y que la Naturaleza tiene tantos recursos desconocidos, que sería más que una ligereza negar la posibilidad de lo que no se comprende. Éstos dan prueba de sabiduría. Mientras tanto, he aquí una autoridad que no podría ser sospechosa de prestarse con ligereza a una mistificación: es uno de los principales diarios eclesiásticos de Roma, la Civiltà Cattolica (Civilización Católica). Reproducimos a continuación un artículo que este diario publicó en el mes de marzo último, y se verá que sería difícil probar la existencia y la manifestación de los Espíritus con argumentos más perentorios. Es verdad que diferimos del mismo acerca de la naturaleza de los Espíritus; sólo admite a los malos, mientras que nosotros admitimos a los buenos y a los malos: éste es un punto que trataremos más adelante con todo el desarrollo necesario. El reconocimiento de las manifestaciones espíritas por una autoridad tan seria y respetable es un punto capital; por lo tanto, sólo resta juzgarlas: es lo que haremos en el próximo número. L'Univers (El Universo), al reproducir este artículo, lo hace preceder de las sabias reflexiones siguientes:
«Por ocasión de una obra publicada en Ferrara, sobre la práctica del magnetismo animal, hemos hablado últimamente a nuestros lectores de los sabios artículos que acaban de aparecer en la Civiltà Cattolica, de Roma, sobre la Necromancia moderna, reservándonos el hacérselos conocer más ampliamente. Damos hoy el último de estos artículos, que contiene en algunas páginas las conclusiones de la revista romana. Además del interés que naturalmente se atribuye a esas materias y la confianza que debe inspirar un trabajo publicado por la Civiltà, la oportunidad particular de la cuestión, en este momento, nos dispensa de llamar la atención sobre un asunto que muchas personas han tratado en la teoría y en la práctica de una manera muy poco seria, a despecho de esta regla de vulgar prudencia que aconseja que cuanto más extraordinarios son los hechos, con más circunspección se debe proceder.»
He aquí este artículo: «De todas las teorías que se han expuesto para explicar naturalmente los diversos fenómenos conocidos con el nombre de espiritualismo americano, no hay ninguna que alcance su objetivo, y menos aún que llegue a dar la explicación de todos esos fenómenos. Si una u otra de estas hipótesis fuese suficiente para explicar algunos, habría siempre muchos que quedarían inexplicados e inexplicables. La superchería, la mentira, la exageración, las alucinaciones deben por cierto formar parte ampliamente en los hechos citados; pero después de haber realizado este descuento, resta todavía una cantidad tal que, para negar la realidad, sería necesario rechazar todo crédito en la autoridad de los sentidos y del testimonio humano. Entre los hechos en cuestión, un cierto número puede explicarse con la ayuda de la teoría mecánica o mecánicofisiológica; pero hay una parte, y mucho más considerable, que de ninguna manera puede prestarse a una explicación de este género. A este orden de hechos se relacionan todos los fenómenos en los cuales los efectos obtenidos superan evidentemente la intensidad de la fuerza motriz que debería –dicen– producirlos. Tales son: 1°) Los movimientos, los sobresaltos violentos de masas pesadas y sólidamente equilibradas, a la simple presión y al solo contacto de las manos; 2°) Los efectos y los movimientos que se producen sin contacto alguno, por consecuencia, sin ningún impulso mecánico, ya sea inmediato o mediato; y, en fin, esos otros efectos que son de una naturaleza en que se manifiestan, en quien los produce, una inteligencia y una voluntad distintas a las de los experimentadores. Para explicar estos tres órdenes de hechos diversos, tenemos todavía la teoría del magnetismo; pero por más amplias concesiones que se esté dispuesto a hacer, e incluso admitiéndola a ojos cerrados, todas las hipótesis gratuitas en las cuales se basa, todos los errores y los absurdos de 28 que está plagada, y las facultades milagrosas que atribuye a la voluntad humana, al fluido nervioso y a cualquier otro agente magnético, esta teoría jamás podrá explicar –con ayuda de sus principios– cómo una mesa magnetizada por un médium, manifiesta en sus movimientos una inteligencia y una voluntad propias, es decir, diferentes a las del médium, y que a veces son contrarias y superiores a la inteligencia y a la voluntad de éste.
«¿Cómo dar la explicación de semejantes fenómenos? ¿Queremos también nosotros recurrir a no sé qué causas ocultas o a qué fuerzas aún desconocidas de la Naturaleza? ¿O a explicaciones nuevas de ciertas facultades, de ciertas leyes que hasta el presente habían permanecido inertes y como adormecidas en el seno de la Creación? Sería como confesar abiertamente nuestra ignorancia y enviar el problema a que aumente el número de tantos enigmas que el Espíritu humano no ha podido hasta el presente encontrar la clave, ni podrá jamás hacerlo. Por lo demás, no dudamos en confesar nuestra ignorancia con respecto a los varios fenómenos en cuestión, cuya naturaleza es tan equívoca y tan desconocida que nos parece que el partido más sabio sea el de no buscar explicarlos. En compensación, existen otros para los cuales no nos parece difícil encontrar la solución; es verdad que es imposible buscarla en las causas naturales; pero, ¿por qué entonces dudaríamos en recurrir a esas causas que pertenecen al orden sobrenatural? Quizás estuviésemos desviados por las objeciones que nos oponen los escépticos y aquellos que, al negar este orden sobrenatural, nos dicen que no se puede definir hasta dónde se extienden las fuerzas de la Naturaleza; que el campo que falta descubrir a las Ciencias físicas no tiene límites y que nadie sabe suficientemente bien cuáles son los límites del orden natural para poder indicar con precisión el punto donde termina uno y comienza el otro. La respuesta a semejante objeción nos parece fácil: admitiendo que no se pueda determinar de una manera precisa el punto de división de estos dos órdenes opuestos – el orden natural y el orden sobrenatural–, de esto no se deduce que no pueda definirse con certeza si tal efecto pertenece a uno o a otro de esos órdenes. ¿Quién puede, en el arco iris, distinguir el punto preciso donde termina uno de los colores y donde comienza el siguiente? ¿Quién puede fijar el instante exacto donde termina el día y donde comienza la noche? Y, sin embargo, no hay un hombre que sea tan limitado como para sacar en conclusión que no puede saber si tal zona del arco iris es roja o amarilla, o si a tal hora es de día o de noche. ¿Quién es aquel que no comprende que para conocer la naturaleza de un hecho, de ningún modo es necesario pasar por el límite donde comienza o donde termina la categoría a la cual pertenece, y que basta constatar si reúne los caracteres que son propios de esta categoría?
«Apliquemos esta observación tan simple a la presente cuestión: nosotros no podemos decir hasta dónde van las fuerzas de la Naturaleza; sin embargo, al darse un hecho podemos frecuentemente determinar con certeza –según ciertos caracteres– que pertenece al orden sobrenatural. Y para no salir de nuestro problema, entre los fenómenos de las mesas parlantes, hay varios que, a nuestro entender, manifiestan esos caracteres de la manera más evidente; tales son aquellos en los cuales el agente que mueve las mesas obra como causa inteligente y libre, al mismo tiempo que muestra una inteligencia y una voluntad que le son propias, es decir, superiores o contrarias a la inteligencia y a la voluntad de los médiums, de los experimentadores y de los asistentes; en una palabra, son distintas de éstas, cualquiera que pueda ser la manera que atestigüe esta distinción. En casos semejantes somos obligados a admitir, sea como fuere, que este agente es un Espíritu y no un Espíritu humano, y que por lo tanto está fuera de este orden, de esas causas que tenemos la costumbre de llamar naturales, de las que –digamos– no superan las fuerzas del hombre.
«Tales son precisamente los fenómenos que, así como lo hemos dicho anteriormente, han resistido a cualquier otra teoría fundada en los principios puramente naturales, mientras que en la nuestra encuentran una explicación más fácil y más clara, ya que cada uno sabe que el poder de los Espíritus sobre la materia sobrepasa en mucho las fuerzas del hombre; y que no hay efecto maravilloso, entre los citados de la necromancia moderna, que no pueda ser atribuido a su acción.
«Sabemos muy bien que al ver que ponemos aquí a los Espíritus en escena, más de un lector sonreirá con piedad. Sin hablar de esas personas que, como verdaderos materialistas, no creen en absoluto en la existencia de los Espíritus y rechazan como siendo una fábula todo lo que no sea materia ponderable y palpable, así como los que, a pesar de admitir que existen los Espíritus, les niegan cualquier influencia y cualquier intervención en lo que atañe a nuestro mundo; hay en nuestros días muchos hombres que, por más que atribuyan a los Espíritus lo que ningún buen católico podría negarles –a saber: la existencia y la facultad de intervenir en los hechos de la vida humana de una manera oculta o patente, ordinaria o extraordinaria–, parecen, entretanto, desmentir su fe en la práctica, y consideran como una vergüenza, como un exceso de credulidad y como una superstición de viejas, admitir la acción de estos mismos Espíritus en ciertos casos especiales, contentándose con no negarla en tesis general. Y, a decir verdad, desde hace un siglo se han burlado tanto de la simplicidad de la Edad Media, acusándola de ver por todas partes Espíritus, maleficios y hechiceros, y se ha hablado tanto sobre ese asunto, que no es sorprendente que tantas cabezas débiles, que quieren parecer fuertes, sientan de aquí en adelante repugnancia y una especie de vergüenza por creer en la intervención de los Espíritus. Pero este exceso de incredulidad no es menos irracional que lo que no haya podido ser en otras épocas el exceso contrario; y si creer demasiado conduce, en semejante materia, a vanas supersticiones, no querer admitir nada, por otro lado, lleva directamente a la impiedad del naturalismo. Por consiguiente, el hombre sabio, el cristiano prudente deben evitar también esos dos extremos y mantenerse firmes en la línea intermedia: porque es ahí que se encuentra la verdad y la virtud. Ahora bien, en la cuestión de las mesas parlantes, ¿hacia qué lado nos hará inclinar una fe prudente?
«La primera, la más sabia de las reglas que nos impone esta prudencia, nos enseña que para explicar los fenómenos que ofrecen un carácter extraordinario, no se debe recurrir a las causas sobrenaturales sino cuando las que pertenecen al orden natural sean insuficientes para darles una explicación. De donde se deduce, en cambio, la obligación de admitir las primeras, cuando las segundas son insuficientes. Y éste es justamente nuestro caso; en efecto, entre los fenómenos de los que hemos hablado, existen aquellos en los cuales ninguna teoría y ninguna causa puramente natural podría explicarlos. Por lo tanto, no es solamente prudente, sino también necesario buscar su explicación en el orden sobrenatural o, en otras palabras, atribuirlos exclusivamente a los Espíritus, ya que, por fuera y por encima de la Naturaleza, no existe otra causa posible.
«He aquí una segunda regla, un criterium infalible para establecer, con relación a un hecho cualquiera, si pertenece al orden natural o sobrenatural: es examinar bien los caracteres y determinar, según los mismos, la naturaleza de la causa que lo ha producido. Ahora bien, los más maravillosos hechos de este género, los que no puede explicar ninguna otra teoría, ofrecen caracteres tales que demuestran una causa, no solamente inteligente y libre, sino también dotada de una inteligencia y de una voluntad que no tienen nada de humano; por consecuencia, esta causa no puede ser otra que exclusivamente un Espíritu.
«Así, por dos caminos, uno indirecto y negativo, que procede por exclusión, el otro directo y positivo, el cual está fundado en la propia naturaleza de los hechos observados, hemos arribado a esta misma conclusión, a saber: que entre los fenómenos de la necromancia moderna hay, por lo menos, una categoría de hechos que sin ninguna duda son producidos por los Espíritus. Hemos llegado a esta conclusión por un razonamiento tan simple y tan natural que, al aceptarlo, lejos del temor de ceder a una imprudente credulidad, al contrario, creeríamos dar prueba –si nos negáramos a admitirlo– de una debilidad y de una incoherencia de espíritu imperdonables. Para confirmar nuestra aserción, los argumentos no nos faltarían; lo que sí nos falta son el espacio y el tiempo para desarrollarlos aquí. Lo que hemos dicho hasta ahora es plenamente suficiente y puede resumirse en las cuatro siguientes proposiciones:
«1°) Entre los fenómenos en cuestión, separando razonablemente lo que se puede atribuir a la impostura, a las alucinaciones y a las exageraciones, existe todavía un gran número cuya realidad no puede ponerse en duda sin violar todas las leyes de una crítica saludable.
«2°) Todas las teorías naturales que hemos expuesto y discutido anteriormente son impotentes para dar una explicación satisfactoria de todos esos hechos. Si explican algunos, dejan un número mayor (y éstos son los más difíciles) totalmente inexplicados e inexplicables.
«3°) Al implicar la acción de una causa inteligente ajena al hombre, los fenómenos de este último orden sólo pueden explicarse a través de la intervención de los Espíritus, sea cual fuere, además, el carácter de esos Espíritus, cuestión de la que nos ocuparemos más adelante.
«4°) Todos estos hechos pueden dividirse en cuatro categorías: muchos de ellos deben ser rechazados como falsos o como producidos por la superchería; en cuanto a los otros, los más simples y los más fáciles de concebir, tales como las mesas giratorias, admiten en ciertas circunstancias una explicación puramente natural; por ejemplo, la de un impulso mecánico; una tercera clase se compone de fenómenos más extraordinarios y más misteriosos, sobre la naturaleza de los cuales se duda aún, porque, aunque parecen sobrepasar las fuerzas de la Naturaleza, no presentan, sin embargo, caracteres tales que se deba evidentemente recurrir –para explicarlos– a una causa sobrenatural. Finalmente, colocamos en la cuarta categoría los hechos que, al ofrecer de una manera evidente esos caracteres, deben ser atribuidos a la operación invisible y exclusiva de los Espíritus.
«¿Pero quiénes son esos Espíritus? ¿Son buenos o malos? ¿Ángeles o demonios? ¿Almas bienaventuradas o almas réprobas? La respuesta a esta última parte de nuestro problema no podría ser dudosa, por poco que sean considerados, de un lado, la naturaleza de esos diversos Espíritus, y del otro, el carácter de sus manifestaciones. Es lo que nos queda por demostrar.»
Historia de Juana de Arco DICTADA POR ELLA MISMA A LA SEÑORITA ERMANCE DUFAUX
He aquí una cuestión que a menudo nos ha sido presentada: la de saber si los Espíritus que responden con mayor o menor precisión a las preguntas que se les dirigen, podrían hacer un trabajo de gran extensión. La prueba está en la obra de la cual hablamos, porque aquí no es más una serie de preguntas y respuestas, es una narración completa y continuada como hubiera podido hacerla un historiador, y que contiene una infinidad de detalles poco o nada conocidos sobre la vida de la heroína. A los que podrían creer que la señorita Dufaux se ha inspirado en sus conocimientos personales, responderemos que ella ha escrito este libro a la edad de catorce años y que había recibido la instrucción que reciben todas las jóvenes de buena familia, educadas con esmero; pero aunque tuviese una memoria fenomenal, no es en los libros clásicos donde se pueden obtener documentos íntimos que difícilmente se encontrarían en los archivos de la época. Los incrédulos –lo sabemos– siempre tendrán mil objeciones que hacer; pero para nosotros, que hemos visto a la médium en acción, el origen del libro no admite ninguna duda.
Aunque la facultad de la señorita Dufaux se presta a la evocación de cualquier Espíritu, nosotros mismos hemos comprobado, en las comunicaciones personales que nos ha transmitido, que su especialidad es la Historia. De la misma manera, ella ha escrito la de Luis XI y la de Carlos VIII, que serán publicadas como la de Juana de Arco. Se ha presentado en la Srta. Dufaux un fenómeno bastante curioso. Al principio, era una muy buena médium psicógrafa y escribía con gran facilidad; poco a poco se volvió médium psicofónica, y a medida que esta nueva facultad se desarrolló, la primera disminuyó; hoy en día escribe poco o muy difícilmente; pero lo que tiene de singular, es que al hablar necesita tener un lápiz en la mano, simulando escribir; es preciso una tercera persona para recoger sus palabras, como las de la sibila. Al igual que todos los médiums favorecidos por los Espíritus buenos, nunca recibió comunicaciones que no fueran de un orden elevado.
Tendremos ocasión de volver a la Historia de Juana de Arco para explicar los hechos de su vida relacionados con el mundo invisible, y citaremos lo que ella ha dictado de más notable a su intérprete con respecto a este tema. (1 vol. in 12º; 3 fr. Librería Dentu, en el PalaisRoyal.)
El Libro de los Espíritus *
CONTIENE
LOS PRINCIPIOS DE LA DOCTRINA ESPÍRITA
Sobre la naturaleza de los seres del mundo incorpóreo, sus manifestaciones y sus relaciones con los
hombres; las leyes morales, la vida presente, la vida futura y el porvenir de la Humanidad.
ESCRITO Y PUBLICADO SEGÚN EL DICTADO Y LA ORDEN DE LOS ESPÍRITUS SUPERIORES,
por ALLAN KARDEC.
Esta obra –así como lo indica su título– no es de modo alguno
una doctrina personal: es el resultado de la enseñanza directa de los
propios Espíritus sobre los misterios del mundo donde estaremos un
día, y sobre todas las cuestiones que interesan a la Humanidad; de
cierta forma, ellos nos dan el código de la vida al trazarnos la ruta de
la felicidad venidera. Al no ser este libro el fruto de nuestras propias
ideas, puesto que sobre muchos puntos importantes nosotros
teníamos una manera de ver totalmente diferente, en absoluto
nuestra modestia habrá de sufrir con los elogios; sin embargo,
preferimos dejar hablar a aquellos que están completamente
desinteresados en la cuestión.
____________________________________________________
* vol. in 8º en 2 columnas, 3 fr.; en la Librería Dentu, Palais-Royal, y en la
oficina del periódico: rue et passage Sainte-Anne, 59 (antiguamente era en la rue des
Martyrs, nº 8). [Nota de Allan Kardec.]
Acerca de este libro, el Courrier de Paris (Correo de París)
del 11 de julio de 1857 contenía el siguiente artículo:
LA DOCTRINA ESPÍRITA
El editor Dentu ha publicado, hace poco tiempo, una obra muy notable; íbamos a decir muy curiosa, pero hay cosas que rechazan toda calificación banal.
El Libro de los Espíritus, del Sr. Allan Kardec, es una página nueva del propio gran libro del infinito, y estamos persuadidos de que se ha de colocar un señalador en esta página. Sentiríamos mucho
si se creyera que hemos venido a hacer aquí una publicidad bibliográfica; si pudiésemos suponer que así fuera, quebraríamos nuestra pluma inmediatamente. No conocemos de manera alguna al autor, pero confesamos abiertamente que nos sentiríamos felices en conocerlo. Quien escribió la Introducción que encabeza El Libro de
los Espíritus debe tener el alma abierta a todos los nobles
sentimientos.
Además, para que no se pueda sospechar de nuestra buena fe y acusarnos de tomar partido, diremos con toda sinceridad que nunca hemos hecho un estudio profundo de las cuestiones sobrenaturales.
Pero si los hechos que se produjeron nos han asombrado, por lo menos no nos hicieron encoger de hombros. Somos un poco como esas personas llamadas soñadoras, porque no piensan igual que todo el mundo. A veinte leguas de París, al atardecer y bajo los grandes árboles, cuando no tenemos a nuestro
alrededor más que algunas cabañas diseminadas, pensamos naturalmente en cualquier otra cosa que no sea la Bolsa, el macadán
de los bulevares o los caballos de Longchamp. Muy a menudo nos hemos preguntado –y esto mucho tiempo antes de haber escuchado hablar de los médiums– qué pasaba en lo que se ha convenido llamar el Más Allá. Inclusive habíamos esbozado una teoría sobre los
mundos invisibles, que guardamos cuidadosamente para nosotros y que estamos muy felices en reencontrarla casi por entero en el libro del Sr. Allan Kardec.
A todos los desheredados de la Tierra, a todos los que andan o que
caen regando con sus lágrimas el polvo del camino, les diremos:
Leed El Libro de los Espíritus, esto os hará más fuertes. También a
los que están felices, a los que por la senda sólo encuentran
ovaciones de la multitud o las sonrisas de la fortuna, les diremos:
Estudiadlo, él os hará mejores.
El cuerpo de la obra –dice el Sr. Allan Kardec– debe ser atribuido
plenamente a los Espíritus que lo han dictado. Está admirablemente
clasificado por preguntas y respuestas. Algunas veces, estas últimas
son simplemente sublimes: esto no nos sorprende; pero, ¿no ha sido
necesario un gran mérito para quien supo obtenerlas?
Desafiamos a los más incrédulos a reírse mientras leen este libro
en el silencio y en la soledad. Todo el mundo honrará al hombre que
ha escrito su prefacio.
La Doctrina se resume en dos palabras: No hagáis a los otros lo
que no quisierais que os hagan. Hubiéramos querido que el Sr.
Allan Kardec haya agregado: y haced a los otros lo que quisierais
que os hiciesen. Mejor dicho, el libro lo dice claramente y, además,
la Doctrina no estaría completa sin ello. No basta con no hacer el
mal, es necesario también hacer el bien. Si no fuésemos más que
hombres honrados, no habríamos cumplido sino con la mitad de
nuestro deber. Somos un átomo imperceptible de esta gran máquina
llamada mundo, y donde nada debe ser inútil. Sobre todo no nos
digan que se puede ser útil sin hacer el bien; nos veríamos forzados
a replicarles con un volumen.
Al leer las admirables respuestas de los Espíritus en la obra del Sr.
Kardec, nos hemos dicho que habría allí un bello libro para escribir.
Rápidamente reconocimos que nos habíamos equivocado: el libro ya
está escrito. Sólo conseguiríamos estropearlo si buscásemos
completarlo.
¿Sois hombres de estudio y tenéis buena fe para instruiros? Leed
el Libro Primero sobre la Doctrina Espírita.
¿Estáis colocados en la clase de personas que sólo se ocupan de sí
mismas, que hacen –como se dice– sus pequeños negocios muy
tranquilamente y que a su alrededor no ven nada más que sus
propios intereses? Leed las Leyes Morales.
¿La desdicha os persigue encarnizadamente, y la duda os envuelve
a veces con su brazo glacial? Estudiad el Libro Tercero: Esperanzas
y Consuelos.
Todos vosotros que tenéis nobles pensamientos en vuestros corazones y que creéis en el bien, leed todo el libro.
Si hubiere alguien que en su contenido encuentre material para burlas, sinceramente nos compadeceríamos.
G. DU CHALARD
Entre las numerosas cartas que nos han sido dirigidas desde la
publicación de El Libro de los Espíritus, solamente citaremos dos,
porque ambas resumen de alguna manera la impresión que este libro
ha producido y el objetivo esencialmente moral de los principios que
encierra.
Burdeos, 25 de abril de 1857.
Señor,
Habéis puesto a una gran prueba a mi paciencia por la demora en la publicación de
El Libro de los Espíritus, anunciado desde hace tanto tiempo; felizmente no perdí por
esperar, porque supera todas las ideas que pude haberme formado de él según su
prospecto.31 ¡Sería imposible describiros el efecto que ha producido en mí: soy como un
hombre que ha salido de la oscuridad; me parece como si una puerta hasta hoy cerrada se
hubiese abierto súbitamente; ¡mis ideas han crecido en algunas horas! ¡Oh, cuán mezquinas
y pueriles me parecen las miserables preocupaciones de la Humanidad, ante ese porvenir
del cual yo no dudaba, pero que estaba tan oscurecido por los prejuicios que apenas lo
imaginaba! Gracias a la enseñanza de los Espíritus, ese futuro se presenta con una forma
definida, perceptible, mayor y bella, y en armonía con la majestad del Creador. Cualquiera
que lea este libro –como yo– y medite acerca del mismo, encontrará allí tesoros inagotables
de consuelos, porque abarca todas las fases de la existencia. En mi vida he tenido pérdidas
que fuertemente me han afectado; hoy en día no me dejan ningún disgusto, y toda mi
preocupación es emplear con utilidad el tiempo y las facultades para acelerar mi progreso,
porque ahora el bien tiene un objetivo para mí, y comprendo que una vida inútil es una vida
egoísta que no puede hacernos avanzar hacia la vida futura.
Si todos los hombres que piensan como vos y yo –y encontraréis a muchos, así lo
espero por el honor de la Humanidad– pudiesen entenderse, reunirse, actuar en común, ¡qué
fuerza no tendrían para acelerar esta regeneración que nos está anunciada! Cuando vaya a
París, tendré el honor de veros, y si no es abusar de vuestro tiempo, os pediré que
desarrolléis ciertos pasajes y algunos consejos sobre la aplicación de las leyes morales a las
circunstancias que me son personales. Señor, a la espera de esto, recibid –os lo ruego– la
expresión de todo mi reconocimiento, porque me habéis proporcionado un gran bien al
mostrarme el camino de la única felicidad real en este mundo, y quizás os deberé, además,
un mejor lugar en el otro.
Vuestro devoto servidor,
D..., capitán retirado.
Lyon, 4 de julio de 1857.
Señor,
No sé cómo expresaros todo mi reconocimiento por la publicación de El Libro de
los Espíritus, que anhelo por volver a leerlo. ¡Cuán consolador es para nuestra pobre
Humanidad lo que vos nos habéis hecho saber! Por mi parte, os confieso que ahora soy más
fuerte y más valiente para soportar las penas y las dificultades vinculadas a mi pobre
existencia. Ya he compartido con varios de mis amigos las convicciones que he extraído de
la lectura de vuestra obra: todos ellos se sienten muy felices, porque ahora comprenden las
desigualdades de las posiciones sociales y no murmuran más contra la Providencia; la esperanza cierta de un porvenir más feliz, si proceden bien, los consuela y les da coraje.
Señor, quisiera seros útil; no soy más que un pobre hijo del pueblo que se ha hecho una
pequeña posición por su trabajo, pero que carece de instrucción, habiendo sido obligado a
trabajar desde muy joven; por lo tanto, siempre he amado a Dios y he realizado todo que he
podido para ser útil a mis semejantes; es por eso que busco todo lo que pueda contribuir a la
felicidad de mis hermanos. Vamos a reunirnos varios adeptos que estábamos dispersos;
haremos todos nuestros esfuerzos para secundaros: habéis levantado el estandarte y nuestra
tarea es seguiros; contamos con vuestro apoyo y vuestros consejos.
Señor, soy, si me atrevo a decirlo, vuestro hermano, con devoción
C...
A menudo se nos ha preguntado sobre la manera por la cual obtuvimos
las comunicaciones que son el objeto de El Libro de los Espíritus.
Resumimos aquí, con mucho gusto, las respuestas que hemos dado sobre ese
tema, lo que nos proporcionará la oportunidad de cumplir un deber de gratitud
para con las personas que han tenido a bien prestarnos su colaboración.
Como ya lo hemos explicado, las comunicaciones mediante golpes o,
dicho de otro modo, a través de la tiptología, son demasiado lentas e
incompletas para un trabajo de gran extensión; es por eso que nunca hemos
empleado este medio: todo ha sido obtenido a través de la escritura y por
intermedio de varios médiums psicógrafos. Nosotros mismos hemos
preparado las preguntas y coordinado el conjunto de la obra; las respuestas son
textualmente las que han sido dadas por los Espíritus; la mayoría han sido
escritas bajo nuestros ojos, siendo algunas extraídas de las comunicaciones
que nos han sido dirigidas por nuestros corresponsales, o que hemos recogido
en todos los lugares donde hemos estado para hacer estudios: con este fin, los
Espíritus parecen multiplicar ante nuestros ojos los temas de observación.
Los primeros médiums que han colaborado con nuestro trabajo son las
señoritas B..., cuya complacencia no nos ha faltado nunca: el libro ha sido
escrito casi enteramente por intermedio de las mismas y en presencia de un
numeroso público que asistía a las sesiones, en las cuales tenía el más vivo
interés. Más tarde, los Espíritus prescribieron la revisión completa en
reuniones particulares, para hacer allí todas las adiciones y correcciones que
ellos juzgaban necesarias. Esta parte esencial del trabajo ha sido realizada con
la colaboración de la señorita Japhet **,
que se ha prestado con la mayor
complacencia y el más completo desinterés a todas las exigencias de los
Espíritus, puesto que eran ellos los que designaban los días y las horas de sus
lecciones. El desinterés no sería aquí un mérito en particular, ya que los
Espíritus reprueban todo el tráfico que pueda hacerse con su presencia; mas la
señorita Japhet, que es igualmente una muy notable sonámbula, tenía su
tiempo empleado útilmente: pero ella ha comprendido que también le daría
una utilización provechosa al consagrarlo a la propagación de la Doctrina. En
cuanto a nosotros, hemos declarado desde el principio –y nos agrada
confirmarlo aquí– que nunca hemos pretendido hacer de El Libro de los
Espíritus el objeto de una especulación, debiendo su producto ser aplicado en
cosas de utilidad general; es por eso que siempre tendremos gratitud para con
aquellos que se asociaron, de corazón y por amor al bien, a la obra a la que nos
hemos consagrado.
ALLAN KARDEC
________________________________________________
** Calle Tiquetonne Nº 14. [Nota de Allan Kardec.]
Febrero
Un punto capital en la Doctrina Espírita es el de las diferencias
que existen entre los Espíritus, desde el doble punto de vista
intelectual y moral; en este aspecto, su enseñanza nunca ha variado;
pero no es menos esencial saber que ellos no pertenecen
perpetuamente al mismo orden y que, por consecuencia, estos
órdenes no constituyen especies distintas: son diferentes grados de
desarrollo. Los Espíritus siguen la marcha progresiva de la
Naturaleza; los de los órdenes inferiores son todavía imperfectos;
han de alcanzar los grados superiores después de haberse depurado;
avanzan en la jerarquía a medida que adquieren las cualidades, la
experiencia y los conocimientos que les faltan. El niño de cuna no se
parece a lo que será en la edad madura y, sin embargo, es siempre el
mismo ser.
La clasificación de los Espíritus está basada en su grado de
adelanto, en las cualidades que han adquirido y en las
imperfecciones de que han de despojarse aún. Esta clasificación,
además, no tiene nada de absoluto; cada categoría presenta un
carácter nítido sólo en su conjunto; pero de un grado a otro la
transición es imperceptible y, en los límites de la misma, los matices
se esfuman como en los reinos de la Naturaleza, como en los colores
del arco iris o también como en los diferentes períodos de la vida
humana. Por lo tanto, se puede formar un número mayor o menor de
clases, según el punto de vista desde el cual se considere la cuestión.
Sucede aquí lo que ocurre en todos los sistemas de clasificaciones
científicas: estos sistemas pueden ser más o menos completos, más o
menos racionales y cómodos para la inteligencia, pero, sea como
fueren, no cambian en nada el fondo de la ciencia. Por tanto, los
Espíritus interrogados sobre este punto podrán haber variado en
cuanto al número de categorías, sin que esto tenga trascendencia.
Algunos se han aprovechado de esta aparente contradicción, sin
reflexionar en el hecho de que los Espíritus no dan ninguna
importancia a lo que es puramente convencional; para ellos el
pensamiento lo es todo, dejando para nosotros la forma, la elección
de los términos, las clasificaciones, en una palabra, los sistemas.
Agreguemos todavía la siguiente consideración que nunca debe
perderse de vista: entre los Espíritus, como también entre los
hombres, los hay muy ignorantes, y nunca se estará bastante
prevenido contra la tendencia en creer que todos han de ser sabios
porque son Espíritus. Toda clasificación exige método, análisis y
conocimiento profundo del asunto. Ahora bien, en el mundo de los
Espíritus, los que tienen conocimientos limitados son –como los
ignorantes en la Tierra– inhábiles para abarcar el conjunto y para
formular un sistema; incluso los que son capaces de hacerlo pueden
variar en los pormenores según su punto de vista, sobre todo cuando
una división no tiene nada de absoluto. Linneo, Jussieu y Tournefort
han tenido cada cual su método, y la Botánica no ha variado por este
motivo, porque ellos no inventaron las plantas ni sus caracteres, sino
que observaron las analogías según las cuales formaron los grupos o
clases. Ha sido así que también hemos procedido nosotros; no
hemos inventado los Espíritus ni sus caracteres, sino que los hemos
visto y observado, los hemos juzgado por sus palabras y por sus
hechos, y después los clasificamos por sus similitudes: es lo que
cualquier uno habría hecho en nuestro lugar.
Sin embargo, no nos podemos atribuir la totalidad de este trabajo
como siendo nuestro. Si el cuadro que daremos a continuación no ha
sido textualmente trazado por los Espíritus, y si nosotros hemos
tomado la iniciativa, todos los elementos que componen el mismo
han sido extraídos de sus enseñanzas; no nos quedaba más que
formular su disposición material.
Generalmente, los Espíritus admiten tres categorías principales o
tres grandes divisiones. En la última, la que está al pie de la escala,
se hallan los Espíritus imperfectos que todavía tienen todos o casi
todos los grados por recorrer; se caracterizan por el predominio de la
materia sobre el Espíritu y por su propensión al mal. Los de la
segunda categoría se caracterizan por el predominio del Espíritu
sobre la materia y por el deseo del bien: son los Espíritus buenos. En
fin, la primera comprende los Espíritus puros, que han alcanzado el
grado supremo de perfección.
Esta división nos parece perfectamente racional y presenta
caracteres bien nítidos; sólo nos quedaba por hacer resaltar, por
medio de un número suficiente de subdivisiones, los principales
matices del conjunto, y es lo que hemos hecho con la colaboración
de los Espíritus, cuyas benévolas instrucciones nunca nos han
faltado.
Con la ayuda de este cuadro será fácil determinar el rango y el
grado de superioridad o de inferioridad de los Espíritus con los
cuales podemos entrar
39
en relación y, por consecuencia, el grado de confianza y de estima
que merecen. Además de ello, nos interesa personalmente porque
pertenecemos, a causa de nuestra alma, al mundo espírita –al cual
retornaremos al dejar nuestra envoltura mortal– y esto nos muestra
lo que nos falta hacer para llegar a la perfección y al bien supremo.
No obstante, haremos notar que los Espíritus no siempre pertenecen
exclusivamente a tal o cual clase; ya que su progreso se realiza en
forma gradual y a menudo más en un sentido que en otro, pueden
reunir los caracteres de varias categorías, lo que fácilmente puede
apreciarse por su lenguaje y por sus actos.
Escala espírita
TERCER ORDEN – ESPÍRITUS IMPERFECTOS
Caracteres generales – Predominio de la materia sobre el
Espíritu. Propensión al mal. Ignorancia, orgullo, egoísmo y todas las
malas pasiones que son su consecuencia.
Tienen la intuición de Dios, pero no lo comprenden.
Todos no son esencialmente malos, y en algunos hay más ligereza,
inconsecuencia y malicia que verdadera maldad. Unos no hacen ni el
bien ni el mal, pero por el simple hecho de no practicar el bien
denotan su inferioridad. Otros, por el contrario, se complacen en el
mal y se sienten satisfechos cuando encuentran la ocasión de
hacerlo.
Pueden aliar la inteligencia a la maldad o a la malicia; pero, sea
cual fuere su desarrollo intelectual, sus ideas son poco elevadas y
sus sentimientos más o menos abyectos.
Sus conocimientos acerca de las cosas del mundo espírita son
limitados, y lo poco que saben se confunde con las ideas y prejuicios
de la vida corporal. Al respecto, sólo pueden darnos nociones falsas
e incompletas, pero el observador atento encuentra con frecuencia en
sus comunicaciones –aunque imperfectas– la confirmación de
grandes verdades enseñadas por los Espíritus superiores.
Su carácter se revela por su lenguaje. Todo Espíritu que, en sus
comunicaciones, deje escapar un pensamiento malo, puede ser
incluido en el tercer orden; por consecuencia, todo pensamiento
malo que nos sea sugerido proviene de un Espíritu de este orden.
Éstos ven la felicidad de los buenos y esta visión es para ellos un
tormento incesante, porque sienten todas las angustias que pueden
producir la envidia y los celos.
40
Conservan el recuerdo y la percepción de los sufrimientos de la
vida corporal, y esta impresión es frecuentemente más penosa que la
realidad. Por lo tanto, sufren verdaderamente no sólo por los males
que han soportado, sino también por los que han ocasionado a otros;
y como sufren por mucho tiempo, creen que siempre han de sufrir:
Dios, para punirlos, quiere que así lo crean.
Podemos dividirlos en cuatro clases principales.
Novena clase. ESPÍRITUS IMPUROS – Tienen inclinación
hacia el mal y hacen de éste el objeto de sus preocupaciones. Como
Espíritus, dan consejos pérfidos, promueven la discordia y la
desconfianza y, para engañar mejor, adoptan todas las máscaras. Se
vinculan a los caracteres bastante débiles capaces de ceder a sus
sugestiones, a fin de arrastrarlos hacia la perdición, y están
satisfechos cuando consiguen retardar su adelanto al hacerlos
sucumbir en las pruebas que enfrentan.
En las manifestaciones se los reconoce por su lenguaje; la
trivialidad y la grosería de sus expresiones, tanto entre los Espíritus
como entre los hombres, son siempre un indicio de inferioridad
moral y hasta intelectual. Sus comunicaciones revelan la bajeza de
sus inclinaciones, y si quieren inducir a engaño hablando de una
manera sensata, no pueden desempeñar su papel por mucho tiempo
y terminan siempre por delatar su origen.
Ciertos pueblos han hecho de ellos divinidades maléficas, y otros
los designan con los nombres de demonios, genios malos o Espíritus
del mal.
Los seres vivos a quienes animan, cuando están encarnados,
tienen inclinación hacia todos los vicios que engendran las pasiones
viles y degradantes: el sensualismo, la crueldad, la bellaquería, la
hipocresía, la codicia y la sórdida avaricia.
Hacen el mal por el placer de hacerlo –muy a menudo sin
motivos–, y por odio al bien escogen casi siempre sus víctimas entre
las personas honradas. Son flagelos para la Humanidad, sea cual
fuere la clase social a que pertenezcan, y el barniz de la civilización
no los libra del oprobio y de la ignominia.
Octava clase. ESPÍRITUS LIGEROS – Son ignorantes,
maliciosos, inconsecuentes y burlones. Se entrometen en todo, y a
todo responden sin preocuparse con la verdad. Se complacen en
causar pequeñas contrariedades y picardías, en chismear y en inducir
maliciosamente a error por medio de mistificaciones y travesuras. A
esta clase pertenecen los Espíritus vulgarmente designados con los
nombres de duendes, gnomos y trasgos, los cuales están bajo la
dependencia de los Espíritus superiores, que a menudo los emplean,
como nosotros lo hacemos con nuestros servidores y peones.
Parecen más que otros apegados a la materia y dan la impresión de
ser los agentes principales de las vicisitudes de los elementos del
globo, ya sea que habiten en el aire, en el agua, en el fuego, en los
cuerpos duros o en las entrañas de la Tierra. A
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menudo manifiestan su presencia por medio de efectos sensibles,
como golpes, movimientos y desplazamientos anormales de cuerpos
sólidos, agitación del aire, etcétera, lo que los ha hecho acreedores al
nombre de Espíritus golpeadores o perturbadores. Se reconoce que
esos fenómenos no son de ninguna manera debidos a una causa
fortuita y natural cuando tienen un carácter intencional e inteligente.
Todos los Espíritus pueden producir estos fenómenos, pero en
general los Espíritus elevados ceden esas atribuciones a los Espíritus
inferiores, porque éstos son más aptos para las cosas materiales que
para las inteligentes.
En sus comunicaciones con los hombres, su lenguaje es a veces
espirituoso y chistoso, pero casi siempre superficial; captan las
extravagancias y ridiculeces que expresan con rasgos mordaces y
satíricos. Cuando usurpan algún nombre, lo hacen más por malicia
que por maldad.
Séptima clase. ESPÍRITUS PSEUDOSABIOS – Sus
conocimientos son bastantes amplios, pero creen saber más de lo
que en realidad saben. Al haber realizado algún progreso en diversos
puntos de vista, su lenguaje tiene un carácter serio que puede
engañar acerca de sus capacidades y luces; pero, a menudo, no es
más que un reflejo de los prejuicios y de las ideas sistemáticas de la
vida terrestre; es una mezcla de algunas verdades al lado de los más
absurdos errores, en medio de los cuales se descubren la presunción,
el orgullo, los celos y la terquedad de que no han podido despojarse.
Sexta clase. ESPÍRITUS NEUTROS – No son ni lo bastante
buenos para hacer el bien, ni lo suficientemente malos para hacer el
mal; se inclinan igualmente hacia el uno como hacia el otro, y no se
elevan por encima de la condición vulgar de la Humanidad, ni moral
ni intelectualmente. Tienen apego a las cosas de este mundo, de
cuyos goces groseros sienten nostalgia.
SEGUNDO ORDEN – ESPÍRITUS BUENOS
Caracteres generales – Predominio del Espíritu sobre la materia;
deseo del bien. Sus cualidades y su poder para hacer el bien están en
razón del grado a que han llegado: unos tienen el conocimiento,
otros la sabiduría y otros la bondad; los más adelantados reúnen el
saber a las cualidades morales. Al no estar aún completamente
desmaterializados, conservan más o menos –según su rango– los
trazos de la existencia corporal, ya sea en la forma del lenguaje o en
sus hábitos, en los que incluso vuelven a encontrarse algunas de sus
manías; de otro modo, serían Espíritus perfectos.
Comprenden a Dios y al infinito, y gozan ya de la felicidad de los
buenos; son dichosos por el bien que hacen y por el mal que
impiden. El amor
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que los une es para ellos la fuente de una dicha inefable no alterada
por la envidia, ni por los remordimientos, ni por ninguna de las
malas pasiones que atormentan a los Espíritus imperfectos; pero,
aún, todos ellos han de pasar pruebas hasta que alcancen la
perfección absoluta.
Como Espíritus, inspiran buenos pensamientos, apartan a los
hombres de la senda del mal, protegen durante la vida a los que se
hacen dignos de su protección y neutralizan la influencia de los
Espíritus imperfectos sobre los que no se complacen en tolerarla.
Como encarnados son buenos y benévolos para con sus
semejantes; no están movidos por el orgullo, ni por el egoísmo, ni
por la ambición; no sienten odio, rencor, envidia ni celos y hacen el
bien por el bien mismo.
A este orden pertenecen los Espíritus designados en las creencias
vulgares con los nombres de genios buenos, genios protectores y
Espíritus del bien. En tiempos de superstición e ignorancia se ha
hecho de ellos divinidades benéficas.
Se los puede igualmente dividir en cuatro grupos principales.
Quinta clase. ESPÍRITUS BENÉVOLOS – Su cualidad
dominante es la bondad; se complacen en prestar servicios a los
hombres y protegerlos, pero sus conocimientos son limitados: su
progreso se ha realizado más en el sentido moral que en el sentido
intelectual.
Cuarta clase. ESPÍRITUS ERUDITOS – Lo que especialmente
los distingue es la amplitud de sus conocimientos. Se preocupan
menos con las cuestiones morales que con las científicas, para las
cuales tienen más aptitud; pero sólo encaran la ciencia desde el
punto de vista de la utilidad, y en ello no mezclan a ninguna de las
pasiones que son propias de los Espíritus imperfectos.
Tercera clase. ESPÍRITUS DE SABIDURÍA – Las cualidades
morales del orden más elevado forman su carácter distintivo. Sin
tener conocimientos ilimitados, están dotados de una capacidad
intelectual que les proporciona un juicio recto acerca de los hombres
y de las cosas.
Segunda clase. ESPÍRITUS SUPERIORES – Reúnen el
conocimiento, la sabiduría y la bondad. Su lenguaje sólo refleja
benevolencia y es constantemente digno, elevado y frecuentemente
sublime. Su superioridad los hace más aptos que a los otros para
darnos las nociones más justas sobre las cosas del mundo
incorpóreo, dentro de los límites de aquello que es permitido al
hombre conocer. Se comunican de buen grado con aquellos que de
buena fe buscan la verdad y cuyas almas están lo suficientemente
desprendidas de los lazos terrestres como para comprenderla; pero
se alejan de los que solamente están animados por
43
la curiosidad o a quienes la influencia de la materia desvía de la
práctica del bien.
Cuando, por excepción, encarnan en la Tierra, es para cumplir una
misión de progreso y, entonces, nos ofrecen el tipo de perfección a
la que puede aspirar la Humanidad en este mundo.
PRIMER ORDEN – ESPÍRITUS PUROS
Caracteres generales – Influencia nula de la materia.
Superioridad intelectual y moral absoluta con relación a los Espíritus
de los otros órdenes.
Primera clase. Clase única – Han recorrido todos los grados de la
escala y se han despojado de todas las impurezas de la materia. Por
haber alcanzado la suma de perfección de la cual es susceptible la
criatura, no han de sufrir más pruebas ni expiaciones. Al no estar
más sujetos a la reencarnación en cuerpos perecederos, la vida es
para ellos eterna y la disfrutan en el seno de Dios.
Gozan de una felicidad inalterable, porque no están sujetos a las
necesidades ni a las vicisitudes de la vida material; pero esta
felicidad no es de manera alguna la de una ociosidad monótona que
transcurre en una perpetua contemplación. Son los mensajeros y
los ministros de Dios, cuyas órdenes ejecutan para el mantenimiento
de la armonía universal. Comandan a todos los Espíritus que les son
inferiores, ayudándolos a perfeccionarse y asignándoles su misión.
Asistir a los hombres en sus aflicciones, inclinarlos al bien o a la
expiación de las faltas que los alejan de la felicidad suprema, es para
ellos una agradable ocupación. A veces son designados con los
nombres de ángeles, arcángeles o serafines.
Los hombres pueden entrar en comunicación con ellos, pero muy
presuntuoso sería quien pretendiese tenerlos constantemente a sus
órdenes.
ESPÍRITUS ERRANTES O ENCARNADOS
En el aspecto de las cualidades íntimas, los Espíritus son de
diferentes órdenes, que recorren sucesivamente a medida que se
depuran. Con respecto al estado en que se encuentran, pueden
hallarse: encarnados, es decir, unidos a un cuerpo en algún
mundo, o errantes, es decir, despojados del cuerpo material y
esperando una nueva encarnación para mejorarse.
Los Espíritus errantes no forman una categoría especial: es uno de
los estados en los cuales pueden encontrarse.
El estado errante o de erraticidad de manera ninguna constituye
una inferioridad para los
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Espíritus, puesto que pueden allí haberlos en todos los grados. Todo
Espíritu que no esté encarnado es, por esto mismo, errante, con
excepción de los Espíritus puros que, al no tener que pasar más por
encarnaciones, se encuentran en su estado definitivo.
Al ser la encarnación un estado transitorio, la erraticidad es en
realidad el estado normal de los Espíritus, y de ningún modo este
estado es forzosamente una expiación para ellos; son felices o
infelices según el grado de su elevación y de acuerdo al bien o al
mal que hayan hecho.
En el aspecto de las cualidades íntimas, los Espíritus son de
diferentes órdenes, que recorren sucesivamente a medida que se
depuran. Con respecto al estado en que se encuentran, pueden
hallarse: encarnados, es decir, unidos a un cuerpo en algún
mundo, o errantes, es decir, despojados del cuerpo material y
esperando una nueva encarnación para mejorarse.
Los Espíritus errantes no forman una categoría especial: es uno de
los estados en los cuales pueden encontrarse.
El estado errante o de erraticidad de manera ninguna constituye
una inferioridad para los Espíritus, puesto que pueden allí haberlos en todos los grados. Todo
Espíritu que no esté encarnado es, por esto mismo, errante, con
excepción de los Espíritus puros que, al no tener que pasar más por
encarnaciones, se encuentran en su estado definitivo.
Al ser la encarnación un estado transitorio, la erraticidad es en
realidad el estado normal de los Espíritus, y de ningún modo este
estado es forzosamente una expiación para ellos; son felices o
infelices según el grado de su elevación y de acuerdo al bien o al
mal que hayan hecho.
El aparecido de mademoiselle Clairon *
Esta historia tuvo una gran repercusión en su tiempo, por la
posición de la heroína y por el gran número de personas que
atestiguó lo ocurrido. A pesar de su singularidad, ya sería
probablemente olvidada si mademoiselle Clairon no la hubiese
consignado en sus Memorias, de donde nosotros hemos extraído el
relato que vamos a hacer. La analogía que ella presenta con
algunos de los hechos que pasan hoy en día le da un lugar natural en
esta Compilación.
Mademoiselle Clairon, como se sabe, era tan notable por su
belleza como por su talento de cantante y de actriz trágica; ella había
inspirado a un joven bretón, el Sr. S..., una de esas pasiones que
frecuentemente deciden una vida, cuando no se tiene la suficiente
fuerza de carácter para vencerla.
Mademoiselle Clairon no
correspondió sino con la amistad; sin embargo, las asiduidades del
Sr. S... se volvieron tan inoportunas que ella decidió romper toda
relación con él. La tristeza que él sintió le causó una larga
enfermedad de la cual falleció. El hecho sucedió en 1743. Dejemos
ahora hablar a mademoiselle Clairon.
«Dos años y medio habían pasado desde que nos conocimos hasta
su muerte. Envió a alguien para rogarme que yo le concediera la
dulzura de verlo en sus últimos momentos; mis allegados me
impidieron acceder a esa solicitud. Murió en la sola presencia de sus
criados y de una dama anciana, que era la única compañía que tenía
desde hacía mucho tiempo. En aquel entonces él vivía cerca de La
Chaussée d'Antin, próximo a las murallas que comenzaban a ser
construidas; yo, en la rue de Bussy, cerca de la rue de Seine (calle
del Sena) y de la abadía Saint-Germain (San Germán). Yo estaba
con mi madre y con varios amigos que vinieron a cenar conmigo...
Había terminado de cantar algunas bellas melodías pastorales que hubieron encantado a mis amigos, cuando al sonar las
once horas se produjo un grito muy agudo. Su modulación sombría y
su duración causaron espanto a todos; me sentí desfallecer y estuve
casi un cuarto de hora sin conocimiento...
«Toda mi gente, mis amigos, mis vecinos, incluso la policía, han
escuchado ese mismo grito, siempre a la misma hora, saliendo
siempre por debajo de mis ventanas y pareciendo surgir de la
vaguedad del aire... Raramente yo cenaba en la ciudad, pero cuando
lo hacía no se escuchaba nada, y varias veces, al preguntar a mi
madre y a mi gente sobre si había alguna novedad, cuando entraba
en mi cuarto el grito surgía entre nosotros. Una vez, el presidente
B..., en cuya casa había cenado, quiso llevarme a mi hogar para
asegurarse que nada me sucedería en el camino. En el momento en
que se despedía en mi puerta, el grito surgió entre él y yo. Así como
toda París, él sabía de esta historia: no obstante, lo recondujeron a su
carroza más muerto que vivo.
«En otra oportunidad le pedí a mi amigo Rosely que me
acompañase a la rue Saint-Honoré (calle San Honorato) para elegir
algunas telas. El único asunto de nuestra conversación era mi
aparecido (así se lo llamaba). Este joven, lleno de espíritu, no creía
en nada; sin embargo, había quedado impresionado con mi aventura
y me urgía a evocar el fantasma, prometiéndome creer en él si me
contestase. Ya sea por debilidad o por audacia, hice lo que me pedía:
el grito se escuchó tres veces y fue terrible por su estallido y rapidez.
A nuestro regreso, fue necesario el socorro de todos para sacarnos
del carruaje donde ambos estábamos desvanecidos. Después de esta
escena permanecí algunos meses sin escuchar nada. Creí haberme
liberado para siempre, pero estaba equivocada.
«Todos los espectáculos habían sido transferidos a Versalles para
el casamiento del Delfín. Me habían reservado un cuarto en la
avenue de Saint-Cloud (avenida San Cloud), que ocupé con la
señora Grandval. A las tres horas de la madrugada, le dije: Estamos
en el fin del mundo; sería muy difícil que el grito nos buscara aquí...
¡Y éste se hizo escuchar! La señora Grandval creyó que el infierno
entero estaba en el cuarto; corrió en camisón de arriba a abajo de la
casa, donde nadie pudo dormir esa noche; por lo menos, ésa ha sido
la última vez que el grito surgió.
«Siete u ocho días después, mientras conversaba con mis
compañías habituales, la campanada de las once horas se hizo seguir
de un tiro de fusil disparado en una de mis ventanas. Todos
escuchamos el tiro; todos vimos el fogonazo; la ventana no
presentaba ningún tipo de daño. Dedujimos que lo que se quería era
mi vida, que habían errado el blanco y que era necesario tomar
precauciones para el futuro. El Sr. Marville, que en aquel entonces
era teniente de policía, hizo inspeccionar todas las casas ubicadas
enfrente de la mía; en mi calle fueron apostados todos los espías
posibles; pero, por más cuidados que se hubieron tomado, durante tres meses seguidos
ese tiro fue visto y escuchado, siendo disparado siempre a la misma
hora y en la misma ventana, sin que nadie haya podido nunca ver de
qué lugar partía. De este hecho ha quedado constancia en los
registros de la policía.
«Acostumbrada a mi aparecido, al que yo no consideraba una
mala persona, ya que se limitaba a hacerme jugarretas, no me di
cuenta de la hora que era –puesto que hacía mucho calor– y abrí la
ventana en cuestión, apoyándonos el administrador y yo sobre el
balcón. Al sonar las once horas el tiro disparó y nos arrojó a ambos
al centro del cuarto, donde caímos como muertos. Cuando nos
recuperamos, fuimos a ver si no teníamos nada, y nos echamos a reír
como locos cuando constatamos que cada uno había recibido la más
terrible bofetada que jamás nos hayan dado, a él en la mejilla
izquierda y a mí en la derecha.
«Dos días después, al ser invitada por mademoiselle Dumesnil a
asistir a una pequeña fiesta nocturna que ella daba en su casa de
Barrière Blanche (Barrera Blanca), tomé un fiacre a las once
horas con mi criada. Bajo un bello claro de luna fuimos conducidas
por los bulevares que comenzaban a poblarse de casas. Mi criada me
dijo: ¿No fue aquí que murió el Sr. S...? –Según las informaciones
que he recibido, debe ser ahí, le dije, indicándole con mi dedo a una
de las dos casas que teníamos delante nuestro. Y de una de las dos se
disparó el mismo tiro de fusil que me perseguía: atravesó nuestro
carruaje e hizo conque el cochero redoblase la velocidad, creyéndose
que estaba siendo atacado por ladrones. Llegamos a la fiesta estando
apenas recompuestas y, por mi parte, presa de un terror que –
confieso– he conservado por mucho tiempo; pero esta proeza ha sido
la última con armas de fuego.
«A la explosión siguió un palmoteo, que repetía un determinado
compás. Ese ruido, al cual la bondad del público me había
acostumbrado, no me ha dejado hacer ningunas observaciones
durante largo tiempo; mis amigos las hicieron por mí. Hemos
espiado –me han dicho– y es a las once horas que se produce, casi
bajo vuestra puerta; nosotros lo hemos escuchado, pero no vimos a
nadie; esto no puede ser otra cosa que la continuidad de lo que
habéis pasado. Como este ruido no tenía nada de terrible, no
conservé el tiempo de su duración. Tampoco presté atención a los
sonidos melodiosos que después se hicieron escuchar; parecía que
una voz celestial recitase un aria noble y conmovedora que iba a ser
cantada; esta voz comenzaba en el carrefour de Bussy (cruce Bussy)
y finalizaba en mi puerta; al igual que como había sucedido con
todos los sonidos anteriores, éstos se escuchaban pero no se veía
nada. En fin, todo cesó después de un poco más de dos años y
medio.»
Posteriormente, mademoiselle Clairon se enteró a través de la
dama anciana que había sido la única amiga devota del Sr. S..., el relato de sus últimos
momentos.
«Él contaba –decía la anciana– todos los minutos, cuando a las
diez y media su lacayo vino a decirle que, decididamente, vos no
vendríais. Después de un momento de silencio, tomó mi mano con
una desesperación creciente que me asustó y dijo: ¡Insensible!... No
ganará nada con eso; ¡la perseguiré después de mi muerte tanto
como la he perseguido durante mi vida!... Quise tratar de calmarlo,
pero había muerto.»
En la edición que nosotros tenemos a la vista, este relato es
precedido por la siguiente nota sin firma:
«He aquí una anécdota muy singular que sin duda ha suscitado y
suscitará los más diferentes juicios. Se adora lo maravilloso, incluso
sin creer en ello: mademoiselle Clairon parece convencida de la
realidad de los hechos que cuenta. Nos contentaremos en hacer notar
que en el tiempo en que fue o se creyó atormentada por su
aparecido, ella tenía de veintidós años y medio a veinticinco; ésta es
la edad de la imaginación, y esa facultad era continuamente ejercida
y exaltada en ella por el género de vida que llevaba en el teatro y
fuera del mismo. Recordemos que dijo, en el comienzo de sus
Memorias que, en su infancia, solamente le contaban aventuras de
aparecidos y de hechiceros, que le aseguraban que se trataba de
historias verdaderas.»
Al no conocer el hecho sino por el relato de mademoiselle
Clairon, sólo podemos juzgar por inducción; ahora bien, he aquí
nuestro razonamiento. Este acontecimiento, descrito en sus más
mínimos detalles por la propia mademoiselle Clairon, tiene más
autenticidad que si hubiera sido narrado por un tercero. Agreguemos
que cuando ella escribió la carta en la que se encuentra el relato tenía
aproximadamente sesenta años, y que había pasado la edad de la
credulidad de que habla el autor de la nota. Este autor no pone en
duda la buena fe de mademoiselle Clairon sobre su aventura;
únicamente piensa que ella ha podido ser el juguete de una ilusión.
Que lo haya sido una vez, no sería nada sorprendente; pero que lo
haya sido durante dos años y medio, esto nos parece más difícil, y
más difícil aún es suponer que esta ilusión haya sido compartida por
tantas personas, testigos oculares y auriculares de los hechos, y hasta
por la propia policía. Para nosotros, que conocemos lo que puede
ocurrir en las manifestaciones espíritas, la aventura no tiene nada
que pueda sorprendernos, y la damos como probable. En esta
hipótesis, no tenemos dudas en pensar que el autor de todas esas
malas pasadas no era otro que el alma o el Espíritu S..., sobre todo si
observamos la coincidencia de sus últimas palabras con la duración
de los fenómenos. Él había dicho: La perseguiré después de mi
muerte tanto como la he perseguido durante mi vida. Ahora bien,
sus relaciones con mademoiselle Clairon habían durado dos años y medio, exactamente el mismo tiempo que duraron las
manifestaciones después de su muerte.
Algunas palabras aún sobre la naturaleza de este Espíritu. No era
malo, y mademoiselle Clairon está con la razón cuando no lo califica
como una mala persona; pero tampoco se puede decir que era la
bondad en persona. La pasión violenta a la cual sucumbía como
hombre, prueba que en él las ideas terrestres eran predominantes.
Los trazos profundos de esta pasión –que sobrevivió a la destrucción
del cuerpo– prueban que, como Espíritu, estaba todavía bajo la
influencia de la materia. Su venganza, por inofensiva que haya sido,
denota sentimientos poco elevados. Por lo tanto, si nos remitimos a
nuestro cuadro de la clasificación de los Espíritus, no será difícil
asignarle su rango; la ausencia de maldad real lo aparta naturalmente
de la última clase, la de los Espíritus impuros; pero evidentemente se
encuadra en las otras clases del mismo orden; nada en él podría
justificar un rango superior.
Algo digno de ser señalado es la sucesión de los diferentes modos
por los cuales ha manifestado su presencia. Ha sido en el mismo día
y en el momento de su muerte que se hace oír por primera vez, y
esto sucede en medio de una cena jovial. Cuando estaba encarnado,
veía a mademoiselle Clairon en pensamiento, rodeada con un halo
que la imaginación presta al objeto de una ardiente pasión; pero una
vez que el alma se ha despojado de su velo material, la ilusión da
lugar a la realidad. Él está ahí, a su lado, la ve rodeada de amigos,
debiendo por completo incitar sus celos; su alegría y su canto
parecen insultar a su desesperación, y ésta se manifiesta a través de
un grito de rabia que repite cada día a la misma hora, como para
reprocharle el haberse rehusado a consolarlo en sus últimos
momentos. A los gritos suceden los tiros de fusil, inofensivos –es
cierto–, pero que no por eso denotan menos una impotente rabia y el
deseo de perturbar su reposo. Posteriormente, su desesperación
reviste un carácter más calmo; influido, sin duda, por ideas más
sanas, parece haberse resignado; sólo le queda el recuerdo de los
aplausos de que ella era objeto, y los repite. En fin, más tarde le dice
adiós, haciéndola escuchar sonidos que parecían como el eco de esa
voz melodiosa que tanto lo había encantado cuando estaba
encarnado.
_______________________________________________
* Mademoiselle Clairon nació en 1723 y falleció en 1803. Debutó en la
Compañía Italiana a la edad de 13 años y en la Comédie Française en 1743. Se retiró del
teatro en 1765, a la edad de 42 años. [Nota de Allan Kardec.]
El movimiento impreso a los cuerpos inertes por medio de la
voluntad es hoy tan conocido que sería casi pueril relatar hechos
de este género; no es lo mismo cuando este movimiento es
acompañado de ciertos fenómenos menos comunes, tales como, por
ejemplo, el de la suspensión en el espacio. Aunque los anales del
Espiritismo citen numerosos ejemplos sobre el particular, este
fenómeno presenta una derogación tal de las leyes de la gravedad
que la duda parece tan natural para cualquiera que no haya sido
testigo de los mismos. Por más habituados que estamos a las cosas
extraordinarias, nosotros mismo –lo reconocemos– hemos quedado
muy contento en poder constatar su realidad. Los hechos que vamos
a relatar han sucedido varias veces ante nuestros ojos en las
reuniones que tuvieron lugar en otros tiempos en la casa del Sr.
B…, rue Lamartine, y sabemos que muchas veces se han
producido en otros lugares; por lo tanto, podemos certificarlos como
indiscutibles. He aquí cómo las cosas han ocurrido.
Ocho o diez personas, entre las cuales algunas se encontraban
dotadas de un poder especial, sin ser no obstante médiums
reconocidos, se colocaban alrededor de una mesa de salón pesada y
maciza, con las manos apoyadas sobre el borde de la misma y todas
unidas en la intención y en la voluntad. Al cabo de un tiempo más o
menos largo –diez minutos o un cuarto de hora, según las
disposiciones ambientales más o menos favorables–, la mesa se
ponía en movimiento a pesar de su peso de casi 100 kilos, se
deslizaba a la derecha o a la izquierda sobre el parqué y se trasladaba
a las distintas partes designadas del salón, levantándose después, ya
sea sobre una pata o sobre la otra, hasta formar un ángulo de 45
grados, balanceándose con rapidez e imitando el cabeceo y el vaivén
de un navío. Si en esta posición los asistentes redoblasen los
esfuerzos por medio de su voluntad, la mesa se levantaba
completamente del suelo, a 10 ó 20 centímetros de elevación y se
sostenía así en el espacio sin ningún punto de apoyo, durante
algunos segundos, cayendo después con todo su peso.
El movimiento de la mesa, su erguimiento sobre una pata y su
balanceo se producían casi a voluntad, a menudo varias veces en la
reunión y también frecuentemente sin ningún contacto de las manos;
sólo la voluntad era suficiente para que la mesa se dirigiera hacia el
lado indicado. El aislamiento completo era más difícil de obtenerse,
pero ha sido repetido bastante a menudo como para que no pudiese
ser considerado un hecho excepcional. Ahora bien, de ninguna
manera esto sucedía en la sola presencia de adeptos, a los que podría
creerse demasiado accesibles a la ilusión, sino delante de veinte o
treinta personas, entre las cuales se contaban algunas muy poco
simpáticas y que no dejaban de suponer alguna preparación secreta,
sin tener consideración para con los dueños de la casa, cuyo carácter
honorable debería alejar toda sospecha de superchería y para quienes
sería, además, un extraño placer pasar varias horas por semana
mistificando sin provecho a una asamblea.
Hemos relatado los hechos con toda su simplicidad, sin restricción
ni exageración. Por lo tanto, no diremos que hemos visto la mesa dar
vueltas en el aire como una pluma; pero tal como se presenta, este
hecho no demuestra menos la posibilidad del aislamiento de los
cuerpos pesados sin punto de apoyo, por medio de un poder hasta
ahora desconocido. Tampoco diremos que sea suficiente extender la
mano o hacer un signo cualquiera para que al instante la mesa se
mueva y se eleve como por encanto.
Al contrario, en verdad diremos que los primeros movimientos se
operaban siempre con una cierta lentitud y que no adquirían sino
gradualmente su máximo de intensidad. El erguimiento completo
sólo tuvo lugar después de varios movimientos preparatorios que
eran como ensayos y una especie de impulso. El poder actuante
parecía redoblar sus esfuerzos con el aliento de los asistentes, como
un hombre o un caballo que realizase una tarea pesada, y a los que
se incita con la voz y con el gesto. Una vez producido el efecto, todo
volvía a la calma y en algunos instantes no se obtenía nada, como si
este mismo poder hubiera tenido necesidad de reponer fuerzas.
A menudo tendremos ocasión de citar fenómenos de este género,
ya sea espontáneos o provocados, y efectuados en proporciones y en
circunstancias bien más extraordinarias; pero cuando hayamos sido
testigo de los mismos, los relataremos siempre de manera que evite
toda interpretación falsa o exagerada. Si en el hecho relatado más
arriba nos hubiésemos contentado con decir que habíamos visto una
mesa de 100 kilos levantarse al solo contacto de las manos,
seguramente mucha gente habría imaginado que se había levantado
hasta el techo y con extrema rapidez. Es así como las cosas más
simples se vuelven prodigios de acuerdo a las proporciones que le
presta la imaginación. ¡Qué decir cuando los hechos han atravesado
los siglos y pasado por boca de los poetas! Si se dijera que la
superstición es hija de la realidad, parecería que se quisiese caer en
una paradoja y, no obstante, nada es más verdadero; no hay
superstición que no repose en un fondo real; todo está en discernir
dónde termina una y dónde comienza la otra. El verdadero medio de
combatir las supersticiones no es rechazándolas de manera absoluta;
en el espíritu de ciertas personas hay ideas que no se desarraigan
fácilmente, porque siempre tienen hechos para citar en apoyo a su
opinión; por el contrario, hay que mostrar lo que existe de real;
entonces, sólo restará la exageración ridícula a la cual el buen
sentido hará justicia.
Para llegar al bosque de Dodona, pasemos por la rue Lamartine y detengámonos un instante en la casa del Sr. B..., donde hemos
visto un mueble dócil presentarnos un nuevo problema de estática.
En un número cualquiera, los asistentes se colocan alrededor de la
mesa en cuestión y en un orden igualmente indistinto, ya que no hay
allí ni números ni lugares cabalísticos; ellos tienen las manos
apoyadas sobre el borde de la misma; ya sea mentalmente o en voz
alta, hacen un llamado a los Espíritus que tienen la costumbre de
aceptar su invitación. Nuestra opinión sobre ese género de Espíritus
es conocida, por lo que los tratamos casi sin ceremonia. Apenas
cuatro o cinco minutos hubieron transcurrido cuando un ruido claro
de toc, toc se hace escuchar en la mesa, lo suficientemente fuerte
como para ser escuchado en la habitación vecina, y se repite durante
todo el tiempo y con la frecuencia que se desee. La vibración se hace
sentir en los dedos, y al poner el oído en la mesa se reconoce sin
error que el ruido tiene su fuente en la propia substancia de la
madera, porque toda la mesa vibra, desde sus patas hasta la
superficie.
¿Cuál es la causa de este ruido? ¿Es la madera que cruje o es –
como dicen– un Espíritu? Para comenzar, apartemos toda idea de
superchería; estamos en la casa de gente demasiado seria y muy bien
relacionada como para divertirse a costa de los que han consentido
en invitar; además, esta casa no es de manera alguna privilegiada;
los mismos hechos se producen en otras cien igualmente honorables.
A la espera de la respuesta, permitid una pequeña digresión.
Un joven candidato a bachiller estaba en su cuarto, ocupado en
repasar su examen de Retórica; llaman a la puerta. Pienso que
admitiréis que puede distinguirse la naturaleza del ruido y sobre todo
su repetición, si es causado por un crujido de la madera, por la
agitación del viento o por cualquier otra causa fortuita, o si es
alguien que golpea para entrar. En este último caso el ruido tiene un
carácter intencional que es inconfundible; esto es lo que dice nuestro
estudiante. Sin embargo, para no distraerse inútilmente, quiso
asegurarse poniendo al visitante a prueba. Si es alguien –dijo–, dad
uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis golpes; golpead arriba, abajo, a la
derecha y a la izquierda; llevad el compás, tocad la llamada militar,
etcétera, y a cada una de estas órdenes el ruido obedecía con la más
perfecta puntualidad. Seguramente –pensó– no puede tratarse del
crujido de la madera, ni del viento, ni tampoco de un gato, por más
inteligentes que se lo suponga. He aquí un hecho; veamos a qué
consecuencia nos conducirán los
argumentos silogísticos. Entonces hizo el siguiente razonamiento:
Escucho ruidos; por lo tanto, algo los produce. Este ruido obedece a
mis órdenes; por lo tanto, la causa que lo produce me comprende.
Ahora bien, lo que comprende tiene inteligencia; por lo tanto, la
causa de ese ruido es inteligente. Si es inteligente, no es ni la madera
ni el viento; por lo tanto, si no es ni la madera ni el viento, es
alguien. Entonces fue a abrir la puerta. Puede verse que no es
necesario ser un doctor para sacar esta conclusión, y consideramos a
nuestro aprendiz de bachiller lo suficientemente firme en sus
principios como para obtener la siguiente: Supongamos que al abrir
la puerta no encuentre a nadie y que el ruido continúe exactamente
de la misma manera; él proseguirá su sorites: «Acabo de probar sin
réplicas que el ruido es producido por un ser inteligente, ya que
responde a mi pensamiento. Siempre escucho este ruido delante de
mí y es cierto que no soy yo quien golpea; por lo tanto, es otro;
ahora bien, a este otro yo no lo veo: por lo tanto, es invisible. Los
seres corporales que pertenecen a la Humanidad son perfectamente
visibles; ahora bien, el que golpea, siendo invisible, no es un ser
humano corporal. Ahora bien, ya que llamamos Espíritus a los seres
incorpóreos, el que golpea –no siendo un ser corporal– es, por lo
tanto, un Espíritu.»
Consideramos rigurosamente lógicas las conclusiones de nuestro
estudiante; sólo que lo que hemos dado como una suposición es una
realidad, en lo que respecta a las experiencias que se hacían en la
casa del Sr. B... Hemos de agregar que no había necesidad de la
imposición de las manos y que todos los fenómenos se producían
igualmente cuando la mesa estaba aislada de cualquier contacto. De
este modo, según el deseo expresado, los golpes eran dados en la
mesa, en la pared, en la puerta y en el lugar designado verbal o
mentalmente; indicaban la hora y el número de las personas
presentes; ejecutaban el toque de tambores, la llamada militar y el
ritmo de un aria conocida; imitaban el trabajo del tonelero, el
chirrido de una sierra, el eco, los fuegos graneados o de pelotones y
muchos otros efectos demasiado extensos de describir. Se nos ha
dicho haber escuchado en ciertos Círculos imitar el silbido del
viento, el murmullo de las hojas, el fragor del trueno, el embate de
las olas, lo que nada tiene de sorprendente. La inteligencia de la
causa se volvía patente cuando, por medio de esos mismos golpes,
se obtenían respuestas categóricas a ciertas preguntas; ahora bien, es
a esta causa inteligente que nosotros llamamos o, mejor dicho, que a
sí misma se ha llamado Espíritu. Cuando este Espíritu quería hacer
una comunicación más desarrollada, indicaba por un signo particular
que quería escribir; entonces, el médium psicógrafo tomaba el lápiz
y transmitía su pensamiento por escrito.
Entre los asistentes –no hablamos de aquellos que estaban
alrededor de la mesa, sino de todas las personas que llenaban el
salón– había los incrédulos genuinos, los medio creyentes y los fervientes adeptos,
mezcla poco favorable, como sabemos. A los primeros, los dejamos
de buen grado, esperando que la luz se haga para ellos. Nosotros
respetamos todas las creencias, incluso hasta la incredulidad que
también es una especie de creencia, cuando a sí misma se respeta lo
suficientemente como para no herir las opiniones contrarias. Por lo
tanto, no hablaríamos de esto si no nos proporcionara una
observación útil. Su razonamiento, mucho menos prolijo que el de
nuestro estudiante, se resume generalmente así: Yo no creo en los
Espíritus; por lo tanto, no deben ser Espíritus. Ya que no son
Espíritus, debe tratarse de una prestidigitación. Naturalmente, esta
conclusión nos lleva a suponer que la mesa estaba trucada a la
manera de Robert Houdin.45 Nuestra respuesta a esto es bien simple:
en primer lugar, sería necesario que todas las mesas y todos los
muebles estuviesen trucados, puesto que no los hay privilegiados; en
segundo lugar, no conocemos ningún mecanismo lo suficientemente
ingenioso para producir a voluntad todos los efectos que hemos
descrito; en tercer lugar, sería necesario que el Sr. B... hubiese
trucado las paredes y las puertas de su residencia, lo que es muy
poco probable; finalmente, en cuarto lugar, sería necesario que se
hubiera hecho trucar del mismo modo las mesas, las puertas y las
paredes de todas las casas donde diariamente se producen
fenómenos semejantes, lo que no es muy presumible, porque se
conocería al hábil constructor de tantas maravillas.
Los medio creyentes admiten todos los fenómenos, pero están
indecisos sobre la causa de los mismos. A éstos los remitimos a los
argumentos de nuestro futuro bachiller.
Los creyentes presentan tres matices bien característicos: los que
sólo ven en esas experiencias una diversión y un pasatiempo, y cuya
admiración se expresa en estas palabras u otras análogas: ¡Es
asombroso! ¡Es singular! ¡Es muy divertido! Pero no van más allá
de eso. Luego vienen las personas serias, instruidas y observadoras,
a las cuales no se les escapa ningún detalle y para quienes las
mínimas cosas son objeto de estudio. Y finalmente se encuentran los
ultracreyentes –por así decirlo– o, mejor dicho, los creyentes ciegos,
a los cuales se les puede reprochar un exceso de credulidad, cuya fe
no lo suficientemente esclarecida les da una confianza tal en los
Espíritus, que les adjudican todos los conocimientos y
principalmente la presciencia. Además, es con la mejor fe del
mundo que piden noticias de todos sus asuntos, sin pensar que por
dos centavos habrían sabido lo mismo del primer echador de la
buenaventura. Para ellos, la mesa parlante no es un objeto de estudio
y de observación: es un oráculo. No tiene en su contra sino su forma
trivial y sus usos demasiado vulgares; pero si la madera de la que
está hecha, en lugar de ser
utilizada para las necesidades domésticas, estuviese de pie, tendríais
un árbol parlante; si fuese tallada como estatua, tendríais un ídolo
ante el cual los pueblos crédulos vendrían a postrarse.
Ahora crucemos los mares y veinticinco siglos, transportándonos
al pie del monte Tomaros en el Epiro; allí encontraremos el bosque
sagrado, cuyas encinas daban oráculos; añadid ahí el prestigio del
culto y la pompa de las ceremonias religiosas, y fácilmente os
explicaréis la veneración de un pueblo ignorante y crédulo que no
podía ver la realidad a través de tantos medios de fascinación.
La madera no es la única substancia que puede servir de vehículo
a las manifestaciones de los Espíritus golpeadores. Nosotros las
hemos visto producirse en la pared y, por consecuencia, en la piedra.
Por lo tanto, tenemos también las piedras parlantes. Si estas piedras
representasen un personaje sagrado, tendremos la estatua de
Memnón, o la de Júpiter Ammón, dando oráculos como los árboles
de Dodona.
Es cierto que la Historia no nos dice que esos oráculos eran dados
por golpes, como lo vemos en nuestros días. En el bosque de
Dodona, era por el silbido del viento a través de los árboles, por el
murmullo de las hojas o el susurro de la fuente que brotaba al pie de
la encina consagrada a Júpiter. Se dice que la estatua de Memnón
emitía sonidos melodiosos con los primeros rayos de sol. Pero la
Historia también nos dice –como tendremos ocasión de
demostrarlo– que los Antiguos conocían perfectamente los
fenómenos atribuidos a los Espíritus golpeadores. No hay ninguna
duda de que éste es el principio de su creencia en la existencia de
seres animados en los árboles, en las piedras, en las aguas, etc. Pero
desde que este género de manifestaciones fue explotado, los golpes
ya no eran más suficientes; los visitantes eran demasiado numerosos
como para darles una sesión particular a cada uno; además, esto
hubiera sido una cosa bastante sencilla: era necesario el prestigio, y
desde el momento en que enriquecían el templo con sus ofrendas,
era necesario retribuir su dinero convenientemente. Lo esencial era
que el objeto fuese visto como sagrado y habitado por una divinidad;
desde ese momento, se podía hacerle decir todo lo que se quisiera,
sin tomar tantas precauciones.
Los sacerdotes de Memnón usaban –dicen– la superchería; la
estatua era hueca, y los sonidos que emitía eran producidos por
algún medio acústico. Esto es posible y hasta probable. Los Espíritus
–incluso los simples golpeadores, que en general son menos
escrupulosos que los otros– no están siempre a la disposición del
primero que llegue, como ya lo hemos dicho; tienen su voluntad,
sus ocupaciones, sus susceptibilidades y ni a unos ni a otros les
gusta ser explotados por la codicia. ¡Qué descrédito para los
sacerdotes si no hubieran podido hacer hablar a su ídolo en esa
ocasión! Era preciso
suplir su silencio y, en caso de necesidad, ayudarlo; además, era
mucho más cómodo no tener tanto trabajo, al poder formular la
respuesta según las circunstancias. Lo que vemos en nuestros días
no prueba menos que las creencias antiguas tenían como principio el
conocimiento de las manifestaciones espíritas, y es con razón que
hemos dicho que el Espiritismo moderno es el despertar de la
Antigüedad, pero de la Antigüedad esclarecida por las luces de la
civilización y de la realidad.
6 de enero de 1858
1
Tú, que posees, escúchame. Un día dos hijos de un mismo padre
recibieron un celemín de trigo cada uno. El hijo mayor guardó el
suyo en un lugar oculto; el otro encontró en su camino a un pobre
que pedía limosna; corrió hacia él y echó en el faldón de su capote la
mitad del trigo que le había correspondido; después, continuó su
senda y se fue a sembrar el resto en el campo paterno.
Ahora bien, por esos tiempos sobrevino una hambruna y las aves
del cielo morían al borde del camino. El hermano mayor corrió a su
escondite, pero allí sólo encontró polvo; el menor se fue a
contemplar tristemente su trigo seco antes de la cosecha, cuando
encontró al pobre que había asistido. Hermano –le dijo el mendigo–,
yo iba a morir y tú me socorriste; ahora que la esperanza está seca en
tu corazón, sígueme. Tu medio celemín se quintuplicó en mis
manos; aplacaré tu hambre y vivirás en la abundancia.
2
¡Escúchame, avaro! ¿Conoces la felicidad? Sí, ¿no es cierto? Tus
ojos brillan con un oscuro destello en las órbitas que la avaricia ha
cavado más profundamente; tus labios se aprietan; tu nariz tiembla y
tus oídos se aguzan. Sí, escucho, es el ruido del oro que tu mano
acaricia al echarlo en tu escondrijo. Tú dices: Es la voluptuosidad
suprema. ¡Silencio! Alguien viene. Cierra de prisa. ¡Oh, qué pálido
estás! Tu cuerpo se estremece. Tranquilízate; los pasos se alejan.
Abre; observa nuevamente tu oro. Abre; no tiembles; te encuentras
completamente solo. ¡Escucha! No, no es nada; es el viento que
silba al pasar por el
umbral. ¡Observa cuánto oro! Húndete a manos llenas: haz que
suene el metal; estás feliz.
¡Feliz, tú! Pero en la noche no tienes reposo y tu sueño es
atormentado por fantasmas.
¡Tienes frío! Acércate a la chimenea; caliéntate en ese fuego que
crepita tan agradablemente. La nieve cae; el viajero friolento se
cubre con su capa y el pobre tirita bajo sus harapos. La llama del
hogar se va extinguiendo; echa más leña. Pero no, ¡detente! Es tu
oro que consumes con esa leña; es tu oro que quemas.
¡Tienes hambre! Ten, toma; sáciate; todo esto es tuyo, lo has
pagado con tu oro. ¡Con tu oro! Esta abundancia te indigna; ¿lo
superfluo es necesario para mantener tu vida? No, este pequeño
pedazo de pan bastará; hasta es demasiado. Tus ropas caen en
jirones; tu casa se agrieta y amenaza ruina; sufres frío y hambre;
¡pero qué te importa! Tienes oro.
¡Desdichado! La muerte te separará de ese oro. Lo dejarás al
borde de la tumba, como el polvo que el viajero sacude en el umbral
de la puerta, donde su amada familia lo espera para celebrar su
regreso.
Tu sangre empobrecida –envejecida por tu miseria voluntaria– se
ha helado en tus venas. Herederos ávidos acaban de tirar tu cuerpo
en un rincón del cementerio; hete aquí cara a cara con la eternidad.
¡Miserable! ¿Qué has hecho de ese oro que te ha sido confiado para
aliviar al pobre? ¿Escuchas estas blasfemias? ¿Ves esas lágrimas?
¿Ves aquella sangre? Aquellas blasfemias son las del sufrimiento
que habrías podido calmar; esas lágrimas, tú las has hecho correr;
esta sangre, tú la has derramado. Tienes horror de ti; querrías huir
pero no puedes. ¡Sufres como un condenado! Y te retuerces en tu
sufrimiento. ¡Sufre! Nada de piedad para ti. No has tenido un buen
corazón para con tus hermanos desdichados; ¿quién lo tendrá ahora
para ti? ¡Sufre! ¡Sufre siempre! Tu suplicio no tendrá fin. Para
punirte, Dios quiere que así lo CREAS.
Nota – Al escuchar el final de estas elocuentes y poéticas palabras, estábamos todos sorprendidos de oír a san Luis hablar de
la eternidad de los sufrimientos, considerando que todos los Espíritus superiores concuerdan en combatir esta creencia, cuando
estas últimas palabras: Para punirte, Dios quiere que así lo CREAS, han venido a explicar todo. Nosotros las reprodujimos dentro de los caracteres generales de los Espíritus del tercer orden. En efecto, cuanto más imperfectos son los Espíritus, más limitadas y circunscriptas son sus ideas; el porvenir es para ellos incierto: no lo
comprenden. Sufren, sus sufrimientos son prolongados y para el que sufre mucho tiempo, esto es como sufrir siempre. Este pensamiento es en sí un castigo.
En un próximo artículo citaremos casos de manifestaciones que podrán esclarecernos sobre la naturaleza de los sufrimientos del Más
Allá.
Nota – La señorita Clary D..., interesante niña fallecida en 1850 a
la edad de 13 años, ha permanecido desde entonces como el genio
de su familia, donde frecuentemente es evocada y a la cual ha dado
un gran número de comunicaciones del más alto interés. La
conversación que relataremos a continuación ha tenido lugar entre
ella y nosotros el 12 de enero de 1857, por intermedio de su
hermano médium.
1. –Preg. ¿Tenéis un recuerdo preciso de vuestra existencia
corporal? –Resp. El Espíritu ve el presente, el pasado y un poco el
futuro, según su perfección y su proximidad a Dios.
2. –Preg. Esta condición de la perfección, ¿es solamente relativa
al futuro, o también se relaciona con el presente y el pasado? –Resp.
El Espíritu ve el futuro más claramente a medida que se acerca a
Dios. Después de la muerte, el alma ve y abarca de un vistazo todas
sus emigraciones pasadas, pero no puede ver lo que Dios le prepara;
para ello es necesario estar por entero en Dios, después de muchas
existencias.
3. –Preg. ¿Sabéis en qué época habréis de reencarnar? –Resp. En
10 ó 100 años.
4. –Preg. ¿Será en la Tierra o en otro mundo? –Resp. En otro
mundo.
5. –Preg. Con relación a la Tierra, el mundo en que estaréis ¿se
encuentra en condiciones mejores, iguales o inferiores? –Resp.
Mucho mejores que las de la Tierra; allá uno es feliz.
6. –Preg. Puesto que estáis aquí entre nosotros, os encontráis en
un lugar determinado, ¿en cuál? –Resp. Estoy con una apariencia
etérea; puedo decir que mi Espíritu propiamente dicho se extiende
mucho más lejos; veo muchas cosas y me transporto bien lejos de
aquí con la velocidad del pensamiento; mi apariencia está a la
derecha de mi hermano y dirige su brazo.
7. –Preg. Ese cuerpo etéreo del que estáis revestida, ¿os permite
experimentar las sensaciones físicas, como por ejemplo las del calor
o del frío? –Resp. Cuando me acuerdo mucho de mi cuerpo, siento
una especie de impresión como cuando uno se quita una capa y se
cree que todavía la lleva por algún tiempo después.
8. –Preg. Acabáis de decir que podéis transportaros con la rapidez
del pensamiento; ¿no es el pensamiento la propia alma que se
desprende de su envoltura? –Resp. Sí.
9. –Preg. Cuando vuestro pensamiento se traslada hacia alguna
parte, ¿cómo se produce la separación de vuestra alma? –Resp. La
apariencia se disipa; el pensamiento sigue solo.
10. –Preg. Por lo tanto, es una facultad que se separa; ¿el ser
permanece donde está? –Resp. La forma no es el ser.
11. –Preg. ¿Pero cómo obra este pensamiento? ¿No obra siempre
por intermedio de la materia? –Resp. No.
12. –Preg. Cuando vuestra facultad de pensar se separa, ¿no
obráis entonces por intermedio de la materia? –Resp. La sombra se
disipa, y se reproduce donde el pensamiento la guía.
13. –Preg. Puesto que sólo teníais 13 años cuando vuestro cuerpo
murió, ¿cómo es que podéis darnos, sobre cuestiones abstractas,
respuestas que están fuera del alcance de una niña de vuestra edad?
–Resp. ¡Mi alma es tan antigua!
14. –Preg. Entre vuestras existencias anteriores, ¿podéis citarnos
una de las que más han elevado vuestros conocimientos? –Resp.
Estuve en el cuerpo de un hombre al que transformé en virtuoso;
después de su muerte he estado en el cuerpo de una jovencita, cuyo
rostro era el reflejo del alma; Dios me ha recompensado.
15. –Preg. ¿Podríamos veros aquí tal como estáis actualmente? –
Resp. Sí, podríais.
16. –Preg. ¿Cómo podríamos? ¿Depende de nosotros, de vos o de
personas más íntimas? –Resp. De vosotros.
17. –Preg. ¿Qué condiciones deberíamos cumplir para ello? –
Resp. Concentraos durante algún tiempo, con fe y fervor; sed menos
numerosos, aislaos un poco y haced venir a un médium del género
de Home.
Los fenómenos operados por el Sr. Home han producido aún más
sensación porque han venido a confirmar los relatos maravillosos
llegados de ultramar, a cuya veracidad se le atribuía una cierta
desconfianza. Él nos ha mostrado que, dejando a un lado las posibles
exageraciones, aún quedaba bastante como para atestar la realidad
de los hechos que se verifican fuera de todas las leyes conocidas.
Se ha hablado del Sr. Home en los más diversos sentidos, y
reconocemos que falta mucho para que le sea simpático a todo el
mundo, a unos por tener ideas preconcebidas, a otros por ignorancia.
Podremos hasta admitir
59
entre estos últimos una opinión concienzuda, por no haber logrado
constatar los hechos por sí mismos; pero si, en este caso, la duda es
permitida, una hostilidad sistemática y apasionada está siempre
fuera de lugar. En todo caso, juzgar lo que no se conoce es una falta
de lógica, y desacreditar sin pruebas es un olvido de las
conveniencias. Por un instante, hagamos abstracción de la
intervención de los Espíritus, y no veamos en los hechos relatados
sino simples fenómenos físicos. Cuanto más extraños son estos
hechos, más atención merecen. Explicadlos como quisiereis, pero no
los neguéis a priori, si no queréis poner en duda vuestro juicio. Lo
que debe sorprender, y lo que nos parece aún más anormal que los
fenómenos en cuestión, es ver a aquellos mismos que sin cesar
despotrican contra la oposición de ciertas corporaciones eruditas –en
lo que respecta a las ideas nuevas– que constantemente les echan en
cara, y esto en los términos menos comedidos, los sinsabores
sufridos por los autores de los descubrimientos más importantes:
Fulton, Jenner y Galileo –que a cada instante citan–, caer
aquellos mismos en un defecto semejante, ellos que dicen, con
razón, que hace todavía pocos años, cualquiera que hubiera hablado
de comunicarse en algunos segundos de un extremo al otro del
mundo, habría pasado por insensato. Si creen en el progreso, del que
se dicen los apóstoles, que por lo tanto sean consecuentes consigo
mismos y no se granjeen el reproche que les hacen a los otros de
negar lo que no comprenden.
Volvamos al Sr. Home. Llegado a París en el mes de octubre de
1855, se encontró desde un principio lanzado al mundo más elevado,
circunstancia que hubiera debido imponer más circunspección en el
juicio formado sobre él, ya que cuanto más elevado y esclarecido es
ese mundo, menos sospechoso es el hecho de dejarse engañar
benévolamente por un aventurero. Inclusive esta posición ha
suscitado comentarios. Se preguntan quién es el Sr. Home. Para
vivir en ese mundo, para hacer costosos viajes, es necesario –dicen–
que tenga fortuna. Si no la tiene, es necesario que sea amparado por
personas poderosas. Sobre este tema se han levantado mil
suposiciones, unas más ridículas que las otras. ¡Qué no se ha dicho
también de su hermana, a la que ha ido a buscar hace alrededor de
un año; decían que era una médium más potente que él; que ambos
deberían realizar prodigios capaces de hacer palidecer los de Moisés.
Más de una vez nos han dirigido preguntas sobre este asunto; he
aquí nuestra respuesta.
Al llegar a Francia, el Sr. Home no se ha dirigido al público; no le
gusta ni busca la publicidad. Si hubiera venido con un objetivo de
especulación, hubiese recorrido el país llamando a la propaganda en
su ayuda; habría buscado todas las ocasiones de mostrarse, mientras
que él las evita; hubiera puesto un precio a sus manifestaciones,
mientras que no pide nada a nadie.
A pesar de su reputación, el Sr. Home no es por lo tanto lo que
puede llamarse un hombre público; su vida privada no pertenece
más que a él. Puesto que nada pide, nadie tiene el derecho de
inquirir cómo vive, sin cometer una indiscreción. ¿Es amparado por
personas poderosas? Esto no es de nuestra incumbencia; todo lo que
podemos decir es que en esta sociedad de élite él ha conquistado
simpatías reales y ha hecho amigos dedicados, mientras que con un
embaucador la gente se divierte, le paga y se terminó. Por lo tanto,
nosotros no vemos en el Sr. Home sino una cosa: un hombre dotado
de una facultad notable. El estudio de esta facultad es todo lo que
nos interesa, y todo lo que debe interesar a cualquiera que no esté
movido únicamente por un sentimiento de curiosidad. Acerca de él,
la Historia todavía no ha abierto el libro de sus secretos; hasta que
esto suceda, él pertenece sólo a la ciencia. En cuanto a su hermana,
he aquí la verdad: es una niña de once años, que ha traído a París
para ser educada y de la que ha sido encargada una ilustre persona.
Ella apenas sabe en qué consiste la facultad de su hermano. Como se
ve, es muy simple y muy prosaico para los aficionados a lo
maravilloso.
Ahora, ¿por qué el Sr. Home ha venido a Francia? No ha sido en
absoluto para buscar fortuna, como acabamos de probarlo. ¿Es para
conocer el país? No lo recorre, sale poco, y de ninguna manera tiene
los hábitos de un turista. El motivo evidente ha sido el consejo de los
médicos que creen que el aire de Europa es necesario para su salud,
pero los hechos más naturales son frecuentemente providenciales.
Por lo tanto, pensamos que si ha venido es porque debía venir.
Francia –todavía en duda en lo que concierne a las manifestaciones
espíritas– tenía necesidad de recibir una gran sacudida al respecto;
fue el Sr. Home quien recibió esta misión, y cuanto mayor ha sido la
sacudida, mayor ha sido su repercusión. La posición, el crédito, las
luces de aquellos que lo han recibido, y que se han convencido por
la evidencia de los hechos, han conmovido las convicciones de una
multitud de gente, incluso entre los que no han podido ser testigos
oculares. Por lo tanto, la presencia del Sr. Home ha sido un poderoso
auxiliar para la propagación de las ideas espíritas; si no ha
convencido a todos, ha lanzado semillas que han de fructificar a
medida que los médiums se multipliquen. Esta facultad, como lo
hemos dicho en otra parte, de ninguna manera es un privilegio
exclusivo; existe en estado latente y en diversos grados entre una
multitud de individuos, sólo esperando una ocasión para
desarrollarse; el principio está en nosotros por el propio efecto de
nuestro organismo; está en la Naturaleza; todos nosotros tenemos su
germen, y no está lejos el día en que veremos a los médiums surgir
en todos los puntos, en medio de nosotros, en nuestras familias,
entre los pobres y los ricos, para que la verdad sea conocida por
todos, porque según lo que nos ha sido anunciado, es una nueva era,
una nueva fase que comienza para la Humanidad.
La evidencia y la divulgación de los fenómenos espíritas darán un
nuevo curso a las ideas morales, como el vapor ha dado un nuevo
curso a la industria.
Si la vida privada del Sr. Home debe ser cerrada a las
investigaciones de una indiscreta curiosidad, existen ciertos detalles
que a justo título pueden interesar al público y que incluso son útiles
dar a conocer para una mejor apreciación de los hechos.
El Sr. Daniel Dunglas Home nació el 15 de marzo de 1833, cerca
de Edimburgo. Por lo tanto, actualmente tiene 24 años. Desciende de
la antigua y noble familia de los Dunglas de Escocia, antaño
soberana. Es un joven de talla mediana, rubio, cuya fisonomía
melancólica no tiene nada de excéntrica; es de una complexión muy
delicada, de hábitos sencillos y suaves, de un carácter afable y
benévolo en el que el contacto con las grandezas no ha infundido ni
altivez ni ostentación. Dotado de una excesiva modestia, nunca hace
alarde de su maravillosa facultad, jamás habla de sí mismo y si en la
expansión de la intimidad cuenta sus cosas personales, es con
simplicidad y nunca con el énfasis propio de las personas con las
que la malevolencia trata de compararlo. Varios hechos íntimos, que
son de nuestro conocimiento personal, prueban sus sentimientos
nobles y una gran elevación de alma; lo hemos constatado con tanto
más placer cuanto más se conoce la influencia de las disposiciones
morales sobre la naturaleza de las manifestaciones.
Los fenómenos de los que el Sr. Home es instrumento
involuntario han sido a veces contados por amigos demasiado
afanosos con un entusiasmo exagerado, del cual se ha apoderado la
malevolencia. Tal como son, ellos no tienen necesidad de una
amplificación, más dañosa que útil a la causa. Al ser nuestro
objetivo el estudio serio de todo lo que se relacione con la ciencia
espírita, nos concentraremos en la estricta realidad de los hechos
constatados por nosotros mismos o por los testigos oculares más
dignos de fe. Por lo tanto, podremos comentarlos con la certeza de
no razonar sobre cosas fantásticas.
El Sr. Home es un médium del género de los que producen
manifestaciones ostensibles, sin excluir por ello las comunicaciones
inteligentes; pero sus predisposiciones naturales le dan para los
primeros una aptitud más especial. Bajo su influencia, los ruidos
más extraños se hacen oír, el aire se agita, los cuerpos sólidos se
mueven, se levantan, se transportan de un lugar para otro a través del
espacio, los instrumentos de música hacen escuchar sus sonidos
melodiosos, seres del mundo extracorpóreo aparecen, hablan,
escriben y a menudo abrazan a las personas hasta el punto de
provocarles dolor. Él mismo varias veces se ha visto, en presencia
de testigos oculares, levantado sin sostén a varios metros de altura.
De lo que nos ha sido enseñado sobre el rango de los Espíritus que
en general producen estas especies de manifestaciones, no hay que
llegar a la conclusión de que el Sr. Home está en relación solamente
con la clase ínfima del mundo espírita. Su carácter y las cualidades
morales que lo distinguen deben, al contrario, granjearle la simpatía
de los Espíritus superiores; para estos últimos, él no es más que un
instrumento destinado a abrir los ojos a los ciegos por medios
enérgicos, sin ser por ello privado de las comunicaciones de un
orden más elevado. Es una misión que él ha aceptado, misión que no
está exenta de tribulaciones ni de peligros, pero que cumple con
resignación y perseverancia bajo la égida de su madre, en Espíritu,
su verdadero ángel guardián.
La causa de las manifestaciones del Sr. Home es innata en él; su
alma, que parece estar unida al cuerpo solamente por débiles lazos,
tiene más afinidad con el mundo espírita que con el mundo corporal;
es por eso que se desprende sin esfuerzos, y más fácilmente que los
otros entra en comunicación con los seres invisibles. Esta facultad se
ha revelado en él desde su más tierna infancia. A la edad de seis
meses su cuna se balanceaba completamente sola en la ausencia de
su nodriza y cambiaba de lugar. En sus primeros años era tan débil
que apenas podía sostenerse; sentado en una alfombra, los juguetes
que no podía alcanzar venían por sí mismos a ponerse a su alcance.
A los tres años tuvo sus primeras visiones, pero no ha conservado
esos recuerdos. Tenía nueve años cuando su familia se instaló en los
Estados Unidos; allí, los mismos fenómenos continuaron con una
intensidad creciente a medida que él avanzaba en edad, pero su
reputación como médium sólo se estableció en 1850, época en que
las manifestaciones espíritas comenzaron a hacerse populares en ese
país. Debido a su salud, ya lo hemos dicho, en 1854 fue a Italia;
asombró a Florencia y a Roma con sus verdaderos prodigios.
Convertido a la fe católica en esta última ciudad, debió tomar el
compromiso de romper sus relaciones con el mundo de los Espíritus.
En efecto, durante un año su poder oculto parecía haberlo
abandonado; pero como este poder está por encima de su voluntad,
al cabo de ese tiempo –tal como se lo había anunciado su madre, en
Espíritu– las manifestaciones volvieron a producirse con una nueva
energía. Su misión estaba trazada: debía distinguirse entre los que la
Providencia ha elegido para revelarnos a través de señales patentes
el poder que domina todas las grandezas humanas.
Si el Sr. Home sólo fuese un hábil prestidigitador –como lo
pretenden ciertas personas que juzgan sin haber visto–,
indudablemente habría tenido siempre escamoteos a su disposición,
mientras que él no es dueño de producirlos a voluntad. Por lo tanto,
le sería imposible tener
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sesiones regulares, porque su facultad le faltaría frecuentemente en
el momento en que tuviese necesidad de la misma. Algunas veces
los fenómenos se manifiestan espontáneamente en el momento en
que menos se espera, mientras que otras veces resulta impotente
provocarlos, circunstancia ésta poco favorable para quien quisiese
hacer exhibiciones con hora marcada. El siguiente hecho, tomado de
entre mil, es la prueba de ello. Desde hacía más de quince días que
el Sr. Home no había podido obtener ninguna manifestación, cuando
al estar almorzando en la casa de uno de sus amigos, con otras dos o
tres personas de su conocimiento, de repente se hicieron oír golpes
en las paredes, en los muebles y en el techo. Parece que vuelven –
dijo. En ese momento, el Sr. Home estaba sentado en un canapé con
un amigo. Un empleado trae la bandeja del té y se apresta a
colocarla en la mesa ubicada en el medio del salón; aunque muy
pesada, ésta se elevó súbitamente del suelo cerca de 20 a 30
centímetros de altura, como si hubiera sido atraída por la bandeja;
espantado, el empleado la dejó caer, y de un salto la mesa se lanza
hacia el canapé y va a caer delante del Sr. Home y de su amigo, sin
que nada de lo que estaba encima fuera desordenado.
Indiscutiblemente, este hecho no es el más curioso de los que
habremos de relatar, pero presenta una particularidad digna de
destacarse: que se ha producido espontáneamente, sin provocación,
en un círculo íntimo, en el cual ninguno de los asistentes –cien veces
testigos de hechos semejantes– tenía necesidad de nuevos
testimonios; y seguramente no era ése el momento propicio para que
el Sr. Home mostrase sus habilidades, si es que las tiene.
En un próximo artículo citaremos otras manifestaciones.
Respuesta al Sr. Viennet, por Paul Auguez *
El Sr. Paul Auguez es un adepto sincero y esclarecido de la Doctrina
Espírita; su obra, que hemos leído 57 con gran interés, y donde se reconoce la
pluma elegante del autor de Élus de l'avenir (Elegidos del porvenir),
58 es una
demostración lógica y sabia de los puntos fundamentales de esta Doctrina, es
decir, de la existencia de los Espíritus, de sus relaciones con los hombres y,
por consecuencia, de la inmortalidad del alma y de su individualidad después
de la muerte. Al ser su objetivo principal el de responder a las agresiones
sarcásticas del Sr. Viennet, no aborda más que los puntos capitales y se limita
a probar a través de los hechos, por el razonamiento y por intermedio de las
más respetables autoridades, que esta creencia de ninguna manera está
fundada en ideas sistemáticas ni en prejuicios vulgares, sino que reposa sobre
bases sólidas. El arma del Sr. Viennet es el ridículo; la del Sr. Auguez es la
ciencia. A través de numerosas citas que atestiguan un estudio serio y una
profunda erudición, éste prueba que si los adeptos de hoy –a pesar de su
número siempre creciente y de las personas esclarecidas que adhieren de todos los países– son, como lo pretende aquel ilustre académico, cerebros
desequilibrados, esta enfermedad la comparten con los mayores genios que
honran a la Humanidad.
En sus refutaciones, el Sr. Auguez ha sabido siempre conservar la dignidad
del lenguaje, y éste es un mérito que no podemos dejar de loar; en ninguna
parte se encuentran esas diatribas fuera de lugar, convertidas en expresiones
triviales de mal gusto, y que no prueban nada, sino la falta de buenos modales.
Todo lo que él dice es profundo, serio, grave, y a la altura del erudito al cual
se dirige. ¿Lo ha convencido? Lo ignoramos; hablando francamente, hasta
dudamos de ello; pero como en definitivo su libro se ha escrito para todos, las
semillas que ha lanzado no habrán de perderse. Más de una vez tendremos la
ocasión de citar pasajes del mismo en el transcurso de esta publicación, a
medida que la naturaleza del tema nos conduzca a ello.
La teoría desarrollada por el Sr. Auguez, salvo quizás algunos puntos
secundarios, es la misma que nosotros profesamos; por lo tanto, no haremos al
respecto ninguna crítica de su obra, que ha de dejar huellas y se leerá con
interés. Sólo hubiéramos deseado una cosa: un poco más de claridad en las
demostraciones y de método en el orden de las materias. El Sr. Auguez ha
tratado la cuestión como un erudito, porque se dirigía a un erudito,
seguramente capaz de entender las cosas más abstractas, pero debería haber
pensado que escribía menos para un hombre que para el público, que siempre
lee con más placer y provecho lo que comprende sin esfuerzos.
ALLAN KARDEC
__________________________________________________
* Opúsculo in 12º; precio: 2 fr. 50 cents., en la Librería Dentu, Palais-Royal, y en
Germer Baillière: calle de l'École de médicine, 4. [Nota de Allan Kardec.]
Varios de nuestros lectores han tenido a bien responder al llamado que
hemos hecho en nuestro primer número, con relación al suministro de
informaciones. Un gran número de hechos nos han sido señalados, entre los
cuales los hay de mucha importancia, por lo que les estamos infinitamente
agradecidos, y no menos gratos por las reflexiones que a veces los acompañan,
aun cuando las mismas revelan un conocimiento incompleto de la materia:
ellas darán lugar a esclarecimientos sobre los puntos que no hayan sido bien
comprendidos. Si no hacemos una mención inmediata de los documentos que
nos han sido suministrados, no es porque pasen inadvertidos; siempre
tomamos buena nota de los mismos para tarde o temprano aprovecharlos.
La falta de espacio no es la única causa que puede demorar su publicación,
sino también la oportunidad de las circunstancias y la necesidad de
relacionarlos con los artículos de los cuales pueden ser útiles complementos.
La multiplicidad de nuestras ocupaciones, junto a la extensión de la
correspondencia, nos pone a menudo en la imposibilidad material de
responder como quisiéramos, y como deberíamos, a las personas que nos
hacen el honor de escribirnos.59 Por lo tanto, les rogamos encarecidamente no
tomar a mal un silencio que no depende de nuestra voluntad. Esperamos que
su buena voluntad no se enfríe por esto, y que consientan en no interrumpir de
modo alguno sus interesantes comunicaciones; a este efecto, llamamos
nuevamente la atención sobre la nota que hemos dado al final de la
Introducción de nuestro primer número,60 con relación a las informaciones que
solicitamos la bondad de enviarnos, rogándoles, además, que no omitan
decirnos cuándo podremos hacer mención de los lugares y de las personas, sin
inconvenientes.
Las observaciones anteriores se aplican igualmente a las cuestiones que nos
son dirigidas sobre los diversos puntos de la Doctrina. Cuando requieren
desarrollos de una cierta extensión, nos es aún menos posible darlos por
escrito, ya que muy frecuentemente deberíamos repetir lo mismo a un gran
número de personas. Como nuestra Revista está destinada a servirnos de
medio de correspondencia, esas respuestas allí encontrarán naturalmente su
lugar, a medida que se presente la ocasión de tratar dichos temas, y esto será
más ventajoso, puesto que las explicaciones podrán ser más completas y del
provecho de todos.
ALLAN KARDEC
Marzo
Al considerar la Luna y los otros astros, ¿quién no se ha
preguntado si esos globos están habitados? Antes que la Ciencia nos
hubiese iniciado en la naturaleza de esos astros, se podía dudar; hoy,
en el estado actual de nuestros conocimientos, por lo menos existe la
probabilidad; pero a esta idea, verdaderamente seductora, se hacen
objeciones extraídas de la propia Ciencia. Se dice que la Luna
parece no tener atmósfera, y quizás tampoco agua. En Mercurio,
dada su proximidad con el Sol, la temperatura media debe ser la del
plomo fundido, de manera que, si hay allí plomo, debe correr como
el agua de nuestros ríos. En Saturno, es todo lo opuesto; no tenemos
un término de comparación para el frío que debe reinar allí; la luz
del Sol debe ser muy débil, a pesar de la reflexión de sus siete lunas y de su anillo, porque a esta distancia el Sol no debe parecer
sino una estrella de primera magnitud. En tales condiciones, se
pregunta si sería posible vivir allí.
No se concibe que semejante objeción pueda ser hecha por
hombres serios. Si la atmósfera de la Luna no ha podido ser
percibida, ¿es racional inferir que no exista? ¿No puede estar
formada por elementos desconocidos o lo suficientemente
enrarecidos como para no producir refracción sensible? Diremos lo
mismo del agua o de los líquidos allí existentes. Con respecto a los
seres vivos, ¿no sería negar el poder divino el creer imposible una
constitución diferente de la que conocemos, cuando bajo nuestros
ojos la providencia de la Naturaleza se extiende con una solicitud
tan admirable hasta el más pequeño insecto, y da a todos los seres
los órganos apropiados al medio en que deben habitar, ya sea el
agua, el aire o la tierra, que estén sumergidos en la oscuridad o
expuestos a la claridad del Sol? Si nosotros nunca hubiésemos visto
peces, no podríamos concebir seres que viven en el agua; no nos
haríamos una idea de su estructura. ¡Quién hubiera creído, hasta
hace poco tiempo, que un animal pudiese vivir un tiempo indefinido
en el seno de una piedra! Pero sin hablar de estos extremos, ¿podrían
existir en los hielos polares los seres que viven bajo el fuego de la
zona tórrida?
Y no obstante en esos hielos hay seres que poseen un organismo
para ese clima riguroso, y que no podrían soportar el ardor de un Sol
vertical. Por lo tanto, ¿por qué no admitiríamos que existan seres
constituidos para vivir en otros globos y en un medio totalmente
diferente del nuestro? Seguramente, sin conocer a fondo la
constitución física de la Luna, sabemos lo suficiente como para estar
ciertos de que, tal como somos, no podríamos vivir allí, como
tampoco podríamos hacerlo en compañía de los peces en el seno del
océano. Por la misma razón, si los habitantes de la Luna pudiesen
venir a la Tierra –ya que constituidos para vivir sin aire o en un aire
muy enrarecido, tal vez completamente diferente del nuestro– se
asfixiarían en nuestra atmósfera espesa, al igual que nosotros cuando
caemos en el agua. Una vez más, si no tenemos la prueba material y
de visu de la presencia de seres vivos en otros mundos, nada
prueba que no puedan existir con un organismo que sea apropiado a
un medio o a un clima cualquiera. Al contrario, el simple buen
sentido nos dice que debe ser así, porque repugna a la razón creer
que esos innumerables globos que circulan en el espacio no sean
más que masas inertes e improductivas. La observación nos muestra
allí superficies accidentadas –como aquí– de montañas, valles,
hondonadas, volcanes extintos o en actividad; ¿por qué entonces no
existirían seres orgánicos? Está bien –dirán; que haya plantas y hasta
animales, puede ser; pero seres humanos, hombres civilizados como
nosotros, que conozcan a Dios, que cultiven las artes, las ciencias,
¿eso es posible?
Por cierto, nada prueba matemáticamente que los seres que
habitan otros mundos sean hombres como nosotros, ni que estén más
o menos avanzados que nosotros, moralmente hablando; pero
cuando los salvajes de América vieron desembarcar a los españoles,
tampoco sospechaban que más allá de los mares existía otro mundo
que cultivaba las artes que les eran desconocidas. La Tierra está
salpicada de una innumerable cantidad de islas, pequeñas o grandes,
y todo lo que es habitable es habitado; no surge una roca en el mar
sin que el hombre haya plantado al instante su bandera. ¿Qué
diríamos si los habitantes de una de las más pequeñas de esas islas,
conociendo perfectamente la existencia de otras islas y continentes,
pero no habiendo tenido jamás relaciones con sus habitantes, se
creyesen los únicos seres vivos del globo? Nosotros les diríamos:
¿Cómo podéis creer que Dios ha hecho el mundo sólo para
vosotros? ¿Por qué extraña peculiaridad vuestra pequeña isla,
perdida en un rincón del océano, tendría el privilegio de ser la única
habitada? Lo mismo podemos decir de nosotros con respecto a otras
esferas. ¿Por qué la Tierra –pequeño globo imperceptible en la
inmensidad del Universo, que no se distingue de los otros planetas ni
por su posición, volumen o estructura, porque no es el menor ni el
mayor, ni está en el centro o en los extremos–, por qué, digo, sería entre tantas otras la única residencia de seres racionales y pensantes?
¿Qué hombre sensato podría creer que esos millones de astros que
brillan sobre nuestras cabezas sólo han sido hechos para recrear
nuestra visión? Entonces, ¿cuál sería la utilidad de esos otros
millones de globos imperceptibles a simple vista y que ni siquiera
sirven para alumbrarnos? ¿No habría orgullo y a la vez impiedad en
pensar que debe ser así? A los que les importa poco la impiedad, les
diremos que es ilógico.
Por lo tanto, con un simple razonamiento que muchos otros han
hecho antes que nosotros, hemos arribado a la conclusión de la
pluralidad de los mundos, y este razonamiento se encuentra
confirmado por las revelaciones de los Espíritus. En efecto, ellos nos
enseñan que todos esos mundos están habitados por seres corporales
apropiados a la constitución física de cada globo; que entre los
habitantes de esos mundos los hay más o menos avanzados que
nosotros, desde el punto de vista intelectual, moral e incluso físico.
Además, hoy sabemos que podemos entrar en relación con ellos y
obtener de los mismos informaciones sobre su estado; también
sabemos que no sólo todos los globos están habitados por seres
corporales, sino que el espacio está poblado de seres inteligentes,
invisibles para nosotros a causa del velo material arrojado sobre
nuestra alma, y que revelan su existencia por medios ocultos o
patentes. De esta manera, todo está poblado en el Universo, la vida y
la inteligencia están por todas partes: en los globos sólidos, en el
aire, en las entrañas de la Tierra y hasta en las profundidades etéreas.
¿Hay en esta Doctrina algo que repugne a la razón? ¿No es a la vez
grandiosa y sublime? Ella nos eleva de nuestra propia pequeñez,
muy diferentemente de ese pensamiento egoísta y mezquino que nos
coloca como los únicos seres dignos de ocupar el pensamiento de
Dios.
Antes de entrar en los pormenores de las revelaciones que los
Espíritus nos han hecho sobre el estado de los diferentes mundos,
veamos a qué consecuencia lógica podremos llegar por nosotros
mismos y únicamente mediante el razonamiento. Quiérase ahora
remitirse a la Escala espírita que hemos dado en el número anterior;
a las personas que deseen seriamente profundizarse en esta nueva
ciencia, les pedimos que estudien con cuidado ese cuadro,
compenetrándose bien del mismo; allí encontrarán la clave de más
de un misterio.
El mundo de los Espíritus está compuesto por almas de todos los
humanos de esta Tierra y de otras esferas, despojadas de los lazos
corporales; de la misma manera, todos los humanos están animados
por los Espíritus encarnados en ellos. Por lo tanto, hay solidaridad entre estos dos mundos: los hombres tendrán las
cualidades y las imperfecciones de los Espíritus a los cuales están
unidos; los Espíritus serán más o menos buenos o malos según los
progresos que hayan hecho durante su existencia corporal. Estas
pocas palabras resumen toda la Doctrina. Como los actos de los
hombres son el producto de su libre albedrío, llevan el sello de la
perfección o de la imperfección del Espíritu que los practique. Por lo
tanto, nos será muy fácil hacernos una idea del estado moral de
cualquier mundo, según la naturaleza de los Espíritus que lo habiten;
de cierto modo, podríamos describir su legislación, trazar el cuadro
de sus usos, costumbres y de sus relaciones sociales.
Supongamos, pues, un globo exclusivamente habitado por
Espíritus de la novena clase: por Espíritus impuros, y
transportémonos hacia allá a través del pensamiento. Allí veremos
todas las pasiones desencadenadas y sin freno; el estado moral en el
último grado de embrutecimiento; la vida animal en toda su
brutalidad; ausencia de lazos sociales, porque cada uno vive y obra
solamente para sí mismo y para satisfacer sus apetitos groseros; allí
reina el egoísmo como soberano absoluto, llevando en su séquito el
odio, la envidia, los celos, la codicia y el crimen.
Pasemos ahora a otra esfera, donde se encuentran Espíritus de
todas las clases del tercer orden: Espíritus impuros, Espíritus ligeros,
Espíritus pseudosabios, Espíritus neutros. Sabemos que en todas las
clases de este orden el mal predomina; pero sin tener el pensamiento
del bien, el del mal decrece a medida que se aleja del último rango.
El egoísmo es siempre el móvil principal de las acciones, pero las
costumbres son más suaves, la inteligencia más desarrollada; el mal
se encuentra un poco enmascarado, adornado y maquillado. Estas
mismas cualidades negativas engendran otro defecto: el orgullo;
porque las clases más elevadas son bastante esclarecidas como para
tener conciencia de su superioridad, pero no lo suficiente como para
comprender lo que les falta; de ahí su tendencia a la esclavitud de las
clases inferiores o de las razas más débiles que tienen bajo su yugo.
Al no tener el sentimiento del bien, sólo poseen el instinto del yo y
ponen su inteligencia al servicio de la satisfacción de sus pasiones.
En una sociedad de ese tipo, si domina el elemento impuro aplastará
al otro; en el caso contrario, los menos malos buscarán destruir a sus
adversarios; en todos los casos, habrá lucha, lucha sangrienta, lucha
de exterminio, porque son dos elementos que tienen intereses
opuestos. Para proteger los bienes y las personas, han de necesitarse
leyes; pero estas leyes serán dictadas por el interés personal y no por
la justicia; es el fuerte que las hará en detrimento del débil.
Ahora supongamos un mundo donde, entre los elementos malos
que acabamos de ver, se encuentren algunos del segundo orden;
entonces, en medio de la perversidad veremos aparecer algunas
virtudes. Si los buenos están en minoría, serán víctimas de los
malos; pero a medida que aumente su preponderancia, la legislación será más
humana, más equitativa y la caridad cristiana no será para todos una
letra muerta. De esta misma situación ha de nacer otro vicio. A pesar
de la guerra que los malos declaren sin cesar a los buenos, aquellos
no pueden dejar de estimarlos en su fuero interno; al ver el
ascendiente de la virtud sobre el vicio, y al no tener la fuerza ni la
voluntad de practicarla, tratarán de parodiarla, de ponerse la
máscara, surgiendo de ahí los hipócritas, tan numerosos en toda
sociedad donde la civilización es imperfecta.
Continuemos nuestro recorrido a través de los mundos, y
detengámonos en éste, que nos dará un poco de reposo del triste
espectáculo que acabamos de ver. Solamente está habitado por
Espíritus del segundo orden. ¡Qué diferencia! El grado de
depuración al que han llegado excluye entre ellos todo pensamiento
del mal, y sólo esto nos da la idea del estado moral de este lugar
dichoso. Ahí la legislación es muy simple, porque los hombres no
tienen que defenderse unos de otros; nadie quiere el mal para su
prójimo; nadie se apodera de lo que no le pertenece; nadie busca
vivir en detrimento de su vecino. Todo refleja benevolencia y amor;
como los hombres no buscan de forma alguna perjudicarse, no existe
el odio; el egoísmo es desconocido, y la hipocresía no tendría objeto.
Sin embargo, allí no reina la igualdad absoluta, porque la igualdad
absoluta supone una perfecta identidad entre el desarrollo intelectual
y el moral; ahora bien, a través de la escala espírita vemos que el
segundo orden comprende varios grados de desarrollo; por lo tanto,
habrá en ese mundo desigualdades, porque unos serán más
avanzados que otros; pero como entre ellos sólo existe el
pensamiento del bien, los más elevados no concebirán el orgullo, ni
los otros los celos. El inferior comprende el ascendente del superior
y a él se somete, porque este ascendente es puramente moral y nadie
lo utiliza para oprimir.
Las consecuencias que extraemos de este cuadro, aunque
presentadas de una manera hipotética, no dejan de ser perfectamente
racionales, y cada uno puede deducir el estado social de cualquier
mundo según la proporción de los elementos morales del que se
supone compuesto. Abstracción hecha de la revelación de los
Espíritus, hemos visto que todas las probabilidades son para la
pluralidad de los mundos; ahora bien, no es menos racional pensar
que no todos están en el mismo grado de perfección y que, por eso
mismo, nuestras suposiciones pueden muy bien ser realidades.
Nosotros no conocemos sino uno de manera efectiva: el nuestro.
¿Qué rango ocupa el mismo en esta jerarquía? ¡Ay! Basta considerar
lo que aquí pasa para ver que está lejos de merecer el primer rango,
y estamos convencidos de que al leer estas líneas ya se le ha
marcado su lugar. Cuando los Espíritus nos dicen que nuestro
mundo se encuentra, si bien no en la última categoría, por lo menos
entre las últimas, el simple buen sentido nos dice que
desgraciadamente ellos no se equivocan; tenemos mucho que hacer
para elevarlo al rango del que hemos descrito en último lugar, y teníamos mucha necesidad
de que el Cristo viniera a mostrarnos el camino.
En cuanto a la aplicación que podemos hacer de nuestro
razonamiento con referencia a los diferentes globos de nuestro
torbellino planetario, tenemos la enseñanza de los Espíritus; ahora
bien, para el que sólo admite pruebas palpables, seguramente que su
aserción, en este aspecto, no tiene la certeza de la experimentación
directa. Sin embargo, ¿no aceptamos con confianza todos los días las
descripciones que los viajeros nos hacen de regiones que nosotros
nunca hemos visto? Si sólo debiésemos creer en lo que vemos, no
creeríamos gran cosa. Lo que aquí da un cierto peso a lo que dicen
los Espíritus, es la correlación que existe entre ellos, por lo menos en
cuanto a los puntos principales. Para nosotros, que hemos sido cien
veces testigos de esas comunicaciones, que hemos podido
apreciarlas en sus mínimos detalles, que hemos escrutado al fuerte y
al débil, y observado las similitudes y las contradicciones,
encontramos allí todos los caracteres de la probabilidad; sin
embargo, solamente las damos con la reserva de verificación ulterior
y a título de información, para las cuales cada uno será libre de dar
la importancia que juzgue conveniente.
Según los Espíritus, el planeta Marte estaría aún menos
adelantado que la Tierra; los Espíritus allí encarnados parecerían
pertenecer casi exclusivamente a la novena clase, a la de los
Espíritus impuros, de modo que el primer cuadro que hemos dado
más arriba sería la imagen de este mundo. Varios otros pequeños
globos están, con diferencia de algunos matices, en la misma
categoría. Luego vendría la Tierra; la mayoría de sus habitantes
pertenece indiscutiblemente a todas las clases del tercer orden, y una
parte muy reducida a las últimas clases del segundo orden. Los
Espíritus superiores –de la segunda y de la tercera clase– cumplen
algunas veces aquí una misión de civilización y progreso, en donde
son excepciones. Mercurio y Saturno vienen después de la Tierra.
La superioridad numérica de los Espíritus buenos les da la
preponderancia sobre los Espíritus inferiores, de donde resulta un
orden social más perfecto, con relaciones menos egoístas y, por
consecuencia, con una condición de existencia más feliz. La Luna y
Venus son más o menos del mismo grado y, en todos los aspectos,
más adelantados que Mercurio y Saturno. Juno y Urano serían
aún superiores a estos últimos. Ha de suponerse que los elementos
morales de estos dos planetas están formados por las primeras clases
del tercer orden y en gran mayoría por Espíritus del segundo orden.
Los hombres son allí infinitamente más felices que en la Tierra, en
razón de que no tienen que sostener las mismas luchas, ni soportar
las mismas tribulaciones, y no están expuestos a las mismas
vicisitudes físicas y morales.
De todos los planetas, el más adelantado en todos los aspectos es
Júpiter. Allí, es el reino exclusivo del bien y de la justicia, porque
sólo existen Espíritus buenos. Puede hacerse una idea del estado
feliz de sus habitantes por el cuadro que hemos dado de un mundo enteramente
habitado por Espíritus del segundo orden.
La superioridad de Júpiter no está solamente en el estado moral de
sus habitantes; está también en su constitución física. He aquí la
descripción que nos ha sido dada de ese mundo privilegiado, donde
encontramos a la mayoría de los hombres de bien que han honrado
nuestra Tierra por sus virtudes y talentos.
La conformación del cuerpo es aproximadamente la misma que en
la Tierra, pero menos material, menos denso y de un peso
específico más bajo. Mientras que aquí nos arrastramos
penosamente, el habitante de Júpiter se transporta de un lugar a otro
deslizándose por la superficie del suelo, casi sin fatiga, como el
pájaro en el aire o el pez en el agua. Como la materia que forma su
cuerpo es más depurada, se disipa después de la muerte sin ser
sometida a la descomposición pútrida. Allí no se conoce la mayoría
de las enfermedades que nos afligen, sobre todo las que tienen su
origen en los excesos de todos los géneros y en la devastación de las
pasiones. La alimentación está en relación con ese organismo etéreo;
no sería lo suficientemente substancial para nuestros estómagos
groseros, y la nuestra sería demasiado pesada para ellos; se compone
de frutas y de plantas, y además extraen de algún modo la mayor
parte en el medio ambiente del cual aspiran las emanaciones
nutritivas. La duración de su existencia es proporcionalmente mucho
mayor que en la Tierra; el promedio equivale a alrededor de cinco de
nuestros siglos. El desarrollo es también allí mucho más rápido, y la
infancia dura apenas algunos de nuestros meses.
Bajo esta leve envoltura los Espíritus se desprenden fácilmente y
entran en comunicación recíproca a través del pensamiento, sin
excluir, no obstante, el lenguaje articulado; también la segunda vista
es para la mayoría una facultad permanente; su estado normal puede
ser comparado al de nuestros sonámbulos lúcidos; es por eso que se
manifiestan a nosotros más fácilmente que aquellos que están
encarnados en mundos más groseros y más materiales. La intuición
que tienen de su futuro y la seguridad que les da una conciencia
exenta de remordimientos hacen que la muerte no les cause ninguna
aprehensión; la ven llegar sin temor y como una simple
transformación.
Los animales no están excluidos de este estado progresivo, sin
por ello aproximarse al del hombre, incluso bajo el aspecto físico; su
cuerpo, más material, se mantiene en el suelo, como nosotros en la
Tierra. Su inteligencia es más desarrollada que la de los nuestros; la
estructura de sus miembros se ajusta a todas las exigencias del
trabajo; son los encargados de la ejecución de las labores manuales;
son los servidores y los peones: las ocupaciones de los hombres son
puramente intelectuales. El hombre es para ellos una divinidad, pero
una divinidad tutelar que no abusa de su poder para oprimirlos.
Los Espíritus que habitan en Júpiter, generalmente se complacen
bastante cuando consienten en comunicarse con nosotros sobre la
descripción de su planeta, y cuando les preguntamos la razón, ellos
responden que es para inspirarnos el amor al bien en la esperanza de
ir allá un día. Es con ese objetivo que uno de ellos, que ha venido a
la Tierra con el nombre de Bernard Palissy –el célebre alfarero del
siglo XVI–, ha emprendido espontáneamente, y sin haber sido
solicitado a ello, una serie de dibujos tan notables por su
singularidad como por el talento de ejecución, y destinado a
hacernos conocer, hasta en los más mínimos detalles, ese mundo tan
extraño y tan nuevo para nosotros. Algunos retratan personajes,
animales, escenas de la vida privada; pero los más notables son
aquellos que representan viviendas, verdaderas obras maestras de
las que no existe en la Tierra algo que podría darnos una idea,
porque no se parecen a nada de lo que conocemos; es un género de
arquitectura indescriptible, tan original y armonioso, de una
ornamentación tan rica y graciosa, que desafía a la más fecunda
imaginación. El Sr. Victorien Sardou, joven literato de nuestra
amistad, lleno de talento y de futuro, pero de ninguna manera
dibujante, le ha servido de intermediario. Palissy nos ha prometido
la continuación que, de algún modo, nos dará la monografía
ilustrada de ese mundo maravilloso. Esperemos que esa curiosa e
interesante compilación, sobre la cual volveremos en un artículo
especial dedicado a los médiums dibujantes, pueda un día ser
entregada al público.
A pesar del cuadro atrayente que nos ha sido dado, el planeta
Júpiter no es el más perfecto entre los mundos. Existen otros –
desconocidos para nosotros– que son muy superiores en lo físico y
en lo moral, y cuyos habitantes gozan de una felicidad aún más
perfecta; allá es la morada de los Espíritus más elevados, cuya
envoltura etérea no tiene nada de las propiedades conocidas de la
materia.
Se nos ha preguntado varias veces si pensamos que la condición
del hombre en este mundo es un obstáculo absoluto para que él
pueda pasar de la Tierra a Júpiter sin intermediación. A todas las
cuestiones que se relacionen con la Doctrina Espírita, nunca
responderemos según nuestras propias ideas, ante las cuales estamos
siempre precavidos. Nos limitamos a transmitir la enseñanza que nos
ha sido dada, enseñanza que de ninguna manera aceptamos a la
ligera o con un entusiasmo irreflexivo. A la cuestión anterior
responderemos claramente, porque ése es el sentido formal de
nuestras instrucciones y el resultado de nuestras propias
observaciones: SÍ, al dejar la Tierra el hombre puede ir
inmediatamente a Júpiter, o a un mundo análogo, porque no es el
único de esta categoría. ¿Puede tener la certeza de esto? NO. Él
puede ir allí, porque existen en la Tierra –aunque en pequeño
número– Espíritus lo suficientemente buenos y desmaterializados
como para no ser desplazados a un mundo donde el mal no tiene
ningún acceso. No tiene la certeza, porque puede hacerse ilusiones
sobre su mérito personal y porque puede, además, tener otra misión que cumplir. Los que pueden esperar este favor no son
seguramente los egoístas, ni los ambiciosos, avaros, ingratos,
celosos, orgullosos, vanidosos, hipócritas, ni los sensualistas, ni
ninguno de los que están dominados por el amor a los bienes
terrestres; a ésos aún serán necesarias, quizás, largas y duras
pruebas. Esto depende de su voluntad.
Al hablar de la Historia de Juana de Arco dictada por ella misma,
de la
que nos propusimos citar diversos pasajes, 84 hemos dicho que la señorita
Dufaux había escrito de la misma manera la Historia de Luis XI. Este trabajo
–uno de los más completos en ese género– contiene preciosos documentos
desde el punto de vista histórico. En el mismo, Luis XI se muestra el profundo
político que nosotros conocemos; además, nos da la clave de varios hechos
hasta ahora inexplicados. Desde el punto de vista espírita, es uno de los más
curiosos modelos de trabajos de larga duración producido por los Espíritus. En
este aspecto, dos cosas son particularmente notables: la primera, la velocidad
de ejecución (quince días han sido suficientes para dictar la materia de un gran
volumen); la segunda, la memoria tan precisa que un Espíritu puede conservar
de los acontecimientos de la vida terrestre. A los que dudaren del origen de
este trabajo, haciéndole el honor de atribuirlo a la memoria de la señorita
Dufaux, responderemos que, en efecto, sería necesario de parte de una niña de
catorce años, una memoria muy fenomenal y un talento de una precocidad no
menos extraordinaria para escribir de un solo trazo una obra de esta
naturaleza; pero, suponiendo que así fuese, preguntaremos de dónde esta niña
habría sacado las explicaciones inéditas de la sombría política de Luis XI, y
si no hubiese sido más hábil –por parte de sus padres– dejarle ese mérito a
ella. De las diversas historias escritas por su intermedio, la de Juana de Arco
es la única que ha sido publicada. Hacemos votos para que prontamente las
otras lo sean, y les predecimos un éxito aún mayor, puesto que las ideas
espíritas son hoy infinitamente más difundidas. Hemos extraído de la de Luis
XI el pasaje relacionado con la muerte del conde de Charolais:
Los historiadores que llegaron a este hecho histórico: «Luis XI dio al conde
de Charolais la tenencia general de Normandía», confiesan que no
comprenden cómo un rey que era tan gran político hubo cometido un error tan
grande. *
Las explicaciones dadas por Luis XI son difíciles de contradecir, puesto que
están confirmadas por tres actos conocidos por todo el mundo: la conspiración
de Constain, el viaje del conde de Charolais –que sigue a la ejecución del
culpable– y finalmente la obtención por parte de este príncipe de la tenencia
general de Normandía, provincia que reunía a los Estados de los duques de Borgoña y de
Bretaña, enemigos siempre unidos contra Luis XI.
Luis XI se expresa así:
«El conde de Charolais fue gratificado con la tenencia general de
Normandía y una pensión de treinta y seis mil libras. Era una imprudencia
muy grande aumentar así el poder de la Casa de Borgoña. Aunque esta
digresión nos aleje de la continuación de los asuntos de Inglaterra, creo un
deber indicar aquí los motivos que me hicieron obrar así.
«Algún tiempo después de su regreso a los Países Bajos, el duque Felipe de
Borgoña había caído peligrosamente enfermo. El conde de Charolais amaba
verdaderamente a su padre, a pesar de los disgustos que le había causado: es
cierto que su carácter ardiente e impetuoso –y sobre todo mis pérfidas
insinuaciones– podrían disculparlo. Lo cuidó con un afecto sumamente filial y
no dejó, ni de día ni de noche, la cabecera de su lecho.
«El peligro del viejo duque me había llevado a hacer serias reflexiones; yo
odiaba al conde y creía un deber temer todo lo que viniese de él; además, éste
sólo tenía una hija de pocos años, lo que hubiera producido después de la
muerte del duque –quien parecía no tener mucho tiempo de vida– una minoría
de edad que los flamencos, siempre turbulentos, habrían vuelto extremamente
tormentosa. Entonces, yo habría podido apoderarme fácilmente, si no de la
totalidad de los bienes de la Casa de Borgoña, por lo menos de una parte, ya
sea cubriendo esta usurpación con una alianza o dejándole todo lo que la
fuerza le daba de odioso. Había más razones que las necesarias para hacer
envenenar al conde de Charolais; además, el pensamiento de un crimen no me
espantaba más.
«Conseguí seducir al sumiller del príncipe, Jean Constain. De cierto
modo, Italia era el laboratorio de los envenenadores: fue allí que Constain
envió a Jean d'Ivy, al que se había ganado con la ayuda de una considerable
suma que debía pagarle a su regreso. D'Ivy quiso saber a quien era destinado
ese veneno; el sumiller tuvo la imprudencia de confesarle que era para el
conde de Charolais.
«Después de haber cumplido su encargo, d'Ivy se presentó para recibir la
suma prometida; pero, lejos de dársela, Constain lo abrumó de injurias.
Furioso con esta recepción, d'Ivy juró vengarse. Fue al encuentro del conde de
Charolais y le confesó todo lo que sabía. Constain fue arrestado y conducido
al castillo de Rippemonde. El miedo a la tortura le hizo confesar todo, excepto
mi complicidad, esperando quizás que yo intercediera por él. Estaba ya en lo
alto de la torre –lugar destinado a su suplicio, y en donde se lo preparaba para
ser decapitado– cuando expresó el deseo de hablar con el conde. Entonces, le
contó el papel que yo había desempeñado en esa tentativa. El conde de
Charolais, a pesar del asombro y de la cólera que sintió, se calló, y las
personas presentes no pudieron formarse más que vagas conjeturas fundadas
en los movimientos de sorpresa que este relato les causó. A pesar de la
importancia de esta revelación, Constain fue decapitado y sus bienes
confiscados, pero devueltos a su familia por el duque de Borgoña.
«Su delator sufrió el mismo destino, debido en parte a la imprudente
respuesta que dio al príncipe de Borgoña; éste le preguntó si él habría delatado
el complot si le hubiesen pagado la suma prometida, y tuvo la inconcebible
temeridad de responder que no.
«Cuando el conde vino a Tours, me pidió una conversación en particular;
allí él dejó estallar toda su furia y me abrumó de reproches. Yo lo apacigüé
dándole la tenencia general de Normandía y la pensión de treinta y seis mil
libras; la tenencia general no era más que un vano título; en cuanto a la
pensión, sólo recibió el primer pago.»
___________________________________________
* Histoire de France, por Velly y continuadores. [Nota de Allan Kardec.]
La fatalidad y los presentimientos.
Instrucciones dadas por san Luis.
Uno de nuestros corresponsales nos ha escrito lo siguiente:
«En el mes de septiembre último, una embarcación menor, que
hacía la travesía de Dunkerque a Ostende, fue sorprendida por un
temporal durante la noche; el pequeño barco naufragó, y de las ocho
personas que lo ocupaban, cuatro perecieron; las otras cuatro, entre
las cuales me encontraba yo, consiguieron mantenerse sobre la
quilla. Permanecimos toda la noche en esa horrible posición, sin otra
perspectiva que la muerte, que nos parecía inevitable y de la cual
sentimos todas las angustias. Al amanecer, el viento nos había
empujado hacia la costa, y pudimos alcanzar la tierra a nado.
«¿Por qué en ese peligro, igual para todos, sólo cuatro personas
han sucumbido? Notad que, por mi parte, es la sexta o la séptima
vez que escapo de un peligro tan inminente, y más o menos en las
mismas circunstancias. Soy realmente llevado a creer que una mano
invisible me protege. ¿Qué he hecho para esto? No sé gran cosa, no
tengo importancia ni utilidad en este mundo y no me jacto de valer
más que los otros; lejos de eso: había entre las víctimas del accidente
un digno eclesiástico —modelo de virtudes evangélicas— y una
venerable hermana de la congregación de San Vicente de Paúl, que
iban a cumplir una santa misión de caridad cristiana. La fatalidad
parece desempeñar un gran papel en mi destino. ¿No estarían allí los
Espíritus para alguna cosa? ¿Sería posible obtener de ellos una
explicación al respecto, preguntándoles, por ejemplo, si son ellos los
que provocan o desvían los peligros que nos amenazan?…»
De conformidad con el deseo de nuestro corresponsal, dirigimos
las siguientes preguntas al Espíritu san Luis, que consiente en
comunicarse con nosotros todas las veces que hay instrucciones
útiles para dar.
1. –Cuando un peligro inminente amenaza a alguien, ¿es un
Espíritu el que dirige el peligro? Y cuando la persona escapa del
mismo, ¿es otro Espíritu el que lo desvía?
Resp. —Cuando un Espíritu se encarna, elige una prueba; al
elegirla se traza una especie de destino que no puede impedir más,
una vez que a la misma se ha sometido; hablo de las pruebas físicas.
Al conservar su libre albedrío sobre el bien y el mal, el Espíritu es
siempre dueño de soportar o de rechazar la prueba; un Espíritu
bueno, al verlo flaquear, puede venir en su ayuda, pero no puede
influir en él adueñándose de su voluntad. Un Espíritu malo, es decir,
inferior, mostrándole y exagerándole un peligro físico, puede
hacerlo vacilar y asustarlo, pero la voluntad del Espíritu encarnado
no queda por ello menos libre de toda traba.
2. —Cuando un hombre está a punto de perecer por accidente,
parece que el libre albedrío no interviene en nada. Por lo tanto,
interrogo si es un Espíritu malo el que provoca este accidente,
siendo de cierto modo su agente; y, en el caso en que escape del
peligro, pregunto si un Espíritu bueno ha venido en su ayuda.
Resp. —El Espíritu bueno o el Espíritu malo no pueden sino sugerir
pensamientos buenos o malos, según su naturaleza. El accidente está
marcado en el destino del hombre. Cuando tu existencia ha sido
puesta en peligro, es una advertencia que tú mismo has deseado, a
fin de desviarte del mal y de volverte mejor. Cuando escapas de ese
peligro, todavía bajo la influencia del mismo, piensas de manera más
o menos firme en volverte mejor, según la acción más o menos
firme de los Espíritus buenos. Al sobrevenir el Espíritu malo (digo
malo sobrentendiendo el mal que aún hay en él), piensas que
escaparás del mismo modo a otros peligros y dejas nuevamente
desencadenar tus pasiones.
3. —La fatalidad que parece presidir a los destinos materiales de
nuestra existencia, ¿aún sería, pues, el efecto de nuestro libre
albedrío?
Resp. —Tú mismo has elegido tu prueba: cuanto más ruda sea y
mejor la soportes, más te elevas. Aquellos que pasan su existencia
en la abundancia y en la satisfacción humana son Espíritus débiles
que permanecen estacionarios. De esta manera, el número de
desafortunados aventaja en mucho al de los felices de este mundo,
teniendo en cuenta que los Espíritus buscan en su mayoría la prueba
que les será más fructífera. Ellos perciben muy bien la futilidad de
vuestras grandezas y de vuestros goces. Además, la existencia más
feliz es siempre agitada, siempre movida, aunque más no sea por la
ausencia del dolor.
4. —Entendemos perfectamente esta doctrina, pero eso no nos
explica si ciertos Espíritus tienen una acción directa sobre la causa
material del accidente. Supongamos que en el momento en que un
hombre pasa por un puente, éste se derrumbe. ¿Quién ha llevado al
hombre a pasar por ese puente?
Resp. —Cuando un hombre pasa por un puente que debe romperse,
no es un Espíritu el que lo lleva a pasar por ese puente: es el instinto
de su destino el que lo conduce.
5. —¿Quién ha hecho romper el puente?
Resp. —Las circunstancias naturales. La materia tiene en sí misma
las causas de su destrucción. En el caso tratado, el Espíritu, teniendo necesidad de
recurrir a un elemento extraño a su naturaleza para mover fuerzas
materiales, más bien ha de recurrir a la intuición espiritual. De este
modo, si ese puente debía romperse, ya que el agua había desunido
las piedras que lo componen y el óxido había corroído las cadenas
que lo suspenden, el Espíritu —decía— insinuará más bien al hombre
para pasar por ese puente, en lugar de hacer romper otro bajo sus
pasos. Además, tenéis una prueba material que os adelantaré:
cualquier accidente sucede siempre naturalmente, es decir, que las
causas que se vinculan unas a otras, lo conducen insensiblemente.
6. —Tomemos otro caso en el que la destrucción de la materia no
sea la causa del accidente. Un hombre mal intencionado me da un
tiro; la bala me roza, pero no me alcanza. ¿La habría desviado un
Espíritu benévolo?
—Resp. No.
7. —¿Pueden los Espíritus advertirnos directamente de un peligro?
He aquí un hecho que parecería confirmarlo: Una mujer salía de su
casa y seguía por el bulevar. Una voz íntima le dijo: Detente, vuelve
a tu casa. Ella titubea. La misma voz se hace escuchar varias veces;
entonces, ella volvió sobre sus pasos; pero, cambiando de parecer, se
dijo: ¿Qué he de hacer en mi casa? Seguiré; sin duda, es un efecto de
mi imaginación. Entonces ella continuó su camino. A algunos pasos
de allí, una viga que se desprendió de una casa la golpea en la
cabeza y la deja caída sin conocimiento. ¿Qué era esa voz? ¿No era
un presentimiento de lo que iba a suceder a esa mujer?
—Resp. Era la
voz del instinto; además, ningún presentimiento tiene tales
caracteres: son siempre vagos.
8. —¿Qué entendéis por la voz del instinto?
—Resp. Entiendo que el
Espíritu, antes de encarnarse, tiene conocimiento de todas las fases
de su existencia; cuando éstas tienen un carácter saliente, conserva
una especie de impresión en su fuero interno, y esta impresión, al
despertarse cuando el momento se aproxima, se vuelve
presentimiento.
Nota. — Las explicaciones precedentes se relacionan con la
fatalidad de los acontecimientos materiales. La fatalidad moral está
tratada de una manera completa en El Libro de los Espíritus.
Utility of Certain Private Evocations.
Las comunicaciones que se obtienen de los Espíritus muy
superiores o de los que han animado los grandes personajes de la
Antigüedad son preciosas por la alta enseñanza que encierran. Esos
Espíritus han adquirido un grado de perfección que les permite
abarcar una esfera más amplia de ideas,
penetrar misterios que superan el alcance vulgar de la Humanidad y,
por consecuencia, iniciarnos mejor que otros en ciertas cosas. De allí
no resulta que las comunicaciones de los Espíritus de un orden
menos elevado no tengan utilidad; lejos de esto: el observador extrae
de ellas más de una instrucción. Para conocer las costumbres de un
pueblo es necesario estudiarlo en todos los grados de la escala.
Cualquiera que lo hubiese visto bajo un solo aspecto lo conocería
mal. La historia de un pueblo no es la de sus reyes ni la de sus
eminencias sociales; para juzgarlo es preciso verlo en su vida íntima,
en sus hábitos privados. Ahora bien, los Espíritus superiores son las
eminencias del mundo espírita; su propia elevación los coloca tan
por encima nuestro que nos quedamos asombrados de la distancia
que nos separa.
Espíritus más burgueses (permítasenos esta
expresión) nos vuelven más palpables las circunstancias de su nueva
existencia. Entre ellos, el lazo entre la vida corporal y la vida espírita
es más íntimo; la comprendemos mejor porque nos toca más de
cerca. Al aprender con ellos mismos lo que han llegado a ser, lo que
piensan, lo que sienten los hombres de todas las condiciones y de
todos los caracteres –tanto los hombres de bien como los viciosos,
los grandes y los pequeños, los felices y los desdichados del siglo,
en una palabra, los hombres que han vivido entre nosotros, que
hemos visto y conocido, de los cuales conocemos sus vidas reales,
sus virtudes y defectos–, comprendemos sus alegrías y sus
sufrimientos, nos asociamos y extraemos de los mismos una
enseñanza moral tanto más provechosa cuanto más íntimas son las
relaciones entre ellos y nosotros. Nos ponemos más fácilmente en el
lugar del que ha sido nuestro igual que en el del que no vemos sino a
través del espejismo de una gloria celestial. Los Espíritus vulgares
nos muestran la aplicación práctica de las grandes y sublimes
verdades, de las que los Espíritus superiores nos enseñan la teoría.
Además, en el estudio de una ciencia nada es inútil: Newton
encontró la ley de las fuerzas del Universo en el fenómeno más
simple.
Esas comunicaciones tienen otra ventaja: la de constatar la
identidad de los Espíritus de una manera más precisa. Cuando un
Espíritu nos dice haber sido Sócrates o Platón, somos obligados a
creer bajo palabra, porque no trae consigo un certificado de
autenticidad; podemos ver en sus discursos si desmiente o no el
origen que se atribuye: nosotros lo juzgaremos un Espíritu elevado,
eso es todo; que en realidad haya sido Sócrates o Platón, poco nos
importa. Pero cuando nuestros parientes, nuestros amigos o los que
hemos conocido se nos manifiestan en Espíritu, se presentan mil y
una circunstancias de detalles íntimos donde la identidad no podría
ser puesta en duda: se adquiere, de alguna manera, la prueba
material. Por lo tanto, pensamos que se ha de apreciar el hecho de
ofrecer de cuando en cuando algunas de esas evocaciones íntimas: es
la novela de las costumbres de la vida espírita sin la ficción.
Conversaciones familiares del Más Allá
El asesino Lemaire
Condenado a la pena de muerte por el Supremo Tribunal de Justicia en lo Criminal del Aisne y ejecutado el 31 de diciembre de 1857. Evocado el 29 de enero de 1858.
1. Ruego a Dios Todopoderoso que permita al asesino Lemaire,
ejecutado el 31 de diciembre de 1857, venir hacia nosotros.
—Resp.
Estoy aquí.
2. ¿Cómo se explica que hayas atendido tan rápidamente a nuestro
llamado? –Resp. Raquel lo ha dicho. 3. ¿Qué sentimiento tienes al vernos?
—Resp. Vergüenza.
4. ¿Cómo una joven, mansa como un cordero, puede servir de
intermediario a un ser sanguinario como tú?
—Resp. Dios lo ha
permitido.
5. ¿Has conservado todo tu conocimiento hasta el último
momento?
—Resp. Sí.
6. E inmediatamente después de tu ejecución, ¿has tenido
conciencia de tu nueva existencia?
—Resp. Estaba sumergido en una
inmensa turbación, de la que aún no he salido. Sentí un inmenso
dolor; me pareció que mi corazón lo sufría. He visto rodar algo al
pie del patíbulo; he visto correr sangre, y mi dolor se ha vuelto más
punzante.
7. ¿Era éste un dolor puramente físico, análogo al que sería
causado por una herida grave, como la amputación de un miembro,
por ejemplo?
—Resp. No; imagínate un remordimiento, un gran dolor
moral.
8. ¿Cuándo has comenzado a sentir este dolor?
—Resp. Desde que
he quedado libre.
9. El dolor físico causado por el suplicio, ¿era sentido por el
cuerpo o por el Espíritu?
—Resp. El dolor moral estaba en mi Espíritu; el cuerpo sintió el dolor físico, pero el Espíritu, desligado,
lo sentía también.
10. ¿Has visto tu cuerpo mutilado?
—Resp. He visto algo deforme
que me parecía no haber dejado; sin embargo, todavía me sentía
entero: era yo mismo.
11. ¿Qué impresión te produjo esa visión?
—Resp.
Sentía demasiado dolor; estaba absorbido por él.
12. ¿Es verdad que el cuerpo vive aún algunos instantes después
de la decapitación, y que el ajusticiado tiene conciencia de sus
ideas?
—Resp. El Espíritu se retira poco a poco; cuanto más lo atan
los lazos de la materia, menos rápida es la separación.
13. ¿Cuánto tiempo ha durado eso?
—Resp. Más o menos. (Ver la
respuesta anterior.)
14. Se dice haber notado en la cara de ciertos ajusticiados la
expresión de cólera y de movimientos como si quisiesen hablar;
¿esto es efecto de una contracción nerviosa o de un acto de la
voluntad?
—Resp. De la voluntad, porque el Espíritu no se había aún
retirado.
15. ¿Cuál es el primer sentimiento que tuviste al entrar en tu
nueva existencia?
—Resp. Un sufrimiento intolerable; una especie de
remordimiento punzante, cuya causa ignoraba.
16. ¿Te has encontrado con tus cómplices, los cuales fueron
ejecutados al mismo tiempo que tú?
—Resp. Para nuestra desgracia; el
hecho de vernos es un continuo suplicio: cada uno de nosotros
reprocha al otro su crimen.
17. ¿Has reencontrado a tus víctimas?
—Resp. Las veo... Son
felices... Sus miradas me persiguen... Las siento que penetran hasta lo más profundo de mi ser... Y en vano intento evitarlas.
18. ¿Qué sentimiento has tenido al verlas?
—Resp. Vergüenza y
remordimiento. Las he arrebatado con mis propias manos, y aún las odio.
19. ¿Qué sienten ellas al verte?
—Resp. ¡Piedad!
20. ¿Tienen ellas odio y deseo de venganza?
—Resp. No; sus
ruegos solicitan para mí la expiación. No sabrías comprender cuán horrible es el suplicio de deberlo todo a quien se odia.
21. ¿Lamentas la vida terrestre?
—Resp. Lamento mis crímenes; si
la situación estuviese aún en mis manos, yo no volvería a sucumbir.
22. ¿Cómo has sido conducido a la vida criminal que has llevado?
—Resp. ¡Escucha! Me he creído fuerte; he elegido una ruda prueba y he
cedido a las tentaciones del mal.
23. ¿La tendencia al crimen estaba en tu naturaleza o has sido
arrastrado por el medio en el que has vivido?
—Resp. La tendencia al
crimen estaba en mi naturaleza, porque no era más que un Espíritu
inferior. Quise elevarme rápidamente, pero pedí más de lo que mis
fuerzas podían dar.
24. Si hubieses recibido buenos principios
de educación, ¿habrías podido desviarte de la vida criminal?
—Resp. Sí;
pero elegí la posición en que nací.
25. ¿Te habrías podido transformar en un hombre de bien?
—Resp.
Un hombre débil, incapaz del bien como del mal. Podría haber
paralizado el mal de mi naturaleza durante mi existencia, pero no
podía elevarme hasta hacer el bien.
26. ¿Creías en Dios cuando estabas encarnado?
—Resp. No.
27. Se dice que en el momento de morir te has arrepentido; ¿es
verdad?
—Resp. He creído en un Dios vengador... He tenido miedo
de su justicia.
28. En este momento, ¿tu arrepentimiento es más sincero?
—Resp.
¡Ay de mí! Veo lo que he hecho.
29. ¿Qué piensas de Dios ahora?
Resp. Lo siento y no lo
comprendo.
30. ¿Te parece justo el castigo que te ha sido infligido en la
Tierra?
—Resp. Sí.
31. ¿Esperas obtener el perdón de tus crímenes?
—Resp. No sé.
32. ¿Cómo piensas reparar tus crímenes?
—Resp. Por medio de
nuevas pruebas; pero es como si la Eternidad estuviese entre ellas y
yo.
33. ¿Estas pruebas tendrán lugar en la Tierra o en otro mundo?
—Resp. No lo sé.
34. ¿Cómo podrás expiar tus faltas pasadas en una nueva
existencia, si no las recuerdas?
—Resp. Tendré la intuición de las
mismas.
35. ¿Dónde estás ahora?
—Resp. Me encuentro en mi sufrimiento.
36. Pregunto en qué lugar estás.
—Resp. Cerca de Ermance.
37. ¿Estás reencarnado o errante?
—Resp. Errante; si estuviera
reencarnado, tendría esperanza. Ya te he dicho: es como si la
Eternidad estuviese entre la expiación y yo.
38. Ya que estás aquí, si pudiéramos verte, ¿con qué forma nos
aparecerías?
—Resp. Con mi forma corporal y mi cabeza separada
del tronco.
39. ¿Podrías aparecernos?
—Resp. No; déjenme.
40. ¿Quisieras decirnos cómo te has escapado de la prisión de
Montdidier?
—Resp. No sé más... Mi sufrimiento es tan grande que
sólo tengo el recuerdo del crimen... Déjenme.
41. ¿Podríamos dar algún alivio a tus sufrimientos?
—Resp. Hagan
votos para que la expiación llegue.
La reina de Oudh.
Nota. En estas conversaciones suprimiremos de aquí en adelante la
fórmula de evocación, que siempre es la misma, a menos que presente —por la
respuesta— alguna particularidad.
1. ¿Qué sensación habéis tenido al dejar la vida terrestre?
—Resp.
Yo no sabría decirlo; siento aún una turbación.
2. ¿Sois feliz?
—Resp. No.
3. ¿Por qué no sois feliz?
—Resp. Extraño la vida… No sé… Siento
un punzante dolor; la vida me habría librado del mismo… Quisiera
que mi cuerpo se levantase del sepulcro.
4. ¿Lamentáis no haber sido enterrada en vuestro país y de estarlo
entre cristianos?
—Resp. Sí; la tierra de la India pesaría menos en mi
cuerpo.
5. ¿Qué pensáis de las honras fúnebres rendidas a vuestros restos
mortales?
—Resp. Han sido muy poca cosa; yo era reina, y no todos
han doblado sus rodillas ante mí… Dejadme… Se me fuerza a
hablar… No quiero que sepáis lo que soy ahora… He sido reina,
sabedlo bien.
6. Respetamos vuestro rango y os rogamos que respondáis para
nuestra instrucción. ¿Pensáis que vuestro hijo ha de recobrar un día
los Estados de su padre?
—Resp. Ciertamente, mi sangre reinará; es
digna de ello.
7. ¿Dais a la reintegración de vuestro hijo al trono de Oudh la
misma importancia que cuando estabais encarnada?
—Resp. Mi
sangre no puede confundirse con la del vulgo.
8. ¿Cuál es vuestra opinión actual sobre la verdadera causa de la
revuelta de las Indias?
—Resp. La India ha sido hecha para ser
dueña en su casa.
9. ¿Qué pensáis del porvenir que está reservado a ese país?
—Resp.
La India será grande entre las naciones.
10. No ha podido inscribirse en vuestra partida de defunción el
lugar de vuestro nacimiento; ¿podríais decirlo ahora?
—Resp. He
nacido de la sangre más noble de la India. Creo que nací en Delhi.
11. Vos que habéis vivido en los esplendores del lujo y que habéis
estado rodeada de honores, ¿qué pensáis ahora de los mismos?
—Resp. Que me eran debidos.
12. La posición que habéis ocupado en la Tierra, ¿os da otra más
distinguida en el mundo donde estáis hoy?
—Resp. Soy siempre
reina… ¡Que me envíen esclavos para servirme!… No sé; parece que
aquí no se preocupan conmigo… Sin embargo, soy siempre yo.
13. ¿Pertenecíais a la religión musulmana o a una religión hindú?
—Resp. Musulmana; pero yo era demasiado grande como
para ocuparme de Dios.
14. ¿Qué diferencia hacéis entre la religión que profesáis y la
religión cristiana, con respecto a la felicidad futura del hombre?
—Resp. La religión cristiana es absurda: dice que todos son hermanos.
15. ¿Cuál es vuestra opinión sobre Mahoma?
—Resp. Él no era hijo
de rey.
16. ¿Tenía él una misión divina?
—Resp. ¡Qué me importa eso!
17. ¿Cuál es vuestra opinión sobre el Cristo?
—Resp. El hijo del
carpintero no es digno de ocupar mi pensamiento.
18. ¿Qué pensáis de la costumbre que sustrae a las mujeres
musulmanas de las miradas de los hombres?
—Resp. Pienso que las
mujeres son hechas para dominar: yo era mujer.
19. ¿Habéis envidiado alguna vez la libertad que gozan las
mujeres en Europa?
—Resp. No; ¡qué me importaba su libertad!
¿Ellas son servidas de rodillas?
20. ¿Cuál es vuestra opinión sobre la condición de la mujer, en
general, en la especie humana?
—Resp. ¡Qué me importan las mujeres! ¡Si
me hablaras de reinas!
21. ¿Os recordáis de haber tenido otras existencias en la Tierra
antes de la que acabáis de dejar?
—Resp. Yo siempre debo haber sido reina.
22. ¿Por qué habéis venido tan rápidamente a nuestro llamado?
—Resp. Yo no lo he querido; se me ha forzado a ello… ¿Piensas tú,
entonces, que me hubiera dignado a responder? ¿Qué sois, pues,
comparados conmigo?
23. ¿Quién os ha forzado a venir?
—Resp. No lo sé… Sin embargo, no debe haber aquí nadie mayor que yo.
24. ¿En qué lugar os encontráis aquí?
—Resp. Cerca de Ermance.
25.
¿Con qué forma estáis?
—Resp. Siempre como reina… ¿Piensas tú, pues,
que he dejado de serlo? Vosotros sois poco respetuosos… Sabed que se
habla de otra manera a las reinas.
26. ¿Por qué no podemos verlos?
—Resp. No lo quiero.
27. Si pudiésemos veros, ¿os veríamos con vuestras vestimentas,
adornos y joyas?
—Resp. ¡Por supuesto!
28. ¿Cómo se explica que
habiendo dejado todo eso, vuestro Espíritu haya conservado la
apariencia, sobre todo de vuestros
adornos?
—Resp. No me han dejado… Soy siempre tan bella como era… ¡No sé qué idea os hacéis de mí! Es verdad que nunca me habéis visto.
29. ¿Qué impresión sentís al encontraros entre nosotros?
—Resp. Si
pudiera no estaría aquí: ¡me tratáis con tan poco respeto! No quiero que se me tutee… Llamadme Majestad, o no responderé más.
30. ¿Vuestra Majestad comprendía la lengua francesa?
—Resp. ¿Por qué no habría de comprenderla? Yo sabía todo.
31. ¿Vuestra Majestad tendría a bien respondernos en inglés?
—Resp. No… Entonces, ¿no me dejaréis tranquila?… Quiero irme…
Dejadme… ¿Pensáis someterme a vuestros caprichos?… Soy reina y
no esclava.
32. Os rogamos solamente que aceptéis en responder aún a dos o
tres preguntas.
Respuesta de san Luis, que estaba presente: Dejad a esta pobre
alucinada; tened piedad de su ceguera. ¡Que os sirva de ejemplo! No
sabéis cuánto sufre su orgullo.
Nota. Esta conversación ofrece más de una enseñanza. Al evocar
a esta grandeza decaída, ahora en el Más Allá, no esperábamos
respuestas de una gran profundidad, considerando el género de
educación de las mujeres de ese país; pero pensábamos encontrar en
este Espíritu, si bien no la filosofía, por lo menos un sentimiento
más verdadero de la realidad y de ideas más sanas sobre las
vanidades y las grandezas de este mundo. Lejos de eso: en ella las
ideas terrestres han conservado toda su fuerza; es el orgullo —que
nada pierde de sus ilusiones— que lucha contra su propia debilidad, y
que debe, en efecto, sufrir mucho por su impotencia. En la previsión
de respuestas de naturaleza totalmente diversa, habíamos preparado
varias preguntas que se han vuelto sin objeto. Estas respuestas son
tan diferentes de las que esperábamos todos los presentes que no se
podría encontrar en esto la influencia de un pensamiento extraño.
Además, ellas tienen un sello tan característico de personalidad, que
claramente revelan la identidad del Espíritu que se ha manifestado.
Podría causar sorpresa, con razón, al ver a Lemaire —hombre
degradado y mancillado por todos sus crímenes— manifestar a través
de su lenguaje del Más Allá sentimientos que denotan una cierta
elevación y una apreciación bastante exacta de su situación, mientras
que en la reina de Oudh, cuya posición hubiera debido desarrollar en
ella el sentido moral, las ideas terrestres no han sufrido ninguna
modificación. La causa de esta anomalía nos parece fácil de
explicar. Por más degradado que fuese, Lemaire vivía en medio de
una sociedad civilizada y esclarecida que había reaccionado ante su
naturaleza grosera; sin saberlo, había absorbido algunos rayos de la
luz que lo rodeaba, y esta luz hizo nacer en él pensamientos
sofocados por su abyección, pero cuyo germen no dejaba, por ello,
de subsistir. Con la reina de Oudh sucede de un modo totalmente
diferente: el medio donde ella ha vivido, sus hábitos, la absoluta
falta de cultura intelectual, todo ha debido contribuir para mantener
con toda su fuerza las ideas de las que estaba imbuida desde su
infancia; nada ha venido a modificar esta naturaleza primitiva, sobre
la cual los prejuicios han conservado todo su imperio.
Sobre
diversas cuestiones psicofisiológicas
Un médico de gran talento, al que designaremos con el nombre de Xavier,
fallecido hace algunos meses y que se había ocupado mucho con el
magnetismo, había dejado un manuscrito destinado –pensaba él– a provocar
una revolución en la Ciencia. Antes de morir hubo
leído El Libro de los Espíritus y había deseado entrar en relación
con el autor. La enfermedad a la que sucumbió no le dio el tiempo para
ello. Su evocación ha tenido lugar a pedido de su familia, y las
respuestas que encierra –eminentemente instructivas– nos ha llevado
a incluirlas en nuestra Compilación, suprimiendo todo lo que era de
interés privado.
1. ¿Recordáis el manuscrito que habéis dejado? –Resp. Le doy poca importancia.
2. ¿Cuál es vuestra opinión actual acerca de ese manuscrito? –
Resp. Obra vana de un ser que no se conocía a sí mismo.
3. ¿Pensabais, sin embargo, que esta obra podría provocar una revolución en la Ciencia? –Resp. Ahora veo demasiado claro.
4. Como Espíritu, ¿podríais corregir y acabar este manuscrito? –
Resp. He partido de un punto que conocía mal; quizá sería necesario
rehacerlo todo.
5. ¿Sois feliz o desdichado? –Resp. Espero y sufro.
6. ¿Qué esperáis? –Resp. Nuevas pruebas.
7. ¿Cuál es la causa de vuestros sufrimientos? –Resp. El mal que he hecho.
8. Sin embargo, ¿habéis hecho el mal con intención? –Resp. ¿Conoces bien el corazón del hombre?
9. ¿Estáis errante o encarnado? –Resp. Errante.
10. Cuando estabais encarnado, ¿cuál era vuestra opinión sobre la Divinidad? –Resp. No creía en ella.
11. ¿Y ahora? –Resp. Creo demasiado.
12. Teníais el deseo de poneros en contacto conmigo; ¿lo recordáis? –Resp. Sí.
13. ¿Me veis y me reconocéis como la persona con la que queríais entrar en relación? –Resp. Sí.
14. ¿Qué impresión os había causado El Libro de los Espíritus? –
Resp. Me había aturdido.
15. ¿Qué pensáis del mismo ahora? –Resp. Es una gran obra.
16. ¿Qué pensáis acerca del porvenir de la Doctrina Espírita? – Resp. Es grande, pero ciertos discípulos lo perjudican.
17. ¿Quiénes son los que lo perjudican? –Resp. Aquellos que
atacan lo que existe: las religiones, las primeras y las más simples
creencias de los hombres.
18. Como médico, y en razón de los estudios que habéis hecho,
sin duda podréis responder a las siguientes preguntas: ¿puede el cuerpo
conservar algunos instantes la vida orgánica después de la separación
del alma? –Resp. Sí.
19. ¿Cuánto tiempo? –Resp. No tiene un tiempo.
20. Os pido para ser más preciso en vuestra respuesta. –Resp. Esto
no dura más que algunos instantes.
21. ¿Cómo se opera la separación entre el alma y el cuerpo? – Resp. Como un fluido que se escapa de cualquier recipiente.
22. ¿Hay una línea de demarcación realmente establecida entre la
vida y la muerte? –Resp. Ambos estados se tocan y se confunden; de esta
manera, el Espíritu se desprende poco a poco de sus lazos; se
desata y no los rompe.
23. ¿Este desprendimiento del alma se opera más rápidamente en
unos que en otros? –Resp. Sí: en aquellos que, cuando estaban
encarnados, ya se hubieron elevado por encima de la materia, porque
entonces su alma pertenece más al mundo de los Espíritus que al mundo
terrestre.
24. ¿En qué momento se opera la unión entre el alma y el cuerpo
en el niño? –Resp. Cuando el niño respira; es como si recibiese el
alma con el aire exterior.
Nota – 99 Esta opinión es la consecuencia del dogma católico. En
efecto, la Iglesia enseña que el alma solamente puede ser salvada a
través del bautismo; ahora bien, como la muerte natural intrauterina
es muy frecuente, ¿qué sucedería con esta alma que, según la Iglesia, ha
sido privada de este único medio de salvación, si existía en el
cuerpo antes del nacimiento? Para ser consecuente, sería preciso que el
bautismo tuviera lugar, si no de hecho, por lo menos de intención, desde
el instante de la concepción.
25. Entonces, ¿cómo explicáis la vida intrauterina? –Resp. Como
la de la planta que vegeta. El niño vive la vida animal.
26. ¿Hay crimen en privar a un niño de la vida antes de su
nacimiento, ya que antes de esta época, no teniendo alma el niño, no
es en cierta forma un ser humano? –Resp. La madre o cualquier otro
cometerá siempre un crimen al quitar la vida al niño antes de su
nacimiento, porque impide al alma soportar las pruebas cuyo instrumento
debía ser el cuerpo.
27. Sin embargo, ¿tendrá lugar la expiación que debía ser
sufrida por el alma a la que se ha impedido encarnarse? –Resp. Sí, pero
Dios sabía que el alma no se uniría a ese cuerpo; de esta manera,
ninguna alma debía unirse a esta envoltura corporal: era una prueba para
la madre.
28. En el caso en que la vida de la madre corriese peligro con
el nacimiento del niño, ¿hay crimen en sacrificar al niño para salvar a
la madre? –Resp. No; es preferible sacrificar el ser que no existe al
ser que existe.
29. ¿La unión del alma y el cuerpo se opera instantáneamente o
gradualmente, es decir, es preciso un tiempo apreciable para que esta
unión sea completa? –Resp. El Espíritu no entra bruscamente al
cuerpo. Para medir ese tiempo, imaginaos que la primera inspiración que
el niño realiza es el alma que entra al cuerpo: el tiempo en que el
pecho se eleva y baja.
30. ¿La unión de un alma con tal o cual cuerpo está predestinada
o la elección solamente se lleva a cabo en el momento del nacimiento?
–Resp. Dios la ha marcado; esta cuestión requiere un mayor desarrollo.
Al elegir la prueba que quiere pasar, el Espíritu pide para encarnarse;
sin embargo, Dios que sabe todo y ve todo, ha sabido y visto
anticipadamente que tal alma se uniría a tal cuerpo. Cuando el Espíritu
nace en las clases bajas de la sociedad, sabe que su vida no será más
que trabajo y sufrimientos. El niño que va a nacer tiene una existencia
que resulta, hasta un cierto punto, de la posición de sus padres.
31. ¿Por qué de padres buenos y virtuosos nacen hijos de una
naturaleza perversa? Dicho de otro modo, ¿por qué las buenas cualidades
de los padres no atraen siempre, por simpatía, un Espíritu bueno para
animar a su hijo? –Resp. Un Espíritu malo pide padres buenos, en la
esperanza de que sus consejos lo guíen hacia una senda mejor.
32. ¿Pueden los padres, mediante sus pensamientos y oraciones,
atraer al cuerpo del niño un Espíritu bueno en lugar de un Espíritu
inferior? –Resp. No; pero pueden mejorar al Espíritu reencarnado: éste
es su deber; los hijos malos son una prueba para los padres.
33. Se concibe el amor materno para la conservación de la vida
del niño; pero, ya que este amor está en la Naturaleza, ¿por qué existen
madres que odian a sus hijos, y a menudo esto sucede desde el
nacimiento? –Resp. Son Espíritus malos que tratan de poner obstáculos al
Espíritu reencarnante, para que éste sucumba frente a
la prueba que ha solicitado.
34. Os agradecemos las explicaciones que habéis tenido a bien
darnos. –Resp. Haré todo para instruiros.
Nota – La teoría dada por este Espíritu con respecto al instante de la
unión del alma y del cuerpo no es del todo exacta. La unión
comienza desde la concepción; es decir que, desde ese momento, el
Espíritu –sin estar encarnado– se une al cuerpo por un lazo fluídico que
se va estrechando cada vez más hasta el nacimiento; la
encarnación sólo se completa cuando el niño respira. (Ver El Libro
de los Espíritus, N° 344 y siguientes.)
Tal como lo hemos dicho, el Sr. Home es un médium del
género de aquellos bajo cuya influencia se producen más
especialmente fenómenos físicos, sin excluir por eso las
manifestaciones inteligentes. Todo efecto que revele la acción de
una voluntad libre es por esto mismo inteligente; es decir, que no es
puramente mecánico y que no podría ser atribuido a un agente
exclusivamente material; pero de ahí a las comunicaciones
instructivas de un alto alcance moral y filosófico, hay una gran
distancia, y no es de nuestro conocimiento que el Sr. Home las
obtenga de esta naturaleza. Al no ser un médium psicógrafo, la
mayoría de las respuestas son dadas por golpes que indican las letras
del alfabeto, procedimiento siempre imperfecto y demasiado lento,
que difícilmente se presta a desarrollos de una cierta extensión. No
obstante, él obtiene también la escritura, pero por otro medio del
cual hablaremos luego.
Para comenzar digamos que, como principio general, las
manifestaciones ostensibles –las que impresionan nuestros sentidos–
pueden ser espontáneas o provocadas. Las primeras son
independientes de la voluntad; a menudo ocurren contra la voluntad
de quien es objeto de las mismas, y al cual no siempre son
agradables. Los hechos de este género son frecuentes y, sin
remontarnos a los relatos más o menos auténticos de los tiempos
remotos, la Historia contemporánea nos ofrece de ellos numerosos
ejemplos, cuya causa, desconocida al principio, hoy es
perfectamente conocida: tales son, por ejemplo, los ruidos insólitos,
el movimiento desordenado de objetos, las cortinas corridas, las
cobijas arrancadas, ciertas apariciones, etc. Algunas personas están
dotadas de una facultad especial que les da el poder de provocar, al
menos en parte, esos fenómenos a voluntad, para decirlo así. En
absoluto esta facultad es muy rara y, en cien personas, por lo menos
cincuenta la poseen en un grado más o menos grande. Lo que
distingue al Sr. Home, es que dicha facultad está desarrollada en él –
como en los médiums de su fuerza– de una manera, por así decirlo,
excepcional. Algunos no obtienen más que golpes leves o el
desplazamiento insignificante de una mesa, mientras que bajo la
influencia del Sr. Home los ruidos más resonantes se hacen
escuchar, y todo el moblaje de un cuarto puede ser derribado,
colocándose los muebles unos sobre los otros. Por más extraños que
sean esos fenómenos, el entusiasmo de algunos admiradores
demasiado afanosos aún ha encontrado el medio de ampliarlos con
hechos puramente inventados. Por otro lado, los detractores no han
permanecido inactivos; han contado sobre él todo tipo de anécdotas que sólo han existido en su
imaginación. He aquí un ejemplo. El Sr. marqués de ..., uno de los
personajes que mayor interés ha demostrado en el Sr. Home y en
cuya casa era recibido en la intimidad, se encontraba un día en el
Teatro Ópera con este último. En una de las butacas se
encontraba el Sr. P..., uno de nuestros suscriptores, que conocía
personalmente a ambos. Su vecino entabla una conversación con él,
la cual recae sobre el Sr. Home: «¿Creeríais si os dijese que ese
pretenso hechicero, ese charlatán, ha encontrado un medio de entrar
en la casa del marqués de ...? Pero sus artificios han sido
descubiertos, y ha sido echado a puntapiés como a un vil intrigante.
–¿Estáis bien seguro de eso? –dice el Sr. P... ¿Conocéis al Sr.
marqués de...? –Ciertamente, replicó el interlocutor. –En este caso –
dice el Sr. P...–, observad aquel palco, donde podréis verlo en
compañía del Sr. Home en persona, el cual no parece haber recibido
puntapiés.» Ante eso, nuestro desafortunado narrador, no juzgando
oportuno proseguir la conversación, tomó su sombrero y no volvió a
aparecer. Se puede juzgar por esto el valor de ciertas aserciones.
Seguramente, si ciertos hechos divulgados por la maledicencia
fuesen reales, le habrían cerrado más de una puerta; pero como las
casas más honorables siempre le han abierto las puertas, debe
deducirse que siempre y por todas partes se ha conducido como un
caballero. Además, basta haber conversado alguna vez con el Sr.
Home para ver que con su timidez y simplicidad de carácter, sería el
más torpe de todos los intrigantes; insistimos en este punto por la
moralidad de la causa. Volvamos a sus manifestaciones. Como
nuestro objetivo es hacer conocer la verdad en interés de la ciencia,
todo lo que relatamos es extraído de fuentes tan auténticas que
podemos garantizar la más escrupulosa exactitud; hemos obtenido
esto de testigos oculares demasiado serios, esclarecidos y
distinguidos como para que su sinceridad pueda ser puesta en duda.
Si se dijese que esas personas han podido –de buena fe– ser víctimas
de una ilusión, responderíamos que hay circunstancias que escapan a
toda suposición de ese género; además, esas personas estaban
demasiado interesadas en conocer la verdad como para no
precaverse contra cualquier falsa apariencia.
El Sr. Home comienza generalmente sus sesiones con hechos
conocidos: golpes dados en una mesa o en cualquier otro lugar de la
residencia, procediendo como lo hemos dicho en otra parte. Luego
viene el movimiento de la mesa, que al principio solamente se opera
mediante la imposición de sus manos o las de varias personas
reunidas, y después a distancia y sin contacto; es una especie de
puesta en marcha. Muy a menudo no obtiene nada más; esto
depende de la disposición en la que se encuentre y a veces también
de la de los asistentes; existen personas que delante de las cuales
nunca ha producido nada, incluso tratándose de amigos suyos. No
nos extenderemos en estos fenómenos hoy tan conocidos y que no se
distinguen sino
90
por su rapidez y por su energía. Frecuentemente después de varias
oscilaciones y balanceos, la mesa se levanta del suelo, se eleva
gradual y lentamente, despacio, por medio de pequeñas sacudidas,
no apenas algunos centímetros, sino hasta el techo, y fuera del
alcance de las manos; después de haber permanecido suspendida
algunos segundos en el espacio, desciende como había subido, lenta
y gradualmente.
Al ser un hecho adquirido la suspensión de un cuerpo inerte, y de
un peso específico incomparablemente mayor que el del aire, se
concibe que pueda suceder lo mismo con un cuerpo animado. No
nos hemos enterado que el Sr. Home haya operado sobre alguna otra
persona que no fuera en sí mismo, y aún así este hecho no se
produjo en París, aunque se ha comprobado que tuvo lugar varias
veces, tanto en Florencia como en Francia, y particularmente en
Burdeos, en presencia de los más respetables testigos que podríamos
citar si fuera necesario. Al igual que la mesa, él se ha elevado hasta
el techo, y después ha descendido de la misma manera. Lo que hay
de singular en este fenómeno, es que, cuando se produce, no
obedece a un acto de su voluntad, y él mismo nos ha dicho que no se
da cuenta de ello y que cree siempre estar en el suelo, a menos que
mire hacia abajo; solamente los testigos lo ven elevarse; en cuanto a
él, en ese momento siente la sensación producida por el balanceo de
un barco sobre las olas. Además, el hecho al que nos hemos referido
no es privativo del Sr. Home. La Historia cita más de un ejemplo
auténtico que relataremos ulteriormente.
De todas las manifestaciones producidas por el Sr. Home, la más
extraordinaria es indiscutiblemente la de las apariciones, por lo que
insistiremos más en las mismas, en razón de las graves
consecuencias que de ellas derivan y de la luz que derraman sobre
una multitud de hechos. Lo mismo sucede con los sonidos
producidos en el aire, con los instrumentos de música que tocan
solos, etc. Examinaremos esos fenómenos en detalle en nuestro
próximo número.
Al regresar de un viaje a Holanda, donde ha producido una
profunda sensación en la corte y en la alta sociedad, el Sr. Home
acaba de partir a Italia. Su salud, gravemente alterada, le exigía un
clima más benigno.
Confirmamos con placer lo que ciertos periódicos han informado
sobre un legado de 6.000 francos de renta que le ha sido hecho por
una dama inglesa convertida por él a la Doctrina Espírita, y en
reconocimiento de la satisfacción que ella ha sentido. El Sr. Home
merecía en todos los aspectos este honorable testimonio. Este acto,
por parte de la donadora, es un precedente al cual han de aplaudir
todos los que comparten nuestras convicciones; esperamos que un
día la Doctrina tenga su Mecenas: la posteridad ha de escribir su
nombre entre los bienhechores de la Humanidad. La religión nos
enseña la existencia del alma y su inmortalidad; el Espiritismo nos da su prueba palpable y viviente, no más por el razonamiento, sino
por los hechos. El materialismo es uno de los vicios de la sociedad
actual, porque engendra el egoísmo. En efecto, ¿qué existe fuera del
yo para quien relaciona todo a la materia y a la vida presente? La
Doctrina Espírita, íntimamente ligada a las ideas religiosas, al
esclarecernos sobre nuestra naturaleza, nos muestra la felicidad en la
práctica de las virtudes evangélicas; llama al hombre a sus deberes
para con Dios, para con la sociedad y para consigo mismo; ayudar a
su propagación es asestar el golpe mortal a la plaga del escepticismo
que nos invade como un mal contagioso; por lo tanto, ¡honor a los
que emplean en esta obra los bienes con que Dios los ha favorecido
en la Tierra!
Cuando aparecieron los primeros fenómenos espíritas, algunas
personas pensaron que este descubrimiento (si lo podemos llamar
así) iba asestar un golpe fatal al Magnetismo, y que de ello resultaría
como con los inventos, donde el más perfeccionado hace olvidar a
su antecesor. Este error no tardó en disiparse y rápidamente se
reconoció el parentesco próximo de estas dos ciencias. En efecto,
ambas son basadas en la existencia y en la manifestación del alma, y
lejos de combatirse, pueden y deben prestarse mutuo apoyo: ellas se
completan y se explican entre sí. Sus respectivos adeptos difieren, no obstante, en algunos puntos: ciertos magnetistas * aún
no admiten la existencia o, por lo menos, la manifestación de los
Espíritus; creen que pueden explicarlo todo por la sola acción del
fluido magnético, opinión que nosotros nos limitamos a constatar,
reservándonos para debatirla más adelante.Nosotros mismo la
hemos compartido al principio; pero, como tantos otros, hemos
tenido que rendirnos a la evidencia de los hechos. Al contrario,
todos los adeptos del Espiritismo adhieren al magnetismo; todos
admiten su acción y reconocen en los fenómenos sonambúlicos una
manifestación del alma. Además, esta oposición se debilita a cada
día, y es fácil prever que no está lejano el tiempo donde cualquier
distinción habrá cesado. Esta divergencia de opiniones no tiene nada
que deba sorprender. En el comienzo de una ciencia aún tan nueva,
es muy común que cada uno, al encarar la cuestión desde su punto
de vista, se haya formado una idea diferente. Las ciencias más positivas han tenido –y aún tienen– sus partidarios que sostienen con
ardor teorías contrarias; los estudiosos han levantado escuelas contra
escuelas, banderas contra banderas y, muy a menudo para su
dignidad, su polémica se ha vuelto irritante y agresiva a raíz del
amor propio herido, porque ha salido de los límites de un sabio
debate. Esperemos que los adeptos del Magnetismo y del
Espiritismo, mejor inspirados, no den al mundo el escándalo de
discusiones muy poco edificantes y siempre fatales a la propagación
de la verdad, de cualquier lado que ella esté. Se puede tener una
opinión, sostenerla y debatirla; pero el medio de esclarecerse no es
el de difamar, procedimiento muy poco digno de hombres serios,
que se vuelven innobles si el interés personal está en juego.
El Magnetismo ha preparado los caminos al Espiritismo, y los
rápidos progresos de esta última Doctrina son indiscutiblemente
debidos a la divulgación de las ideas de la primera. De los
fenómenos magnéticos, del sonambulismo y del éxtasis a las
manifestaciones espíritas hay sólo un paso; su conexión es tal que,
por así decirlo, es imposible hablar de uno sin hablar del otro. Si
tuviéramos que permanecer fuera de la ciencia magnética, nuestro
cuadro estaría incompleto, y se lo podría comparar a un profesor de
Física que se abstuviese de hablar de la luz. Sin embargo, como el
Magnetismo ya tiene entre nosotros órganos especiales justamente
acreditados, sería superfluo insistir sobre un tema tratado con la
superioridad del talento y de la experiencia; por lo tanto, no
hablaremos sino accesoriamente, pero lo suficiente como para
mostrar las íntimas relaciones de dos ciencias que, en realidad, no
son más que una.
Debíamos a nuestros lectores esta profesión de fe, a la que damos
término rindiendo un justo homenaje a los hombres de convicción
que, arrostrando el ridículo, los sarcasmos y los sinsabores, se han
consagrado valientemente a la defensa de una causa enteramente
humanitaria. Sea cual fuere la opinión de los contemporáneos, ésta
correrá por su cuenta –opinión que es siempre más o menos el
reflejo de vivas pasiones–, pero la posteridad les hará justicia; ella
colocará los nombres del barón Du Potet, director del Journal du
Magnétisme (Periódico del Magnetismo), del Sr. Millet, director de
la Union magnétique (Unión Magnética), al lado de sus ilustres
antecesores: el marqués de Puységur y el emérito Deleuze. Gracias a sus perseverantes esfuerzos, el Magnetismo –que se ha
vuelto popular– ha puesto un pie en la Ciencia oficial,donde ya se
habla de él en voz baja. Esta palabra ha entrado en el lenguaje usual;
ya no amedrenta más, y cuando alguien se dice magnetizador, ya no
se le ríen en la cara.
ALLAN KARDEC
______________________________________________
* El magnetizador es el que practica el magnetismo; magnetista se dice de
aquel que adopta sus principios. Se puede ser magnetista sin ser magnetizador, pero
no se puede ser magnetizador sin ser magnetista. [Nota de Allan Kardec.]
Abril
Aunque las manifestaciones espíritas hayan tenido lugar en todas
las épocas, es indiscutible que hoy se producen de una manera
excepcional. Interrogados sobre este hecho, los Espíritus han sido
unánimes en sus respuestas: «Los tiempos marcados por la
Providencia para una manifestación universal han llegado –nos
dicen. Ellos son los encargados de disipar las tinieblas de la
ignorancia y de los prejuicios; es una nueva era que comienza y que
prepara la regeneración de la Humanidad.» Este pensamiento se
encuentra desarrollado de una manera notable en una carta que
hemos recibido de uno de nuestros suscriptores y de la cual hemos
extraído el siguiente pasaje:
«Cada cosa viene a su tiempo; el período que acaba de transcurrir
parece haber sido especialmente destinado por el Todopoderoso al
progreso de las Ciencias matemáticas y físicas, y probablemente ha
sido teniendo en vista disponer a los hombres a los conocimientos
exactos que se habría opuesto durante largo tiempo a las
manifestaciones de los Espíritus, como si estas manifestaciones
pudiesen perjudicar al positivismo que exige el estudio de las
Ciencias; en una palabra, ha querido habituar al hombre a pedir a las
Ciencias de observación la explicación de todos los fenómenos que
debían producirse ante sus ojos.
«El período científico parece hoy llegar a su término y, después de
los inmensos progresos que ha visto cumplirse, no sería imposible
que el nuevo período que debe sucederle fuese consagrado por el
Creador a las iniciaciones del orden psicológico. En la inmutable ley
de perfectibilidad que ha establecido para los humanos, ¿qué puede
Él hacer después de haberlos iniciado en las leyes físicas del
movimiento y haberles revelado los motores con los cuales cambian
la faz del globo? El hombre ha sondado las profundidades más
lejanas del espacio; la marcha de los astros y el movimiento general del Universo no guardan más secretos para él;
lee en las capas geológicas la historia de la formación del globo; a su
voluntad, la luz se transforma en imágenes duraderas; domina el
rayo; con el vapor y la electricidad suprime las distancias, y el
pensamiento atraviesa el espacio con la rapidez del relámpago.
Llegado a este punto culminante en que la Historia de la Humanidad
no ofrece ningún ejemplo, cualquiera que haya podido ser el grado
de su adelanto en los siglos pasados, me parece racional pensar que
el orden psicológico le abre una nueva carrera en la senda del
progreso. Al menos es lo que se podría deducir de los hechos que se
producen en nuestros días y que se repiten en todas partes. Por lo
tanto, esperemos que el momento se aproxime –si es que aún no ha
llegado–, en el cual el Todopoderoso ha de iniciarnos en nuevas,
grandes y sublimes verdades. Cabe a nosotros comprenderlo y
secundarlo en la obra de la regeneración.»
Esta carta es del Sr. Georges, del cual hemos hablado en nuestro
primer número. No podemos sino felicitarlo por sus progresos en
la Doctrina; la visión elevada que él desarrolla muestra que la
comprende bajo su verdadero punto de vista; para él no se resume en
la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones: es toda una
filosofía. Nosotros admitimos, como él, que entramos en el período
psicológico, y las razones que nos da son perfectamente
racionales, sin creer, no obstante, que el período científico haya
dicho su última palabra; al contrario, creemos que nos reserva
muchos otros prodigios. Estamos en una época de transición,
donde los caracteres de ambos períodos se confunden.
Los conocimientos que los Antiguos poseían sobre las
manifestaciones de los Espíritus, de ninguna manera serían un
argumento contra la idea del período psicológico que se prepara. En
efecto, notemos que en la Antigüedad esos conocimientos estaban
circunscriptos a un círculo estrecho de hombres de élite; al respecto,
el pueblo sólo tenía ideas falseadas por los prejuicios y desfiguradas
por el charlatanismo de los sacerdotes, que se servían de las mismas
como un medio de dominación. Como lo hemos dicho en otra
parte, esos conocimientos nunca se han perdido y las
manifestaciones siempre se han producido; pero ellos han
permanecido en el estado de hechos aislados, porque
indudablemente el tiempo para comprenderlos no había llegado. Lo
que hoy sucede tiene un carácter totalmente diferente: las
manifestaciones son generales; sacuden a la sociedad desde lo más
bajo hasta lo más alto. Los Espíritus no enseñan más en los recintos
misteriosos de los templos inaccesibles al vulgo. Esos hechos
suceden en plena luz; hablan a todos un lenguaje inteligible por
todos; por lo tanto, todo anuncia una nueva fase para la Humanidad
desde el punto de vista moral.
Con el título: Le Vieux-Neuf (Lo Viejo Nuevo), el Sr. Édouard
Fournier ha publicado en Le Siècle (El Siglo) –hace unos diez
años– una serie de artículos tan notables desde el punto de vista de
la erudición, que interesan bajo el aspecto histórico. Al pasar revista
a todos los inventos y descubrimientos modernos, el autor prueba
que si nuestro siglo tiene el mérito de la aplicación y del desarrollo,
no tiene –al menos para la mayoría– el de la prioridad. En la época
en que el Sr. Édouard Fournier escribía estos cultos folletines, aún
no era planteada la cuestión de los Espíritus, sin la que no hubiera
dejado de mostrarnos que todo lo que sucede no es más que una
repetición de lo que los Antiguos sabían tan bien y quizás mejor que
nosotros. Por nuestra parte lo lamentamos, porque sus profundas
investigaciones le hubiesen permitido sondar la antigüedad mística,
como ha sondado la antigüedad industrial; formulamos votos para
que un día él dirija hacia ese lado sus laboriosas investigaciones. En
cuanto a nosotros, nuestras observaciones personales no nos dejan
ninguna duda sobre la antigüedad y la universalidad de la Doctrina
que nos enseñan los Espíritus. Esta coincidencia entre lo que ellos
nos dicen hoy y las creencias de los tiempos más remotos son un
hecho significativo de un alto alcance. Entretanto, haremos notar
que si encontramos por todas partes los vestigios de la Doctrina
Espírita, en ninguna parte la vemos completa: parece haber sido
reservado a nuestra época coordinar esos fragmentos esparcidos
entre todos los pueblos, para llegar a la unidad de principios por
medio de un conjunto más completo y sobre todo más general de
manifestaciones, que parecen dar razón al autor del artículo anterior
sobre el período psicológico en que la Humanidad parece entrar.
Casi por todas partes la ignorancia y los prejuicios han
desfigurado esta doctrina, cuyos principios fundamentales son
mezclados con las prácticas supersticiosas de todos los tiempos,
explotadas para sofocar la razón. Pero bajo este montón de absurdos
germinan las ideas más sublimes, como preciosas semillas
escondidas bajo las malezas, sólo esperando la luz vivificante del
Sol para emprender su vuelo. Más universalmente esclarecida,
nuestra generación aparta las malezas, pero tal roturación no puede
cumplirse sin transición. Por lo tanto, dejemos a las buenas semillas
el tiempo para desarrollarse y a las hierbas malas el de desaparecer.
La doctrina druídica nos ofrece un curioso ejemplo de lo que
acabamos de decir. Esta doctrina, de la que apenas se conocen sus
prácticas externas, en ciertos aspectos se elevaba hasta las más
sublimes verdades; pero estas verdades eran solamente para
los iniciados: el vulgo, aterrorizado por los sangrientos sacrificios,
recogía con un santo respeto el muérdago sagrado del roble y sólo
veía lo fantasmagórico. Se podrá juzgar eso por la siguiente cita
extraída de un documento tan precioso como poco conocido, y que
derrama una luz enteramente nueva sobre la verdadera teología de
nuestros antepasados.
«Entregamos a la reflexión de nuestros lectores un texto céltico publicado hace poco y cuya aparición ha causado una cierta emoción
en el mundo cultural. Es imposible saber exactamente quién ha sido
el autor, ni tampoco a qué siglo se remonta. Pero lo que es
indiscutible es que pertenece a la tradición de los bardos del País
de Gales, y este origen es suficiente para conferirle un valor de
primer orden.
«En efecto, se sabe que el País de Gales forma todavía en nuestros
días el refugio más fiel de la nacionalidad gala que, entre nosotros,
ha sufrido modificaciones tan profundas. Apenas rozado por la
dominación romana, estuvo allí por poco tiempo y débilmente;
preservado de la invasión de los bárbaros por la energía de sus
habitantes y por las dificultades de su territorio, y sometido más
tarde por la dinastía normanda que debió dejarle, sin embargo, un
cierto grado de independencia, el nombre de Gales, Gallia, que
siempre ha llevado, es un rasgo distintivo por el cual se vincula al
período antiguo, sin discontinuidad. La lengua kímrica –hablada en
otros tiempos en toda la parte septentrional de la Galia– nunca ha
dejado de estar en uso en aquel lugar, y muchas de las costumbres
son allí igualmente galas. De todas las influencias extranjeras, la del
Cristianismo ha sido la única que hubo encontrado un medio de
triunfar allí plenamente; pero esto no ha ocurrido sin haber pasado
por grandes dificultades relacionadas con la supremacía de la Iglesia
romana, cuya reforma del siglo XVI no ha hecho más que
determinar la caída desde largo tiempo preparada en esas regiones
llenas de un sentimiento indefectible de independencia.
«Se puede incluso decir que los druidas, al convertirse
enteramente al Cristianismo, no se extinguieron totalmente en el
País de Gales, como en nuestra Bretaña y en los otros países de
sangre gala. Ellos han tenido como consecuencia inmediata una
sociedad muy sólidamente constituida, principalmente consagrada,
en apariencia, al culto de la poesía nacional, pero que bajo el manto
poético ha conservado con una fidelidad notable la herencia
intelectual de la antigua Galia: es la Sociedad Bárdica del País de
Gales que, después de haberse mantenido como sociedad secreta
durante toda la duración de la Edad Media –a través de una
transmisión oral de sus monumentos literarios y de su doctrina, a
imitación de la práctica de los druidas–, decidió, hacia el siglo XVI
y XVII, confiar a la escritura las partes más esenciales de esta
herencia.De este bagaje, cuya autenticidad está así atestada por
una cadena tradicional ininterrumpida, procede el texto del cual
hablamos; y en razón de esas circunstancias, su valor no depende –
como se ve– ni de la mano que tuvo el mérito de escribirlo, ni de la
época en
la que su redacción pudo haber adquirido su última forma. Por
encima de todo, lo que allí se refleja es el espíritu de los bardos de la
Edad Media, que eran los últimos discípulos de esta corporación
sabia y religiosa que, con el nombre de druidas, dominó la Galia
durante el primer período de su Historia, más o menos de la misma
manera como el clero latino durante el de la Edad Media.
«Aunque estuviésemos privados de todas las luces sobre el origen
de ese texto, sería puesto muy claramente en camino por su
concordancia con las enseñanzas que los autores griegos y latinos
nos han dejado con relación a la doctrina religiosa de los druidas.
Esta concordancia constituye puntos de solidaridad que no ofrecen
ninguna duda, porque se apoyan en las razones extraídas de la propia
esencia del escrito; y la solidaridad así demostrada por los artículos
capitales –los únicos de los cuales los Antiguos nos han hablado– se
extiende naturalmente a los desarrollos secundarios. En efecto, estos
desarrollos, penetrados del mismo Espíritu, derivan necesariamente
de la misma fuente; forman parte de ese bagaje y no pueden
explicarse sino a través de éste. Y al mismo tiempo que por una
generación tan lógica remontan a los primitivos depositarios de la
religión druídica, es imposible asignarles cualquier otro punto de
partida; porque, fuera de la influencia druídica, el país de donde
ellos provienen sólo ha conocido la influencia cristiana, la cual es
totalmente extraña a tales doctrinas.
«Los desarrollos contenidos en las tríadas están, incluso, tan
perfectamente fuera del Cristianismo, que las pocas emociones
cristianas que se han deslizado aquí y allá en su conjunto, se
distinguen a primera vista del fondo primitivo. Estas emanaciones,
ingenuamente salidas de la conciencia de los bardos cristianos, bien
han podido –si se puede decirlo así– intercalarse en los intersticios
de la tradición, pero no pudieron fundirse con ella. Por lo tanto, el
análisis del texto es tan simple como riguroso, desde que puede
reducirse a poner a un lado todo lo que lleva la marca del
Cristianismo y, una vez operada la selección, considerarse como de
origen druídico todo lo que queda visiblemente caracterizado por
una religión diferente de la del Evangelio y de los concilios. De esta
manera, para no citar más que lo esencial, partiendo de este
principio tan conocido de que el dogma de la caridad en Dios y en el
hombre es tan especial al Cristianismo como el de la migración de
las almas lo es al antiguo druidismo, un cierto número de tríadas –en
las cuales se refleja un espíritu de amor como nunca ha conocido la
Galia primitiva– revela inmediatamente las marcas de un carácter
comparativamente moderno; mientras que las otras, animadas por un
soplo diferente, dejan ver un tanto mejor el sello de la alta
Antigüedad que las distingue.
«En fin, no es inútil hacer observar que la propia forma de la
enseñanza contenida en las tríadas es de origen druídico. Se sabe que
los druidas tenían una predilección particular por el número tres,
y ellos lo empleaban especialmente –así como nos lo muestra la
mayoría de los monumentos galeses– para la transmisión de sus
lecciones que, mediante esa precisa presentación, se grababan más
fácilmente en la memoria. Diógenes Laercio nos ha conservado
una de esas tríadas que sucintamente resume el conjunto de los
deberes del hombre para con la Divinidad, para con sus semejantes y
para consigo mismo: «Honrar a los seres superiores, no cometer
injusticias y cultivar en sí mismo la virtud viril». La literatura de los
bardos ha propagado hasta nosotros una multitud de aforismos del
mismo género, en lo tocante a todas las ramas del saber humano:
Ciencias, Historia, Moral, Derecho, Poesía. No las hay de más
interesantes y más propias para inspirar grandes reflexiones que
aquellas cuyo texto publicamos aquí, según la traducción que ha
sido hecha por el Sr. Adolphe Pictet.
«De esta serie de tríadas, las once primeras son consagradas a la
exposición de los atributos característicos de la Divinidad. Como era
fácil preverlo, es en esta sección que las influencias cristianas han
tenido una mayor acción. Si no se puede negar que el druidismo
haya conocido el principio de la unidad de Dios, puede incluso ser
que, por consecuencia de su predilección por el número ternario,
pudo haber sido llevado a concebir algo confusamente la divina
Trinidad; sin embargo, es indiscutible que lo que completa esta alta
concepción teológica –el saber la distinción de las personas y
particularmente de la tercera– ha debido quedar perfectamente
extraño a esta antigua religión. Todo está de acuerdo en probar que
sus sectarios estaban mucho más preocupados en fundar la libertad
del hombre que en fundar la caridad; y es por seguir esta falsa
posición desde su punto de partida que ha perecido. Todo ese inicio
también parece relacionarse a una influencia cristiana, más o menos
determinada, particularmente a partir de la quinta tríada.
«A continuación de los principios generales relativos a la
naturaleza de Dios, el texto pasa a exponer la constitución del
Universo. El conjunto de esta constitución es superiormente
formulado en tres tríadas que, mostrando a los seres particulares en
un orden absolutamente diferente al de Dios, completan la idea que
debe formarse del Ser único e inmutable. Además, con fórmulas más
explícitas, esas tríadas no hacen sino reproducir lo que ya se sabía –a
través del testimonio de los Antiguos– sobre la doctrina de la
circulación de las almas, que pasan alternadamente de la vida a la
muerte y de la muerte a la vida. Pueden ser consideradas como el
comentario de un célebre verso de La Farsalia,
en el cual el poeta
exclama, al dirigirse a los sacerdotes de la Galia, que si lo que ellos
enseñan es verdad, la muerte no es más que el medio de una larga
vida: Longæ vitæ mors media est.
I – Hay tres unidades primitivas, y de cada una de ellas no podría
existir más que una sola: un Dios, una verdad y un punto de libertad,
es decir, el punto donde se encuentra el equilibrio de toda oposición.
II – Tres cosas proceden de las tres unidades primitivas: toda
vida, todo bien y todo poder.
III – Dios es necesariamente tres cosas: la parte mayor de la vida,
la parte mayor de la ciencia y la parte mayor del poder; y no podría
tener una parte mayor de cada cosa.
IV – Tres cosas que Dios no puede dejar de ser: lo que debe
constituir el bien perfecto, lo que debe querer el bien perfecto y lo
que debe cumplir el bien perfecto.
V – Tres garantías de lo que Dios hace y hará: su poder infinito,
su sabiduría infinita y su amor infinito; porque no hay nada que no
pueda ser efectuado, que no pueda volverse verdadero y que no
pueda ser querido por un atributo.
VI – Tres fines principales de la obra de Dios, como Creador de
todas las cosas: disminuir el mal, reforzar el bien y hacer resaltar
toda la diferencia, de tal manera que se pueda saber lo que debe ser
o, al contrario, lo que no debe ser.
VII – Tres cosas que Dios no puede dejar de conceder: lo que hay
de más ventajoso, lo que hay de más necesario y lo que hay de más
bello para cada cosa.
VIII – Tres poderes de la existencia: no poder ser de otro modo,
no ser necesariamente otro y no poder ser mejor por la concepción; y
en eso está la perfección de todas las cosas.
IX – Tres cosas prevalecerán necesariamente: el supremo poder, la
suprema inteligencia y el supremo amor de Dios.
X – Las tres grandezas de Dios: vida perfecta, ciencia perfecta,
poder perfecto.
XI – Tres causas originales de los seres vivos: el amor divino de
acuerdo con la suprema inteligencia, la sabiduría suprema por el
conocimiento perfecto de todos los medios y el poder divino de
acuerdo con la voluntad, el amor y la sabiduría de Dios.
XII – Hay tres círculos de la existencia: el círculo de la región
vacía (ceugant), donde –excepto Dios– no hay nada de vivo ni de
muerto, y
ningún ser más que Dios puede atravesarlo; el círculo de la
migración (abred), donde todo ser animado procede de la muerte, y
el hombre lo ha atravesado; y el círculo de la felicidad (gwynfyd),
donde todo ser animado procede de la vida, y el hombre lo
atravesará en el cielo.
XIII – Tres estados sucesivos de seres animados: el estado de
descenso en el abismo (annoufn), el estado de libertad en la
humanidad y el estado de felicidad en el cielo.
XIV – Tres fases necesarias de toda existencia con relación a la
vida: el comienzo en annoufn, la transmigración en abred y la
plenitud en gwynfyd; y sin estas tres cosas nadie puede existir,
excepto Dios.
«Así, en resumen, sobre ese punto capital de la teología cristiana,
de que Dios –por su poder creativo– saca a las almas de la nada, las
tríadas no se pronuncian de una manera precisa. Después de haber
mostrado a Dios en su esfera eterna e inaccesible, ellas muestran
simplemente a las almas naciendo en las profundidades del
Universo, en el abismo (annoufn); de allí, esas almas pasan al
círculo de las migraciones (abred), donde su destino se determina a
través de una serie de existencias, conforme al buen o mal uso que
hayan hecho de su libertad; en fin, se elevan al círculo supremo
(gwynfyd), donde las migraciones cesan, donde no se muere más,
donde de aquí en adelante la vida transcurre en la felicidad,
conservando en todo su perpetua actividad y la plena conciencia de
su individualidad. En efecto, el druidismo no cae en el error de las
teologías orientales que conducen al hombre a ser absorbido
finalmente en el seno inmutable de la Divinidad; porque, al
contrario, distingue un círculo especial, el círculo del vacío o del
infinito (ceugant), que forma el privilegio incomunicable del Ser
supremo, y en el cual ningún ser –sea cual fuere su grado de
santidad– podrá jamás penetrar. Éste es el punto más elevado de la
religión, porque marca el límite puesto al vuelo de las criaturas.
«El rasgo más característico de esta teología, aunque sea un rasgo
puramente negativo, consiste en la ausencia de un círculo particular,
tal como el Tártaro de la antigüedad pagana, destinado a la punición
sin fin de las almas criminales. Entre los druidas, el infierno
propiamente dicho no existe. A sus ojos, la distribución de los
castigos se efectúa en el círculo de las migraciones a través del
compromiso de las almas en pasar por condiciones de existencia
más o menos infelices, donde –siempre dueñas de su libertad–
expían sus faltas a través del sufrimiento y se disponen, por la
reforma de sus vicios, a un futuro mejor. En ciertos casos, puede
incluso suceder que las almas retrograden hasta esa región de
annoufn, donde nacen, y a la cual no parece muy posible dar otro
significado que el de la animalidad. Por este lado peligroso (la
retrogradación), y que nada justifica, ya que la diversidad de las
condiciones de existencia en el círculo de la humanidad es
perfectamente suficiente a la penalidad de todos los grados, el
druidismo habría entonces
llegado a deslizarse hasta en la metempsicosis. Pero este lamentable
extremo, al cual no conduce ninguna necesidad de la doctrina del
desenvolvimiento de las almas por el camino de las migraciones,
parece haber ocupado –como se ha de juzgar por la serie de tríadas
relativas al régimen del círculo de abred– un lugar secundario en el
sistema de la religión.
«Excepto algunas obscuridades que tal vez son debidas a las
dificultades de una lengua cuyas profundidades metafísicas no son
todavía bien conocidas, las declaraciones de las tríadas en lo tocante
a las condiciones inherentes al círculo de abred esparcen las más
vivas luces sobre el conjunto de la religión druídica. Se siente en ella
respirar el soplo de una originalidad superior. El misterio que a
nuestra inteligencia ofrece el espectáculo de nuestra existencia
presente, toma allí un giro singular que no se ve en ninguna otra
parte, y se diría que un gran velo se rasga antes y después de la vida,
haciendo conque de repente el alma se sienta nadar, con una fuerza
inesperada, a través de una extensión indefinida que, en su encierro
entre las pesadas puertas del nacimiento y de la muerte, no era capaz
de sospechar por sí misma. Cualquiera que fuere el juicio que se
haga sobre la veracidad de esta doctrina, no se puede negar que sea
una doctrina poderosa; y al reflexionar sobre el efecto que debía
inevitablemente producir en las almas ingenuas tales aperturas sobre
su origen y su destino, es fácil darse cuenta de la inmensa influencia
que los druidas habían adquirido naturalmente sobre el espíritu de
nuestros antepasados. En medio de las tinieblas de la Antigüedad,
esos ministros sagrados no podían dejar de aparecer a los ojos de las
poblaciones como los reveladores del Cielo y de la Tierra.
«He aquí el texto notable que abordamos:
XV – Tres cosas necesarias en el círculo de abred: el menor grado
posible de toda la vida, y de ahí su comienzo; la materia de todas las
cosas, y de ahí el crecimiento progresivo, el cual no puede operarse
más que en el estado de necesidad; y la formación de todas las cosas
de la muerte, y de ahí la debilidad de las existencias.
XVI – Tres cosas a las cuales todo ser vivo participa
necesariamente por la justicia de Dios: el socorro de Dios en abred,
porque sin eso nadie podría conocer ninguna cosa; el privilegio de
participar del amor de Dios; y el acuerdo con Él en cuanto al
cumplimiento por el poder de Dios, en calidad de justo y
misericordioso.
XVII – Tres causas de la necesidad del círculo de abred: el
desarrollo de la substancia material de todo ser animado; el
desarrollo del conocimiento de todas las cosas; y el desarrollo de la fuerza moral para superar todo contrario y a Cythraul (el Espíritu
malo), y para librarse de Droug (el mal). Y sin esta transición de
cada estado de vida, no podría haber allí la realización de ningún ser.
XVIII – Tres calamidades primitivas de abred: la necesidad, la
ausencia de memoria y la muerte.
XIX – Tres condiciones necesarias para llegar a la plenitud de la
ciencia: transmigrar en abred, transmigrar en gwynfyd y recordarse
de todas las cosas pasadas, hasta en annoufn.
XX – Tres cosas indispensables en el círculo de abred: la
transgresión de la ley, porque no puede ser de otro modo; la
liberación por la muerte ante Droug y Cythraul; el crecimiento de la
vida y del bien por el alejamiento de Droug en la liberación de la
muerte; y esto por el amor de Dios, que abarca todas las cosas.
XXI – Tres medios eficaces de Dios en abred para dominar a
Droug y a Cythraul, y superar su oposición con relación al círculo
de gwynfyd: la necesidad, la pérdida de la memoria y la muerte.
XXII – Tres cosas son primitivamente contemporáneas: el
hombre, la libertad y la luz.
XXIII – Tres cosas necesarias para el triunfo del hombre sobre el
mal: la firmeza contra el dolor, el cambio, la libertad de elegir; y
con el poder que el hombre tiene de elegir, anticipadamente no se
puede saber con certeza dónde irá.
XXIV – Tres alternativas ofrecidas al hombre: abred y gwynfyd,
necesidad y libertad, mal y bien; estando el todo en equilibrio, el
hombre puede a su voluntad vincularse a uno o al otro.
XXV – Por tres cosas el hombre cae en la necesidad de abred: por
la ausencia de esfuerzo hacia el conocimiento, por no vincularse al
bien y por su vinculación al mal. Como consecuencia de estas cosas,
desciende en abred hasta su análogo y recomienza el curso de su
transmigración.
XXVI – Por tres cosas el hombre vuelve a descender
necesariamente en abred, aunque en otros aspectos esté vinculado a
lo que es bueno: por orgullo, cae hasta en annoufn; por falsedad,
hasta el punto del demérito equivalente, y por crueldad, hasta el
grado correspondiente de animalidad. De ahí transmigra de nuevo
hacia la humanidad, como antes.
XXVII – Las tres cosas principales a obtener en el estado de
humanidad: la ciencia, el amor y la fuerza moral, en el más alto
grado posible de desarrollo antes que sobrevenga la muerte. Esto no
puede ser obtenido anteriormente al estado de humanidad, y no
puede serlo sino
por el privilegio de la libertad y de la elección. Esas tres cosas son
llamadas las tres victorias.
XXVIII – Hay tres victorias sobre Droug y Cythraul: la
ciencia, el amor y la fuerza moral; porque el saber, el querer y el
poder cumplen lo que quiera que sea en su conexión con las cosas.
Esas tres victorias comienzan en la condición de humanidad y
continúan eternamente.
XXIX – Tres privilegios de la condición del hombre: el equilibrio
del bien y del mal, y de ahí la facultad de comparar; la libertad en la
elección, y de ahí el juicio y la preferencia; y el desarrollo de la
fuerza moral como consecuencia del juicio, y de ahí la preferencia.
Esas tres cosas son necesarias para cumplir lo que quiera que sea.
«Así, en resumen, el inicio de los seres en el seno del Universo se
produce en el punto más bajo de la escala de la vida; y si no es llevar
demasiado lejos las consecuencias de la declaración contenida en la
vigésimo-sexta tríada, se puede conjeturar que, en la doctrina
druídica, este punto inicial se lo consideraba situado en el abismo
confuso y misterioso de la animalidad. De ahí, por consecuencia,
desde el propio origen de la historia del alma, existe una necesidad
lógica de progreso, ya que los seres no están destinados por Dios a
quedarse en una condición tan baja y tan oscura. Sin embargo, en los
niveles más bajos del Universo, ese progreso no se efectúa siguiendo
una línea continua; esta larga vida, nacida tan bajo para elevarse tan
alto, se quiebra en fragmentos, solidarios en lo más hondo de su
sucesión, pero la cual, gracias a la falta de memoria, la misteriosa
solidaridad escapa –al menos por un tiempo– a la conciencia del
individuo. Son éstas las interrupciones periódicas en el curso secular
de la vida que constituyen lo que llamamos la muerte; de manera
que la muerte y el nacimiento que, por una observación superficial,
forman acontecimientos tan diversos, en realidad no son sino las dos
caras del mismo fenómeno, una mirando hacia el período que se
acaba y la otra hacia el período que sigue.
«Desde entonces la muerte, considerada en sí misma, no es por lo
tanto una calamidad verdadera, sino un beneficio de Dios, que al
romper los hábitos demasiado estrechos que habíamos contraído con
nuestra vida presente, nos transporta a nuevas condiciones y de ese
modo da lugar a que nos elevemos más libremente a nuevos
progresos.
«Al igual que la muerte, la pérdida de memoria que la acompaña
no debe ser tomada sino como un beneficio. Es una consecuencia del
primer punto; porque si el alma, en el curso de esta larga vida,
conservase claramente sus recuerdos de un período al otro, la
interrupción sólo sería accidental y no habría propiamente dicho ni
muerte, ni nacimiento, ya que esos dos acontecimientos perderían
desde entonces el carácter absoluto que los distingue y que hacen a
su fuerza. E incluso, desde el punto de vista de esta teología, no
parece difícil percibir directamente que la pérdida de la memoria, en
lo tocante a los períodos pasados, puede ser considerada como un
beneficio con relación al hombre en su condición presente; porque si
esos períodos pasados han sido desgraciadamente manchados de
errores y de crímenes –causa primera de las miserias y de las
expiaciones de hoy–, como la actual posición del hombre en un
mundo de sufrimientos que se le vuelven una prueba, es
evidentemente una ventaja para el alma encontrarse libre de la visión
de una multitud tan grande de faltas y, al mismo tiempo, de
remordimientos demasiado abrumadores que de allí nacerían. No
obligándola a un arrepentimiento formal con relación a las culpas de
su vida actual, compadeciéndose así de su debilidad, Dios le
concede efectivamente una gran gracia.
«En fin, según esta misma manera de considerar el misterio de la
vida, las necesidades de toda naturaleza a las cuales estamos sujetos
en la Tierra, y que desde nuestro nacimiento determinan, por una
decisión por así decirlo fatal, la forma de nuestra existencia en el
presente período, constituyen un último beneficio tan sensible como
los otros dos; porque, en definitiva, son esas necesidades que dan a
nuestra vida el carácter que mejor conviene a nuestras expiaciones y
pruebas, y por consecuencia a nuestro desarrollo moral; y son
también esas mismas necesidades, ya sea de nuestro organismo
físico o de circunstancias externas al medio en el cual nos
encontramos colocados que, al conducirnos forzosamente al término
de la muerte, nos conduce de ese modo a nuestra suprema
liberación. En resumen, como lo dicen las tríadas en su enérgica
concisión, están ahí al mismo tiempo las tres calamidades primitivas
y los tres medios eficaces de Dios en abred.
«Pero, ¿mediante qué conducta el alma se eleva realmente en esta
vida, y merece alcanzar, después de la muerte, un modo superior de
existencia? La respuesta que da el Cristianismo a esta cuestión
fundamental es conocida por todos: es con la condición de deshacer
en sí el egoísmo y el orgullo, de desarrollar en la intimidad de su
substancia las fuerzas de la humildad y de la caridad, únicas eficaces
y meritorias ante Dios: ¡Bienaventurados los mansos –dice el
Evangelio–, bienaventurados los humildes! La respuesta del
druidismo es totalmente diversa y contrasta nítidamente con ésta.
Según sus lecciones, el alma se eleva en la escala de las existencias
con la condición de fortificar su propia personalidad por su trabajo
sobre sí misma, y éste es un resultado que ella obtiene naturalmente
a través del desarrollo de la fuerza del carácter junto al desarrollo del
saber. Es lo que expresa la vigésimo-quinta tríada, que declara que
el alma cae en la necesidad de las transmigraciones, es decir, en las
vidas confusas y mortales, no sólo por mantener las malas pasiones,
sino por el hábito de la cobardía en el cumplimiento de las acciones
justas y por la falta de firmeza en la vinculación
a lo que prescribe la conciencia; en una palabra, por la debilidad de
carácter; y además de esta falta de virtud moral, el alma es aún
retenida en su vuelo hacia el cielo por la falta de perfeccionamiento
del Espíritu. La iluminación intelectual, necesaria para la plenitud de
la felicidad, no se opera simplemente en el alma bienaventurada por
una irradiación de lo Alto enteramente gratuita; sólo se produce en
la vida celestial si la propia alma ha sabido hacer esfuerzos desde
esta vida para adquirirla. También la tríada no habla solamente de la
falta de saber, sino de la falta de esfuerzo hacia el saber, lo que es,
en el fondo –como para la virtud precedente– un precepto de
actividad y de movimiento.
«En verdad, en las tríadas siguientes, la caridad se encuentra
recomendada con el mismo título que la ciencia y la fuerza moral;
pero también aquí, como en lo que toca a la naturaleza divina, la
influencia del Cristianismo es sensible. Es a éste, y no a la fuerte
pero dura religión de nuestros antepasados, que pertenecen la
predicación y la entronización en el mundo, de la ley de la caridad
en Dios y en el hombre; y si esta ley brilla en las tríadas, es por
efecto de una alianza con el Evangelio o, mejor dicho, de un feliz
perfeccionamiento de la teología de los druidas por la acción de la
de los Apóstoles, y no por una tradición primitiva. Quitemos este
rayo divino y tendremos, en su ruda grandeza, la moral de la Galia,
moral que ha podido producir, en el orden del heroísmo y de la
ciencia, poderosas personalidades, pero que no ha sabido unirlas
entre sí, ni a la multitud de los humildes.» *
La Doctrina Espírita no consiste solamente en la creencia de las
manifestaciones de los Espíritus, sino en todo lo que ellos nos
enseñan sobre la naturaleza y el destino del alma. Por lo tanto, si se
consiente en remitirse a los preceptos contenidos en El Libro de los
Espíritus –donde se encuentra formulada toda su enseñanza–, ha de
admirarse la identidad de algunos de los principios fundamentales
con los de la doctrina druídica,de los cuales uno de los más
salientes es indiscutiblemente el de la reencarnación. En los tres
círculos, en los tres estados sucesivos de los seres animados,
encontramos todas las fases que presenta nuestra escala espírita. En
efecto, ¿qué es el círculo de abred o el de la migración, sino los dos
órdenes de Espíritus que se depuran por sus existencias sucesivas?
En el círculo de gwynfyd, el hombre no transmigra más, goza de la
felicidad suprema. ¿No es éste el primer orden de la escala, el de los
Espíritus puros que, al haber cumplido todas las pruebas, no tienen
más necesidad de encarnarse y gozan de la vida eterna? Notemos
aún que, según la doctrina druídica, el hombre conserva su libre
albedrío; que se eleva gradualmente por su voluntad, por su
perfección progresiva y por las pruebas que sufre, de annoufn o el abismo, hasta la perfecta felicidad en gwynfyd, con
la diferencia, no obstante, que el druidismo admite el posible retorno
a las clases inferiores, mientras que, según el Espiritismo, el Espíritu
puede permanecer estacionario, pero no puede degenerar. Para
completar la analogía, sólo tendríamos que agregar a nuestra escala
–debajo del tercer orden– el círculo de annoufn para caracterizar el
abismo o el origen desconocido de las almas, y encima del primer
orden el círculo de ceugant, morada de Dios, inaccesible a las
criaturas. El siguiente cuadro hará esta comparación más apreciable.
ESCALA ESPÍRITA
| ESCALA DRUÍDICA
|
|
|
| Ceugant. Morada de
Dios.
|
1ª orden
| 1ª Clase
| Espíritus puros. (Sin necesidad de
reencarnación.) .
| Gwynfyd. Morada de
los bienaventurados.
Vida eterna.
|
| 2ª classe
| Espíritus superiores*
|
|
2ª orden
Espíritus
buenos
3º ORDEN
Espíritus
imperfectos
| 3ª clase
4ª clase
5ª clase
| Espíritus de sabiduría
Espíritus eruditos
Espíritus benévolos
| Abred, círculo de las
migraciones o de las
diferentes existencias
corporales que las
almas recorren para
llegar de annoufn a
gwynfyd.
|
6ª clase
7ª clase
8ª clase
9ª clase
| Espíritus neutros
Espíritus pseudosabios
Espíritus ligeros
Espíritus impuros
|
|
|
| Annoufn, abismo;
punto de partida de las
almas.
|
|
____________________________________________________
* Extraído del Magasin pittoresque (Revista Ilustrada), 1857. [Nota de Allan
Kardec.]
En su Voyage aux sources du Nil (Viaje a las fuentes del Nilo), en
1768, James Bruce relata lo siguiente con respecto a Gingiro,
pequeño reino situado en la parte meridional de Abisinia, al este del
reino de Adal. Se trata de dos embajadores que Socinios, rey de
Abisinia, envió al papa, hacia 1625, y que debieron atravesar
Gingiro.
«Entonces fue necesario –dice Bruce– avisar al rey de Gingiro de
la llegada de la caravana y pedirle una audiencia; pero en ese
momento él estaba ocupado con una importante operación de magia,
sin la cual ese soberano nunca se atrevía a emprender nada.
«El reino de Gingiro puede ser considerado como el primero de
ese lado de África, donde se ha establecido la extraña práctica de
predecir el futuro
por la evocación de Espíritus y por una comunicación directa con el
diablo.
«El rey de Gingiro estimó que debía dejar pasar ocho días antes de
admitir en audiencia al embajador y a su acompañante, el jesuita
Fernández. En consecuencia, al noveno día, éstos recibieron el
permiso para ir a la corte, donde llegaron a la misma tarde.
«En el país de Gingiro nada se hace sin la ayuda de la magia. Se
ve por ahí cuán degradada se encuentra la razón humana a algunas
leguas de distancia. Que no vengan más a decirnos que se debe
atribuir esta debilidad a la ignorancia o al calor del clima. ¿Por qué
un clima cálido induciría más a los hombres a volverse magos que
un clima frío? ¿Por qué la ignorancia ampliaría el poder del hombre
a punto de hacerlo transponer los límites de la inteligencia común y
de darle la facultad de corresponderse con un nuevo orden de seres,
habitantes de otro mundo? Los etíopes que circundan casi toda
Abisinia son más negros que los de Gingiro; su país es más cálido y
son, como ellos, indígenas en los lugares que habitan desde el
comienzo de los siglos; sin embargo, no adoran al diablo, ni
pretenden tener comunicación con él; ni sacrifican hombres en sus
altares; en fin, no se encuentra entre ellos ningún vestigio de esta
indignante atrocidad.
«En las partes de África que tienen comunicación abierta con el
mar, el comercio de esclavos está en uso desde los siglos más
remotos; pero el rey de Gingiro, cuyos Estados se encuentran
ubicados casi en el centro del continente, sacrifica al diablo los
esclavos que no puede vender al hombre. Es ahí que comienza esta
horrible costumbre de derramar sangre humana en todas las
solemnidades. Ignoro –dice el Sr. Bruce– hasta dónde la misma se
extiende hacia el sur de África, pero considero Gingiro como el
límite geográfico del reino del diablo, del lado septentrional de la
península.»
Si el Sr. Bruce hubiese visto lo que hoy nosotros atestiguamos, no
encontraría nada de asombroso en la práctica de las evocaciones en
uso en Gingiro. Él sólo ve ahí una creencia supersticiosa, mientras
que nosotros encontramos la causa en los hechos de las
manifestaciones falsamente interpretadas, que han podido producirse
allí como en otra parte. El papel que la credulidad hace representar
aquí al diablo no tiene nada de sorprendente. En primer lugar,
notemos que todos los pueblos bárbaros atribuyen a un poder
maléfico los fenómenos que ellos no pueden explicar. En segundo
lugar, un pueblo tan atrasado como para sacrificar seres humanos no
puede atraer Espíritus superiores. Por lo tanto, la naturaleza de
aquellos que lo visitan no puede más que confirmarlo en su creencia.
Además, es preciso considerar que los pueblos de esa parte de África
han conservado
un gran número de tradiciones judías, mezcladas más tarde con
algunas ideas deformadas del Cristianismo, fuente donde han
extraído, como consecuencia de su ignorancia, la doctrina del diablo
y de los demonios.
Conversaciones familiares del Más Allá
Bernard Palissy (9 de marzo de 1858)
NOTA – Por evocaciones anteriores sabíamos que Bernard Palissy, el célebre alfarero del siglo XVI, habita en Júpiter. Sus respuestas siguientes confirman en todos los puntos lo que nos ha sido dicho sobre este planeta en diversas épocas, por otros Espíritus y por intermedio de diferentes médiums. Pensamos que han de ser leídas con interés, como complemento del cuadro que hemos trazado en nuestro último número. La identidad que las mismas presentan con las descripciones anteriores es un hecho notable que, al menos, presumen una exactitud.
1. ¿Dónde te has encontrado al dejar la Tierra? –Resp. Aún en la misma.
2. ¿En qué condición estabas aquí? –Resp. Bajo los rasgos de una mujer amorosa y abnegada; no era sino una misión.
3. ¿Ha durado mucho tiempo esa misión? –Resp. Treinta años.
4. ¿Recuerdas el nombre de esta mujer? –Resp. Es desconocido.
5. ¿Te satisface la estima que se tiene por tus obras? Y esto, ¿te compensa los sufrimientos que has soportado? –Resp. ¡Qué me importan las obras materiales de mis manos! Lo que me importa es el sufrimiento que me ha elevado.
6. ¿Con qué objetivo has trazado, por la mano del Sr. Victorien Sardou, los admirables dibujos que nos has dado sobre el planeta Júpiter que habitas? –Resp. Con el objetivo de inspiraros el deseo de volveros mejores.
7. Ya que vuelves a menudo a la Tierra que has habitado diversas veces, debes conocer bastante el estado físico y moral para establecer una comparación entre ésta y Júpiter; te rogamos, pues, que consientas en esclarecernos sobre varios puntos. –Resp. En vuestro globo, no vengo sino en Espíritu; el Espíritu no tiene sensaciones materiales.
8. ¿Se puede comparar la temperatura de Júpiter a la de una de nuestras latitudes? –Resp. No; ella es suave y templada; es siempre igual, y la vuestra varía. Acordaos de los Campos Elíseos que se os ha descrito.
9. El cuadro que los Antiguos nos han dado de los Campos Elíseos, ¿sería el resultado del conocimiento intuitivo que ellos tenían de un mundo superior, tal como Júpiter, por ejemplo? –Resp. Del conocimiento positivo; la evocación permanecía en las manos de los sacerdotes.
10. ¿Varía la temperatura según las latitudes, como aquí? –Resp. No.
11. Según nuestros cálculos el Sol debe aparecer a los habitantes de Júpiter desde un ángulo muy pequeño, y darles, por consecuencia, poca luz. ¿Puedes decirnos si la intensidad de la luz es allí igual a la de la Tierra, o si es menos fuerte? –Resp. Júpiter está rodeado de una especie de luz espiritual en relación con la esencia de sus habitantes. La luz grosera de vuestro Sol no ha sido hecha para ellos.
12. ¿Hay una atmósfera? –Resp. Sí.
13. ¿Está la atmósfera formada por los mismos elementos que la atmósfera terrestre? –Resp. No; los hombres no son los mismos; sus necesidades han cambiado.
14. ¿Hay allí agua y mares? –Resp. Sí.
15. ¿Está el agua formada con los mismos elementos que la nuestra? –Resp. Más etérea.
16. ¿Hay volcanes? –Resp. No; nuestro globo no es atormentado como el vuestro; la Naturaleza no ha tenido sus grandes crisis; es la morada de los bienaventurados. En él, la materia apenas se toca.
17. ¿Tienen las plantas analogía con las nuestras? –Resp. Sí, pero más bellas.
18. La conformación del cuerpo de los habitantes ¿tiene relación con la nuestra? –Resp. Sí; es la misma.
19. ¿Puedes darnos una idea de su talla comparada con la de los habitantes de la Tierra? –Resp. Grandes y bien proporcionados. Mayores que vuestros hombres mayores. El cuerpo del hombre es como la marca de su Espíritu: bello donde él es bueno; la envoltura es digna de él; no es más una prisión.
20. ¿Son allí los cuerpos opacos, diáfanos o translúcidos? –Resp. Los hay de unos y otros. Unos tienen tal propiedad, otros tienen tal otra, según su destinación.
21. Concebimos esto para los cuerpos inertes, pero nuestra pregunta es relativa a los cuerpos humanos. –Resp. El cuerpo envuelve al Espíritu sin esconderlo, como un tenue velo arrojado sobre una estatua. En los mundos inferiores la envoltura grosera oculta el Espíritu a sus semejantes; pero los buenos no tienen nada a esconder: pueden leer en el corazón de unos y de otros. ¡Qué sería si fuera así en la Tierra!
22. ¿Hay sexos diferentes? –Resp. Sí; los hay por todas partes donde la materia existe; es una ley de la materia.
23. ¿Cuál es la base de la alimentación de los habitantes? ¿Es animal y vegetal como aquí? –Resp. Puramente vegetal; el hombre es el protector de los animales.
24. Se nos ha dicho que una parte de su alimentación es extraída del medio ambiente del cual aspiran las emanaciones; ¿esto es exacto? –Resp. Sí.
25. La duración de su existencia, comparada con la nuestra, ¿es más larga o más corta? –Resp. Más larga.
26. ¿De cuánto tiempo es el promedio de vida? –Resp. ¿Cómo medir el tiempo?
27. ¿No puedes tomar uno de nuestros siglos como punto de comparación? –Resp. Creo que alrededor de cinco siglos.
28. ¿Es el desarrollo de la infancia proporcionalmente más rápido que entre nosotros? –Resp. El hombre conserva su superioridad; la infancia no comprime su inteligencia, ni la vejez la extingue.
29. ¿Están los hombres sujetos a las enfermedades? –Resp. No están sujetos a vuestros males.
30. ¿Se divide la existencia entre la vigilia y el sueño? –Resp. Entre la acción y el reposo.
31. ¿Podrías darnos una idea de las diversas ocupaciones de los hombres? –Resp. Sería preciso decir mucho. Su principal ocupación es la de dar aliento a los Espíritus que habitan en los mundos inferiores para que perseveren en la buena senda. Al no haber infortunios que aliviar entre ellos, van en busca de los que sufren: son los Espíritus buenos que os sostienen y os atraen a la buena senda.
32. ¿Se cultivan allí nuestras artes? –Resp. Éstas son inútiles allí. Vuestras artes son juguetes que distraen vuestros dolores.
33. La densidad específica del cuerpo del hombre, ¿le permite transportarse de un lugar a otro sin permanecer, como aquí, atado al suelo? –Resp. Sí.
34. ¿Se siente allí el fastidio y el disgusto de la vida? –Resp. No; el disgusto de la vida sólo viene del desprecio de sí mismo.
35. Al ser menos densos que los nuestros los cuerpos de los habitantes de Júpiter, ¿son formados de materia compacta y condensada o vaporosa? –Resp. Compacta para nosotros; pero, para vosotros, no lo sería; es menos condensada.
36. El cuerpo, considerado como formado de materia, ¿es impenetrable? –Resp. Sí.
37. ¿Tienen los habitantes un lenguaje articulado como nosotros? –Resp. No; existe entre ellos comunicación por el pensamiento.
38. ¿Es la segunda vista, como se nos ha dicho, una facultad normal y permanente entre vosotros? –Resp. Sí, el Espíritu no tiene obstáculos; nada está oculto para él.
39. Si nada está oculto para el Espíritu, ¿conoce entonces el futuro? (Queremos hablar de los Espíritus encarnados en Júpiter.) – Resp. El conocimiento del futuro depende de la perfección del Espíritu; tiene menos inconvenientes para nosotros que para vosotros; incluso nos es necesario, hasta un cierto punto, para el cumplimiento de misiones que tenemos que efectuar; pero decir que conocemos el futuro sin restricciones sería colocarnos en el mismo nivel que Dios.
40. ¿Podéis revelar todo lo que sabéis del futuro? –Resp. No; esperad saberlo cuando lo hayáis merecido.
41. ¿Os comunicáis más fácilmente que nosotros con los otros Espíritus? –Resp. ¡Sí! Siempre: la materia no está más entre ellos y nosotros.
42. ¿Inspira la muerte el horror y el espanto que causa entre nosotros? –Resp. ¿Por qué habría de ser espantosa? El mal no está más entre nosotros. Sólo el malo ve su último momento con espanto; él teme su juicio.
43. ¿Qué sucede con los habitantes de Júpiter después de la muerte? –Resp. Crecen siempre en perfección sin sufrir más pruebas.
44. ¿No hay Espíritus, en Júpiter, que se someten a pruebas para cumplir una misión? –Resp. Sí, pero eso no es más una prueba; sólo el amor al bien los lleva a sufrir.
45. ¿Pueden ellos fallar en su misión? –Resp. No, porque son buenos; sólo hay debilidad donde hay defectos.
46. ¿Podrías nombrarnos algunos Espíritus que habitan en Júpiter, que han cumplido una gran misión en la Tierra? –Resp. San Luis.
47. ¿Podrías nombrar otros? –Resp. ¡Esto no es importante! Hay misiones desconocidas que tienen como objetivo la felicidad de uno solo; a veces, ésas son las mayores y las más dolorosas.
48. ¿Es el cuerpo de los animales más material que el de los hombres? –Resp. Sí; el hombre es el rey, el dios terrestre.
49. ¿Existen animales carnívoros? –Resp. Los animales no se destrozan entre sí; todos viven sometidos al hombre y se aman mutuamente.
50. ¿Pero no hay animales que escapan a la acción del hombre, como los insectos, los peces, los pájaros? –Resp. No; todos le son útiles.
51. Se nos ha dicho que los animales son los servidores y los peones que ejecutan los trabajos materiales, construyendo viviendas, etc. ¿Esto es verdad? –Resp. Sí; el hombre no se rebaja más siendo sirviente de sus semejantes.
52. ¿Son los animales servidores vinculados a una persona o a una familia, o bien son tomados y cambiados a voluntad como aquí? – Resp. Todos se vinculan a una familia particular: vosotros cambiáis para encontrar otro mejor.
53. ¿Están los animales servidores en el estado de esclavitud o de libertad? ¿Son ellos una propiedad o pueden cambiar de dueño a voluntad? –Resp. Se encuentran en el estado de sumisión.
54. ¿Reciben los animales trabajadores alguna remuneración por sus esfuerzos? –Resp.
No. 55. Las facultades de los animales, ¿se desarrollan por una especie de educación? –Resp. Ellos lo hacen por sí mismos.
56. ¿Tienen los animales un lenguaje más preciso y más caracterizado que el de los animales terrestres? –Resp. Ciertamente.
57. Las viviendas de las cuales nos has dado una muestra a través de tus dibujos, ¿están reunidas en ciudades como aquí? –Resp. Sí; los que se aman se reúnen; sólo las pasiones dejan al hombre en soledad. Si hasta el hombre malo busca a su semejante, que no es para él sino un instrumento de dolor, ¿por qué el hombre puro y virtuoso huiría de su hermano?
58. ¿Los Espíritus son iguales o de diferentes grados? –Resp. De diferentes grados, pero del mismo orden.
59. Te pedimos que consientas en remitirte a la Escala espírita que hemos dado en el segundo número de la Revista, y decirnos a qué orden pertenecen los Espíritus encarnados en Júpiter. –Resp. Todos buenos, todos superiores; algunas veces el bien desciende al mal; pero nunca el mal se mezcla con el bien.
60. ¿Los habitantes forman diferentes pueblos como en la Tierra? –Resp. Sí; pero todos unidos entre sí por los lazos del amor.
61. ¿Por eso las guerras son allí desconocidas? –Resp. Pregunta inútil.
62. ¿Podrá llegar el hombre en la Tierra a un grado bastante alto de perfección como para abstenerse de las guerras? –Resp. Seguramente ha de llegar; la guerra desaparecerá con el egoísmo de los pueblos y a medida que ellos comprendan mejor la fraternidad.
63. ¿Son los pueblos gobernados por jefes? –Resp. Sí.
64. ¿En qué consiste la autoridad de los jefes? –Resp. En el grado superior de perfección.
65. ¿En qué consiste la superioridad y la inferioridad de los Espíritus en Júpiter, ya que son todos buenos? –Resp. Ellos tienen más o menos conocimientos y experiencia; se depuran al esclarecerse.
66. ¿Existen pueblos más o menos adelantados que los otros como en la Tierra? –Resp. No; pero en los pueblos hay diferentes grados.
67. Si el pueblo más avanzado de la Tierra fuese transportado a Júpiter, ¿qué rango ocuparía allí? –Resp. El rango de los monos entre vosotros.
68. ¿Están los pueblos gobernados por leyes? –Resp. Sí.
69. ¿Existen leyes penales? –Resp. No hay más crímenes.
70. ¿Quién hace las leyes? –Resp. Dios las ha hecho.
71. ¿Hay ricos y pobres, es decir, hombres que están en la abundancia y en lo superfluo, mientras que a otros les falta lo necesario? –Resp. No; todos son hermanos; si uno tuviera más que el otro, habría de repartir; no disfrutaría en cuanto su hermano sufriese carencias.
72. Según esto, ¿serían las fortunas iguales para todos? –Resp. Yo no he dicho que todos eran ricos en el mismo grado; me habéis preguntado si existen los que tienen lo superfluo, mientras que a otros les falta lo necesario.
73. Estas dos respuestas nos parecen contradictorias; te rogamos que las aclares. –Resp. A nadie le falta lo necesario; nadie tiene lo superfluo, es decir, que la fortuna de cada uno está en relación con su condición. ¿Estáis satisfecho?
74. Ahora comprendemos; pero preguntaremos todavía si el que tiene menos no es desdichado con relación al que tiene más. –Resp. No puede ser desdichado desde el momento que él no es envidioso ni celoso. La envidia y los celos producen más desdichados que la miseria.
75. ¿En qué consiste la riqueza en Júpiter? –Resp. ¡Qué interés puede tener esto!
76. ¿Hay desigualdades de posición social? –Resp. Sí.
77. ¿En qué están fundadas? –Resp. En las leyes de la sociedad. Unos son más o menos adelantados en la perfección. Los que son superiores tienen sobre los otros una especie de autoridad, como un padre sobre sus hijos.
78. ¿Se desarrollan las facultades del hombre a través de la educación? –Resp. Sí.
79. ¿Puede el hombre adquirir bastante perfección en la Tierra para merecer pasar inmediatamente a Júpiter? –Resp. Sí, pero el hombre, en la Tierra, está sometido a las imperfecciones para que esté en relación con sus semejantes.
80. Cuando un Espíritu que deja la Tierra debe reencarnarse en Júpiter, ¿permanece errante durante algún tiempo antes de haber encontrado el cuerpo a que debe unirse? –Resp. Él queda en ese estado durante un cierto tiempo, hasta que se haya liberado de sus imperfecciones terrestres.
81. ¿Existen varias religiones? –Resp. No; todos profesan el bien y todos adoran a un solo Dios.
82. ¿Hay templos y cultos? –Resp. Por templo, el corazón del hombre; por culto, el bien que hace.
(16 de marzo de 1858)
1. ¿Qué os indujo a venir a nuestro llamado? –Resp. He venido para instruiros.
2. ¿Estáis contrariado por haber venido entre nosotros y por responder a las preguntas que deseamos dirigiros? –Resp. No; aquellas que tengan por objetivo vuestra instrucción, no veo inconvenientes.
3. ¿Qué prueba podemos tener de vuestra identidad, y cómo podemos saber que no es otro Espíritu que ha tomado vuestro nombre? –Resp. ¿Para qué serviría eso?
4. Sabemos por experiencia que a menudo Espíritus inferiores usurpan nombres supuestos, y es por esto que os hemos hecho esa pregunta. –Resp. Ellos usurpan también las pruebas; pero el Espíritu que se pone una máscara se devela también a sí mismo por sus palabras.
5. ¿Con qué forma y en qué lugar estáis entre nosotros? –Resp. Con la que lleva el nombre de Mehemet Alí,129 cerca de Ermance.
6. ¿Estaríais satisfecho si os cediéramos un lugar especial? –Resp. En la silla vacía. Nota – Había cerca de allí una silla vacante a la cual no se había prestado atención.
7. ¿Tenéis un recuerdo preciso de vuestra última existencia corporal? –Resp. No lo tengo todavía preciso; la muerte me ha dejado su turbación.
8. ¿Sois feliz? –Resp. No; infeliz.
9. ¿Estáis errante o reencarnado? –Resp. Errante.
10. ¿Recordáis lo que habéis sido antes de vuestra última existencia? –Resp. Yo era pobre en la Tierra; envidié las grandezas terrestres: subí para sufrir.
11. Si pudierais renacer en la Tierra, ¿qué condición elegiríais de preferencia? –Resp. La de ser desconocido; los deberes son menores.
12. ¿Qué pensáis ahora de la última posición que habéis ocupado en la Tierra? –Resp. ¡Vanidad de la nada! ¡He querido conducir a los hombres, sin saber conducirme a mí mismo!
13. Se dice que vuestra razón estaba alterada desde hacía algún tiempo; ¿esto es verdad? –Resp. No.
14. La opinión pública aprecia lo que habéis hecho por la civilización de Egipto, y os coloca entre sus mayores príncipes. ¿Sentís satisfacción? –Resp. ¡Qué me importa esto! La opinión de los hombres es el viento del desierto que levanta el polvo.
15. ¿Veis con placer a vuestros descendientes marchar en el mismo camino, y os interesáis por sus esfuerzos? –Resp. Sí, ya que tienen como objetivo el bien común.
16. Sin embargo, se os reprochan actos de una gran crueldad: ¿los reprobáis ahora? –Resp. Los expío.
17. ¿Veis a los que habéis hecho masacrar? –Resp. Sí.
18. ¿Qué sentimientos tienen por vos? –Resp. El odio y la piedad.
19. Desde que habéis dejado esta vida, ¿volvisteis a ver al sultán Mahmud?–Resp. Sí: en vano huimos uno del otro.
20. ¿Qué sentimiento tenéis uno por el otro ahora? –Resp. Aversión.
21. ¿Cuál es vuestra opinión actual sobre las penas y las recompensas que nos esperan después de la muerte? –Resp. La expiación es justa.
22. ¿Cuál es el mayor obstáculo que habéis tenido que combatir para el cumplimiento de vuestras miras de progreso? –Resp. Yo reinaba sobre esclavos.
23. ¿Pensáis que si el pueblo que tuvisteis que gobernar hubiese sido cristiano, hubiera sido menos rebelde a la civilización? –Resp. Sí; la religión cristiana eleva el alma; la religión mahometana no habla más que de la materia.
24. Cuando encarnado, ¿era absoluta vuestra fe en la religión musulmana? –Resp. No; yo creía en un Dios mayor.
25. ¿Qué pensáis ahora de la religión mahometana? –Resp. Ella no forja a los hombres.
26. ¿Tenía Mahoma, según vos, una misión divina? –Resp. Sí, pero la echó a perder.
27. ¿En qué la echó a perder? –Resp. Quiso reinar.
28. ¿Qué pensáis de Jesús? –Resp. Éste ha venido de Dios.
29. Según vos, ¿cuál de los dos, Jesús o Mahoma, ha hecho más para la felicidad de la Humanidad? –Resp. ¿Por qué lo preguntáis? ¿Qué pueblo Mahoma ha regenerado? La religión cristiana ha salido pura de la mano de Dios: la religión mahometana es la obra de un hombre.
30. ¿Creéis que una de esas religiones está destinada a desaparecer de la faz de la Tierra? –Resp. El hombre progresa siempre; la mejor permanecerá.
31. ¿Qué pensáis de la poligamia, consagrada por la religión musulmana? –Resp. Es uno de los lazos que retienen en la barbarie a los pueblos que la profesan.
32. ¿Creéis que la sumisión de la mujer está en conformidad con las miras de Dios? –Resp. No; la mujer es igual al hombre, ya que el Espíritu no tiene sexo.
33. Se dice que el pueblo árabe solamente puede ser conducido a través del rigor; ¿no creéis que los malos tratos lo embrutecen más que someterlo? –Resp. Sí, es el destino del hombre: cuando es esclavo se envilece.
34. ¿Podéis transportaros a los tiempos de la Antigüedad, donde el Egipto estaba floreciente, y decirnos cuáles han sido las causas de su decadencia moral? –Resp. La corrupción de las costumbres.
35. Parece que hacéis poco caso a los monumentos históricos que cubren el suelo de Egipto; no nos explicamos esta indiferencia por parte de un príncipe amigo del progreso. –Resp. ¡Qué importa el pasado! El presente no lo reemplazaría.
36. ¿Podríais explicaros más claramente? –Resp. Sí. No sería preciso recordar al egipcio degradado un pasado demasiado brillante: no lo hubiera comprendido. He desdeñado lo que me ha parecido inútil; ¿no podía yo engañarme?
37. Los sacerdotes del antiguo Egipto, ¿tenían conocimiento de la Doctrina Espírita? –Resp. Era la de ellos.
38. ¿Recibían manifestaciones? –Resp. Sí.
39. Las manifestaciones que obtenían los sacerdotes egipcios, ¿tenían la misma fuente que las que obtenía Moisés? –Resp. Sí, él fue iniciado por ellos.
40. ¿De dónde proviene que las manifestaciones de Moisés eran más poderosas que las de los sacerdotes egipcios? –Resp. Moisés quería revelar; los sacerdotes egipcios sólo tendían a ocultar.
41. ¿Pensáis que la doctrina de los sacerdotes egipcios tenía alguna relación con la de los hindúes? –Resp. Sí; todas las religiones madres están ligadas entre sí por lazos casi invisibles: derivan de una misma fuente.
42. ¿Cuál de esas dos religiones, la de los egipcios y la de los hindúes, es la madre de la otra? –Resp. Ellas son hermanas.
43. ¿Cómo se explica que vos, que cuando encarnado erais tan poco esclarecido sobre esas cuestiones, podéis responder con tanta profundidad? –Resp. En otras existencias lo he aprendido.
44. En el estado errante donde estáis ahora, ¿tenéis entonces un pleno conocimiento de vuestras existencias anteriores? –Resp. Sí, salvo de la última.
45. ¿Habéis vivido, entonces, en el tiempo de los faraones? –Resp. Sí; tres veces he vivido en el suelo egipcio: como sacerdote, mendigo y príncipe.
46. ¿En qué reinado habéis sido sacerdote? –Resp. ¡Es tan antiguo! El príncipe era vuestro Sesostris.
47. Según esto, parecería que no habéis progresado, puesto que expiáis ahora los errores de vuestra última existencia. – Resp. Sí, he progresado lentamente; ¿era yo perfecto para ser sacerdote?
48. ¿Es porque habéis sido sacerdote en aquel tiempo que habéis podido hablarnos con conocimiento de causa de la antigua religión de los egipcios? –Resp. Sí; pero no soy lo bastante perfecto como para saberlo todo; otros leen en el pasado como en un libro abierto.
49. ¿Podríais darnos una explicación sobre el motivo de la construcción de las pirámides? –Resp. Es demasiado tarde.
(NOTA – Eran casi las once horas de la noche.)
50. No os haremos más que esta pregunta; ¿podríais responderla? Os lo ruego. –Resp. No, es demasiado tarde, y esta pregunta llevaría a otras.
51. ¿Tendríais la bondad de respondernos en otra ocasión? –Resp. No me comprometo.
52. Os agradecemos, no obstante, la complacencia con la que habéis tenido a bien responder a las otras preguntas. –Resp. ¡Bien! Yo volveré.1
(Tercer artículo – Ver los números de febrero y de marzo de 1858)
No es de nuestro conocimiento que el Sr. Home haya hecho
aparecer, al menos visiblemente para todo el mundo, otras partes del
cuerpo que las manos. Sin embargo, se menciona a un general
muerto en Crimea, que habría aparecido a su viuda haciéndose
visible sólo a ella; pero nosotros no hemos estado en condiciones de
constatar la realidad del hecho, sobre todo en lo que concierne a la
intervención del Sr. Home en esta circunstancia. Nos hemos
limitado a lo que podemos afirmar. ¿Por qué las manos en lugar de
los pies o de la cabeza? Es lo que ignoramos y lo que él mismo
ignora. Al ser interrogados sobre este asunto, los Espíritus han
respondido que otros médiums podrían hacer aparecer la totalidad
del cuerpo; además, no está ahí el punto más importante; si
únicamente las manos aparecen, las otras partes del cuerpo no son
menos patentes, como veremos más adelante.
La aparición de una mano generalmente se manifiesta en primer
lugar bajo el mantel de la mesa, a través de las ondulaciones que
produce al recorrer toda su superficie; después se muestra sobre el
borde del mantel que la misma levanta; algunas veces la mano viene
a posarse sobre el mantel en el centro de la mesa; a menudo ella
toma un objeto y lo lleva debajo. Esta
mano, visible para todos, no es ni vaporosa ni translúcida: tiene el
color y la opacidad naturales; en la muñeca termina en el vacío. Si se
la toca con precaución, confianza y sin segundas intenciones
hostiles, ofrece la resistencia, la solidez y la impresión de una mano
viva; su calor es suave, húmedo y comparable al de una paloma
muerta después de una media hora. De ninguna manera es inerte,
porque se agita, se presta a los movimientos que se le imprime o
resiste, nos acaricia o nos aprieta. Si, al contrario, queréis agarrarla
bruscamente o de sorpresa, sólo tocaréis el vacío. Un testigo ocular
nos ha contado el siguiente hecho que le es personal. Él tenía entre
sus dedos una campanilla de mesa; una mano, al principio invisible
y después perfectamente aparente, vino a tomarla, haciendo
esfuerzos para arrancársela; al no poder conseguirlo, pasó por
encima para hacerla deslizar; el esfuerzo de tracción era tan evidente
como si hubiera sido una mano humana; al quererse aferrar esta
mano vivamente, no se encuentra sino el aire; habiendo separado los
dedos, la campanilla permaneció suspendida en el espacio y vino
lentamente a posarse sobre el parqué.
Algunas veces hay varias manos. El mismo testigo nos ha relatado
el siguiente hecho. Varias personas estaban reunidas alrededor de
una de esas mesas de comedor que se separan en dos. Se producen
golpes; la mesa se agita, se abre por sí misma, y a través de la
hendidura aparecen tres manos, una de tamaño natural, otra muy
grande y una tercera toda velluda; se las toca, se las palpa, ellas os
estrechan y después se desvanecen. En la casa de uno de nuestros
amigos, cuyo hijo había desencarnado en corta edad, es la mano de
un niño recién nacido que aparece; todos pudieron verla y tocarla;
este niño se sienta en el regazo de su madre, que claramente siente la
impresión de todo el cuerpo sobre sus rodillas.
A menudo la mano viene a apoyarse sobre vos; la veis o, si no la
veis, sentís la presión de sus dedos; algunas veces os acaricia, otras
veces os pellizca hasta el dolor. En presencia de varias personas, el
Sr. Home se sintió de ese modo tomado de la muñeca, y los
asistentes pudieron ver su piel estirada. Un instante después sintió
que lo mordían, y la marca de dos dientes quedó visiblemente
expuesta durante más de una hora.
La mano que aparece puede también escribir. Algunas veces se
coloca en el centro de la mesa, toma el lápiz y traza caracteres sobre
el papel dispuesto a ese efecto. Lo más frecuente es que lleva el
papel debajo de la mesa y lo devuelve todo escrito. Si la mano
permanece invisible, la escritura parece ser producida totalmente
sola. A través de ese medio se obtienen respuestas a las diversas
preguntas que se le pueden dirigir.
Otro género de manifestaciones no menos notable, pero que se
explica por lo que acabamos de decir, es el de los instrumentos de
música que tocan solos. Generalmente son pianos o acordeones.
En esta circunstancia, se ven claramente moverse las teclas y el
fuelle agitarse. La mano que toca, tanto puede ser visible como
invisible; el aria que se hace escuchar puede ser una conocida aria,
ejecutada a pedido. Si al artista invisible se lo deja de buen grado,
produce acordes armoniosos, cuyo conjunto recuerda la vaga y
suave melodía del arpa eólica. En la casa de uno de nuestros
suscriptores donde esos fenómenos muchas veces se han producido,
el Espíritu que así se manifestaba era el de un joven que había
fallecido desde algún tiempo y amigo de la familia, que cuando
encarnado tenía un notable talento como músico; la naturaleza de las
arias que preferentemente hacía escuchar no podía dejar ninguna
duda sobre su identidad para las personas que lo habían conocido.
El hecho más extraordinario en este género de manifestaciones no
es, en nuestra opinión, el de la aparición. Si esta aparición fuese
siempre aeriforme, estaría de acuerdo con la naturaleza etérea que
atribuimos a los Espíritus; ahora bien, nada se opondría a que esta
materia etérea se vuelva perceptible a la vista por una especie de
condensación, sin perder su propiedad vaporosa. Lo que es más
extraño, es la solidificación de esta misma materia, lo bastante
resistente como para dejar una impresión visible en nuestros
órganos. En nuestro próximo número daremos la explicación de ese
fenómeno singular tal como resulta de las propias enseñanzas de los
Espíritus. Hoy nos limitaremos a deducir del mismo una
consecuencia relacionada al toque espontáneo de los instrumentos de
música. En efecto, desde el instante en que la tangibilidad
temporaria de esta materia etérea es un hecho adquirido y que en
este estado una mano –aparente o no– ofrece bastante resistencia
para hacer una presión en los cuerpos sólidos, nada hay de
asombroso en que pueda ejercer una presión suficiente para hacer
mover las teclas de un instrumento. Por otra parte, hechos no menos
positivos prueban que esta mano pertenece a un ser inteligente;
tampoco hay nada de asombroso que esta inteligencia se manifieste
a través de sonidos musicales, como puede hacerlo a través de la
escritura o del dibujo. Una vez que se ha entrado en este orden de
ideas, los golpes dados, el movimiento de objetos y todos los
fenómenos espíritas de orden material se explican muy
naturalmente.
En ciertos individuos la malevolencia no conoce límites; la calumnia tiene
siempre veneno para el que se eleve por encima de la multitud. Los
adversarios del Sr. Home han descubierto que el arma del ridículo es
demasiado frágil; en efecto, debía debilitarse contra los nombres honorables
que lo cubren con su protección.Entonces, al no poder más hacer reír a sus
expensas, han querido difamarlo. Se ha difundido el rumor –se adivina con
qué objetivo, y las malas lenguas lo repiten– que el Sr. Home no había partido
a Italia, como lo habíamos anunciado, sino que estaba en la prisión de Mazas
bajo el peso de las más graves acusaciones, que son formuladas como
anécdotas de las que los ociosos y los amantes del escándalo están siempre
ávidos. Podemos afirmar que no hay una palabra de verdad en todas esas
maquinaciones infernales. Tenemos bajo nuestros ojos varias cartas del Sr.
Home fechadas en Pisa, Roma y Nápoles, ciudad ésta donde él se encuentra en
este momento, y estamos en condiciones de dar pruebas de lo que
adelantamos. Los Espíritus tienen mucha razón al decir que los verdaderos
demonios están entre los hombres.
_______
Leemos en un periódico: «Según la Gazette des Hôpitaux (Gaceta de los
Hospitales), en este momento se cuentan, en el hospital de alienados de
Zürich, 25 personas que han perdido la razón gracias a las mesas giratorias y a
los Espíritus golpeadores.»
Para comenzar preguntamos si está bien comprobado que esos 25 alienados
deben todos la pérdida de la razón a los Espíritus golpeadores, lo que al menos
es cuestionable hasta que se tengan pruebas auténticas. Suponiendo que esos
extraños fenómenos hayan podido impresionar sensiblemente a ciertos
caracteres débiles, preguntaremos por otra parte si el miedo al diablo no ha
hecho más locos que la creencia en los Espíritus. Ahora bien, como no se
impedirá a los Espíritus de golpear, el peligro está en la creencia de que todos
los que se manifiestan son demonios. Descartad esta idea haciendo conocer la
verdad, y no se tendrá más miedo que de los fuegos fatuos; la idea de que se
está asediado por el diablo es la que realmente perturba a la razón. Además, he
aquí la contrapartida del artículo anterior. Leemos en otro periódico: «Existe
un curioso documento estadístico de las funestas consecuencias que acarrea,
entre el pueblo inglés, el hábito de la intemperancia y de los licores fuertes. En
100 individuos admitidos en el hospicio de locos de Hamwel, hay 72 cuya
alienación mental debe ser atribuida a la embriaguez.»
_______
Hemos recibido de nuestros suscriptores numerosos relatos de hechos muy
interesantes que nos apresuraremos a publicar en nuestras próximas entregas,
debido a la falta de espacio que nos impide de hacerlo en ésta.
ALLAN KARDEC
Mayo
Fácilmente se conciben la influencia moral de los Espíritus y las
relaciones que pueden tener con nuestra alma o Espíritu encarnado.
Se comprende que dos seres de la misma naturaleza puedan
comunicarse por el pensamiento –que es uno de sus atributos– sin la
ayuda de los órganos de la palabra; pero lo que es más difícil de
darse cuenta son los efectos físicos que ellos pueden producir, tales
como los ruidos, el movimiento de los cuerpos sólidos, las
apariciones y, sobre todo, las apariciones tangibles. Vamos a intentar
dar la explicación de los mismos según los propios Espíritus y según
la observación de los hechos.
La idea que se forma de la naturaleza de los Espíritus vuelve, a
primera vista, esos fenómenos incomprensibles. Se dice que el
Espíritu es la ausencia de toda materia, y que por lo tanto no puede
obrar materialmente; ahora bien, ahí está el error. Al interrogarse los
Espíritus sobre la cuestión de saber si ellos son inmateriales, han
respondido esto: «Inmaterial no es la palabra, porque el Espíritu es
algo; de otro modo no sería nada. Es, si lo queréis, de una materia,
pero de una materia de tal modo etérea que para vos es como si no
existiese.» De esta manera, el Espíritu no es, como algunos lo
creen, una abstracción; es un ser, pero cuya naturaleza íntima escapa
a nuestros sentidos groseros.
Este Espíritu encarnado en el cuerpo constituye el alma; cuando lo
deja con la muerte, no sale despojado de toda envoltura. Todos nos
dicen que conservan la forma que tenían cuando estaban encarnados
y, en efecto, cuando se nos aparecen, es generalmente bajo la que
nosotros los conocíamos.
Observémoslos atentamente en el momento en que acaban de
dejar la existencia; están en un estado de turbación; todo es confuso
a su alrededor;
ven a su cuerpo sano o mutilado, según su género de muerte; por
otro lado, se ven y se sienten vivos; algo les dice que aquél es su
cuerpo, y no comprenden que de él estén separados: el lazo que los
unía todavía no está, por lo tanto, completamente desatado.
Al disiparse ese primer momento de turbación, el cuerpo se vuelve
para ellos como una vieja vestimenta de la que se han despojado sin
lamentos, pero continúan viéndose con su forma primitiva; ahora
bien, esto no es de manera alguna un sistema: es el resultado de
observaciones hechas con innumerables sensitivos. Quiérase ahora
remitirse a lo que hemos relatado sobre ciertas manifestaciones
producidas por el Sr. Home y por otros médiums de ese género: el
aparecimiento de manos que tienen todas las propiedades de manos
vivas, que tocamos, que nos aprietan y que de repente se
desvanecen. ¿Qué debemos sacar en conclusión de eso? Que el
alma no deja todo en el sepulcro y que lleva algo consigo.
De este modo, habría en nosotros dos especies de materia: una
grosera, que constituye la envoltura exterior; la otra sutil e
indestructible. La muerte es la destrucción o, mejor dicho, la
disgregación de la primera, de aquella que el alma abandona; la otra
se desprende y sigue al alma que, de esta manera, se encuentra
siempre teniendo una envoltura; es la que nosotros llamamos
periespíritu. Esta materia sutil, desatada –por así decirlo– de todas
las partes del cuerpo al cual estuvo ligada durante la vida, conserva
de él su impresión; ahora bien, he aquí por qué los Espíritus son
vistos y por qué se nos aparecen tal cual eran cuando estaban
encarnados. Pero esta materia sutil no tiene la tenacidad ni la rigidez
de la materia compacta del cuerpo; es, si podemos expresarnos así,
flexible y expansible; es porque la forma que toma, aunque calcada
sobre la del cuerpo, no es absoluta; se ajusta a la voluntad del
Espíritu que puede darle tal o cual apariencia según lo desee,
mientras que la envoltura sólida le ofrece una resistencia
insuperable; al desembarazarse de esta traba que lo comprimía, el
periespíritu se extiende o se contrae, se transforma, en una palabra,
se presta a todas las metamorfosis, según la voluntad que obre sobre
él.
La observación prueba –e insistimos en la palabra observación,
porque toda nuestra teoría es la consecuencia de hechos estudiados–
que la materia sutil que constituye la segunda envoltura del Espíritu,
solamente se desprende poco a poco y no instantáneamente del
cuerpo. De esta manera, los lazos que unen el alma y el cuerpo no se
rompen súbitamente por la muerte; ahora bien, el estado de
turbación que hemos observado se mantiene durante todo el tiempo
en que se opera el desprendimiento; el Espíritu sólo recobra la entera
libertad de sus facultades y la conciencia neta de sí mismo cuando
este desprendimiento está completo.
La experiencia prueba, aún, que la duración de este
desprendimiento varía
según los individuos. En algunos se opera en tres o cuatro días,
mientras que en otros no se completa sino al cabo de varios meses.
De este modo, la destrucción del cuerpo, la descomposición pútrida
no son suficientes para operar la separación; es por eso que ciertos
Espíritus dicen: Siento que me roen los gusanos.
En algunas personas la separación comienza antes de la muerte;
son aquellas que, cuando encarnadas, se elevaron por el pensamiento
y la pureza de sus sentimientos por encima de las cosas materiales;
la muerte no encuentra más que débiles lazos entre el alma y el
cuerpo, y estos lazos se desatan casi instantáneamente. Cuanto más
el hombre hubo vivido materialmente, cuanto más dejó absorber sus
pensamientos en los goces y en las preocupaciones de la
personalidad, más tenaces son esos lazos; parece que la materia sutil
está identificada con la materia compacta y que hay entre ellas una
cohesión molecular; he aquí por qué sólo se separan lenta y
difícilmente.
En los primeros instantes que siguen a la muerte, cuando todavía
hay unión entre el cuerpo y el periespíritu, éste conserva mucho
mejor la impresión de la forma corporal, de la cual refleja –por así
decirlo– todos los matices e incluso todos los accidentes. He aquí
por qué un ajusticiado nos decía, pocos días después de su
ejecución: Si pudierais verme, me veríais con la cabeza separada del
tronco. Un hombre que había muerto asesinado nos decía: Ved la
herida que me han hecho en el corazón. Él creía que nosotros
podíamos verla.
Estas consideraciones nos conducirían a examinar la interesante
cuestión de la sensación de los Espíritus y de sus sufrimientos; lo
haremos en otro artículo, queriendo limitarnos aquí al estudio de
las manifestaciones físicas.
Por lo tanto, observemos al Espíritu revestido de su envoltura
semimaterial o periespíritu, teniendo la forma o apariencia que tenía
cuando estaba encarnado. Incluso algunos se sirven de esta
expresión para designarse; ellos dicen: Mi apariencia está en tal
lugar. Evidentemente están ahí los manes de los Antiguos. La
materia de esta envoltura es lo bastante sutil como para escapar a
nuestra vista en su estado normal; pero no es por esto absolutamente
invisible. Para comenzar, digamos que la vemos con los ojos del
alma, en las visiones que se producen durante los sueños; pero no es
de eso que nos vamos a ocupar. En esa materia etérea puede suceder
tal modificación, que el propio Espíritu puede hacerla pasar por una
especie de condensación que la vuelva perceptible a los ojos del
cuerpo; esto es lo que ha tenido lugar en las apariciones vaporosas.
La sutileza de esta materia le permite atravesar los cuerpos sólidos;
he aquí por qué estas apariciones no encuentran obstáculos, y por
qué se desvanecen frecuentemente a través de las paredes. La
condensación puede llegar al punto de producir la resistencia y la tangibilidad; es el caso de las manos que se ven y se tocan; pero esta
condensación (es la única palabra de que podemos servirnos para
expresar nuestro pensamiento, aunque la expresión no sea
perfectamente exacta), esta condensación –decíamos– o, mejor
dicho, esta solidificación de la materia etérea, al no estar en su
estado normal, es temporaria o accidental; he aquí por qué esas
apariciones tangibles, en un momento dado, nos escapan como una
sombra. Así, del mismo modo que vemos un cuerpo presentársenos
en estado sólido, líquido o gaseoso, según su grado de condensación,
del mismo modo la materia etérea del periespíritu puede
presentársenos en estado sólido, vaporoso visible o vaporoso
invisible. A continuación, veremos cómo se opera esta modificación.
Al ser tangible, la mano aparente ofrece una resistencia; ejerce una
presión y deja marcas; opera una tracción en los objetos que
agarramos; por lo tanto, hay en ella una fuerza. Ahora bien, estos
hechos, que no son hipótesis, pueden ponernos en camino de las
manifestaciones físicas.
Al principio notemos que esta mano obedece a una inteligencia,
puesto que obra espontáneamente, da signos inequívocos de
voluntad y obedece al pensamiento; por lo tanto, pertenece a un ser
completo que no nos muestra sino esa parte de sí mismo, y lo que lo
prueba es que produce impresiones con las partes invisibles, al dejar
marcas con los dientes sobre la piel y al hacer sentir dolor.
Entre las diferentes manifestaciones, una de las más interesantes
es indiscutiblemente la ejecución espontánea de instrumentos de
música. A este efecto, los pianos y los acordeones parecen ser los
instrumentos de predilección. Este fenómeno se explica de forma
muy natural por lo dicho anteriormente. La mano que tiene la fuerza
de agarrar un objeto puede muy bien tenerla para presionar las teclas
y hacer sonar el instrumento; además, se han visto varias veces los
dedos de la mano en acción, y cuando no se ve la mano se ven las
teclas moverse y el fuelle abrirse y cerrarse. Esas teclas sólo pueden
ser movidas por una mano invisible, la cual da prueba de
inteligencia al hacer escuchar, no sonidos incoherentes, sino arias
absolutamente rítmicas.
Puesto que esta mano puede clavarnos sus uñas en la carne,
pellizcarnos y arrancarnos lo que está entre nuestros dedos; puesto
que la vemos agarrar y llevar un objeto como lo haríamos nosotros
mismos, ella también puede dar golpes, levantar y volcar una mesa,
hacer sonar una campanilla, correr las cortinas e incluso dar una
bofetada oculta.
Sin duda ha de preguntarse cómo esa mano puede tener la misma
fuerza en el estado vaporoso invisible que en el estado tangible. ¿Y
por qué no?
¿Vemos el aire que derriba los edificios, el gas que lanza un
proyectil, la electricidad que transmite señales o el fluido del imán
que levanta las masas? ¿Por qué la materia etérea del periespíritu
sería menos poderosa? Pero no vamos a querer someterla a nuestras
experiencias de laboratorio y a nuestras fórmulas algebraicas; no
vamos, sobre todo, porque al tomar los gases como término de
comparación, no les asignaremos propiedades idénticas ni
calcularemos sus fuerzas como computamos las del vapor. Hasta el
presente, ella escapa a todos nuestros instrumentos; es una nueva
orden de ideas que no es de la incumbencia de las Ciencias exactas;
he aquí por qué dichas Ciencias no dan una aptitud especial para
apreciarlas.
Solamente damos esta teoría del movimiento de los cuerpos
sólidos bajo la influencia de los Espíritus para mostrar la cuestión en
todos sus aspectos y para probar que, sin salir mucho de las ideas
recibidas, se puede comprender la acción de los Espíritus sobre la
materia inerte; pero hay otra, de un alto alcance filosófico, dada por
los propios Espíritus, y que derrama sobre esta cuestión una luz
enteramente nueva; se ha de comprenderla mejor después de
habérsela leído; además, es útil conocer todos los sistemas, a fin de
poder comparar.
Por lo tanto, queda ahora por explicar cómo se opera esta
modificación de la sustancia etérea del periespíritu; por cuál proceso
el Espíritu opera y, como consecuencia, el papel de los médiums de
efectos físicos en la producción de esos fenómenos; lo que sucede
con ellos en esta circunstancia, la causa y la naturaleza de su
facultad, etc. Es lo que haremos en un próximo artículo.
Ya habíamos escuchado hablar de ciertos fenómenos espíritas que
en 1852 tuvieron una gran repercusión en la Baviera renana, en los
alrededores de Spira, y sabíamos que un relato auténtico de los
mismos había sido publicado en un opúsculo alemán. Después de
largas investigaciones infructíferas, una dama –entre nuestros
suscriptores de Alsacia–, que en esta circunstancia ha demostrado un
gran interés y una perseverancia de las cuales le somos infinitamente
agradecidos, finalmente consiguió encontrar ese opúsculo que ha
tenido a bien hacernos llegar. Nosotros damos la traducción in
extenso; sin duda, será leída con tanto más interés cuanto es, entre
tantas otras, una prueba más de que hechos de este género son de
todos los tiempos y de todos los países, puesto que han sucedido en
una época en que apenas se comenzaba a hablar de Espíritus.
PREFACIO
Hace varios meses un acontecimiento extraño es el asunto de
todas las conversaciones de nuestra ciudad y de los alrededores.
Queremos referirnos al Golpeador –como se lo llama– de la casa del
sastre Pierre Senger.
Hasta ahora nos abstuvimos de cualquier narración en nuestra
publicación –Journal de Bergzabern (Periódico de Bergzabern)–
sobre las manifestaciones que se han producido en aquella casa
desde el 1° de enero de 1852; pero como las mismas han llamado la
atención general, a tal punto que las autoridades creyeron un deber
pedir al Dr. Bentner una explicación al respecto, y que incluso el Dr.
Dupping, de Spira, se dirigió al lugar de los hechos para observarlos,
no podemos postergar más tiempo en entregarlos al público.
Nuestros lectores no esperen de nosotros un juicio sobre la
cuestión, en el cual estaríamos en aprietos; dejamos esa incumbencia
a aquellos que, por la naturaleza de sus estudios y de su posición,
son más aptos para pronunciarse, lo que además harán sin dificultad
si consiguieren descubrir la causa de esos efectos. En cuanto a
nosotros, nos limitaremos al simple relato de los hechos,
principalmente de los que hemos sido testigo o de los que hemos
obtenido de personas dignas de fe, dejando al lector que forme su
opinión.
F.-A. BLANCK,
Redactor del Journal de Bergzabern.
Mayo de 1852
El 1° de enero de este año (1852), la familia de Pierre Senger, de
Bergzabern, oyó en su casa –y en un cuarto vecino al que
comúnmente se encontraba– como un martilleo que al principio
comenzaba con golpes sordos que parecían venir de lejos, y que
después se volvían sucesivamente más fuertes y más marcados. Esos
golpes parecían ser dados contra la pared, junto a la cual estaba
ubicada la cama donde dormía su hija de once años de edad.
Habitualmente el ruido se escuchaba entre las nueve y media y las
diez y media. Al principio, los esposos Senger no le prestaron
atención, pero como esta singularidad se repetía a cada noche, ellos
pensaron que el ruido podía provenir de la casa vecina, donde un
enfermo se divertía, a manera de pasatiempo, en tocar el tambor
contra la pared. Luego se convencieron que ese enfermo no existía y
que no podría ser la causa de ese ruido. Removieron el piso del
cuarto, derrumbaron la pared, pero sin resultado. La cama fue
transportada hacia el lado opuesto del cuarto; entonces sucedió una
cosa asombrosa: el ruido apareció en aquel lugar, tan pronto como la
niña se durmió. Estaba claro que la niña participaba en
algo en la manifestación del ruido, y se supuso, después de que todas
las investigaciones de la policía no hubieron descubierto nada, que
ese hecho debía ser atribuido a una enfermedad de la niña o a una
particularidad de su conformación. Sin embargo, hasta entonces
nada ha venido a confirmar esta suposición. Es, todavía, un enigma
para los médicos.
A la espera de esto, la situación continuó desarrollándose: el ruido
se prolongó por más de una hora y los golpes aplicados tenían más
fuerza. La niña fue cambiada de cuarto y de cama, pero el golpeador
se manifestó en este nuevo cuarto, bajo la cama, en la propia cama y
en la pared. Los golpes efectuados no eran idénticos; unas veces
eran fuertes, otras veces débiles y aislados, y otras, en fin, se
sucedían rápidamente, siguiendo el ritmo de marchas militares y de
danzas.
Desde algunos días la niña ocupaba el cuarto mencionado, cuando
se notó que, durante su sueño, emitía palabras breves e incoherentes.
Luego las palabras se volvieron más claras y más inteligibles;
parecía que la niña conversaba con otro ser, sobre el cual tenía
autoridad. Entre los hechos que diariamente se producían, el autor de
este opúsculo relatará uno del cual ha sido testigo: La niña estaba en
su cama, acostada sobre el lado izquierdo. Ni bien se durmió, los
golpes comenzaron y ella se puso a hablar de este modo: «–Tú, tú,
toca una marcha». Y el golpeador tocaba una marcha que se parecía
bastante a una marcha bávara. A la orden de: «¡Alto!», de la niña, el
golpeador paró. Entonces, la niña dijo: «–Golpea tres, seis, nueve
veces», y el golpeador ejecutó la orden. A una nueva orden de que
diera 19 golpes, se escucharon 20; la niña, que continuaba dormida,
dijo: «–No está bien, fueron 20 golpes», e inmediatamente 19 golpes
fueron contados. Luego la niña pidió 30 golpes; se escucharon 30
golpes. «–100 golpes». Sólo se pudo contar hasta 40, ya que los
golpes se sucedieron rápidamente. En el último golpe, la niña dijo:
«–Está bien; ahora 110». Aquí solamente se pudo contar hasta cerca
de 50. En el último golpe, la niña dijo, dormida: «–No es así, sólo
fueron 106», e inmediatamente otros 4 golpes se escucharon para
completar el número de 110. Luego la niña pidió: «–¡Mil!» No
fueron dados sino 15 golpes. «–¡Bien, vamos!» Hubo aún 5 golpes
más y el golpeador se detuvo. Entonces, los asistentes tuvieron la
idea de dar ellos mismos las órdenes al golpeador, el cual las
ejecutó. Se detenía cuando recibía la orden de: «¡Alto! ¡Silencio!
¡Quieto!» Después él mismo, y sin recibir orden alguna, comenzaba
a golpear. En un rincón del cuarto, uno de los asistentes dijo, en voz
baja, que quería pedir –sólo por el pensamiento– que golpease 6
veces. Entonces, el experimentador se ubicó delante de la cama y no
dijo una sola palabra: se escucharon 6 golpes. Mientras tanto, fueron
ordenados a través del pensamiento que se dieran 4 golpes: 4 golpes
fueron efectuados. La misma experiencia ha sido intentada por otras
personas, pero no siempre ha tenido
éxito. Luego la niña extendió los miembros, sacó las cobijas y se
levantó.
Cuando se le preguntó lo que había sucedido, respondió que había
visto a un hombre grande y de mal aspecto que permanecía delante
de su cama y le apretaba las rodillas. Agregó que sentía en las
rodillas un dolor cuando este hombre golpeaba. La niña se durmió
nuevamente y las mismas manifestaciones se repitieron hasta el
momento en que el reloj del cuarto dio las once horas. De repente el
golpeador se calló, la niña entró en un sueño tranquilo –que se
reconoció por la regularidad de su respiración– y en esa noche nada
más se escuchó. Hemos notado que, bajo la orden que recibía, el
golpeador ejecutaba marchas militares. Varias personas afirman que
cuando se le pedía una marcha rusa, austríaca o francesa, la misma
era ejecutada con mucha exactitud.
El 25 de febrero, la niña dijo dormida: «–Tú no quieres golpear
más ahora, quieres raspar; ¡está bien! Yo quiero ver cómo lo harás».
Y, en efecto, al día siguiente, el 26, en lugar de golpes se escucharon
raspaduras que parecían venir de la cama y que se han manifestado
hasta este día. Los golpes se mezclaron con las raspaduras, tanto
alternada como simultáneamente, de tal manera que, en las arias de
marcha o de danza, las raspaduras hacían la primera parte y los
golpes la segunda. Según lo pedido, la hora del día y la edad de las
personas presentes eran indicadas por raspaduras o por golpes secos.
Con respecto a la edad de las personas, algunas veces había errores;
pero eran rectificados en la 2ª o en la 3ª vez, cuando se le decía que
el número de golpes efectuados no era exacto. Otras veces, en lugar
de responder a la edad preguntada, el golpeador ejecutaba una
marcha.
Durante el sueño, el lenguaje de la niña se volvió a cada día más
perfecto. Lo que al principio eran solamente palabras simples u
órdenes muy breves al golpeador, después se transformó en una
conversación mantenida con sus parientes. De este modo, un día
conversó con su hermana mayor sobre temas religiosos y en un tono
de exhortación e instrucción, diciéndole que ella debería ir a misa,
hacer sus oraciones todos los días y mostrar su sumisión y
obediencia a su padre y a su madre. A la noche retomó los mismos
temas de conversación; en sus enseñanzas nada había de teológico,
sino solamente algunas nociones que se aprenden en la escuela.
Antes de sus conversaciones se escuchaban, por lo menos durante
una hora, golpes y raspaduras, no sólo durante el sueño de la niña,
sino también cuando ésta se encontraba en estado de vigilia.
Nosotros la hemos visto comer y beber mientras los golpes y las
raspaduras se manifestaban, y también la hemos visto –en estado de
vigilia– dar al golpeador órdenes que fueron todas ejecutadas.
El sábado 6 de marzo, a la noche, habiendo la niña de día –y
totalmente despierta– predicho a su padre que el golpeador
aparecería a las nueve horas, varias personas se reunieron en la casa
del Sr. Senger. A las nueve horas en punto, cuatro golpes tan
violentos fueron dados contra la pared que los asistentes se
asustaron. Inmediatamente, y por primera vez, los golpes fueron
dados en la madera de la cama y exteriormente; todo el lecho se
sacudió. Esos golpes se manifestaron por todos los lados de la cama,
tanto en un lugar como en otro. Los golpes y las raspaduras se
alternaron en el lecho. A la orden de la niña y de las personas
presentes, los golpes se hicieron escuchar ya sea en el interior de la
cama, como en el exterior. De repente el lecho se levantó en sentidos
diferentes, mientras que los golpes eran aplicados con fuerza. Más
de cinco personas intentaron, en vano, bajar la cama; entonces,
habiendo desistido de hacerlo, el lecho aún se balanceó algunos
instantes y después retomó su posición natural. Este hecho ya había
tenido lugar una vez, antes de esta manifestación pública.
También todas las noches la niña hacía una especie de discurso.
De esto vamos a hablar muy sucintamente.
Ante todo es preciso remarcar que la niña, luego que bajaba la
cabeza, se dormía, y los golpes y las raspaduras comenzaban. Con
los golpes, la niña gemía, agitaba sus piernas y parecía sentirse mal.
No sucedía lo mismo con las raspaduras. Cuando llegaba el
momento de hablar, la niña se acostaba y su rostro se volvía pálido,
así como sus manos y sus brazos. Hacía señales con la mano derecha
y decía: «–¡Vamos! Ven delante de mi cama y junta tus manos: voy
a hablarte del Salvador del mundo». Entonces, los golpes y las
raspaduras cesaban y todos los asistentes escuchaban con una
respetuosa atención el discurso de la niña adormecida.
Ella hablaba despacio, muy inteligiblemente y en puro alemán, lo
que sorprendía tanto más cuanto menos avanzada era la niña en
comparación con sus compañeros de clase, lo que sobre todo
provenía de una afección a la vista que le impedía estudiar. Sus
conversaciones versaban sobre la vida y las acciones de Jesús desde
los doce años, de su presencia en el templo con los escribas, de sus
beneficios hacia la Humanidad y de sus milagros; luego ella se
extendía en el relato de sus sufrimientos, y censuraba severamente a
los judíos por haber crucificado a Jesús, a pesar de sus numerosas
bondades y bendiciones. Al terminar, la niña dirigía a Dios una
fervorosa oración «por concederle la gracia de soportar con
resignación los sufrimientos que le había enviado, ya que había sido
elegida para entrar en comunicación con el Espíritu». Pedía a Dios
para no dejarla morir todavía, ya que era sólo una niña y que no
quería descender a la tumba oscura. Terminados sus discursos,
recitaba con una voz solemne el Paternóster, después del cual decía:
«Ahora puedes venir», e inmediatamente los golpes y las raspaduras
volvían a comenzar. También habló dos veces al Espíritu y, a cada vez, el Espíritu
golpeador se detenía. Aún decía algunas palabras y después: «Ahora
puedes irte en el nombre de Dios». Y se despertaba.
Durante esos discursos los ojos de la niña permanecían bien
cerrados, pero sus labios se movían; las personas que estaban más
próximas pudieron notar este movimiento. La voz era pura y
armoniosa.
Al despertarse, le preguntaron lo que había visto y lo que había
sucedido. Ella respondió: «–¿Dónde se encuentra el hombre que
vino a verme? –Cerca de mi cama, con otras personas. –¿Has visto a
otras personas? –He visto a las que estaban cerca de mi cama.»
Fácilmente se comprenderá que semejantes manifestaciones
encontraron muchos incrédulos, y se supuso que toda esta historia
no era más que una mistificación; pero el padre no era capaz de una
prestidigitación, sobre todo de una prestidigitación que habría
exigido toda la destreza de un prestidigitador de profesión; él goza
de la reputación de un hombre cabal y honesto.
Para responder a esas sospechas y hacerlas cesar, la niña fue
trasladada a otra casa. Apenas hubo ahí llegado, los golpes y las
raspaduras se hicieron escuchar. Además, algunos días antes, la niña
había ido con su madre a un pequeño pueblo llamado Capelle, a
media legua de allí, a la casa de la viuda Klein; al llegar, ella dijo
que estaba fatigada; la acostaron en un canapé e inmediatamente el
mismo fenómeno tuvo lugar. Varios testigos pueden afirmar el
hecho. Aunque la niña parecía saludable, no obstante debía estar
afectada por una enfermedad que si no quedase probada por las
manifestaciones anteriormente relatadas, al menos lo sería por los
movimientos involuntarios de los músculos y de los sobresaltos
nerviosos.
Para terminar, haremos notar que hace algunas semanas la niña ha
sido llevada a la casa del Dr. Bentner, donde debería permanecer
para que este erudito pudiese estudiar más de cerca los fenómenos
en cuestión. Desde entonces, todo ruido ha cesado en la casa de los
Senger y se ha producido en la del Dr. Bentner.
Tales son, en toda su autenticidad, los hechos que han sucedido.
Nosotros los entregamos al público sin emitir juicio alguno. Que los
hombres estudiosos del tema puedan darnos pronto una explicación
satisfactoria.
BLANCK
La explicación solicitada por el narrador que acabamos de citar es
fácil de dar; no hay sino una, y sólo la Doctrina Espírita puede
proporcionarla. Estos fenómenos no tienen nada de extraordinario
para quien esté familiarizado con aquellos a que nos han habituado
los Espíritus. Se sabe qué papel ciertas personas hacen jugar a la
imaginación; sin duda, si la niña solamente hubiese tenido visiones, los partidarios de la alucinación estarían en condiciones favorables;
pero aquí había efectos físicos de una naturaleza inequívoca que han
tenido un gran número de testigos, y sería preciso suponer que todos
eran alucinados al punto de creer que escuchaban lo que no
escuchaban, y que veían moverse muebles inmóviles; ahora bien,
habría allí un fenómeno aún más extraordinario. A los incrédulos
sólo les queda un recurso: el de negar; es más fácil, y así se evita
razonar.
Al examinar la cuestión desde el punto de vista espírita, es
evidente que el Espíritu que se ha manifestado era inferior al de la
niña, puesto que le obedecía; incluso estaba subordinado a los
asistentes, puesto que ellos también le daban órdenes. Si no
supiésemos por la Doctrina que los Espíritus llamados golpeadores
están en lo bajo de la escala, lo que sucedió sería una prueba. En
efecto, no se concebiría que un Espíritu elevado, como tampoco
nuestros sabios y nuestros filósofos, viniera a divertirse al tocar
marchas y valses o, en una palabra, a representar el papel de juglar,
ni a someterse a los caprichos de los seres humanos. Él se presenta
con los rasgos de un hombre de mal aspecto, circunstancia que no
hace más que corroborar esta opinión; en general, la moral se refleja
en la envoltura. Por lo tanto, para nosotros queda comprobado que el
golpeador de Bergzabern es un Espíritu inferior, de la clase de los
Espíritus ligeros, que se ha manifestado como tantos otros lo han
hecho y lo hacen todos los días.
Ahora, ¿con qué objetivo ha venido? La noticia no dice que haya
sido llamado; hoy, que se está más experimentado en estas cosas, no
se dejaría venir a un visitante tan extraño sin informarse lo que
quiere. Por lo tanto, no podemos sino establecer una conjetura. Es
cierto que él no ha hecho nada que develase maldad o mala
intención; la niña no ha sufrido ninguna perturbación, ni física ni
moral; sólo los hombres habrían podido perturbar su moral al
impresionar su imaginación con cuentos ridículos, y ella es feliz de
que no lo hayan hecho. Por muy inferior que fuese, este Espíritu no
era, pues, ni malo ni malévolo; era simplemente uno de esos
Espíritus tan numerosos de los cuales estamos rodeados sin cesar,
sin nosotros saberlo. Pudo haber obrado en esta circunstancia por un
simple efecto de su capricho, como también pudo hacerlo por
instigación de Espíritus elevados, con la finalidad de despertar la
atención de los hombres y convencerlos de la realidad de un poder
superior, fuera del mundo corporal.
En cuanto a la niña, es cierto que era una de esas médiums de
efectos físicos, dotadas –sin saberlo– de esta facultad, y que son para
los otros médiums lo que los sonámbulos naturales son para los
sonámbulos magnéticos. Esta facultad, dirigida con prudencia por un
hombre experimentado en esta nueva ciencia, hubiera podido
producir cosas más extraordinarias todavía y de naturaleza a
derramar una nueva luz sobre estos fenómenos, que sólo son
maravillosos porque no se los comprende.
(19 y 26 de enero de 1858)
I
Un soberbio poseía algunos acres de buena tierra; estaba
envanecido con las pesadas espigas que cubrían su campo, y sólo
tenía una mirada de desdén para con el campo estéril del humilde.
Éste se levantaba con el canto del gallo y pasaba todo el día curvado
sobre el suelo ingrato; recogía pacientemente las piedras y las
arrojaba al borde del camino; removía profundamente la tierra y
extirpaba penosamente las zarzas que la cubrían. Ahora bien, su
sudor fecundó el campo, que se convirtió en un puro trigal.
Entretanto, la cizaña crecía en el campo del soberbio y sofocaba al
trigo, mientras que el dueño se vanagloriaba de su fecundidad y
miraba con ojos de piedad los esfuerzos silenciosos del humilde.
En verdad os digo que el orgullo es semejante a la cizaña que
sofoca al buen grano. Aquel de vosotros que se crea más que su
hermano y que se vanaglorie de sí mismo es insensato; pero es sabio
el que trabaja en sí mismo como el humilde en su campo, sin
envanecerse de su obra.
II
Había un hombre rico y poderoso que tenía el favor del príncipe;
vivía en el palacio, y numerosos sirvientes se apresuraban en sus
pasos para satisfacer sus deseos.
Un día en que su jauría asechaba a un ciervo en las profundidades
de un bosque, percibió a un pobre leñador que caminaba
penosamente bajo el peso de un haz de leña; lo llamó y le dijo:
–¡Vil esclavo! ¿Por qué caminas sin inclinarte ante mí? Soy igual
a tu señor: mi voz decide en los consejos de paz o de guerra, y los
grandes del reino se curvan ante mí. Debes saber que soy sabio entre
los sabios, poderoso entre los poderosos, grande entre los grandes, y
mi rango es obra de mis manos.
–¡Señor! –respondió el pobre hombre–, tuve recelo que mi
humilde saludo fuese una ofensa para vos. Soy pobre y el único bien
que tengo son mis brazos, pero no deseo vuestras engañosas
grandezas. Duermo mi propio sueño, y no temo como vos que el
placer del señor me haga caer en mi oscuridad.
Ahora bien, el príncipe se cansó del orgullo del soberbio; los
grandes humillados se irguieron sobre él, y fue precipitado de lo alto
de su poder, como la hoja seca que el viento barre de la cima de una
montaña; pero el humilde continuó pacíficamente su rudo trabajo,
sin acongojarse por el día de mañana.
III
¡Soberbio, humíllate, porque la mano del Señor doblegará tu
orgullo hasta el polvo!
¡Escucha! Has nacido donde el destino te ha colocado; has salido
débil y desnudo del seno de tu madre, como el último de los
hombres. Entonces, ¿por qué levantas tu frente más alto que la de tus
semejantes, tú, que has nacido como ellos para el dolor y para la
muerte?
¡Escucha! Tus riquezas y grandezas –vanidades de la nada–
escaparán de tus manos cuando llegue el gran día, como las aguas
impetuosas del torrente que el sol seca. No llevarás de tu riqueza
sino las tablas del ataúd, y los títulos grabados en tu lápida sepulcral
serán palabras sin sentido.
¡Escucha! El perro del sepulturero jugará con tus huesos, que
serán mezclados con los del mendigo, y tu polvo se confundirá con
el suyo, porque un día ambos seréis polvo. Entonces maldecirás los
dones que has recibido, viendo al mendigo revestirse de su gloria, y
llorarás tu orgullo.
Humíllate, soberbio, porque la mano del Señor doblegará tu
orgullo hasta el polvo.
__
–San Luis, ¿por qué nos hablas por parábolas? –Resp. El Espíritu
humano ama el misterio; la lección se graba mejor en el corazón
cuando se la ha buscado.
–Parecería que hoy la instrucción nos debe ser dada de una
manera más directa, y sin que haya necesidad de alegoría. –Resp. La
encontraréis en el desarrollo. Deseo ser leído, y la moral tiene
necesidad de estar disfrazada bajo el atractivo del placer.
1. De dos hombres ricos, uno ha nacido en la opulencia y nunca
hubo conocido la necesidad; el otro debe su fortuna a su trabajo;
ambos la emplean exclusivamente para su satisfacción personal;
¿cuál de los dos es el más culpable? –Resp. El que ha conocido el sufrimiento: él sabe lo
que es sufrir.
2. El que acumula sin cesar y sin hacer bien a nadie, ¿encuentra
una excusa admisible en el pensamiento de que él amontona para
dejar más a sus hijos? –Resp. Es un compromiso con la mala
conciencia.
3. De dos avaros, el primero se rehúsa a lo necesario y muere de
necesidad sobre su tesoro; el segundo sólo es avaro para los otros: es
pródigo para sí mismo; mientras que se rehúsa al más leve sacrificio
para ayudar o hacer una cosa útil, nada le cuesta para satisfacer sus
goces personales y sus múltiples caprichos. Si le piden un servicio,
está siempre incomodado. ¿Cuál es el más culpable y cuál tendrá el
peor lugar en el mundo de los Espíritus? –Resp. El que ha gozado;
el otro ya ha encontrado su punición.
4. Aquel que, cuando encarnado, no ha hecho un empleo útil de su
fortuna, ¿encuentra un alivio haciendo el bien después de la muerte,
por la destinación que le da? –Resp. No; el bien vale lo que cuesta.
Hemos extraído el siguiente pasaje de la carta de uno de nuestros
suscriptores.
«... Hace algunos años he perdido una esposa buena y virtuosa y, a
pesar de los seis hijos que me ha dejado, me encontraba en un
aislamiento completo, cuando escuché hablar de las manifestaciones
espíritas. Poco después yo estaba en medio de un pequeño Círculo
de buenos amigos que todas las noches se ocupaban de este objeto.
Entonces, en las comunicaciones que hemos obtenido, he aprendido
que la verdadera vida no está en la Tierra, sino en el mundo de los
Espíritus; que mi Clémence se encontraba allí feliz y que, como los
otros, trabajaba para la felicidad de aquellos que había conocido en
este mundo. Ahora bien, he aquí el punto sobre el cual deseo
ardientemente ser esclarecido por vos.
«Le he dicho una noche a mi Clémence: Mi querida amiga, a
pesar de todo nuestro amor, ¿por qué sucedía de no siempre ver las
cosas de la misma manera en las diferentes circunstancias de nuestra
vida en común, y por qué éramos frecuentemente forzados a
hacernos mutuas concesiones para vivir en buena armonía?
«Ella me ha respondido esto: Amigo mío, nosotros éramos
personas buenas y honestas; hemos vivido juntos y podemos decir
que de la mejor manera posible en esta Tierra de pruebas; pero no éramos nuestras mitades eternas.
Estas uniones son raras en la Tierra; aunque puedan ser encontradas,
son un gran favor de Dios; los que tienen esa felicidad sienten
alegrías que te son desconocidas.
«¿Puedes decirme –le repliqué– si ves a tu mitad eterna? –Sí, dijo
ella; es un pobre diablo que vive en Asia; él no podrá unirse a mí
sino hasta dentro de años (según vuestra manera de contar). –
¿Estaréis unidos en la Tierra o en otro mundo? –En la Tierra. Pero
escucha: yo no puedo describirte bien la felicidad de los seres así
unidos; voy a pedir a Eloísa y a Abelardo que consientan en
informarte.
«–Entonces, señor, estos seres dichosos vinieron a hablarnos de
esa felicidad indescriptible. “Por nuestra voluntad –dijeron–, dos no
hacen sino uno; viajamos en los espacios; disfrutamos de todo; nos
amamos con un amor sin fin, por encima del cual sólo existe el amor
de Dios y de los seres perfectos. Vuestras mayores alegrías no valen
una sola de nuestras miradas, ni uno sólo de nuestros abrazos”.
«El pensamiento de las mitades eternas me regocija. Parece que
Dios, al crear la Humanidad, la hizo doble, y les ha dicho, al separar
las dos mitades de una misma alma: Id por los mundos y buscad las
encarnaciones. Si hiciereis el bien, el viaje será corto y os permitiré
uniros; si fuere de otro modo, pasarán siglos antes que podáis
disfrutar de esta felicidad. Tal es –me parece– la causa principal del
movimiento instintivo que lleva a la Humanidad a buscar la
felicidad, la cual uno no comprende y no se da el tiempo de
comprender.
«Señor, deseo fervientemente ser esclarecido sobre esta teoría de
las mitades eternas y me sentiré feliz en encontrar una explicación al
respecto en uno de vuestros próximos números...»
Al ser interrogados sobre este punto, Abelardo y Eloísa nos han
dado las siguientes respuestas:
Preg. ¿Han sido las almas creadas dobles? –
Resp. Si hubieran sido
creadas dobles, las simples serían imperfectas.
Preg. ¿Es posible que dos almas puedan unirse en la eternidad y
formar un todo? –
Resp. No.
Preg. Tú y Eloísa ¿formabais, desde el origen, dos almas bien
distintas? –Resp. Sí.
Preg. ¿Formáis todavía, en este momento, dos almas distintas? –
Resp. Sí, pero siempre unidas.
Preg. ¿Se encuentran todos los hombres en las mismas
condiciones? –
Resp. Según sean más o menos perfectos.
Preg. ¿Están destinadas todas las almas a reunirse un día con otra
alma? –
Resp. Cada Espíritu tiene la tendencia a buscar un otro
Espíritu que le sea semejante; tú llamas a esto de simpatía.
Preg. ¿Hay en esta unión una condición de sexo? –
Resp. Los
Espíritus no tienen sexo.
Tanto para complacer el deseo de nuestro suscriptor como para
nuestra propia instrucción, hemos dirigido las siguientes preguntas
al Espíritu san Luis:
1. Las almas que deben reunirse, ¿están predestinadas a esta unión
desde su origen, y cada uno de nosotros tiene en alguna parte del
Universo su mitad, a la cual un día estará fatalmente unido? –Resp. No. No existe una unión particular y fatal entre dos almas. La unión
existe entre todos los Espíritus, pero en grados diferentes, según el
rango que ocupen, es decir, según la perfección que han adquirido:
cuanto más perfectos, más unidos. De la discordia nacen todos los
males humanos; de la concordia resulta la felicidad completa.
2. ¿En qué sentido se debe entender la palabra mitad, de la cual
ciertos Espíritus se sirven a menudo para designar a los Espíritus
simpáticos? –Resp. La expresión es inexacta; si un Espíritu fuera la
mitad del otro, separado de éste, sería incompleto.
3. Dos Espíritus perfectamente simpáticos, una vez reunidos ¿lo
son para la eternidad, o pueden separarse y unirse a otros Espíritus?
–Resp. Todos los Espíritus están unidos entre sí; hablo de aquellos
que han llegado a la perfección. En las esferas inferiores, cuando un
Espíritu se eleva, no es más simpático con aquellos que ha dejado.
4. Dos Espíritus simpáticos, ¿son el complemento uno del otro, o
esta simpatía es el resultado de una perfecta identidad? –Resp. La
simpatía que atrae un Espíritu al otro es el resultado de la perfecta
concordancia de sus tendencias, de sus instintos; si uno tuviera que
completar al otro, perdería su individualidad.
5. La identidad necesaria para la simpatía perfecta, ¿no consiste en
la similitud de pensamientos y de sentimientos, o bien en la
uniformidad de los conocimientos adquiridos? –Resp. En la igualdad
de los grados de elevación.
6. Los Espíritus que no son simpáticos hoy, ¿pueden serlo más
adelante? –Resp. Sí, todos lo serán. De esta manera, el Espíritu que
hoy se encuentra en una esfera inferior, al perfeccionarse llegará a la
esfera donde reside el otro. Su reencuentro tendrá lugar más
prontamente si el Espíritu más elevado, al soportar mal las pruebas a
que se ha sometido, permanece en el mismo estado.
7. Dos Espíritus simpáticos ¿pueden dejar de serlo? –Resp.
Ciertamente, si uno fuere perezoso.
Estas respuestas resuelven perfectamente la cuestión. La teoría de
las mitades eternas es una figura que describe la unión de dos
Espíritus simpáticos; inclusive es una expresión usada en el lenguaje
común, al hablar de dos esposos, y que no es necesario tomar al pie
de la letra; los Espíritus que se han servido de la misma, seguramente no
pertenecen al orden más elevado; la esfera de sus ideas es
necesariamente limitada y han expresado su pensamiento con los
términos que habrían usado durante su existencia corporal. Por lo
tanto, es preciso rechazar esta idea de que dos Espíritus creados el
uno para el otro deban fatalmente un día unirse en la eternidad,
después de haber estado separados durante un lapso de tiempo más o
menos largo.
Uno de nuestros suscriptores nos comunica las dos conversaciones
siguientes que han tenido lugar con el Espíritu Mozart. Nosotros no
sabemos ni dónde ni cuándo esas conversaciones se han realizado;
no conocemos ni a los interrogadores ni al médium; por lo tanto,
somos completamente ajenos a los mismos. A pesar de esto, se ha de
notar la perfecta concordancia que existe entre las respuestas
obtenidas y las que han sido dadas por otros Espíritus sobre diversos
puntos capitales de la Doctrina en circunstancias totalmente
diferentes, ya sea a nosotros o a otras personas, y que las hemos
narrado en nuestros números anteriores y en El Libro de los
Espíritus. Sobre esta similitud llamamos toda la atención de
nuestros lectores, que han de sacar la conclusión que juzguen
oportuna. Por lo tanto, aquellos que piensen que las respuestas a
nuestras preguntas puedan ser el reflejo de nuestra opinión personal,
verán de ese modo si, en esta ocasión, hemos podido ejercer alguna
influencia. 144 Felicitamos a las personas que han tenido esas
conversaciones por la manera conque han realizado las preguntas. A
pesar de ciertas fallas que revelan la inexperiencia de los
interlocutores, en general son formuladas con orden, claridad y
precisión, sin apartarse en absoluto de la línea seria: ésta es una
condición esencial para obtener buenas comunicaciones. Los
Espíritus elevados se dirigen a las personas serias que quieren
esclarecerse de buena fe; los Espíritus ligeros se divierten con las
personas frívolas.
PRIMERA CONVERSACIÓN
1. En el nombre de Dios, Espíritu Mozart, ¿estás aquí? –Resp. Sí.
2. ¿Por qué es Mozart y no otro Espíritu? –Resp. Ha sido a mí a
quien habéis evocado: entonces he venido.
3. ¿Qué es un médium? –Resp. El agente que une mi Espíritu al
tuyo.
4. ¿Cuáles son las modificaciones, tanto fisiológicas como anímicas, que experimenta sin saber el médium al entrar en acción
intermediaria? –Resp. Su cuerpo no siente nada, pero su Espíritu, desprendido parcialmente de la materia, está en comunicación con el mío y me une a vosotros.
5. ¿Qué sucede con él en ese momento? –Resp. Nada con el
cuerpo; pero una parte de su Espíritu es atraída hacia mí; yo hago mover su mano por el poder que mi Espíritu ejerce sobre él.
6. ¿Entonces es de esta manera que el individuo médium entra en comunicación con una individualidad espiritual diferente de la suya? –Resp. Ciertamente; tú también, sin ser médium, estás en relación conmigo.
7. ¿Cuáles son los elementos que convergen en la producción de este fenómeno? –Resp. La atracción de los Espíritus para instruir a los hombres y las leyes de electricidad física.
8. ¿Cuáles son las condiciones indispensables? –Resp. Una
facultad concedida por Dios.
9. ¿Cuál es el principio determinante? –Resp. No puedo decirlo.
10. ¿Podrías revelarnos sus leyes? –Resp. No, no en el presente; más tarde sabréis todo.
11. ¿En qué términos positivos podrías enunciarnos la fórmula
sintética de este fenómeno maravilloso? –Resp. Leyes desconocidas que no podrían ser comprendidas por vosotros.
12. ¿Podría el médium ponerse en relación con el alma de una
persona viva, y en qué condiciones? –Resp. Fácilmente, si la persona viva duerme.X
13. ¿Qué entiendes por la palabra alma? –Resp. La chispa divina.
14. ¿Y por Espíritu? –Resp. El Espíritu y el alma son una misma
cosa.
15. Como Espíritu inmortal, ¿tiene el alma conciencia del acto de
la muerte y conciencia de sí misma, o del yo, inmediatamente después de la muerte? –Resp. El alma no sabe nada del pasado y sólo conoce el futuro después de la muerte del cuerpo; entonces, ella ve su existencia pasada y sus últimas pruebas; elige su nueva expiación para una nueva existencia, y la prueba que va a pasar; es por eso que no debe quejarse de lo que sufre en la Tierra, debiendo así soportarlo con coraje.
16. Después de la muerte, ¿se encuentra el alma desligada de todo elemento y de todo lazo terrestre? –Resp. De todo elemento, no; ella tiene todavía un fluido que le es propio, que extrae de la atmósfera
de su planeta y que representa la apariencia de su última encarnación; los lazos terrestres no son nada más para ella.
X Si una persona viva es evocada en el estado de vigilia, ella puede adormecerse en
el momento de la evocación o al menos sentir un entorpecimiento y una suspensión de
las facultades sensitivas; pero, muy frecuentemente, la evocación no produce efecto,
sobre todo si no es hecha con una intención seria y benevolente. [Nota de Allan
Kardec.]
17. ¿Sabe ella de dónde viene y hacia dónde va? –Resp. La
respuesta decimoquinta contesta a esto.
18. ¿No lleva nada consigo de este mundo? –Resp. Lleva el
recuerdo de sus buenas acciones, el pesar de sus faltas y el deseo de
ir hacia un mundo mejor.
19. ¿Abarca el alma de un vistazo retrospectivo el conjunto de su vida pasada? –Resp. Sí, para servir a su vida futura.
20. ¿Vislumbra ella el objetivo de la vida terrestre, su significado y el sentido de esta vida, así como la importancia del curso que le proporcionamos, con respecto a la vida futura? –Resp. Sí; ella
comprende la necesidad de depuración para llegar al infinito; quiere purificarse para alcanzar los mundos bienaventurados. ¡Soy feliz, pero aún no estoy en los mundos donde se disfruta la visión de Dios!
21. ¿Existe en la vida futura una jerarquía de los Espíritus, y cuál es su ley? –Resp. Sí: es el grado de depuración que la caracteriza; la bondad, las virtudes son los títulos de gloria.
22. Como fuerza progresiva, ¿es la inteligencia que le determina la
marcha ascendente? –Resp. Sobre todo las virtudes: el amor al
prójimo por encima de todo.
23. Una jerarquía de los Espíritus haría suponer una jerarquía de residencias; ¿existe esta última, y bajo qué forma? –Resp. La
inteligencia –don de Dios– es siempre la recompensa de las virtudes: caridad, amor al prójimo. Los Espíritus habitan diferentes planetas
según su grado de perfección: en ellos gozan de más o menos felicidad.
24. ¿Qué es preciso entender por Espíritus superiores? –Resp. Los
Espíritus purificados.
25. ¿Es nuestro globo terrestre el primero de esos grados, el punto de partida, o venimos de más abajo? –Resp. Hay dos globos antes del vuestro, que es uno de los menos perfectos.
26. ¿Cuál es el mundo que habitas? ¿Eres feliz allí? –Resp. Júpiter. Disfruto allí de una gran calma; amo a todos los que me rodean; no tenemos odio.
27. Si te acuerdas de la vida terrestre, debes recordarte de los
esposos A..., de Viena; ¿los has vuelto a ver a ambos después de tu muerte? ¿En qué mundo y en qué condiciones? –Resp. No sé dónde
ellos están; no puedo decírtelo. Uno es más feliz que el otro. ¿Por qué me hablas de ellos?
28. Por una única palabra indicativa de un hecho capital de tu vida, y que no puedes haber olvidado, puedes aportarme una prueba cierta de ese recuerdo. Te ruego que digas esta palabra. –Resp. Amor; reconocimiento.
SEGUNDA CONVERSACIÓN
El interlocutor ya no es el mismo. Por la naturaleza de la
conversación juzgamos que se trata de un músico, feliz por
conversar con un maestro. Después de diversas preguntas que
creemos inútil relatar, Mozart dijo:
1. Finalizad con las preguntas de G...: hablaré contigo; te diré lo
que nosotros entendemos por melodía en nuestro mundo. ¿Por qué
no me has evocado antes? Yo te habría respondido.
2. ¿Qué es la melodía? –Resp. Para ti es a menudo un recuerdo de
la existencia pasada; tu Espíritu se recuerda de lo que ha
vislumbrado en un mundo mejor. En el planeta donde estoy –
Júpiter–, la melodía está por todas partes, en el susurro de las aguas,
en el murmullo de las hojas, en el canto del viento; las flores
murmuran y cantan; todo emite sonidos melodiosos. Sé bueno;
alcanza ese planeta por tus virtudes; has elegido bien al cantar a
Dios: la música religiosa ayuda a la elevación del alma. ¡Cómo
quisiera poder inspiraros el deseo de ver ese mundo donde somos
tan felices! Es pleno de caridad; ¡todo allá es bello! ¡La naturaleza es
tan admirable! Todo os inspira el deseo de estar con Dios. ¡Coraje!
¡Coraje! Creed en mi comunicación espírita: soy realmente yo quien
está aquí; me regocijo de poder deciros lo que sentimos. ¡Que yo
pueda inspiraros bastante el amor al bien para volveros dignos de
esta recompensa, que no es nada comparada con otras a las cuales
anhelo!
3. ¿Es nuestra música la misma que en otros planetas? –Resp. No;
ninguna música puede daros una idea de la música que tenemos allí;
¡es divina! ¡Oh, felicidad! Busca merecer el gozo de semejantes
armonías: ¡lucha, coraje! Nosotros no tenemos instrumentos; son las
plantas y los pájaros que son los coristas; el pensamiento compone y
los oyentes disfrutan sin audición material, sin la ayuda de la palabra
y esto a una distancia inconmensurable. En los mundos superiores es
todavía más sublime.
4. ¿Cuál es la duración de la vida de un Espíritu encarnado en otro
planeta? –Resp. Corta en los planetas inferiores; más larga en los
mundos como el que tengo la felicidad de estar; por término medio,
en Júpiter, de trescientos a quinientos años.
5. ¿Hay una gran ventaja en volver a habitar en la Tierra? –Resp.
No, a menos que sea en misión; entonces, uno adelanta.
6. ¿No seríamos más felices si permaneciéramos como Espíritu? –
Resp. ¡No, no! Quedaríamos estacionarios; pedimos reencarnar para
avanzar hacia Dios.
7. ¿Es la primera vez que yo estoy en la Tierra? –Resp. No; pero
no puedo hablarte del pasado de tu Espíritu.
8. ¿Podría yo verte en sueño? –Resp. Si Dios lo permite, te haré ver mi vivienda, en sueño, y la recordarás.
9. ¿Dónde estás aquí? –Resp. Entre ti y tu hija; yo os veo; estoy bajo la forma que tenía cuando estaba en la Tierra.
10. ¿Podría verte? –Resp. Sí; cree y verás. Si tuvieseis una fe mayor nos sería permitido deciros el porqué; tu propia profesión es un lazo entre nosotros.
11. ¿Cómo has entrado aquí? –Resp. El Espíritu lo atraviesa todo.
12. ¿Estás aún muy lejos de Dios? –Resp. ¡Oh, sí!
13. ¿Comprendes mejor que nosotros qué es la eternidad? –Resp. Sí, sí, vosotros no la podéis comprender estando en el cuerpo.
14. ¿Qué entiendes por Universo? ¿Ha tenido un comienzo y tendrá un fin? –Resp. Según vosotros, ¡el Universo es vuestra
Tierra! ¡Insensatos! El Universo no tuvo comienzo y no tendrá fin; pensad que es la obra de Dios; el Universo es el infinito.
15. ¿Qué debo hacer para tranquilizarme? –Resp. No te inquietes tanto con tu cuerpo; tienes el Espíritu perturbado; resiste a esta tendencia.
16. ¿Qué es esa perturbación? –Resp. Tienes miedo a la muerte.
17. ¿Qué hacer para no tener miedo? –Resp. Creer en Dios; sobre todo, cree que Dios no arrebata a un padre útil de su familia.
18. ¿Cómo llegar a esa tranquilidad? –Resp. Queriendo.
19. ¿Dónde encontrar esta voluntad? –Resp. Distrae tu
pensamiento de eso por el trabajo.
20. ¿Qué debo hacer para depurar mi talento? –Resp. Puedes
evocarme; he obtenido el permiso para inspirarte.
21. ¿Será cuando trabaje? –Resp. ¡Ciertamente! Cuando quieras trabajar, algunas veces estaré a tu lado.
22. ¿Escucharás mi obra? (Una obra musical del interrogador) – Resp. Eres el primer músico que me evoca; vengo a ti con placer y escucho tus obras.
23. ¿Cómo se explica que no hayas sido evocado? –Resp. He sido
evocado, pero no por músicos.
24. ¿Por quién? –Resp. Por varias señoras y aficionados de Marsella.
25. ¿Por qué el Ave ... me conmueve hasta las lágrimas? –Resp. Tu Espíritu se desprende y se une al mío y al de Pergolesi, que me ha inspirado esta obra; pero ya me he olvidado de ese fragmento musical.
26. ¿Cómo has podido olvidar la música compuesta por ti? –Resp. ¡La que existe aquí es tan bella! ¿Cómo recordar aquello que era todo materia?
27. ¿Has visto a mi madre? –Resp. Ella está reencarnada en la
Tierra.
28. ¿En qué cuerpo? –Resp. No puedo decirte nada al respecto.
29. ¿Y a mi padre? –Resp. Está errante para ayudar en el bien; hará progresar a tu madre; estarán reencarnados juntos y serán felices.
30. ¿Viene a verme? –Resp. Frecuentemente; tú le debes gestos caritativos.
31. ¿Ha sido mi madre quien ha pedido reencarnarse? –Resp. Sí; ella tenía un gran deseo de elevarse por una nueva prueba y entrar en un mundo superior a la Tierra; ella ya ha dado un paso inmenso.
32. ¿Qué quieres decir con eso? –Resp. Ella ha resistido a todas
las tentaciones; su existencia en la Tierra ha sido sublime en
comparación con su pasado, que era el de un Espíritu inferior; por eso es que ha subido varios peldaños.
33. ¿Entonces ella había elegido una prueba por encima de sus fuerzas? –Resp. Sí, así es.
34. Cuando sueño que la veo, ¿es realmente ella a quien veo? – Resp. Sí, sí.
35. Si hubiese evocado a Bichat en el día de la inauguración de su estatua, ¿habría él respondido? ¿Estaba allá? –Resp. Él estaba allá, y yo también.
36. ¿Por qué tú estabas allá? –Resp. Estaba allá como varios otros
Espíritus que gozan el bien y que son felices en ver que glorificáis a aquellos que se ocupan de la Humanidad sufrida.
37. Gracias, Mozart; adiós. –Resp. Creed, creed que estoy aquí... Soy feliz... Creed que hay mundos por encima del vuestro... Creed
en Dios... Evocadme más frecuentemente y en compañía de músicos; estaré feliz en instruiros, en contribuir para vuestro
adelanto y en ayudar a elevaros hacia Dios. Evocadme; adiós.
Uno de nuestros suscriptores de La Haya (Holanda), nos comunica
el siguiente hecho que sucedió en un Círculo de amigos que se
ocupaba de manifestaciones espíritas. Esto prueba una vez más –
agrega él– y sin ninguna contestación posible, la existencia de un
elemento inteligente e invisible que actúa individual y directamente
con nosotros.
Los Espíritus se anuncian moviendo una mesa pesada y dando
golpes. Se les preguntan sus nombres: son los fallecidos Sr. y Sra.
G..., muy ricos durante esta existencia; el marido, de quien provenía
la fortuna, al no tener hijos, hubo desheredado a sus parientes
próximos en favor de la familia de su mujer, fallecida poco tiempo
antes que él. Entre las nueve personas presentes a la sesión, se
encontraban dos señoras desheredadas, así como también el marido
de una de ellas.
El Sr. G... fue siempre un pobre diablo y el más humilde servidor
de su mujer. Después de la muerte de ésta, su familia se instaló en su
casa para cuidar de él. El testamento fue hecho con el certificado de un médico, declarando que el moribundo gozaba de la plenitud de
sus facultades.
El marido de la señora desheredada, que designaremos con la
inicial R..., tomó la palabra en estos términos: «¡Cómo os atrevéis a
presentaros aquí después del escandaloso testamento que habéis
hecho!» Después, exaltándose cada vez más, terminó por decirle
injurias. Entonces, la mesa dio un salto y lanzó una lámpara con
fuerza a la cabeza del interlocutor. Éste le pidió disculpas por haber
tenido ese primer impulso de cólera, y les preguntó qué venían ellos
a hacer allí. –Resp. Hemos venido a explicaros los motivos de
nuestra conducta. (Las respuestas eran dadas a través de golpes que
indicaban las letras del alfabeto.)
El Sr. R..., conociendo la ineptitud del marido, le dijo bruscamente
que se retirara y que sólo escucharía a su mujer.
Entonces ésta, en Espíritu, dijo que la Sra. R... y su hermana eran
bastante ricas como para tomar parte de la herencia; que otros eran
malos, y que otros, en fin, debían sufrir esta prueba; que por esas
razones esta fortuna convenía más a su propia familia. El Sr. R... no
se contentó con esas explicaciones y descargó su cólera en reproches
injuriosos. Entonces, la mesa se agitó violentamente, se irguió, dio
fuertes golpes en el parqué y otra vez volcó la lámpara sobre el Sr.
R... Luego de hacerse la calma, el Espíritu trató de persuadirlos
señalando que después de su muerte se había enterado que el
testamento había sido dictado por un Espíritu superior. El Sr. R... y
las señoras, no queriendo proseguir con una discusión inútil, le
ofrecieron un perdón sincero. Inmediatamente la mesa se levantó del
lado del Sr. R... y se posó suavemente como dándole un abrazo junto
a su pecho; las dos señoras recibieron el mismo gesto de gratitud; la
mesa tenía una vibración muy pronunciada. El buen criterio había
prevalecido; el Espíritu se compadeció de la actual heredera,
diciendo que ella terminaría enloqueciendo.
El Sr. R... le reprochó también, pero afectuosamente, por no haber
hecho el bien durante su vida con una fortuna tan grande, agregando
que ella no era recordada por nadie. «Sí –respondió el Espíritu–, hay
una pobre viuda que vive en la calle ..., que piensa frecuentemente
en mí, porque algunas veces le di alimento, ropa y leña.»
Al no haber dado el Espíritu el nombre de esta pobre mujer, uno
de los asistentes fue en busca de la misma y la encontró en la
dirección indicada; y lo que no es menos digno de señalar es que,
desde la muerte de la Sra. G..., la pobre viuda había cambiado de
domicilio; este último es el que ha sido indicado por el Espíritu.
Nota – Solicitamos a nuestros lectores que consientan en remitirse a las
observaciones que hemos hecho sobre estas comunicaciones notables en
nuestro artículo del mes de marzo último.
Al no creerme con la suficiente firmeza para oír pronunciar la
palabra muerte, muy a menudo yo había recomendado a mis
oficiales decirme solamente cuando me viesen en peligro: «Hablad
poco», y yo sabría lo que esto significaba. Cuando no había más
esperanza, Olivier le Daim me dijo duramente, en presencia de
François de Paule y de Coittier:
–Majestad, es preciso que cumplamos con nuestro deber. No
tengáis más esperanza en ese santo hombre ni en ningún otro,
porque estáis perdido: pensad en vuestra conciencia; no hay más
remedio.
Ante estas crueles palabras, toda una revolución se operó en mí;
yo no era más el mismo hombre y me espantaba de mí mismo. El
pasado se desarrolló rápidamente delante de mis ojos y las cosas me
aparecieron bajo un nuevo aspecto: algo extraño pasaba conmigo. La
dura mirada de Olivier le Daim se fijó sobre mi rostro y parecía
interrogarme; para substraerme a esta mirada fríamente inquisidora,
le respondí con una aparente tranquilidad:
–Espero que Dios me ayude; por aventura, tal vez no soy tan malo
como pensáis.
Dicté mis últimas voluntades y envié cerca del joven rey a
aquellos que aún me rodeaban. Me quedé a solas con mi confesor,
François de Paule, le Daim y Coittier. François me hizo
una conmovedora exhortación; a cada una de sus palabras parecía
que mis vicios desaparecían y que la naturaleza retomaba su curso;
me sentí aliviado y comencé a recobrar un poco de esperanza en la
clemencia de Dios.
Recibí los últimos sacramentos con una piedad firme y resignada.
Yo repetía a cada instante: «Nuestra Señora de Embrun, mi buena
Señora, ayudadme!»
El martes 30 de agosto, hacia las siete horas de la noche, caí
nuevamente debilitado; creyéndome muerto, todos los que estaban
presentes se retiraron. Olivier le Daim y Coittier, que se sentían
agobiados con la execración pública, permanecieron cerca de mi
lecho, sin tener otro refugio.
Poco después recobré completamente el conocimiento. Me senté
en el lecho y observé a mi alrededor; nadie de mi familia estaba allí;
en ese momento supremo ninguna mano amiga buscaba a la mía
para aliviar mi agonía con un último apretón. Tal vez a esa hora mis
hijos se regocijasen en cuanto su padre moría. Nadie piensa que el
culpable pudiese aún tener un corazón que comprendiera al suyo.
Procuré escuchar un sollozo reprimido, pero sólo escuché las
carcajadas de dos miserables que estaban cerca de mí.
En un rincón del cuarto vi a mi galgo favorito que en su vejez se
moría; mi corazón se estremeció de alegría: yo tenía un amigo, un
ser que me amaba.
Le hice señas con la mano; el galgo se arrastró con esfuerzo hasta
la pata de mi cama y vino a lamer mi mano agonizante. Olivier
percibió ese movimiento; bruscamente se levantó blasfemando y
golpeó al infeliz animal con un bastón hasta que hubo expirado;
agonizante, mi único amigo me lanzó una larga y dolorosa mirada.
Olivier me empujó violentamente en mi cama; yo me dejé caer y
entregué a Dios mi alma culpada.
El falso Home
Hace poco tiempo leíamos en los periódicos de Lyon el siguiente
anuncio, igualmente fijado en los muros de la ciudad:
«El Sr. Hume, el célebre médium americano que ha tenido el
honor de hacer sus experiencias delante de Su Majestad el
Emperador, dará –a partir del jueves 1º de abril– sesiones de
espiritualismo en el gran teatro de Lyon. Producirá algunas
apariciones, etc., etc. En el teatro estarán dispuestos algunos asientos
para los señores médicos y sabios, a fin de que ellos puedan
asegurarse que nada está preparado. Las sesiones serán variadas por
las experiencias de la célebre vidente, Sra. ..., sonámbula extralúcida
que reproducirá sucesivamente todos los sentimientos a voluntad de
los espectadores. Precio de los lugares: 5 francos la primera clase, 3
francos la segunda.»
Los antagonistas del Sr. Home (algunos escriben Hume) no han
querido perder esta ocasión para ponerlo en ridículo. En su ardiente
deseo de encontrar donde criticar, ellos han acogido esta grosera
mistificación con un apresuramiento que poco testimonia en favor
de su juicio, y menos aún de su respeto por la verdad, porque, antes
de arrojar piedras a alguien, es preciso al menos asegurarse que no
errarán el blanco; pero la pasión es ciega, no razona y
frecuentemente se equivoca al querer perjudicar a los otros. «¡Por lo
tanto, he aquí –exclamaron con júbilo– a ese hombre tan elogiado,
reducido a subir a los palcos y a dar sesiones a tanto por lugar!» Y
sus periódicos le dieron crédito al hecho sin ningún examen.
Infelizmente para ellos, su alegría no ha durado mucho. Prontamente
nos han escrito de Lyon pidiendo informaciones que pudiesen
ayudar a desenmascarar el fraude, y esto no ha sido difícil, sobre
todo gracias al gran interés de numerosos adeptos con los que el
Espiritismo cuenta en esta ciudad. Tan pronto como el director de
los teatros supo con quién iría a relacionarse, dirigió inmediatamente
a los periódicos la siguiente carta: «Señor redactor, me adelanto en
anunciaros que la sesión marcada para el jueves 1º de abril, en el
gran teatro, no tendrá lugar. Yo pensaba que había cedido la sala al
Sr. Home y no al Sr. Lambert Laroche, llamado Hume. Las personas
que con anticipación han adquirido camarotes o butacas podrán
presentarse en la secretaría para retirar su dinero.»
Por su parte, el mencionado Lambert Laroche (oriundo de
Langres), interpelado acerca de su identidad, se creyó en el deber de
responder en los siguientes términos, que reproducimos en su
integridad, no queriendo de forma alguna que nos pueda acusar de la
menor alteración.
«Vos me habéis sometido diverzo excesu de vuestra
correspondencia de París, de las cualesle resultáis queun Sr. Home
que da sesiónen algún salón de la capittal se encuentra en este
momento en Itali yno puede por consiguiente encontrase en Lyon.
Señor hignoro 1° el conocimiento de ese Sr. Home, 2° yo nosabe
cuales su talento 3° yo nohemos jamás tenidos nada de común c óm
ese Sr. Home, 4° yoha tabajado y tabajo com mi hapodo que es
Hume y del cual yo os justific por los artículo de periódicos
extrangeros y franceses que yo os es sometido 5° yo viajo c óm dos
sencitivo mi género de esperriencia consiste en espiritualismo o
evocación visión, y en una palabra reproducción de las idieas del
espectador por un sencitivo, mi expecialidad es de operár por ese
procedimento sobre las personas extraña como se la pued verla en
los periódicos yo veng deespaña y de áfrica. Hesto Sr. redactor os
demuestra que yo no hes querido para nadas tomar el nombre de ese
pretendido Home que os decís de reputación, el mio es
sufisientemente conocido por su gran notoriedad y por las
experiencia que yo produsco. Recibíd Sr. redator mis saludo
atentamente.»
Creemos inútil decir si el Sr. Lambert Laroche salió de Lyon en
condiciones honorables; él irá, sin duda, a buscar en otra parte
ingenuos más fáciles para engañar. Sólo agregaremos una palabra
para expresar nuestro pesar al ver con qué deplorable avidez ciertas
personas que se dicen serias acogen todo lo que puede servir a su
animosidad. El Espiritismo es hoy muy respetado por no tener nada
que temer de la prestidigitación; no es más rebajado por los
charlatanes de lo que lo ha sido la verdadera
147
Ciencia médica por los embaucadores de las esquinas; por todas
partes encuentra –pero sobre todo entre las personas esclarecidas–
afanosos y numerosos defensores que saben arrostrar la burla. Lejos
de perjudicarlo, el caso de Lyon sólo puede servir para su
propagación al llamar la atención de los indecisos hacia la realidad.
¿Quién sabe si no ha sido provocado con este objetivo por un poder
superior? ¿Quién puede vanagloriarse de sondar los caminos de la
Providencia? No obstante, en cuanto a los adversarios, que se les
permita reír, pero no calumniar; algunos años más y veremos quién
tendrá la última palabra. 148 Si es lógico dudar de lo que no se
conoce, es siempre imprudente tachar de falso las ideas nuevas que
tarde o temprano pueden dar un humillante desmentido a nuestra
perspicacia: la Historia está ahí para demostrarlo. Aquellos que, en
su orgullo, tienen piedad de los adeptos de la Doctrina Espírita,
¿están, pues, tan alto como creen? Esos Espíritus –de los cuales se
burlan– prescriben hacer el bien e incluso defienden que se ame a
los enemigos; nos dicen que nos rebajamos al desear el mal. Por lo
tanto, ¿cuál es el más elevado: el que busca hacer el mal o el que no
guarda en su corazón ni odio, ni rencor?
Hace poco que el Sr. Home hubo regresado a París; pero, en
breve, él debe partir hacia Escocia y de allí dirigirse a San
Petersburgo.
_______
L'Indépendant de la Charente-Inférieure (El Independiente del
Charente Inferior) citaba, en el mes de marzo último, el siguiente
caso que habría sucedido en el Hospital Civil de Saintes:
«Desde hace ocho días se cuentan las historias más maravillosas y no se
habla de otra cosa en la ciudad sino de los singulares ruidos que, todas las
noches, imitan el trote de un caballo, así como el andar de un perro o de un
gato. Botellas ubicadas sobre una chimenea son arrojadas al otro extremo del
cuarto. Una mañana ha sido encontrado un paquete de trapos torcidos en mil
nudos, que han sido imposibles de desatar. Un papel en el cual estaba escrito:
«¿Qué quieres?, ¿qué pides?», ha sido dejado una noche sobre la chimenea; a
la mañana siguiente la respuesta estaba escrita, pero en caracteres
desconocidos e indescifrables. Fósforos ubicados sobre una mesita de luz
desaparecen como por encanto; en fin, todos los objetos cambian de lugar y
son dispersados hacia todos los rincones. Esos sortilegios sólo ocurren en la
oscuridad de la noche. Tan pronto como una luz aparece, todo se vuelve
silencioso; al apagarla, los ruidos recomienzan inmediatamente. Es un Espíritu
amigo de las tinieblas. Varias personas –eclesiásticos y antiguos militares–
han dormido en este cuarto hechizado y les ha sido imposible descubrir algo
que explicase lo que escuchaban.
«Un empleado del hospital, sospechoso de ser el autor de esas travesuras,
acaba de ser dimitido. Pero se asegura que él no es el culpable y que, al
contrario, ha sido muchas veces la propia víctima.
«Parece que hace más de un mes que toda esta situación comenzó. Pasó
mucho tiempo sin decirse nada sobre eso, cada uno desconfiando de sus
sentidos y temiendo prestarse al ridículo. Sólo desde hace algunos días que se
ha comenzado a hablar al respecto.»
NOTA – Nosotros todavía no hemos tenido tiempo para verificar
la autenticidad de los hechos anteriormente mencionados; por lo
tanto, no los damos sino con las debidas reservas; solamente
haremos observar que, si ellos son controvertidos, no son menos
posibles, y nada presentan de más extraordinario que muchos otros
del mismo género y que están perfectamente constatados.
_______
FUNDADA EN PARÍS EL 1° DE ABRIL DE 1858
Y autorizada por decreto del Sr. Prefecto de Policía, según el dictamen de Su Excelencia, el
Sr. Ministro del Interior y de Seguridad General,150 en fecha del 13 de abril de 1858.
La extensión, por así decirlo, universal que a cada día toman las
creencias espíritas hacía desear vivamente la creación de un centro
regular de observaciones; esta laguna acaba de ser llenada. La
Sociedad,
151 cuya formación somos felices de anunciar, compuesta
exclusivamente por personas serias, exentas de prevención y
animadas del sincero deseo de esclarecerse, desde un principio contó
entre sus adeptos con eminentes hombres por su saber y por su
posición social. Estamos convencidos de que ella es llamada a
prestar indiscutibles servicios para la constatación de la verdad. Su
reglamento orgánico 152 le asegura homogeneidad, sin la cual no hay
vitalidad posible; está basada en la experiencia de hombres y de
cosas y en el conocimiento de las condiciones necesarias a las
observaciones que hacen el objeto de sus investigaciones. Al venir a
París, 153 los visitantes que se interesen por la Doctrina Espírita
encontrarán así un Centro al cual podrán dirigirse para informarse y
donde podrán comunicar sus propias observaciones. *
ALLAN KARDEC
_____________________________________________
* Para todas las informaciones relativas a la Sociedad, dirigirse al Sr. Allan
Kardec: calle Sainte-Anne Nº 59, de las 15h a las 17 horas; o al Sr. Ledoyen, librero:
Galerie d'Orléans Nº 31, en el Palais-Royal. [Nota de Allan Kardec.]
Junio
Solicitamos a nuestros lectores que consientan en remitirse al
primer artículo 154 que hemos publicamos sobre este tema; siendo
éste su continuación, sería poco inteligible si el comienzo no se
tuviese presente en el pensamiento.
Como ya lo hemos dicho, las explicaciones que hemos dado sobre
las manifestaciones físicas son fundadas en la observación y en una
deducción lógica de los hechos: sacamos las conclusiones según lo
que hemos visto. Ahora, ¿cómo se operan en la materia etérea las
modificaciones que la vuelven perceptible y tangible? Primero
vamos a dejar hablar a los Espíritus que hemos interrogado sobre
este asunto, añadiendo a esto nuestros propios comentarios. Las
siguientes respuestas nos han sido dadas por el Espíritu san Luis;
ellas concuerdan con lo que otros nos habían dicho anteriormente.
1. ¿Cómo puede un Espíritu aparecer con la solidez de un cuerpo
vivo? –Resp. Él combina una parte del fluido universal con el
fluido que el propio médium libera para este efecto. Ese fluido
reviste, a su voluntad, la forma que él desea, pero generalmente esta
forma es impalpable.
2. ¿Cuál es la naturaleza de ese fluido? –Resp. Fluido, está todo
dicho.
3. ¿Es material ese fluido? –Resp. Semimaterial.
4. ¿Es éste el fluido que compone el periespíritu? –Resp. Sí, es el
lazo entre el Espíritu y la materia.
5. Ese fluido ¿es el que da la vida, el principio vital? –Resp. Siempre él; he dicho lazo.
6. ¿Es este fluido una emanación de la Divinidad? –Resp. No.
7. ¿Es una creación de la Divinidad? –Resp. Sí; todo es creado,
excepto el propio Dios.
150
8. ¿Tiene el fluido universal alguna relación con el fluido eléctrico
del cual conocemos sus efectos? –Resp. Sí, es su elemento.
9. La sustancia etérea que se encuentra entre los planetas, ¿es el
fluido universal en cuestión? –Resp. Él envuelve los mundos: sin el
principio vital, nada viviría. Si un hombre ascendiese más allá de la
envoltura fluídica que rodea a los globos, perecería, porque el
principio vital se retiraría de él para unirse a la masa. Ese fluido os
anima, es el que vosotros respiráis.
10. ¿Es este fluido el mismo en todos los globos? –Resp. Es el
mismo principio, pero más o menos etéreo según la naturaleza de los
globos; el vuestro es uno de los más materiales.
11. Puesto que es ese fluido el que compone el periespíritu,
¿parece que se encuentra en una especie de estado de condensación
que, hasta un cierto punto, lo aproxima de la materia? –Resp. Sí,
hasta un cierto punto, porque no tiene sus propiedades; es más o
menos condensado según los mundos.
12. ¿Son los Espíritus solidificados los que levantan una mesa? –
Resp. Esta respuesta no conducirá todavía a lo que deseáis. 155
Cuando una mesa se mueve bajo vuestras manos, el Espíritu que
vuestro Espíritu evoca va a extraer del fluido universal lo necesario
para animar esta mesa con una vida ficticia. Los Espíritus que
producen esta clase de efectos son siempre Espíritus inferiores, que
aún no se han desprendido enteramente de toda influencia material.
Al estar la mesa así preparada a su voluntad (a la voluntad de los
Espíritus golpeadores), el Espíritu la atrae y la mueve bajo la
influencia de su propio fluido liberado voluntariamente. Cuando la
masa que quiere levantar o mover es demasiado pesada para él,
llama en su ayuda a Espíritus que se encuentran en sus mismas
condiciones. Creo haberme explicado con bastante claridad como
para hacerme comprender.
13. ¿Le son inferiores los Espíritus que llama en su ayuda? –Resp.
Casi siempre son iguales, y a menudo vienen por sí mismos.
14. Comprendemos que los Espíritus superiores no se ocupan de
cosas que están por debajo de ellos; pero preguntamos si, debido a
que son más desmaterializados, tendrían el poder de hacerlo si lo
desearan. –Resp. Ellos tienen la fuerza moral como los otros tienen
la fuerza física; cuando tienen necesidad de esta fuerza, se sirven de
los que la poseen. ¿No se os ha dicho que ellos se sirven de los
Espíritus inferiores como vosotros lo hacéis con los changadores?
15. ¿De dónde viene el poder especial del Sr. Home? –Resp. De
su organismo.
16. ¿Qué tiene de particular? –Resp. Esta pregunta no es precisa.
17. Preguntamos si se trata de su organismo físico o moral. –Resp.
He dicho organismo.
18. Entre las personas presentes, ¿hay alguien que pueda tener la
misma facultad que el Sr. Home? –Resp. La tienen en un cierto
grado. ¿No ha sido uno de vosotros que ha hecho mover la mesa?
19. Cuando una persona hace mover un objeto, ¿es siempre con la
colaboración de un Espíritu extraño, o dicha acción puede provenir
solamente del médium? –Resp. Algunas veces el Espíritu del
médium puede obrar solo, pero lo más frecuente es que lo haga con
la ayuda de los Espíritus evocados; esto es fácil de reconocerse.
20. ¿Cómo explicáis que los Espíritus aparezcan con las
vestimentas que tenían en la Tierra? –Resp. Frecuentemente no son
más que una apariencia. Además, ¡cuántos fenómenos tenéis entre
vosotros sin solución! ¿Cómo explicáis que el viento, que es
impalpable, derribe y quiebre árboles, que son compuestos
de materia sólida?
21. ¿Qué entendéis al decir que esas vestimentas no son más que
una apariencia? –Resp. Al tocarlas no se siente nada.
22. Si hemos comprendido bien lo que habéis dicho, el principio
vital reside en el fluido universal; el Espíritu extrae de este fluido la
envoltura semimaterial que constituye su periespíritu, y es por medio
de ese fluido que obra sobre la materia inerte. ¿Es exactamente así?
–Resp. Sí; es decir que él anima la materia con una especie de vida
ficticia; la materia se anima de la vida animal. La mesa que se
mueve bajo vuestras manos vive y sufre como el animal; obedece
por sí misma al ser inteligente. No es él que la dirige como el
hombre lo hace con un fardo; cuando la mesa se levanta, no es el
Espíritu que la levanta: es la mesa animada que obedece al Espíritu
inteligente.
23. Puesto que el fluido universal es la fuente de la vida, ¿es al
mismo tiempo la fuente de la inteligencia? –Resp. No; el fluido sólo
anima a la materia.
Esta teoría de las manifestaciones físicas ofrece varios puntos de
contacto con la que nosotros hemos dado, pero también difiere en
ciertos aspectos. De una y de otra resalta un punto capital: que el
fluido universal –en el cual reside el principio de la vida– es el
agente principal de esas manifestaciones, y que este agente recibe su
impulso del Espíritu, ya sea encarnado o errante. Ese fluido
condensado constituye el periespíritu o envoltura semimaterial del
Espíritu. En el estado de encarnación, ese periespíritu está unido a la
materia del cuerpo; en el estado de erraticidad, está libre. Ahora
bien, aquí se presentan dos cuestiones: la de la aparición de los
Espíritus y la del movimiento impreso a los cuerpos sólidos.
Con respecto a la primera, diremos que, en el estado normal, la
materia etérea del periespíritu escapa a la percepción de nuestros
órganos; únicamente el alma puede verla, ya sea en sueños, en
sonambulismo o incluso en somnolencia; en una palabra, todas las
veces en que hay una suspensión total o parcial de la actividad de los
sentidos. Cuando el Espíritu está encarnado, la substancia del
periespíritu se encuentra más o menos ligada íntimamente a la
materia corpórea, más o menos adherida, si podemos expresarnos
así. En ciertas personas hay una especie de emanación de ese fluido
como consecuencia de su organismo, y éstos son –propiamente
hablando– los médiums de efectos físicos. Según leyes que nos son
desconocidas, este fluido emanado del cuerpo se combina con el que
forma la envoltura semimaterial del Espíritu extraño. De esto resulta
una modificación, una especie de reacción molecular que
momentáneamente cambia las propiedades, al punto de volverlo
visible y, en algunos casos, tangible. Este efecto puede producirse
con o sin la colaboración de la voluntad del médium; es esto lo que
distingue a los médiums naturales de los médiums facultativos. La
emisión del fluido puede ser más o menos abundante: de ahí los
médiums más o menos potentes; de manera alguna dicha emisión es
permanente, lo que explica la intermitencia de la fuerza. En fin, si se
tiene en cuenta el grado de afinidad que puede existir entre el fluido
del médium y el de tal o cual Espíritu, se ha de comprender que su
acción puede ejercerse sobre unos y no sobre otros.
Evidentemente, lo que acabamos de decir también se aplica a la
fuerza medianímica, en lo que atañe al movimiento de los cuerpos
sólidos; queda por saber cómo se opera este movimiento. Según las
respuestas que hemos relatado anteriormente, la cuestión se presenta
bajo un aspecto totalmente nuevo; de este modo, cuando un objeto
es puesto en movimiento, levantado o arrojado al aire, no es que el
Espíritu lo aferre, lo empuje o lo levante, como nosotros lo haríamos
con la mano; él lo satura –por así decirlo– de su fluido por su
combinación con el del médium, y el objeto, así momentáneamente
vivificado, actúa como lo haría un ser vivo, con la diferencia que, no
teniendo voluntad propia, sigue el impulso de la voluntad del
Espíritu, y esta voluntad puede ser la del Espíritu del médium, como
también la de un Espíritu extraño, y algunas veces la de ambos,
obrando de común acuerdo, según sean o no simpáticos. La simpatía
o la antipatía que puede existir entre el médium y los Espíritus que
se ocupan con esos efectos físicos explica el por qué todos no son
aptos para provocarlos.
Puesto que el fluido vital, impulsado en cierto modo por el
Espíritu, da una vida ficticia y momentánea a los cuerpos inertes, y
que el periespíritu no es otra cosa sino este mismo fluido vital, se
deduce de ello que cuando el Espíritu está encarnado, es él que da la
vida al cuerpo por medio de su periespíritu, permaneciendo
unido tanto como el organismo lo permita; cuando se retira, el
cuerpo muere. Ahora bien, si en lugar de una mesa fuese tallada una
estatua de madera, y si se actúa sobre esta estatua como sobre una
mesa, se tendrá una estatua que se moverá, que golpeará, que
responderá por sus movimientos y por sus golpes; en una palabra, se
tendrá una estatua momentáneamente animada de una vida artificial.
¡Cuántas luces no arroja esta teoría sobre una multitud de fenómenos
hasta entonces inexplicados! ¡Cuántas alegorías y efectos
misteriosos no explica! Es toda una filosofía.
Hemos extraído los siguientes pasajes de un nuevo opúsculo
alemán, publicado en 1853 por el Sr. Blanck, redactor del Journal
de Bergzabern (Periódico de Bergzabern), sobre el Espíritu
golpeador del cual hemos hablado en nuestro número del mes de
mayo.
Los fenómenos extraordinarios que están allí relatados, y
cuya autenticidad no podría ser puesta en duda, prueban que
nosotros no tenemos nada que envidiar, en ese aspecto, a los de
América. Se ha de notar en este relato el minucioso cuidado con el
cual los hechos han sido observados. Sería de desear que siempre se
aplicase, en casos semejantes, la misma atención y la misma
prudencia. Hoy se sabe que los fenómenos de este género no son de
manera alguna el resultado de un estado patológico, sino que
siempre denotan –entre aquellos en que se manifiestan– una
sensibilidad fácil de sobreexcitar. El estado patológico no es la causa
eficiente, pero puede ser consecutiva. En casos análogos, la manía
de experimentación ha causado más de una vez accidentes graves
que de modo alguno habrían tenido lugar si se hubiese dejado a la
Naturaleza obrar por sí misma. En nuestras Instrucciones Prácticas
sobre las Manifestaciones Espíritas 159 se encuentran los consejos
necesarios a este efecto. Sigamos al Sr. Blanck en su informe.
"Los lectores de nuestro opúsculo intitulado Los Espíritus
golpeadores han visto que las manifestaciones de Philippine Senger
tienen un carácter enigmático y extraordinario. Hemos relatado esos
hechos maravillosos desde su comienzo hasta el momento en que la
niña fue conducida al médico real del cantón. Ahora vamos a
examinar lo que ha sucedido desde ese día.
Cuando la niña dejó la residencia del Dr. Bentner para entrar en la
casa paterna, los golpes y las raspaduras recomenzaron en el hogar
de los Senger; hasta esa hora, e incluso desde la cura completa
de la jovencita, las manifestaciones han sido más marcadas y han
cambiado de naturaleza.XII En ese mes de noviembre (1852), el
Espíritu comenzó a silbar; luego se oyó un ruido comparable al de la
rueda de una carretilla girando sobre su eje seco y oxidado; pero lo
más extraordinario de todo, son sin duda los muebles derribados en
el cuarto de Philippine, desorden que duró quince días. Una sucinta
descripción del lugar me parece necesaria. Este cuarto tiene
aproximadamente 18 pies de largo por 8 de ancho; se llega al
mismo a través de un cuarto común. La puerta que comunica esas
dos piezas se abre a la derecha. La cama de la niña estaba ubicada a
la derecha; en el medio se encontraba un armario, y en el rincón a la
izquierda la mesa de trabajo del Sr. Senger, en la cual había dos
cavidades circulares cubiertas por tapas.
La noche en que comenzó el tumulto, la Sra. Senger y su hija
mayor Francisque se encontraban sentadas en el primer cuarto, cerca
de una mesa, y estaban ocupadas en desvainar habas; de repente un
pequeño huso de hilar, lanzado desde el dormitorio, cayó cerca de
ellas. Se asustaron mucho más al saber que solamente Philippine,
sumergida en sueño, estaba en el cuarto; además, el pequeño huso
había sido lanzado del lado izquierdo, mientras que se encontraba
sobre el estante de un pequeño mueble ubicado a la derecha. Si
hubiera salido de la cama, habría debido encontrar la puerta y allí
hubiese parado; por lo tanto, era evidente que la niña no estaba para
nada en este hecho. Mientras que la familia Senger expresaba su
sorpresa por este acontecimiento, alguna cosa cayó de la mesa al
suelo: era un pedazo de paño que antes estaba de remojo en una
cubeta llena de agua. Al lado del huso yacía también una cabeza de
pipa; la otra mitad había quedado en la mesa. Lo que volvía la
cuestión aún más incomprensible era que la puerta del armario
donde estaba el huso –antes de ser lanzado– se encontraba cerrada,
el agua de la cubeta no estaba agitada y ninguna gota había sido
derramada sobre la mesa. De repente la niña, siempre adormecida,
gritó desde su cama: ¡Padre, vete, él va arrojar! ¡Salgan, él
también arrojará en ustedes! Ellos obedecieron a esta exhortación;
y apenas llegaron al primer cuarto, la cabeza de pipa fue lanzada con
una gran fuerza, pero sin romperse. Una regla que Philippine usaba
en la escuela siguió el mismo camino. El padre, la madre y la hija
mayor se miraban asustados y, mientras pensaban qué decisión
tomar, un cepillo grande del Sr. Senger y un pedazo muy grueso de
madera fueron lanzados desde su mesa de sastre hacia el otro cuarto.
En su mesa de trabajo, las tapas estaban en
XII Tendremos ocasión de hablar de la indisposición de la niña, puesto que después
de su cura los mismos efectos se han producido; esto es una prueba evidente de que ellos
eran independientes de su estado de salud. [Nota de Allan Kardec.]
su lugar y, a pesar de esto, los objetos cubiertos por las mismas
también habían sido arrojados lejos. En esa misma noche, las
almohadas de la cama fueron lanzadas sobre un armario y la cobija
contra la puerta.
Otro día habían puesto a los pies de la niña, debajo de la cobija,
una plancha de alrededor de seis libras de peso; luego ésta fue
arrojada a la primera pieza; el asa había sido arrancada y fue
encontrada sobre una silla del dormitorio.
Nosotros hemos sido testigo de que las sillas ubicadas
aproximadamente a tres pies de la cama fueron derribadas, y que las
ventanas hubieron sido abiertas, aunque antes estaban cerradas, y
esto sucedió ni bien dimos la espalda para entrar en la primera pieza.
En otra ocasión, dos sillas fueron transportadas para encima de la
cama, sin desarmar la cobija. El 7 de octubre se había cerrado
fuertemente la ventana y tendido delante de la misma un paño
blanco. Desde que dejamos el cuarto, se han dado golpes redoblados
con tanta violencia que todo fue sacudido, y las personas que
pasaban por la calle huían espantadas. Acudimos al cuarto: la
ventana estaba abierta, el paño arrojado sobre el pequeño armario
que se encontraba al lado, la cobija de la cama y las almohadas por
el suelo, las sillas volcadas y la niña en la cama, abrigada solamente
por su camisa. Durante catorce días la Sra. Senger no se ocupó sino
de hacer la cama.
Una vez habían dejado una armónica sobre un asiento: sonidos se
hicieron escuchar; al entrar precipitadamente en el cuarto, la niña se
encontraba –como siempre– tranquila en su cama; dicho instrumento
estaba sobre la silla, pero no sonaba más. Una noche, el Sr. Senger
salía del cuarto de su hija cuando recibió en la espalda el almohadón
de un asiento. Otra vez, eran un par de viejas pantuflas, zapatos que
estaban debajo de la cama o zuecos que venían a su encuentro.
También muchas veces la vela encendida, que estaba en su mesa de
trabajo, era soplada. Los golpes y las raspaduras se alternaban con
esa demostración del moblaje. La cama parecía ser puesta en
movimiento por una mano invisible. A la orden de: «Balancead la
cama» o «Meced a la niña», la cama iba y venía con ruido, a lo
largo y a lo ancho; a la orden de: «¡Alto!», se detenía. Podemos
afirmar que hemos visto a cuatro hombres que se sentaron en la
cama e incluso sobre la misma fueron suspendidos sin poder detener
el movimiento; ellos fueron levantados con el mueble. Al cabo de
catorce días el alboroto del moblaje cesó, y a esas manifestaciones
se sucedieron otras.
El 26 de octubre a la noche, entre otras personas se encontraban
en el cuarto los Sres. Louis Soëhnée, licenciado en Derecho, el
capitán Simon –ambos de Wissembourg–, así como el Sr. Sievert, de
Bergzabern. Philippine
156
Senger estaba en ese momento sumergida en sueño magnético. El
Sr. Sievert presentó a ésta un papel que contenía cabellos, para ver
lo que ella haría. Entretanto, ella abrió el papel sin poner los cabellos
al descubierto, los aplicó sobre sus párpados cerrados, después los
alejó como para examinarlos a distancia y dijo: «Consiento en saber
lo que contiene este papel... Son los cabellos de una dama que no
conozco... Si ella quiere venir, que venga... No puedo invitarla, no la
conozco.» A las preguntas que le dirigía el Sr. Sievert, ella no
respondía; pero al haber colocado el papel en la palma de la mano, la
extendía y la daba vuelta, quedando éste allí suspendido. Luego ella
lo colocó en la punta del índice e hizo describir a su mano, durante
bastante tiempo, un semicírculo, diciendo: «No caigas», y el papel
permanecía en la punta del dedo; después, a la orden de: «Ahora
cae», él se desprendió sin que ella hiciera el menor movimiento para
determinar la caída. De repente, volviéndose hacia el lado de la
pared, dijo: «Ahora quiero fijarte en la pared»; y aplicó el papel allí,
que permaneció fijo alrededor de 5 a 6 minutos, retirándolo después.
Un examen minucioso del papel y de la pared no permitió descubrir
ninguna causa de adherencia. Creemos un deber señalar que el
cuarto estaba perfectamente iluminado, lo que nos permitió darnos
cuenta exacta de todas estas particularidades.
Al día siguiente, a la noche, le dieron otros objetos: llaves,
monedas, cigarreras, relojes de bolsillo, anillos de oro y de plata; y
todos –sin excepción– quedaban suspendidos de su mano. Se notó
que la plata se le adhería más que las otras sustancias, porque hubo
dificultad en retirarle las monedas, y esta operación le causó dolor.
Uno de los hechos más curiosos de este género es el siguiente: El
sábado 11 de noviembre, un oficial que estaba presente le dio su
sable con el talabarte, y todo eso pesaba 4 libras; fue constatado que
los mismos permanecieron suspendidos del dedo medio de
Philippine, balanceándose por bastante tiempo. Lo que no es menos
singular es que todos los objetos, cualquiera que fuere la sustancia,
también quedaban suspendidos. Esta propiedad magnética se
comunicaba por el simple contacto de las manos a las personas
susceptibles de la transmisión del fluido; de esto hemos tenido
varios ejemplos.
Un capitán, el caballero Zentner, acuartelado en esa época en
Bergzabern y testigo de estos fenómenos, tuvo la idea de poner una
brújula cerca de la niña para observar sus variaciones. En el primer
ensayo la aguja
XIII Una sonámbula de París había sido puesta en contacto con la joven Philippine y,
desde entonces, ésta caía espontáneamente en sonambulismo. En esta ocasión han
sucedido hechos notables que relataremos en otra oportunidad. (Nota del Traductor
francés.)
se desvió 15 grados, pero en los siguientes permaneció inmóvil, pese
a que la niña la sostuviera en una de sus manos y la tocase con la
otra. Esta experiencia nos ha probado que estos fenómenos no
podrían explicarse por la acción del fluido mineral, ya que la
atracción magnética no se ejerce indiferentemente sobre todos los
cuerpos.
Habitualmente, cuando la pequeña sonámbula se disponía a
comenzar sus sesiones, llamaba a su cuarto a todas las personas que
se encontraban allí. Ella decía simplemente: «¡Venid! ¡Venid!» O
bien: «¡Dad! ¡Dad!» A menudo sólo se quedaba tranquila cuando
todos, sin excepción, estaban cerca de su cama. Entonces pedía con
prontitud e impaciencia un objeto cualquiera; ni bien se lo daban,
quedaba adherido a sus dedos. Frecuentemente sucedía que diez,
doce o más personas estaban presentes, y que cada una de ellas le
entregaba varios objetos. Durante la sesión no admitía que le
tomasen ninguno de ellos; sobre todo, parecía preferir los relojes de
bolsillo; los abría con una gran destreza, examinaba el movimiento,
los cerraba de nuevo y después los ponía cerca suyo para examinar
otra cosa. Al finalizar, devolvía a cada uno lo que a ella se le había
confiado; examinaba los objetos con los ojos cerrados y jamás se
equivocaba de dueño. Si alguien extendía la mano para tomar lo que
no le pertenecía, ella lo repelía. ¿Cómo explicar esta múltiple
distribución sin errores a un número tan grande de personas? En
vano se habría de intentar que hiciera lo mismo con los ojos
abiertos. Terminada la sesión y habiendo partido los individuos, los
golpes y las raspaduras, momentáneamente interrumpidos,
recomenzaron. Es preciso agregar que la niña no quería que nadie
quedase al pie de su cama cerca del armario, lo que dejaba entre
ambos muebles un espacio de alrededor de un pie. Si alguien allí se
metía, ella lo echaba por intermedio de gestos. Si se rehusaba a salir,
mostraba una gran inquietud y ordenaba con gestos imperiosos que
dejase el lugar. Una vez advirtió a los asistentes que nunca ocupasen
el lugar vedado, porque ella no quería –decía– que le sucediese una
desgracia a alguien. Esta advertencia era tan convincente, que nadie
la olvidó en el futuro.
Después de algún tiempo, a los ruidos y a las raspaduras se agregó
un zumbido que se puede comparar al sonido producido por una
cuerda gruesa de contrabajo; un cierto silbido se mezclaba con ese
zumbido. Si alguien pedía una marcha o una danza, su deseo era
satisfecho: el músico invisible se mostraba muy complaciente. Con
la ayuda de las raspaduras, él llamaba nominalmente a las personas
de la casa o a los extraños presentes; éstos comprendían fácilmente a
quién se dirigía. Al ser llamada por las raspaduras, la persona
designada respondía sí, para dar a entender que sabía que se trataba
de ella: entonces, él ejecutaba en su honor un fragmento
musical que a veces daba lugar a escenas agradables. Si otra
persona, que no fuese la llamada, respondía sí, las raspaduras le
hacían comprender por un no –expresado a su manera– que nada
tenía que decirle por el momento. Estos hechos se han producido por
primera vez en la noche del 10 de noviembre, y continuaron
manifestándose hasta este día.
Ahora, he aquí cómo el Espíritu golpeador procedía para designar
a las personas. Después de varias noches, se había notado que a las
diversas invitaciones para hacer tal o cual cosa, él respondía con un
golpe seco o con raspaduras prolongadas. Luego que el golpe seco
era dado, el golpeador comenzaba a ejecutar lo que se deseaba de él;
al contrario, cuando raspaba, no satisfacía el pedido. Entonces, un
médico tuvo la idea de tomar por un sí el primer ruido y por un no el
segundo, y desde entonces esta interpretación siempre ha sido
confirmada. También se notó que por una serie de raspaduras más o
menos fuertes, el Espíritu exigía ciertas cosas de las personas
presentes. De tanto prestar atención, y observando el modo por el
cual el ruido se producía, se pudo comprender la intención del
golpeador. Así, por ejemplo, el Sr. Senger ha contado que por la
mañana, al amanecer, escuchaba ruidos modulados de una cierta
manera; sin encontrarles al principio ningún sentido, notó que ellos
sólo cesaban cuando estaba fuera de la cama, de donde comprendió
que significaban: «Levántate». Ha sido así que poco a poco se
familiarizó con ese lenguaje, y que por ciertos signos las personas
designadas pudieron reconocerse.
Al llegar el aniversario del día en que el Espíritu golpeador se
hubo manifestado por primera vez, numerosos cambios se operaron
en el estado de Philippine Senger. Los golpes, las raspaduras y el
zumbido continuaron, pero a todas estas manifestaciones se sumó un
grito particular que se parecía al de un ganso, otras veces al de un
loro y otras al de un ave grande; al mismo tiempo se escuchaba una
especie de picoteo contra la pared, parecido al ruido que haría un
pájaro picoteando. En esta época Philippine Senger hablaba mucho
durante el sueño, y sobre todo parecía preocupada con un cierto
animal que se asemejaba a un loro y que permanecía al pie de la
cama, gritando y dando picotazos contra la pared. Al deseo de
escuchar gritar al loro, éste lanzaba gritos agudos. Se le hicieron
diversas preguntas a las cuales respondió con gritos del mismo
género; varias personas le ordenaron decir: Cacatúa, y se escuchó
muy claramente la palabra Cacatúa como si hubiese sido
pronunciada por la propia ave. Pasaremos por alto los hechos menos
interesantes y nos limitaremos a relatar lo que hubo de más notable
en el aspecto de los cambios ocurridos en el estado corporal de la
niña.
Poco antes de la Navidad, las manifestaciones se renovaron con
más energía; los golpes y las raspaduras se volvieron más violentos
y duraron por más tiempo. Philippine, más agitada que de
costumbre, frecuentemente pedía para no acostarse más en su cama,
sino en la de sus padres; ella se movía en la suya gritando: «No
puedo más quedarme aquí; me estoy sofocando: ellos me van a
poner en la pared; ¡socorro!» Y solamente se calmaba cuando era
transportada a la otra cama. Ni bien allí llegó, golpes muy fuertes se
hicieron escuchar en lo alto; parecían partir del desván, como si un
carpintero hubiera golpeado en las vigas; incluso a veces eran tan
vigorosos que la casa se estremecía, las ventanas vibraban y las
personas presentes sentían temblar el piso bajo sus pies; golpes
similares eran igualmente dados contra la pared, cerca de la cama. A
las preguntas efectuadas, los mismos golpes respondían como de
costumbre, alternándose siempre con las raspaduras. Los siguientes
hechos, no menos curiosos, se reprodujeron muchas veces.
Cuando hubo cesado el ruido y la niña reposaba tranquilamente en
su pequeña cama, de repente se la vio postrarse y unir las manos, de
ojos cerrados; después giró la cabeza hacia todos los lados, tanto a la
derecha como a la izquierda, como si algo extraordinario hubiera
llamado su atención. Entonces, una amable sonrisa se dibujó en sus
labios; se diría que estaba dirigiéndose a alguien; tendió sus manos,
y con este gesto se deducía que estrechaba las de algunos amigos o
conocidos. Después de esas escenas fue también vista retomando su
primera actitud suplicante al unir nuevamente las manos, inclinando
la cabeza hasta tocar la cobija, para después erguirse y derramar
lágrimas. Entonces suspiraba y parecía orar con un gran fervor. En
esos momentos su rostro se transformaba; estaba pálida y tenía la
expresión de una mujer de 24 a 25 años. Este estado duraba
frecuentemente más de media hora, estado durante el cual sólo
pronunciaba: ¡ah, ah! Los golpes, las raspaduras, el zumbido y los
gritos cesaban hasta el momento del despertar; entonces, el
golpeador se hacía escuchar de nuevo, buscando la ejecución de
arias alegres para disipar la penosa impresión producida sobre los
asistentes. Al despertar, la niña estaba muy abatida; apenas podía
levantar los brazos, y los objetos que se le presentaban no quedaban
más suspendidos de sus dedos.
Curiosos por conocer lo que ella había sentido, la interrogaron
varias veces. No fue sino bajo reiteradas instancias que se decidió a
decir que había visto conducir y crucificar al Cristo en el Gólgota;
que el dolor de las santas mujeres postradas al pie de la cruz y la
crucifixión habían producido en ella una impresión que no podía
describir. Había visto también a una multitud de mujeres y de
jóvenes vírgenes con vestidos negros, y a personas
jóvenes con largos vestidos blancos recorriendo en procesión las
calles de una bella ciudad, y por último se vio transportada a una
gran iglesia donde asistió a un servicio fúnebre.
En poco tiempo el estado de Philippine Senger cambió de tal
modo que causó preocupaciones sobre su salud, porque en el estado
de vigilia divagaba y soñaba en voz alta; no reconocía a su padre, ni
a su madre, ni a su hermana, ni a ninguna otra persona e incluso este
estado vino a agravarse con una sordera completa que persistió
durante quince días. No podemos pasar por alto lo que tuvo lugar en
este lapso de tiempo.
La sordera de Philippine se manifestaba desde el mediodía hasta
las quince horas, y ella misma declaró que permanecería sorda por
un cierto tiempo y que caería enferma. Lo que hay de singular es que
a veces recobraba la audición durante media hora, con lo que se
mostraba feliz. Ella misma predijo el momento en que la sordera
tenía que tomarla y dejarla. Una vez, entre otras, anunció que a las
ocho y media de la noche escucharía claramente durante media hora;
en efecto, a la hora predicha, su audición había vuelto y esto duró
hasta las nueve horas.
Durante la sordera sus facciones estaban cambiadas; su rostro
tomaba una expresión de estupidez, que perdía luego que volvía a su
estado normal. Entonces, nada le causaba impresión; permanecía
sentada mirando fijamente a las personas presentes, pero sin
reconocerlas. Uno podía hacerse comprender solamente por medio
de señales, a las cuales la mayoría de las veces ella no respondía,
limitándose a fijar los ojos sobre aquel que le dirigía la palabra. En
una ocasión, de repente agarró del brazo a una de las personas
presentes y le dijo, empujándola: ¿Quién eres tú? A veces, en esta
situación, se quedaba inmóvil más de una hora y media en su cama.
Sus ojos estaban medio abiertos y fijos en un punto cualquiera; de
vez en cuando se movían a la derecha y a la izquierda, volviendo
después al mismo lugar. Entonces, toda la sensibilidad parecía
embotada en ella; su pulso apenas latía, y cuando se le colocaba una
luz ante sus ojos, ningún movimiento hacía: se diría que estaba
muerta.
Durante su sordera sucedió que una noche, estando acostada, pidió
una pizarra y una tiza, y luego escribió: «A las once diré algo, pero
exijo que se queden tranquilos y silenciosos.» Después de estas
palabras agregó cinco signos que se parecían con la escritura latina,
pero que ninguno de los asistentes pudo descifrar. Se escribió en la
pizarra que no se comprendían esos signos. En respuesta a esta
observación, ella escribió: «¡Claro que no podéis leerlo!» Y más
abajo: «No es alemán, es una lengua extranjera». Enseguida, dando
vuelta la pizarra, escribió del otro lado: «Francisque (su hermana
mayor) se sentará a la mesa y escribirá lo que le voy a dictar.» Acompañó estas palabras
con cinco signos similares a los primeros y devolvió la pizarra.
Notando que esos signos no habían sido todavía comprendidos,
volvió a pedir la pizarra y agregó: «Son órdenes particulares».
Un poco antes de las once horas, dijo: «Quedaos tranquilos; ¡que
todos se sienten y que presten atención!» Y al dar las once, se dio
vuelta en la cama y cayó en su sueño magnético habitual. Algunos
instantes después se puso a hablar, lo que duró media hora sin
interrupción. Entre otras cosas, declaró que en el corriente año se
producirían hechos que nadie podría comprender, y que todas las
tentativas hechas para explicarlos serían infructuosas.
Durante la sordera de la jovencita Senger, varias veces se
repitieron el alboroto del moblaje, la abertura inexplicada de las
ventanas y el apagar de las luces sobre la mesa de trabajo. Ocurrió
una noche que dos gorros colgados en una percha del dormitorio
fueron lanzados sobre la mesa del otro cuarto, volcando una taza
llena de leche que se derramó en el suelo. Los golpes dados contra la
cama eran tan violentos que ese mueble fue desplazado; incluso
algunas veces era desarreglada con estruendos, sin que los golpes se
hicieran escuchar.
Como todavía allí había personas incrédulas o que atribuían esas
singularidades a un juego de la niña, que –según las mismas–
golpeaba o raspaba con sus pies o sus manos, el capitán Zentner
imaginó un medio de convencerlas, a pesar de que los hechos
hubiesen sido constatados por más de cien testigos y de que fuera
comprobado que la jovencita tenía los brazos extendidos sobre la
cobija, mientras que los ruidos se producían. Hizo traer del cuartel
dos cobijas muy gruesas que puso una sobre la otra, y con ellas
envolvió el colchón y las sábanas de la cama; aquéllas eran
afelpadas, de manera que era imposible producir el menor ruido por
fricción. Vestida con una simple camisa y con un camisón,
Philippine fue puesta bajo dichas cobijas; apenas ubicada, las
raspaduras y los golpes tuvieron lugar como antes, ya sea contra la
madera de la cama o contra el armario vecino, según el deseo que
era expresado.
Sucede a menudo que cuando alguien tararea o silba cualquier
aria, el golpeador lo acompaña, y los sonidos que se perciben
parecen provenir de dos, tres o cuatro instrumentos: se escucha
raspar, golpear, silbar y murmurar al mismo tiempo, siguiendo el
ritmo del aria cantada. Frecuentemente también el golpeador pide a
uno de los asistentes para cantar una canción; lo designa a través del
procedimiento que conocemos, y cuando éste ha comprendido que
es a él que el Espíritu se dirige, le pregunta a su turno si
debe cantar tal o cual aria; y él responde por sí o por no. Al cantarse
el aria indicada, se escucha un acompañamiento de zumbidos y
silbidos perfectamente al compás. Después de un aria alegre, el
Espíritu pedía a menudo el aria: Gran Dios, nosotros te alabamos, o
la canción de Napoleón I. Si se le decía que tocara solamente esta
última canción o cualquier otra, la hacía escuchar desde el principio
hasta el fin.
Las cosas siguieron así en la casa del Sr. Senger, ya sea de día o
de noche, durante el sueño o en el estado de vigilia de la niña, hasta
el 4 de marzo de 1853, época en que las manifestaciones entraron en
otra fase. Ese día fue marcado por un hecho aún más extraordinario
que los precedentes."
(Continúa en el próximo número.)
Nota – Sin duda nuestros lectores no llevarán a mal la extensión
que hemos dado a esos curiosos detalles, y pensamos que han de leer
la continuación con no menos interés. Hacemos notar que esos
hechos no nos llegan de países transatlánticos, cuya distancia, no
obstante, es un gran argumento para ciertos escépticos; ellos nos
llegan del otro lado del Rin, porque han sucedido en nuestras
fronteras y casi bajo nuestros ojos, puesto que ocurrieron hace
apenas seis años.
Como se ve, Philippine Senger era una médium natural muy
compleja; más allá de la influencia que ejercía sobre los fenómenos
bien conocidos de los ruidos y de los movimientos, era una
sonámbula extática. Conversaba con los seres incorpóreos que ella
veía; al mismo tiempo veía a los asistentes y les dirigía la palabra,
pero no siempre les respondía, lo que prueba que en ciertos
momentos estaba aislada. Para aquellos que conocen los efectos de
la emancipación del alma, las visiones que hemos descrito nada
tienen que no pueda ser explicado fácilmente; en esos momentos de
éxtasis es probable que la niña, en Espíritu, se encontrase
transportada a alguna región lejana, donde asistía –tal vez en
recuerdo– a una ceremonia religiosa. Uno puede admirarse de la
memoria que tenía al despertar; pero este hecho de ningún modo es
insólito; además, puede notarse que el recuerdo era confuso y que
era preciso insistir mucho para provocarlo.
Si se observa atentamente lo que sucedía durante su sordera, se ha
de reconocer allí, sin dificultad, un estado cataléptico. Ya que la
sordera era temporaria, es evidente que de forma alguna se debía a la
alteración de los órganos del oído. Ocurría lo mismo con la
obnubilación momentánea de las facultades mentales, obnubilación
que no tenía nada de patológico, puesto que, en un instante
dado, todo volvía a su estado normal. Esta especie de estupidez
aparente se debía a un desprendimiento más completo del alma,
cuyas excursiones se hacían con más libertad, no dejando a los
sentidos más que su vida orgánica. ¡Que se juzgue, por lo tanto, el
efecto desastroso que hubiera podido producir un tratamiento
terapéutico en semejantes circunstancias! Fenómenos del mismo
género pueden producirse a cada instante; en este caso, no podemos
dejar de recomendar sino más circunspección; una imprudencia
puede comprometer la salud e incluso la vida.
I
Un hombre salió de madrugada y se dirigió hacia la plaza pública
para contratar obreros. Ahora bien, vio allí a dos hombres del pueblo
que estaban sentados de brazos cruzados. Se acercó a uno ellos y,
abordándolo, le dijo: «¿Qué haces aquí?» Y éste le respondió: «No
tengo trabajo»; aquel que buscaba obreros le dijo: «Toma tu azada y
ve a mi campo, en la ladera de la colina donde sopla el viento del
sur; cortarás el brezo y removerás la tierra hasta que llegue el
atardecer; la tarea es ruda, pero tendrás un buen salario». Y el
hombre del pueblo cargó su azada sobre los hombros,
agradeciéndole de corazón.
Al oír esto, el otro obrero se levantó de su lugar y se aproximó,
diciendo: «Señor, dejadme también ir a trabajar en vuestro campo»;
y habiéndoles dicho a ambos para seguirlo, el señor marchó adelante
para mostrarles el camino. Después, cuando hubieron llegado al
declive de la colina, dividió el trabajo en dos partes y se retiró.
Luego que partió, el último de los obreros que había contratado
prendió fuego primeramente a los brezos de la parte que le había
tocado y trabajó la tierra con el hierro de su azada. El sudor
chorreaba de su frente bajo el ardor del sol. El otro al principio lo
imitó murmurando, pero luego dejó su tarea y, clavando su azada en
la tierra, se sentó al lado, mirando a su compañero trabajar.
Ahora bien, al caer la tarde el señor del campo vino y examinó el
trabajo realizado, y habiendo llamado al obrero diligente, lo felicitó
diciéndole: «Has trabajado bien; he aquí tu salario», y le dio una
moneda de plata,
permitiéndole retirarse. El otro obrero también se acercó y reclamó
el pago de su jornada; pero el señor le dijo: «Mal obrero, mi pan no
aplacará tu hambre, porque has dejado sin trabajar la parte de mi
campo que te había confiado; no es justo que aquel que no ha hecho
nada sea recompensado como el que ha trabajado bien». Y lo
despidió sin darle nada.
II
Yo os digo, la fuerza no ha sido dada al hombre y la inteligencia a
su espíritu para que consuma sus días en la ociosidad, sino para que
sea útil a sus semejantes. Ahora bien, aquel cuyas manos estuvieren
desocupadas y el espíritu ocioso será punido, y deberá recomenzar
su tarea.
En verdad os digo, cuando su tiempo se haya cumplido, su vida
será dejada a un lado como una cosa inútil; comprended esto
mediante una comparación. ¿Quién de vosotros, si hay en su huerto
un árbol que no produce frutos, no dice a su servidor: «Cortad este
árbol y arrojadlo al fuego, porque sus ramas son estériles?» Ahora
bien, del mismo modo que este árbol será cortado por su esterilidad,
la vida del perezoso será desechada porque habrá sido estéril en
buenas obras.
Conversaciones familiares del Más Allá
Sr. Morisson, monomaníaco.
En el mes de marzo último un periódico inglés daba la siguiente noticia sobre el Sr. Morisson, que acaba de morir en Inglaterra dejando una fortuna de cien millones de francos. Dice ese periódico que, en los dos últimos años de su vida, él era presa de una singular monomanía. Imaginaba que estaba reducido a una extrema pobreza y que debía ganar su pan cotidiano mediante un trabajo manual. Su familia y sus amigos habían reconocido que era inútil sacarlo del engaño; él tenía la convicción de que era pobre, de que no tenía un chelín y que era necesario trabajar para vivir. Por lo tanto, a cada mañana le ponían una azada en la mano y lo mandaban a trabajar en sus jardines. Luego volvían a buscarlo: su tarea estaba terminada; entonces, se le pagaba un modesto salario por su trabajo y él se ponía contento; su espíritu estaba tranquilizado, su manía satisfecha. Hubiera sido el más infeliz de los hombres si lo hubiesen contrariado.
1. Ruego a Dios Todopoderoso que permita al Espíritu Morisson, que acaba de morir en Inglaterra dejando una considerable fortuna, comunicarse con nosotros. –Resp. Él está aquí.
2. ¿Recordáis el estado en el cual os encontrabais en los dos últimos años de vuestra existencia corporal? –Resp. Ha sido siempre el mismo.
3. Después de vuestra muerte, ¿se resintió vuestro Espíritu de la aberración de sus facultades durante la encarnación? –Resp. Sí. –San Luis completa la respuesta diciendo espontáneamente: Desprendido del cuerpo, el Espíritu se resiente algún tiempo de la compresión de sus lazos.
4. Así, una vez muerto, ¿no recobró inmediatamente vuestro Espíritu la plenitud de sus facultades? –Resp. No.
5. ¿Dónde estáis ahora? –Resp. Atrás de Ermance.
6. ¿Sois feliz o infeliz? –Resp. Me falta algo... No sé qué... Yo busco... Sí, sufro.
7. ¿Por qué sufrís? –Resp. Él sufre por el bien que no ha hecho. (San Luis.)
8. ¿De dónde os venía esa manía de creeros pobre con una fortuna tan grande? –Resp. Yo lo era; el verdadero rico es aquel que no tiene necesidades.
9. ¿De dónde os venía, sobre todo, esa idea de que os era necesario trabajar para vivir? –Resp. Estaba loco; aún lo estoy.
10. ¿Cómo os llegó esa locura? –Resp. ¡Qué importa! Yo había elegido esta expiación.
11. ¿Cuál era el origen de vuestra fortuna? –Resp. ¿Qué os importa?
12. Sin embargo, el invento que habéis hecho ¿no tenía como objetivo aliviar a la Humanidad? –Resp. Y de enriquecerme.
13. ¿Qué uso hacíais de vuestra fortuna cuando gozabais enteramente de vuestra razón? –Resp. Ningún uso; creo que la disfrutaba.
14. ¿Por qué Dios os concedió la fortuna, ya que no haríais de ella un uso útil para los otros? –Resp. Yo había elegido esa prueba.
15. Aquel que goza de una fortuna adquirida con su trabajo, ¿no tiene más disculpas por retenerla que aquel que nace en el seno de la opulencia y que nunca ha conocido la necesidad? –Resp. Menos. – San Luis agrega: Aquél conocía el dolor y no lo alivió.
16. ¿Recordáis la existencia que precedió a la que acabáis de dejar? –Resp. Sí. 17. ¿Qué erais entonces? –Resp. Un obrero.
18. Nos habéis dicho que sois infeliz; ¿veis un término a vuestro sufrimiento? –Resp. No. –San Luis agrega: Es demasiado pronto.
19. ¿De quién depende esto? –Resp. De mí. Aquel que está aquí me lo ha dicho.
20. ¿Conocéis aquel que está aquí? –Resp. Vos lo llamáis Luis.
21. ¿Sabéis lo él ha sido en Francia, en el siglo XIII? –Resp. No... Lo conozco por vosotros... Agradezco por lo que él me ha enseñado.
22. ¿Creéis en una nueva existencia corporal? –Resp. Sí.
23. Si debéis renacer en la vida corporal, ¿de quién dependerá la posición social que tendréis? –Resp. Creo que de mí. Tantas veces he elegido que sólo puede depender de mí. Nota – Estas palabras: Tanto he elegido, son características. Su estado actual prueba que, a pesar de sus numerosas existencias, poco ha progresado, y que siempre es un recomenzar para él.
24. ¿Qué posición social elegiríais si pudieseis recomenzar? – Resp. Baja; se marcha más seguro; uno no está encargado sino de sí mismo.
25. (A san Luis) ¿No hay un sentimiento de egoísmo al elegir una baja posición, donde uno no debe encargarse sino de sí mismo? – Resp. En ninguna parte uno se encarga solamente de sí mismo; el hombre responde por aquellos que lo rodean, no sólo por las almas cuya educación le es confiada, sino también por otras: el ejemplo hace todo el mal.
26. (A Morisson) Os agradecemos por haber tenido a bien responder a nuestras preguntas, y rogamos a Dios que os dé la fuerza para soportar nuevas pruebas. –Resp. Vosotros me habéis aliviado, y he aprendido.
Nota – Se reconoce fácilmente en las respuestas anteriores el estado moral de este Espíritu; éstas son breves y, cuando no son monosilábicas, tienen algo de sombrío y de vago: un loco melancólico no hablaría de otra manera. Esa persistencia de la aberración de las ideas después de la muerte es un hecho destacable, pero no es una constante, o a veces presenta un carácter totalmente diverso. Al respecto, tendremos ocasión de citar varios ejemplos, estando en condiciones de estudiar los diferentes géneros de locura.
El suicida de la Samaritana
Últimamente los diarios han informado el siguiente hecho: «Ayer (7 de abril de 1858), hacia las siete horas de la noche, un hombre de unos cincuenta años, y vestido apropiadamente, se presentó en el establecimiento de la Samaritana y pidió que le preparasen un baño. Admirándose el empleado de servicio de que después de un intervalo de dos horas este individuo no haya llamado, decidió entrar en el cuarto para ver si no estaba indispuesto. Entonces fue testigo de un horrible espectáculo: aquel desdichado se había cortado la garganta con una navaja de afeitar, y toda su sangre se había mezclado con el agua de la bañera. No habiendo podido establecerse su identidad, el cadáver fue transportado a la Morgue.»
Pensamos que podríamos extraer una enseñanza útil a nuestra instrucción mediante una conversación con este hombre, en Espíritu. Por lo tanto, lo hemos evocado el 13 de abril, por consiguiente, sólo seis días después de su muerte.
1. Ruego a Dios Todopoderoso que permita al Espíritu del individuo que se ha suicidado el 7 de abril de 1858, en los baños de la Samaritana, comunicarse con nosotros. –Resp. Esperad... (Después de algunos segundos): Él está aquí.
Nota – Para comprender esta respuesta es preciso saber que, en todas las reuniones regulares, hay generalmente un Espíritu familiar: el del médium o de la familia, que está siempre presente sin que se lo llame. Es él que hace venir a aquellos que se evoca y, según sea más o menos elevado, sirve él mismo de mensajero o da órdenes a los Espíritus que le son inferiores. Cuando nuestras reuniones tienen por intérprete a la Srta. Ermance Dufaux, es siempre el Espíritu san Luis que consiente en asistirla de oficio; es él que ha dado la respuesta anterior.
2. ¿Dónde estáis ahora? –Resp. No sé... Decidme dónde estoy.
3. Estáis en la rue de Valois (Palais-Royal) N° 35, en una reunión de personas que se ocupan de estudios espíritas y que os son benévolas. –Resp. Decidme si vivo... Me ahogo en el ataúd.
4. ¿Quién os indujo a venir a nosotros? –Resp. Me he sentido aliviado.
5. ¿Cuál es el motivo que os ha llevado a suicidaros? –Resp. ¿Estoy muerto?... No... Estoy en mi cuerpo... ¡No sabéis cuánto sufro!... ¡Me ahogo!... ¡Que una mano compasiva acabe conmigo! Nota – Su alma, aunque separada del cuerpo, aún está completamente sumergida en lo que se podría llamar el torbellino de la materia corporal; las ideas terrestres están todavía vivaces; no cree estar muerto.
6. ¿Por qué no habéis dejado ningún vestigio que pudiese haceros reconocer? –Resp. Estoy abandonado; he huido del sufrimiento para encontrar la tortura.
7. ¿Tenéis ahora los mismos motivos para permanecer desconocido? –Resp. Sí; no pongáis un hierro candente en la herida que sangra.
8. ¿Quisierais decirnos vuestro nombre, edad, profesión o domicilio? –Resp. No..., de ninguna manera.
9. ¿Teníais familia, mujer e hijos? –Resp. Yo estaba abandonado; ningún ser me amaba.
10. ¿Qué habíais hecho para no ser amado por nadie? –Resp. ¡Cuántos son como yo!... Un hombre puede ser abandonado en medio de su familia, cuando ningún corazón lo ama.
11. En el momento de llevar a cabo vuestro suicidio, ¿no has vacilado? –Resp. Tenía sed de muerte... Esperaba el descanso.
12. ¿Cómo es que el pensamiento del porvenir no os hizo renunciar a vuestro intento? –Resp. No creía en el futuro; estaba sin esperanzas. El porvenir es la esperanza.
13. ¿Qué reflexiones habéis hecho en el momento en que sentíais que la vida se os extinguía? –Resp. No reflexionaba, sentía... Pero mi vida no se ha extinguido... Mi alma está ligada al cuerpo... No he muerto... Sin embargo, siento que me roen los gusanos...
14. ¿Qué sensación habéis tenido en el momento en que la muerte se completaba? –Resp. ¿Se ha completado?
15. ¿Ha sido doloroso el momento en que la vida se os extinguía? –Resp. Menos doloroso que después. Sólo el cuerpo ha sufrido. – San Luis continúa: El Espíritu se liberaba de un peso que lo abrumaba; sentía la voluptuosidad del dolor. (A san Luis.) Ese estado ¿es siempre la consecuencia del suicidio? –Resp. Sí; el Espíritu del suicida está ligado a su cuerpo hasta el término de su vida. La muerte natural es el enflaquecimiento de la vida: el suicidio la quiebra bruscamente.
16. Este estado ¿es el mismo en toda muerte accidental, independiente de la voluntad, y que abrevia la duración natural de la vida? –Resp. No. ¿Qué entendéis por suicidio? El Espíritu sólo es culpable por sus obras.
Nota – Habíamos preparado una serie de preguntas que nos proponíamos dirigir a este hombre, en Espíritu, sobre su nueva existencia; en presencia de sus respuestas, aquéllas se volvieron sin objeto; era evidente que él no tenía ninguna conciencia de su situación;su sufrimiento fue la única cosa que pudo describirnos.
Esta duda de la muerte es muy común en las personas fallecidas recientemente y sobre todo en aquellas que, cuando estaban encarnadas, no elevaron su alma por encima de la materia. A primera vista es un fenómeno raro, pero que se explica muy naturalmente. Si a un individuo puesto en sonambulismo por primera vez se le pregunta si duerme, casi siempre responde que no, y su respuesta es lógica: el interrogador es el que hace mal la pregunta, sirviéndose de un término impropio. La idea de sueño, en nuestro lenguaje usual, está ligada a la suspensión de todas nuestras facultades sensitivas; ahora bien, el sonámbulo que piensa y ve, que tiene la conciencia de su libertad moral, no cree estar durmiendo y, en efecto, no duerme en la acepción vulgar de la palabra. Por eso responde que no hasta que se familiarice con esta nueva manera de entender la cuestión. Y lo mismo sucede con el hombre que acaba de morir; para él la muerte era la nada; ahora bien, al igual que el sonámbulo, él ve, siente, habla; por lo tanto, él no se considera muerto, y lo dice hasta que haya adquirido la intuición de su nuevo estado. _
(Extraídas de la Vida de Luis XI, dictada por él mismo a la señorita Ermance Dufaux)
(Ver los números de marzo y de mayo de 1858)
Envenenamiento del duque de Guyena
... Después me ocupé de Guyena. Odet d'Aidies, señor de Lescun,
que estaba enemistado conmigo, hacía los preparativos de la guerra
con una actividad maravillosa. No era sino con esfuerzo que
mantenía el ardor bélico de mi hermano, el duque de Guyena.
Tenía que combatir a un temible adversario en el espíritu de mi
hermano: la señora de Thouars, que era la amante de Carlos (el
duque de Guyena).
Esa mujer sólo buscaba sacar provecho del dominio que tenía
sobre el joven duque para desviarlo de la guerra, no ignorando que
ésta tenía por objeto el matrimonio de su amante. Sus enemigos
secretos habían fingido alabar en su presencia la belleza y las
brillantes cualidades de la novia: esto fue lo suficiente para
persuadirla de que su desgracia era cierta si esta princesa se casara
con el duque de Guyena. Segura de la pasión de mi hermano, ella
recurrió a las lágrimas, a los ruegos y a todas las extravagancias de
una mujer perdida en semejante caso. El débil Charles cedió y
comunicó a Lescun sus nuevas resoluciones. Éste previno
inmediatamente al duque de Bretaña y a los interesados: ellos se
alarmaron e hicieron representaciones a mi hermano, pero éstas no
hicieron más que volver a sumergirlo en sus irresoluciones.
Sin embargo, la favorita consiguió –no sin dificultad– disuadirlo
nuevamente de la guerra y del casamiento; desde entonces, su
muerte fue resuelta por todos los príncipes. Por temor a que mi
hermano se la imputara a Lescun, de quien conocía su antipatía por
la señora de Thouars, ellos decidieron ganar a Jean Faure Duversois,
monje benedictino, confesor de mi hermano y abad de Saint-Jeand'Angély.
Este hombre era uno de los partidarios más entusiastas de la
señora de Thouars, y nadie ignoraba el odio que tenía hacia Lescun,
cuya influencia política envidiaba. Jamás sería probable que mi
hermano le imputase la muerte de su amante, pues ese sacerdote era
uno de sus favoritos, en el cual tenía la mayor confianza. No sólo
fue la sed de grandeza que hizo que se vinculara a la favorita, sino
que también se dejó corromper sin dificultad.
Desde largo tiempo que yo había intentado seducir al abad; él
siempre rechazaba mis ofrecimientos, no obstante, de un modo que
me dejaba la esperanza de conseguir ese objetivo.
Él vio fácilmente en qué posición se metería prestando a los
príncipes el servicio que esperaban de él; sabía que a los poderosos
no les costaba nada librarse de un cómplice. Por otro lado, conocía
la inconstancia de mi hermano y temía ser su víctima.
Para conciliar su seguridad con sus intereses, decidió sacrificar a
su joven señor. Al tomar esta determinación, tenía más posibilidad
de éxito que de fracaso. Para los príncipes, la muerte del joven
duque de Guyena debería ser el resultado de un error o de un
incidente imprevisto. La muerte de la favorita, aun cuando se la
hubiese podido imputar al duque de Bretaña y a sus cointeresados,
hubiera pasado inadvertida, por así decirlo, ya que nadie habría
podido descubrir los motivos que le daban una importancia real
desde el punto de vista político.
Admitiendo que pudieran ser acusados de la muerte de mi
hermano, ellos estarían fuertemente en peligro, porque sería mi
deber castigarlos con rigor; sabían que voluntad para eso no me
faltaba, y en este caso el pueblo se volvería contra ellos; y el propio
duque de Borgoña, ajeno a lo que se tramaba en Guyena, se vería
forzado a aliarse a mí, bajo pena de verse acusado de complicidad.
Incluso en esta última hipótesis todo habría sido logrado según mi
deseo; yo podría hacer que Carlos el Temerario fuese declarado
criminal de lesa majestad y hacerlo condenar a muerte por el
Parlamento, como asesino de mi hermano. Esta clase de
condenaciones, efectuadas por ese tribunal superior, tenían siempre
grandes resultados, sobre todo cuando eran de una indiscutible
legitimidad.
Se percibe, sin dificultad, qué interés tenían los príncipes en
dirigir al abad; pero, por otro lado, nada era más fácil que deshacerse
secretamente de él.
Conmigo el abad de Saint-Jean tenía aún más posibilidades de
impunidad. El servicio que me prestaba era de la mayor importancia
para mí, sobre todo en ese momento: la formidable Liga que se
formaba, y de la cual el duque de Guyena era el centro, debería
infaliblemente llevarme a la perdición; la muerte de mi hermano era
el único medio de destruirla y, por consecuencia, de salvarme. Él
ambicionaba el favor de Tristán el Ermitaño, y pensaba que con esto
conseguiría elevarse sobre él, o por lo menos compartir mis buenas
gracias y mi confianza en él. Además, los príncipes habían tenido la
imprudencia de dejarle en manos pruebas indiscutibles de su
culpabilidad: eran diferentes escritos; como éstos estaban
naturalmente expresados en términos muy vagos, no era difícil de
sustituir la persona de mi hermano por la de su favorita, que no era
designada sino en términos sobrentendidos. Al entregarme esos
documentos, alejaría de mí toda especie de duda sobre mi inocencia;
de este modo, se libraría del único peligro que corría del lado de los
príncipes y, al probar que yo no tenía nada que ver con el envenenamiento, dejaba de ser mi cómplice y me quitaba cualquier
interés de mandarlo matar.
Quedaba por probar que él mismo no tenía nada que ver con esto;
era una dificultad menor: primero, él estaba seguro de mi
protección; segundo, no teniendo los príncipes pruebas de su
culpabilidad, podía devolver sus acusaciones a título de calumnias.
Todo bien preparado, hizo llegar hasta mí un emisario que fingió
haber venido por sí mismo y me dijo que el abad de Saint-Jean
estaba disgustado con mi hermano. En seguida vi todo el partido que
yo podría sacar de esta disposición, y caí en la trampa que el astuto
abad me tendió; al no sospechar que aquel hombre pudiera ser
enviado por él, despaché a uno de mis espías de confianza. SaintJean
desempeñó tan bien su papel que éste fue engañado. Con base
en su informe, escribí al abad para sobornarlo; él fingió muchos
escrúpulos, pero triunfé, no sin dificultad. Consintió en encargarse
del envenenamiento de mi joven hermano: yo estaba tan pervertido
que ni siquiera dudé en cometer ese crimen horrible.
Henri de la Roche, gentilhombre de la repostería del duque, se
encargó de preparar un durazno que el propio abad ofreció a la
señora de Thouars, mientras merendaba en la mesa con mi hermano.
La belleza de aquella fruta era notable; ella se la hizo admirar al
príncipe y la compartió con él. Apenas ambos la comieron, la
favorita sintió violentos dolores en las entrañas: no tardó en expirar
en medio de los más atroces sufrimientos. Mi hermano tuvo los
mismos síntomas, pero con mucho menos violencia.
Parecerá tal vez extraño que el abad se haya servido de tal medio
para envenenar a su joven señor; en efecto, el menor incidente
podría desbaratar su plan. Sin embargo, era el único que la
prudencia podía aprobar: establecería la conjetura de un error.
Impresionada por la belleza del durazno, era muy natural que la
señora de Thouars se la hiciese admirar a su amante y le ofreciera la
mitad: él no podría dejar de aceptarla y comer un poco, aunque sólo
fuese por complacencia. Admitiendo que solamente comiera una
pequeña parte, hubiese sido suficiente para darle los primeros
síntomas necesarios; entonces, un envenenamiento posterior podría
llevarlo a la muerte como consecuencia del primero.
El terror se apoderó de los príncipes desde que supieron de las
funestas consecuencias del envenenamiento de la favorita; no
tuvieron la menor sospecha de la premeditación del abad. No
pensaban más que en aparentar naturalidad ante la muerte de la
joven mujer y la enfermedad de su amante; ninguno de ellos se
manifestó en ofrecer un antídoto al desdichado príncipe, temiendo
comprometerse; en efecto, este gesto hubiera dado a entender
que el veneno era conocido y que, por consecuencia, alguien era
cómplice del crimen.
Gracias a su juventud y a la fuerza de su temperamento, Carlos
resistió algún tiempo al veneno. Sus sufrimientos físicos no hicieron
más que volver a llevarlo a sus antiguos proyectos con más ardor.
Temiendo que su dolencia disminuyese el celo de sus oficiales,
quiso hacerles renovar el juramento de fidelidad. Como exigía que
ellos se comprometieran a servirlo contra todos, incluso contra mí,
algunos de ellos, temiendo su muerte que parecía próxima, se
negaron a prestarlo y pasaron a mi corte...
NOTA – En nuestro número anterior se han leído los interesantes
detalles dados por Luis XI sobre su muerte. El hecho que acabamos
de relatar no es menos notable desde el doble punto de vista de la
Historia y del fenómeno de las manifestaciones; además, sólo
teníamos dificultades en cuanto a la elección; la vida de este rey, tal
como ha sido dictada por él mismo, es indiscutiblemente la más
completa que tenemos y, podemos decir, la más imparcial. El estado
del Espíritu Luis XI le permite hoy apreciar las cosas en su justo
valor; se ha podido ver, por los tres fragmentos que hemos citado,
cómo se juzga a sí mismo; explica su política mejor de lo que lo
haría cualquiera de sus historiadores: él no se absuelve de su
conducta; y en su muerte, tan triste y tan vulgar para un monarca que
algunas horas antes era todopoderoso, ve un castigo anticipado.
Como hecho de manifestaciones, este trabajo ofrece un interés
muy particular; prueba que las comunicaciones espíritas pueden
esclarecernos sobre la Historia, cuando nos sabemos colocar en
condiciones favorables. Formulamos votos para que la publicación
de la Vida de Luis XI, así como la no menos interesante de Carlos
VIII –igualmente terminada– vengan pronto a hacer juego con la de
Juana de Arco.
Vemos aquí ciertos escritores eméritos encogerse de hombros al
simple nombre de una historia escrita por los Espíritus. –¡Cómo! –
dicen ellos–, ¡seres de otro mundo que vienen a controlar nuestro
saber, a nosotros, sabios de la Tierra! ¡Pero vamos! ¿Esto es
posible? –Señores, no os forzamos a creerlo; ni siquiera haremos el
menor empeño para arrancaros tan cara ilusión. En el interés de
vuestra gloria futura, os comprometemos a inscribir vuestros
nombres en caracteres INDESTRUCTIBLES al
pie de esta modesta sentencia: Todos los adeptos del Espiritismo
son insensatos, porque sólo a nosotros compete juzgar hasta dónde
va el poder de Dios; y esto para que la posteridad no pueda
olvidaros; ella misma verá si debe daros un lugar al lado de aquellos
que, no hace mucho, han rechazado a los hombres a los cuales la
Ciencia y el reconocimiento público hoy erigen estatuas.
Mientras tanto, he aquí un escritor cuyas altas capacidades no son
desconocidas por nadie, y que se atreve, a riesgo de también pasar
por una persona que no tiene juicio, a enarbolar él mismo la bandera
de las nuevas ideas sobre las relaciones del mundo físico con el
mundo incorpóreo. Leemos lo siguiente en la Histoire de France de
Henri Martin, 171 tomo 6, página 143, a propósito de Juana de
Arco:
«... Existe en la Humanidad un orden excepcional de hechos morales y físicos que parecen derogar las leyes comunes de la
Naturaleza: es el estado de éxtasis y de sonambulismo –ya sea espontáneo o artificial– con todos sus asombrosos fenómenos de
desdoblamiento de los sentidos, de insensibilidad total o parcial del cuerpo, de exaltación del alma y de percepciones fuera de todas las condiciones de la vida habitual. Esta clase de hechos ha sido juzgada desde puntos de vista muy opuestos. Al ver las relaciones
acostumbradas de los órganos alterados o dislocados, los fisiólogos califican de enfermedad al estado extático o sonambúlico,
admitiendo la realidad de los fenómenos que pueden conducir a una patología, y negando todo el resto, es decir, todo lo que parece fuera de las leyes constatadas de la Física. A sus ojos, inclusive, la enfermedad se vuelve locura cuando al desdoblamiento de la acción
de los órganos se le suman las alucinaciones de los sentidos y las visiones de objetos que sólo existen para el visionario. Un eminente
fisiólogo estableció muy crudamente que Sócrates estaba loco,
porque creía conversar con su demonio. Los místicos responden no solamente afirmando como reales los fenómenos extraordinarios de
las percepciones magnéticas –cuestión sobre la cual encuentran
innumerables auxiliares y testigos fuera del misticismo–, sino que sostienen que las visiones de los extáticos tienen objetos reales, vistos, es verdad, no con los ojos del cuerpo y sí con los ojos del Espíritu. El éxtasis es para ellos el puente arrojado del mundo visible
al mundo invisible, el medio de comunicación del hombre con los
seres superiores, el recuerdo y la promesa de una existencia mejor, de donde decaímos y a la cual debemos reconquistar.
«En este debate, ¿qué partido deben tomar la Historia y la Filosofía?
«La Historia no podría pretender determinar con precisión los límites ni el alcance de los fenómenos, ni de las facultades extáticas
y sonambúlicas; pero constata que son de todos los tiempos y de todos los lugares; que los hombres siempre han creído en ellas; que han ejercido una acción considerable sobre los destinos del género humano; que se han manifestado no solamente entre los
contemplativos, sino entre los genios más poderosos y más activos, entre la mayoría de los grandes iniciados; que por más irrazonables
que sean muchos extáticos, no hay nada de común entre las
divagaciones de la locura y las visiones de algunos; que esas visiones son regidas
por ciertas leyes; que los extáticos de todos los países y de todos los siglos tienen lo que se puede llamar un lenguaje común, el de los símbolos, del cual la poesía no es más que un derivado, lenguaje que expresa más o menos constantemente las mismas ideas y sentimientos por las mismas imágenes.
«Tal vez es más temerario tratar de pronunciarse en nombre de la Filosofía; entretanto, el filósofo, después de haber reconocido la
importancia moral de estos fenómenos, por más desconocidos que sean para nosotros su ley y su objetivo; después de haberlos distinguido en dos grados, uno inferior –que no es sino una extensión extraña o un desdoblamiento inexplicable de la acción de
los órganos– y otro superior –que es una exaltación prodigiosa de los poderes morales e intelectuales–, nos parece que el filósofo podría sostener que la ilusión del inspirado consiste en tomar como
una revelación traída por seres exteriores, ángeles, santos o genios, a las revelaciones interiores de esta personalidad infinita que está en nosotros, y que entre los mejores y los mayores se manifiesta a veces por relámpagos de fuerzas latentes que sobrepasan, casi sin medida, las facultades de nuestra condición actual. En una palabra, en lenguaje académico, son para nosotros hechos de subjetividad; en
el lenguaje de las antiguas filosofías místicas y de las religiones más elevadas, son las revelaciones del feruer mazdeísta, del buen
demonio (el de Sócrates), del ángel guardián, de este otro Yo que no es sino el yo eterno en plena posesión de sí mismo, cerniéndose
sobre el yo envuelto en las sombras de esta vida (es la figura del magnífico símbolo del Zoroastrismo, representado por todas partes en Persépolis y en Nínive: el feruer alado o el yo celestial
cerniéndose sobre la persona terrestre).
«Negar la acción de seres exteriores sobre el inspirado, sólo ver en sus supuestas manifestaciones la forma dada a las intuiciones del
extático para las creencias de su tiempo y de su país, buscar la solución del problema en las profundidades de la persona humana, esto no es de ninguna manera poner en duda la intervención divina
en esos grandes fenómenos y en esas grandes existencias. El autor y el sostén de todas las vidas, por más esencialmente independiente que sea de cada criatura y de toda la creación, por más distinta que sea de nuestro ser contingente su personalidad absoluta, de modo alguno es un ser exterior, es decir, extraño a nosotros, y no es de afuera que él nos habla; cuando el alma se sumerge en sí misma, ella ahí lo encuentra y, en toda inspiración benéfica, nuestra libertad se
asocia a su Providencia. Es preciso, aquí como en todas partes, el doble escollo de la incredulidad y de la piedad mal esclarecida; uno no ve más que ilusiones y que impulsos puramente humanos; el otro se rehúsa admitir alguna parte de ilusión, de ignorancia o de imperfección allí donde ve el dedo de Dios. Como si los enviados de
Dios dejasen de ser hombres, los hombres de un cierto tiempo y de un cierto lugar, y como si los relámpagos sublimes que les atraviesan el alma depositasen en ella la ciencia universal y la perfección absoluta. En las inspiraciones más evidentemente providenciales, los errores que vienen del hombre se mezclan con la
verdad que viene de Dios. El Ser infalible no comunica su
infalibilidad a nadie.
«No pensamos que esta digresión pueda parecer superflua;
debíamos pronunciarnos sobre el carácter y sobre la obra de una de
las inspiradas que ha dado testimonio en el más alto grado de las facultades extraordinarias que acabamos de hablar, y que las ha aplicado en la más brillante misión de las épocas modernas; por lo tanto, era preciso tratar de expresar una opinión para la categoría de seres excepcionales a los cuales pertenece Juana de Arco.»
Los banquetes magnéticos
El 26 de mayo, aniversario de nacimiento de Mesmer, han tenido lugar los
dos banquetes anuales que reúnen a la élite de los magnetizadores de París y a
los adeptos del extranjero que a ellos se juntan. Nosotros siempre nos hemos
preguntado por qué esta solemnidad conmemorativa es celebrada por dos
banquetes rivales, donde cada facción bebe a la salud de la otra y donde, sin
resultado, se hacen brindis por la unión. Cuando uno está allí, parece que están
bien cerca de entenderse. Entonces, ¿por qué una escisión entre hombres que
se consagran al bien de la Humanidad y al culto de la verdad? ¿No se les
presenta la verdad bajo el mismo aspecto? ¿Tienen ellos dos maneras de
entender el bien a la Humanidad? ¿Están divididos sobre los principios de su
ciencia? De ningún modo; ellos tienen las mismas creencias; tienen el mismo
maestro que es Mesmer. Si ese maestro, cuya memoria invocan, viene –como
lo creemos– a atender a su llamado, debe sufrir al ver la desunión entre sus
discípulos. Felizmente esta desunión no engendrará guerras como las que, en
el nombre del Cristo, han ensangrentado el mundo para la eterna vergüenza de
los que se decían cristianos. Pero esta guerra, por más inofensiva que sea, y
aunque se limite a golpes de pluma y a beber cada uno por su lado, no es por
eso menos lamentable; nos gustaría de ver a los hombres de bien unidos en un
mismo sentimiento de confraternidad; con esto, la ciencia magnética ganaría
en progreso y en consideración.
Puesto que ambas facciones no están divididas por divergencias
doctrinarias, ¿en qué consiste, entonces, su antagonismo? Sólo podemos ver la
causa de esto en las susceptibilidades inherentes a la imperfección de nuestra
naturaleza, y de la cual los hombres –incluso los superiores– no siempre están
exentos. En todos los tiempos el genio de la discordia ha agitado su antorcha
sobre la Humanidad; es decir, que desde el punto de vista espírita los Espíritus
inferiores, envidiosos de la felicidad de los hombres, encuentran entre ellos un
acceso muy fácil; felices aquellos que tienen bastante fuerza moral para
rechazar sus sugestiones.
Se nos había hecho el honor de invitarnos a las dos reuniones; como tenían
lugar simultáneamente, y porque aún no somos sino un Espíritu muy
materialmente encarnado, no teniendo el don de ubicuidad, sólo hemos podido
atender a una única de esas atentas invitaciones, la que era presidida por el Dr.
Duplanty. Debemos decir que los adeptos del Espiritismo no estaban allí en
mayoría; no obstante, constatamos
con placer que, excepto algunas pequeñas tonterías ofrecidas a los Espíritus en
espirituosas coplas cantadas por el Sr. Jules Lovi, y en aquellos no menos
divertidos cantos del Sr. Fortier –que obtuvo los honores de un bis–, la
Doctrina Espírita no ha sido por parte de nadie objeto de esas críticas
inconvenientes, de las cuales ciertos adversarios no dejan faltar, a pesar de la
educación de la cual ellos se jactan.
Lejos de eso, en un discurso notable y justamente aplaudido, el Dr.
Duplanty ha proclamado abiertamente el respeto que se debe tener por las
creencias sinceras, aun cuando no se las comparta. Sin pronunciarse a favor o
en contra del Espiritismo, sabiamente ha hecho observar que los fenómenos
del magnetismo, revelándonos una fuerza hasta ahora desconocida, deben
volvernos aún más circunspectos para con los que pueden revelarse todavía, y
que al menos sería imprudencia negar lo que no se comprende o lo que no se
ha constatado, sobre todo cuando se apoyan en la autoridad de hombres
honorables, cuyas luces y lealtad no podrían ponerse en duda. Estas palabras
son sabias, y nosotros se las agradecemos al Sr. Duplanty; ellas contrastan
singularmente con las de ciertos adeptos del Magnetismo que sin
consideración esparcen el ridículo sobre una doctrina que confiesan
desconocer, olvidando que ellos mismos han sido en otros tiempos blanco de
los sarcasmos; ellos también han sido mandados a los manicomios y
perseguidos por los escépticos como los enemigos del buen sentido y de la
religión. Hoy que el Magnetismo está rehabilitado por la fuerza de las cosas,
que de él no se ríen más y que sin temor uno puede confesarse magnetizador,
es poco digno y poco caritativo para ellos usar de represalias hacia una ciencia
–hermana de la suya– que no puede prestarle sino un benéfico apoyo.
Nosotros no atacamos a los hombres, dicen ellos; sólo nos reímos de aquello
que nos parece ridículo, hasta que la luz se haga para nosotros. En nuestra
opinión la ciencia magnética, ciencia que nosotros mismos profesamos hace
35 años, deberá ser inseparable de la seriedad; nos parece que a su locuacidad
satírica no le falta asunto en este mundo, no necesitando tomar como blanco a
las cosas serias. Olvidan, pues, que se ha tenido para con ellos el mismo
lenguaje; que ellos mismos también acusaban a los incrédulos de juzgar a la
ligera, y que decían, como nosotros lo hacemos a nuestro turno: «¡Paciencia!
¡El que ríe último ríe mejor!»
_______
ERRATA
En la Revista Espírita de mayo de 1858 (Nº V), una falta tipográfica ha desnaturalizado
un nombre propio que, por esto mismo, ha perdido su sentido. En la página 141 (respuesta
a la pregunta Nº 25),
174 en lugar de Poryolise, leer: Pergolesi.
ALLAN KARDEC
Julio
Disertación moral dictada por el Espíritu san Luis al Sr. D...
Para una de las sesiones de la Sociedad, san Luis nos había
prometido una disertación sobre la envidia. El Sr. D..., que
comenzaba a desarrollar la mediumnidad y que aún dudaba un poco,
no de la Doctrina de la cual es uno de los más fervorosos adeptos –
comprendiéndola en su esencia, es decir, desde el punto de vista
moral–, sino de la facultad que se revelaba en él, evocó a san Luis en
su nombre particular y le dirigió la siguiente pregunta:
–¿Quisierais disipar mis dudas, mis inquietudes, sobre mi fuerza
medianímica, al escribir por mi intermedio la disertación que habéis
prometido a la Sociedad para el martes 1º de junio?
–Resp. Sí; para tranquilizarte, lo consiento.
Ha sido entonces que el siguiente trozo le fue dictado. Haremos
notar que el Sr. D... se dirigía a san Luis con un corazón puro y
sincero, sin segundas intenciones, condición indispensable para toda
buena comunicación. No era una prueba que hacía: él no dudaba
sino de sí mismo, y Dios ha permitido que fuese atendido para darle
los medios de volverse útil. El Sr. D... es hoy uno de los médiums
más completos, no solamente por una gran facilidad de ejecución,
sino por su aptitud en servir de intérprete a todos los Espíritus,
incluso a aquellos del orden más elevado que se expresan fácilmente
y de buen grado por su intermedio. Éstas son, sobre todo, las
cualidades que se deben buscar en un médium, y que el mismo
siempre puede adquirir con la paciencia, la voluntad y el ejercicio.
El Sr. D... no ha tenido necesidad de mucha paciencia; tenía en sí la
voluntad y el fervor unidos a una aptitud natural. Algunos días han
sido suficientes para
llevar su facultad al más alto grado. He aquí el dictado que le ha sido
dado sobre la envidia:
«Ved a este hombre: su Espíritu está inquieto, su desdicha
terrestre ha llegado al colmo; envidia el oro, el lujo, la felicidad
aparente o ficticia de sus semejantes; su corazón está devastado, su
alma sordamente consumida por esta lucha incesante del orgullo, de
la vanidad no satisfecha; lleva consigo, en todos los instantes de su
miserable existencia, una serpiente que lo aviva, que sin cesar le
sugiere los más fatales pensamientos: «¿Tendré esta voluptuosidad,
esta felicidad? Por tanto, esto me es debido al igual que aquéllos;
soy un hombre como ellos; ¿por qué sería yo desheredado?» Y se
debate en su impotencia, presa del horrible suplicio de la envidia.
Feliz aún si estas ideas funestas no lo llevan al borde de un abismo.
Al entrar en este camino, se pregunta si no debe obtener por la
violencia lo que cree que se le es debido; si no irá a mostrar a los
ojos de todos el horroroso mal que lo devora. Si ese desdichado
hubiera sólo observado por debajo de su posición, habría visto el
número de los que sufren sin quejarse y que incluso bendicen al
Creador; porque la desdicha es un beneficio del cual Dios se sirve
para hacer avanzar a la pobre criatura hacia su trono eterno.
Haced vuestra felicidad y vuestro verdadero tesoro en la Tierra de
las obras de caridad y de sumisión: las únicas que os permite ser
admitidos en el seno de Dios. Estas obras del bien harán vuestra
alegría y vuestra dicha eternas; la envidia es una de las más feas y de
las más tristes miserias de vuestro globo; la caridad y la constante
emisión de la fe harán desaparecer todos esos males, que se irán uno
a uno a medida que los hombres de buena voluntad –que vendrán
después de vosotros– se multipliquen. Así sea.»
Varios diarios han narrado el siguiente hecho:
«Fallecido el 12 de noviembre último y después de una
enfermedad de tres meses, el Sr. Badet tenía la costumbre –dice el
periódico Union bourguignonne (Unión borgoñona) de Dijón– de
colocarse en su ventana del primer piso, cada vez que sus fuerzas se
lo permitían, con la cabeza constantemente vuelta hacia el lado de la
calle, a fin de distraerse viendo a los transeúntes. Hace algunos días,
la Sra. Peltret, cuya casa está enfrente a la de la Sra. viuda de Badet,
percibió en el vidrio de esta ventana al propio Sr. Badet, con su
gorro de algodón, su rostro delgado, etc., en fin, tal como ella lo
había visto durante su enfermedad. Grande fue su emoción, por no
decir más. Ella no sólo llamó a sus vecinos, cuyo testimonio podría
ser sospechoso, sino aún a hombres serios que percibieron muy
claramente la imagen del Sr. Badet en el vidrio de la ventana donde
tenía la costumbre de colocarse. También se mostró esta imagen a la
familia del difunto, que inmediatamente hizo desaparecer el vidrio.
«No obstante, queda bien constatado que el vidrio había tomado la
impresión del rostro del enfermo, que ahí se encontraba como
daguerrotipado, fenómeno que podría explicarse si, del lado opuesto
a la ventana, hubiera tenido otra por donde los rayos solares
pudiesen llegar al Sr. Badet; pero no había nada: el cuarto sólo tenía
una ventana. Tal es la pura verdad sobre este hecho asombroso, cuya
explicación conviene dejar a los estudiosos del tema.»
Admitimos que a la lectura de este artículo, nuestro primer
sentimiento ha sido el de darle la calificación vulgar con la cual se
presentan las noticias apócrifas, y al mismo no le hemos atribuido
importancia alguna. De Bruselas, pocos días después, el Sr. Jobard
nos escribía lo siguiente:
«A la lectura del hecho siguiente (el que acabamos de citar), que
ha pasado en mi tierra con uno de mis parientes, me he encogido de
hombros viendo al periódico que lo narra remitir su explicación a los
estudiosos del tema, y al ver a esta buena familia retirar el vidrio a
través del cual Badet miraba a los transeúntes. Evocadlo para ver lo
que él piensa.»
Esta confirmación del hecho por un hombre del carácter del Sr.
Jobard, cuyo mérito y honorabilidad todo el mundo conoce, y esta
circunstancia particular en la que uno de sus parientes ha sido el
héroe, no podrían dejarnos dudas sobre su veracidad. En
consecuencia, hemos evocado al Sr. Badet en la sesión del martes 15
de junio de 1858 de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, y
he aquí las siguientes explicaciones:
1. Fallecido el 12 de noviembre último en Dijón, ruego a Dios
Todopoderoso que permita al Sr. Badet, Espíritu, comunicarse con
nosotros. –Resp. Estoy aquí.
2. El hecho que os concierne y que acabamos de relatar, ¿es
verdadero? –Resp. Sí, es verdadero.
3. ¿Podríais darnos su explicación? –Resp. Son agentes físicos
desconocidos hasta ahora, pero que se volverán usuales más
adelante. Es un fenómeno bastante simple, y semejante a una
fotografía combinada con fuerzas que no han sido todavía
descubiertas.
4. ¿Podríais adelantarnos el momento de este descubrimiento por
vuestras explicaciones? –Resp. Gustaría, pero es la obra de otros
Espíritus y del trabajo humano.
5. ¿Podríais reproducir por segunda vez el mismo fenómeno? –
Resp. No he sido yo quien lo ha producido; han sido las condiciones
físicas, que son independientes de mí.
6. ¿Por la voluntad de quién y con qué objetivo este hecho ha
tenido lugar? –Resp. Se produjo cuando yo estaba encarnado e
independientemente de mi voluntad; un estado particular de la
atmósfera lo ha revelado después.
Habiéndose establecido entre los asistentes una discusión sobre las
probables causas de este fenómeno, y al ser emitidas varias
opiniones sin que fuesen dirigidas preguntas al Espíritu, éste dijo
espontáneamente: Y la electricidad y la galvanoplastia que también
actúan sobre el periespíritu, ¿no las tenéis en cuenta?
7. Se nos ha dicho últimamente que los Espíritus no tienen ojos;
ahora bien, si esta imagen es la reproducción del periespíritu, ¿cómo
es que ella ha podido reproducir los órganos de la visión? –Resp. El
periespíritu no es el Espíritu; la apariencia o periespíritu tiene ojos,
pero el Espíritu no los tiene. Bien os he dicho, al hablar sobre el
periespíritu, que yo estaba encarnado.
Nota – Esperando que este nuevo descubrimiento sea realizado,
nosotros le daremos el nombre provisorio de fotografía espontánea.
Todo el mundo lamentará que, por un sentimiento difícil de
comprender, se haya destruido el vidrio sobre el cual estaba
reproducida la imagen del Sr. Badet; tan curioso monumento hubiera
podido facilitar las investigaciones y las propias observaciones para
estudiar la cuestión. Tal vez hayan visto en esta imagen una obra del
diablo; en todo caso, si el diablo está en algo en este asunto, es
seguramente en la destrucción del vidrio, porque él es el enemigo
del progreso.
Resulta de las explicaciones anteriores que el hecho en sí mismo
no es sobrenatural ni milagroso. ¡Cuántos fenómenos de este mismo
género, en los tiempos de ignorancia, habrán impresionado a las
imaginaciones demasiado inclinadas a lo maravilloso! Por lo tanto,
es un efecto puramente físico que presagia un nuevo paso en la
Ciencia fotográfica.
Como se sabe, el periespíritu es la envoltura semimaterial del
Espíritu; no es solamente después de la muerte que el Espíritu está
de él revestido; durante la vida está unido al cuerpo: es el lazo entre
el cuerpo y el Espíritu. La muerte no es sino la destrucción de la
envoltura más grosera; el Espíritu conserva la segunda, que afecta la
apariencia de la primera, como si de ésta hubiese retenido la
impresión. El periespíritu es generalmente invisible, pero, en
algunas circunstancias, se condensa y se combina con otros fluidos,
volviéndose perceptible a la vista y algunas veces hasta tangible; es
a él que se ve en las apariciones.
Cualquiera que sean la sutileza y la imponderabilidad del
periespíritu, éste no deja de ser una especie de materia, cuyas
propiedades físicas nos son todavía desconocidas. Por lo tanto si es
materia, puede actuar sobre la materia; esta acción es patente en los
fenómenos magnéticos; acaba de revelarse en los cuerpos inertes por
la impresión que la imagen del Sr. Badet ha dejado sobre el vidrio.
Esta impresión ha tenido lugar cuando él estaba encarnado; ella se
ha conservado después de su muerte, pero era invisible; ha sido
preciso –por lo que parece– la acción fortuita de un agente
desconocido, probablemente atmosférico, para volverla aparente.
¿Qué tendría eso de asombroso? ¿No se sabe que se pueden hacer
desaparecer y revivir a voluntad las imágenes daguerrotipadas?
Citamos esto como comparación, sin pretender que se tenga la
similitud de procedimientos. De esta manera, sería el periespíritu del
Sr. Badet que, al exteriorizarse del cuerpo de este último, habría a la
larga, y bajo el imperio de circunstancias desconocidas, ejercido una
verdadera acción química sobre la substancia vítrea, análoga a la de
la luz. Indiscutiblemente, la luz y la electricidad debieron
desempeñar un gran papel en este fenómeno. Queda por saber cuáles
son esos agentes y esas circunstancias; es lo que probablemente se
sabrá más adelante, y no será uno de los descubrimientos menos
curiosos de los tiempos modernos.
Si es un fenómeno natural, dirán aquellos que niegan todo, ¿por
qué es la primera vez que se produce? Nosotros les preguntaremos, a
nuestro turno, ¿por qué las imágenes daguerrotipadas sólo fueron
fijadas después de Daguerre, aunque no haya sido él quien inventó la
luz, ni las placas de cobre, ni la plata, ni los cloruros? Desde largo
tiempo que se conocen los efectos de la cámara oscura; una
circunstancia fortuita la ha puesto sobre el camino de la fijación;
después, con la ayuda del genio, de perfección en perfección, se ha
llegado a las obras maestras que vemos hoy. Probablemente
sucederá lo mismo con el fenómeno extraño que acaba de revelarse;
¿y quién sabe si él ya no se ha producido y si no ha pasado
desapercibido por falta de un observador atento? La reproducción de
una imagen sobre un vidrio es un hecho común, pero la fijación de
esta imagen en otras condiciones que las de la fotografía, el estado
latente de esta imagen y después su reaparición, he aquí lo que se
debe registrar en los fastos de la Ciencia. Si creemos en los
Espíritus, debemos esperar muchas otras maravillas de las cuales
varias nos fueron señaladas por ellos. Por lo tanto, honor a los sabios
demasiado modestos como para no creer que la Naturaleza dio
vuelta para ellos la última página de su libro.
Si ese fenómeno se produjo una vez, podrá volver a repetirse.
Probablemente es lo que tendrá lugar cuando del mismo se tenga la
clave. A la espera de esto, he aquí
lo que contaba uno de los miembros de la Sociedad en la sesión de la
cual hablamos:
«Yo vivía –dijo él– en una casa en Montrouge; era verano y el sol
brillaba por la ventana; sobre la mesa se encontraba un botellón
lleno de agua, y debajo del botellón una esterilla; de repente, la
esterilla se prendió fuego. Si nadie hubiera estado allí, se podría
haber producido un incendio sin que se supiese la causa.
Experimenté centenas de veces producir el mismo efecto, pero
nunca conseguí.» La causa física de la combustión es bien conocida:
el botellón produjo el efecto de un vidrio ardiente; pero ¿por qué no
se ha podido reiterar la experiencia? Es que, independientemente del
botellón y del agua, había el concurso de circunstancias que
operaron de una manera excepcional la concentración de los rayos
solares: tal vez el estado de la atmósfera, de los vapores, las
cualidades del agua, la electricidad, etc., y todo eso, probablemente,
en ciertas proporciones precisas; de ahí la dificultad de que justo
coincidan las mismas condiciones y la inutilidad de las tentativas
para producir un efecto semejante. Por lo tanto, he aquí un
fenómeno enteramente del dominio de la Física, del cual nos damos
perfecta cuenta con respecto al principio y que, sin embargo, no se
puede repetir a voluntad. ¿Vendría al pensamiento del escéptico más
endurecido negar el hecho? Seguramente que no. Entonces, ¿por qué
esos mismos escépticos niegan la realidad de los fenómenos
espíritas? (Hablamos de las manifestaciones en general.) ¿Porque
ellos no pueden manipularlos a su voluntad? No admitir que fuera de
lo conocido pueda haber nuevos agentes regidos por leyes
especiales; negar esos agentes porque no obedecen a las leyes que
conocemos es, en verdad, dar prueba de poca lógica y mostrar un
espíritu bien limitado.
Volvamos a la imagen del Sr. Badet; se harán, sin duda, como
nuestro colega con su botellón, numerosos ensayos infructuosos
antes de tener éxito, y eso hasta que una feliz contingencia o el
esfuerzo de un poderoso genio haya dado la clave del misterio;
entonces, esto se volverá probablemente un arte nuevo con el cual se
enriquecerá la industria. De aquí escuchamos a una cantidad de
personas decir: pero hay un medio muy simple de tener esta clave:
¿por qué no se la piden a los Espíritus? Es este el caso de señalar un
error en el cual cae la mayoría de los que juzgan la ciencia espírita
sin conocerla. Recordemos primeramente este principio
fundamental: todos los Espíritus están lejos de saber todo, como se
creía en otros tiempos.
La escala espírita nos da la medida de su capacidad y de su
moralidad, y la experiencia confirma a cada día nuestras
observaciones al respecto. Por lo tanto, los Espíritus no saben todo,
y hay algunos que en todos los aspectos son bien inferiores a ciertos
hombres; he aquí lo que nunca es preciso perder de vista. Autor
involuntario del fenómeno que nos ocupa, el Sr. Badet, Espíritu,
revela una cierta elevación por sus respuestas, pero no una gran
superioridad; él se reconoce a sí mismo inhábil para dar
una explicación completa: «Esto será, dice él, la obra de otros
Espíritus y del trabajo humano». Estas últimas palabras son toda
una enseñanza. En efecto, sería demasiado cómodo no tener más que
interrogar a los Espíritus para hacer los descubrimientos más
maravillosos; entonces, ¿dónde estaría el mérito de los inventores, si
una mano oculta ya les viniera a dar la tarea medio hecha y les
evitase el trabajo de investigar? Sin duda, más de uno no tendría
escrúpulos en registrar una patente de invención en su propio
nombre, sin mencionar al verdadero inventor. Agreguemos que
semejantes preguntas son siempre hechas con fines interesados y
con la esperanza de una fortuna fácil, cosas que son muy malas
recomendaciones ante los Espíritus buenos; además, éstos nunca se
prestan a servir de instrumentos para un comercio. El hombre debe
tener su propia iniciativa, sin la cual se reduce al estado de máquina;
debe perfeccionarse a través del trabajo: es una de las condiciones
de su existencia terrestre; también es preciso que cada cosa venga a
su tiempo y por los medios que a Dios le agrade emplear: los
Espíritus no pueden desviar los caminos de la Providencia. Querer
forzar el orden establecido es ponerse a merced de los Espíritus
burlones que halagan la ambición, la codicia, la vanidad, para
después reírse de las decepciones que causan. Muy poco
escrupulosos en su naturaleza, dicen todo lo que quieren, dan todas
las recetas que se les piden, y si fuera necesario las apoyarán con
fórmulas científicas, aunque no tengan más valor que las recetas de
los charlatanes. Por lo tanto, aquellos que han creído que los
Espíritus les van a abrir minas de oro, que se desengañen; su misión
es más seria. «Trabajad, haced esfuerzos: es en verdad lo que os
falta», ha dicho un célebre moralista del cual daremos
posteriormente una notable conversación del Más Allá; a esta sabia
máxima, la Doctrina Espírita agrega: Es a éstos que los Espíritus
serios vienen en ayuda por las ideas que les sugieren o por consejos
directos, y no a los perezosos que quieren disfrutar sin hacer nada, ni
a los ambiciosos que quieren tener el mérito sin el esfuerzo.
Ayúdate, que el Cielo te ayudará.
Continuamos citando el opúsculo del Sr. Blanck, redactor del
Journal de Bergzabern. *
«Los hechos que vamos a relatar han tenido lugar del viernes 4 al
miércoles 9 de marzo de 1853; después, nada semejante se produjo.
En esta época, Philippine no dormía más en el cuarto que
conocemos: su cama había sido transferida a la pieza vecina, donde
todavía se encuentra ahora. Las manifestaciones han tomado tal
carácter de extrañeza que es imposible admitir la explicación de esos
fenómenos por la intervención de los hombres. Además, son tan
diferentes de las que fueron observadas anteriormente, que todas las
primeras suposiciones se han desmoronado.
Se sabe que en el cuarto donde dormía la niña, las sillas y los otros
muebles habían sido frecuentemente derribados, y que las ventanas
se abrían con estruendo bajo golpes redoblados. Desde hace cinco
semanas ella se encuentra en el cuarto común, donde –una vez
llegada la noche y hasta el día siguiente– hay siempre luz; por lo
tanto, se puede ver perfectamente lo que allí pasa. He aquí el hecho
que ha sido observado el viernes 4 de marzo.
Philippine no estaba todavía acostada; se encontraba en medio de
un cierto número de personas que conversaban sobre el Espíritu
golpeador, cuando de repente el cajón de una mesa muy grande y
muy pesada, ubicada en el cuarto, fue tirado y empujado con gran
ruido y con una rapidez extraordinaria. Los asistentes se quedaron
muy sorprendidos con esta nueva manifestación; en el mismo
momento la propia mesa se puso en movimiento en todos los
sentidos y se dirigió hacia la chimenea, cerca de la cual Philippine
estaba sentada. Perseguida –por así decirlo– por este mueble, ella
debió dejar su lugar y huir hacia el centro del cuarto; pero la mesa se
volvió en esta dirección y se detuvo a medio pie de la pared. Fue
colocada en su lugar habitual, de donde no se movió más; pero las
botas que se encontraban debajo, y que todos pudieron ver, fueron
lanzadas al centro del cuarto, con gran espanto de las personas
presentes. Uno de los cajones comenzó a deslizarse por sus
correderas, abriéndose y cerrándose por dos veces, al principio muy
rápidamente y después más lentamente; cuando estaba
completamente abierto, fue sacudido con estruendo. Un paquete de
tabaco dejado sobre la mesa
cambiaba de lugar a cada instante. Los golpes y las raspaduras se
hacían escuchar en la mesa. Philippine, que por entonces gozaba de
una muy buena salud, se encontraba en medio de la reunión y de
ninguna manera parecía inquieta con todas esas extrañezas que se
repetían a cada noche desde el viernes; pero el domingo ellas fueron
aún más notables.
El cajón fue varias veces abierto y cerrado violentamente.
Después de haber estado en su antiguo dormitorio, Philippine se
volvió súbitamente presa de un sueño magnético y se dejó caer en un
asiento, donde las raspaduras se hicieron escuchar varias veces. Las
manos de la niña estaban en sus rodillas y la silla se movía tanto a la
derecha como a la izquierda, hacia adelante y hacia atrás. Se veían
levantarse las patas delanteras del asiento, mientras que la silla se
balanceaba con un equilibrio sorprendente sobre las patas traseras.
Al haber sido Philippine transportada al centro del cuarto, fue más
fácil observar ese nuevo fenómeno. Entonces, al dar la orden, la silla
giraba, avanzaba o retrocedía más o menos rápido, ya sea en un
sentido como en el otro. Durante esta danza singular, los pies de la
niña, como paralizados, se arrastraban en el suelo; con gemidos, ella
se quejaba de dolores de cabeza, llevando varias veces la mano a su
frente; después, al despertarse de repente, se puso a observar hacia
todos los lados, no pudiendo comprender su situación: su malestar la
había dejado. Ella se acostó; entonces, los golpes y las raspaduras
que se habían producido en la mesa se hicieron escuchar en la cama
con fuerza y de una manera alegre.
Algún tiempo antes se escucharon los sonidos espontáneos de una
campanilla, y esto dio la idea de atarla a la cama; luego comenzó a
sonar y a moverse. Lo que sucedió de más curioso en esta
circunstancia fue que, al haber sido la cama levantada y desplazada,
la campanilla permaneció inmóvil y en silencio. Hacia la
medianoche todos los ruidos cesaron y los asistentes se retiraron.
El lunes 15 de mayo, a la noche, se fijó a la cama una campanilla
mayor; luego se escuchó un ruido ensordecedor y desagradable. El
mismo día, por la tarde, las ventanas y la puerta del dormitorio se
abrieron, pero silenciosamente.
Debemos narrar también que la silla en la cual Philippine estaba
sentada el viernes y el sábado, al haber sido llevada por su padre al
centro del cuarto, parecía mucho más liviana que de costumbre: se
diría que una fuerza invisible la sostenía. Al querer empujarla, uno
de los asistentes no encontró ninguna resistencia: la silla parecía
deslizarse por sí misma sobre el suelo.
El Espíritu golpeador permaneció en silencio durante tres días:
jueves, viernes y sábado santos. No fue sino en el día de Pascua que
los golpes recomenzaron con campanadas, golpes rítmicos que
componían un aria. El
1° de abril las tropas cambiaron de guarnición y dejaron la ciudad
con la banda de música al frente. Cuando pasaron delante de la casa
de los Senger, el Espíritu golpeador ejecutó en la cama, a su manera,
el mismo fragmento musical que se tocaba en la calle. Poco tiempo
antes se había escuchado en el cuarto como los pasos de una
persona, y como si se hubiera arrojado arena en el piso.
El gobierno del Palatinado se ha preocupado con los hechos que
acabamos de narrar, y ha propuesto al Sr. Senger poner a su hija en
una casa de salud en Frankenthal, proposición que ha sido aceptada.
Hemos sabido que, en su nueva residencia, la presencia de
Philippine ha dado lugar a los prodigios de Bergzabern y que los
médicos de Frankenthal –tanto como los de nuestra ciudad– no han
podido determinar la causa. Además, estamos informados que sólo
los médicos tienen acceso a la jovencita. ¿Por qué han tomado esta
medida? Lo ignoramos, y no nos permitiremos criticarla; pero si lo
que la ha ocasionado no es más que el resultado de alguna
circunstancia particular, creemos que podrían haber dejado que se
llegase cerca de la interesante niña, si bien no a todos, al menos a las
personas recomendables».
Nota – No tuvimos conocimiento de los diferentes hechos que
hemos informado sino por el relato publicado por el Sr. Blanck; pero
una circunstancia acaba de ponernos en relación con una de las
personas que más apareció en todo este caso, y que ha tenido a bien
suministrarnos al respecto documentos circunstanciados del más alto
interés. Igualmente, a través de la evocación, hemos obtenido
explicaciones muy curiosas y muy instructivas sobre este Espíritu
golpeador, ya que él mismo se ha manifestado a nosotros. Como
esos documentos nos han llegado demasiado tarde, postergaremos su
publicación para el próximo número.
_________________________________________________
* Debemos la traducción de este interesante opúsculo a la cortesía de uno de
nuestros amigos: el Sr. Alfred Pireaux, empleado de la administración de Correos. [Nota
de Allan Kardec.]
Al estar algunas personas reunidas en nuestra casa con el objeto
de constatar ciertas manifestaciones, se produjeron los siguientes
hechos durante varias sesiones, los cuales dieron lugar a la
conversación que vamos a relatar y que presenta un alto interés
desde el punto de vista del estudio.
El Espíritu se manifestó a través de golpes, los cuales no fueron
dados con la pata de la mesa, sino efectuados en la propia textura de
la madera. El intercambio de pensamientos que tuvo lugar en esta
circunstancia entre los asistentes y el ser invisible no permitía dudar
de la intervención de una inteligencia oculta. Además de las
respuestas dadas a varias preguntas, ya sea por sí o por no, y por medio de la
tiptología alfabética, los golpes tocaban a voluntad una marcha
cualquiera, el ritmo de un aria, e imitaban la fusilería y el cañoneo
de una batalla, el ruido del tonelero, del zapatero, haciendo el eco
con una admirable precisión, etc. Después tuvo lugar el movimiento
de una mesa y su traslación sin ningún contacto de las manos,
estando los asistentes apartados; una ensaladera ubicada sobre la
mesa, en lugar de girar, se puso a deslizar en línea recta, también sin
el contacto de las manos. Los golpes se hacían escuchar
paralelamente en diversos muebles del cuarto, a veces
simultáneamente, otras como si los mismos se respondiesen.
El Espíritu parecía tener una marcada predilección por los toques
de tambor, porque a ellos volvía a cada instante sin que se lo
pidieran; frecuentemente a ciertas preguntas, en lugar de responder,
tocaba la generala o la llamada. Interrogado sobre varias
particularidades de su vida, él decía llamarse Célima, haber nacido
en París, fallecido desde hace cuarenta y cinco años, y haber sido
tocador de tambor.
Entre los asistentes, además del médium especial de efectos
físicos que servía a las manifestaciones, había un excelente médium
psicógrafo que pudo servir de intérprete al Espíritu, lo que permitió
obtener respuestas más explícitas. Al haber confirmado, por la
psicografía, lo que había dicho por medio de la tiptología sobre su
nombre, el lugar de su nacimiento y la época de su muerte, se le
dirigió la siguiente serie de preguntas, cuyas respuestas ofrecen
varios rasgos característicos y que corroboran ciertas partes
esenciales de la teoría.
1. Escríbenos algo, lo que tú quieras. –Resp. Ran plan plan, ran plan plan.
2. ¿Por qué escribes esto? –Resp. Yo era tocador de tambor.
3. ¿Habías recibido alguna instrucción? –Resp. Sí.
4. ¿Dónde has hecho tus estudios? –Resp. En los Ignorantinos.
5. Nos pareces ser jovial. –Resp. Lo soy y mucho.
6. Nos has dicho que, cuando encarnado, gustabas beber demasiado; ¿es verdad? –Resp. Gustaba todo lo que era bueno.
7. ¿Eras militar? –Resp. Claro que sí, ya que era Tambor.
8. ¿En qué gobierno has servido? –Resp. En el de Napoleón el Grande.
9. ¿Puedes citarnos una de las batallas a las cuales has asistido? –
Resp. La batalla del Beresina.
10. ¿Ha sido allá que has muerto? –Resp. No.
11. ¿Estabas en Moscú? –Resp. No.
12. ¿Dónde has muerto? –Resp. En las nieves.
13. ¿En qué cuerpo servías? –Resp. En los fusileros de la guardia.
14. ¿Amabas mucho a Napoleón el Grande? –Resp. Como lo
amábamos todos, sin saber por qué.
15. ¿Sabes lo que sucedió con él después de su muerte? –Resp. Yo
no me he ocupado sino de mí mismo después de mi muerte.
16. ¿Estás reencarnado? –Resp. No, ya que vengo a hablar con
vosotros.
17. ¿Por qué te has manifestado a través de golpes sin que hayas
sido llamado? –Resp. Es preciso hacer ruido para aquellos cuyo
corazón no cree. Si aún no ha sido lo suficiente, os daré más todavía.
18. ¿Es por tu propia voluntad que has venido a golpear o
realmente otro Espíritu te ha forzado a hacerlo? –Resp. Es por mi
propia voluntad que vengo; realmente, hay otro a quien vosotros
llamáis Verdad que también puede forzarme; pero hace mucho
tiempo que yo quería venir.
19. ¿Con qué objetivo querías venir? –Resp. Para conversar con
vosotros: he aquí lo que yo quería; pero había algo que me lo
impedía. He sido forzado por un Espíritu familiar de la casa que me
ha comprometido a que me volviese útil a las personas que me
hicieran preguntas. –¿Tiene, pues, mucho poder este Espíritu, ya que
comanda así a otros Espíritus? –Resp. Más de lo que creéis, y sólo lo
usa para el bien.
Nota – El Espíritu familiar de la casa se hace conocer con el
nombre alegórico de Verdad, circunstancia ignorada por el médium.
20. ¿Qué te lo impedía? –Resp. No sé; algo que no comprendo.
21. ¿Lamentas la vida? –Resp. No, nada lamento.
22. ¿Prefieres tu existencia actual o tu existencia terrestre? –Resp.
Prefiero la existencia de los Espíritus a la existencia del cuerpo.
23. ¿Por qué? –Resp. Porque uno está mucho mejor que en la
Tierra; la Tierra es un purgatorio, y todo el tiempo que en la misma
he vivido, siempre he deseado la muerte.
24. ¿Sufres en tu nueva situación? –Resp. No; pero todavía no soy
feliz.
25. ¿Estarías satisfecho de tener una nueva existencia corporal? –
Resp. Sí, porque sé que debo elevarme.
26. ¿Quién te lo ha dicho? –Resp. Bien lo sé.
27. ¿Estarás pronto reencarnado? –Resp. No lo sé.
28. ¿Ves a otros Espíritus a tu alrededor? –Resp. Sí, a muchos.
29. ¿Cómo sabes que son Espíritus? –Resp. Entre nosotros nos
vemos tal cual somos.
30. ¿Con qué apariencia los ves? –Resp. Como se pueden ver a los
Espíritus, pero no por los ojos.
31. Y tú, ¿con qué forma estás aquí? –Resp. Con la que tenía en
vida, es decir, con la de tocador de tambor.
32. Y a los otros Espíritus, ¿los ves con la forma que tenían
cuando estaban encarnados? –Resp. No; nosotros no tomamos una
apariencia sino cuando somos evocados: de otro modo nos vemos
sin forma.
33. ¿Nos ves tan claramente como si estuvieras encarnado? –Resp.
Sí, perfectamente.
34. ¿Es por los ojos que nos ves? –Resp. No; nosotros tenemos
una forma, pero no tenemos sentidos; nuestra forma no es más que
aparente.
Nota – Seguramente los Espíritus tienen sensaciones, puesto que
perciben; de otro modo serían inertes. Pero sus sensaciones no están
localizadas como cuando tenían un cuerpo: ellas son inherentes a
todo su ser.
35. Dinos positivamente, ¿en qué lugar estás aquí? –Resp. Estoy
cerca de la mesa, entre el médium y vos.
36. Cuando golpeas, ¿estás debajo de la mesa, por encima o en el
espesor de la madera? –Resp. Estoy al lado; no me meto en la
madera: basta que yo toque la mesa.
37. ¿Cómo produces los ruidos que haces escuchar? –Resp. Creo
que por una especie de concentración de nuestra fuerza.
38. ¿Podrías explicarnos la manera por la cual se producen los
diferentes ruidos que imitas, por ejemplo, las raspaduras? –Resp. No
sabría especificar mucho la naturaleza de los ruidos: es difícil
explicar. Sé que raspo, pero no puedo explicar cómo produzco ese
ruido que vosotros llamáis raspadura.
39. ¿Podrías producir los mismos ruidos con cualquier médium? –
Resp. No, hay especialidades en todos los médiums; todos no
pueden obrar del mismo modo.
40. ¿Ves entre nosotros a alguien, además del joven S... (el
médium de influencias físicas por el cual este Espíritu se
manifiesta), que podría ayudarte a producir los mismos efectos? –
Resp. Por el momento no veo a nadie; con él estoy muy dispuesto a
hacerlo.
41. ¿Por qué con él en lugar de otro? –Resp. Porque lo conozco
más, y también porque es más apto que otro en ese género de
manifestaciones.
42. ¿Lo conoces desde hace mucho tiempo, antes de su
actual existencia? –Resp. No; lo conozco hace poco tiempo; de
alguna manera, he sido atraído hacia él para hacerlo mi instrumento.
43. Cuando una mesa se levanta en el aire sin punto de apoyo,
¿qué es lo
que la sostiene? –Resp. Nuestra voluntad, que le ha ordenado
obedecer, y también el fluido que nosotros le transmitimos.
Nota – Esta respuesta viene en apoyo a la teoría que nos ha sido
dada, a la cual hemos hecho referencia en los números 5 y 6 de esta
Revista, sobre la causa de las manifestaciones físicas.
44. ¿Podrías hacerlo? –Resp. Pienso que sí; lo intentaré cuando el
médium venga. (Él estaba ausente en ese momento.)
45. ¿De quién depende eso? –Resp. Depende de mí, ya que me
sirvo del médium como instrumento.
46. Pero la cualidad del instrumento ¿no está para algo? –Resp. Sí,
ésta me ayuda mucho, puesto que he dicho que no podría hacerlo
con otros hoy.
Nota – En el transcurso de la sesión se intentó el levantamiento de
la mesa, pero no se lo logró, probablemente porque no se puso en
ello bastante perseverancia; hubo esfuerzos evidentes y movimientos
de traslación sin contacto ni imposición de las manos. Entre las
experiencias que fueron realizadas, se hizo la de la abertura de la
mesa en el lugar donde se alarga; al ofrecer esta mesa mucha
resistencia por su mala construcción, se la sostuvo de un lado,
mientras que el Espíritu tiraba del otro y la hacía abrir.
47. ¿Por qué, el otro día, los movimientos de la mesa se detenían
cada vez que uno de nosotros tomaba la luz para observar debajo? –
Resp. Porque yo quería punir vuestra curiosidad.
48. ¿De qué te ocupas en tu existencia de Espíritu, ya que, en fin,
no pasas el tiempo golpeando? –Resp. Frecuentemente tengo
misiones que cumplir; nosotros debemos obedecer las órdenes
superiores, y sobre todo cuando –a través de nuestra influencia–
tenemos que hacer el bien a los humanos.
49. Sin duda tu vida terrestre no ha sido exenta de faltas; ¿las
reconoces ahora? –Resp. Sí, las expío con justicia al estar
estacionario entre los Espíritus inferiores; sólo podré purificarme
más cuando tome otro cuerpo.
50. Cuando hacías escuchar golpes en otro mueble al mismo
tiempo que en la mesa, ¿eras tú quien los producía u otro Espíritu? –
Resp. Era yo.
51. Entonces ¿estabas solo? –Resp. No, pero solamente yo
cumplía la misión de golpear.
52. Los otros Espíritus que estaban allí, ¿te ayudaban en algo? –
Resp. No para golpear, sino para hablar.
53. ¿No eran, pues, Espíritus golpeadores? –Resp. No, la Verdad
no había permitido golpear a nadie más que a mí.
54. Los Espíritus golpeadores ¿no se reúnen a veces en gran
número, a
191
fin de tener más poder para producir ciertos fenómenos? –Resp. Sí,
pero para lo que yo quería hacer podía bastarme solo.
55. En tu existencia espírita, ¿estás siempre en la Tierra? –Resp.
Lo más frecuentemente en el espacio.
56. ¿Vas a veces a otros mundos, es decir, a otros globos? –Resp.
No a los más perfectos, sino a los mundos inferiores.
57. Algunas veces ¿te diviertes al ver y al escuchar lo que hacen
los hombres? –Resp. No; sin embargo, algunas veces tengo piedad
de ellos.
58. ¿Hacia quiénes vas con preferencia? –Resp. Hacia los que
quieren creer de buena fe.
59. ¿Podrías leer en nuestros pensamientos? –Resp. No, no leo en
las almas; no soy lo bastante perfecto para esto.
60. Entretanto debes conocer nuestros pensamientos, puesto que
vienes hacia nosotros; de otro modo, ¿cómo podrías saber si
creemos de buena fe? –Resp. No leo, pero escucho.
Nota – La pregunta 58 tenía como objetivo interrogarle hacia
quiénes iba espontáneamente con preferencia, en su vida de Espíritu,
sin ser evocado; a través de la evocación él puede –como Espíritu de
un orden poco elevado– ser obligado a venir, incluso a un medio que
le desagrade. Por otro lado, sin leer propiamente hablando nuestros
pensamientos, podía ciertamente ver que las personas estaban
reunidas con un objetivo serio y, por la naturaleza de las preguntas y
de las conversaciones que escuchaba, juzgar que la asistencia estaba
compuesta por personas sinceramente deseosas de esclarecerse.
61. ¿Has vuelto a encontrar en el mundo de los Espíritus a alguno
de tus antiguos camaradas del ejército? –Resp. Sí, pero sus
posiciones eran tan diferentes que no los he reconocido a todos.
62. ¿En qué consistía esta diferencia? –Resp. En el orden feliz o
infeliz de cada uno.
63. ¿Qué les habéis dicho al reencontrarlos? –Resp. Yo les decía:
Vamos a elevarnos a Dios, que Él lo permite.
64. ¿Cómo entendías esa elevación hacia Dios? –Resp. Cada
peldaño superado es un peldaño más hacia Él.
65. Nos has dicho que habías muerto en las nieves; por
consecuencia, ¿has muerto de frío? –Resp. De frío y de necesidades.
66. ¿Has tenido conciencia inmediata de tu nueva existencia? –
Resp. No, pero no tenía más frío.
67. ¿Has vuelto alguna vez al lugar donde has dejado tu cuerpo? –
Resp. No, me había hecho sufrir mucho.
68. Te agradecemos las explicaciones que has tenido a bien
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darnos; ellas nos han suministrado temas útiles de observación para
perfeccionarnos en la ciencia espírita. –Resp. Estoy a vuestra
disposición.
Nota – Como se ve, este Espíritu es poco elevado en la jerarquía
espírita: él mismo reconoce su inferioridad. Sus conocimientos son
limitados; pero hay en él buen sentido, sentimientos honorables y
benevolencia. Como Espíritu, su misión es bastante ínfima, ya que
desempeña el papel de Espíritu golpeador para llamar a los
incrédulos a la fe; pero, en el propio teatro, el humilde traje de
figurante ¿no puede cubrir un corazón honesto? Sus respuestas
tienen la simplicidad de la ignorancia; pero, por no tener la
elevación del lenguaje filosófico de los Espíritus superiores, ellas no
son menos instructivas como estudio de las costumbres espíritas, si
podemos expresarnos así. Es solamente estudiando todas las clases
de ese mundo que nos espera, que se puede llegar a conocerlo, y de
alguna manera marcar con anticipación el lugar que cada uno de
nosotros puede allí ocupar. Al ver la situación que se han forjado –
por sus vicios y por sus virtudes– los hombres que han sido nuestros
iguales en la Tierra, es un aliento para elevarnos lo mayor posible
desde aquí: es el ejemplo al lado del precepto. No estaría de más
repetir que para conocer bien una cosa y hacerse de ella una idea
exenta de ilusiones, es preciso verla en todos sus aspectos, así como
el botánico no puede conocer el reino vegetal sino observando desde
la humilde criptógama escondida bajo el musgo, hasta el roble que
se eleva en los aires.
Uno de los escollos que presentan las comunicaciones espíritas es
el de los Espíritus impostores que pueden inducir al error sobre su
identidad y que, al abrigo de un nombre respetable, intentan pasar
los más groseros absurdos. En muchas ocasiones hemos explicado
sobre este peligro, que deja de serlo para cualquiera que examine, a
la vez, la forma y el fondo del lenguaje de los seres invisibles con
los cuales esté en comunicación. No podemos repetir aquí lo que
hemos dicho sobre ese tema; léase atentamente al respecto en esta
Revista, en El Libro de los Espíritus y en nuestras Instrucciones
Prácticas, * y se verá que nada es más fácil que precaverse contra
semejantes fraudes, por poco de buena voluntad que en esto se
ponga. Reproducimos solamente la siguiente comparación que habíamos citado en alguna parte: «Suponed que en un cuarto vecino
al que estáis se encuentren varios individuos que no conocéis, que
no podéis ver, pero que escucháis perfectamente; ¿no sería fácil
reconocer su conversación, si son ignorantes o sabios, personas
honestas o malhechores, hombres serios o atolondrados, gente de
buena compañía o sujetos groseros?»
Tomemos otra comparación sin salir de nuestra humanidad
material: Supongamos que un hombre se os presente con el nombre
de un distinguido literato; ante ese nombre, lo recibís al principio
con toda la debida consideración a su supuesto mérito; pero si él se
expresa como un hombre grosero, reconoceréis inmediatamente sus
intenciones y lo expulsaréis como a un impostor.
Sucede lo mismo con los Espíritus: se los reconoce por su
lenguaje; el de los Espíritus superiores es siempre digno y en
armonía con la sublimidad de los pensamientos; nunca la trivialidad
mancha la pureza. La grosería y la bajeza de las expresiones sólo
pertenecen a los Espíritus inferiores. Todas las cualidades y todas las
imperfecciones de los Espíritus se revelan por su lenguaje, y con
razón se les puede aplicar este adagio de un célebre escritor: El
estilo es el hombre.
Estas reflexiones nos son sugeridas por un artículo que
encontramos en el Spiritualiste de la Nouvelle-Orléans del mes
de diciembre de 1857. Es una conversación que se estableció, a
través de un médium, entre dos Espíritus, uno dándose el nombre de
Padre Ambrosio y el otro el de Clemente XIV. El Padre Ambrosio
era un respetable eclesiástico, muerto en Luisiana en el siglo pasado;
era un hombre de bien, de gran inteligencia, y que ha dejado un
recuerdo venerado.
En este diálogo, donde el ridículo disputa con lo innoble, es
imposible confundirse sobre la cualidad de los interlocutores, y es
preciso concordar que los Espíritus que han mantenido dicho
diálogo han tomado muy pocas precauciones para enmascararse;
porque ¿cuál es el hombre de buen sentido que podría un solo
instante suponer que el Padre Ambrosio y Clemente XIV hubieran podido rebajarse a tales trivialidades, que se parecen más a
una escena burlesca? Comediantes del más bajo nivel que hiciesen
una parodia de esos dos personajes, no se expresarían de otro modo.
Estamos persuadidos que el Círculo de Nueva Orleáns –donde
sucedió el hecho– lo ha comprendido como nosotros; dudar de esto
sería injuriarlos; sólo lamentamos que a la publicación no la hayan
hecho seguir de algunas observaciones correctivas, que hubieran
impedido a las personas superficiales tomarlo como un modelo de
estilo serio del Más Allá. Pero apresurémonos en decir que ese
Círculo no tiene apenas comunicaciones de ese género: las hay de muy diferente orden, donde se encuentra toda la sublimidad del
pensamiento y de la expresión de los Espíritus superiores.
Hemos pensado que la evocación del verdadero y del falso Padre
Ambrosio pudiese ofrecer un asunto útil de observación sobre los
Espíritus impostores; en efecto, es lo que ha tenido lugar, así como
se puede juzgar por la siguiente conversación:
1. Muerto en Luisiana en el siglo pasado y habiendo dejado un
recuerdo venerado, ruego a Dios Todopoderoso que permita al
verdadero Padre Ambrosio, en Espíritu, comunicarse con nosotros. –
Resp. Estoy aquí.
2. ¿Quisierais decirnos si realmente vos habéis mantenido la
conversación relatada en el Spiritualiste de la Nouvelle-Orléans con
Clemente XIV, y cuya lectura hemos hecho en nuestra última
sesión? –Resp. Lamento por los hombres que han sido engañados
por los Espíritus, de los cuales también me compadezco.
3. ¿Cuál es el Espíritu que ha tomado vuestro nombre? –Resp. Un
Espíritu farsante.
4. Y el interlocutor, ¿era realmente Clemente XIV? –Resp. Era un
Espíritu simpático al que había tomado mi nombre.
5. ¿Cómo pudisteis haber permitido que se hayan dicho
semejantes cosas en vuestro nombre, y por qué no habéis venido a
desenmascarar a los impostores? –Resp. Porque no siempre puedo
impedir a los hombres y a los Espíritus que se diviertan.
6. Concebimos esto para los Espíritus; pero con respecto a las
personas que han recibido esas palabras, son personas serias y que
de ninguna manera buscaban divertirse. –Resp. Con más razón: ellos
deberían haber pensado que tales palabras sólo podrían ser el
lenguaje de Espíritus burlones.
7. ¿Por qué los Espíritus no enseñan en Nueva Orleáns principios en todos los puntos idénticos a los que enseñan aquí? –Resp. La
Doctrina que os es dictada pronto les servirá; no habrá más que una.
8. Puesto que esta Doctrina debe ser enseñada allí más adelante,
nos parece que si lo hubiera sido inmediatamente anticiparía el progreso y habría evitado, en el pensamiento de algunos, una lamentable incertidumbre. –Resp. Los caminos de Dios son a
menudo impenetrables; ¿no existen otras cosas que os parecían incomprensibles en los medios que Él emplea para llegar a sus fines? Es preciso que el hombre se ejercite en distinguir lo verdadero de lo falso, pero todos no podrían recibir la luz súbitamente sin ser encandilados.
9. ¿Quisierais decirnos, os lo ruego, vuestra opinión personal sobre la reencarnación? –Resp. Los Espíritus son creados ignorantes e imperfectos: una sola encarnación no puede serles suficiente para aprender todo; es preciso que se reencarnen para progresar con las bondades que Dios les destina.
10. ¿Puede la reencarnación tener lugar en la Tierra o solamente en otros globos? –Resp. La reencarnación se da según el progreso del Espíritu, en mundos más o menos perfectos.
11. Esto no nos dice claramente si puede tener lugar en la Tierra. – Resp. Sí, puede tener lugar en la Tierra; y si el Espíritu la pide como misión, eso debe ser más meritorio para él que pedir avanzar más rápido en mundos más perfectos.
12. Rogamos a Dios Todopoderoso que permita al Espíritu que ha
tomado el nombre del Padre Ambrosio comunicarse con nosotros. –
Resp. Estoy aquí, pero no queráis confundirme.
13. ¿Eres tú realmente el Padre Ambrosio? En el nombre de Dios,
te intimo a decir la verdad. –Resp. No.
14. ¿Qué piensas de lo que has dicho en su nombre? –Resp.
Pienso como pensaban los que me escucharon.
15. ¿Por qué te has servido de un nombre respetable para decir
semejantes tonterías? –Resp. A nuestros ojos los nombres no son
nada: las obras lo son todo; como se podía ver lo que yo era por lo
que yo decía, no le atribuí consecuencias a la usurpación de este
nombre.
16. ¿Por qué en nuestra presencia no mantienes tu impostura? –
Resp. Porque mi lenguaje es una piedra de toque con la cual no
podéis engañaros.
Nota – Varias veces se nos ha dicho que la impostura de ciertos
Espíritus es una prueba para nuestro juicio; es una especie de
tentación que Dios permite para que, como lo ha dicho el Padre
Ambrosio, el hombre pueda ejercitarse en distinguir lo verdadero de
lo falso.
17. Y tu compañero Clemente XIV, ¿qué piensas de él? –Resp. Él
no es mejor que yo; ambos tenemos necesidad de indulgencia.
18. En el nombre de Dios Todopoderoso, te pido que vengas. –
Resp. Estoy aquí desde que está el falso Padre Ambrosio.
19. ¿Por qué has abusado de la credulidad de personas respetables,
para dar una falsa idea de la Doctrina Espírita? –Resp. ¿Por qué
estamos inclinados a faltas? Porque no somos perfectos.
20. ¿Ambos no pensasteis que un día vuestra bellaquería sería
descubierta, y que los verdaderos Padre Ambrosio y Clemente XIV
no habrían de expresarse como vosotros lo habéis hecho? –Resp.
Las bellaquerías ya fueron descubiertas y castigadas por Aquel que
nos creó.
21. ¿Sois de la misma clase que los Espíritus a los que llamamos
golpeadores? –Resp. No, porque aún es preciso tener razonamiento
para hacer lo que hicimos en Nueva Orleáns.
22. (Al verdadero Padre Ambrosio.) ¿Os ven aquí estos Espíritus
impostores? –Resp. Sí, y sufren al verme.
23. Estos Espíritus ¿son errantes o reencarnados? –Resp. Errantes;
ellos no son lo bastante perfectos como para desprenderse si
estuviesen encarnados.
24. Y vos, Padre Ambrosio, ¿en qué estado estáis? –Resp.
Encarnado en un mundo feliz y sin nombre para vosotros.
25. Nosotros os agradecemos los esclarecimientos que habéis
tenido a bien darnos; ¿tendríais la bondad de venir otras veces entre
nosotros, para decirnos algunas buenas palabras y darnos un dictado
que pueda mostrar la diferencia entre vuestro estilo y el de aquel que
había tomado vuestro nombre? –Resp. Estoy con aquellos que
quieren el bien dentro de la verdad.
_____________________________________________
* Obra agotada, reemplazada por El Libro de los Médiums. [Nota de Allan
Kardec.]
En general los Espíritus no son maestros en caligrafía, porque la
escritura a través del médium no brilla comúnmente por su
elegancia; el Sr. D..., uno de nuestros médiums, ha presentado en
este aspecto un fenómeno excepcional: el de escribir mucho mejor
bajo la inspiración de los Espíritus que bajo la propia. Su escritura
normal es muy mala (de la cual no se envanece diciendo que es la de
los grandes hombres); toma un carácter especial, muy distinto –
según el Espíritu que se comunica– y la misma se reproduce
constantemente con el mismo Espíritu, pero siempre más nítida, más
legible y más correcta; con algunos es una especie de escritura
inglesa, realizada con una cierta audacia. Uno de los miembros de la
Sociedad, el Dr. V..., tenía la idea de evocar a un calígrafo
distinguido, como asunto de observación desde el punto de vista de
la escritura. Él conocía a uno, llamado Bertrand, fallecido hace
aproximadamente dos años, con el cual tuvimos, en otra sesión, la
siguiente conversación:
1. A la fórmula de evocación, respondió: Estoy aquí.
2. ¿Dónde estabais cuando os hemos evocado? –Resp. Ya estaba
cerca de vosotros.
3. ¿Sabéis con qué objetivo principal os hemos rogado venir? –
Resp. No, pero deseo saberlo.
Nota – El Sr. Bertrand, Espíritu, está aún bajo la influencia de la
materia, como se lo podía suponer por su vida terrestre; se sabe que
esos Espíritus son menos aptos para leer el pensamiento que
aquellos que están más desmaterializados.
4. Desearíamos que aceptaseis reproducir a través del médium una
escritura caligráfica que tuviera el carácter de aquella que teníais
cuando encarnado; ¿lo podéis hacer? –Resp. Lo puedo.
Nota – A partir de esta palabra, el médium –que no se rige por las
reglas enseñadas por los profesores de escritura– tomó, sin
percibirlo, una posición correcta, tanto del cuerpo como de la mano:
todo el resto de la conversación fue escrito como el fragmento cuyo
facsímile reproducimos. Como punto de comparación, damos arriba
la escritura normal del médium.
5. ¿Recordáis las circunstancias de vuestra vida terrestre? –Resp.
Algunas.
6. ¿Podríais decirnos en qué año habéis muerto? –Resp. He
muerto en 1856.
7. ¿Con qué edad? –Resp. Con 56 años.
8. ¿En qué ciudad vivíais? –Resp. En Saint-Germain.
9. ¿Cuál era vuestro género de vida? –Resp. Trataba de satisfacer
mi cuerpo.
10. ¿Os ocupabais un poco con las cosas del otro mundo? –Resp.
No lo suficiente.
11. ¿Os lamentáis por no ser más de este mundo? –Resp. Lamento
no haber empleado lo suficientemente bien mi existencia.
12. ¿Sois más feliz que en la Tierra? –Resp. No, sufro por el bien
que no hice.
13. ¿Qué pensáis del porvenir que os está reservado? –Resp.
Pienso que he de necesitar toda la misericordia de Dios.
14. ¿Cuáles son vuestras relaciones en el mundo donde estáis? –
Resp. Relaciones lastimeras e infelices.
15. Cuando volvéis a la Tierra, ¿hay lugares que frecuentáis con
preferencia? –Resp. Busco a las almas que se compadecen de mis
penas o que oran por mí.
16. ¿Veis tan claramente las cosas de la Tierra como cuando
estabais encarnado? –Resp. Prefiero no verlas; si lo hiciera, sería eso
también una causa de disgustos.
17. Se dice que cuando encarnado erais muy poco tolerante; ¿es
verdad? –Resp. Era muy violento.
18. ¿Qué pensáis del objeto de nuestras reuniones? –Resp. Bien
que hubiera gustado conocerlas en vida; me hubieran hecho mejorar.
19. ¿Veis a otros Espíritus como vos? –Resp. Sí, pero estoy muy
confundido delante de ellos.
20. Rogamos a Dios para que os ayude en su santa misericordia; los sentimientos que acabáis de expresar deben haceros encontrar piedad ante Él, y no dudamos que ayuden a vuestro adelanto. –Resp. Os agradezco; Dios os proteja; ¡bendito sea Él por esto! Mi turno también llegará; así lo espero.
Nota – Las enseñanzas proporcionadas por el Sr. Bertrand,
Espíritu, son
perfectamente exactas y están de acuerdo con el género de vida y el
carácter que se le conocía; solamente al reconocer su inferioridad y
sus errores, su lenguaje es más serio y más elevado del que se podía
esperar; esto nos prueba, una vez más, la penosa situación de
aquellos que están demasiado apegados a la materia en este mundo.
Es así que hasta los Espíritus inferiores nos dan a menudo útiles
lecciones de moral con el ejemplo.
Bruselas, 15 de junio de 1858.
Mi querido Sr. Kardec:
Recibo y leo con mucho interés vuestra Revista Espírita, y
recomiendo a mis amigos, no la simple lectura, sino el estudio
profundo de vuestro El Libro de los Espíritus. Lamento mucho que
mis preocupaciones físicas no me dejen tiempo para los estudios
metafísicos; pero los he llevado bastante lejos para sentir cuán cerca
estáis de la verdad absoluta, sobre todo cuando veo la perfecta
coincidencia que existe entre las respuestas que me han sido dadas y
las vuestras. Incluso aquellos que os atribuyen personalmente la
redacción de vuestros escritos están estupefactos con la profundidad
y la lógica de los mismos. Os habéis elevado de repente al nivel de
Sócrates y de Platón por la moral y por la filosofía estética; en
cuanto a mí, que conozco el fenómeno y vuestra lealtad, no dudo de
la exactitud de las explicaciones que os son dadas, y abjuro de todas
las ideas que he publicado al respecto, cuando no he creído ver en
eso –junto al Sr. Babinet– más que fenómenos físicos o una
prestidigitación indigna de la atención de los estudiosos.
No desaniméis, como yo tampoco lo hago, con la indiferencia de
vuestros contemporáneos; lo que está escrito, está escrito; lo que
está sembrado germinará. La idea de que la vida es una depuración
de las almas, una prueba y una expiación, es grande, consoladora,
progresiva y natural. Los que a ella se vinculan son felices en todas
las posiciones; en lugar de quejarse de los males físicos y morales
que los agobian, deben regocijarse, o al menos soportarlos con una
resignación cristiana.
Para ser feliz, huye del placer:
Del filósofo es la divisa;
El esfuerzo que se hace para tenerlo,
Cuesta más que la mercancía;
Pero tarde o temprano nos llega,
En forma de una sorpresa;
Es un terno en el juego de azar,
Que vale diez mil veces la apuesta.
Espero pasar pronto por París, donde tengo tantos amigos para ver
y tantas cosas que hacer; pero dejaré todo para daros un apretón de
manos.
JOBARD
Director del Museo Real de la Industria
Una adhesión tan clara y tan franca por parte de un hombre del
valor del Sr. Jobard es, indiscutiblemente, una preciosa conquista
a la cual aplaudirán todos los adeptos de la Doctrina Espírita; sin
embargo, en nuestra opinión, adherir es poca cosa; pero reconocer
abiertamente que se había equivocado, abjurar de las ideas anteriores
que se han publicado, y esto sin presión ni intereses, únicamente
porque la verdad ha salido a la luz, es lo que se puede llamar el
verdadero coraje de su opinión, sobre todo cuando se tiene un
nombre popular. Obrar así es propio de los grandes caracteres, que
saben solos ponerse por encima de los prejuicios. Todos los hombres
pueden equivocarse; pero hay grandeza en reconocer sus errores,
mientras que hay pequeñez en perseverar en una opinión que se sabe
falsa, solamente para darse un prestigio de infalibilidad a los ojos del
vulgo; este prestigio no podría engañar a la posteridad que arranca
sin piedad todos los oropeles del orgullo; sólo ella funda las
reputaciones; sólo ella tiene el derecho de inscribir en su templo: Éste era verdaderamente grande de Espíritu y de corazón. ¡Cuántas
veces no ha escrito también: Ese hombre grande ha sido muy
pequeño!
Los elogios contenidos en la carta del Sr. Jobard nos hubieran
impedido publicarla si fuesen dirigidos personalmente a nosotros;
pero como él reconoce en nuestro trabajo la obra de los Espíritus, de
los cuales no hemos sido más que un muy humilde intérprete, todo
el mérito les pertenece, y nuestra modestia nada tiene que sufrir con
una comparación que sólo prueba una cosa: que ese libro no puede
haber sido dictado sino por Espíritus de un orden superior.
Al responder al Sr. Jobard, le habíamos preguntado si nos
autorizaba a publicar su carta; al mismo tiempo estábamos
encargados, en nombre de la Sociedad Parisiense de Estudios
Espíritas, de ofrecerle el título de miembro honorario y de
corresponsal. He aquí la respuesta que ha tenido a bien dirigirnos y
que estamos felices en reproducir:
Bruselas, 22 de junio de 1858.
Mi querido colega:
Me preguntáis, con circunlocuciones espirituales, si yo osaría
reconocer públicamente mi creencia en los Espíritus y en el
periespíritu, autorizándoos a publicar mis cartas y aceptando el título
de corresponsal de la Academia de Espiritismo que habéis fundado,
lo que sería tener –como se dice– el coraje de su opinión.
Estoy un poco humillado, os confieso, por veros emplear conmigo
las mismas fórmulas y los mismos discursos que con los tontos,
cuando debéis saber que toda mi vida ha sido consagrada a sostener
la verdad y a testimoniar en su favor todas las veces que la
encontraba, ya sea en Física o
en Metafísica. Sé que el papel de adepto de las nuevas ideas no
siempre está exento de inconvenientes, incluso en este siglo de
luces, y que se puede ser ridiculizado por decir que hay claridad en
pleno día, porque lo menos que uno se arriesga es ser tratado de
loco; pero como la Tierra gira y el día aparecerá para todos, será
realmente necesario que los incrédulos se rindan ante la evidencia.
También es natural que escuchemos negar la existencia de los
Espíritus por aquellos que no creen en los mismos, así como la
existencia de la luz por aquellos que aún se encuentran privados de
sus rayos. ¿Podemos comunicarnos con ellos? Ahí está toda la
cuestión. Ved y observad.
El tonto siempre niega lo que no puede comprender;
Para él lo maravilloso es desprovisto de encanto;
Nada sabe y nada quiere aprender:
Tal es del incrédulo un fiel retrato.
Me he dicho: El hombre es evidentemente doble, ya que la muerte
lo desdobla; cuando una mitad queda en este mundo, la otra va hacia
alguna parte conservando su individualidad; por lo tanto, el
Espiritismo está perfectamente de acuerdo con las Escrituras, con el
dogma, con la religión que cree de tal modo en los Espíritus que
exorciza a los malos y evoca a los buenos: el Vade retro y el Veni
Creator son la prueba de eso; por lo tanto, la evocación es una cosa
seria y no una obra diabólica o una prestidigitación, como piensan
algunos.
Soy curioso, no niego nada, pero quiero ver. No he dicho:
Traedme el fenómeno, sino que he corrido atrás de él, en vez de
esperarlo sentado en mi sillón hasta que viniese, según una
costumbre ilógica. Hace más de 40 años hice este simple
razonamiento con respecto al Magnetismo: Es imposible que
hombres tan estimables escriban millares de volúmenes para
hacerme creer en la existencia de una cosa que no existe. Y después
experimenté largo tiempo y en vano, en cuanto no tenía fe en
obtener lo que buscaba; pero he sido bien recompensado por mi
perseverancia, ya que he conseguido producir todos los fenómenos
de los cuales escuchaba hablar; después paré durante 15 años. Al
haber sobrevenido las mesas, quise saber a qué atenerme; viene hoy
el Espiritismo, y obro de la misma manera. Cuando algo nuevo
aparece, corro atrás con el mismo ardor que pongo en ir al encuentro
de los descubrimientos modernos de todo género; es la curiosidad
que me arrastra, y me compadezco de los salvajes que no son
curiosos, lo que hace que continúen salvajes: la curiosidad es la
madre de la instrucción. Bien sé que este ardor por aprender me ha
perjudicado mucho, y que si me hubiese quedado en esa respetable
mediocridad que lleva a los honores y a la fortuna, habría obtenido
mi buena parte; pero hace bastante tiempo que me he dicho que no
estaba más que de paso en este mal albergue, donde no vale la pena
deshacer las maletas; lo que me ha hecho soportar sin dolor los
insultos, las injusticias, los robos de los cuales he sido una víctima
privilegiada, fue esta idea de que no hay en este mundo una felicidad
ni una desgracia que valga la pena regocijarse o afligirse. He
trabajado, trabajado y trabajado, lo que me ha dado la fuerza de
fustigar a mis adversarios más encarnizados e imponer respeto a los
otros, de manera que soy ahora más feliz y más tranquilo que las
personas que me han escamoteado una herencia de 20 millones. Me
compadezco de ellos, porque no envidio su lugar en el mundo de los
Espíritus. Si lamento esta fortuna no es por mí: no tengo un
estómago para comer 20 millones; es por el bien que esto me ha
impedido de hacer. ¡Qué palanca entre las manos de un hombre que
supiera emplearla útilmente! ¡Qué impulso podría dar a la Ciencia y
al progreso! Aquellos que tienen fortuna, ignoran a menudo los
verdaderos goces que podrían obtener. ¿Sabéis lo que falta a la
ciencia espírita para propagarse con rapidez? Un hombre rico que a
ella consagre su fortuna por pura devoción, sin mezcla de orgullo ni
de egoísmo; que hiciese las cosas con grandeza, sin parsimonia y sin
pequeñez; tal hombre haría avanzar a la ciencia medio siglo. ¿Por
qué me han quitado los medios de hacerlo? Él será encontrado; algo
me lo dice; ¡honor a aquél!
He visto evocar a una persona viva; ella ha sentido un síncope
hasta que su Espíritu retornó. Evocad el mío para ver lo que os
diré. También evocad al Dr. Mure, muerto en El Cairo el 4
junio; era un gran espiritista y médico homeópata. Preguntadle si
aún cree en los gnomos. Ciertamente él está en Júpiter, porque era
un gran Espíritu, incluso en la Tierra, un verdadero profeta
enseñando, y mi mejor amigo. ¿Estará contento con el artículo
necrológico que le he hecho?
He aquí una carta muy larga, me diréis; pero no es todo color de
rosa tenerme como corresponsal. Voy a leer vuestro último libro 190
que recibo en este instante; a la primera ojeada no dudo que éste
haga muy bien al destruir una multitud de prevenciones, porque
habéis sabido mostrar el lado serio de la cuestión. –El caso Badet es
muy interesante; volveremos a hablar de él.
Estoy a vuestra disposición,
JOBARD.
Todo comentario sobre esta carta sería superfluo; cada uno
apreciará su alcance y reconocerá sin dificultad esa profundidad y
esa sagacidad que, unidas a los más nobles pensamientos, han
conquistado para el autor un lugar tan honorable entre sus
contemporáneos. Podemos honrarnos de ser locos (a la manera por
la cual lo entienden nuestros adversarios), cuando tenemos tales
compañeros de infortunio.
A esta observación del Sr. Jobard: «¿Podemos comunicarnos con
los Espíritus? Ahí está toda la cuestión; ved y observad», nosotros
agregamos: Las comunicaciones con los seres del mundo invisible
no son ni un descubrimiento ni una invención moderna; fueron
practicadas, desde la más alta Antigüedad, por hombres que han sido
nuestros maestros en Filosofía y cuyos nombres
invocamos todos los días como autoridad. ¿Por qué lo que por
entonces pasaba no podría más producirse hoy?
_______
La siguiente carta nos ha sido dirigida por uno de nuestros
suscriptores; como contiene una parte instructiva que puede interesar
a la mayoría de nuestros lectores –lo que es una prueba más de la
influencia moral de la Doctrina Espírita–, creemos un deber
publicarla completa, respondiendo, para todos, a las diversas
preguntas que ella encierra.
Burdeos, 24 de junio de 1858.
Señor y querido hermano en Espiritismo:
Sin duda permitiréis a uno de vuestros suscriptores y a uno de
vuestros lectores más atentos daros ese título, porque esta admirable
Doctrina debe ser un lazo fraternal entre todos los que la
comprenden y practican.
En uno de vuestros números anteriores habéis hablado de
notables dibujos, realizados por el Sr. Victorien Sardou, y que
representan viviendas del planeta Júpiter. El cuadro que habéis
hecho de los mismos nos da, como sin duda a muchos otros, el deseo
de conocerlos. ¿Tendríais la bondad de decirnos si ese señor tiene la
intención de publicarlos? No dudo que tendrán un gran éxito,
considerando la extensión que a cada día toman las creencias
espíritas. Sería el complemento necesario de la descripción tan
atrayente que los Espíritus han dado de ese mundo feliz.
Os diré al respecto, mi querido señor, que hace aproximadamente
dieciocho meses hemos evocado en nuestro Círculo íntimo a un
antiguo magistrado –pariente nuestro– fallecido en 1756, que
durante su vida ha sido un modelo de todas las virtudes y un Espíritu
muy superior, aunque no tenga un lugar en la Historia. Nos ha dicho
que está encarnado en Júpiter y nos ha dado una enseñanza moral de
una sabiduría admirable, y en todos los puntos en conformidad con
lo que contiene vuestro tan precioso El Libro de los Espíritus.
Tuvimos naturalmente la curiosidad de pedirle algunas
informaciones sobre el estado del mundo que él habita, lo que ha
hecho con una extrema complacencia. Ahora bien, juzgad nuestra
sorpresa y nuestra alegría al leer en vuestra Revista una descripción
completamente idéntica de este planeta, por lo menos en las
generalidades, porque no hemos conducido las preguntas hasta
donde vos lo habéis hecho: todo allí concuerda en lo físico y en lo
moral, y hasta en la condición de los animales. Incluso hizo mención
de las viviendas aéreas de las cuales no habláis.
Como había ciertas cosas que teníamos dificultad en comprender,
nuestro pariente agregó estas palabras notables: «No es asombroso
que no comprendáis las cosas para las cuales vuestros sentidos no
fueron hechos; pero a medida que avancéis en la Ciencia, las
comprenderéis mejor por el pensamiento, y dejarán de pareceros
extraordinarias. No está lejano el tiempo en que recibiréis sobre este
punto los más completos esclarecimientos. Los Espíritus están
encargados de instruiros, a fin de daros un objetivo y de inclinaros al
bien». Al leer vuestra descripción y el anuncio de los dibujos de los
cuales habláis, nos hemos dicho naturalmente que ese tiempo ha
llegado.
Sin duda los incrédulos han de criticar ese paraíso de los Espíritus,
como critican todo, incluso la inmortalidad y hasta las cosas más
santas. Bien sé que nada prueba materialmente la verdad de esta
descripción; pero para todos aquellos que creen en la existencia y en
las revelaciones de los Espíritus, esta coincidencia ¿no hace
reflexionar? Nos hacemos una idea de los países que nunca hemos
visto a través del relato de los viajeros, cuando hay coincidencia
entre ellos: ¿por qué no sucedería lo mismo con respecto a los
Espíritus? En el estado bajo el cual nos describen el mundo de
Júpiter, ¿habrá algo que repugne a la razón? No; todo concuerda con
la idea que ellos nos dan de existencias más perfectas; diré más: está
de acuerdo con las Escrituras, lo que un día me esforzaré en
demostrar; por mi cuenta, esto me parece tan lógico, tan consolador,
que me sería penoso renunciar a la esperanza de vivir en ese mundo
afortunado, donde no hay malos ni envidiosos, ni enemigos ni
egoístas, ni hipócritas; es por eso que todos mis esfuerzos tienden a
merecer ir hacia allá.
Cuando en nuestro pequeño Círculo alguno de nosotros parece
tener pensamientos muy materiales, le decimos: «Tened cuidado, no
iréis a Júpiter»; y somos felices en pensar que este futuro nos está
reservado, si no es en la primera etapa, por lo menos en alguna de
las siguientes. Por lo tanto, mi hermano querido, gracias por
habernos abierto este nuevo camino de esperanza.
Ya que habéis obtenido revelaciones tan preciosas sobre ese
mundo, debéis haberlas tenido igualmente sobre los otros que
componen nuestro sistema planetario. ¿Vuestra intención es de
publicarlas? Esto haría un conjunto de los más interesantes. Al
observar los astros, nos complaceríamos pensando en los seres tan
variados que los pueblan; el espacio nos parecería menos vacío.
¿Cómo ha podido venir al pensamiento de los hombres, creyentes en
el poder y en la sabiduría de Dios, que esos millones de globos son
cuerpos inertes y sin vida? ¿Y que nosotros somos los únicos en este
pequeño grano de arena al que llamamos Tierra? Digo que esto es
una impiedad. Semejante idea me entristece; si fuera así, me
parecería estar en un desierto.
Estoy a vuestra disposición, de corazón,
MARIUS M.,
Empleado retirado.
El título que nuestro honorable suscriptor ha tenido a bien darnos es
demasiado halagador para que no le estemos muy reconocidos por nos haber
creído digno del mismo. En efecto, el Espiritismo es un lazo fraternal que
debe conducir a la práctica de la verdadera caridad cristiana a todos aquellos
que lo comprenden en su esencia, porque tiende a hacer desaparecer los
sentimientos de odio, de envidia y de celos que dividen a los hombres; pero
esta fraternidad no es la de una secta; para estar de acuerdo con los divinos
preceptos del Cristo, la fraternidad debe abarcar a toda la Humanidad, porque
todos los hombres son hijos de Dios; si algunos están extraviados, ella ordena
compadecerlos; no permite odiarlos. Amaos los unos a los otros, ha dicho
Jesús; Él no ha dicho: Amad solamente a los que piensan como vos; es por eso
que, cuando nuestros adversarios nos arrojan piedras, de ninguna manera
debemos devolverles maldiciones: estos principios harán siempre de aquellos
que los profesan hombres apacibles que no buscarán la satisfacción de sus
pasiones en el desorden y en el mal de su prójimo.
Los sentimientos de nuestro honorable corresponsal están impregnados de
gran elevación, y estamos persuadidos de que él entiende la fraternidad tal
como debe ser en su más amplia acepción.
Somos felices por la comunicación que ha consentido darnos acerca de
Júpiter. La coincidencia que nos señala no es la única, como se ha podido ver
en el artículo en cuestión. Ahora bien, cualquiera que sea la opinión que pueda
formarse sobre el mismo, no es por eso un asunto menos digno de
observación. El mundo espírita está lleno de misterios que se deben saber
estudiar con mucho cuidado. Las consecuencias morales que de él deduce
nuestro corresponsal están marcadas con el sello de una lógica que a nadie
escapará.
En lo que concierne a la publicación de los dibujos, el mismo deseo nos ha
sido expresado por varios de nuestros suscriptores; pero la complicación es tal
que la reproducción por grabado hubiera entrañado gastos excesivos e
inabordables; los propios Espíritus habían dicho que el momento de
publicarlos no había llegado todavía, probablemente por este motivo. Hoy esta
dificultad está felizmente superada. El Sr. Victorien Sardou, de médium
dibujante (sin saber dibujar) se ha vuelto médium grabador sin haber tenido
nunca un buril en su vida. Ahora hace sus dibujos directamente en cobre, lo
que permitirá reproducirlos sin la colaboración de ningún artista extraño. Así
la cuestión financiera quedó simplificada, y podremos dar una muestra notable
en nuestro próximo número, acompañado de una descripción técnica que él
consintió en encargarse de redactar según los documentos que le han
suministrado los Espíritus. Estos dibujos son muy numerosos, y su conjunto
formará más adelante un verdadero atlas. Conocemos otro médium dibujante a
quien los Espíritus hacen trazar dibujos no menos curiosos sobre otro planeta.
En cuanto al estado de los diferentes globos conocidos, nos han sido dados
sobre varios de ellos informes generales, y sobre algunos solamente informes
detallados; pero todavía no hemos fijado la época en la que será útil
publicarlos.
ALLAN KARDEC.
Agosto
Las contradicciones que muy frecuentemente se encuentran en el
lenguaje de los Espíritus, incluso en cuestiones esenciales, han sido
hasta hoy –para algunas personas– una causa de incertidumbre sobre
el real valor de sus comunicaciones, circunstancia de la que los
adversarios no han dejado de sacar partido. En efecto, a primera
vista esas contradicciones parecen ser uno de los principales escollos
de la ciencia espírita. Veamos si ellas tienen la importancia que se
les atribuye.
Al principio preguntaremos: ¿qué Ciencia, en sus comienzos, no
ha presentado semejantes anomalías? ¿Qué estudioso, en sus
investigaciones, no ha sido varias veces confundido por hechos que
parecían derogar las reglas establecidas? La Botánica, la Zoología,
la Fisiología, la Medicina y hasta nuestra propia lengua ¿no nos
ofrecen de esto millares de ejemplos? Y sus bases, ¿no desafían
cualquier contradicción? Es comparando los hechos, observando las
analogías y las diferencias que poco a poco se llegan a establecer las
reglas, las clasificaciones, los principios: en una palabra, a constituir
la Ciencia. Ahora bien, el Espiritismo apenas está despuntando; por
lo tanto, no es sorprendente que se sujete a la ley común hasta que
su estudio esté completo; solamente entonces se reconocerá que
aquí, como en todas las cosas, la excepción casi siempre viene a
confirmar la regla.
Además, los Espíritus siempre nos han dicho 193 que no nos
inquietemos con algunas de esas divergencias, y que en poco tiempo
todo el mundo sería llevado a la unidad en la creencia. En efecto,
esta predicción se cumple a cada día a medida que se penetra
profundamente en las causas de esos fenómenos misteriosos, y
conforme los hechos son mejor observados. Ya las disidencias que
han surgido en el origen tienden evidentemente a debilitarse; incluso
se puede decir que ahora ellas no son más que el resultado de
opiniones personales aisladas.
Aunque el Espiritismo esté en la Naturaleza y haya sido conocido
y practicado desde la más alta antigüedad, se constata que en
ninguna otra época ha sido tan universalmente difundido como en
nuestros días. Es que en otros tiempos sólo hacían de Él un estudio
misterioso en el cual el vulgo no era iniciado; se ha conservado por
una tradición que las vicisitudes de la Humanidad y la falta de
medios de transmisión han debilitado insensiblemente. Los
fenómenos espontáneos –que no dejaron de producirse de vez en
cuando– han pasado inadvertidos o fueron interpretados según los
prejuicios y la ignorancia de las épocas, o han sido explotados en
provecho de tal o cual creencia. Estaba reservado a nuestro siglo,
donde el progreso recibe un empuje incesante, sacar a luz a una
ciencia que existía, por así decirlo, en estado latente. Sólo ha sido
hace pocos años que los fenómenos fueron seriamente observados;
por lo tanto, el Espiritismo es en realidad una ciencia nueva que
poco a poco se implanta en el espíritu de las masas, esperando
ocupar una posición oficial. Al principio, esta ciencia ha parecido
muy simple; para las personas superficiales, no consistía sino en el
arte de hacer girar a las mesas; pero una observación más atenta
demostró que era, por sus ramificaciones y por sus consecuencias,
mucho más compleja de lo que se había sospechado. Las mesas
giratorias son como la manzana de Newton que, en su caída,
encierra el sistema del mundo.
Sucedió con el Espiritismo lo que sucede en el comienzo de todas
las cosas: los primeros no han podido ver todo; cada uno ha visto
por su lado y se ha apresurado en anunciar sus impresiones desde su
punto de vista, según sus ideas o sus prevenciones. Ahora bien, ¿no
se sabe que, según el medio, el mismo objeto puede parecerle a uno
caliente, mientras que otro lo encontrará frío?
Tomemos, aún, otra comparación en las cosas vulgares o incluso
triviales, a fin de hacernos comprender mejor.
Últimamente se leía en varios periódicos: «El champiñón es uno
de los productos más raros; delicioso o mortal, microscópico o de
una dimensión fenomenal, confunde sin cesar la observación del
botánico. En el túnel de Doncaster hay un champiñón que se
desarrolla desde hace doce meses y que no parece haber alcanzado
su última fase de crecimiento. Actualmente mide quince pies de
diámetro. Ha llegado sobre un pedazo de madera; se lo considera
como el más bello espécimen de champiñón que haya existido. Su
clasificación es difícil, porque las opiniones están divididas». De
esta manera, he aquí la Ciencia confundida por la llegada de un
champiñón que se presenta bajo un nuevo aspecto. Este hecho ha
provocado en nosotros la siguiente reflexión. Supongamos a varios
naturalistas observando, cada uno por su lado, una variedad de ese
vegetal: uno dirá que el champiñón es una criptógama comestible
procurada por los gastrónomos; el segundo dirá que es venenoso; el
tercero, que esto es invisible a simple vista; el cuarto, que puede
alcanzar hasta cuarenta y cinco pies de circunferencia, etc.; en
primer lugar, todas estas afirmaciones son contradictorias y poco
propias como para establecer ideas sobre la verdadera naturaleza de
los champiñones. Después ha de venir un quinto observador que
reconocerá la identidad de los caracteres generales y mostrará que
esas propiedades tan diversas no constituyen en realidad más que
variedades o subdivisiones de una misma clase. Cada uno tenía
razón desde su punto de vista; no obstante, todos estaban errados
cuando sacaron conclusiones de lo particular a lo general, y cuando
tomaban la parte por el todo.
Sucede de este modo en lo que atañe a los Espíritus. Se los ha
juzgado según la naturaleza de las relaciones que se han entablado
con los mismos, de donde unos hicieron de ellos demonios y otros,
ángeles. Luego tuvieron prisa en explicar los fenómenos antes de
haber visto todo, y cada uno lo hizo a su manera, buscando muy
naturalmente las causas en lo que era el objeto de sus
preocupaciones: el magnetista relacionó todo con la acción
magnética; el físico, con la acción eléctrica, etc. Por lo tanto, la
divergencia de opiniones en materia de Espiritismo viene de los
diferentes aspectos bajo los cuales se lo considera. ¿De qué lado está
la verdad? Es lo que el futuro demostrará; pero la tendencia general
no podría ser dudosa; evidentemente, un principio domina y poco a
poco reúne a los sistemas prematuros; una observación menos
exclusiva los unirá a todos a una fuente común, y pronto se verá que,
en definitivo, la divergencia está más en lo accesorio que en lo
principal.
Se comprende muy bien que los hombres erijan teorías contrarias
sobre las cosas; pero lo que puede parecer más singular, es que los
propios Espíritus puedan contradecirse; sobre todo ha sido esto lo
que desde el comienzo ha arrojado una especie de confusión en las
ideas. Por lo tanto, las diferentes teorías espíritas tienen dos fuentes:
unas que nacen de los cerebros humanos; otras que son dadas por los
Espíritus. Las primeras emanan de hombres que, demasiado
confiantes en sus propias luces, creen tener en mano la llave de
aquello que buscan, mientras que la mayoría de las veces sólo han
encontrado una ganzúa. Esto nada tiene de sorprendente; pero que
entre los Espíritus, unos digan blanco y otros negro, he aquí lo que
parecía menos concebible, y que hoy es perfectamente explicado. Al
principio, se ha hecho una idea completamente falsa de la naturaleza
de los Espíritus. Se los ha imaginado como seres aparte, de una
naturaleza excepcional, no teniendo nada en común con la materia, y
debiendo saberlo todo. Según opiniones personales, eran seres
benéficos o maléficos, teniendo unos todas las virtudes, otros todos
los vicios y todos, en general, un conocimiento infinito, superior al
de la Humanidad. Con la noticia de las recientes manifestaciones, el
primer pensamiento que ha venido a la mayoría ha sido el de ver en
eso un medio de penetrar todas las cosas ocultas, un nuevo modo de
adivinación menos sujeto a la duda que los procedimientos vulgares.
¡Quién podría decir el número de los que han soñado con una
fortuna fácil por la revelación de tesoros ocultos, por los
descubrimientos industriales o científicos que no habrían costado a
los inventores más que el trabajo de escribirlos bajo el dictado de los
eruditos del otro mundo! ¡Sabe Dios cuántos desengaños y
decepciones! ¡Cuántas presuntas recetas –unas más ridículas que las
otras– han sido dadas por los burlones del mundo invisible!
Conocemos a alguien que había pedido un procedimiento infalible
para teñir los cabellos; le fue dada la fórmula de una composición:
una especie de cera que hizo de su cabellera una masa compacta, de
la cual la persona tuvo todas las dificultades del mundo para librarse.
Todas esas esperanzas quiméricas tuvieron que desvanecerse a
medida que mejor se conoció la naturaleza de ese mundo y el
objetivo real de las visitas que nos hacen sus habitantes. Pero
entonces, para mucha gente, ¿cuál era el valor de esos Espíritus que,
incluso, ni tenían el poder de proporcionar algunos pequeños
millones sin hacer nada? Ésos no podrían ser Espíritus. A esta fiebre
pasajera ha seguido la indiferencia, y después, entre algunos, la
incredulidad. ¡Oh! ¡Cuántos prosélitos habrían hecho los Espíritus si
hubiesen podido hacer el bien mientras los demás dormían! Hasta
hubieran adorado al propio diablo si éste les hubiese sacudido su
bolsa de dinero.
Al lado de esos soñadores se encuentran personas serias que han
visto en esos fenómenos algo más que lo vulgar; ellas han observado
atentamente, han sondado los recovecos de ese mundo misterioso y
fácilmente han reconocido en esos hechos extraños –si no nuevos–
un objetivo providencial del orden más elevado. Todo cambió de
aspecto cuando se supo que esos mismos Espíritus no son otros sino
aquellos que han vivido en la Tierra, y cuyo número iremos engrosar
después de nuestra muerte; que sólo han dejado en este mundo su
envoltura grosera, como la oruga deja su crisálida para transformarse
en mariposa. No pudimos dudar cuando vimos a nuestros parientes,
a nuestros amigos, a nuestros contemporáneos venir a conversar con
nosotros y darnos pruebas irrecusables de su presencia y de su
identidad. Considerando las variedades tan numerosas que presenta
la Humanidad desde el doble punto de vista intelectual y moral, y la
multitud que a cada día emigra de la Tierra hacia el mundo invisible,
repugna a la razón creer que el estúpido samoyedo, el feroz caníbal
y el vil criminal experimenten con la muerte una transformación que
los ponga al nivel del sabio y del hombre de bien. Por lo tanto, se
comprendió que podía y debía haber Espíritus más o menos
avanzados, y desde entonces se han explicado muy naturalmente
esas comunicaciones tan diferentes, de las cuales unas se elevan
hasta lo sublime, mientras otras se arrastran en la grosería. Esto se
ha comprendido aún mejor cuando se dejó de creer que nuestro
pequeño grano de arena perdido en el espacio era el único habitado
entre tantos millones de globos
semejantes; cuando se supo que el mismo, en el Universo, no ocupa
sino una posición intermediaria, vecina del más bajo escalón; que,
por consecuencia, había seres más adelantados que los más
adelantados entre nosotros, y otros aún más atrasados que nuestros
salvajes. Desde entonces el horizonte intelectual y moral se ha
ampliado, como lo ha hecho nuestro horizonte terrestre cuando
fueron descubiertas la cuarta y la quinta parte del mundo; al mismo
tiempo, el poder y la majestad de Dios se han engrandecido a
nuestros ojos, de lo finito a lo infinito. Desde entonces también se
han explicado las contradicciones del lenguaje de los Espíritus,
porque se ha comprendido que seres inferiores en todos los puntos
no podían pensar ni hablar como seres superiores; que, por
consecuencia, ellos no podían saberlo todo ni comprenderlo todo, y
que Dios debería reservar solamente a sus elegidos el conocimiento
de los misterios a los cuales la ignorancia no podría alcanzar.
La escala espírita, trazada por los propios Espíritus y según la
observación de los hechos, nos da, por lo tanto, la clave de todas las
anomalías aparentes del lenguaje de los Espíritus. Por hábito, es
necesario llegar a conocerlos –por así decirlo– a primera vista, y
poderles asignar su clase según la naturaleza de sus manifestaciones;
es preciso, en caso de necesidad, poder decirle a uno que es
mentiroso, a otro que es hipócrita, a éste que es malo, a aquél que es
jocoso, etc., sin dejarse llevar por su arrogancia, ni por sus
fanfarronadas, ni por sus amenazas, ni por sus sofismas, ni siquiera
por sus halagos; éste es el medio de alejar a esa turba que pulula sin
cesar a nuestro alrededor, y que se aparta cuando sabemos atraer a
nosotros los Espíritus verdaderamente buenos y serios, así como lo
hacemos con respecto a los vivos. ¿Estarán esos seres ínfimos
siempre consagrados a la ignorancia y al mal? No, porque esta
parcialidad no estaría de acuerdo con la justicia ni con la bondad del
Creador, que ha provisto la existencia y el bienestar hasta del menor
insecto. Es por una sucesión de existencias que ellos se elevan y se
aproximan a Él, a medida que se mejoran. Esos Espíritus inferiores
no conocen a Dios sino de nombre; no Lo ven y no Lo comprenden,
al igual que el último de los campesinos –en el fondo de su brezal–
no ve y no comprende al soberano que gobierna el país en el que
habita.
Si se estudia con cuidado el carácter propio de cada una de las
clases de Espíritus, fácilmente se concebirá que hay algunos que son
incapaces de proporcionarnos informaciones exactas sobre el estado
de su mundo. Además de esto, si se considera que existen los que,
por su naturaleza, son ligeros, mentirosos, burlones, malévolos, y
que incluso otros están imbuidos de ideas y de prejuicios terrestres,
se ha de comprender que, en sus relaciones con nosotros, ellos
pueden divertirse a nuestras expensas, inducirnos conscientemente al
error por malicia, afirmar lo que no saben, darnos pérfidos consejos,
o hasta
engañarse de buena fe al juzgar las cosas desde su punto de vista.
Citemos una comparación.
Supongamos que una colonia de habitantes de la Tierra encuentre,
un bello día, el medio de ir a establecerse en la Luna; supongamos
que esta colonia esté compuesta por diversos elementos de la
población de nuestro globo, desde el europeo más civilizado hasta el
salvaje australiano. Sin duda, he aquí a los habitantes de la Luna con
gran sobresalto y deslumbrados por poder obtener de sus nuevos
huéspedes informaciones precisas sobre nuestro planeta, que algunos
suponían habitado, pero sin tener la certeza, porque entre ellos hay
indudablemente personas que también se creen los únicos seres del
Universo. Se dirigen a los recién llegados, los cuales son
interrogados, y ya los estudiosos se preparan para publicar la historia
física y moral de la Tierra. ¿Cómo no sería esta historia auténtica,
puesto que van a obtenerla de testigos oculares? Uno de ellos recibe
en su casa a un zelandés que le informa que en la Tierra es un festín
comer hombres, y que Dios lo permite, puesto que se sacrifica a las
víctimas en su honor. En casa de otro está un filósofo moralista que
le habla de Aristóteles y de Platón, y le dice que la antropofagia es
una abominación condenada por todas las leyes divinas y humanas.
Aquí está un musulmán que no come hombres, pero que dice lograr
su salvación matando la mayor cantidad posible de cristianos; allí
está un cristiano que dice que Mahoma es un impostor; más allá se
encuentra un chino que trata a todos los otros como bárbaros,
diciendo que cuando se tienen demasiados hijos, Dios permite
arrojarlos al río; un vividor pinta el cuadro de los deleites de la vida
disoluta de las capitales; un anacoreta predica la abstinencia y las
mortificaciones; un faquir hindú lastima su cuerpo y, para abrir las
puertas del cielo, se impone durante años sufrimientos tales que las
privaciones de nuestros más piadosos cenobitas son una sensualidad.
Luego viene un bachiller que dice que es la Tierra que gira y no el
Sol; un campesino dice que el bachiller es un mentiroso, porque él
ve claramente al Sol salir y ponerse; un habitante de Senegambia
dice que hace mucho calor; un esquimal, que el mar es una planicie
de hielo y que solamente se viaja en trineo. La política no se queda
atrás: unos elogian el régimen absolutista; otros la libertad; éste dice
que la esclavitud es contraria a la Naturaleza, y que todos los
hombres son hermanos al ser hijos de Dios; aquél, que las razas
fueron hechas para la esclavitud y que son mucho más felices que en
el estado libre, etc. Creo que los escritores selenitas estarán bien
confundidos para componer una historia física, política, moral y
religiosa del mundo terrestre con semejantes documentos. «Tal vez,
piensen algunos, encontremos más unidad entre los profesionales;
interroguemos a ese grupo de doctores». Ahora bien, uno de ellos,
médico de la Facultad de París –centro de luces– dice que todas las
enfermedades tienen por principio la sangre viciada y que, por esto,
es necesario renovarla, realizando sangrías en todos los casos. «Estáis en un
error, mi ilustrado colega, replica el segundo: el hombre nunca tiene
demasiada sangre; sacársela es sacarle la vida; estoy de acuerdo que
la sangre esté viciada; pero ¿qué se hace cuando un vaso está sucio?
No se lo quiebra, se lo lava; entonces, purgad, purgad y purgad hasta
la extinción del mal». Un tercero toma la palabra: «–Señores, con
vuestras sangrías matáis a vuestros enfermos; vos, con vuestros
purgantes, los envenenáis; la Naturaleza es más sabia que todos
nosotros; dejémosla obrar y esperemos». –Eso es, replican los dos
primeros, si nosotros matamos a nuestros pacientes, vos los dejáis
morir. La disputa comenzaba a subir de tono cuando un cuarto,
llevando aparte a un selenita, le dijo: «No los escuchéis, son todos
ignorantes; realmente no sé por qué están en la Academia.
Acompañad mi razonamiento: todo enfermo está débil; por lo tanto,
existe un debilitamiento de los órganos; esto es lógica pura o yo no
me conozco; por lo tanto, es preciso tonificarlo; para eso solamente
hay un remedio: agua fría, agua fría y de esto no me aparto. –
¿Curáis a todos vuestros enfermos? –Siempre que la enfermedad no
sea mortal. –Con este procedimiento tan infalible, ¿estáis sin duda
en la Academia? –He sido candidato por tres veces. ¡Pues bien! ¿Lo
creéis? Ellos siempre me han rechazado, esos supuestos sabios,
porque se dieron cuenta que yo los habría pulverizado con mi agua
fría. –Sr. selenita, dijo un nuevo interlocutor apartándolo hacia el
otro lado: vivimos en una atmósfera de electricidad; la electricidad
es el verdadero principio de la vida; debemos aumentarla cuando es
poca y disminuirla cuando es demasiada; neutralizar los fluidos
contrarios unos por los otros: he aquí todo el secreto. Con mis
aparatos hago maravillas: ¡leed mis anuncios y veréis!» * –No
terminaríamos más si quisiésemos narrar todas las teorías contrarias
que sucesivamente fueron preconizadas sobre todas las ramas del
conocimiento humano, sin exceptuar a las Ciencias exactas; pero es,
sobre todo, en las Ciencias metafísicas que el campo fue abierto a
las doctrinas más contradictorias. Entretanto, un hombre de espíritu
y de juicio (¿por qué no los habría en la Luna?) compara todos esos
relatos incoherentes y saca esta conclusión muy lógica: que en la
Tierra existen países de clima cálido y otros de clima frío; que en
ciertas regiones los hombres se comen entre sí; que en otras matan a aquellos que no piensan como ellos, y todo para la mayor gloria de
su divinidad; en fin, que cada uno habla según sus conocimientos y
elogia las cosas desde el punto de vista de sus pasiones y de sus
intereses. En definitiva, ¿qué creerá él de preferencia? Por el
lenguaje reconocerá, sin dificultad, al verdadero sabio del ignorante;
al hombre serio del hombre ligero; al que tiene juicio del que razona
en falso; no ha de confundir los buenos con los malos sentimientos,
la elevación con la bajeza, el bien con el mal, y se dirá: «Debo
escuchar todo, entender todo, porque en el relato –incluso en el del
más ignorante– puedo aprender algo; pero mi estima y mi confianza
sólo serán adquiridas por aquellos que se muestren dignos de las
mismas». Si esta colonia terrena quiere implantar sus usos y
costumbres en su nueva patria, los estudiosos rechazarán los
consejos que les parezcan perniciosos y seguirán los que sean más
esclarecidos, en los cuales no vean falsedad, ni mentiras, sino –al
contrario– donde reconozcan el sincero amor al bien. ¿Haríamos de
otro modo si una colonia de selenitas llegase a la Tierra? ¡Pues bien!
Lo que es dado aquí como una suposición es una realidad con
respecto a los Espíritus que, si no vienen hasta nosotros en carne y
hueso, no están menos presentes de una manera oculta, y nos
transmiten sus pensamientos por sus intérpretes, es decir, a través de
los médiums. Cuando se aprenda a conocerlos, han de ser juzgados
por su lenguaje, por sus principios, y sus contradicciones no tendrán
nada más que deba sorprendernos, porque vemos que unos saben lo
que otros ignoran; que algunos están ubicados muy abajo, o son
todavía demasiado materiales como para comprender y apreciar las
cosas de un orden elevado; tal es el hombre que, al pie de la
montaña, sólo ve algunos pasos a su alrededor, mientras que el que
está en la cima descubre un horizonte sin límites.
Por lo tanto, la primera fuente de contradicciones está en el grado
de desarrollo intelectual y moral de los Espíritus; pero también está
en otras sobre las cuales es útil llamar la atención.
Se dirá que pasamos por alto la cuestión de los Espíritus
inferiores; ya que ellos se encuentran en ese nivel, se comprende que
puedan equivocarse por ignorancia; pero ¿cómo se explica que
Espíritus superiores estén en disidencia? ¿Cómo es que tienen en un
lugar un lenguaje diferente del que tienen en otro? En fin, ¿cómo se
entiende que el mismo Espíritu no siempre está de acuerdo consigo
mismo?
La respuesta a esta pregunta reposa en el conocimiento completo
de la ciencia espírita, y esta ciencia no puede enseñarse en algunas
palabras, porque es tan vasta como todas las Ciencias filosóficas.
Como todas las otras ramas del conocimiento humano, solamente
puede ser adquirida a través del estudio y de la observación. No
podemos repetir aquí todo lo que
hemos publicado sobre este tema; por lo tanto, remitimos a nuestros
lectores al mismo, limitándonos a un simple resumen. Todas esas
dificultades desaparecen para aquellos que, en este terreno, echan
una mirada investigadora y sin prevenciones.
Los hechos prueban que los Espíritus embusteros no tienen
escrúpulos en ostentar nombres venerables, a fin de dar mejor
crédito a sus torpezas, lo que también sucede algunas veces entre
nosotros. Porque un Espíritu se presente con un nombre cualquier,
esto no es razón para que sea realmente él quien pretenda ser; pero
hay, en el lenguaje de los Espíritus serios, un sello de dignidad con
el cual no podríamos equivocarnos: éste sólo refleja bondad y
benevolencia, y nunca se desmiente. Al contrario, el de los Espíritus
impostores, por el barniz que presentan, siempre dejan trasparecer –
como vulgarmente se dice– sus verdaderas intenciones. Por lo tanto,
nada hay de sorprendente que, bajo nombres usurpados, Espíritus
inferiores enseñen cosas disparatadas. Corresponde al observador
buscar conocer la verdad, y puede hacerlo sin dificultad desde que
consienta en compenetrarse de lo que hemos dicho al respecto en
nuestras Instrucciones Prácticas (hoy El Libro de los Médiums).
En general, esos mismos Espíritus halagan los gustos y las
inclinaciones de las personas cuyo carácter saben bastante débil y
bastante crédulo como para escucharlos; se hacen eco de sus
prejuicios e incluso de sus ideas supersticiosas, y esto por una razón
muy simple: es que los Espíritus son atraídos por su simpatía por el
Espíritu de las personas que los llaman o que los escuchan con
placer.
En cuanto a los Espíritus serios, igualmente pueden tener un
lenguaje diferente según las personas, pero esto con otro objetivo.
Cuando lo juzgan útil y para mejor convencer, evitan chocar muy
bruscamente las creencias arraigadas y se expresan según la época,
los lugares y las personas. «Es por eso que –nos dicen– no
hablaremos a un chino o a un mahometano como a un cristiano o a
un hombre civilizado, porque no seríamos escuchados. Por lo tanto,
podemos a veces parecer estar de acuerdo con la manera de ver de
las personas, para poco a poco conducirlas a lo que deseamos,
siempre que esto pueda hacerse sin alterar las verdades esenciales».
¿No es evidente que si un Espíritu quiere llevar a un musulmán
fanático a practicar la sublime máxima del Evangelio: «No hagáis a
los otros lo que no quisierais que se os haga», sería rechazado si
dijese que es Jesús que la ha enseñado? Ahora bien, ¿qué vale más:
dejar a un musulmán en su fanatismo o volverlo bueno,
permitiéndole momentáneamente creer que ha sido Alá que le ha
hablado? Éste es un problema cuya solución dejamos al juicio del
lector. En cuanto a nosotros, nos parece que volviéndolo más dúctil
y más humano, él será menos fanático y más accesible a la idea de
una nueva creencia que si se la quisiésemos imponer a la
fuerza. Existen verdades que, para ser aceptadas, no pueden ser
echadas en cara sin miramientos. ¡Cuántos males habrían evitado los
hombres si hubiesen siempre obrado así!
Como se ve, los Espíritus también hacen uso de precauciones
oratorias; pero, en este caso, la divergencia está en lo accesorio y no
en lo principal. Conducir a los hombres al bien, destruir el egoísmo,
el orgullo, el odio, la envidia, los celos, enseñándoles a practicar la
verdadera caridad cristiana, es para ellos lo esencial: el resto vendrá
a su debido tiempo, y cuando son Espíritus verdaderamente buenos
y superiores predican ya sea con el ejemplo como con las palabras;
en ellos todo refleja dulzura y benevolencia. La irritación, la
violencia, la aspereza y la dureza de lenguaje, aun cuando fuesen
para decir cosas buenas, nunca son una señal de superioridad real.
Los Espíritus verdaderamente buenos jamás se enfadan ni se
encolerizan: si no son escuchados, se van; he aquí todo.
Existen todavía dos causas de contradicciones aparentes que no
debemos pasar por alto. Como lo hemos dicho en varias
ocasiones, los Espíritus inferiores dicen todo lo que quieren, sin
preocuparse con la verdad; los Espíritus superiores se callan o se
rehúsan a responder cuando se les hace una pregunta indiscreta o
cuando sobre la cual no les es permitido explayarse. «En este caso –
nos han dicho ellos– nunca insistáis, porque entonces son los
Espíritus ligeros los que responden y los que os engañan; vosotros
creéis que somos nosotros y podéis pensar que nos contradecimos.
Los Espíritus serios jamás se contradicen; su lenguaje es siempre el
mismo con las mismas personas. Si uno de ellos dice cosas
contrarias bajo un mismo nombre, estad seguros que no es el mismo
Espíritu que habla o, al menos, que no es un Espíritu bueno.
Reconoceréis al bueno por los principios que enseña, porque todo
Espíritu que no enseña el bien no es un Espíritu bueno, y debéis
repelerlo».
Al querer decir la misma cosa en dos lugares diferentes, el mismo
Espíritu no se servirá literalmente de las mismas palabras: para él el
pensamiento lo es todo; pero el hombre, infelizmente, es más
llevado a prenderse a la forma que al fondo; es esa forma que a
menudo él interpreta a merced de sus ideas y de sus pasiones, y de
esta interpretación pueden nacer contradicciones aparentes que
también tienen su fuente en la insuficiencia del lenguaje humano
para expresar las cosas extrahumanas. Estudiemos el fondo,
escrutemos el pensamiento íntimo y muy frecuentemente veremos
que existe analogía donde un examen superficial nos hacía ver un
disparate.
Por lo tanto, las causas de las contradicciones en el lenguaje de los
Espíritus pueden resumirse así:
1º) El grado de ignorancia o de saber de los Espíritus a los cuales
uno se dirige;
2°) La superchería de los Espíritus inferiores que, al tomar
nombres supuestos, pueden decir –ya sea por malicia, ignorancia o
maldad– lo contrario de lo que en otros lugares ha dicho el Espíritu
cuyo nombre han usurpado;
3°) Los defectos personales del médium, que pueden influir en la
pureza de las comunicaciones, alterar o tergiversar el pensamiento
del Espíritu;
4°) La insistencia en obtener una respuesta que un Espíritu se
rehúsa a dar y que entonces es dada por un Espíritu inferior;
5°) La voluntad del propio Espíritu, que habla según el momento,
los lugares y las personas, y que puede juzgar útil no decir todo;
6°) La insuficiencia del lenguaje humano para expresar las cosas
del mundo incorpóreo;
7°) La interpretación que cada uno puede dar de una palabra o de
una explicación, según sus ideas, sus prejuicios o desde el punto de
vista con el cual encare la cuestión.
Éstas son otras tantas dificultades, de las cuales sólo se triunfa a
través de un estudio extenso y asiduo; también nunca hemos dicho
que la ciencia espírita fuese una ciencia fácil. El observador serio
que profundiza todas las cosas con madurez, paciencia y
perseverancia, percibe una multitud de delicados matices que
escapan al observador superficial. Son por esos detalles íntimos que
él se inicia en los secretos de esta ciencia. La experiencia enseña a
conocer a los Espíritus, como enseña a conocer a los hombres.
Acabamos de considerar las contradicciones desde el punto de
vista general. En otros artículos 196 trataremos los puntos especiales
más importantes.
___________________________________________________
* El lector ha de comprender que nuestra crítica no se dirige sino a las
exageraciones en todas las cosas. En todo existe algo de bueno; el error está en el
exclusivismo que el sabio juicioso sabe siempre evitar. Hemos tenido cuidado de no
confundir a los verdaderos sabios – de los cuales la Humanidad se honra a justo título –
con aquellos que explotan sus ideas sin discernimiento; es de éstos que queremos hablar.
Nuestro objetivo es únicamente demostrar que la propia Ciencia oficial no está exenta de
contradicciones. [Nota de Allan Kardec.]
Sed buenos y caritativos, he aquí la llave de los Cielos que tenéis
en vuestra mano; toda la felicidad eterna está contenida en esta
máxima: Amaos los unos a los otros. El alma sólo puede elevarse a
las regiones espirituales por medio de su consagración al prójimo;
únicamente encuentra dicha y consuelo en los impulsos de la
caridad; sed buenos, sostened a vuestros hermanos, dejad a un lado
la horrible plaga del egoísmo; ese deber cumplido os abrirá el
camino de la felicidad eterna. Por otra parte, ¿quién de vosotros no
ha sentido a su corazón salir del pecho y a su alegría interior
expandirse, al saber de la acción de una obra caritativa? No deberíais
pensar sino en esa especie de deleite que proporciona una
buena acción, y con esto estaríais siempre en el camino del progreso
espiritual. Los ejemplos no os faltan; lo que es raro es la buena
voluntad. Observad a la multitud de hombres de bien, cuya piadosa
memoria os recuerda vuestra Historia. Yo os citaría a los millares,
aquellos cuya moral tenía sólo por objetivo el mejoramiento de
vuestro globo. ¿No os ha dicho el Cristo todo lo que concierne a esas
virtudes de caridad y de amor? ¿Por qué se ha dejado a un lado sus
divinas enseñanzas? ¿Por qué se hace oídos sordos a sus divinas
palabras y se cierra el corazón a todas sus dulces máximas? Quisiera
yo que la lectura del Evangelio fuese hecha con más interés
personal; se abandona ese libro, haciendo de él una palabra vacía,
una letra muerta: se echa al olvido ese código admirable, y vuestros
males provienen del abandono voluntario que se hace de ese
resumen de las leyes divinas. Por lo tanto, leed esas páginas de
fuego del sacrificio de Jesús, y meditadlas. Yo mismo me siento
avergonzado de osar prometeros un trabajo sobre la caridad, cuando
pienso que en ese libro encontraréis todas las enseñanzas que deben
conduciros de la mano a las regiones celestiales.
Hombres fuertes, ceñíos; hombres débiles, haced valer vuestra
dulzura y vuestra fe; tened más persuasión, más constancia en la
propagación de vuestra nueva doctrina; sólo hemos venido a daros
aliento para estimular vuestro celo y vuestras virtudes: es para esto
que Dios nos permite que nos manifestemos a vosotros; pero si lo
quisierais, os bastaría con la ayuda de Dios y con la de vuestra
propia voluntad; las manifestaciones espíritas no han sido hechas
sino para los que tienen los ojos cerrados y los corazones indóciles.
Entre vosotros existen hombres que han de cumplir misiones de
amor y de caridad; escuchadlos, exaltad sus voces; haced
resplandecer sus méritos y vos mismo seréis exaltado por el
desinterés y por la fe viva de la que estáis penetrado.
Los avisos detallados serían muy extensos para dar sobre la
necesidad de ensanchar el círculo de la caridad y de hacer participar
del mismo a todos los desdichados, cuyas miserias son ignoradas, a
todos los dolores que debemos ir a buscar en sus propios ambientes
para ser consolados en nombre de esta divina virtud: la caridad.
Observo con felicidad que hombres eminentes y poderosos ayudan a
ese progreso que debe unir entre sí a todas las clases humanas: los
dichosos y los desdichados. ¡Qué cosa extraña! Todos los
desdichados se dan las manos y se ayudan los unos a los otros en su
miseria. ¿Por qué los dichosos son los que tardan más en escuchar la
voz del desdichado? ¿Por qué es preciso que sea una mano poderosa
y terrestre la que dé el impulso a las misiones caritativas? ¿Por qué
no se responde con más ardor a esos llamados? ¿Por qué se deja que
las miserias manchen, como por placer, el cuadro de la Humanidad?
La caridad es la virtud fundamental que debe sostener todo el
edificio de las virtudes terrestres; sin ella, las otras no existirían. Sin
caridad no hay fe ni esperanza, porque sin caridad no hay esperanza
en un futuro mejor, ni hay interés moral que nos guíe. Sin caridad no
hay fe, porque la fe es un rayo puro que hace brillar a un alma
caritativa; es su consecuencia decisiva.
Cuando dejéis a vuestro corazón abrirse al ruego del primer
desdichado que os tienda la mano; cuando le deis sin preguntar si su
miseria es fingida o si su mal tiene un vicio como causa; cuando
dejéis toda la justicia en las manos divinas; cuando dejéis el castigo
de las miserias mentirosas al Creador; en fin, cuando hagáis la
caridad tan sólo por la felicidad que ella proporciona y sin indagar
su utilidad, entonces seréis hijos amados de Dios, y Él os llamará a
sí.
La caridad es el áncora eterna de la salvación en todos los globos:
es la más pura emanación del propio Creador; es su propia virtud,
que Él da a la criatura. ¿Cómo es posible desconocer esta suprema
bondad? Con este pensamiento, ¿qué corazón sería tan perverso
como para rechazar y expulsar ese sentimiento completamente
divino? ¿Qué hijo sería lo bastante malo como para sublevarse
contra esta suave caricia: la caridad?
No me atrevo a hablar de lo que he hecho, porque los Espíritus
también tienen el pudor de sus obras; pero creo que la obra que he
comenzado es una de las que deben contribuir más al alivio de
vuestros semejantes. Frecuentemente veo a Espíritus que piden
como misión continuar mi obra; veo a mis buenas y queridas
hermanas en su piadoso y divino ministerio; las veo practicar la
virtud que os recomiendo, con toda la alegría que proporciona esa
existencia de abnegación y sacrificios; es una gran felicidad para mí
el ver cuán honrado es su carácter, cuán amada y tiernamente
protegida es su misión. Hombres de bien, de buena y fuerte
voluntad: uníos para continuar con grandeza la obra de propagación
de la caridad; encontraréis la recompensa de esta virtud en su propio
ejercicio; no existe júbilo espiritual que ella no proporcione, ya
desde la vida presente. Sed unidos; amaos los unos a los otros según
los preceptos del Cristo. Así sea.
Agradecemos a san Vicente de Paúl por la bella y buena
comunicación que ha tenido a bien darnos. –Resp. Gustaría que
fuese provechosa para todos.
¿Podríais permitirnos algunas preguntas complementarias con
respecto a lo que acabáis de decirnos? –Resp. Lo consiento; mi
objetivo es el de esclareceros; preguntad lo que deseáis.
1. La caridad puede entenderse de dos maneras: la limosna
propiamente dicha y el amor a los semejantes. Cuando nos habéis
dicho que era preciso
dejar al corazón abrirse al ruego del desdichado que nos tiende la
mano, sin preguntarle si su miseria es fingida, ¿habéis querido
hablar de la caridad desde el punto de vista de la limosna? –Resp. Sí,
solamente en ese párrafo.
2. Nos habéis dicho que era preciso dejar a la justicia de Dios la
apreciación de la miseria fingida; sin embargo, nos parece que dar
sin discernimiento a personas que no tienen necesidad o que podrían
ganarse la vida con un trabajo honesto, es estimular el vicio y la
pereza. Si los perezosos encontrasen muy fácilmente la bolsa de los
otros abierta, se multiplicarían al infinito, en detrimento de los
verdaderos desdichados. –Resp. Podéis discernir los que pueden
trabajar, y entonces la caridad os obliga a hacer todo para
proporcionarles trabajo; pero también hay pobres mentirosos que
saben simular hábilmente las miserias que no pasan; es para éstos
que es preciso dejar a Dios toda la justicia.
3. Aquel que sólo puede dar una moneda y que tiene que elegir
entre dos desdichados que le piden, ¿no tiene razón en indagar quién
es el que realmente tiene más necesidad, o debe dar sin examen al
primero que llega? –Resp. Debe dar a aquel que parezca sufrir más.
4. ¿Puede considerarse también como haciendo parte de la caridad
la manera de hacerla? –Resp. Es sobre todo en la manera de hacerla
que la caridad es verdaderamente meritoria; la bondad es siempre el
indicio de una bella alma.
5. ¿Qué tipo de mérito otorgáis a los que son llamados
benefactores rudos? –Resp. No hacen el bien sino por la mitad. Sus
beneficios son recibidos, pero no conmueven.
6. Jesús ha dicho: «Que vuestra mano izquierda no sepa lo que da
vuestra derecha». Aquellos que dan por ostentación, ¿tienen alguna
especie de mérito? –Resp. No tienen sino el mérito del orgullo, por
el cual serán punidos.
7. La caridad cristiana, en su más amplia acepción, ¿no abarca
también la dulzura, la benevolencia y la indulgencia para con las
debilidades ajenas? –Resp. Imitad a Jesús; Él os ha dicho todo esto;
escuchadlo más que nunca.
8. ¿Es bien entendida la caridad cuando es exclusiva entre las
personas de una misma opinión o de un mismo partido? –Resp. No;
es sobre todo el espíritu de secta y de partido que es preciso abolir,
porque todos los hombres son hermanos. Es sobre esta cuestión que
concentramos nuestros esfuerzos.
9. Supongamos que un individuo ve a dos hombres en peligro y
que sólo pueda salvar a uno, pero uno es su amigo y otro su
enemigo; ¿a cuál de los dos debe salvar? –Resp. Debe salvar a su
amigo, porque este amigo podría reclamar de aquel que decía
amarlo; en cuanto al otro, Dios se encargará de él.
Por el Dr. Kerner;199 traducido del alemán por el Sr. Alfred Pireaux.
La historia del Espíritu golpeador de Dibbelsdorf 201 encierra, al
lado de su parte cómica, una parte instructiva, como resalta de los
extractos de antiguos documentos publicados en 1811 por el
predicador Capelle.
En el último mes del año 1761, el 2 de diciembre a las seis de la
tarde, una especie de martilleo –que parecía venir del piso– se hizo
escuchar en un cuarto ocupado por Antoine Kettelhut. Éste lo
atribuía a su empleado que quería divertirse a costa de la doméstica,
que por entonces estaba en el cuarto de las hiladoras, y que salió
para arrojar un balde de agua en la cabeza del travieso; pero no
encontró a nadie afuera. Una hora después volvió a comenzar el
mismo ruido y se pensó que la causa pudiese ser un ratón. Entonces,
al día siguiente, se examinaron las paredes, el techo, el parqué, pero
no se encontró el menor rastro de ratones.
A la noche se escuchó el mismo ruido; entonces se pensó que la
casa era peligrosa para vivir, y los empleados domésticos ya no
querían más permanecer en sus cuartos en vigilia. Poco después el
ruido cesó, pero reapareció a cien pasos de allí, en la casa de Louis
Kettelhut –hermano de Antoine– y con una inusitada fuerza. Era en
un rincón del cuarto que esa cosa golpeadora se manifestaba.
Al final la cuestión se volvió sospechosa para los lugareños, y el
burgomaestre dio parte a la justicia que, al principio, no quiso
ocuparse de un asunto que consideraba ridículo; pero bajo la
constante presión de los habitantes, el 6 de enero de 1762 la justicia
se transportó a Dibbelsdorf para examinar el hecho con atención.
Las paredes y el techo fueron derribados, pero sin llevar a ningún
resultado, y la familia Kettelhut juró que no tenía relación alguna
con aquella cosa extraña.
Hasta entonces nadie había conversado con el golpeador. Un
individuo de Naggam, armándose de coraje, le preguntó: –Espíritu
golpeador, ¿aún estás ahí? Y un golpe se hizo escuchar. –¿Puedes
decirme cómo te llamas? Entre los varios nombres que se le dijeron,
el Espíritu dio un golpe al ser pronunciado el del interlocutor. –
¿Cuántos botones tiene mi ropa? Fueron dados 36 golpes. Se
contaron los botones y exactamente eran 36.
A partir de ese momento la historia del Espíritu golpeador se
difundió por las inmediaciones, y todas las tardes centenas de
habitantes de Brunswick se dirigían a Dibbelsdorf, como también
ingleses y una multitud de extranjeros curiosos; la muchedumbre se
volvió tal que la milicia local no podía contenerla; los lugareños
tuvieron que reforzar la guardia de noche y fueron obligados a sólo
dejar entrar en fila a los visitantes.
La concurrencia de público pareció estimular al Espíritu a
manifestaciones más extraordinarias, haciendo surgir signos de comunicación que
probaban su inteligencia. Nunca se confundió en sus respuestas: si
se deseaba saber el número y el color de los caballos que estaban en
el frente de la casa, él lo indicaba con mucha exactitud; al abrirse un
libro de canto, colocándose el dedo fortuitamente en una página y
preguntando el número del fragmento musical –que inclusive era
desconocido por el interrogador–, luego una serie de golpes indicaba
perfectamente el número designado. El Espíritu no hacía esperar su
respuesta, porque ésta seguía inmediatamente a la pregunta.
También anunciaba la cantidad de personas que había en el cuarto,
cuántas había afuera, designando el color de los caballos, de las
ropas, la posición y la profesión de los individuos.
Un día, entre los curiosos se encontraba un hombre de Hettin –
completamente desconocido en Dibbelsdorf– que desde hacía poco
habitaba en Brunswick. Preguntó al Espíritu el lugar de su
nacimiento y, para inducirlo a un error, le mencionó un gran número
de ciudades; cuando llegó al nombre de Hettin se escuchó un golpe.
Un astuto burgués, creyendo que hacía caer en falta al Espíritu, le
preguntó cuántos pfennings tenía en su bolsillo; le fue respondido el
número exacto: 681. Le dijo a un repostero cuántos biscochos había
hecho por la mañana; a un vendedor, cuántos metros de cinta había
vendido en la víspera; a otro, la suma de dinero que había recibido
por correo en la antevíspera. Tenía un humor bastante jovial;
marcaba el compás cuando se lo pedían y, a veces, tan fuerte que el
ruido era ensordecedor. A la noche, durante la cena, después del
benedícite, él golpeaba el Amén. Esta señal de devoción no impidió
que un sacristán, vestido con los hábitos de exorcista, intentase
expulsar al Espíritu; pero la conjuración fracasó.
El Espíritu no temía a nadie, y se mostró muy sincero en sus
respuestas al duque reinante Carlos y a su hermano Fernando, como
a cualquier otra persona de menor condición. Entonces, la historia
tomó un aspecto más serio. El duque encargó a un médico y a
doctores en Derecho que examinaran los hechos. Estos eruditos
explicaron que los golpes se producían por la presencia de una
fuente subterránea. Mandaron cavar a ocho pies de profundidad, y
naturalmente encontraron agua, teniendo en cuenta que Dibbelsdorf
está situada en la parte baja de un valle; el agua brotó inundando el
cuarto, pero el Espíritu continuó golpeando en su rincón habitual.
Entonces, los hombres de Ciencia creyeron ser víctimas de una
mistificación, y dieron al empleado el honor de tomarlo por aquel
Espíritu tan bien informado. Decían ellos que la intención del
empleado era la de seducir a la doméstica. Todos los habitantes del
pueblo fueron invitados a permanecer en esa casa un día establecido;
al empleado le fueron colocados guardias para vigilarlo, porque,
según la opinión de los eruditos, él debía ser el culpable; pero el
Espíritu respondió nuevamente a todas las preguntas. Al ser
reconocido inocente, el criado fue puesto en libertad. Pero la justicia
quería un autor de esa fechoría: acusó al matrimonio Kettelhut por el
ruido del cual se quejaban, a pesar de que fueran personas muy
benévolas, honestas e irreprochables en todas las cosas, y aunque
fuesen los primeros en dirigirse a las autoridades desde el origen de
las manifestaciones. Con promesas y amenazas forzaron a una joven
a testimoniar contra sus patrones. En consecuencia, éstos fueron
puestos en prisión, a pesar de las retractaciones ulteriores de la
joven, y de la confesión formal de que sus primeras declaraciones
eran falsas y que le habían sido arrancadas por los jueces. El Espíritu
continuó golpeando, pero ni siquiera por esto el matrimonio
Kettelhut dejó de estar preso durante tres meses, al cabo de los
cuales fueron absueltos sin indemnización, aunque los miembros de
la comisión hubiesen resumido su informe de la siguiente manera:
«Todos los medios posibles para descubrir la causa del ruido han
sido infructuosos; tal vez el futuro nos esclarezca al respecto». –El
futuro aún nada ha enseñado.
El Espíritu golpeador se ha manifestado desde el comienzo de
diciembre hasta marzo, época en la que dejó de escucharse. Se
volvió a pensar que el empleado –ya incriminado– debería ser el
autor de todas esas jugarretas; pero ¿cómo él habría podido evitar las
trampas que le tendieron los duques, los médicos, los jueces y tantas
otras personas que lo interrogaron?
Observación – Si consentimos reportarnos a la fecha en que han
pasado las cosas que acabamos de relatar, y las comparamos con las
que han tenido lugar en nuestros días, encontraremos en ellas una
identidad perfecta en el modo de las manifestaciones y hasta en la
naturaleza de las preguntas y respuestas. Entretanto, ni América ni
nuestra época han descubierto a los Espíritus golpeadores –ni
tampoco a los otros–, como lo demostraremos a través de
innumerables hechos auténticos más o menos antiguos. Hay, por lo
tanto, entre los fenómenos actuales y los de antaño una diferencia
capital: es que éstos últimos eran casi todos espontáneos, mientras
que los nuestros se producen casi a voluntad de ciertos médiums
especiales. Esta circunstancia ha permitido estudiarlos mejor y
profundizar su causa. A esta conclusión de los jueces: «Tal vez el
futuro nos esclarezca al respecto», el autor no respondería hoy: El
futuro aún nada ha enseñado. Al contrario, si este autor viviese
actualmente, sabría que el futuro ha enseñado todo, y la justicia de
nuestros días –más esclarecida que la de hace un siglo– no cometería
errores que recuerdan a los de la Edad Media, con relación a las
manifestaciones espíritas. Mucho tiempo antes nuestros propios
sabios han penetrado en los misterios de la Naturaleza como para no
saber tener en cuenta las causas desconocidas; ellos tienen
demasiada sagacidad y no se exponen a los desmentidos de la
posteridad, como lo han hecho sus predecesores en detrimento de su
reputación. Si algo asoma en el horizonte, ellos no se apresuran en
decir: «Eso no es nada», por miedo a
que ese nada sea un navío; si no lo ven, se callan y esperan: ésta es
la verdadera sabiduría.
Así como lo habíamos anunciado, con este número de
nuestra Revista damos un dibujo de una vivienda de Júpiter,
ejecutado y grabado por el Sr. Victorien Sardou –como médium–, y
nosotros le agregamos el artículo descriptivo que él ha tenido a bien
hacernos llegar sobre este asunto. Acerca de la autenticidad de esas
descripciones, cualquiera que fuere la opinión de aquellos que
podrían acusarnos de ocuparnos de lo que sucede en los mundos
desconocidos, mientras que hay tanto por hacer en la Tierra,
rogamos a nuestros lectores que no pierdan de vista que nuestro
objetivo –así como lo anuncia nuestro título– es ante todo el estudio
de los fenómenos y que, desde este enfoque, nada debe descuidarse.
Ahora bien, como hecho de manifestaciones, esos dibujos son
indiscutiblemente los más notables, considerándose que el autor no
sabe dibujar, ni grabar, y que el dibujo que ofrecemos ha sido
grabado por él en agua fuerte, sin modelo ni ensayo previo, en nueve
horas. Incluso suponiendo que ese dibujo sea una fantasía del
Espíritu que lo ha hecho trazar, el solo hecho de su ejecución no
sería un fenómeno menos digno de atención y, por esta razón, cabe a
nuestra Compilación darlo a conocer, así como la descripción que
sobre el mismo ha sido dada por los Espíritus, no para satisfacer la
vana curiosidad de las personas fútiles, sino como tema de estudio
para las personas serias que quieran profundizar todos los misterios
de la ciencia espírita. Se estaría en un error si se creyera que
hacemos de la revelación de los mundos desconocidos el objeto
capital de la Doctrina; esto no será siempre sino un accesorio que
creemos útil como complemento de estudio; para nosotros, lo
principal será siempre la enseñanza moral, y en las comunicaciones
del Más Allá buscamos sobre todo lo que puede esclarecer a la
Humanidad y conducirla al bien, único medio de asegurar su
felicidad en este mundo y en el otro. ¿No se podría decir lo mismo
de los astrónomos que también sondan los espacios, y preguntarse
en qué puede ser útil para el bien de la Humanidad saber calcular
con una precisión rigurosa la parábola de un astro invisible? No
todas las Ciencias tienen, pues, un interés eminentemente práctico, y
sin embargo no viene al pensamiento de nadie tratarlas con desdén,
porque todo lo que ensancha el círculo de las ideas contribuye al
progreso. Lo mismo ocurre con las comunicaciones espíritas, aun
cuando salen del estrecho círculo de nuestra personalidad.

Vivienda de Mozart - Victorien Sardou (Médium)
Un gran motivo de asombro para ciertas personas, convencidas
además de la existencia de los Espíritus (no voy aquí a ocuparme de
las otras), es que éstos tengan –como nosotros– sus viviendas y sus
ciudades. No me han evitado críticas: «¡Casas de Espíritus en
Júpiter!... ¡Qué broma!...» –Broma si así lo desean; yo no tengo nada
que ver con eso. Si el lector no encuentra aquí, en la verosimilitud
de las explicaciones, una prueba suficiente de su veracidad; si no
está sorprendido, como nosotros, de la perfecta concordancia de
estas revelaciones espíritas con los datos más positivos de la Ciencia
astronómica; en una palabra, si no ve más que una hábil
mistificación en los próximos detalles y en el dibujo que los
acompaña, los invito a pedirles explicaciones a los Espíritus, de los
cuales soy solamente el instrumento y el eco fiel. Que evoquen a
Palissy, a Mozart o a otro habitante de esa dichosa morada; que los
interroguen, que controlen mis afirmaciones con las suyas; en fin,
que discutan con ellos: porque –por mi parte– no hago más que
presentar aquí lo que me han dado y repetir lo que me han dicho, y,
por este papel absolutamente pasivo, me creo al abrigo de la censura
como también del elogio.
Hecha esta salvedad, y una vez admitida la confianza en los
Espíritus, si se acepta como verdadera a la única doctrina realmente
bella y sabia que la evocación de los muertos nos ha revelado hasta
aquí, es decir, la migración de las almas de planetas en planetas, sus
encarnaciones sucesivas y su progreso incesante a través del trabajo,
las viviendas en Júpiter no tendrán más motivos para asombrarnos.
Desde el momento en que un Espíritu se encarna en un mundo como
el nuestro, sometido a una doble revolución, es decir, a la alternativa
de los días y de las noches y al regreso periódico de las estaciones;
desde el momento en que él posee un cuerpo, esa envoltura material
–por más frágil que sea– no requiere solamente alimentación y
vestimenta, sino también una residencia o al menos un lugar de
reposo, por consiguiente una morada. En efecto, es esto lo que nos
han dicho. Como nosotros, y mejor que nosotros, los habitantes de
Júpiter tienen sus hogares comunes y sus familias, grupos
armoniosos de Espíritus simpáticos, unidos en el triunfo después de
haberlo estado en la lucha: es por esto que a esas moradas tan
espaciosas se les puede dar el justo nombre de palacios. También
como nosotros, esos Espíritus tienen sus fiestas, sus ceremonias, sus
reuniones públicas: de ahí que ciertos edificios sean especialmente
destinados a estos usos. En fin, es preciso esperar en esas regiones
superiores el encuentro con toda una Humanidad activa y laboriosa
como la nuestra, sujeta como nosotros a sus leyes, a sus necesidades,
a sus deberes, pero con la diferencia de que el progreso –rebelde a
nuestros esfuerzos– se vuelve una conquista fácil para los Espíritus
liberados de nuestros vicios terrestres, como ellos lo están.
No debería ocuparme aquí sino de la arquitectura de sus
viviendas, pero para mejor comprensión de los siguientes detalles,
una palabra explicativa no será inútil. Si sólo los Espíritus buenos
pueden acceder a Júpiter, no resulta de esto que sus habitantes sean
todos excelentes en el mismo grado: entre la bondad del simple y la
del hombre de genio, pueden contarse muchos matices. Ahora bien,
toda la organización social de ese mundo superior reposa
precisamente sobre esa variedad de inteligencias y de aptitudes; y,
por efecto de leyes armoniosas que sería demasiado largo explicar
aquí, es a los Espíritus más elevados –a los más depurados– que
pertenece la alta dirección de su planeta. Esta supremacía no se
detiene allí; se extiende hasta los mundos inferiores, donde esos
Espíritus, por sus influencias, favorecen y activan sin cesar el
progreso religioso, que engendra todos los otros. Es necesario
agregar que para esos Espíritus depurados no sería sino cuestión de
trabajos de inteligencia, ya que sus actividades sólo se ejercen en la
esfera del pensamiento al haber conquistado bastante dominio sobre
la materia, siendo apenas entorpecidos débilmente por ésta en el
libre ejercicio de su voluntad. El cuerpo de todos esos Espíritus, y
además de todos los Espíritus que viven en Júpiter, es de una
densidad tan leve que solamente puede encontrar término de
comparación con la de los fluidos imponderables: un poco mayor
que el nuestro, del cual reproduce exactamente la forma –pero más
pura y más bella–, él se presentaría a nosotros bajo la apariencia de
un vapor (empleo a disgusto esta palabra que designa una substancia
aún demasiado grosera), de un vapor –decía yo– muy etéreo y
luminoso... sobre todo luminoso en los contornos del rostro y de la
cabeza, porque aquí la inteligencia y la vida irradian como un foco
ardiente; y efectivamente es este resplandor magnético el
vislumbrado por los visionarios cristianos y que nuestros pintores
han traducido por el nimbo o aureola de los santos.
Se concibe que tal cuerpo no dificulte sino débilmente las
comunicaciones extramundanas de esos Espíritus, y que les permite
en su propio planeta un desplazamiento rápido y fácil. Él se sustrae
tan fácilmente a la atracción planetaria, y su densidad difiere tan
poco con la de la atmósfera, que puede allí moverse, ir y venir, subir
o bajar, al capricho del Espíritu y sin otro esfuerzo que el de su
voluntad. También algunos personajes que Palissy ha tenido a bien
hacerme dibujar son representados rasando el suelo, la superficie de
las aguas o muy elevados en el aire, con toda la libertad de acción y
de movimientos que atribuimos a nuestros ángeles. Esta locomoción
es más fácil para el Espíritu que es más depurado, y esto se
comprende sin dificultad; también nada es más fácil a los habitantes
del planeta que conocer a primera vista el valor de un Espíritu que
pasa; dos señales hablarán por sí: la altura de su vuelo y la luz más o
menos brillante de su aureola.
En Júpiter, como en todas partes, aquellos que vuelan más alto son
los más raros; por debajo de ellos es preciso contar varias clases de
Espíritus inferiores, en virtud como en poder, pero naturalmente
libres de igualarlos un día a través del perfeccionamiento.
Escalonados y clasificados según sus méritos, éstos son consagrados
más particularmente a los trabajos que interesan al propio planeta, y
no ejercen sobre nuestros mundos inferiores la autoridad
todopoderosa de los primeros. Es verdad que responden a una
evocación con revelaciones sabias y buenas; pero por la prontitud
que tienen en dejarnos, y por el laconismo de sus palabras, es fácil
comprender que tienen mucho que hacer en otra parte, y que todavía
no están lo suficientemente liberados como para irradiar a la vez en
dos puntos tan distantes uno del otro. En fin, después de estos
Espíritus menos perfectos, pero separados de ellos por un abismo,
vienen los animales que, como únicos servidores y únicos obreros
del planeta, merecen una mención enteramente especial.
Si designamos con el nombre de animales a esos seres singulares
que ocupan la parte más baja de la escala, es porque los propios
Espíritus lo han puesto en uso y, además, nuestra lengua no tiene un
término mejor para ofrecernos. Esta designación los rebaja
demasiado, pero llamarlos hombres sería hacerles demasiado honor;
en efecto, son Espíritus consagrados a la animalidad, quizá durante
mucho tiempo, quizá para siempre, ya que no todos los Espíritus
están de acuerdo sobre este punto, y la solución del problema parece
pertenecer a los mundos más elevados que Júpiter; pero cualquiera
que sea su futuro, no hay que equivocarse sobre su pasado. Antes de
ir hacia allá, esos Espíritus han emigrado sucesivamente en nuestros
mundos inferiores, del cuerpo de un animal al de otro, a través de
una escala de perfeccionamiento totalmente gradual. El estudio
atento de nuestros animales terrestres, sus costumbres, sus caracteres
individuales, su ferocidad lejos del hombre y su domesticación lenta
pero siempre posible, todo esto testimonia suficientemente la
realidad de esta ascensión animal.
Así, de cualquier lado que se lo mire, la armonía del Universo se
resume siempre en una sola ley: el progreso por todas partes y para
todos, para el animal como para la planta, para la planta como para
el mineral; al principio, un progreso puramente material en las
moléculas insensibles del metal o de la piedra, y cada vez más
inteligente a medida que nos remontamos a la escala de los seres y al
paso que la individualidad tiende a liberarse de la masa, a afirmarse,
a conocerse. –Pensamiento elevado y consolador como jamás lo
hubo, porque prueba que nada se sacrifica, que la recompensa es
siempre proporcional al progreso realizado: por ejemplo, que la
devoción del perro que muere por su dueño no es estéril para su
Espíritu, porque tendrá su justo salario más allá de este mundo.
Es el caso de los Espíritus animales que pueblan Júpiter; ellos se
perfeccionaron al mismo tiempo que nosotros, con nosotros y con
nuestra ayuda. La ley es aún más admirable: hace tan bien de su
devoción al hombre la primera condición de su ascensión planetaria,
que la voluntad de un Espíritu de Júpiter puede llamar para sí a todo
animal que, en una de sus vidas anteriores, le haya dado pruebas de
afecto. Esas simpatías, que allá en lo alto forman familias de
Espíritus, también agrupan alrededor de las familias todo un cortejo
de animales consagrados. Por consecuencia, el vínculo que tenemos
con un animal en este mundo, el cuidado que ponemos en
domesticarlo y en humanizarlo, todo tiene su razón de ser, todo será
pagado: es un buen servidor que formamos con anticipación para un
mundo mejor.
Ha de ser también un obrero, porque a sus iguales les está
reservado todo el trabajo material y todo el esfuerzo corporal: carga
o construcción, siembra o cosecha. Y para todo esto la Inteligencia
Suprema ha provisto un cuerpo que a la vez tiene las ventajas de la
bestia y las del hombre. Eso podemos juzgarlo por un croquis de
Palissy, que representa algunos de estos animales jugando a las
bochas con mucha atención. La mejor comparación que podría hacer
sería con los faunos y con los sátiros de la Fábula; entretanto, el
cuerpo ligeramente peludo es erguido como el nuestro; en algunos,
las patas han desaparecido para dar lugar a ciertas piernas que
recuerdan todavía la forma primitiva, al igual que los dos brazos
robustos, singularmente ligados y terminados en verdaderas manos,
si consideramos la oposición de los pulgares. Una cosa peculiar: ¡la
cabeza no está tan perfeccionada como el resto! De esta manera, la
fisonomía bien refleja algo de humano, pero el cráneo, las
mandíbulas y sobre todo las orejas, en nada difieren sensiblemente
del animal terrestre; por lo tanto, es fácil distinguirlos entre sí: éste
es un perro, aquél un león. Apropiadamente vestidos con blusas y
ropas bastante semejantes a las nuestras, sólo les falta la palabra para
recordarnos de muy cerca algunos hombres de este mundo; pero he
aquí precisamente lo que les falta y lo que no podrían hacer. Hábiles
para comprenderse entre sí por un lenguaje que no tiene nada que
ver con el nuestro, no se engañan más sobre las intenciones de los
Espíritus que los dirigen: una mirada, un gesto bastan. A ciertos
impulsos magnéticos, cuyo secreto nuestros domadores de animales
ya saben, el animal adivina y obedece sin murmurar, y lo que es
más: de buen grado, porque está bajo su encanto. Es así que se le
impone toda la tarea pesada, y con su ayuda todo funciona
normalmente de un extremo al otro de la escala social: el Espíritu
elevado piensa, delibera; el Espíritu inferior aplica con su propia
iniciativa, y el animal ejecuta. De este modo la concepción, la puesta
en obra y el hecho se unen en una misma armonía y llevan todas las
cosas a su debida finalidad, por los medios más simples y más
seguros.
Pido disculpas por esta digresión: era indispensable para el tema
que ahora puedo abordar.
Mientras esperamos los mapas prometidos, que facilitarán
singularmente el estudio de todo el planeta, podemos –por las
descripciones escritas de los Espíritus– hacernos una idea de su gran
ciudad, de la ciudad por excelencia, de ese foco de luz y de actividad
que concuerdan extrañamente en designar con el nombre latino de
Julnius.
«En el mayor de nuestros continentes –dice Palissy–, en un valle
de setecientas a ochocientas leguas de ancho, para contar como
vosotros, un río magnífico desciende de las montañas del norte y,
aumentado por una multitud de torrentes y afluentes, forma en su
recorrido siete u ocho lagos, de los cuales el menor merecería entre
vosotros el nombre de mar. Ha sido sobre la ribera del mayor de
esos lagos, bautizado por nosotros con el nombre de La Perla, que
nuestros antepasados han puesto los primeros cimientos de Julnius.
Esta ciudad primitiva todavía existe, venerada y guardada como una
preciosa reliquia. Su arquitectura difiere mucho de la vuestra. Todo
esto te lo explicaré a su tiempo: debes saber solamente que la ciudad
moderna está a unos cientos de metros más abajo que la antigua. El
lago, situado en las montañas altas, se vierte en el valle en ocho
cataratas enormes que forman otras tantas corrientes aisladas y
dispersas en todos los sentidos. Con la ayuda de estas corrientes
nosotros mismos hemos cavado en la llanura una multitud de
arroyos, canales y estanques, reservando la tierra firme sólo para
nuestras casas y nuestros jardines. De esto resulta una especie de
ciudad anfibia, como vuestra Venecia, y de la cual no se podría
decir, a primera vista, si está construida en la tierra o en el agua.
Hoy nada te digo sobre los cuatro edificios sagrados construidos en
la propia vertiente de las cataratas, de manera que el agua brota a
raudales de sus pórticos: son éstas las obras que os parecerían
increíbles por su grandeza y audacia.
«Es la ciudad terrestre que describo aquí, la ciudad de cierto
modo material, la de las ocupaciones planetarias, en fin, la que
llamamos Ciudad Baja. Ésta tiene sus calles o, mejor dicho, sus
caminos trazados hacia el servicio interior; tiene sus plazas públicas,
sus pórticos y sus puentes tendidos sobre los canales para el pasaje
de los servidores. Pero la ciudad inteligente –la ciudad espiritual–,
en fin, la verdadera Julnius, no está en el suelo, sino que es necesario
buscarla en el aire.
«El cuerpo material de nuestros animales, incapaces de
volar, * precisa de tierra firme; pero lo que nuestro cuerpo fluídico y luminoso requiere
es una vivienda aérea como él, casi impalpable y móvil a merced de
nuestra voluntad. Nuestra habilidad ha resuelto ese problema con la
ayuda del tiempo y de las condiciones privilegiadas que el Gran
Arquitecto nos había dado. Bien comprendes que esta conquista de
los aires era indispensable a Espíritus como los nuestros. Nuestro día
es de cinco horas, y la noche también de cinco horas; pero todo es
relativo, y para seres prontos a pensar y a obrar como nosotros, para
Espíritus que se comprenden por el lenguaje de los ojos y que se
saben comunicar magnéticamente a la distancia, nuestro día de cinco
horas ya igualaría en actividad a una de vuestras semanas. Esto era
aún muy poco en nuestra opinión; y la inmovilidad de la morada, el
punto fijo del hogar era una traba para todas nuestras grandes obras.
Hoy, por el fácil desplazamiento de esas moradas de pájaros, por la
posibilidad de transportarnos –a nosotros y a los nuestros– a
cualquier lugar del planeta y a cualquier hora del día que nos plazca,
nuestra existencia está por lo menos duplicada, y con ella todo lo
que puede producir de útil y de grande.
«En ciertas épocas del año –agrega el Espíritu –, en algunas
fiestas, por ejemplo, verías aquí el cielo oscurecido por la nube de
viviendas que vienen de todos los puntos del horizonte. Es un
curioso conjunto de moradas esbeltas, graciosas y leves, de todas las
formas, de todos los colores, equilibradas en las alturas y
continuamente a camino de la Ciudad Baja hacia la Ciudad
Celestial. Algunos días después, el vacío se hace poco a poco y
todos esos pájaros vuelan.»
«Nada falta a esas moradas flotantes, ni siquiera el encanto del
verdor y de las flores. Hablo de una vegetación inaudita entre
vosotros, de plantas, incluso de arbustos que, por la naturaleza de
sus órganos, respiran, se alimentan, viven y se reproducen en el aire.
«Nosotros tenemos –dice el mismo Espíritu– esas matas de flores
enormes, de las cuales vosotros no podríais imaginar las formas ni
los matices, y con una fineza de textura que las vuelve casi
transparentes. Balanceadas en el aire –donde anchas hojas las
sostienen– y dotadas de zarcillos parecidos a los de la vid, se reúnen
en nubes de mil tonos o se dispersan al capricho del viento,
preparando un espectáculo encantador a los transeúntes de la Ciudad
Baja... ¡Imagina la gracia de esas balsas de verdor, de esos jardines
flotantes que nuestra voluntad puede hacer o deshacer y que algunas
veces duran toda una estación! Amplios conjuntos de lianas y de
ramas floridas se destacan de esas alturas y penden hasta el suelo;
enormes racimos se agitan expandiendo sus perfumes y sus pétalos
que se deshojan... Los Espíritus que atraviesan el aire se detienen a
su paso: es un lugar de reposo y de reencuentro y, si se quiere, un
medio de transporte para terminar el viaje sin fatiga y en compañía.»
Otro Espíritu estaba sentado sobre una de esas flores en el
momento en que yo lo evoqué.
«En este momento –me dijo él– es de noche en Julnius y estoy
sentado en un lugar apartado sobre una de esas flores del aire que
aquí sólo se abren a la claridad de nuestras lunas. Bajo mis pies toda
la Ciudad Baja duerme; pero sobre mi cabeza y a mi alrededor,
hasta donde la vista se pierde, sólo hay movimiento y alegría en el
espacio. Nosotros dormimos poco: nuestra alma está demasiado
desprendida como para que las necesidades del cuerpo sean
tiránicas; y la noche es más bien hecha para nuestros servidores que
para nosotros. Es la hora de las visitas y de las largas charlas, de los
paseos solitarios, de los ensueños y de la música. Sólo veo moradas
aéreas resplandecientes de luz o balsas de hojas y de flores que
llevan a grupos alegres... La primera de nuestras lunas ilumina toda
la Ciudad Baja: es una luz suave comparada con la de vuestros
claros de luna; pero, al lado del lago, la segunda se eleva, y tiene
reflejos verdosos que dan a todo el río el aspecto de un gran
césped...»
Es sobre la ribera derecha de este río, «cuya agua –dice el
Espíritu– te ofrecería la consistencia de un leve vapor», ** que está
construida la Casa de Mozart, que Palissy ha tenido a bien
hacerme dibujar en cobre. Solamente doy aquí la fachada sur. La
entrada grande está a la izquierda, sobre la llanura; a la derecha está
el río; al norte y al sur están los jardines. He preguntado a Mozart
quiénes eran sus vecinos. «–Arriba y abajo, ha dicho él, hay dos
Espíritus que tú no conoces; pero a la izquierda, sólo estoy separado
por una pradera grande del jardín de Cervantes».
Por lo tanto, la casa tiene cuatro lados como las nuestras; sin
embargo, sería un error hacer una regla general. Ella está construida
con una cierta piedra que los animales sacan de las canteras del
norte, cuyo color el Espíritu compara con esos tonos verdosos que a
menudo toma el azul del cielo en el momento en que el Sol se pone.
En cuanto a su dureza, podemos hacernos una idea por esta
observación de Palissy: que ella se disolvería tan rápidamente bajo
nuestros dedos humanos como si fuese un copo de nieve; mientras
tanto, ¡ésta es una de las materias más resistentes del planeta! Sobre
sus paredes los Espíritus han esculpido o incrustado los extraños
arabescos que el dibujo busca reproducir. Estos son ornamentos
grabados en piedra y luego coloreados, o incrustaciones
reproducidas en la solidez de la piedra verde a través de un
procedimiento que ahora es de gran estima y que conserva en los
vegetales toda la gracia de sus contornos, toda la fineza de sus
tejidos y toda la riqueza de su colorido. «Un descubrimiento –agrega el Espíritu– que haréis
algún día y que entre vosotros cambiará muchas cosas.»
La gran ventana de la derecha presenta un ejemplo de ese género
de ornamentación: uno de sus bordes no es otra cosa que una enorme
caña de la cual se han conservado las hojas. Sucede lo mismo con el
coronamiento de la ventana principal, que toma la forma de claves
de sol: son plantas sarmentosas enlazadas y petrificadas. Es a través
de este procedimiento que ellos obtienen la mayoría de los
coronamientos de edificios, rejas, balaústres, etc. A menudo,
inclusive, la planta está ubicada en la pared, con sus raíces y en
condiciones de crecer libremente. Ésta crece, se desarrolla; sus
flores se abren al azar y el artista no las fija en el lugar sino cuando
han adquirido todo el desarrollo deseado para la ornamentación del
edificio: la Casa de Palissy está casi enteramente decorada de esta
manera.
Destinado en principio sólo a los muebles, después a los marcos
de las puertas y de las ventanas, este género de ornamentos se ha
perfeccionado poco a poco y ha terminado por invadir toda la
arquitectura. Hoy no son solamente las flores y los arbustos que se
petrifican de este modo, sino el propio árbol, de la raíz hasta la copa;
y los palacios, como los edificios, casi no tienen otras columnas.
Una petrificación de la misma naturaleza sirve también para la
decoración de las ventanas. Flores u hojas muy grandes son
hábilmente despojadas de su parte carnosa: sólo queda la nerviación
de las fibras, tan fina como la más fina muselina. Son cristalizadas, y
de esas hojas unidas con arte se construye toda una ventana, que
sólo deja filtrar hacia el interior una luz muy tenue: o bien se las
recubre con una especie de vidrio líquido y coloreado con todos los
matices, que se endurece en el aire y que transforma a la hoja en una
especie de cristal. ¡De la unión de esas hojas en las ventanas resultan
encantadores ramilletes transparentes y luminosos!
En cuanto a las propias dimensiones de esas aberturas y a mil
otros detalles que en un primer momento pueden sorprender, me veo
obligado a posponer la explicación: la historia de la arquitectura en
Júpiter exigiría un volumen entero. Igualmente dejo de hablar del
moblaje, para no detenerme aquí más que en la disposición general
de las viviendas.
Después de todo lo anteriormente dicho, el lector debe haber
comprendido que la casa del continente no debe ser para el Espíritu
sino una especie de vivienda de paso. La Ciudad Baja solamente es
frecuentada por los Espíritus de segundo orden, encargados de los
intereses planetarios, por ejemplo, de la agricultura o de los
intercambios y del buen orden a ser mantenido entre los servidores.
También todas las casas que están en el suelo, generalmente sólo
tienen planta baja y primer piso: uno destinado a los Espíritus que
obran bajo la dirección de su señor,
y accesible a los animales; el otro, reservado únicamente al Espíritu,
que allí sólo vive ocasionalmente. Esto es lo que explica el por qué
vemos en varias casas de Júpiter –por ejemplo en ésta y en la de
Zoroastro– una escalera e incluso una rampa. Aquel que pasa
rasando el agua como una golondrina y que puede correr sobre los
tallos de trigo sin curvarlos, prescinde muy bien de la escalera y de
la rampa para entrar en su casa; pero los Espíritus inferiores no
tienen el vuelo tan fácil: ellos sólo se elevan por sacudidas, y la
rampa no siempre les es inútil. En fin, la escalera es de absoluta
necesidad para los animales servidores, que caminan como nosotros.
Estos últimos también tienen sus habitaciones, y además muy
elegantes, que hacen parte de todas las grandes residencias; pero sus
funciones los llaman constantemente a la casa del señor: es preciso
facilitarles la entrada y el trayecto interno. De ahí esas
construcciones singulares que, por su base, se parecen a nuestros
edificios terrestres y de los cuales difieren absolutamente en la parte
superior.
Ésta se distingue sobre todo por una originalidad que seríamos
incapaces de imitar. Es una especie de flecha aérea que se balancea
sobre lo alto del edificio, por encima de la gran ventana y de su
singular coronamiento. Esta frágil gavia, fácil de desplazar, está
entretanto destinada –en el pensamiento del artista– a no salir del
lugar que se le ha designado, porque sin reposar sobre nada en lo
alto, completa la decoración, y lamento que la dimensión de la
plancha no le haya permitido encontrar lugar en la misma. En cuanto
a la morada aérea de Mozart, apenas he de constatar aquí su
existencia: los límites de este artículo no me permiten extenderme
sobre el asunto.
Sin embargo, no terminaré sin explicar, de paso, el género de
ornamentos que el gran artista ha elegido para su morada. Es fácil
reconocer en ellos el recuerdo de nuestra música terrestre: la clave
de sol está allí frecuentemente repetida y, cosa singular, ¡nunca la
clave de fa! En la decoración de la planta baja, encontramos un arco
de violín, una especie de tiorba o mandolina, una lira y un
pentagrama musical. Más arriba se encuentra una ventana grande
que vagamente recuerda la forma de un órgano; las otras tienen la
apariencia de notas grandes, y las notas pequeñas abundan en toda la
fachada.
Sería un error deducir que la música de Júpiter sea comparable a
la nuestra, y que se escriba con los mismos signos: Mozart se ha
explicado sobre ella de manera que no deja ninguna duda al
respecto; pero, en la decoración de sus casas, los Espíritus recuerdan
de buen grado la misión terrestre que les ha merecido la encarnación
en Júpiter y que mejor resume el carácter de su inteligencia. Así, en
la Casa de Zoroastro, son los astros y el fuego que componen la
decoración.
Hay más: parece que ese simbolismo tiene sus reglas y sus
secretos. Todos esos ornamentos no están dispuestos al azar: ellos
tienen su orden lógico y su significado preciso; pero éste es un arte
que los Espíritus de Júpiter se abstienen en hacernos comprender –al
menos hasta ahora– y sobre el cual no dan explicaciones de buen
grado. Nuestros viejos arquitectos también empleaban el simbolismo
en la decoración de sus catedrales; la Torre de Saint-Jacques no es
nada menos que un poema hermético, si uno cree en la tradición. Por
lo tanto, nada hay de qué sorprendernos en la singular decoración
arquitectónica en Júpiter: si ésta contradice nuestras ideas sobre el
arte humano, es porque, en efecto, hay todo un abismo entre una
arquitectura que vive y que habla, y una construcción como la
nuestra, que nada muestra. En esto, como en otras cosas, la
prudencia nos preserva de ese error de lo relativo que quiere reducir
todo a las proporciones y a los hábitos del hombre terrestre. Si los
habitantes de Júpiter tuviesen residencias como las nuestras, si
comiesen, viviesen, durmiesen y caminasen como nosotros, no
habría gran provecho en subir hacia allá. ¡Es porque su planeta
difiere absolutamente del nuestro que anhelamos conocerlo y que
soñamos con él como nuestra futura morada!
Por mi parte, no habré perdido el tiempo –y sería muy feliz que
los Espíritus me hayan elegido como su intérprete– si sus dibujos y
sus descripciones inspiraren a un solo creyente el deseo de subir más
rápidamente a Julnius, y el coraje de hacer todo para lograrlo.
VICTORIEN SARDOU
_______
El autor de esta interesante descripción es uno de esos adeptos
fervorosos y esclarecidos que no temen en reconocer abiertamente sus
creencias, y que se ponen por encima de la crítica de las personas que no creen
en nada de aquello que salga del círculo de sus ideas. Vincular su nombre a
una nueva Doctrina, arrostrando sarcasmos, es de un coraje que no es dado a
todo el mundo, y felicitamos al Sr. V. Sardou por tenerlo. Su trabajo revela al
escritor distinguido que, aunque joven todavía, ya ha conquistado un lugar
honorable en la literatura, y une al talento de escribir, los profundos
conocimientos del sabio; ésta es una nueva prueba de que el Espiritismo no se
encuentra entre los tontos y los ignorantes. Hacemos votos para que el Sr.
Sardou complete, lo más pronto posible, su trabajo tan felizmente comenzado.
Si por sus eméritas investigaciones los astrónomos nos revelan el mecanismo
del Universo, los Espíritus, por sus revelaciones, nos hacen conocer el estado
moral, y es –como ellos dicen– con el objetivo de inclinarnos al bien para
merecer una existencia mejor.
ALLAN KARDEC
______________________________________________________
* Es preciso, sin embargo, exceptuar a ciertos animales provistos de alas y
reservados para el servicio aéreo y para los trabajos que entre nosotros exigirían el
empleo de carpinteros. Son una transformación del ave, como los animales descriptos
anteriormente son una transformación de los cuadrúpedos. [Nota del Espíritu Palissy, a
través del médium Victorien Sardou.]
** Al ser de 0,23 la densidad de Júpiter, es decir, un poco menos de un cuarto que
la de la Tierra, el Espíritu nada ha dicho aquí que no sea muy verosímil. Se concibe que
todo es relativo y que en ese globo etéreo, todo sea etéreo como él. [Nota de Allan
Kardec.]
Septiembre
En la propagación del Espiritismo sucede un fenómeno digno de
señalar. Hace apenas algunos años que –resucitado de las creencias
antiguas– ha hecho su reaparición entre nosotros, no más como
antiguamente a la sombra de los misterios, sino en plena luz y a la
vista de todo el mundo. Para unos ha sido objeto de curiosidad
pasajera, un entretenimiento que se lo deja como a un juguete para
tomar otro; en muchos, no ha encontrado más que la indiferencia; en
la mayoría, la incredulidad, a pesar de la opinión de los filósofos
cuyos nombres se invocan a cada instante como autoridad. Esto no
tiene nada de sorprendente: el propio Jesús ¿convenció a todo el
pueblo judío con sus milagros? Su bondad y la sublimidad de su
doctrina, ¿le hicieron encontrar la gracia ante sus jueces? ¿No ha
sido tratado de embustero y de impostor? Y si no le han aplicado el
epíteto de charlatán fue porque, por entonces, no se conocía ese
término de nuestra civilización moderna. Sin embargo, hombres
serios han visto en los fenómenos que suceden en nuestros días otra
cosa más que un objeto de frivolidad; ellos han estudiado, han
profundizado con los ojos del observador concienzudo y han
encontrado la clave de una multitud de misterios hasta entonces
incomprendidos; esto ha sido para ellos un rayo de luz, y he aquí que
de esos hechos ha surgido toda una doctrina, toda una filosofía y,
podemos decir, toda una ciencia, al inicio divergente según el punto
de vista o la opinión personal del observador, pero poco a poco
tendiente a la unidad de principios. A pesar de la oposición
interesada de algunos y sistemática de aquellos que creen que la luz
sólo puede salir de sus cerebros, esta doctrina encuentra numerosos
adeptos porque esclarece al hombre sobre sus verdaderos intereses
presentes y futuros, porque responde a sus aspiraciones en cuanto al porvenir, vuelto de cierto modo
palpable; en fin, porque a la vez satisface a su razón y a sus
esperanzas, y disipa las dudas que degeneraban en una absoluta
incredulidad. Ahora bien, con el Espiritismo, todas las filosofías
materialistas o panteístas caen por sí mismas; la duda no es más
posible con respecto a la Divinidad, a la existencia del alma, a su
individualidad, a su inmortalidad; su futuro se nos aparece como la
luz del día, y sabemos que este futuro –que siempre deja una puerta
abierta a la esperanza– depende de nuestra voluntad y de los
esfuerzos que hagamos para el bien.
En cuanto se vio en el Espiritismo solamente fenómenos
materiales, no se interesaron por el mismo sino como por un
espectáculo, porque se dirigía a los ojos; pero desde el momento en
que se ha elevado a la categoría de ciencia moral, ha sido tomado en
serio, porque ha hablado al corazón y a la inteligencia, y porque
cada uno ha encontrado en Él la solución de aquello que buscaba
vagamente en sí mismo; una confianza basada en la evidencia ha
reemplazado a la incertidumbre punzante; del punto de vista tan
elevado en que nos ubica, las cosas de la Tierra aparecen tan
pequeñas y tan mezquinas que las vicisitudes de este mundo no son
más que incidentes pasajeros que soportamos con paciencia y
resignación; la vida corporal es sólo una corta parada en la vida del
alma, y para servirnos de la expresión de nuestro sabio y espiritual
compañero –el Sr. Jobard–, no es más que un mal albergue, donde
no vale la pena deshacer las maletas.Con la Doctrina Espírita
todo es definido, todo está claro, todo habla a la razón; en una
palabra, todo se explica, y aquellos que la han profundizado en su
esencia obtienen en la misma una satisfacción interior a la cual no
quieren renunciar más. He aquí por qué ha encontrado en tan poco
tiempo numerosas simpatías, y estas simpatías no son reclutadas en
el círculo restricto de una localidad, sino en el mundo entero. Si los
hechos no estuvieran ahí para probarlo, lo juzgaríamos por nuestra
Revista que sólo tiene algunos meses de existencia, cuyos
suscriptores –aunque no se cuenten todavía por millares– están
esparcidos por todos los puntos del globo. Además de los abonados
de París y de sus Departamentos, nosotros los tenemos en Inglaterra,
Escocia, Holanda, Bélgica, Prusia, San Petersburgo, Moscú,
Nápoles, Florencia, Milán, Génova, Turín, Ginebra, Madrid,
Shangai –en China–, Batavia, Cayena, México, Canadá, Estados
Unidos, etc. No lo decimos por fanfarronería, si no como un hecho
característico. Para que un periódico que recién nace, especializado,
sea desde hoy solicitado en regiones tan diversas y tan distantes, es
preciso que el objeto de que trate encuentre allí adeptos; de otro
modo, no lo suscribirían por simple curiosidad desde varias millares
de leguas, aunque fuese del mejor escritor. Por lo tanto, es su objeto
el que interesa y no su modesto redactor; a los ojos de sus lectores, su objeto es por lo
tanto serio. Resulta así evidente que el Espiritismo tiene raíces en
todas las partes del mundo y, desde este punto de vista, veinte
suscriptores repartidos en veinte países diferentes probarían más que
cien concentrados en una sola localidad, porque no se lo podría
suponer como la obra de una camarilla.
La manera con la cual se ha propagado el Espiritismo, hasta este
día, no merece una atención menos seria. Si la prensa hubiese hecho
resonar su voz a su favor, si lo hubiera ensalzado; en una palabra, si
el mundo estuviese harto de oír hablar de Él, se podría decir que se
ha propagado como todas las cosas que encuentran consumo gracias
a una reputación ficticia y con la cual se quiere experimentar,
aunque no fuese más que por curiosidad. Pero nada de esto ha tenido
lugar: la prensa, en general, no le ha prestado voluntariamente
ningún apoyo; ella lo ha desdeñado, o si, en raros intervalos, de Él
habló, ha sido para ponerlo en ridículo y para enviar a sus adeptos a
los manicomios, cosa poco animadora para los que hubiesen
tenido la veleidad de iniciarse. Apenas el propio Sr. Home ha tenido
los honores de algunas menciones medio serias, mientras que los
acontecimientos más vulgares encuentran en la misma un amplio
espacio. Además es fácil percibir, en el lenguaje de los adversarios,
que éstos hablan de la Doctrina Espírita como los ciegos de los
colores, sin conocimiento de causa, sin examen serio y profundo, y
únicamente bajo una primera impresión; también sus argumentos se
limitan a una negación pura y simple, porque nosotros no honramos
con el nombre de argumentos a los chistes groseros; las bromas, por
más espirituosas que sean, no son razones. Sin embargo, no es
preciso acusar de indiferencia o de mala voluntad a todo el personal
de la prensa. Individualmente el Espiritismo cuenta en ella con
adeptos sinceros, y conocemos a más de uno entre los más
distinguidos hombres de letras. ¿Por qué entonces guardan silencio?
Es que a la par de la cuestión de creencia está la de la personalidad
todopoderosa de este siglo. La creencia –entre ellos como entre
muchos otros– es concentrada y no expansiva; además, están
obligados a seguir los procedimientos rutinarios de su periódico, y
tal periodista teme perder suscriptores enarbolando francamente una
bandera cuyo color podría desagradar a algunos de éstos. ¿Durará
este estado de cosas? No; pronto sucederá con el Espiritismo lo que
ocurrió con el Magnetismo, del cual antes sólo se hablaba en voz
baja, y que hoy nadie más teme reconocer.208 Ninguna idea nueva,
por más bella y justa que sea, se implanta instantáneamente en el
espíritu de las masas, y aquella que no encontrase oposición sería un
fenómeno completamente insólito. ¿Por qué el Espiritismo sería la
excepción a la regla? A las ideas –como a las frutas– es preciso el
tiempo para madurar; pero la liviandad humana hace conque se las juzgue antes de su madurez o sin tomarse el
trabajo de sondar sus cualidades íntimas. Esto nos recuerda la
espirituosa fábula de La Joven Mona, el Mono y la Nuez. Esta
joven mona, como se sabe, recogió una nuez con su cáscara verde; al
llevarla a los dientes, hizo una mueca y la arrojó, admirándose de
que se crea buena a una cosa tan amarga; pero un viejo mono, menos
superficial y sin duda profundo pensador de su especie, recogió la
nuez, la partió, la limpió, la comió y la encontró deliciosa. Esto se
acompaña de una bella moraleja dirigida a todas las personas que
juzgan las cosas nuevas por las apariencias.
Por lo tanto, el Espiritismo ha debido marchar sin el apoyo de
ninguna ayuda extraña, y he aquí que en cinco o seis años se divulgó
con una rapidez prodigiosa. ¿De dónde ha sacado esta fuerza, si no
de sí mismo? Por lo tanto, es preciso que haya en sus principios algo
muy poderoso para haberse así propagado sin los medios
sobreexcitantes de la publicidad. Es que, como lo hemos dicho
anteriormente, cualquiera que se tome el trabajo de profundizarlo,
encuentra en Él lo que buscaba, lo que su razón le hacía entrever:
una verdad consoladora, y al final de cuentas extrae del mismo la
esperanza y un verdadero gozo. También las convicciones
adquiridas son serias y durables; de ninguna manera son esas
opiniones ligeras que un soplo hace nacer y otro desaparecer.
Últimamente alguien nos decía: «–Encuentro en el Espiritismo una
tan suave esperanza, y extraigo de Él tan dulces y tan grandes
consuelos, que todo pensamiento contrario me haría muy infeliz, y
siento que mi mejor amigo se me volvería odioso si intentara
alejarme de esta creencia». Cuando una idea no tiene raíces, puede
lanzar un resplandor pasajero, como esas flores que se las hace
brotar a la fuerza; pero pronto, a falta de sustento, mueren y de ellas
no se habla más. Al contrario, aquellas que tienen una base seria,
crecen y persisten: terminan por identificarse de tal modo con los
hábitos que más adelante nos admiramos por jamás habernos podido
privar de ellas.
Si el Espiritismo no ha sido secundado por la prensa de Europa, se
dirá que no sucedió lo mismo con la de América. Esto es verdad
hasta un cierto punto. Existe en América, como en todas partes, la
prensa general y la prensa especializada. Sin duda, la primera se
ocupó de Él mucho más que entre nosotros, aunque menos de lo que
se piensa; también ella tiene sus órganos hostiles. La prensa
especializada cuenta, solamente en los Estados Unidos, con
dieciocho periódicos espíritas, de los cuales diez son semanales y
varios de formato grande. Vemos que todavía estamos bien a la zaga
en este aspecto; pero allá, como aquí, los periódicos especializados
se dirigen a las personas especializadas; es evidente que una gaceta
médica, por ejemplo, no será buscada de
preferencia ni por arquitectos, ni por los hombres de ley; del mismo
modo, un periódico espírita no es leído, salvo algunas excepciones,
sino por los adeptos del Espiritismo. El gran número de periódicos
americanos que trata de esta materia prueba una cosa: que para
mantener a los mismos hay bastantes lectores. Sin duda, ellos han
hecho mucho; pero, en general, su influencia es puramente local; la
mayoría son desconocidos por el público europeo, y los nuestros no
les han hecho más que muy raras transcripciones. Al decir que el
Espiritismo se ha propagado sin el apoyo de la prensa, hemos
querido referirnos a la prensa general que se dirige a todo el mundo,
aquella cuya voz alcanza a millones de oídos a cada día y que
penetra en los lugares más ocultos; a aquella con la cual el
anacoreta, en el fondo del desierto, puede estar al corriente de lo que
sucede, tanto como el habitante de la ciudad; en fin, a la que siembra
ideas a manos llenas. ¿Cuál es el periódico espírita que puede
jactarse de hacer resonar así los ecos del mundo? Ése habla a las
personas convencidas; no llama la atención de los indiferentes. Por
lo tanto, estamos en lo cierto al decir que el Espiritismo ha sido
librado a sus propias fuerzas; si por sí mismo ha dado tan grandes
pasos, ¡qué será cuando pueda disponer de la poderosa palanca de la
amplia publicidad! A la espera de ese momento, por todas partes Él
planta jalones; por todas partes sus ramas han de encontrar puntos de
apoyo; en fin, por todas partes encontrará voces cuya autoridad
habrá de imponer silencio a sus detractores.
La cualidad de los adeptos del Espiritismo merece una atención
particular. ¿Son encontrados en los bajos estratos de la sociedad,
entre las personas iletradas? No; éstos se ocupan de Él poco o nada;
apenas han oído hablar del mismo. Incluso las mesas giratorias han
encontrado entre ellos pocos practicantes. Hasta el presente sus
prosélitos están en los primeros estratos de la sociedad, entre las
personas esclarecidas, entre los hombres de saber y de raciocinio; y
una cosa notable: los médicos que han hecho durante tanto tiempo
una guerra encarnizada al Magnetismo, adhieren sin dificultad a la
Doctrina Espírita; nosotros contamos con un gran número de ellos,
tanto en Francia como en el extranjero, entre nuestros suscriptores,
en cuyo número también se encuentran –en su gran mayoría–
hombres superiores en todos los aspectos, notabilidades científicas y
literarias, altos dignatarios, funcionarios públicos, oficiales
generales, comerciantes, eclesiásticos, magistrados, etc., todas
personas demasiado serias como para tomar a título de pasatiempo
un periódico que, como el nuestro, no presume de ser divertido y
menos aún en el que se crea encontrar fantasías. La Sociedad
Parisiense de Estudios Espíritas no es una prueba menos evidente
de esta verdad, por la elección de las personas que reúne; sus
sesiones son seguidas con un sostenido interés, con una atención
religiosa, inclusive podemos decir con gran anhelo, y sin embargo
sólo se ocupa de estudios
graves, serios, a menudo muy abstractos y no de experiencias
propias para suscitar la curiosidad. Hablamos de lo que sucede ante
nuestros ojos, pero podemos decir lo mismo de todos los Centros
que se ocupan del Espiritismo desde el mismo punto de vista, porque
casi por todas partes (como los Espíritus lo habían anunciado) el
período de curiosidad llega a su declinación. Estos fenómenos nos
hacen entrar en un orden de cosas tan grandes, tan sublimes, que
ante esas graves cuestiones un mueble que gira o que golpea es un
juguete de niño: es el abecé de la ciencia.
Además, sabemos a qué atenernos ahora sobre la cualidad de los
Espíritus golpeadores y, en general, de los que producen efectos
materiales. Ellos han sido justamente llamados los saltimbanquis
del mundo espírita; es por eso que nos vinculamos menos a ellos que
con aquellos que pueden esclarecernos.
Podemos asignar a la propagación del Espiritismo cuatro fases o
períodos distintos:
1º) El de la curiosidad, en el cual los Espíritus golpeadores han
desempeñado un papel principal para llamar la atención y preparar
los caminos.
2º) El de la observación, en el cual entramos, y que también
podemos llamar período filosófico. El Espiritismo es profundizado y
se depura; tiende a la unidad de Doctrina y se constituye en ciencia.
Vendrán después:
3º) El período de la admisión, donde el Espiritismo ha de ocupar
un lugar oficial entre las creencias universalmente reconocidas.
4º) El período de influencia sobre el orden social. Será entonces
que la Humanidad, bajo la influencia de estas ideas, ha de entrar en
un nuevo camino moral. Esta influencia, desde hoy, es individual;
más adelante, actuará sobre las masas para el bien general.
Así, por un lado, he aquí a una creencia que se esparce en el
mundo entero por sí misma y poco a poco, y sin ninguno de los
medios usuales de propaganda forzada; por otro lado, esta misma
creencia echa raíces, no en los bajos estratos de la sociedad, sino en
su parte más esclarecida. ¿No existe en ese doble hecho algo muy
característico y que debe llevar a la reflexión a todos aquellos que
aún tratan al Espiritismo de cosa fútil? Contrariamente a muchas
otras ideas que parten de abajo –deformadas o desnaturalizadas– y
que no penetran sino a la larga en los altos estratos donde se
depuran, el Espiritismo parte de lo alto y solamente llegará a las
masas cuando esté liberado de las ideas falsas, inseparables de las
cosas nuevas.
Sin embargo, es preciso concordar que todavía entre muchos
adeptos no hay más que una creencia latente; en unos el miedo al
ridículo, en otros el temor a herir –en su perjuicio– ciertas
susceptibilidades, los impiden
de expresar francamente sus opiniones; sin duda, esto es pueril, y no
obstante lo comprendemos; no se puede pedir a ciertos hombres lo
que la Naturaleza no les ha dado: el coraje de enfrentar el qué dirán;
pero cuando el Espiritismo esté en todas las bocas –y ese tiempo no
está lejos–, ese coraje vendrá a los más tímidos. En este aspecto, un
cambio notable ya se ha operado desde hace algún tiempo: se habla
más abiertamente de Él; ya se arriesgan, y esto hace abrir los ojos a
los propios antagonistas que se preguntan si es prudente –en el
interés de su propia reputación– criticar severamente una creencia
que, quiérase o no, se infiltra en todas partes y encuentra apoyo en
lo alto de la sociedad. También el epíteto de locos, tan largamente
prodigado a los adeptos, comienza a ser ridículo; este argumento
usado ya se ha vuelto trivial, porque pronto los locos serán más
numerosos que las personas sensatas, y ya más de un crítico se ha
alistado a su lado; además, es el cumplimiento de lo que han
anunciado los Espíritus, al decir que: los mayores adversarios del
Espiritismo se convertirán en sus más fervientes partidarios y en sus
más ardientes propagadores.
En los curiosos documentos célticos que publicamos en nuestro
número de abril, hemos visto la doctrina de la reencarnación
profesada por los druidas, según el principio de la marcha
ascendente del alma humana a la cual hacían recorrer los varios
grados de nuestra escala espírita. Todo el mundo sabe que la idea de
la reencarnación remonta a la más alta Antigüedad, y que el propio
Pitágoras la ha extraído de entre los hindúes y los egipcios. Por lo
tanto, no es admirable que Platón, Sócrates y otros compartiesen una
opinión admitida por los más ilustres filósofos de aquel tiempo; pero
lo que quizá es más notable, es encontrar en esa época el principio
de la doctrina de la elección de las pruebas, enseñada hoy por los
Espíritus, doctrina que presupone la reencarnación, sin la cual no
tendría ninguna razón de ser. No discutiremos hoy esta teoría, que
estaba tan lejos de nuestro pensamiento cuando los Espíritus nos la
revelaron y que extrañamente nos ha sorprendido, porque –lo
reconocemos con toda humildad– lo que Platón había escrito sobre
este asunto especial nos era por entonces totalmente desconocido,
nueva prueba, entre miles, que las comunicaciones que han sido
dadas no son en absoluto el reflejo de nuestra opinión personal.
En cuanto a la de Platón, simplemente constatamos la idea
principal, pudiendo cada uno fácilmente tener en cuenta la forma
bajo la cual ella es presentada, y juzgar los puntos de contacto que
puede tener, en ciertos detalles, con nuestra teoría actual. En su
alegoría del Huso de la Necesidad, él supone un diálogo entre
Sócrates y Glaucón, y atribuye al primero el siguiente discurso
sobre las revelaciones de Er, el Armenio, personaje ficticio –según
todas las probabilidades–, aunque algunos lo tomen por Zoroastro.
Fácilmente se ha de comprender que este relato no es sino un
cuadro imaginario para conducir al desarrollo de la idea principal: la
inmortalidad del alma, la sucesión de las existencias, la elección de
esas existencias por efecto del libre albedrío, en fin, las
consecuencias felices o desdichadas de esa elección, a menudo
imprudente; todas estas proposiciones se encuentran en El Libro de
los Espíritus, y vienen a confirmar los numerosos hechos citados en
esta Revista.
«El relato que voy a haceros –dice Sócrates a Glaucón– es el de
un hombre de corazón: Er, el Armenio, originario de Panfilia. Él
había sido muerto en una batalla. Diez días después, cuando
llevaban a los cadáveres ya desfigurados de los que con él habían
caído, el suyo fue encontrado sano e intacto. Lo condujeron a su
casa para hacerle los funerales, y en el segundo día, cuando estaba
extendido en la pira, revivió y contó lo que había visto en la otra
vida.
«Luego que su alma salió del cuerpo, se puso a camino con una
infinidad de otras almas y llegó a un lugar maravilloso, donde se
veían en la Tierra dos aberturas –próximas la una de la otra– y otras
dos aberturas en el cielo que correspondían con las primeras. Entre
estas dos regiones estaban sentados jueces. Tan pronto como
pronunciaban una sentencia, mandaban a los justos tomar el camino
de la derecha por una de las aberturas del cielo –después de ponerles
por delante un rótulo que contenía el juicio dado en su favor–, y a
los malos tomar el camino de la izquierda, en los abismos, llevando
en la espalda un rótulo semejante donde estaban marcadas todas sus
acciones. Cuando se presentó su turno, los jueces declararon que él
debía llevar a los hombres la noticia de lo que pasaba en ese otro
mundo, y le mandaron que escuchase y que observara todo lo que se
le ofrecía.
«En primer lugar vio que las almas juzgadas desaparecían, unas
dirigiéndose al cielo, las otras descendiendo a la Tierra a través de
las dos aberturas que se correspondían: mientras que por la segunda
abertura de la Tierra vio salir almas cubiertas de polvo y de
inmundicia, al mismo tiempo que por la segunda abertura del cielo
descendían otras almas que eran puras y sin mancha. Todos parecían
venir de un largo viaje y se detenían con gusto en la
pradera como en un punto de reunión. Las que se conocían se
saludaban entre sí y se pedían noticias de lo que sucedía en los
lugares donde ellas venían: el cielo y la Tierra. Aquí, entre gemidos
y lágrimas, recordaban todo lo que habían sufrido y visto sufrir
durante su estancia en la Tierra; allí, se contaban las alegrías del
cielo y la felicidad de contemplar las maravillas divinas.
«Sería muy largo seguir el discurso entero del Armenio, pero he
aquí, en suma, lo que decía. Cada alma recibía diez veces la pena
por cada una de las injusticias que había cometido durante la vida.
La duración de cada punición era de cien años –duración natural de
la vida humana–, a fin de que el castigo fuese siempre décuplo para
cada crimen. De esta manera, los que han causado la muerte de
muchas personas, traicionando ciudades, ejércitos, reducido a sus
conciudadanos a la esclavitud o cometido cualquier otra atrocidad,
eran atormentados con el décuplo por cada uno de estos crímenes.
Al contrario, aquellos que han hecho el bien a su alrededor, que han
sido justos y virtuosos, recibían en la misma proporción la
recompensa de sus buenas acciones. Lo que decía con respecto a los
niños que morían poco tiempo después de su nacimiento, merece
menos ser repetido; pero aseguraba que al impío, al hijo
desnaturalizado, al homicida, estaban reservadas las más crueles
penas, y al hombre religioso y al buen hijo las mayores felicidades.
«Él estaba presente cuando un alma preguntó a otra dónde estaba
Ardieo, el Grande. Ardieo había sido un tirano de una ciudad de
Panfilia mil años antes; había dado muerte a su padre, que era de
avanzada edad, a su hermano mayor, y cometido –dicen– varios
otros crímenes enormes. «Él no viene –respondió el alma– y nunca
vendrá aquí. Al respecto, todos nosotros hemos sido testigos de un
horrible espectáculo. Cuando estábamos a punto de salir del abismo,
después de haber cumplido nuestras penas, vimos a Ardieo y a
muchos otros que, en su mayoría eran tiranos como él o seres que,
en su condición particular, habían cometido grandes crímenes: ellos
hacían vanos esfuerzos para subir, y todas las veces que intentaban
salir esos culpables, cuyos crímenes no tenían remedio o no habían
sido suficientemente expiados, el abismo los repelía con bramidos.
Entonces, personajes horrorosos con los cuerpos en llamas, que allí
se encontraban, acudían a esos gemidos. Primeramente condujeron a
viva fuerza a un cierto número de esos criminales; en cuanto a
Ardieo y a los otros, les ataron los pies, las manos y la cabeza, y,
después de haberlos arrojado en tierra y desollarlos a fuerza de
golpes, los arrastraron fuera del camino sobre sangrientas zarzas,
repitiendo a las sombras, a medida que alguna pasaba: “He aquí a
los tiranos y a los homicidas; nosotros los llevamos para arrojarlos
en el Tártaro”.
Esa alma añadía que, entre tantos objetos terribles, nada les causaba
más miedo que el bramido del abismo, y que había sido para ellas
una extrema alegría salir de allí en silencio.
«Tales eran, aproximadamente, los juicios de las almas, sus
castigos y sus recompensas.
«Después de siete días de reposo en esta pradera, las almas
tuvieron que partir en el octavo, y se pusieron a camino. Al cabo de
cuatro días de jornada percibieron en lo alto, sobre toda la superficie
del cielo y de la Tierra, una inmensa luz, recta como una columna y
semejante a Iris, pero más brillante y más pura. Un solo día les fue
suficiente para alcanzarla, y entonces vieron, en el medio de esta luz,
la extremidad de las cadenas que se unen a los cielos. Es esto lo que
los sostienen: es la cubierta del navío del mundo, es el vasto
cinturón que lo rodea. En lo más alto estaba suspendido el Huso de
la Necesidad, alrededor del cual se formaban todas las
circunferencias. *
«Alrededor del huso, y a distancias iguales, estaban sentadas en
tronos las tres Parcas, hijas de la Necesidad: Láquesis, Cloto y Átropos, vestidas de blanco y ceñidas sus cabezas con cintillas. Ellas
cantaban, uniéndose al concierto de las Sirenas: Láquesis cantaba el
pasado, Cloto el presente, Átropos el futuro. Entre un intervalo y
otro, Cloto tocaba con la mano derecha el exterior del huso; con la mano izquierda, Átropos imprimía movimiento a los círculos
interiores y, con una y otra mano, Láquesis tocaba alternativamente
tanto el huso como los pesos interiores.
«Luego que las almas llegaron, les fue preciso presentarse ante
Láquesis. Al principio un hierofante las había colocado por orden,
una después de la otra. Enseguida, habiendo tomado del regazo de
Láquesis los destinos o números en el orden por el cual cada alma
debía ser llamada, así como las diversas condiciones humanas
ofrecidas a su elección, subió a un estrado y habló de esta manera:
“He aquí lo que dice la virgen Láquesis, hija de la Necesidad: Almas
pasajeras, iréis comenzar una nueva carrera y renacer en la
condición mortal. No se os asignará vuestro genio; vosotras
mismas lo elegiréis. La primera que el destino designe escogerá, y
su elección será irrevocable. La virtud no tiene dueño: ella se une a
quien la honra, y abandona a quien la desprecia. Cada cual es
responsable por su elección: Dios es inocente”. Dichas estas
palabras, él echó los números, y cada alma recogió el que cayó
delante de ella, excepto el Armenio, a quien no se le permitió
hacerlo. Luego, el hierofante mostróa las mismas los géneros de vida de todas las especies, cuyo número
era mucho mayor que el de las almas allí reunidas. La variedad era
infinita; allí se encontraban, al mismo tiempo, todas las condiciones
de los hombres como las de los animales. Había tiranías: unas que
duraban hasta la muerte, otras que se interrumpían bruscamente y
terminaban en la pobreza, en el exilio y en el abandono. La
ilustración se mostraba bajo varios aspectos: se podía elegir la
belleza, el arte de agradar, los combates, la victoria o la nobleza de
la raza. Estados completamente desconocidos en todos los sentidos,
o intermediarios, donde se mezclaban la riqueza y la pobreza, la
salud y la enfermedad, los cuales eran ofrecidos a elección: había
también la misma variedad de condiciones de mujer.
«Evidentemente, mi querido Glaucón, aquí tienes la temible
prueba para la Humanidad. Que cada uno de nosotros piense en esto
y deje todos los vanos estudios para sólo consagrarse a la ciencia
que hace el destino del hombre. Busquemos un maestro que nos
enseñe a discernir el buen y el mal destino, y a elegir todo el bien
que el Cielo nos confía. Examinemos con él qué situaciones
humanas –juntas o separadamente– conducen a las buenas acciones:
si la belleza, por ejemplo, unida a la pobreza o a la riqueza, o a tal
disposición del alma, debe producir la virtud o el vicio; qué ventaja
puede tener un nacimiento ilustre o común, la vida privada o
pública, la fuerza o la debilidad, la instrucción o la ignorancia, en
fin, todo lo que el hombre recibe de la Naturaleza y todo lo que
adquiere por sí mismo. Esclarecidos por la conciencia, decidamos
qué partido nuestra alma debe tomar. Sí, el peor de los destinos es
aquel que la vuelva injusta, y el mejor aquel que la forme sin cesar
hacia la virtud, sin tener en cuenta todo lo demás. ¡Iríamos a olvidar
que no hay elección más saludable después de la muerte como
durante la vida! ¡Ah! Que ese dogma sagrado se identifique para
siempre con nuestra alma, a fin de que ella no se deje deslumbrar en
este mundo, ni por las riquezas ni por otros males de esa naturaleza,
y que de modo alguno se exponga a cometer un gran número de
males sin remedio y a padecerlos aún mayores, al arrojarse con
avidez en la condición de tirano o en cualquier otra similar.
«Según el relato de nuestro mensajero, el hierofante había dicho:
“Aquel que eligiese por último, con tal que lo haga con
discernimiento y que después sea consecuente con su conducta,
puede proponerse una vida feliz. Que ni el primero que haya de
escoger se entregue a una excesiva confianza, ni el último
desespere”. Entonces, el primero a quien llamó el destino se
adelantó apresuradamente y eligió la más considerable tiranía;
llevado por su imprudencia y por su avidez, y sin reparar
suficientemente en lo que hacía, no vio la fatalidad ligada al objeto
de su elección
de tener que comer un día la carne de sus propios hijos y cometer
muchos otros crímenes horribles. Pero cuando hubo considerado el
destino que había elegido, gimió, se lamentó y, olvidándose de las
lecciones del hierofante, terminó acusando de sus males a la fortuna,
a los genios, a todos menos a sí mismo. ** Esta alma era una de las
que venían del cielo: había vivido antes en un Estado bien
gobernado y había hecho el bien, más por fuerza de hábito que por
filosofía. He aquí por qué las almas procedentes del cielo no eran las
menos numerosas entre las que caían en semejantes engaños, por no
haber sido puestas a prueba en el sufrimiento. Al contrario, aquellas
que, habiendo pasado por la región subterránea, habían sufrido y
visto sufrir, no elegían tan a la ligera. A raíz de esto,
independientemente de la contingencia que decidía el lugar en que
debían ser llamadas para escoger, ocurría una especie de cambio de
bienes y de males para la mayoría de las almas. De esta manera, un
hombre que, a cada renovación de su existencia en este mundo, se
aplicase constantemente a la sana filosofía y tuviese la dicha de no
tener los últimos destinos, sería muy probablemente –según este
relato– no solamente feliz en la Tierra, sino también en su viaje a
este mundo, y al volver marcharía por el camino llano del cielo y no
por el sendero penoso del abismo subterráneo.
«El Armenio agregó que era un espectáculo curioso ver de qué
manera cada alma hacía su elección. Nada más extraño ni más
digno, al mismo tiempo, de compasión y de irrisión. La mayoría de
las veces la elección era hecha según los hábitos de la vida anterior.
Er había visto el alma que había pertenecido a Orfeo escoger la
condición de cisne, por odio a las mujeres que le habían dado
muerte, no queriendo deber su nacimiento a ninguna de ellas; el
alma de Tamiris había escogido la condición de ruiseñor; vio
también a un cisne adoptar la naturaleza humana, y lo mismo
hicieron otras aves canoras. Otra alma, la vigésima llamada a elegir,
había tomado la naturaleza de un león: era la de Áyax, hijo de
Telamón. Detestaba tomar un cuerpo humano, porque recordaba el juicio en el cual no
había obtenido las armas de Aquiles. Después llegó el alma de
Agamenón, cuyas desgracias lo volvieron enemigo de los hombres:
él tomó la condición de águila. Al llegar a la mitad, el alma de
Atalanta fue llamada a elegir; habiendo considerado los grandes
honores que reciben los atletas, no pudo resistir al deseo de volverse
atleta. Epeo –constructor del caballo de Troya– se volvió una mujer
hábil en trabajos manuales. El alma del bufón Tersites, de las
últimas en presentarse, revistió la forma de un mono. El alma de
Ulises, que el destino llamó por último, vino también a escoger: pero
como el recuerdo de sus grandes reveses lo había desengañado de la
ambición, anduvo buscando por mucho tiempo, hasta que al fin
descubrió en un rincón la vida tranquila de un simple particular que
todas las demás almas habían dejado a un lado. Y dijo al verla, que
aun cuando hubiera sido la primera en elegir, no habría hecho otra
elección. Los animales, sean cuales fueren, también pasan unos en
los otros o en cuerpos humanos: los que fueron malos se vuelven
especies feroces, y los buenos, animales domésticos.
«Después que todas las almas escogieron su condición, se
aproximaron a Láquesis, según el orden en que habían elegido. La
Parca dio a cada una el genio que había preferido, para que le
sirviese de guardián durante su vida y le ayudase a cumplir su
destino. Este genio la conducía primero a Cloto, para que con su
mano y con un giro del huso, confirmase el destino escogido.
Después de haber tocado el huso, la llevaba hacia Átropos, que
enrollaba el hilo para hacer irrevocable lo que había sido hilado por
Cloto. Enseguida se dirigían hacia el trono de la Necesidad, bajo el
cual el alma y su genio pasaban juntos.
Después que todos hubieron
pasado, se trasladaron a la llanura del Leteo (el Olvido), *** donde
sintieron un calor insoportable, porque allí no había árboles ni
plantas. Llegada la tarde, pasaron luego la noche junto al río Ameles
(ausencia de pensamientos serios), cuyas aguas no pueden ser
contenidas por ninguna vasija: allí eran obligados a beber; pero los
imprudentes bebían de más. Aquellos que beben demasiado pierden
absolutamente la memoria. Enseguida, todas se entregaron al sueño;
pero a medianoche se oyó un gran estruendo de un trueno y de
temblores de tierra: luego las almas fueron dispersadas aquí y allá
hacia los distintos puntos de su nacimiento terrestre, como estrellas
que de repente brillasen en el cielo. En cuanto a él –decía Er– se le
había impedido beber el agua del río; sin embargo, sin saber dónde
ni cómo, su alma se había unido al cuerpo; y al abrir de repente sus
ojos en la madrugada, percibió que estaba extendido en la pira.
«Tal es el mito, mi querido Glaucón, que la tradición hizo vivir
hasta nosotros. Él puede preservarnos de nuestra pérdida: si tenemos
fe, pasaremos con felicidad el Leteo y mantendremos nuestra alma
libre de toda mancha».
_____________________________________________________
* Éstas son las diversas esferas de los planetas o las diversas divisiones del cielo,
girando alrededor de la Tierra, fijada al propio eje del huso. [Nota de V. Cousin.]
** Los Antiguos no atribuían a la palabra tirano la misma idea que nosotros; daban
ese nombre a todos aquellos que se apoderaban del poder soberano, cualquiera que
fuesen sus cualidades: buenas o malas. La Historia cita tiranos que han hecho el bien;
pero como frecuentemente sucedía lo contrario y, para satisfacer su ambición o
mantenerse en el poder, ningún crimen les importaba, esta palabra se volvió más tarde
sinónimo de cruel, y se dice de todo hombre que abusa de su autoridad.
El alma de la cual habla Er, al elegir la más considerable tiranía, no había buscado
la crueldad, sino simplemente el más amplio poder como condición de su nueva
existencia; cuando su elección fue irrevocable, percibió que ese mismo poder la
arrastraría al crimen y lamentó haberla realizado, acusando a todos de sus males, menos
a sí misma: es la historia de la mayoría de los hombres, que son artífices de su propia
desgracia sin querer confesarlo. [Nota de Allan Kardec.]
*** Alusión al olvido que sigue al pasar de una existencia a otra. [Nota de Allan
Kardec.]
El siguiente caso ha sido relatado por La Patrie (La Patria) del 15
de agosto de 1858:
«El martes último me comprometí –tal vez muy
imprudentemente– a contaros una historia emocionante. Debería
haber pensado en una cosa: que no existen historias emocionantes, sino que existen historias bien contadas, y el mismo relato, hecho
por dos narradores diferentes, puede hacer dormir a un auditorio o
ponerle la piel de gallina. ¡Cómo he escuchado a mi compañero de
viaje de Cherburgo a París, el Sr. B..., de quien tengo una anécdota
maravillosa! Si yo hubiese taquigrafiado su narración, tendría
verdaderamente alguna posibilidad de haceros estremecer.
«Pero cometí el error de confiar en mi detestable memoria, y lo
lamento profundamente. En fin, mal o bien, he aquí la aventura, y el
desenlace os ha de probar que hoy, 15 de agosto, es un hecho
totalmente consumado.
«El Sr. de S... (nombre histórico llevado aún hoy con honor) era
oficial durante el Directorio. Por placer, o por las necesidades de su
servicio, él viajaba a Italia.
«En uno de nuestros Departamentos del Centro, fue sorprendido
por la noche y se sintió feliz en encontrar un alojamiento bajo el
tejado de una especie de cabaña de aspecto sospechoso, donde se le
ofreció una mala cena y un camastro en un desván.
«Habituado a la vida de aventuras y al duro oficio de la guerra, el
Sr. de S... comió con buen apetito, se acostó sin murmurar y durmió
profundamente.
«Su sueño fue perturbado por una temible aparición. Vio a un
espectro levantarse en la sombra, caminar a pasos pesados hacia su
camastro y detenerse a la altura de su cabecera. Era un hombre de
unos cincuenta años, cuyos cabellos encanecidos y erizados estaban
rojos de sangre; tenía el pecho desnudo, y su garganta –con arrugas–
estaba cortada con heridas abiertas. Permaneció un momento en
silencio, fijando sus ojos negros y profundos sobre el viajero
adormecido; después su pálida figura se animó, sus pupilas brillaron
como dos
carbones ardientes; pareció hacer un violento esfuerzo y, con una
voz sorda y temblorosa, pronunció estas extrañas palabras:
«–Te conozco: tú eres un soldado como yo y como yo un hombre
de coraje, incapaz de faltar a su palabra. Vengo a pedirte un servicio
que otros me han prometido y que no han cumplido. Hace tres
semanas que he sido asesinado; el hospedero de esta casa, ayudado
por su mujer, me sorprendieron durante el sueño y me cortaron la
garganta. Mi cadáver está escondido bajo un montón de basura, en el
fondo del corral a la derecha. Ve a buscar mañana a la autoridad del
lugar, trae a dos gendarmes y hazme enterrar. El hospedero y su
mujer se delatarán a sí mismos y tú los entregarás a la justicia.
Adiós; cuento con tu piedad; no olvides el ruego de un viejo
compañero de armas.
«Al despertarse, el Sr. de S... se acordó del sueño. Con la cabeza
apoyada sobre el codo, se puso a meditar; su emoción estaba viva,
pero se disipó ante las primeras claridades del día y, como Atalía,
dijo:
¡Un sueño! ¿Debería inquietarme por un sueño?
Él contradijo a su corazón y, no escuchando más que a su razón,
cerró su valija y continuó de viaje.
«A la tarde llegó a su nueva etapa y se detuvo para pasar la noche
en un albergue. Pero apenas había cerrado los ojos, el espectro se le
apareció por segunda vez, triste y casi amenazante.
«–Me sorprendo y me aflijo –dijo el fantasma– al ver a un
hombre como tú perjurar y faltar a su deber. Esperaba más de tu
lealtad. Mi cuerpo está sin sepultura, mis asesinos viven en paz.
Amigo, mi venganza está en tus manos; en nombre del honor, te
intimo a volver sobre tus pasos.
«El Sr. de S... pasó el resto de la noche en una gran agitación; a la
mañana siguiente, tuvo vergüenza de su pavor y continuó de viaje.
«A la noche, tercera parada: tercera aparición. Esta vez el
fantasma se encontraba más lívido y más terrible; estaba con una
sonrisa amarga en sus labios blancos; y habló con una voz ruda:
«–Parece que te he juzgado mal: parece que tu corazón, como el
de los otros, es insensible a los ruegos de los desafortunados. Por
última vez vengo a invocar tu ayuda y hacer un llamado a tu
generosidad. Vuelve a X..., véngame o sé maldito.
«Esta vez, el Sr. de S... no deliberó más: volvió al albergue
sospechoso donde había pasado la primera de esas noches lúgubres.
Fue a la casa del magistrado y pidió dos gendarmes. A su vista y a la
vista de
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los dos gendarmes, los asesinos se pusieron pálidos y confesaron su
crimen, como si una fuerza superior les hubiera arrancado esta
confesión fatal.
«El proceso fue preparado rápidamente y ellos fueron condenados
a muerte. En cuanto al pobre oficial, cuyo cadáver fue encontrado
bajo el montón de basura, en el fondo del corral a la derecha, fue
enterrado en tierra santa, y los sacerdotes oraron por el reposo de su
alma.
«Al haber cumplido su misión, el Sr. de S... se apresuró a dejar el
país y se dirigió a los Alpes sin mirar hacia atrás.
«La primera vez que reposó en una cama, el fantasma se levantó
nuevamente en la sombra, no más feroz e irritado, sino dulce y
benevolente.
«–Gracias, dijo él, gracias hermano. Deseo reconocer el servicio
que me has prestado: me mostraré a ti una vez más, una sola; dos
horas antes de tu muerte, vendré a avisarte. Adiós.
«El Sr. de S... tenía por entonces alrededor de treinta años; durante
treinta años ninguna visión vino a perturbar la quietud de su vida.
Pero el 14 de agosto de 182..., en vísperas del cumpleaños de
Napoleón, el Sr. de S... –que había permanecido fiel al partido
bonapartista– reunió en una gran cena a una veintena de antiguos
soldados del Imperio. La fiesta había sido muy alegre; el anfitrión,
aunque envejecido, estaba vigoroso y con buena salud. Estaban en el
salón y tomaban café.
«El Sr. de S... tuvo deseos de aspirar una pizca de rapé y percibió
que se había olvidado la tabaquera en su cuarto. Tenía el hábito de
servirse él mismo; por un momento dejó a sus huéspedes y subió al
primer piso de su casa, donde se encontraba su dormitorio.
«Él no había llevado luz.
«Cuando entró en un largo pasillo que conducía a su cuarto, de
repente se detuvo y fue forzado a apoyarse sobre la pared. Delante
de él, en la extremidad de la galería, estaba el fantasma del hombre
asesinado; el fantasma no pronunció ninguna palabra, ni gesto
alguno y, después de un segundo, desapareció.
«Era el aviso prometido.
«El Sr. de S..., que tenía el alma resistente, después de un
momento de desfallecimiento, recobró su coraje y su sangre fría,
caminó hacia el cuarto, tomó allí su tabaquera y bajó al salón.
«Cuando allí entró, ninguna señal de emoción apareció en su
rostro. Se mezcló en la conversación y, durante una hora, mostró
todo su espíritu y toda su jovialidad habituales.
«A medianoche los invitados se retiraron. Entonces se sentó y
pasó tres cuartos de hora en recogimiento; después, habiendo puesto
en orden sus negocios, a pesar de no sentir ningún malestar, volvió a
su dormitorio.
«Cuando abrió la puerta, un tiro lo tendió muerto, justo dos horas
después de la aparición del fantasma.
«La bala que le despedazó el cráneo estaba destinada a su
empleado.
HENRI D'AUDIGIER»
El autor del artículo ha querido, a toda costa, cumplir la promesa
que había hecho al periódico, de narrar algo emocionante y, para
este fin, ¿extrajo de su fecunda imaginación la anécdota que relata, o
realmente ella es verdadera? Es lo que nosotros no sabríamos
afirmar. Además, esto no es lo más importante; real o supuesta, lo
esencial es saber si el hecho es posible. ¡Pues bien! No vacilamos en
decir: Sí, los avisos del Más Allá son posibles, y numerosos
ejemplos –cuya autenticidad no podría ser puesta en duda– están ahí
para atestiguarlo. Por lo tanto, si la anécdota del Sr. Henri d'Audigier
es apócrifa, muchas otras del mismo género no lo son, e incluso
diremos que ésta no ofrece nada que no sea bastante común. La
aparición ha tenido lugar en sueño, circunstancia muy vulgar,
mientras que lo notorio es que pueden producirse a la vista durante
el estado de vigilia. El aviso del instante de la muerte tampoco es
insólito, pero los hechos de ese género son mucho más raros, porque
la Providencia –en su sabiduría– nos oculta ese momento fatal. Por
lo tanto, sólo excepcionalmente es que puede sernos revelado y por
motivos que nos son desconocidos. He aquí otro ejemplo más
reciente, y menos dramático, es verdad, pero cuya exactitud
podemos garantizar.
El Sr. Watbled, negociante, presidente del tribunal de comercio de
Boulogne, falleció el pasado 12 de julio en las siguientes
circunstancias: Su mujer, desencarnada desde hacía doce años y
cuya muerte le causaba un incesante pesar, le apareció durante dos
noches consecutivas en los primeros días de junio, y le dijo: «Dios
ha tenido piedad de nuestras penas y ha querido que pronto estemos
reunidos». Ella agregó que el 12 de julio siguiente era el día
marcado para esta reunión, y que en consecuencia él debía
prepararse. En efecto, desde ese momento se operó en él un cambio
notable: se debilitaba a cada día; luego cayó en cama y, sin
sufrimiento alguno –en el día marcado– dio el último suspiro entre
los brazos de sus amigos.
El hecho en sí mismo no es discutible; los escépticos sólo pueden
argumentar sobre la causa, a la que ellos no dejarán de atribuir a la
imaginación. Se sabe que semejantes predicciones, realizadas por
echadores de la buenaventura, han sido seguidas por un desenlace
fatal; en este caso, se comprende que al estar la imaginación
impresionada con esta idea, los órganos puedan sufrir una alteración
radical: más de una vez el miedo a morir ha causado la muerte; pero
aquí las circunstancias no son más las mismas. Aquellos que se han profundizado en los fenómenos del Espiritismo pueden
perfectamente darse cuenta del hecho; en cuanto a los escépticos, no
tienen más que un argumento: «No creo, luego no existe».
Interrogados al respecto, los Espíritus han respondido: «Dios ha
elegido a este hombre que era conocido por todos, a fin de que este
acontecimiento se extendiera a lo lejos y llevase a reflexionar». –Los
incrédulos piden pruebas sin cesar; Dios las da a cada instante a
través de los fenómenos que surgen por todas partes; pero a ellos se
aplican estas palabras: «Tienen ojos y no ven; tienen oídos y no
oyen».
De Saint-Foy, en su Histoire de l'ordre du Saint-Esprit, edición
de 1778, cita el siguiente pasaje extraído de una compilación escrita
por el marqués Christophe Juvénal des Ursins, teniente general del
gobierno de París, hacia fines del año 1572, e impresa en 1601.
«El 31 de agosto (1572) –ocho días después de la matanza de la
Noche de san Bartolomé– yo había cenado en el Louvre, en lo de la
señora de Fiesques. El calor había sido muy grande durante toda la
jornada. Fuimos a sentarnos bajo la pequeña parra al lado del río
para respirar el aire fresco; de repente escuchamos en el aire un
ruido horrible de voces tumultuosas y de gemidos mezclados con
gritos de rabia y de furor; quedamos inmóviles, sobrecogidos de
temor, mirándonos de vez en cuando sin tener fuerzas para hablar.
Este ruido duró –creo– cerca de media hora. Es verdad que el rey
(Carlos IX) lo escuchó, que quedó espantado y que no durmió
durante todo el resto de la noche; sin embargo, no dijo nada al día
siguiente, pero se notó que tenía un aire sombrío, pensativo y
perturbado.
«Si algún prodigio no debe encontrar incrédulos es éste, siendo
atestiguado por Enrique IV. Este príncipe –dice d'Aubigné, en su
libro I, cap. 6, pág. 561– nos ha relatado varias veces, entre sus
familiares y cortesanos más cercanos (y tengo varios testigos de que
él jamás nos lo ha contado sin sentirse sobrecogido de espanto), que
ocho días después de la matanza de la Noche de san Bartolomé, una
gran multitud de cuervos llegó a posarse y a graznar sobre el
pabellón del Louvre; que la misma noche Carlos IX, dos horas
después de haberse acostado, saltó de su cama, hizo levantar a los de
su cuarto y los mandó salir a la búsqueda porque escuchaba en el
aire un gran ruido de voces gimiendo, en todo semejante a lo que se
escuchó en la noche de la matanza; que todos esos diferentes gritos eran tan impresionantes, tan marcados y tan claramente
articulados, que Carlos IX, creyendo que los enemigos de los
Montmorency y de sus partidarios los habían sorprendido y los
atacaban, envió un destacamento de sus guardias para impedir esa
nueva matanza; sus guardias informaron que París estaba tranquila,
y que todo ese ruido que se escuchaba estaba en el aire.»
Nota – El hecho referido por De Saint-Foy y por Juvénal des
Ursins tiene mucha analogía con la historia del aparecido de
mademoiselle Clairon, relatado en nuestro número del mes de
febrero, con la diferencia de que en este caso un solo Espíritu se
manifestó durante dos años y medio, mientras que después de la
Noche de san Bartolomé parecía haber una innumerable cantidad de
Espíritus que hicieron resonar el aire durante algunos instantes
solamente. Además, estos dos fenómenos tienen evidentemente el
mismo principio que los otros hechos contemporáneos de la misma
naturaleza que hemos relatado, y no difieren de los mismos sino por
el detalle de la forma. Varios Espíritus interrogados sobre la causa
de esta manifestación han respondido que era una punición de
Dios, cosa fácil de concebir.
Según el Courrier des États-Unis (Correo de los Estados
Unidos), varios periódicos han relatado el siguiente hecho, que nos
ha parecido que pudiese proporcionar el tema para un
interesante estudio:
«Una familia alemana de Baltimore –dice el Courrier des ÉtatsUnis–
acaba de ser vivamente emocionada por un caso singular de
muerte aparente. La señora Schwabenhaus, enferma desde hacía
mucho tiempo, parecía haber dado el último suspiro en la noche del
lunes para el martes. Las personas que la cuidaban pudieron
observar en ella todos los síntomas de la muerte: su cuerpo estaba
helado, sus miembros rígidos. Después de haber rendido al cadáver
las honras fúnebres, y cuando en la cámara mortuoria todo estaba
listo para el entierro, los asistentes fueron a reposar. El Sr.
Schwabenhaus, exhausto de fatiga, pronto los siguió. Estaba
entregado a un sueño agitado cuando, hacia las seis horas de la
mañana, la voz de su mujer llegó a sus oídos. En principio creyó ser
víctima de un sueño; pero su nombre, repetido varias veces, luego
no le dejó ninguna duda, y se precipitó hacia el cuarto de su mujer.
Aquella que había dejado por muerta estaba sentada en su cama, pareciendo gozar de todas sus facultades y más fuerte que nunca,
desde el comienzo de su enfermedad.
«La señora Schwabenhaus pidió agua, después deseó tomar té y
vino. Rogó a su marido para que hiciera dormir a su hijo que lloraba
en el cuarto vecino. Pero él estaba demasiado emocionado para esto,
y corrió a despertar a todos en la casa. La enferma recibió sonriendo
a sus amigos, a sus domésticos, que temblando se acercaban a su
cama. Ella no parecía sorprendida con los preparativos funerarios
que saltaban a la vista: «Sé que vosotros me creíais muerta –dijo
ella; sin embargo, no estaba más que dormida. Pero durante ese
tiempo mi alma se dirigió hacia las regiones celestiales; un ángel
vino a buscarme y atravesamos el espacio en algunos instantes. Este
ángel que me conducía era la pequeña hija que perdimos el año
pasado... ¡Oh! Pronto iré a reunirme con ella... Ahora que he gozado
las alegrías del Cielo, no quería más vivir aquí abajo. He pedido al
ángel para una vez más venir a abrazar a mi marido y a mis hijos;
pero pronto volverá a buscarme.»
«A las ocho horas, después de haberse tiernamente despedido de
su marido, de sus hijos y de una multitud de personas que la
rodeaban, la señora Schwabenhaus expiró realmente de esta vez,
como fue constatado por los médicos, de manera a no dejar ninguna
duda.
«Esta escena conmovió vivamente a los habitantes de Baltimore».
Al haber sido evocada la señora Schwabenhaus, Espíritu, en la
sesión del 27 de abril último en la Sociedad Parisiense de Estudios
Espíritas, establecimos con ella la siguiente conversación.
1. Con el objetivo de instruirnos, desearíamos dirigiros algunas
preguntas concernientes a vuestra muerte; ¿tendríais la bondad de
respondernos? –Resp. ¿Cómo no lo haría, si ahora es que comienzo
a tomar contacto con las verdades eternas, y sé de la necesidad que
de eso tenéis?
2. ¿Recordáis la circunstancia particular que ha precedido a
vuestra muerte? –Resp. Sí, ese momento ha sido el más feliz de mi
existencia terrestre.
3. Durante vuestra muerte aparente, ¿escuchabais lo que sucedía a
vuestro alrededor y veíais los preparativos de vuestros funerales? –
Resp. Mi alma estaba demasiado preocupada con su felicidad
próxima.
Nota – Se sabe que generalmente los letárgicos ven y escuchan lo
que sucede a su alrededor y conservan al despertar el recuerdo de
ello. El hecho que relatamos ofrece la particularidad que el sueño
letárgico estaba acompañado de éxtasis, circunstancia que explica el
por qué la atención de la enferma fue desviada.
4. ¿Teníais la conciencia de no estar muerta? –Resp. Sí, pero esto
me era más bien penoso.
5. ¿Podríais decirnos la diferencia que hacéis entre el sueño
natural y el sueño letárgico? –Resp. El sueño natural es el reposo del
cuerpo; el sueño letárgico es la exaltación del alma.
6. ¿Sufríais durante vuestro letargo? –Resp. No.
7. ¿Cómo se operó vuestro retorno a la vida? –Resp. Dios permitió
que yo volviese para consolar a los corazones afligidos que me
rodeaban.
8. Desearíamos una explicación más material. –Resp. Lo que
vosotros llamáis periespíritu animaba todavía mi envoltura terrestre.
9. ¿Cómo fue que no os sorprendisteis al despertaros entre los
preparativos que se hacían para vuestro entierro? –Resp. Yo sabía
que iba a morir, todas esas cosas me importaban poco, ya que había
vislumbrado la felicidad de los elegidos.
10. Al volver en sí, ¿quedasteis satisfecha con vuestro retorno a la
vida? –Resp. Sí, para consolar.
11. ¿Dónde habéis estado durante vuestro sueño letárgico? –Resp.
No puedo deciros toda la felicidad que he vivido: el vocabulario
humano no expresa estas cosas.
12. ¿Os sentíais todavía en la Tierra o en el espacio? –Resp. En
los espacios.
13. Habéis dicho, al volver en sí, que vuestra pequeña hija que
desencarnó el año pasado había venido a buscaros; ¿es verdad? –
Resp. Sí, es un Espíritu puro.
Nota – En las respuestas de la madre, todo revela a un Espíritu
elevado; por lo tanto, no hay nada de sorprendente que un Espíritu
aún más elevado esté unido al suyo por simpatía. Sin embargo, es
necesario no tomar al pie de la letra la calificación de Espíritu Puro
que los Espíritus se dan a veces entre ellos.
Se sabe que es preciso
entender por esto a los del orden más elevado, a aquellos que
estando completamente desmaterializados y depurados no están más
sujetos a la reencarnación; son los ángeles que disfrutan la vida
eterna. Ahora bien, los que no han alcanzado un grado suficiente no
comprenden todavía ese estado supremo; por lo tanto, pueden
emplear el término Espíritu Puro para designar una superioridad
relativa, pero no absoluta. Tenemos numerosos ejemplos de esto, y
la señora Schwabenhaus nos parece estar en este caso. Los Espíritus
burlones también se atribuyen a veces la cualidad de Espíritus puros
para inspirar más confianza en las personas que quieren engañar, y
que no tienen la suficiente perspicacia para juzgarlos por su
lenguaje, el cual siempre delata su inferioridad.
14. ¿Qué edad tenía vuestra hija cuando desencarnó? –Resp. Siete
años.
15. ¿Cómo la habéis reconocido? –Resp. Los Espíritus superiores
se reconocen más rápidamente.
16. ¿La habéis reconocido bajo alguna forma? –Resp. Sólo la he
visto como Espíritu.
17. ¿Qué os decía ella? –Resp. «Ven, sígueme hacia lo Eterno».
18. ¿Habéis visto a otros Espíritus además que al de vuestra hija? –Resp. He visto a una gran cantidad de otros Espíritus, pero la voz
de mi hija y la felicidad que yo presentía eran mis únicas
preocupaciones.
19. Durante vuestro retorno a la vida, habéis dicho que pronto
iríais a reuniros con vuestra hija; ¿teníais entonces conciencia de
vuestra muerte próxima? –Resp. Era para mí una feliz esperanza.
20. ¿Cómo lo sabíais? –Resp. ¿Quién no sabe que es preciso
morir? Mi enfermedad bien me lo decía.
21. ¿Cuál era la causa de vuestra enfermedad? –Resp. Los
disgustos.
22. ¿Qué edad teníais? –Resp. Cuarenta y ocho años.
23. Al dejar definitivamente la existencia, ¿tuvisteis de inmediato
conciencia nítida y lúcida de vuestra nueva situación? –Resp. La he
tenido en el momento de mi letargo.
24. ¿Habéis sentido la turbación que comúnmente acompaña al
retorno a la vida espírita? –Resp. No, he estado deslumbrada, pero
no turbada.
Nota – Se sabe que la turbación que sigue a la muerte es un tanto menor y más corta cuanto más depurado esté el Espíritu durante la vida. El éxtasis que ha precedido a la muerte de esta mujer era, además, un primer desprendimiento del alma de los lazos terrestres.
25. Después de vuestra muerte, ¿habéis vuelto a ver a vuestra hija? –Resp. Estoy frecuentemente con ella.
26. ¿Estáis reunida a ella para toda la eternidad? –Resp. No, pero sé que después de mis últimas encarnaciones estaré en la morada
donde habitan los Espíritus puros.
27. Entonces ¿vuestras pruebas no han finalizado? –Resp. No,
pero ahora serán felices; no me queda más que esperar, y la esperanza es casi la felicidad.
28. ¿Vuestra hija había vivido en otros cuerpos antes de aquel con el cual era hija vuestra? –Resp. Sí, en muchos otros.
29. ¿Bajo qué forma estáis entre nosotros? –Resp. Bajo mi última forma de mujer.
30. ¿Nos veis tan claramente como si estuvieseis encarnada? –
Resp. Sí.
31. Puesto que estáis aquí bajo la forma que teníais en la Tierra, ¿es por los ojos que nos veis? –Resp. Claro que no; el Espíritu no tiene ojos; solamente estoy bajo mi última forma para satisfacer a las
leyes que rigen a los Espíritus cuando son evocados y obligados a retomar lo que vosotros llamáis periespíritu.
32. ¿Podéis leer nuestros pensamientos? –Resp. Sí, puedo: leeré si vuestros pensamientos son buenos.
33. Os agradecemos las explicaciones que habéis tenido a bien
darnos; en la sabiduría de vuestras respuestas reconocemos que sois un Espíritu elevado, y esperamos que habréis de gozar la felicidad que merecéis. –Resp. Estoy feliz en contribuir para vuestra obra; morir es una alegría cuando se puede ayudar al progreso como yo puedo hacerlo.
El Sr. M... había comprado en una quincallería una medalla que le
pareció notable por su singularidad. Era del tamaño de un escudo de
seis libras. Su aspecto era plateado, aunque un poco plomizo. En las
dos caras estaba grabada en bajo relieve una multitud de signos,
entre los cuales se destacan planetas, círculos entrelazados, un
triángulo, palabras ininteligibles, e iniciales en caracteres vulgares;
después otros caracteres raros, teniendo algo de árabe, todo
dispuesto de una manera cabalística en el género de los libros de
magia.
Al haber interrogado a la señorita J... –médium sonámbula– sobre
esta medalla, le fue respondido al Sr. M... que estaba compuesta de
siete metales, que había pertenecido a Cazotte y que tenía un poder
particular para atraer a los Espíritus y facilitar las evocaciones. El
Sr. de Codemberg, autor de una serie de comunicaciones que
obtuvo como médium, dice él, de la virgen María, le dijo que era
una cosa mala, propia para atraer a los demonios. La señorita de
Guldenstubbe, médium, hermana del barón de Guldenstubbe –autor
de una obra sobre pneumatografía o escritura directa– le dijo que
la medalla tenía una virtud magnética y que podía provocar el
sonambulismo.
Poco satisfecho con estas respuestas contradictorias, el Sr. M...
nos presentó esta medalla, pidiendo al respecto nuestra opinión
personal e igualmente solicitándonos para que interrogásemos a un
Espíritu superior sobre su real valor
desde el punto de vista de la influencia que la misma pueda tener.
He aquí nuestra respuesta:
Los Espíritus son atraídos o rechazados por el pensamiento y no
por objetos materiales, que ningún poder tienen sobre ellos. En
todos los tiempos los Espíritus superiores han condenado el empleo
de signos y de formas cabalísticas, y todo Espíritu que les atribuya
una virtud cualquiera o que pretenda dar talismanes que tengan
relación con libros de magia, revela por esto mismo su inferioridad,
ya sea obrando de buena fe o por ignorancia, como consecuencia de
antiguos prejuicios terrestres de los cuales está imbuido, o ya sea
porque concientemente quiera divertirse con la credulidad, como
Espíritu burlón. Los signos cabalísticos, que no son más que pura
fantasía, son símbolos que recuerdan las creencias supersticiosas en
virtud de ciertas cosas, como números, planetas y su concordancia
con los metales, creencias nacidas en los tiempos de ignorancia, y
que reposan sobre errores manifiestos a los que la Ciencia ha hecho
justicia mostrando lo que eran esos pretendidos siete planetas, los
siete metales, etc. La forma mística e ininteligible de estos
emblemas tenía por objetivo imponerlos al vulgo, dispuesto a ver lo
maravilloso en aquello que no comprendía. Cualquiera que ha
estudiado la naturaleza de los Espíritus no puede racionalmente
admitir sobre ellos la influencia de formas convencionales, ni de
substancias mezcladas en ciertas proporciones: eso sería renovar las
prácticas de la caldera de los hechiceros, de los gatos negros, de las
gallinas negras y de otros sortilegios. No sucede lo mismo con un
objeto magnetizado que –como se sabe– tiene el poder de provocar
el sonambulismo o ciertos fenómenos nerviosos sobre el organismo;
pero entonces la virtud de este objeto reside únicamente en el fluido
del cual está momentáneamente impregnado y que se transmite así
por vía mediata, y no en su forma, en su color, ni sobre todo en los
signos con los cuales pueda estar abarrotado.
Un Espíritu puede decir: «Trazad tal signo, y por este signo yo
reconoceré que me llamáis, y vendré»; pero en este caso el signo
trazado no es más que la expresión del pensamiento; es una
evocación traducida de una manera material; ahora bien, los
Espíritus, cualquiera que sea su naturaleza, no tienen necesidad de
semejantes medios para comunicarse; los Espíritus superiores
jamás los emplean; los Espíritus inferiores pueden hacerlo con la
finalidad de fascinar la imaginación de las personas crédulas que
quieren tener bajo su dependencia. Regla general: Para los Espíritus
superiores, la forma no es nada, el pensamiento lo es todo; todo
Espíritu que atribuya más importancia a la forma que al fondo es
inferior, y no merece ninguna confianza, aunque incluso diga de vez
en cuando algunas cosas buenas; porque esas cosas buenas son
frecuentemente un medio de seducción.
En general, tal era nuestro pensamiento con respecto a los
talismanes, como medios de relación con los Espíritus. Innecesario
decir que él igualmente se aplica a los que la superstición emplea
como protección contra enfermedades o accidentes.
No obstante, para la edificación del poseedor de la medalla y a fin
de profundizar mejor la cuestión, en la sesión de la Sociedad del 17
de julio de 1858 solicitamos al Espíritu san Luis –que consiente en
comunicarse con nosotros todas las veces que se trate de nuestra
instrucción– para darnos su opinión al respecto. Al ser interrogado
sobre el valor de esta medalla, he aquí cuál ha sido su respuesta:
«Hacéis bien en no admitir que los objetos materiales puedan
tener cualquier virtud sobre las manifestaciones, ya sea para
provocarlas o para impedirlas. Bastante a menudo hemos dicho que las manifestaciones eran espontáneas y que, por lo demás, nunca
nos rehusamos a responder a vuestro llamado. ¿Por qué pensáis que
podríamos estar obligados a obedecer a una cosa fabricada por los
humanos?
Preg. –¿Con qué objetivo ha sido hecha esta medalla? Resp. –Con
el objetivo de llamar la atención de las personas que consientan en
creer en la misma; pero no ha podido ser hecha sino por los
magnetizadores, con la intención de magnetizarla para adormecer a
un sensitivo. Las signos no son más que cosas de fantasía.
Preg. –Se dice que ella había pertenecido a Cazotte; ¿podríamos
evocarlo para tener algunas informaciones de él en este aspecto?
Resp. –No es necesario; ocupaos preferiblemente de cosas más
serias.»
Hacía siete u ocho meses que Louis G..., oficial zapatero, era
novio de la señorita Victorine R..., costurera de calzados, con la cual
debía casarse muy próximamente, puesto que las proclamas estaban
en curso de publicación. En este estado de cosas, los jóvenes se
consideraban casi definitivamente unidos y, por medida de
economía, el zapatero iba todos los días a comer a la casa de su
futura esposa.
El miércoles último, en que Louis fue –como de costumbre– a
cenar a la casa de la costurera de calzados, sobrevino un discusión a
causa de una futilidad; ambos se obstinaron de tal modo y las cosas llegaron a tal punto que
Louis se levantó de la mesa y partió jurando nunca más volver.
Sin embargo, al día siguiente el zapatero, avergonzado, acabó por
ceder y fue a pedir perdón: como se sabe, la noche es buena
consejera; pero la costurera, quizá prejuzgando –según la escena de
víspera– lo que podría sobrevenir cuando ya no hubiese más tiempo
para desdecirse, rehusó reconciliarse, y ni las justificativas, ni las
lágrimas, ni la desesperación, nada pudo doblegarla. Entretanto,
anteayer por la noche, como varios días habían transcurrido desde la
desavenencia, Louis, esperando que su amada estuviera más tratable,
quiso intentar una última aproximación: por lo tanto, llegó y golpeó
de modo de hacerse conocer, pero ella se negó a abrirle; entonces,
nuevas súplicas fueron dadas por parte del pobre desahuciado,
nuevas justificativas a través de la puerta, pero nada pudo conmover
a la implacable prometida. «¡Adiós, entonces, malvada! –exclamó
finalmente el pobre muchacho–, ¡adiós para siempre! ¡Procurad
encontrar un marido que os ame tanto como yo!» Al mismo tiempo
la joven oyó una especie de gemido ahogado, y luego como el ruido
de un cuerpo que cae deslizándose a lo largo de su puerta, quedando
todo en silencio; entonces, ella imaginó que Louis se había sentado
en el umbral de la puerta, esperando que saliera, pero ella se propuso
no poner un pie afuera hasta que él se marchara.
Transcurrido apenas un cuarto de hora de lo acontecido, un
inquilino que pasaba con luz por el descansillo de la escalera lanzó
una exclamación y pidió socorro. Inmediatamente los vecinos
llegaron, y la Srta. Victorine –habiendo igualmente abierto su
puerta– dio un grito de horror al ver tendido en el suelo a su
prometido, pálido e inanimado. Todos se apresuraron por socorrerlo,
llamaron a un médico, pero pronto se apercibieron que todo era
inútil, pues había fallecido. El desdichado joven había hundido su
cuchilla de zapatero en la región del corazón, y el hierro había
quedado en la herida.
Este hecho, que encontramos en Le Siècle (El Siglo) del 7 de abril
último, ha sugerido la idea de hacerle a un Espíritu superior algunas
preguntas sobre sus consecuencias morales. Helas aquí, así como sus
respuestas que fueron dadas por el Espíritu san Luis en la sesión de
la Sociedad del 10 de agosto de 1858.
1. La joven, causa involuntaria de la muerte de su novio, ¿tiene
responsabilidad de lo sucedido? –Resp. Sí, porque ella no lo amaba.
2. Para prevenir esta desgracia, ¿debería desposarlo a pesar de no
quererlo? –Resp. Ella buscaba una ocasión para separarse de él; hizo
al comienzo lo que hubiera hecho más tarde.
3. ¿Entonces su culpabilidad consiste en haber alentado en él
sentimientos que ella no correspondía, sentimientos que han sido la
causa de la muerte del joven? –Resp. Sí, así es.
4. En este caso, su responsabilidad debe ser proporcional a su
falta; ésta no debe ser tan grande como si hubiera provocado
voluntariamente la muerte. –Resp. Eso salta a la vista.
5. El suicidio de Louis, ¿encuentra una excusa en el desvarío al
que lo llevó la obstinación de Victorine? –Resp. Sí, porque su
suicidio, que provino del amor, es menos criminal a los ojos de Dios
que el suicidio del hombre que quiere librarse de la vida por un
motivo de cobardía.
Nota – Al decir que este suicidio es menos criminal a los ojos de
Dios, significa evidentemente que hay criminalidad, aunque menor.
La falta consiste en la debilidad que él no supo vencer. Sin duda,
ésta era una prueba bajo la cual sucumbió; ahora bien, los Espíritus
nos enseñan que el mérito consiste en luchar victoriosamente contra
las pruebas de toda especie, que son la propia esencia de nuestra
vida terrestre.
En otra oportunidad, al haber sido evocado el Espíritu Louis G...,
se le dirigieron las siguientes preguntas:
1. ¿Qué pensáis de la acción que habéis cometido? –Resp.
Victorine es un ingrata; hice mal en matarme por su causa, porque
ella no lo merecía.
2. ¿Ella, pues, no os amaba? –Resp. No; al principio creyó que sí;
se hizo esa ilusión; la escena que le hice le abrió los ojos; entonces
se puso contenta con ese pretexto para desembarazarse de mí.
3. Y vos, ¿la amabais sinceramente? –Resp. Yo tenía pasión por
ella; eso es todo –creo; si la hubiera amado con un amor puro, no
habría querido causarle pena.
4. Si ella hubiese sabido que queríais realmente mataros, ¿habría
persistido en su negativa? –Resp. No sé; no lo creo, porque ella no
es mala; pero hubiera sido infeliz; para ella aun es mejor que las
cosas hayan sucedido así.
5. Al llegar a su puerta ¿teníais la intención de mataros en caso de
negativa? –Resp. No; ni lo pensaba; no creía que fuese tan
obstinada; sucedió que, cuando vi su obstinación, un vértigo me
dominó.
6. Parecéis no lamentar vuestro suicidio sino porque Victorine no
lo merecía; ¿es éste el único sentimiento que tenéis? –Resp. En este
momento, sí; estoy aún completamente turbado; me parece estar a su
puerta; pero siento otra cosa que no puedo definir.
7. ¿Lo comprenderéis más adelante? –Resp. Sí, cuando salga de
esta turbación... Está mal lo que hice; yo debía haberla dejado
tranquila... Fui débil y sufro las consecuencias... Ya veis, la pasión
ciega al hombre y le hace cometer tantas tonterías. Las comprende cuando ya no hay
más tiempo.
8. Decís que sufrís las consecuencias; ¿cuál la pena que sufrís? –
Resp. Hice mal en abreviar mi vida; no debía haberlo hecho; tendría
que haber soportado todo en vez de terminar antes de tiempo; y
además, soy desgraciado, sufro; siempre es ella la que me hace
sufrir; me parece estar aún allí, a su puerta. ¡Ingrata! No me habléis
más de ella, no quiero recordarla: esto me hace muy mal.
Adiós
Uno de nuestros suscriptores nos escribe lo siguiente sobre el
dibujo que hemos publicado en nuestro último número:
«En la página 231 el autor del artículo dice: La clave de sol está allí
frecuentemente repetida y, cosa singular, nunca la clave de fa. Parecería que
los ojos del médium no habrían percibido todos los detalles del rico dibujo que
su mano ha ejecutado, porque un músico nos asegura que es fácil reconocer –
derecha e invertida– la clave de fa en la ornamentación de la base del edificio,
en el medio del cual se sumerge la parte inferior del arco de violín, así como
en la prolongación de esta ornamentación a la izquierda de la punta de la
tiorba.
Además, el mismo músico supone que la forma antigua de la clave de
do aparece también en las losas que están próximas a la escalera de la
derecha».
Nota – Incluimos de buen grado esta observación, porque prueba hasta qué
punto el pensamiento del médium permaneció ajeno a la confección del
dibujo. En efecto, al examinar los detalles de las partes señaladas, se reconoce
en ellas las claves de fa y de do, con las cuales el autor adornó su dibujo sin
percibirlo. Cuando lo vemos trabajando en la obra, fácilmente notamos la
ausencia de cualquier concepción premeditada y de toda voluntad; su mano,
arrastrada por una fuerza oculta, da al lápiz o al buril los movimientos más
irregulares y más contrarios a los preceptos más elementales del arte, yendo
sin cesar con una velocidad inaudita de un extremo al otro de la plancha sin
dejarla, para volver cien veces al mismo punto; todas las partes son así
comenzadas y a la vez continuadas, sin que ninguna quede terminada antes de
comenzar otra. De esto resulta, a primera vista, un conjunto incoherente del
cual no se comprende el fin hasta que está concluido. Estos singulares
movimientos no son para nada propios del Sr. Sardou; nosotros hemos visto a
todos los médiums dibujantes proceder de la misma manera. Conocemos a una
dama, pintora de mérito y profesora de dibujo, que goza de esta facultad.
Cuando ella dibuja como médium, opera –a pesar de sí– contra las reglas y por
un proceder que le sería imposible seguir cuando trabaja bajo su propia
inspiración y en su estado normal. Sus alumnos –nos decía ella– se reirían
mucho si les enseñase a dibujar a la manera de los Espíritus.
ALLAN KARDEC
Octubre
A menudo se ha hablado de los peligros del Espiritismo, y cabe
señalar que los que más reclaman en este aspecto son precisamente
aquellos que sólo lo conocen de nombre. Nosotros ya hemos
refutado los principales argumentos que se le oponen, y por lo tanto
no volveremos a ellos; solamente agregaremos que si se quisiera
proscribir de la sociedad todo lo que puede ofrecer peligro y dar
lugar a abusos, no sabemos lo que quedaría, incluso con las cosas de
primera necesidad, a comenzar por el fuego –causa de tantas
desgracias–, después el ferrocarril, etc., etc. Si se cree que las
ventajas compensan los inconvenientes, lo mismo debe suceder con
todo lo demás; la experiencia indica, poco a poco, las precauciones
que se deben tomar para protegerse del peligro de las cosas que no
se pueden evitar.
En efecto, el Espiritismo presenta un peligro real, pero no es en
absoluto aquel que se supone, y es preciso iniciarse en los principios
de la ciencia para comprenderlo bien. No nos dirigimos a aquellos
que son ajenos al tema, sino a los propios adeptos, a aquellos que lo
practican, porque el peligro es para éstos. Lo importante es que lo
conozcan, a fin de estar de sobre aviso: se sabe que un peligro que es
previsto se puede evitar mejor. Diremos más: aquí, para cualquiera
que esté bien compenetrado en la ciencia, el peligro no existe; sólo
existe para los que creen saber y no saben; es decir, como en todas
las cosas, para aquellos que les falta la experiencia necesaria.
Un deseo muy natural en todos los que comienzan a ocuparse del
Espiritismo es ser médium, pero sobre todo médium psicógrafo. En
efecto, es el género que ofrece más atractivos por la facilidad de las
comunicaciones, y que mejor puede desarrollarse a través del
ejercicio. Se comprende la satisfacción que debe sentir quien, por
primera vez, ve a su propia mano formar letras, después palabras,
después frases en respuesta a su pensamiento.
Esas respuestas que traza maquinalmente sin saber lo que hace, y
que la mayoría de las veces están fuera de todas sus ideas
personales, no le pueden dejar ninguna duda sobre la intervención de
una inteligencia oculta; también su alegría es grande en poder
conversar con los seres del Más Allá, con esos seres misteriosos e
invisibles que pueblan los espacios; sus parientes y amigos no se
encuentran más ausentes; si no los ve con los ojos, no por eso dejan
de estar allí; conversan con él, los ve por el pensamiento; puede
saber si son felices, lo que hacen, lo que desean, intercambiando con
ellos buenas palabras; comprende que su separación no es eterna, y
hace votos para acelerar el instante en que podrá unirse a ellos en un
mundo mejor. Eso no es todo; ¡cuánto puede saber a través de los
Espíritus que se comunican con él! ¿No van ellos a levantar el velo
de todas las cosas? Desde ese momento ya no hay más misterios:
sólo hay que interrogar para conocerlo todo. Ya ve ante sí a la
Antigüedad sacudir el polvo de los tiempos, excavar las ruinas,
interpretar las escrituras simbólicas y hacer revivir a sus ojos los
siglos pasados. Otro, más prosaico y poco preocupado en sondar el
infinito donde su pensamiento se pierde, sueña simplemente en
explotar a los Espíritus para hacer fortuna. Los Espíritus, que deben
ver todo y saber todo, no pueden negarse a hacerle descubrir algún
tesoro escondido o algún secreto maravilloso. Cualquiera que se
tome el trabajo de estudiar la ciencia espírita, jamás se dejará seducir
por esos bellos sueños; sabe a qué atenerse sobre el poder de los
Espíritus, acerca de su naturaleza y sobre el objetivo de las
relaciones que el hombre puede establecer con ellos. Recordemos
primeramente, y en pocas palabras, los puntos principales que nunca
es preciso perder de vista, porque son como la clave de la bóveda del
edificio.
1º) Los Espíritus no son iguales ni en poder, ni en conocimiento,
ni en sabiduría. Al no ser sino las almas humanas despojadas de su
envoltura corporal, presentan una variedad mayor que la que
encontramos entre los hombres en la Tierra, porque vienen de todos
los mundos y porque, entre los mundos, la Tierra no es la más
atrasada ni la más adelantada. Por lo tanto, hay Espíritus muy
superiores y otros muy inferiores; los hay muy buenos y muy malos,
muy sabios y muy ignorantes; existen Espíritus ligeros, maliciosos,
mentirosos, astutos, hipócritas, jocosos, espirituosos, burlones, etc.
2°) Incesantemente estamos rodeados por un enjambre de
Espíritus que, por ser invisibles a nuestros ojos materiales, no por
eso dejan de estar en el espacio, a nuestro alrededor, a nuestro lado,
espiando nuestras acciones, leyendo nuestros pensamientos, unos
para hacernos el bien, otros para hacernos mal, según sean más o
menos buenos.
3°) Por la inferioridad física y moral de nuestro globo en la
jerarquía de
267
los mundos, los Espíritus inferiores son más numerosos que los
Espíritus superiores.
4°) Entre los Espíritus que nos rodean, están los que se vinculan a
nosotros, que actúan más particularmente sobre nuestro
pensamiento, aconsejándonos, y cuyo impulso seguimos sin darnos
cuenta; felices de nosotros si escuchamos solamente la voz de los
que son buenos.
5°) Los Espíritus inferiores sólo se vinculan a aquellos que los
escuchan, junto a los cuales tienen acceso y a los cuales se aferran.
Si consiguen tener dominio sobre alguien, se identifican con su
propio Espíritu, fascinándolo, obsesándolo, subyugándolo y
conduciéndolo como si se tratara de un niño.
6°) La obsesión jamás tiene lugar a no ser por Espíritus inferiores.
Los Espíritus buenos no hacen sentir ningún constreñimiento; ellos
aconsejan, combaten la influencia de los malos, y si no se los
escucha se retiran.
7°) El grado de constreñimiento y la naturaleza de los efectos que
produce, marcan la diferencia entre la obsesión, la subyugación y la
fascinación. La obsesión es la acción casi permanente de un Espíritu extraño,
que hace conque alguien sea solicitado por una necesidad incesante
de obrar en tal o cual sentido y de hacer tal o cual cosa.
La subyugación es una opresión moral que paraliza la voluntad del
que la sufre, y lo impulsa a los actos más irracionales y, a menudo,
más contrarios a sus intereses.
La fascinación es una especie de ilusión producida, ya sea por la
acción directa de un Espíritu extraño o por sus razonamientos
capciosos, ilusión que engaña sobre las cosas morales, falsea el
juicio y hace tomar el mal por el bien.
8°) Por su voluntad el hombre puede siempre sacudir el yugo de
los Espíritus imperfectos, porque, en virtud de su libre albedrío,
puede elegir entre el bien y el mal. Si el constreñimiento ha llegado
al punto de paralizar su voluntad, y si la fascinación es tan grande
que obnubila su juicio, la voluntad de otra persona puede suplirla.
Antiguamente se daba el nombre de posesión al dominio ejercido
por los Espíritus malos, cuando su influencia llegaba hasta la
aberración de las facultades; pero, a menudo, la ignorancia y los
prejuicios han tomado como posesión lo que no era más que el
resultado de un estado patológico. La posesión sería, para nosotros,
sinónimo de subyugación. Si no adoptamos este término es por dos
motivos: el primero, porque implica la creencia en seres creados
para el mal y perpetuamente consagrados al mal, mientras que no
hay sino seres más o menos imperfectos, siendo que todos pueden
mejorarse; el segundo, porque igualmente implica la idea de una
toma de posesión del cuerpo por un Espíritu extraño, una especie de cohabitación, mientras que no hay más que
un constreñimiento. La palabra subyugación expresa perfectamente
el pensamiento. De esta manera, para nosotros, no hay poseídos en
el sentido vulgar de la palabra, sino que hay obsesados, subyugados
y fascinados.
Es por un motivo semejante que no adoptamos la palabra demonio
para designar a los Espíritus imperfectos, aunque frecuentemente
esos Espíritus no valgan más que los llamados demonios; es
únicamente a causa de la idea de especialidad y de perpetuidad que
está ligada a esta palabra. De esta manera, cuando decimos que no
hay demonios, no pretendemos decir que sólo hay Espíritus buenos;
lejos de eso; sabemos pertinentemente que los hay malos y muy
malos, que nos solicitan para el mal, que nos tienden trampas y esto
nada tiene de sorprendente, ya que ellos han sido hombres;
queremos decir que no forman una clase aparte en el orden de la
Creación, y que Dios deja a todas sus criaturas el poder de
mejorarse.
Bien aclarado esto, volvamos a los médiums. En algunos el
progreso es lento, incluso muy lento, y a menudo ponen a una ruda
prueba su paciencia. En otros son rápidos, y en poco tiempo el
médium llega a escribir con tanta facilidad y, a veces, con más
prontitud de lo que lo haría en el estado habitual. Es entonces
cuando puede entusiasmarse, y ahí está el peligro, porque el
entusiasmo lo vuelve débil, y con los Espíritus es preciso ser fuerte.
Decir que el entusiasmo lo vuelve débil parece un paradoja; y, sin
embargo, nada es más cierto. Dirán que el que está entusiasmado
marcha con una convicción y una confianza que le hacen superar
todos los obstáculos; por lo tanto, tiene más fuerza. Sin duda; pero
se entusiasman tanto por lo falso como por lo verdadero; aceptad las
más absurdas ideas del entusiasta y de él haréis todo lo que
quisiereis; por lo tanto, el objeto de su entusiasmo es su punto débil,
y por el cual podréis siempre dominarlo. Al contrario, el hombre frío
e impasible ve las cosas sin encandilarse; calcula, evalúa, examina
con madurez y no se deja seducir por ningún subterfugio: es esto lo
que le da fuerza. Los Espíritus malévolos –que saben eso tan bien o
mejor que nosotros– saben también aprovechar esto para subyugar a
aquellos que quieren tener bajo su dependencia, y la facultad de
escribir como médium les sirve maravillosamente, porque es un
poderoso medio de captar la confianza, y es por eso que no la
desaprovechan si no se sabe ponerse en guardia contra ellos;
felizmente, como veremos más adelante, el mal lleva en sí su propio
remedio.
Ya sea por entusiasmo, por fascinación de los Espíritus o por amor
propio, el médium psicógrafo es generalmente llevado a creer que
los Espíritus que se comunican con él son Espíritus superiores, y
tanto más cuando esos Espíritus, viendo su propensión, no dejan de
adornarse con títulos pomposos, y –si fuere preciso y según las circunstancias– toman nombres de
santos, de sabios, de ángeles, incluso de la virgen María,
desempeñando su papel como comediantes disfrazados con las ropas
de los personajes que representan; sacadles la máscara y se volverán
un don nadie como eran antes; esto es lo que es necesario saber
hacer con los Espíritus como con los hombres.
De la creencia ciega e irreflexiva en la superioridad de los
Espíritus que se comunican, a la confianza en sus palabras, no hay
más que un paso; así también es como entre los hombres. Si
consiguen inspirar esta confianza, la mantienen a través de los
sofismas y de los razonamientos más capciosos, que frecuentemente
son aceptados con los ojos cerrados. Los Espíritus groseros son
menos peligrosos: se los reconoce inmediatamente y no inspiran
sino repugnancia; los que son más temibles, tanto en su mundo
como en el nuestro, son los Espíritus hipócritas: hablan siempre con
dulzura, adulando las inclinaciones; son halagadores, melosos,
pródigos en expresiones de ternura y en demostraciones de
devoción. Es preciso ser verdaderamente fuerte para resistir a
semejantes seducciones. Pero se dirá: ¿dónde está el peligro
con Espíritus impalpables? El peligro está en los consejos
perniciosos que dan bajo la apariencia de benevolencia, en las
actitudes ridículas, intempestivas o funestas que hacen emprender.
Hemos visto a ciertos individuos correr de país en país en busca de
las cosas más fantásticas, con el riesgo de comprometer su salud, su
fortuna y hasta su propia vida. Hemos visto dictar –con todas las
apariencias de seriedad– las cosas más burlescas, las máximas más
extrañas. Como es bueno poner el ejemplo al lado de la teoría,
vamos a relatar la historia de una persona conocida nuestra que
estaba bajo el dominio de una fascinación semejante.
El Sr. F..., joven instruido, de esmerada educación, de un carácter
dúctil y benevolente, pero un poco débil y sin una marcada
resolución, se volvió un hábil médium psicógrafo con mucha
rapidez. Obsesado por el Espíritu que ejercía dominio sobre él y que
no le daba reposo, escribía sin cesar; cuando una pluma o un lápiz
caía en su mano, era tomado por un movimiento convulsivo y se
ponía a llenar páginas enteras en algunos minutos. A falta de
instrumento, hacía el simulacro de escribir con su dedo, en cualquier
parte donde se encontrase: en la calle, en las paredes, en las puertas,
etc. Entre otras cosas que le eran dictadas, estaba ésta: «El hombre
está compuesto de tres cosas: el hombre, el mal Espíritu y el buen
Espíritu. Todos tenéis vuestro mal Espíritu que está ligado al cuerpo
por lazos materiales. Para expulsar al mal Espíritu es preciso quebrar
esos lazos, y para esto es preciso debilitar el cuerpo. Cuando el
cuerpo está suficientemente debilitado, el lazo se rompe, el
mal Espíritu se va, y sólo queda el bueno». Como consecuencia de
esta bella teoría, ellos lo han hecho ayunar durante cinco días
consecutivos y velar a la noche. Cuando estaba extenuado, le
dijeron: «Ahora ya está, el lazo se ha quebrado; tu mal Espíritu ha
partido, sólo quedamos nosotros en quien debes creer sin reservas».
Y él, persuadido que su mal Espíritu había huido, tuvo una fe ciega
en todas sus palabras. La subyugación había llegado a tal punto que
si ellos le hubieran dicho que se tirase al agua o que partiera hacia
las antípodas, él lo hubiera hecho. Cuando querían mandarlo hacer
algo que le repugnaba, se sentía arrastrado por una fuerza invisible.
Damos una muestra de su moral, por la cual podrá juzgarse el resto.
«Para tener las mejores comunicaciones es necesario
primeramente orar y ayunar durante varios días, unos más, otros
menos; este ayuno afloja los lazos que existen entre el yo y un
demonio particular ligado a cada ego humano. Este demonio está
ligado a cada persona por la envoltura que une el cuerpo y el alma.
Esta envoltura, debilitada por la falta de alimentación, permite a los
Espíritus arrancar ese demonio. Entonces, Jesús desciende al
corazón de la persona poseída, en lugar del mal Espíritu. Ese estado
de poseer a Jesús en sí es el único medio de alcanzar toda la verdad
y muchas otras cosas.
«Cuando la persona ha logrado reemplazar al demonio por Jesús,
no tiene todavía la verdad. Para tener la verdad, es preciso creer;
Dios nunca da la verdad a los que dudan: sería hacer algo inútil, y
Dios no hace nada en vano. Como la mayoría de los nuevos
médiums dudan de lo que dicen o escriben, los Espíritus buenos son
forzados –a pesar suyo– por orden formal de Dios, a mentir, y no
tienen más remedio que mentir hasta que el médium esté
convencido; pero cuando él cree firmemente en una de esas
mentiras, enseguida los Espíritus elevados se apresuran a develarle
los secretos del cielo: toda la verdad disipa en un instante esa nube
de errores conque habían sido obligados a cubrir a su protegido.
«Llegado a este punto, el médium no tiene nada más que temer;
los Espíritus buenos jamás lo dejarán. Sin embargo, que él no crea
tener siempre la verdad y nada más que la verdad. Ya sea para
probarlo o para punirlo de sus faltas pasadas, o ya sea para castigarlo
por preguntas egoístas o curiosas, los Espíritus buenos le infligen
correcciones físicas y morales, viniendo a atormentarlo en el
nombre de Dios. Frecuentemente esos Espíritus elevados se
lamentan por la triste misión que cumplen: un padre persigue a su
hijo semanas enteras, un amigo a su amigo, todo para la mayor
felicidad del médium. Entonces, los Espíritus nobles dicen locuras,
blasfemias e incluso torpezas. Es preciso que el médium se
mantenga firme y diga: Vosotros me tentáis; sé que estoy en las manos caritativas de Espíritus afables y
afectuosos; sé que los malos no pueden acercárseme más. Almas
buenas que me atormentáis, no me impediréis creer en lo que me
habíais dicho y en lo que aún me diréis.
«Los católicos expulsan más fácilmente al demonio (este joven
era protestante), porque éste se alejó un instante en el día del
bautismo. Los católicos son juzgados por Cristo, y los otros por
Dios; es mejor ser juzgado por Cristo. Los protestantes cometen un
error en no admitir esto: también es preciso hacerse católico lo más
pronto posible; a la espera de eso, ve a tomar agua bendita: éste será
tu bautismo».
Nota – Al joven en cuestión, estando más tarde curado de la
obsesión de que era objeto –por los medios que relataremos–, le
habíamos pedido que nos escribiese esta historia, dándonos también
el texto de los preceptos que le habían sido dictados. Al
transcribirlos, agregó sobre la copia que nos remitió: Me pregunto si
no ofendo a Dios y a los Espíritus buenos transcribiendo
semejantes tonterías. A esto nosotros le respondimos: No, no
ofendéis a Dios; lejos estáis de eso, puesto que ahora reconocéis la
trampa en la que habíais caído. Si os he pedido la copia de esas
máximas perversas ha sido para reprobarlas como ellas merecen, a
fin de desenmascarar a los Espíritus hipócritas y poner en guarda a
quienquiera que reciba cosas semejantes.
Un día le hicieron escribir: Morirás esta noche; a lo que él
respondió: Estoy cansado de este mundo; que yo muera si es
preciso; pero todo lo que deseo es no sufrir: no pido otra cosa. –A la
noche se durmió creyendo firmemente que no iba a despertarse más
en la Tierra. Al día siguiente estaba bastante sorprendido e incluso
contrariado por estar en su lecho habitual. Durante el día escribió:
«Ahora que has pasado por la prueba de la muerte, que creíste
firmemente que ibas a morir, estás como muerto para nosotros;
podemos decirte toda la verdad: sabrás todo; no hay nada oculto
para nosotros; no habrá nada más oculto para ti. Tú eres Shakespeare
reencarnado. ¿No es Shakespeare la biblia para ti? (El Sr. F... sabía
perfectamente el inglés y se complacía en la lectura de las obras
maestras en este idioma.)
Al día siguiente escribió: Tú eres Satanás. –Esto se está volviendo
muy fuerte, respondió el Sr. F... –¿No has hecho... no has devorado
el Paraíso Perdido? Has aprendido la Fille du diable (La Hija del
diablo), de Béranger; sabías que Satanás habría de convertirse:
¿no lo has creído siempre? ¿No lo has dicho y escrito siempre? Para
convertirse, él se reencarna. –Consiento en haber sido un ángel
rebelde cualquiera; pero, ¡el rey de los ángeles! –Sí, tú eras el ángel
de la soberbia; no eres malo, eres soberbio en tu corazón; es esta
soberbia que es preciso abatir; tú eres el ángel del orgullo, y los
hombres lo llaman Satanás, ¡qué importa el nombre! Fuiste el
mal genio de la Tierra. Hete aquí rebajado... Los hombres van a
progresar... Verás maravillas. Has engañado a los hombres; has
engañado a la mujer en la personificación de Eva, la mujer pecadora.
Está dicho que María, la personificación de la mujer sin mácula, te
aplastará la cabeza; María va a venir. –Un instante después él
escribió lentamente y con dulzura: «María viene a verte; María, que
ha estado buscándote en el fondo de tu reino de tinieblas, no te
abandonará. Levántate, Satanás: Dios está listo para tenderte sus
brazos. Lee El Hijo Pródigo. Adiós».
En otra oportunidad escribió: «La serpiente dijo a Eva: Vuestros
ojos se abrirán y seréis como dioses. El demonio dijo a Jesús: Te
daré todo el poder. A ti te digo, ya que crees en nuestras palabras:
nosotros te amamos; sabrás todo... Serás rey de Polonia.
«Persevera en las buenas disposiciones en que te hemos puesto.
Esta lección hará dar un gran paso a la ciencia espírita. Se verá
que los Espíritus buenos pueden decir futilidades y mentiras para
divertirse a expensas de los sabios. Allan Kardec ha dicho que un
mal medio de reconocer a los Espíritus es hacerlos confesar que son
Jesús en carne. Yo digo que solamente los Espíritus buenos
confiesan que son Jesús en carne, y yo lo confieso. Dile esto a
Kardec.»
Sin embargo, el Espíritu tuvo pudor de aconsejar al Sr. F... que
imprimiera esas bellas máximas; si lo hubiese dicho lo habría hecho
sin ninguna duda, y eso hubiera sido una mala acción, porque las
hubiese dado como una cosa seria.
Llenaríamos un volumen con todas las tonterías que le fueron
dictadas y con todas las circunstancias que siguieron. Entre otras
cosas le hicieron dibujar un edificio de tales dimensiones que las
hojas de papel necesarias, unidas unas a otras, ocupaban la altura de
dos pisos.
Nótese que en todo esto no hay nada de grosero, nada de trivial; es
un serie de razonamientos sofísticos que se encadenan con una
apariencia de lógica. En los medios empleados para embaucar hay
un arte verdaderamente infernal, y si hubiésemos podido relatar
todas esas conversaciones, se habría visto hasta qué punto era
utilizada la astucia y con qué destreza las palabras melifluas eran
prodigadas adrede.
El Espíritu que desempeñaba el papel principal en este asunto
tomaba el nombre de François Dillois, cuando no se cubría con la
máscara de un nombre respetable. Supimos más tarde lo que ese tal
Dillois había sido cuando estuvo encarnado, y entonces nada más
nos sorprendió en su lenguaje. Pero en medio de todas esas
extravagancias era fácil reconocer a un Espíritu bueno que luchaba,
haciendo escuchar de vez en cuando algunas buenas palabras para
desmentir los absurdos del otro; había un evidente combate, pero la
lucha era desigual; el joven estaba de tal modo subyugado que la voz
de la razón era
impotente sobre él. Su padre, en Espíritu, le hizo escribir
notablemente esto: «¡Sí, hijo mío, coraje! Sufres una ruda prueba
que será para bien en el futuro; infelizmente nada puedo hacer en
este momento para liberarte, y eso me aflige mucho. Ve a ver a
Allan Kardec: escúchalo, y él te salvará».
En efecto, el Sr. F... vino a verme; me contó su historia; lo hice
escribir delante mío y, desde el principio, reconocí sin dificultad la
influencia perniciosa bajo la cual se encontraba, ya sea en las
palabras o en ciertos signos materiales que la experiencia da a
conocer y que no nos pueden engañar. Volvió varias veces; empleé
toda la fuerza de mi voluntad para llamar a los Espíritus buenos por
su intermedio, toda mi retórica para probarle que él era un juguete
de Espíritus detestables; que lo que escribía no tenía sentido común,
y además era profundamente inmoral; para esta obra caritativa me
uní a uno de mis más dedicados compañeros, el Sr. T..., y ambos
conseguimos paulatinamente hacerle escribir cosas sensatas. Él tomó
aversión por su mal genio, rechazándolo por propia voluntad cada
vez que él tentaba manifestarse, y poco a poco sólo los Espíritus
buenos lograron sobreponerse. Para mudar sus ideas, se entregó
de la mañana a la noche –según el consejo de los Espíritus– a un
trabajo rudo que no le dejaba tiempo para escuchar las malas
sugerencias. El propio Dillois terminó por confesarse vencido y
expresó el deseo de mejorarse en una nueva existencia; reconoció el
mal que había querido hacer y dio pruebas de arrepentimiento. La
lucha fue larga, penosa y ofreció particularidades verdaderamente
curiosas para el observador. Hoy que el Sr. F... se siente liberado, es
feliz; parece haberse sacado un peso de encima; recuperó su alegría
y nos agradeció el servicio que le hemos prestado.
Ciertas personas deploran que haya Espíritus malos. En efecto, no
es sin un cierto desencanto que se encuentra la perversidad en este
mundo, donde nos gustaría encontrar sólo seres perfectos. Puesto
que las cosas son así, nada podemos hacer: es preciso tomarlas tal
cual son. Es nuestra propia inferioridad que hace que los Espíritus
imperfectos pululen a nuestro alrededor; las cosas han de cambiar
cuando seamos mejores, como sucede en los mundos más
avanzados. A la espera de esto, y mientras estemos en las camadas
inferiores del universo moral, somos advertidos: está en nosotros
mantenernos alerta y no aceptar, sin control, todo lo que se nos dice.
Al esclarecernos, la experiencia debe volvernos circunspectos. Ver y
comprender el mal es un medio de preservarse de él. ¿No habría cien
veces más peligro en hacerse ilusiones sobre la naturaleza de los
seres invisibles que nos rodean? Sucede lo mismo en este mundo,
donde a cada día nos hallamos expuestos a la malevolencia y a las
sugerencias pérfidas:
son otras tantas pruebas a las cuales nuestra razón, nuestra
conciencia y nuestro juicio nos dan los medios para resistir. Cuanto
más difícil sea la lucha, mayor será el mérito del éxito: «Quien
vence sin peligro, triunfa sin gloria».
Esta historia, que desgraciadamente no es la única de nuestro
conocimiento, plantea una cuestión muy seria. Para este joven, se
dirá, ¿no fue un fastidio el haber sido médium? ¿No es esa facultad
la que ha causado la obsesión de la cual era objeto? En una palabra,
¿no es ésta una prueba del peligro de las comunicaciones espíritas?
Nuestra respuesta es fácil y rogamos meditarla con cuidado.
No fueron los médiums los que han creado a los Espíritus; éstos
existen desde todos los tiempos, y desde todos los tiempos han
ejercido su influencia saludable o perniciosa sobre los hombres. Por
lo tanto, no es necesario ser médium para esto. La facultad
medianímica no es para ellos sino un medio de manifestarse; a falta
de esta facultad lo hacen de otras mil maneras. Si este joven no
hubiese sido médium, no por eso habría estado menos bajo la
influencia de ese Espíritu malo, que sin duda lo habría hecho
cometer extravagancias que se hubieran atribuido a cualquier otra
causa. Felizmente para él, su facultad de médium le permitió al
Espíritu comunicarse por palabras, y por esas palabras el Espíritu se
puso al descubierto; éstas han permitido conocer la causa de un mal
que podría haber tenido para él consecuencias funestas, y que
nosotros hemos destruido –como se ha visto– por medios muy
simples, muy racionales y sin exorcismo. La facultad medianímica
ha permitido ver al enemigo –si podemos expresarnos así– cara a
cara, y combatirlo con sus propias armas. Por lo tanto, con absoluta
certeza se puede decir que fue ella que lo ha salvado; en cuanto a
nosotros, solamente hemos sido el médico que, habiendo juzgado la
causa del mal, aplicamos el remedio. Sería un grave error creer que
los Espíritus sólo ejercen su influencia a través de comunicaciones
escritas o verbales; esta influencia es de todos los instantes, y
aquellos que no creen en los Espíritus están expuestos a ella como
los otros e incluso más expuestos que los otros, porque no tienen un
contrapeso. ¡A cuántos actos no se es llevado, infelizmente, y que
podrían ser evitados si se hubiera tenido un medio de esclarecerse!
Los más incrédulos no se dan cuenta que dicen una gran verdad
cuando hablan lo siguiente de un hombre descarriado por
obstinación: Es su mal genio que lo empuja a la perdición.
Regla general. El que obtenga malas comunicaciones espíritas
escritas o verbales está bajo una mala influencia; esta influencia se
ejerce sobre él, ya sea que escriba o no, es decir, sea o no un
médium. La escritura da un medio de asegurarse acerca de la
naturaleza de los Espíritus que actúan sobre él, y de combatirlos, lo
que se hace con tanto más éxito
cuando se llega a conocer el motivo que los hace actuar. Si él es
demasiado ciego como para no comprenderlo, otros pueden abrirle
los ojos. Además, ¿es necesario ser médium para escribir absurdos?
¿Y quién dice que entre todas las elucubraciones ridículas o
peligrosas, no están aquellas cuyos autores son impulsados por algún
Espíritu malévolo? Las tres cuartas partes de nuestras acciones
malas y de nuestros malos pensamientos son fruto de esta sugerencia
oculta.
Si el Sr. F... no fuese médium, se preguntará si se habría podido
hacer cesar la obsesión. Seguramente; sólo los medios habrían
diferido según las circunstancias; pero entonces los Espíritus no
hubiesen podido acercárnoslo, como lo han hecho, y es probable que
la causa hubiera sido dejada a un lado si él no hubiese tenido una
manifestación espírita ostensible. Todo hombre que tiene voluntad y
que es simpático a los Espíritus buenos puede siempre, con la ayuda
de éstos, paralizar la influencia de los malos. Decimos que debe ser
simpático a los Espíritus buenos porque si él mismo atrae a los
inferiores, es evidente que es querer cazar lobos con lobos.
En resumen, el peligro no está propiamente en el Espiritismo, ya
que éste, al contrario, puede servir de control y preservarnos sin
cesar del peligro que corremos, sin nosotros saberlo; está en la
propensión de ciertos médiums en creerse muy ligeramente los
instrumentos exclusivos de Espíritus superiores y en una especie de
fascinación que no les permite comprender las tonterías de que son
intérpretes. También los que no son médiums pueden dejarse llevar
por esto. Terminaremos este capítulo con las siguientes
consideraciones:
1º) Todo médium debe desconfiar del arrastramiento irresistible
que lo lleva a escribir sin cesar y en los momentos inoportunos; debe
ser señor de sí mismo y no escribir sino cuando él quiere;
2º) No se domina a los Espíritus superiores, ni siquiera a aquellos
que, sin ser superiores, son buenos y benevolentes; pero se puede
dominar y domar a los Espíritus inferiores. Quien no es señor de sí
mismo no puede serlo de los Espíritus;
3º) No hay otro criterio para discernir el valor de los Espíritus sino
el buen sentido. Toda fórmula dada a este efecto por los propios
Espíritus es absurda y no puede emanar de Espíritus superiores;
4º) Se juzga a los Espíritus como a los hombres: por su lenguaje.
Toda expresión, todo pensamiento, toda máxima, toda teoría moral o
científica que esté en contra del buen sentido o no corresponda a la
idea que uno se hace de un Espíritu puro y elevado, emana de un
Espíritu más o menos inferior;
5º) Los Espíritus superiores tienen siempre el mismo lenguaje con
la misma persona y jamás se contradicen;
6º) Los Espíritus superiores son siempre buenos y benevolentes;
en su lenguaje nunca hay acrimonia, ni arrogancia, aspereza,
orgullo, fanfarronería o tonta presunción. Hablan con simplicidad,
aconsejan y se retiran cuando no se los escucha;
7º) No se debe juzgar a los Espíritus por su forma material ni por
la corrección de su lenguaje, sino sondar su sentido íntimo, examinar
sus palabras, evaluándolas fría y maduramente, sin prevención.
Todo lo que se aparte del buen sentido, de la razón y de la sabiduría
no puede dejar duda sobre su origen, sea cual fuere el nombre con el
que se enmascare el Espíritu;
8º) Los Espíritus inferiores temen a aquellos que examinan sus
palabras, a los que desenmascaran sus torpezas y a los que no se
dejan llevar por sus sofismas. A veces pueden intentar resistir, pero
terminan siempre desistiendo cuando se ven más débiles;
9º) En todas las cosas, simpatiza con los Espíritus buenos aquel
que obre teniendo en cuenta el bien, elevándose con el pensamiento
por encima de las vanidades humanas al expulsar de su corazón el
egoísmo, el orgullo, la envidia, los celos, el odio, perdonando a sus
enemigos y poniendo en práctica esta máxima del Cristo: «Hacer a
los otros lo que quisiéramos que se nos haga»; los malos temen esto
y se apartan de aquél.
Al seguir esos preceptos nos protegeremos de las malas
comunicaciones, de la dominación de los Espíritus impuros y,
aprovechando todo lo que nos enseñan los Espíritus verdaderamente
superiores, contribuiremos –cada uno por su parte– con el progreso
moral de la Humanidad.
De Estocolmo escriben lo siguiente al Journal des Débats, el 10
de septiembre de 1858:
«Infelizmente nada de consolador tengo a anunciaros sobre la
enfermedad que, desde hace aproximadamente dos años, sufre
nuestro soberano. Todos los tratamientos y remedios que los
facultativos han prescripto en este intervalo, ningún alivio han traído
a los sufrimientos que agobian al rey Oscar. Según el consejo de sus
médicos, el Sr. Klugenstiern –que tiene una reputación como
magnetizador– ha sido recientemente llamado al castillo de
Drottningholm, donde continúa residiendo la familia real, para
proporcionar al augusto enfermo un tratamiento periódico de
magnetismo. Incluso
se cree aquí que, por una coincidencia bastante singular, el foco de
la enfermedad del rey Oscar se encuentra precisamente establecido
en el lugar de la cabeza donde está situado el cerebelo, como
infelizmente también parece ser hoy el caso del rey Federico
Guillermo IV de Prusia».
Nosotros preguntamos si, hace sólo veinticinco años, los médicos
habrían osado proponer públicamente semejante medio, mismo a un
simple particular, ¡con más fuerte razón a una cabeza coronada! En
aquella época, todas las Facultades científicas y todos los periódicos
empleaban bastantes sarcasmos para denegrir al magnetismo y a sus
partidarios. ¡Cómo las cosas cambiaron mucho en este corto espacio
de tiempo! No solamente ya no se ríen más del magnetismo, sino
que he aquí que es oficialmente reconocido como agente
terapéutico. ¡Qué lección para los que se ríen de las ideas nuevas!
¿Les hará esto finalmente entender cuán imprudente es tachar de
falso las cosas que no comprenden? Tenemos una gran cantidad de
libros escritos contra el magnetismo por hombres de notoriedad;
ahora bien, esos libros quedarán como una mancha indeleble sobre
su altanera inteligencia. ¿No hubiesen hecho mejor en callarse y en
esperar? Entonces, como hoy para con el Espiritismo, se le oponían
la opinión de los más eminentes hombres, de los más esclarecidos,
de los más concienzudos: nada quebrantaba su escepticismo. A sus
ojos, el magnetismo no era más que una charlatanería indigna de
personas serias. ¿Qué acción podría tener un agente oculto, movido
por el pensamiento y por la voluntad, y del cual no se podía hacer un
análisis químico? Apresurémonos en decir que los médicos suecos
no son los únicos que han cambiado de opinión acerca de esta idea
estrecha, y que por todas partes –en Francia como fuera de ella– la
opinión ha cambiado completamente sobre este aspecto; y esto es
tan verdadero que, cuando ocurre un fenómeno inexplicable, se dice:
es un efecto magnético. Se encuentra, pues, en el magnetismo la
razón de ser de una multitud de cosas que se atribuían a la
imaginación, razón ésta tan cómoda para aquellos que no saben qué
decir.
¿Curará el magnetismo al rey Oscar? Ésa es otra cuestión. Sin
duda, ha operado curas prodigiosas e inesperadas; pero tiene sus
límites, como todo lo que está en la Naturaleza; y, además, es
necesario tener en cuenta esta circunstancia: que, en general, a él
sólo se recurre in extremis y como último recurso, 231 cuando a
menudo el mal ha hecho progresos irremediables o ha sido agravado
por una medicación contraproducente. Cuando triunfa ante tales
obstáculos, ¡es preciso que sea muy poderoso!
Si la acción del fluido magnético es hoy un punto generalmente
admitido, no sucede lo mismo con respecto a las facultades
sonambúlicas que todavía encuentran muchos incrédulos en el
mundo oficial, sobre todo en lo que toca a las cuestiones médicas.
No obstante, se ha de concordar que los prejuicios sobre este punto están singularmente debilitados, incluso
entre los hombres de Ciencia: tenemos la prueba en el gran número
de médicos que hacen parte de todas las Sociedades Magnéticas, ya
sea en Francia como en el extranjero. Los hechos se han
popularizado de tal manera que ha sido realmente preciso ceder ante
la evidencia y seguir la corriente, quiérase o no. Pronto ocurrirá con
la lucidez intuitiva lo mismo que con el fluido magnético.
El Espiritismo se vincula al Magnetismo por lazos íntimos (estas
dos ciencias son solidarias entre sí); y, sin embargo, ¿quién hubiera
creído que aquél fuese encontrar sus más encarnizados adversarios
entre ciertos magnetizadores, que no por eso cuentan con el
antagonismo de los espíritas? Los Espíritus siempre han preconizado
el magnetismo, ya sea como medio curativo, ya sea como causa
primera de una multitud de cosas; ellos defienden su causa y vienen
a prestarle apoyo contra sus enemigos. Los fenómenos espíritas han
abierto los ojos a tantas personas que, al mismo tiempo, han
adherido al magnetismo. ¿No es extraño ver que los magnetizadores
olvidaron tan pronto lo que han tenido que sufrir con los prejuicios,
negando la existencia de sus defensores y tirando contra ellos los
dardos que les eran lanzados antiguamente? Esto no tiene grandeza,
esto no es digno de hombres a los cuales la Naturaleza –revelándoles
uno de sus más sublimes misterios, más que a otros– les quita el
derecho de pronunciar el famoso nec plus ultra (no más allá). En el
rápido desarrollo del Espiritismo, todo prueba que pronto Él también
tendrá sus derechos concedidos; a la espera de esto, aplaude con
todas sus fuerzas el lugar que acaba de conquistar el Magnetismo,
como una señal indiscutible del progreso de las ideas.
Acabamos de ver al Magnetismo reconocido por la Medicina;
pero he aquí otra adhesión que, desde otro punto de vista, no tiene
una importancia menos capital, puesto que prueba el debilitamiento
de los prejuicios que las ideas más sanas hacen desaparecer a cada
día: es la adhesión de la Iglesia. Tenemos bajo nuestros ojos un
pequeño libro intitulado: Abrégé, en forme de catéchisme, du Cours
élémentaire d’instruction chrétienne: A L’USAGE DES
CATÉCHISMES ET DES ÉCOLES CHRÉTIENNES, par l’abbé Marotte,
vicaire général de Mgr. l'évêque de Verdun, 1853 (Resumen, en
forma de catecismo, del Curso elemental de instrucción cristiana:
PARA USO DE CATECISMOS Y DE ESCUELAS CRISTIANAS, por el
abad Marotte, vicario general de Monseñor obispo de Verdún,
1853). Esta obra, redactada en preguntas y respuestas, contiene
todos los principios de la doctrina cristiana sobre el dogma, la
Historia Santa, los mandamientos de Dios, los sacramentos, etc. En
uno de los capítulos sobre el primer mandamiento,
donde son tratados los pecados opuestos a la religión, y después de
haber hablado de la superstición, de la magia y de los sortilegios,
leemos lo siguiente:
«Preg. ¿Qué es el magnetismo?
«Resp. Es una influencia recíproca que a veces se opera entre los
individuos, según una armonía de relaciones, ya sea por la voluntad,
por la imaginación o por la sensibilidad física, y cuyos principales
fenómenos son la somnolencia, el sueño, el sonambulismo y el
estado convulsivo.
«Preg. ¿Cuáles son los efectos del magnetismo?
«Resp. Comúnmente, se dice que el magnetismo produce dos
efectos principales: 1°) Un estado de sonambulismo, en el cual el
magnetizado –completamente privado del uso de sus sentidos– ve,
escucha, habla y responde a todas las preguntas que se le dirigen; 2°)
Una inteligencia y un saber que sólo tiene en la crisis; él conoce
su estado, los remedios convenientes a sus enfermedades e incluso
lo que hacen ciertas personas distantes.
«Preg. En conciencia, ¿está permitido magnetizar y hacerse
magnetizar?
«Resp. 1º) Si para la operación magnética se emplean medios, o si
por ella se obtienen efectos que suponen una intervención diabólica,
será una obra supersticiosa y nunca puede ser permitida; 2°) Sucede
lo mismo cuando las comunicaciones magnéticas ofenden la
modestia; 3°) Suponiendo que se tome cuidado en apartar todo
abuso de la práctica del magnetismo, todo peligro para la fe o para
las costumbres, todo pacto con el demonio, es dudoso que sea
permitido recurrir a él como a un remedio natural y útil.»
Lamentamos que el autor haya puesto esta última corrección, que
está en contradicción con lo que precede. En efecto, ¿por qué el uso
de una cosa reconocida saludable no sería permitido, desde que se
aparten todos los inconvenientes que él señala en su punto de vista?
Es cierto que no expresa una defensa formal, sino una simple duda
sobre lo permitido. Cualquiera que ella sea, esto no se encuentra en
un libro erudito, dogmático, para uso exclusivo de los teólogos, sino
en un libro elemental, para uso de catecismos, por consecuencia
destinado a la instrucción religiosa de las masas; por consiguiente,
no es de modo alguno una opinión personal: es una verdad
consagrada y reconocida que el magnetismo existe, que produce el
sonambulismo, que el sonámbulo goza de facultades especiales, en
cuyo número está la de ver sin la ayuda de los ojos –incluso a la
distancia–, de escuchar sin la ayuda de los oídos, de poseer
conocimientos que él no tiene en su estado normal y de indicar los
remedios que le son saludables. La calidad del autor tiene aquí un
gran peso. No es un hombre desconocido que habla o un simple
sacerdote que emite su opinión: es un vicario general que enseña.
Nuevo fracaso y nueva advertencia para aquellos que juzgan con
demasiada precipitación.
Problema fisiológico dirigido al Espíritu san Luis, en la sesión de la Sociedad
Parisiense de Estudios Espíritas del 14 de septiembre de 1858.
Leemos en el Moniteur (Monitor) del 26 de noviembre de 1857:
«Nos comunican el siguiente hecho que viene a confirmar las
observaciones ya realizadas sobre la influencia del miedo.
«El Dr. F... volvía ayer a su casa después de haber hecho algunas
visitas a sus pacientes. En su recorrido le habían entregado –como
muestra– una botella de excelente ron, auténticamente proveniente
de Jamaica. El doctor olvidó en el carruaje la preciosa botella. Pero
algunas horas más tarde se acordó y se dirigió a la cochera, donde
declaró al jefe de estación que había dejado en una de sus cupés una
botella de un veneno muy potente y le recomendó a prevenir a los
cocheros a prestar mucha atención para no hacer uso de ese líquido
mortal.
«Apenas el doctor F... hubo entrado en su residencia, vinieron a
llamarlo a toda prisa porque tres cocheros del estacionamiento
vecino sufrían horribles dolores en las entrañas. Tuvo que hacer un
gran esfuerzo para tranquilizarlos y persuadirlos de que habían
bebido un excelente ron, y que su falta de delicadeza no podía tener
consecuencias más graves que las de una severa suspensión,
infligida en ese mismo instante a los culpables.»
1. –San Luis, ¿podríais darnos una explicación fisiológica de esta
transformación de las propiedades de una sustancia inofensiva?
Sabemos que, por la acción magnética, esta transformación puede
tener lugar; pero en el hecho relatado anteriormente no hubo emisión
de fluido magnético; solamente la imaginación ha actuado y no la
voluntad.
Resp. –Vuestro razonamiento es muy justo con relación a la
imaginación. Pero los Espíritus maliciosos que sugirieron a esos
hombres a cometer este acto de falta de delicadeza, hicieron pasar en
la sangre, en la materia, un escalofrío de temor que vosotros podríais
llamar de escalofrío magnético, el cual tensa a los nervios y lleva
frío a ciertas regiones del cuerpo. Ahora bien, sabéis que todo frío en
las regiones abdominales puede producir cólicos. Es, pues, un medio
de punición que al mismo tiempo divierte a los Espíritus que
hicieron cometer el hurto y los hace reír a expensas de aquellos que
han hecho errar. Pero, en todos los casos, la muerte no se seguiría:
apenas era una lección para los culpables y placer para los Espíritus
ligeros. Por eso es que se apresuran a recomenzar todas las veces
que la ocasión se les presente, incluso buscándola para su
satisfacción. Podemos evitar esto (hablo para vosotros)
elevándonos a Dios con pensamientos menos materiales que los que
ocupaban el espíritu de esos hombres. A los Espíritus maliciosos les
gusta reír; tened cuidado: aquel que cree que dice chistes agradables
a las personas que lo cercan, divirtiendo a una sociedad con sus
bromas o con sus acciones, a menudo se equivoca –e incluso muy a
menudo– cuando cree que todo eso viene de sí mismo. Los Espíritus
ligeros que lo rodean se identifican con él y, a su turno, lo engañan
frecuentemente con referencia a sus propios pensamientos, así como
a aquellos que lo escuchan. En ese caso, creéis relacionaros con un
hombre de espíritu, mientras que él no es más que un ignorante.
Haced un examen de conciencia y juzgaréis mis palabras. Los
Espíritus superiores no son, por esto, enemigos de la alegría; a veces
ellos también gustan reír para os ser agradables; pero cada cosa a su
tiempo.
Nota – Al decir que en el hecho relatado no había emisión de
fluido magnético, quizá no nos expresamos con total exactitud.
Exponemos aquí una suposición. Como hemos dicho, se sabe qué
tipo de transformación de las propiedades de la materia puede
operarse por la acción del fluido magnético dirigido por el
pensamiento. Ahora bien, ¿no se podría admitir que por el
pensamiento del médico, que quería hacer creer en la existencia de
un tóxico y dar a los ladrones las angustias del envenenamiento, ha
habido –aunque a la distancia– una especie de magnetización del
líquido que habría adquirido así nuevas propiedades, cuya acción se
encontraría corroborada por el estado moral de los individuos que se
volvieron más impresionables por el miedo? Esta teoría no destruiría
la de san Luis sobre la intervención de los Espíritus ligeros en
semejante circunstancia; sabemos que los Espíritus actúan
físicamente por medios físicos; por lo tanto, para cumplir sus
designios pueden servirse de aquellos que ellos mismos provocan, o
de los que nosotros les proporcionamos sin saberlo.
El Sr. R..., corresponsal del Instituto de Francia y uno de los
miembros más eminentes de la Sociedad Parisiense de Estudios
Espíritas, ha desarrollado las siguientes consideraciones, en la
sesión del 14 de septiembre, como corolario de la teoría que acababa
de ser dada sobre el mal del miedo y que hemos relatado
anteriormente:
«De todas las comunicaciones que nos son dadas por los Espíritus
se deduce que ellos ejercen una influencia directa sobre nuestras
acciones, unos solicitándonos para el bien, otros para el mal. Acaba
de decirnos san Luis: “A los Espíritus maliciosos les gusta reír;
tened cuidado: aquel que cree que dice chistes agradables a las
personas que lo cercan, divirtiendo a
una sociedad con sus bromas o con sus acciones, a menudo se
equivoca –e incluso muy a menudo– cuando cree que todo eso viene
de sí mismo. Los Espíritus ligeros que lo rodean se identifican con él
y, a su turno, lo engañan frecuentemente con referencia a sus
propios pensamientos, así como a aquellos que lo escuchan”. De
esto resulta que lo que decimos no siempre viene de nosotros; que a
menudo, como los médiums psicofónicos, no somos más que los
intérpretes del pensamiento de un Espíritu extraño que se ha
identificado con el nuestro. Los hechos vienen en apoyo a esta teoría
y prueban que también muy frecuentemente nuestras acciones son la
consecuencia de este pensamiento que nos es sugerido. Por lo tanto,
el hombre que hace mal cede a una sugerencia cuando es lo bastante
débil para no resistir y cuando hace oídos sordos a la voz de la
conciencia, que puede ser la suya o la de un Espíritu bueno que, por
sus advertencias, combate en él la influencia de un Espíritu malo.
«Según la doctrina común, el hombre extraería de sí mismo todos
sus instintos; éstos provendrían de su organismo físico –del cual no
podría ser responsable– o de su propia naturaleza, en la cual puede
buscar una excusa ante sus propios ojos, alegando que no es por su
culpa que él haya sido creado así. La Doctrina Espírita es
evidentemente más moral; admite en el hombre el libre albedrío en
toda su plenitud; y al decirle que si hace mal cede a una mala
sugestión extraña, le deja toda la responsabilidad, puesto que le
reconoce el poder de resistir, cosa evidentemente más fácil que si
tuviera que luchar contra su propia naturaleza. De esta manera,
según la Doctrina Espírita, no hay arrastramiento irresistible: el
hombre siempre puede hacer oídos sordos a la voz oculta que lo
solicita al mal en su fuero interno, como puede negarse a escuchar la
voz material del que le habla; y lo puede en virtud de su voluntad,
pidiendo a Dios la fuerza necesaria y solicitando a este efecto la
asistencia de los Espíritus buenos. Es lo que Jesús nos enseña en el
ruego sublime de la Oración dominical, cuando nos hace decir: «Y
no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal.»
Cuando tomamos para texto de una de nuestras cuestiones la
pequeña anécdota que hemos relatado, no esperábamos el desarrollo
en que iba a derivar. Estamos doblemente felices por las bellas
palabras que ella mereció de san Luis y de nuestro honorable colega.
Si desde hace mucho no supiésemos de la alta capacidad de este
último, y acerca de sus profundos conocimientos en materia de
Espiritismo, estaríamos tentados a creer que él mismo ha sido la
propia aplicación de su teoría y que san Luis se ha servido de él para
completar su enseñanza. A esto vamos a reunir nuestras propias
reflexiones:
Esta teoría de la causa incitante de nuestras acciones resalta
evidentemente de toda la enseñanza dada por los Espíritus; no sólo
es de sublime
moralidad, sino que –añadiremos– eleva al hombre ante sus propios
ojos; lo muestra libre de sacudir su yugo obsesor, como es libre de
cerrar las puertas de su casa a los inoportunos. Ya no es más una
máquina activada por un impulso independiente de su voluntad: es
un ser provisto de razón, que escucha, que juzga y que elige
libremente entre dos consejos. Agreguemos que, a pesar de esto, el
hombre no está en absoluto privado de su iniciativa; no deja por ello
de obrar por su propio accionar, puesto que en definitiva es un
Espíritu encarnado que conserva, bajo la envoltura corporal, las
cualidades y defectos que tenía como Espíritu. Por lo tanto, las faltas
que cometemos tienen su origen en la imperfección de nuestro
propio Espíritu, que todavía no ha alcanzado la superioridad moral
que tendrá un día, pero que no por eso tiene menos libre albedrío; la
vida corporal le ha sido concedida para que purgue sus
imperfecciones por medio de las pruebas que enfrenta, y son
precisamente esas imperfecciones que lo vuelven más débil y más
accesible a las sugerencias de otros Espíritus imperfectos, que
aprovechan para tratar de hacerlo sucumbir en la lucha que ha
emprendido. Si sale vencedor de esta lucha, se eleva; si fracasa,
sigue siendo lo que era: ni mejor, ni peor; es una prueba para
recomenzar, y esto puede así durar mucho tiempo. Cuanto más se
depura, más disminuyen sus puntos vulnerables y menos motivos da
a los que lo solicitan al mal; su fuerza moral crece en razón de su
elevación y los Espíritus malos se alejan de él.
¿Cuáles son, entonces, esos Espíritus malos? ¿Son aquellos a los
que se llama demonios? No son demonios en la acepción vulgar de
la palabra, porque se entiende por esto una clase de seres creados
para el mal y perpetuamente consagrados al mal. Ahora bien, los
Espíritus nos dicen que todos mejoran en un tiempo más o menos
largo, según su voluntad; pero en cuanto son imperfectos pueden
hacer el mal, como el agua que no está purificada puede esparcir
miasmas pútridos y mórbidos. En el estado de encarnación, ellos se
depuran si hacen lo necesario para eso; en el estado de Espíritu
sufren las consecuencias de lo que han hecho o de lo que no han
hecho para mejorarse, consecuencias que también sufren en la
Tierra, puesto que las vicisitudes de la vida son a la vez expiaciones
y pruebas. En mayor o en menor grado, todos los Espíritus
constituyen –cuando encarnados– la especie humana, y como
nuestra Tierra es uno de los mundos menos avanzados, hay en ella
más Espíritus malos que buenos: he aquí por qué vemos tanta
perversidad. Por lo tanto, hagamos todos nuestros esfuerzos para no
volver aquí después de esta estada y para merecer ir a vivir a un
mundo mejor, en uno de esos mundos privilegiados donde el bien
reina enteramente y donde recordaremos nuestro pasaje por la Tierra
como un mal sueño.
Leemos en la Gazette de Silésie (Gaceta de Silesia):
«Nos escriben de Bolkenham, el 20 de octubre de 1857, que un
crimen espantoso acaba de ser cometido por un chico de doce años.
El domingo último, 25 del mes, tres hijos del Sr. Hubner –fabricante
de clavos– y dos hijos del Sr. Fritche –zapatero– jugaban juntos en
el jardín del Sr. Fritche. El niño H..., conocido por su mal carácter,
se sumó a los juegos y los convenció a entrar en un baúl que estaba
guardado dentro de una casita en el jardín, y que servía al zapatero
para transportar sus mercancías a la feria. Los cinco niños se
introdujeron en el baúl con mucha dificultad, pero riendo se
apretujaron unos sobre los otros. Tan pronto como entraron, el
monstruo cerró el baúl, se sentó encima y permaneció tres cuartos de
hora escuchando primero sus gritos, después sus gemidos.
«En fin, cuando sus estertores cesaron, cuando los creyó muertos,
abrió el baúl; los niños todavía respiraban. Volvió a cerrar el baúl, le
echó el cerrojo y se fue a jugar con su barrilete. Pero al salir del
jardín fue visto por una chica. Comprendemos la ansiedad de los
padres cuando percibieron la desaparición de sus hijos, y su
desesperación cuando –después de una larga búsqueda– los
encontraron dentro del baúl. Uno de los niños aún vivía, pero no
tardó en exhalar su último suspiro. Denunciado por la chica que lo
había visto salir del jardín, el niño H... confesó su crimen con la
mayor sangre fría y sin manifestar ningún arrepentimiento. Las
cinco víctimas: un niño y cuatro niñas de cuatro a nueve años, han
sido enterrados juntos hoy.»
Nota – El Espíritu interrogado es el de la hermana del médium,
desencarnada a los doce años, pero que siempre ha mostrado
superioridad como Espíritu.
1. ¿Habéis escuchado el relato que acabamos de leer sobre el
asesinato cometido en Silesia por un niño de doce años a otros cinco
niños? –Resp. Sí; mi pena exige que todavía yo escuche las
abominaciones de la Tierra.
2. ¿Qué motivo ha podido llevar a un niño de esa edad a cometer
una acción tan atroz y con tanta sangre fría? –Resp. La maldad no
tiene edad; es ingenua en el niño y razonada en el adulto.
3. Cuando la misma existe en un niño, sin razonamiento, ¿no
denota esto la encarnación de un Espíritu muy inferior? –Resp. Ella
proviene, entonces, directamente de la perversidad del corazón; es
su propio Espíritu que lo domina y que lo empuja a la perversidad.
4. ¿Cuál podría haber sido la existencia anterior de semejante
Espíritu? –Resp. Horrible.
5. En su existencia anterior, ¿pertenecía él a la Tierra o a un
mundo todavía más inferior? –Resp. No lo veo bien; pero debería
pertenecer a un mundo mucho más inferior que la Tierra: él ha
osado venir a la Tierra; será por esto doblemente punido.
6. A esa edad, ¿tenía el niño realmente conciencia del crimen que
cometía, y tiene del mismo la responsabilidad como Espíritu? –
Resp. Él tiene la edad de la conciencia: esto es suficiente.
7. Ya que este Espíritu había osado venir a la Tierra, que es
demasiado elevada para él, ¿puede ser obligado a retornar a un
mundo que esté en relación con su naturaleza? –Resp. La punición
es justamente retrogradar; es el propio infierno. Es la punición de
Lucifer, del hombre espiritual descendido hasta la materia, es decir,
el velo que de aquí en adelante le esconde los dones de Dios y su
divina protección. Por lo tanto, esforzaos en reconquistar esos bienes
perdidos; habréis recuperado el paraíso que el Cristo ha venido a
abriros. Es la presunción, el orgullo del hombre que quería
conquistar lo que sólo Dios puede tener.
Nota – Una observación es hecha con referencia a la palabra
osado, de la cual se ha servido el Espíritu, y se han citado ejemplos
concernientes a la situación de Espíritus que se encontraron en
mundos demasiado elevados para ellos y que han sido obligados a
regresar a un mundo que esté más en relación con su naturaleza.
Sobre este asunto, una persona hizo notar que ha sido dicho que los
Espíritus no pueden retrogradar. A esto respondemos que, en efecto,
los Espíritus no pueden retrogradar en el sentido de que ellos no
pueden perder lo que han adquirido en ciencia y en moralidad; pero
pueden decaer en su posición. Un hombre que usurpa una posición
superior a la que le confieren sus capacidades o su fortuna puede ser
forzado a abandonarla y a regresar a su lugar natural; ahora bien,
esto no es lo que podemos llamar decaer, ya que él no hizo sino
volver a su esfera, de la que había salido por ambición o por orgullo.
Sucede lo mismo con respecto a los Espíritus que quieren elevarse
muy rápidamente en los mundos donde se encuentran fuera de lugar.
Espíritus superiores también pueden encarnarse en mundos
inferiores para cumplir allí una misión de progreso; esto no puede
llamarse retrogradar, porque es abnegación.
8. ¿En qué la Tierra es superior al mundo a que pertenece el
Espíritu del cual acabamos de hablar? –Resp. Allí existe una débil
idea de justicia; es un comienzo de progreso.
9. ¿Resulta de esto que en los mundos inferiores a la Tierra no hay
ninguna idea de justicia? –Resp. No; allí los hombres sólo viven
para sí, y no tienen por móvil más que la satisfacción de sus
pasiones y de sus instintos.
10. ¿Cuál será la posición de este Espíritu en una nueva
existencia? – Resp. Si el arrepentimiento viene a borrar –si no enteramente– por lo
menos en parte, la enormidad de sus faltas, entonces permanecerá en
la Tierra; si, al contrario, persiste en lo que es llamada la
impenitencia final, irá hacia una morada donde el hombre se
encuentra en el nivel de la brutalidad.
11. Entonces ¿puede encontrar en la Tierra los medios de expiar
sus faltas sin ser obligado a volver a un mundo inferior? –Resp. El
arrepentimiento es sagrado a los ojos de Dios, porque es el hombre
que se juzga a sí mismo, lo que es raro en vuestra planeta.
Hemos extraído el siguiente hecho del Courrier du Palais
(Correo del Palacio), que el Sr. Frédéric Thomas –abogado de la
Corte Imperial– ha publicado en La Presse (La Prensa) del 2 de
agosto de 1858. Lo citamos textualmente para no descolorar la
narración del espirituoso escritor. Nuestros lectores fácilmente
tendrán en cuenta la forma leve que él sabe darle tan agradablemente
a las cosas más serias. Después del relato de varios asuntos, agregó:
«Tenemos para ofreceros, en una perspectiva próxima, un proceso
mucho más extraño que aquél: ya lo vemos asomar en el horizonte,
en el horizonte del Sur; pero ¿adónde nos llevará él? Nos escriben
que los hierros están al fuego; pero esta seguridad no nos basta. He
aquí de qué se trata:
«Un parisiense leyó en un periódico que un viejo castillo estaba a
la venta en los Pirineos: lo compró y, desde los primeros días
bonitos de la bella estación, fue allí a instalarse con sus amigos.
«Cenaron alegremente y después fueron a acostarse más
alegremente todavía. Quedaba por pasar la noche: la noche en un
viejo castillo perdido en la montaña. Al día siguiente todos los
invitados se levantaron con la mirada despavorida y con los rostros
espantados; fueron al encuentro del dueño y todos le hicieron la
misma pregunta con un aire misterioso y lúgubre: ¿No habéis visto
nada esta noche?
«El propietario no respondió de tan asustado que estaba; se
contentó con hacer una señal afirmativa con la cabeza.
«Entonces se confiaron en voz baja las impresiones de la noche:
uno escuchó lamentos de voces; otro, ruido de cadenas; éste vio
moverse los tapices; aquél, un arcón saludarlo; muchos sintieron que
murciélagos se echaban sobre sus pechos: es un castillo de la Dama
Blanca. Los empleados declararon que, como al inquilino
Dickson, los fantasmas les habían tirado de los pies. ¿Qué más
todavía? Las camas se paseaban, las campanillas hacían alboroto
solas y palabras fulgurantes atravesaban las viejas chimeneas.
«Decididamente ese castillo era inhabitable: los más espantados
huyeron inmediatamente; los más intrépidos enfrentaron la prueba
de una segunda noche.
«Hasta la medianoche todo iba bien; pero desde que el reloj de la
torre del norte lanzaba en el espacio sus doce sollozos, enseguida las
apariciones y los ruidos recomenzaban; de todos los rincones se
abalanzaban fantasmas, monstruos con ojos de fuego, con dientes de
cocodrilo, con alas velludas: todo esto gritaba, saltaba, rechinaba y
hacía un alboroto infernal.
«Imposible resistir a esta segunda experiencia. Esta vez todos
dejaron el castillo, y hoy el propietario quiere intentar una acción
legal de rescisión del contrato por vicios ocultos.
«¡Qué sorprendente proceso éste! ¡Y qué triunfo para el gran
evocador de los Espíritus: el Sr. Home! ¿Lo nombrarán perito en la
materia? Sea como sea, como no hay nada nuevo bajo el sol de la
justicia, este proceso –que tal vez se creerá una novedad– no es más
que una antigualla: existe uno pendiente que, por tener la edad de
doscientos sesenta y tres años, no es menos curioso.
«Bien, en el año de gracia de 1595, ante el senescal de Guiena, un inquilino llamado Jean Latapy pleiteó una acción contra su
propietario, Robert de Vigne. Jean Latapy alegaba que la casa que
de Vigne le había alquilado –una vieja casa de una antigua calle de
Burdeos– era inhabitable y que debió dejarla; después de esto pedía
la rescisión del contrato en juicio.
«¿Por qué motivos? Latapy los da muy ingenuamente en sus
conclusiones.
“Porque había encontrado esta casa infectada por Espíritus que se
presentaban, ya sea bajo la forma de niños o con otras formas
terribles y espantosas, los cuales oprimían e inquietaban a las
personas, moviendo los muebles, haciendo ruidos y barahúndas por
todos los rincones y, con fuerza y violencia, arrojando de las camas
a aquellos que allí reposaban”.
«El propietario de Vigne se opuso muy enérgicamente a la
rescisión del contrato. “Desprestigiáis injustamente mi casa, decía él
a Latapy; probablemente no tenéis más de lo que merecéis, y lejos
de hacerme reproches, deberíais –al contrario– agradecerme, porque
os hago ganar el Paraíso”.
«He aquí cómo el abogado del propietario establecía esta singular
proposición: “Si los Espíritus vienen a atormentar a Latapy y lo
afligen con el permiso de Dios, el inquilino debe ser responsable
justamente por eso, y debe decir como san Jerónimo: Quidquid
patimur nostris peccatis meremur (Todo aquello que nos pasa lo
merecemos por nuestros pecados), y de ninguna manera echar la
culpa al propietario que es del todo inocente, sino tener gratitud para
con éste que le ha dado la ocasión de salvarse en este mundo de las
puniciones que, por sus deméritos, lo esperan en el otro”.
«Para ser consecuente, el abogado debería haber pedido que
Latapy pagase alguna renta a de Vigne por los servicios prestados.
Un lugar en el Paraíso, ¿no vale su peso en oro? Pero el generoso
propietario se contentaba con la conclusión de que el inquilino fuese
declarado no procedente en la acción, por el motivo de que antes de
intentarla, el propio Latapy debería haber comenzado a combatir y a
expulsar a los Espíritus por los medios que Dios y la naturaleza nos
han dado.
«El abogado del propietario exclamaba: “¿por qué Latapy no
usaba el laurel, la ruda o la sal crepitando en las llamas y en los
carbones ardientes, o penachos de plumas o la composición de la
hierba aerolus vetulus con ruibarbo y vino blanco, o sales
suspendidas en el umbral de la puerta de la casa, o cuero de la
cabeza de la hiena o bilis de perro, que dicen que tiene una virtud
maravillosa para expulsar a los demonios? ¿Por qué no usaba la
hierba moli, que Mercurio le había dado a Ulises y de la cual éste
usó como antídoto contra los encantos de Circe?...”
«Es evidente que el inquilino Latapy había faltado a todos sus
deberes al no arrojar sal crepitando en las llamas, y al no hacer uso
de la bilis de perro y de algunos penachos de pluma. Pero como ha
sido obligado a buscar también el cuero de la cabeza de la hiena, al
senescal de Burdeos le pareció que este objeto no era demasiado
común para que Latapy no fuese disculpado por haber dejado a las
hienas tranquilas, y ordenó la total rescisión del contrato.
«Veis que, en todo esto, ni el propietario, ni el inquilino, ni los
jueces ponen en duda la existencia y las barahúndas de los
Espíritus. Parecería, pues, que hace más de dos siglos los hombres
ya eran casi tan crédulos como hoy; nosotros los superamos en
credulidad y eso es lo que está en este orden: es realmente necesario
que la civilización y el progreso se revelen en algún lugar.»
Con abstracción hecha de los accesorios con los cuales el narrador
la ha adornado, esta cuestión –desde el punto de vista legal– no deja
de tener su lado embarazoso, porque la ley no ha previsto el caso en
donde los Espíritus perturbadores vuelvan inhabitable una casa.
¿Es éste un vicio redhibitorio? En nuestra opinión tiene su pro y su
contra: esto depende de las circunstancias. En principio se trata de
examinar si el alboroto es serio o si no es simulado con algún
interés: cuestión previa y de buena fe que prejuzga a todas las otras.
Admitiendo los hechos como reales, es necesario saber si son de una
naturaleza como para perturbar el reposo. Si, por ejemplo, ocurrieran
cosas como en Bergzabern, * es evidente que la situación sería
insostenible. El Sr. Senger –padre de la niña– soportó eso porque
sucedió en su casa
y porque no pudo hacerlo de otro modo; pero de ninguna manera un
extraño se instalaría en una residencia en la que constantemente se
escuchan ruidos ensordecedores, en donde los muebles son
empujados y derribados, donde las puertas y las ventanas se abren y
se cierran sin ton ni son, en donde los objetos os son arrojados a la
cabeza por manos invisibles, etc. Nos parece que, en semejante
circunstancia, hay indiscutiblemente lugar a reclamación y que, en
buena justicia, tal contrato no debería ser validado, si el hecho había
sido disimulado. De este modo, en tesis general, el proceso de 1595
nos parece haber sido bien juzgado, pero queda por esclarecer una
importante cuestión subsidiaria que sólo la ciencia espírita podía
plantearla y resolverla.
Sabemos que las manifestaciones espontáneas de los Espíritus
pueden tener lugar sin una finalidad determinada y sin ser dirigidas
contra tal o cual individuo; que hay efectivamente lugares
frecuentados por Espíritus perturbadores, los cuales parecen elegir
allí domicilio, y contra los que han fracasado todas las conjuraciones
puestas en uso. Entre paréntesis digamos que existen medios
eficaces para desembarazarse de ellos, pero que esos medios no
consisten en la intervención de personas conocidas para producir a
voluntad semejantes fenómenos, porque los Espíritus que están a sus
órdenes son precisamente de la naturaleza de aquellos que se quiere
expulsar. Su presencia, lejos de alejarlos, no podría sino atraer a
otros. Pero también sabemos que en una multitud de casos esas
manifestaciones son dirigidas contra ciertos individuos, como, por
ejemplo, en Bergzabern. Los hechos han probado que la familia,
pero sobre todo la joven Philippine, era directamente su objetivo; de
tal manera que estamos convencidos que, si esta familia dejaba su
casa, los nuevos habitantes nada tendrían que temer, pues la familia
llevaría con ella sus tribulaciones en su nuevo domicilio. Por lo
tanto, el punto a examinar en una cuestión legal sería éste: ¿tenían
lugar las manifestaciones antes de la entrada del nuevo propietario o
solamente después de la misma? En este último caso, se volvería
evidente que es éste quien ha llevado a los Espíritus perturbadores, y
que le cabe la total responsabilidad por esto; al contrario, si las
perturbaciones tenían lugar anteriormente y persisten, es que ellas se
relacionan con el propio local, y entonces la responsabilidad es del
vendedor. El abogado del propietario razonaba con la primera
hipótesis, y a su argumento no le faltaba lógica. Queda por saber si
el inquilino había llevado consigo a esos huéspedes inoportunos: es
lo que el proceso no dice. En cuanto al proceso actualmente
pendiente, creemos que el medio de impartir buena justicia sería el
de hacer las constataciones que acabamos de mencionar. Si éstas
conducen a la prueba de la anterioridad de las manifestaciones, y si
el hecho ha sido disimulado por el vendedor, el caso es el de un
adquirente engañado sobre la calidad de la cosa vendida. Ahora
bien, mantener el contrato en semejantes circunstancias es tal vez arruinar al adquirente por la desvalorización del inmueble;
al menos sería causarle un considerable prejuicio, forzándolo a
conservar una cosa que no puede hacer uso, como un caballo ciego
que se lo hubiesen vendido por un buen caballo. Sea como fuere, el
juicio que ha de efectuarse debe tener graves consecuencias: con la
rescisión del contrato o con la manutención del mismo por falta de
pruebas suficientes, es igualmente reconocer la existencia del hecho
de las manifestaciones. Rechazar la demanda del adquirente como
asentada en una idea ridícula es exponerse a recibir, tarde o
temprano, el desmentido de la experiencia, como tantas veces lo han
recibido los hombres más esclarecidos que se han apresurado en
negar las cosas que no comprendían. Si se le puede reprochar a
nuestros padres el haber tenido demasiada credulidad, nuestros
descendientes nos reprocharán, sin duda, por haber tenido el exceso
contrario.
A la espera de eso, he aquí lo que acaba de suceder ante nuestros
ojos y de lo cual nosotros mismos hemos constatado la realidad;
citamos la crónica de La Patrie (La Patria) del 4 de septiembre de
1858:
«La calle du Bac está sobresaltada. ¡Todavía ocurren por allí
algunas diabluras!
«La casa que lleva el N° 65 se compone de dos edificios: el que da
a la calle tiene dos escaleras que se enfrentan.
«Desde hace una semana, a diversas horas del día y de la noche y
en todos los pisos de esta casa, las campanillas suenan y tintinan con
violencia; van a abrir, pero nadie está en el descansillo de la
escalera.
«Al principio se creyó que fuese una broma y cada uno se puso a
observar para descubrir al autor. Uno de los inquilinos se tomó el
trabajo de deslustrar un vidrio de su cocina y estuvo al acecho.
Mientras él vigilaba con la mayor atención, su campanilla sonó:
observó por la mirilla, y ¡nadie! Corrió por la escalera, y ¡nadie!
«Regresó a su casa y quitó el tirador de la campanilla. Una hora
después, en el momento en que empezaba a sentirse triunfante, la
campanilla comenzó a hacer un gran alboroto. La miró y se quedó
mudo y consternado.
«En otras puertas los tiradores de las campanillas estaban
retorcidos y anudados como serpientes heridas. Se buscó una
explicación, se llamó a la policía; ¿cuál es, pues, este misterio? Aún
se lo ignora.»
____________________________________________________
* Ver los números de mayo, junio y julio de esta Revista Espírita. [Nota de
Allan Kardec.]
Hace algún tiempo, el Constitutionnel (Constitucional) y La
Patrie (La Patria) han hecho referencia al siguiente caso, publicado
en periódicos de los Estados Unidos:
«La pequeña ciudad de Lichtfield, en Kentucky, cuenta con
numerosos adeptos de las doctrinas del espiritualismo magnético.
Un hecho increíble, que acaba de pasar, sin duda no contribuirá poco
para aumentar el número de partidarios de la nueva religión.
«La familia Park, compuesta por el padre, la madre y por tres hijos
que ya tienen la edad de la razón, estaba fuertemente imbuida de las
creencias espiritualistas. Por el contrario, una hermana de la señora
Park –la señorita Harris– ninguna fe tenía en los prodigios
sobrenaturales de los cuales se le hablaba sin cesar. Esto era para
toda la familia un verdadero motivo de pesar, y más de una vez la
buena armonía de las dos hermanas se vio perturbada por eso.
«Hace algunos días la Sra. Park fue de repente acometida por un
mal súbito que, desde el principio, los médicos declararon no poder
tratar. La paciente era víctima de alucinaciones, y una terrible fiebre
la atormentaba constantemente. La Srta. Harris pasaba todas las
noches cuidándola. Al cuarto día de su enfermedad, la señora Park
se levantó súbitamente y, sentándose en su lecho, pidió agua y
comenzó a conversar con su hermana. Circunstancia singular: de
pronto la fiebre había desaparecido, su pulso era regular y ella se
expresaba con la mayor facilidad; toda feliz, la señorita Harris creyó
que su hermana estuviese desde aquel momento fuera de peligro.
«Después de haber hablado de su marido y de sus hijos, la Sra.
Park se acercó aún más de su hermana y le dijo:
“Pobre hermana: voy a dejarte; siento que la muerte se aproxima.
Pero al menos mi partida de este mundo servirá para convertirte.
Moriré dentro de una hora y me enterrarán mañana. Ten mucho
cuidado de no seguir mi cuerpo al cementerio, porque mi Espíritu,
revestido de su despojo mortal, aún te aparecerá una vez antes que
mi ataúd sea recubierto de tierra. Entonces creerás finalmente en el
espiritualismo”.
«Después de haber terminado estas palabras, la enferma volvió a
acostarse tranquilamente. Pero una hora después –como ella lo había
anunciado– la señorita Harris percibió con dolor que el corazón de
su hermana había cesado de latir.
«Vivamente emocionada por la asombrosa coincidencia que
existía entre este acontecimiento y las palabras proféticas de la
difunta, se decidió a seguir la orden que le había sido dada y, al día
siguiente, se quedó sola en la casa mientras que todos se dirigían al
cementerio. Después de haber
cerrado los postigos de la cámara mortuoria, ella se sentó en un
sillón ubicado cerca de la cama que el cuerpo de su hermana acabara
de dejar.
“Apenas cinco minutos hubieron transcurrido –contaba más tarde
la Srta. Harris–, cuando vi como una nube blanca destacarse en el
fondo de la habitación. Poco a poco esta forma se dibujó mejor: era
la de una mujer medio velada; ella se aproximó lentamente de mí; yo
distinguía el ruido de leves pasos sobre el piso; en fin, mis ojos
asombrados estaban en presencia de mi hermana...
“Su rostro, lejos de tener esa palidez sin brillo que en los muertos
impresiona tan penosamente, estaba radiante; sus manos, cuya
presión luego sentí sobre las mías, habían conservado todo el calor
de la vida. Fui como transportada a una nueva esfera por esta
aparición maravillosa. Creyéndome ya hacer parte del mundo de los
Espíritus, me toqué el pecho y la cabeza para asegurarme de mi
existencia; pero no había nada de penoso en este éxtasis.
“Después de haber permanecido así delante mío –sonriente pero
en silencio– por espacio de algunos minutos, mi hermana,
pareciendo hacer un violento esfuerzo, me dijo con una dulce voz:
“Es tiempo de partir: mi ángel conductor me espera. ¡Adiós! He
cumplido mi promesa. ¡Cree y espera!”
«El periódico –agrega La Patrie– del cual hemos extraído este
maravilloso relato, no dice si la señorita Harris se ha convertido a las
doctrinas del espiritualismo. Sin embargo, suponemos que así fue,
porque muchas personas se dejarían convencer por bien menos.»
Agregamos, por nuestra propia cuenta, que este relato nada tiene
que deba sorprender a aquellos que han estudiado los efectos y las
causas de los fenómenos espíritas. Los hechos auténticos de este
género son bastante numerosos y encuentran su explicación en lo
que hemos dicho al respecto en varias circunstancias; tendremos
ocasión de citarlos, provenientes de menos lejos que éste.
ALLAN KARDEC
Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas
Nuevo Reglamento
Al haber realizado la Sociedad algunas modificaciones en su
reglamento, nosotros lo damos adjuntoa este número de la
Revista, con su texto actualizado. De esta manera suprimiremos, de
ahora en adelante, el ejemplar anexo al número del mes de mayo, y
que aquellos de nuestros lectores que lo han recibido consientan en
considerarlo nulo.
Noviembre
Varias veces nos han preguntado por qué no respondemos, en
nuestro periódico, a los ataques de ciertas publicaciones dirigidas
contra el Espiritismo en general, contra sus partidarios, e incluso
algunas veces contra nosotros. En ciertos casos, creemos que el
silencio es la mejor respuesta. Además, hay un género de polémica
del cual nos hemos hecho una ley abstenernos: la que puede
degenerar en personalismo; no sólo esto nos repugna, sino que nos
tomaría un tiempo que podemos emplear más útilmente, siendo
también muy poco interesante para nuestros lectores, los cuales se
suscriben para instruirse y no para escuchar diatribas más o menos
espirituosas; ahora bien, una vez introducidos en este camino, sería
difícil salir del mismo; es por eso que preferimos no entrar en él, y
pensamos que con esto el Espiritismo ha de ganar en dignidad. Hasta
el presente no tenemos sino que regocijarnos por nuestra
moderación; de la misma no nos desviaremos, y jamás le daremos
esa satisfacción a los amantes del escándalo.
Pero hay polémicas y polémicas; existe una ante la cual nunca
retrocederemos: la discusión seria de los principios que profesamos.
No obstante, aquí hay igualmente una distinción que hacer; si no se
trata más que de ataques generales dirigidos contra la Doctrina, sin
otra finalidad determinada que la de criticar, y por parte de personas
que resolvieron rechazar todo lo que no comprenden, esto no merece
que nos ocupemos de ellas; el terreno que a cada día gana el
Espiritismo es una respuesta suficientemente perentoria y que debe
probarles que sus sarcasmos no han producido gran efecto; también
señalaremos que el fuego graneado de bromas, de las cuales no hace
mucho los partidarios de la Doctrina eran objeto, va cesando poco a
poco; nos preguntamos si hay razón para reírse cuando se ven a
tantas personas eminentes adoptar estas nuevas ideas; algunos no
ríen más que con desdén y por costumbre, mientras que muchos
otros de ningún modo se ríen más, y esperan.
Señalemos además que, entre los críticos, hay muchas personas
que hablan sin conocer la cuestión, sin darse al trabajo de
profundizarla; para responderles sería necesario, incesantemente,
recomenzar las explicaciones más elementales y repetir lo que ya
hemos escrito, cosa que creemos inútil. No sucede lo mismo con
aquellos que han estudiado y que no han comprendido todo, que
quieren seriamente esclarecerse y que plantean objeciones con
conocimiento de causa y de buena fe; en este terreno nosotros
aceptamos la controversia, sin jactarnos de resolver todas las
dificultades, lo que sería demasiado presuntuoso. La ciencia espírita
está en sus comienzos y aún no nos ha dicho todos sus secretos, por
más portentosos que hayan sido los que nos fueron develados. ¿Cuál
es la Ciencia que todavía no posee casos misteriosos e inexplicados?
Por lo tanto, reconoceremos sin avergonzarnos nuestra insuficiencia
sobre los puntos a los cuales no nos fuere posible responder. De esta
manera, lejos de rechazar las objeciones y las preguntas, nosotros las
solicitamos –porque es un medio de esclarecimiento–, con tal que
las mismas no sean triviales y desde que no nos hagan perder
nuestro tiempo en futilidades.
Es esto lo que llamamos polémica útil, y lo será siempre cuando
tenga lugar entre personas serias que se han de respetar bastante para
no faltar a las conveniencias. Podemos pensar diferentemente sin
aminorar nuestra estima por ello. En definitiva, ¿qué buscamos
todos en esta cuestión tan palpitante y tan fecunda del Espiritismo?
Esclarecernos; primeramente, nosotros buscamos la luz, de cualquier
parte de donde venga, y al emitir nuestra manera de ver no
pretendemos imponer a nadie nuestra opinión individual: la
entregamos a la discusión y estamos dispuestos a abandonarla si se
nos demuestra que estamos equivocados. Esta polémica la hacemos
todos los días en nuestra Revista, a través de las respuestas o de las
refutaciones colectivas que tenemos ocasión de hacer sobre tal o
cual artículo, y aquellos que nos hacen el honor de escribirnos
encontrarán siempre allí la respuesta a lo que nos preguntan, cuando
no nos sea posible darla individualmente por escrito, ya que el
tiempo material no siempre nos lo permite. Sus preguntas y sus
objeciones son otros tantos temas de estudio, de los cuales sacamos
provecho y de los que estamos felices en hacer aprovechar a
nuestros lectores, tratándolos a medida que las circunstancias
presenten hechos que puedan tener relación con ellos. Para nosotros
también es un placer dar verbalmente las explicaciones que pueden
sernos solicitadas por las personas que nos honran con su visita y en
las reuniones marcadas por una benevolencia recíproca, en las que
nos esclarecemos mutuamente.
De los diversos fundamentos profesados por el Espiritismo, el más
controvertido es indiscutiblemente el de la pluralidad de las
existencias corporales o, dicho de otra manera, el de la
reencarnación. Aunque esta opinión sea ahora compartida por un
número muy grande de personas, y aunque nosotros ya hayamos
tratado varias veces la cuestión, creemos un deber –en razón de su
extrema gravedad– examinarla aquí de una forma más profunda, a
fin de responder a las diversas objeciones que ha suscitado. Antes de
entrar en el fondo de la cuestión, nos parecen indispensables algunas
observaciones preliminares.
Algunas personas dicen que el dogma de la reencarnación no es
de modo alguno nuevo: que ha sido resucitado de Pitágoras.
Nosotros nunca hemos dicho que la Doctrina Espírita fuese una
invención moderna; al ser el Espiritismo una de las leyes de la
naturaleza, ha debido existir desde el origen de los tiempos, y por
nuestra parte siempre nos hemos esforzado en probar que de Él se
encuentran rastros en la más remota antigüedad. Como se sabe,
Pitágoras no es el autor del sistema de la metempsicosis; él la ha
extraído de los filósofos hindúes y de los egipcios, donde existía
desde tiempos inmemoriales. La idea de la transmigración de las
almas era, pues, una creencia común admitida por los hombres más
eminentes. ¿Por cuál medio les ha llegado? ¿Ha sido por revelación
o por intuición? No lo sabemos; pero, como quiera que sea, una idea
no atraviesa las edades y no es aceptada por las inteligencias de élite
si no tiene su lado serio. Por lo tanto, la antigüedad de esta doctrina
sería más bien una prueba que una objeción. Sin embargo, como
igualmente sabemos, entre la metempsicosis de los Antiguos y la
moderna doctrina de la reencarnación existe una gran diferencia: que
los Espíritus rechazan de la manera más absoluta la transmigración
del hombre en los animales y recíprocamente.
Sin duda –dicen también algunos contradictores– vos estabais
imbuido de esas ideas, y he aquí por qué los Espíritus han seguido
vuestro mismo parecer. Esto es un error que prueba, una vez más, el
peligro de los juicios precipitados y sin examen. Si estas personas,
antes de juzgar, se hubiesen tomado el trabajo de leer lo que hemos
escrito sobre Espiritismo, habrían evitado hacer una objeción con
demasiada liviandad. Repetiremos, pues, lo que hemos dicho al
respecto: cuando la doctrina de la reencarnación nos fue enseñada
por los Espíritus, estaba tan lejos de nuestro pensamiento que
habíamos hecho sobre los antecedentes del
alma un sistema completamente diferente, y además compartido por
muchas personas. Por lo tanto, la Doctrina de los Espíritus nos ha
sorprendido en este aspecto; diremos más: nos ha contrariado,
porque echó por tierra nuestras propias ideas; como se ve, estaba
lejos de ser un reflejo de éstas. Eso no es todo; no cedimos al primer
choque; combatimos, defendimos nuestra opinión, planteamos
objeciones y sólo nos rendimos ante la evidencia cuando percibimos
la insuficiencia de nuestro sistema para resolver todas las cuestiones
que este tema aborda.
A los ojos de algunas personas, sin duda, la palabra evidencia
parecerá singular en semejante materia; pero no será impropia para
aquellos que están habituados a examinar los fenómenos espíritas.
Para el observador atento hay hechos que, aunque no sean de una
naturaleza absolutamente material, no por esto dejan de constituir
una verdadera evidencia, o al menos una evidencia moral. No es
aquí el lugar para explicar esos hechos; solamente un estudio
continuo y perseverante puede hacerlos comprensibles; nuestro
objetivo era únicamente refutar la idea de que esta doctrina no es
más que la traducción de nuestro pensamiento. Tenemos aún otra
refutación a realizar: es que no sólo a nosotros ha sido enseñada; lo
ha sido en muchos otros lugares, en Francia como en el extranjero:
en Alemania, en Holanda, en Rusia, etc., y esto incluso antes de la
publicación de El Libro de los Espíritus. Agreguemos todavía que,
desde que nos hemos consagrado al estudio del Espiritismo, hemos
obtenido comunicaciones a través de más de cincuenta médiums
psicógrafos, psicofónicos, videntes, etc., más o menos esclarecidos,
de una inteligencia normal más o menos limitada, algunos hasta
completamente iletrados, y por consecuencia enteramente ajenos a
las materias filosóficas, siendo que en ningún caso los Espíritus se
desmintieron sobre esta cuestión; sucede lo mismo en todos los
Círculos que conocemos, donde el mismo principio ha sido
profesado. Bien sabemos que este argumento no es terminante, y es
por eso que no insistiremos más de lo razonable.
Examinemos la cuestión desde otro punto de vista, haciendo
abstracción de toda intervención de los Espíritus; por un instante
dejemos a éstos a un lado; supongamos que esta teoría no haya
provenido de ellos; supongamos incluso que jamás haya sido una
cuestión de Espíritus. Por lo tanto, ubiquémonos momentáneamente
en un terreno neutro, admitiendo que tengan el mismo grado de
probabilidad tanto una como otra hipótesis: la de la pluralidad y la
de la unicidad de las existencias corporales, y veamos de qué lado
estarán la razón y nuestro propio interés.
Ciertas personas rechazan la idea de la reencarnación por el único
motivo de que no les conviene, diciendo que tienen bastante con una
sola existencia y que no querrían recomenzar otra semejante;
conocemos a algunos a quienes el solo pensamiento de reaparecer en
la Tierra los deja enfurecidos. No tenemos sino una cosa que
preguntarles: si creen que Dios les ha pedido su opinión y
consultado su gusto para regir el Universo. Ahora bien, una de dos:
o la reencarnación existe o no existe; si existe, por más que la
contradigan, les será necesario enfrentarla, y Dios no les va a pedir
permiso para esto. Nos parece escuchar a un enfermo decir: He
sufrido bastante hoy y no quiero sufrir más mañana. A pesar de su
mal humor, no por eso ha de sufrir menos mañana y en los días
siguientes, hasta que esté curado; por lo tanto, si aquéllos tuvieren
que vivir de nuevo corporalmente, volverán a vivir, se reencarnarán;
por más que se rebelen –como un niño que no quiere ir a la escuela o
como un condenado a la prisión– les será necesario pasar por ello.
Semejantes objeciones son demasiado pueriles para que merezcan
un examen más serio. No obstante, les diremos para tranquilizarlos
que lo que la Doctrina Espírita enseña sobre la reencarnación no es
tan terrible como creen, y si la hubieran estudiado a fondo no
estarían tan asustados; sabrían que la condición de esta nueva
existencia depende de ellos mismos; que será feliz o infeliz según lo
que hayan hecho en este mundo, y que pueden desde esta vida
elevarse tan alto que no tendrán que temer más el volver a caer en
el lodazal.
Suponemos que hablamos con personas que creen en algún futuro
después de la muerte, y no con aquellas cuya perspectiva es la nada
o que quieren ahogar el alma en un todo universal, sin
individualidad, como las gotas de lluvia en el océano, lo que viene a
ser casi lo mismo. Por lo tanto, si creéis en un algún futuro, sin duda
no admitiréis que sea igual para todos; de otro modo, ¿dónde estaría
la utilidad del bien? ¿Por qué el hombre habría de contenerse? ¿Por
qué no habría de satisfacer todas sus pasiones, todos sus deseos,
aunque fuese incluso a expensas del prójimo, ya que daría lo
mismo? Vosotros creéis que este futuro será más o menos feliz o
infeliz según lo que hayamos hecho durante la vida; ¿tenéis entonces
el deseo de ser tan feliz como sea posible, ya que eso debe ser para
toda la eternidad? ¿Tendríais, por ventura, la pretensión de ser uno
de los hombres más perfectos que hayan existido en la Tierra,
teniendo así de repente el derecho a la felicidad suprema de los
elegidos? No. De esta manera admitís que hay hombres que valen
más que vosotros y que tienen derecho a un lugar mejor, sin que por
esto estéis entre los réprobos. ¡Pues bien! Colocaos por un instante
con el pensamiento en esa situación intermedia que será la vuestra –
como acabáis de concordar–, y suponed que alguien venga a deciros:
Sufrís, no sois tan feliz como podríais serlo, mientras que tenéis
delante vuestro a seres que gozan de una felicidad sin
perturbaciones; ¿queréis cambiar vuestra posición por la de ellos? –
Sin duda, diréis;
¿qué es necesario hacer? –Muy poco: recomenzar lo que habéis
hecho mal y tratar de hacerlo mejor. –¿Dudaríais en aceptar, aunque
fuera a costa de varias existencias de pruebas? Tomemos una
comparación más prosaica. Si a un hombre que, sin estar en la
última de las miserias, sufre no obstante privaciones como
consecuencia de la mediocridad de sus recursos, viniesen a decirle:
He aquí una inmensa fortuna que podréis disfrutar, siendo para esto
preciso trabajar rudamente durante un minuto. Aunque él fuera el
más perezoso de la Tierra, dirá sin dudar: Trabajemos un minuto,
dos minutos, una hora, un día si es necesario; ¿qué importa eso si mi
vida va acabar en la abundancia? Ahora bien, ¿qué es la duración de
la vida corporal con relación a la eternidad? Menos que un minuto,
menos que un segundo.
Hemos escuchado este razonamiento: Dios, que es soberanamente
bueno, no puede imponer al hombre que recomience una serie de
miserias y tribulaciones. Por ventura, ¿parecerá que hay más bondad
en condenar al hombre a un sufrimiento perpetuo por algunos
momentos de error, que en darle los medios para reparar sus faltas?
«Dos fabricantes tenían cada cual un obrero que podía aspirar a
volverse socio del patrón. Ahora bien, sucedió que ambos obreros
emplearon una vez muy mal su jornada y merecieron ser despedidos.
Uno de los dos fabricantes despidió a su obrero a pesar de sus
súplicas, y éste –no habiendo encontrado trabajo– murió en la
miseria. El otro dijo al suyo: Habéis perdido un día, me debéis por
esto una compensación; habéis hecho mal vuestro trabajo, me debéis
una reparación; os permito recomenzar; tratad de ejecutarlo bien y
conservarás tu puesto, y podréis siempre aspirar a la posición
superior que os he prometido». ¿Es necesario preguntar cuál de los
dos fabricantes ha sido más humano? Dios, que es la propia
clemencia, ¿sería más inexorable que un hombre? El pensamiento de
que nuestro destino esté para siempre fijado por algunos años de
prueba –aun cuando no siempre dependía de nosotros alcanzar la
perfección en la Tierra– tiene algo de desconsolador, mientras que la
idea contraria es eminentemente consoladora, ya que nos deja la
esperanza. De este modo, sin pronunciarnos en pro o en contra de la
pluralidad de las existencias, sin admitir una hipótesis más que otra,
decimos que, si se nos permitiese elegir, no habría nadie que
prefiriese un juicio sin apelación. Un filósofo ha dicho que si
Dios no existiese sería necesario inventarlo para la felicidad del
género humano; lo mismo se podría decir de la pluralidad de las
existencias. Pero, como lo hemos dicho, Dios no nos pide nuestro
permiso, no consulta nuestro gusto: esto es o no es; veamos de qué
lado están las probabilidades y enfoquemos la cuestión desde otro
punto de vista, siempre haciendo abstracción de la enseñanza de los
Espíritus y únicamente como estudio filosófico.
Es evidente que si no existe reencarnación, sólo hay una
existencia corporal; si nuestra actual existencia corporal es la única,
el alma de cada hombre es creada al nacer, a menos que se admita la
anterioridad del alma, en cuyo caso nos preguntaríamos qué era el
alma antes del nacimiento, y si este estado no constituía de alguna
forma una existencia. No hay término medio: o el alma existía o no
existía antes del cuerpo; si existía, ¿cuál era su situación? ¿Tenía o
no conciencia de sí misma? Si no tenía conciencia, es casi como si
no existiera; si tenía individualidad, ¿era progresiva o estacionaria?
En uno o en otro caso, ¿en qué grado había llegado al encarnar?
Según la creencia vulgar, admitiendo que el alma nazca con el
cuerpo o –lo que da lo mismo– que antes de su encarnación sólo
tenga facultades negativas, efectuamos las siguientes preguntas:
1. ¿Por qué el alma muestra aptitudes tan diversas e
independientes de las ideas adquiridas a través de la educación?
2. ¿De dónde viene esa aptitud fuera de lo normal que tienen
ciertos niños de corta edad para tal arte o Ciencia, mientras que otros
permanecen inferiores o mediocres durante toda su vida?
3. ¿De dónde provienen las ideas innatas o intuitivas que existen
en unos y no en otros?
4. ¿De dónde vienen, en ciertos niños, esos instintos precoces de
vicios o de virtudes, esos sentimientos innatos de dignidad o de
bajeza que contrastan con el medio en el cual han nacido?
5. Haciendo abstracción de la educación, ¿por qué ciertos hombres
son más adelantados que otros?
6. ¿Por qué existen salvajes y hombres civilizados? Si tomáis a un
niño hotentote recién nacido, y lo instruís en nuestros más
renombrados liceos, ¿por qué nunca haréis de él un Laplace o un
Newton?
Preguntamos cuál es la filosofía o la teosofía que puede resolver
estos problemas. No cabe duda: o las almas son iguales al nacer o
son desiguales. Si son iguales, ¿por qué esas aptitudes tan diversas?
Se dirá que esto depende del organismo. Pero entonces es la más
monstruosa y la más inmoral de las doctrinas. El hombre no es sino
una máquina, un juguete de la materia; no tiene más la
responsabilidad de sus actos; puede alegar que todo se debe a sus
imperfecciones físicas. Si son desiguales, es que Dios las ha creado
así; pero entonces, ¿por qué esta superioridad innata concedida a
algunos? Esta parcialidad, ¿está de conformidad con la justicia de
Dios y con el amor que por igual da a todas sus criaturas?
Al contrario, admitamos una sucesión de existencias anteriores progresivas y todo se explica. Los hombres traen al nacer la
intuición de lo que han adquirido; están más o menos adelantados
según el número de existencias que han recorrido y según estén más
o menos alejados del punto de partida: exactamente como sucede en
una reunión de individuos de todas las edades, cada uno tendrá un
desarrollo proporcional al número de años que haya vivido; las
existencias sucesivas serán –para la vida del alma– lo que los años
son para la vida del cuerpo. Reunid un día a mil individuos que
tengan desde uno a ochenta años; suponed que se arroje un velo
sobre todos los días anteriores y que, en vuestra ignorancia, los
creáis a todos nacidos en el mismo día: naturalmente os preguntaréis
cómo es que unos son grandes y otros pequeños, algunos viejos y
otros jóvenes, unos instruidos y otros todavía ignorantes; pero si la
nube que os oculta el pasado se disipa, si aprendéis que todos ellos
han vivido más o menos tiempo, todo os será explicado. Dios, en su
justicia, no podría haber creado almas más perfectas que otras; pero,
con la pluralidad de las existencias, la desigualdad que vemos nada
tiene de contrario con la equidad más rigurosa: es que sólo vemos el
presente y no el pasado. ¿Se basa este razonamiento en un sistema,
en una suposición gratuita? No; hemos partido de un hecho patente e
indiscutible: la desigualdad de las aptitudes y del desarrollo
intelectual y moral, y encontramos este hecho inexplicable por todas
las teorías que están en curso, mientras que la explicación de esto es
simple, natural y lógica, a través de otra teoría. ¿Es racional preferir
la que no explica a la que explica?
Con respecto a la sexta pregunta, se dirá sin duda que el hotentote
es de una raza inferior: entonces preguntaremos si el hotentote es un
hombre o no. Si es un hombre, ¿por qué Dios lo ha desheredado –a
él y a su raza– de los privilegios concedidos a la raza caucásica? Si
no es un hombre, ¿por qué tratar de volverlo cristiano? La Doctrina
Espírita tiene más amplitud que todo esto; para ella no existen varias
especies de hombres, sino que hay hombres cuyos Espíritus se
encuentran en mayor o en menor atraso, pero susceptibles de
progresar: ¿no está esto más de acuerdo con la justicia de Dios?
Acabamos de ver el alma en su pasado y en su presente; si la
consideramos en su futuro, encontraremos las mismas dificultades.
1. Si únicamente nuestra existencia actual debe decidir nuestro
destino, ¿cuál será, en la vida futura, la posición respectiva del
salvaje y del hombre civilizado? ¿Se encontrarán en un mismo nivel
o estarán distanciados en lo que respecta a la felicidad eterna?
2. El hombre que ha trabajado toda su vida para mejorarse, ¿está
en el mismo nivel que aquel que ha permanecido inferior, no por su
falta, sino porque no ha tenido ni el tiempo ni la posibilidad para
mejorarse?
3. El hombre que hace mal porque no ha podido esclarecerse, ¿es
responsable de un estado de cosas que no dependían de él?
4. Se trabaja para esclarecer a los hombres, para moralizarlos, para
civilizarlos; pero por cada uno que se esclarece hay millones que
mueren diariamente antes que la luz los haya alcanzado; ¿cuál es el
destino de éstos? ¿Son tratados como réprobos? En caso contrario,
¿qué han hecho para merecer estar en el mismo nivel que los otros?
5. ¿Cuál es el destino de los niños que mueren en corta edad antes
de haber podido hacer el bien o el mal? Si están entre los elegidos,
¿por qué este favor sin haber hecho nada para merecerlo? ¿Por qué
privilegio están exentos de las tribulaciones de la vida?
¿Existe una doctrina que pueda resolver estas cuestiones? Admitid
las existencias consecutivas y todo se explica de conformidad con la
justicia de Dios. Lo que no se ha podido hacer en una existencia se
hará en otra; es así que nadie escapa a la ley del progreso, que cada
uno será recompensado según su mérito real y que nadie está
excluido de la felicidad suprema, a la cual puede aspirar,
cualesquiera que sean los obstáculos que haya encontrado en su
camino.
Estas preguntas podrían multiplicarse al infinito, porque son
innumerables los problemas psicológicos y morales que sólo
encuentran solución en la pluralidad de las existencias; nosotros nos
hemos limitado a los más generales. Como quiera que sea, se dirá
quizá que la doctrina de la reencarnación no es admitida por la
Iglesia; que esto sería, entonces, el desmoronamiento de la religión.
Nuestro objetivo no es tratar esa cuestión en este momento; nos
basta con haber demostrado que aquel principio es eminentemente
moral y racional. Más adelante mostraremos que la religión está
menos distante de la reencarnación de lo que tal vez se piensa, y que
con ella no sufriría más de lo que ha sufrido con el descubrimiento
del movimiento de la Tierra y de los períodos geológicos que, a
primera vista, han parecido dar un desmentido a los textos sagrados.
La enseñanza de los Espíritus es eminentemente cristiana; se apoya
en la inmortalidad del alma, en las penas y recompensas futuras, en
el libre albedrío del hombre, en la moral del Cristo; por lo tanto, no
es antirreligiosa.
Como lo dijimos, hemos razonado haciendo abstracción de toda
enseñanza espírita que, para ciertas personas, no es una autoridad. Si
nosotros –como tantos otros– hemos adoptado la opinión de la
pluralidad de las existencias, no es solamente porque ella proviene
de los Espíritus, sino porque nos ha parecido la más lógica y la única
que resuelve las cuestiones hasta entonces insolubles. Si hubiese
venido de un simple mortal la hubiéramos igualmente adoptado, y
tampoco habríamos dudado en renunciar a nuestras propias ideas;
desde el momento en que un error es demostrado,
el amor propio tiene más a perder que a ganar al obstinarse en una
idea falsa. Del mismo modo, nosotros la hubiésemos rechazado –
aunque proviniera de los Espíritus– si nos hubiera parecido contraria
a la razón, como hemos rechazado a tantas otras, porque sabemos
por experiencia que no se debe aceptar a ciegas todo lo que viene de
su parte, como tampoco lo que viene de parte de los hombres. Por lo
tanto, nos queda por examinar la cuestión de la pluralidad de las
existencias desde el punto de vista de la enseñanza de los Espíritus,
de qué manera debemos entenderla y, en fin, responder a las
objeciones más serias que se le puedan oponer; es lo que haremos en
un próximo artículo
Problemas morales Sobre el Suicidio
Preguntas dirigidas a san Luis por intermedio del Sr. C..., médium psicofónico
y vidente, en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, sesión del 12 de
octubre de 1858.
1. ¿Por qué el hombre que tiene la firme intención de suicidarse se
rebela ante la idea de ser muerto por otro, y se defendería contra los
ataques en el mismo momento en que va a cumplir su propósito? –
Resp. Porque el hombre tiene siempre miedo a la muerte; cuando se
suicida está sobreexcitado, tiene la cabeza trastornada, y lleva a cabo
ese acto sin coraje ni temor y –por así decirlo– sin tener
conocimiento de lo que hace, mientras que si tuviese discernimiento
no veríais tantos suicidios. El instinto del hombre lo lleva a defender
su vida y, durante el tiempo que transcurre entre el instante en que
su semejante se aproxima para matarlo y el momento en que el acto
es cometido, hay siempre un movimiento de repulsión instintiva de
la muerte que lo lleva a rechazar ese fantasma que no es pavoroso
sino para el Espíritu culpable. El hombre que se suicida no
experimenta ese sentimiento, porque está rodeado de Espíritus que
lo instigan, que lo asisten en sus deseos y que le hacen perder
completamente el recuerdo de que no es él mismo, o sea, el recuerdo
de sus parientes, de aquellos que lo aman y de una otra existencia.
En ese momento, el hombre es todo egoísmo.
2. Aquel que está hastiado de la vida, pero que no desea quitársela
y quiere que su muerte sirva para algo, ¿es culpable de buscarla en
un campo de batalla, defendiendo a su país? –Resp. Siempre. El
hombre debe seguir el instinto que le es dado; cualquiera que sea el
curso que siga, cualquiera que sea la vida que lleve, está siempre
asistido por Espíritus que lo conducen y lo dirigen sin él saberlo;
ahora bien, buscar ir en contra de sus consejos es un crimen, puesto
que están ahí para dirigirnos y, cuando queremos obrar por nosotros
mismos, esos buenos
303
Espíritus están allí para ayudarnos. Pero sin embargo, si el hombre –
arrastrado por su propio Espíritu– quiere dejar esta vida, es
abandonado, y reconoce su falta más tarde cuando se encuentra
obligado a recomenzar otra existencia. Para elevarse, el hombre
debe ser puesto a prueba; detener sus actos, poner obstáculos a su
libre albedrío sería ir contra Dios y, en este caso, las pruebas se
volverían inútiles, ya que los Espíritus no cometerían faltas. El
Espíritu ha sido creado simple e ignorante; por lo tanto, para llegar a
las esferas felices es necesario que progrese, que se eleve en ciencia
y en sabiduría, y no es sino en la adversidad que el Espíritu adquiere
la elevación del corazón y comprende mejor la grandeza de Dios.
3. Uno de los asistentes observó que cree ver una contradicción
entre estas últimas palabras de san Luis y las precedentes, cuando él
ha dicho que el hombre puede ser instigado al suicidio por ciertos
Espíritus que a esto lo incitan. En este caso, cedería a un impulso
que le sería extraño. –Resp. No hay contradicción. Cuando dije que
el hombre instigado al suicidio estaba rodeado de Espíritus que a eso
lo incitaban, no hacía referencia a los Espíritus buenos, que hacen
todos los esfuerzos para desviarlo de esa idea; esto debería estar
sobrentendido; todos nosotros sabemos que tenemos un ángel
guardián o, si preferís, un guía familiar. Ahora bien, el hombre tiene
su libre albedrío; si a pesar de los buenos consejos que le son dados
persevera en esa idea que es un crimen, él la lleva a cabo y en esto
es asistido por Espíritus ligeros e impuros que lo rodean, que están
felices en ver que al hombre –o Espíritu encarnado– también le falta
coraje para seguir los consejos de su buen guía y, a menudo, de los
Espíritus de sus parientes muertos que lo rodean, sobre todo en
semejantes circunstancias.
Conversaciones familiares del Más Allá
1. En el nombre de Dios Todopoderoso, pido al Espíritu Mehemet
Alí que tenga a bien comunicarse con nosotros. –Resp. Sí; sé el
porqué.
2. Nos habíais prometido volver para instruirnos; ¿tendríais la
bondad de escucharnos y respondernos? –Resp. Yo no había
prometido, ya que no me comprometí.
3. Está bien; en lugar de prometido, digamos que nos habéis
hecho esperar. –Resp. O sea, para satisfacer vuestra curiosidad; ¡no importa! Estaré
un poco a vuestra disposición.
4. Puesto que habéis vivido en el tiempo de los faraones, ¿podríais
decirnos con qué objetivo han sido construidas las pirámides? –
Resp. Son sepulcros; sepulcros y templos: allí tenían lugar las
grandes manifestaciones.
5. ¿Tenían éstas también un objetivo científico? –Resp. No; el
interés religioso lo absorbía todo.
6. En aquel tiempo era preciso que los egipcios fuesen muy
avanzados en las artes mecánicas como para realizar trabajos que
exigían fuerzas tan considerables. ¿Podríais darnos una idea de los
medios que empleaban? –Resp. Masas de hombres han gemido bajo
el peso de esas piedras que han atravesado los siglos: el hombre era
la máquina.
7. ¿Qué clase de hombres se ocupaban de esos grandes trabajos? –
Resp. Aquella clase que llamáis el pueblo.
8. ¿Estaba el pueblo en estado de esclavitud o recibía un salario? –
Resp. La fuerza.
9. ¿De dónde le venía a los egipcios el gusto por las cosas
colosales, en vez de por las cosas graciosas que distinguían a los
griegos, pese a que tenían el mismo origen. –Resp. El egipcio estaba
tocado por la grandeza de Dios; buscaba igualársele sobrepasando
sus propias fuerzas. ¡Siempre el hombre!
10. Ya que en aquella época erais sacerdote, tened a bien decirnos
algo sobre la religión de los antiguos egipcios. ¿Cuál era la creencia
del pueblo con respecto a la Divinidad? –Resp. La creencia estaba
corrupta, y el pueblo creía en sus sacerdotes; éstos, al mantenerlo
doblegado, eran dioses para aquél.
11. ¿Qué pensaba el pueblo del estado del alma después de la
muerte? –Resp. Creía en lo que le decían los sacerdotes.
12. ¿Tenían los sacerdotes ideas más sanas que el pueblo, desde el
doble punto de vista de Dios y del alma? –Resp. Sí, tenían la luz en
sus manos; mientras que la escondían de los otros, ellos la veían.
13. ¿Compartían los grandes del Estado las creencias del pueblo o
la de los sacerdotes? –Resp. Estaban entre ambas.
14. ¿Cuál era el origen del culto rendido a los animales? –Resp.
Querían desviar al hombre de Dios, rebajarlo en sí mismo, dándole
por dioses a seres inferiores.
15. Hasta un cierto punto se concibe el culto a los animales útiles,
¡pero no se comprende el de animales inmundos y nocivos, tales
como las serpientes, los cocodrilos, etc.! –Resp. El hombre adora a
lo que teme. Era un yugo para el pueblo. ¿Podían los sacerdotes
creer en dioses hechos con sus manos?
16. ¿Por qué extraña peculiaridad rendían culto al cocodrilo y a
los reptiles, al mismo tiempo en que adoraban al icneumón y al ibis
que los destruían? –Resp. Aberración del espíritu; en todas partes el
hombre busca dioses para esconderse de lo que es.
17. ¿Por qué Osiris era representado con una cabeza de gavilán y
Anubis con una cabeza de perro? –Resp. Al egipcio le gustaba
personificar emblemas claros: Anubis era bueno; el gavilán que
desgarra representaba al cruel Osiris.
18. ¿Cómo conciliar el respeto de los egipcios por los muertos,
con el desprecio y el horror que tenían por aquellos que los
amortajaban y momificaban? –Resp. El cadáver era un instrumento
de manifestaciones: el Espíritu –según ellos– volvía al cuerpo que
había animado. Al ser uno de los instrumentos del culto, el cadáver
era consagrado, y el desprecio perseguía a aquel que se atrevía a
violar la santidad de la muerte.
19. La conservación del cuerpo ¿daba lugar a manifestaciones más
numerosas? –Resp. Más extensas; es decir, que el Espíritu volvía
más tiempo, todo el tiempo en que el instrumento fuese dócil.
20. ¿No tenía también, la conservación del cuerpo, una causa de
salubridad, en razón de las inundaciones del Nilo? –Resp. Sí, para
los del pueblo.
21. La iniciación en los misterios, ¿se hacía en Egipto con
prácticas tan rigurosas como en Grecia? –Resp. Más rigurosas.
22. ¿Con qué objetivo se imponía a los iniciados condiciones tan
difíciles de cumplir? –Resp. Para sólo tener almas superiores: éstas
sabían comprender y callar.
23. La enseñanza dada en los misterios, ¿tenía como único
objetivo la revelación de cosas extrahumanas, o también se
enseñaban los preceptos de la moral y del amor al prójimo? –Resp. Todo
esto estaba muy corrupto. El objetivo de los sacerdotes era el
de dominar: no el de instruir.
Muerto en El Cairo el 4 de junio de 1857. Evocado a pedido del Sr.
Jobard. Éste dice que era un Espíritu muy elevado cuando encarnado;
médico homeópata; un verdadero apóstol espírita; debe estar por lo menos
en Júpiter.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. ¿Tendríais la bondad de decirnos dónde estáis? –Resp. Estoy
errante.
3. ¿Habéis muerto el 4 de junio de este año? –Resp. Del año
pasado.
4. ¿Recordáis a vuestro amigo, el Sr. Jobard? –Resp. Sí, y a menudo estoy cerca de él.
5. Cuando yo le transmita esta respuesta le ha de agradar,
porque siempre ha tenido por vos un gran afecto. –Resp. Lo sé; este
Espíritu me es de los más simpáticos.
6. Cuando estabais encarnado, ¿qué pensabais que fuesen los
gnomos? –Resp. Pensaba que eran seres que podían materializarse y
tomar formas fantásticas.
7. ¿Aún lo creéis así? –Resp. Más que nunca: ahora tengo la
certeza; pero gnomo es una palabra que parece tener demasiada
relación con la magia; por eso prefiero decir ahora Espíritu que
gnomo.
Nota – Cuando encarnado él creía en los Espíritus y en sus
manifestaciones, únicamente que los designaba con el nombre de
gnomos, mientras que ahora se sirve de la expresión más genérica de
Espíritu.
8. ¿Todavía creéis que esos Espíritus, a los que en vida llamabais
gnomos, puedan tomar formas materiales fantásticas? –Resp. Sí,
pero sé que esto no se hace frecuentemente, porque hay personas
que podrían volverse locas si viesen las apariencias que esos
Espíritus pueden tomar.
9. ¿Qué apariencias pueden ellos tomar? –Resp. De animales, de
diablos.
10. ¿Es una apariencia material tangible o puramente una
apariencia como en los sueños o en las visiones? –Resp. Un poco
más material que en los sueños; las apariciones que podrían asustar
mucho no pueden ser tangibles; Dios no lo permite.
11. La aparición del Espíritu de Bergzabern, bajo la forma de
hombre o de animal, ¿era de esta naturaleza? –Resp. Sí, de este
género.
Nota – No sabemos si, cuando encarnado, él creía que los
Espíritus podían tomar una forma tangible; pero es evidente que ahora
quiere referirse a la forma vaporosa e impalpable de las apariciones.
12. ¿Creéis que iréis reencarnar en Júpiter? –Resp. Iré hacia un
mundo que aún no se iguala a Júpiter.
13. ¿Es por vuestra propia opción que iréis a un mundo inferior a
Júpiter, o es porque todavía no merecéis ir a este planeta? –Resp. Creo
no merecerlo, prefiriendo cumplir una misión en un mundo menos
adelantado. Sé que llegaré a la perfección, y es esto lo que me hace ser
modesto.
Nota – Esta respuesta es una prueba de la superioridad de este Espíritu;
está de acuerdo con lo que nos ha dicho el Padre Ambrosio: que hay más
mérito en pedir una misión en un mundo inferior, que en querer avanzar
demasiado rápido en un mundo superior.
14. El Sr. Jobard nos
pide preguntaros si estáis satisfecho con el
artículo necrológico que él ha escrito sobre vos. –Resp. Jobard me
ha dado una nueva prueba de simpatía al escribir eso; se lo
agradezco mucho, y deseo que la descripción –un poco exagerada– que hizo
de mis virtudes y talentos pueda servir de ejemplo a aquellos que de
entre vosotros siguen las huellas del progreso.
15. Ya que
cuando encarnado erais homeópata, ¿qué pensáis ahora de la homeopatía?
–Resp. La homeopatía es el comienzo del descubrimiento de los fluidos
latentes. Muchos otros
descubrimientos igualmente preciosos se harán y formarán un todo
armonioso, que conducirá a vuestro globo a la perfección.
16. ¿Qué mérito atribuís a vuestro libro intitulado: Le Médecin du
Peuple (El Médico del Pueblo)? –Resp. Es la piedra del obrero que
he aportado a la obra.
Nota – La respuesta de este Espíritu sobre la homeopatía viene en
apoyo a la idea de los fluidos latentes que ya nos ha sido dada por el
Sr. Badet, Espíritu, con respecto a su imagen fotografiada. De
esto ha de deducirse que hay fluidos cuyas propiedades nos son
desconocidas o pasan desapercibidas porque su acción no es
ostensible, pero no por eso menos real; la Humanidad se enriquece
de nuevos conocimientos a medida que las circunstancias le hacen
conocer sus propiedades.
Madame de Staël
En la sesión de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas del 28 de septiembre de 1858, el Espíritu Madame de Staël se comunicó espontáneamente y sin ser llamado, por la mano de la señorita E..., médium psicógrafa; dictó el siguiente pasaje:
Vivir es sufrir; sí, pero la esperanza ¿no sigue al sufrimiento? ¿No ha puesto Dios en el corazón de los más desgraciados una mayor dosis de esperanza? Criatura, el disgusto y la decepción siguen al nacimiento; pero delante marcha la Esperanza que le dice: Avanza, el objetivo es la felicidad: Dios es clemente.
Dicen los descreídos: ¿por qué venir a enseñarnos una nueva religión, cuando el Cristo ha establecido las bases de una caridad tan grandiosa, de una felicidad tan cierta? Nosotros no tenemos la intención de cambiar lo que el Gran Reformador ha enseñado. No: venimos apenas a fortalecer la conciencia, a aumentar las esperanzas. Cuanto más el mundo se civiliza, más debería tener confianza, y también nosotros tenemos más necesidad de sostenerlo. No queremos cambiar la faz del Universo: venimos a ayudar a volverlo mejor; y si en este siglo no se viene ayudar al hombre, será más desgraciado por la falta de confianza y de esperanza. Sí, hombre erudito que descubres lo que está en los otros, que buscas conocer lo que te importa poco y que arrojas lejos de ti lo que te concierne: abre los ojos y no desesperes; no digas que la nada puede ser posible, cuando en tu corazón deberías sentir lo contrario. Ven a sentarse a esta mesa y espera: en ella te 308 instruirás sobre tu futuro y serás feliz. Aquí hay pan para todo el mundo: Espíritu, os desarrollaréis; cuerpo, os alimentaréis; sufrimientos, os calmaréis; esperanzas, floreceréis y embelleceréis la verdad para hacerla soportable.
STAËL
Nota – El Espíritu hacía alusión a la mesa donde estaban los médiums.
Preguntadme, que responderé a vuestras cuestiones.
1. No estábamos aguardando vuestra visita; por eso es que no tenemos un tema preparado. –Resp. Sé muy bien qué preguntas particulares no pueden ser respondidas por mí; pero sí puedes preguntar cosas generales, ¡incluso a una mujer que ha tenido un poco de espíritu y que ahora tiene mucho corazón!
En ese momento, una señora que asistía a la sesión pareció desfallecer; pero era sólo una especie de éxtasis que, lejos de ser penoso, le era más bien agradable. Alguien se ofreció para magnetizarla: entonces el Espíritu Madame de Staël dijo espontáneamente: «–No, dejadla tranquila; es preciso dejar a la influencia actuar.» Después, dirigiéndose a la señora, le dijo: «Tened confianza, un corazón vela cerca vuestro; quiere hablaros; un día vendrá... No precipitemos las emociones».
El Espíritu que se comunicaba con esta señora, y que era el de su hermana, escribió entonces espontáneamente: «Volveré».
Dirigiéndose nuevamente a esa señora, Madame de Staël escribió: «Una palabra de consuelo para un corazón que sufre; ¿por qué esas lágrimas de mujer para una hermana? ¿Por qué ese regreso al pasado, cuando todos vuestros pensamientos solamente deberían ir hacia el futuro? Vuestro corazón sufre, vuestra alma tiene necesidad de dilatarse. ¡Pues bien! ¡Que esas lágrimas sean un alivio y no un producto de lamentos! ¡Aquella que os ama y que lloráis está contenta con vuestra felicidad! Esperad, que un día os reuniréis a ella. Vos no la veis, pero para ella no hay separación, porque constantemente puede estar cerca vuestro».
2. ¿Quisierais decirnos lo que pensáis actualmente de vuestros escritos? –Resp. Una sola palabra os esclarecerá. Si yo volviese y pudiese recomenzar, cambiaría dos tercios de los mismos y solamente conservaría uno.
3. ¿Podríais señalar las cosas que desaprobáis? –Resp. No con mucha exigencia, porque lo que no fuere justo, otros escritores cambiarán: fui demasiado hombre para una mujer.
4. ¿Cuál era la causa primera del carácter viril que mostrabais cuando encarnada? –Resp. Eso depende de la fase de existencia en que se está. En la siguiente sesión del 12 de octubre se le dirigió las siguientes preguntas por intermedio del Sr. D..., médium psicógrafo.
5. El otro día habéis venido espontáneamente entre nosotros por intermedio de la señorita E... ¿Tendríais la bondad de decirnos cuál ha sido el motivo que os llevó a favorecernos con vuestra presencia sin que os hayamos llamado? –Resp. La simpatía que tengo por todos vosotros; es, al mismo tiempo, el cumplimiento de un deber que me he impuesto en mi existencia actual, o más bien en mi existencia pasajera, puesto que soy llamada a revivir: éste es, además, el destino de todos los Espíritus.
6. ¿Es más agradable para vos venir espontáneamente o ser evocada? –Resp. Prefiero ser evocada, porque es una prueba de que han pensado en mí; pero sabéis también que es agradable para el Espíritu liberado poder conversar con el Espíritu del hombre: es por eso que no debéis sorprenderos por haberme visto venir de pronto entre vosotros.
7. ¿Hay ventaja en evocar a los Espíritus en vez de esperar que vengan por sí mismos? –Resp. Al evocarlos se tiene un objetivo; dejándolos que vengan, se corre el gran riesgo de tener comunicaciones imperfectas bajo muchos aspectos, porque tanto vienen los malos como los buenos.
8. ¿Ya os habéis comunicado en otros Círculos? –Resp. Sí; pero me han hecho aparecer más frecuentemente de lo que yo hubiera querido; es decir que, a menudo, han tomado mi nombre.
9. ¿Tendríais la bondad de venir algunas veces entre nosotros a dictarnos algunos de vuestros bellos pensamientos, que estaremos felices en reproducir para la instrucción general? –Resp. De buen grado; con placer vengo entre aquellos que trabajan seriamente para instruirse: mi llegada del otro día es una prueba de esto.
_______
«Al no poder todos ser convencidos por el mismo género de
manifestaciones espirituales, se han desarrollado médiums de
diferentes variedades. En Estados Unidos los hay que hacen retratos
de personas desde hace mucho tiempo muertas y que ellos jamás han
conocido; y como el parecido es enseguida constatado, las personas
juiciosas que han atestiguado estos hechos no dejan de convertirse.
El más notable de esos médiums es quizá el Sr. Rogers, que ya
hemos citado (vol. I del Spiritualiste, pág. 239), y que por entonces
vivía en Colombus, donde ejercía su profesión de sastre; debemos
agregar que él no tenía otra educación que la de su situación
profesional.
«A propósito de la teoría espiritualista, hombres instruidos han
dicho y repetido: "Recurrir a los Espíritus es sólo una hipótesis; un
examen atento prueba que no es la más racional, ni la más verosímil". A éstos,
sobre todo, ofrecemos a continuación la traducción que abreviamos
de un artículo escrito el 27 de julio último por el Sr. Lafayette R.
Gridley, de Attica (Indiana), a los editores del Spiritual Age (Era
Espiritual), que lo han presentado por entero en su publicación del
14 de agosto.
«En el mes de mayo pasado, el Sr. E. Rogers, de Cardington
(Ohio), que –como sabéis– es médium pintor y hace retratos de
personas que no están más en este mundo, vino a pasar algunos días
en mi casa. Durante su corta permanencia entró en trance, en el
cual
se manifestó un artista invisible que dijo llamarse Benjamín West y que
pintó algunos bellos retratos de tamaño natural, así como otros
menos satisfactorios.
«He aquí algunas particularidades relativas a dos de esos retratos.
Han sido pintados por el mencionado E. Rogers en una habitación
oscura, en mi casa, en el corto intervalo de una hora y treinta
minutos, de los cuales alrededor de media hora transcurrió sin que el
médium fuese influenciado, y que aproveché para examinar su
trabajo, que todavía no estaba concluido. Rogers entró nuevamente
en trance y terminó esos retratos. Entonces, y sin ninguna indicación
en cuanto a los sujetos así representados, uno de los retratos fue
enseguida reconocido como el de mi abuelo Elisha Gridley; mi
esposa, mi hermana, la señora Chaney, y luego mi padre y mi madre,
todos fueron unánimes en encontrar un gran parecido: es un
facsímile de mi abuelo anciano, con todas las particularidades de su
cabellera, de su cuello de camisa, etc. En cuanto al otro retrato,
ninguno de nosotros lo reconoció; por eso lo colgué en mi negocio, a
la vista de los transeúntes, y allí quedó una semana sin que nadie lo
haya reconocido. Esperábamos que alguien nos dijera que él era un
antiguo habitante de Attica. Y cuando perdía la esperanza de saber a
quién había querido pintar, una noche, habiendo formado un Círculo
espiritualista en mi casa, se manifestó un Espíritu y me dio la
siguiente comunicación:
"Mi nombre es Horace Gridley. Hace más de cinco años que he
dejado mis restos mortales. Viví varios años en Natchez
(Mississippi), donde ocupé el puesto de sheriff. Mi único hijo vive
allí. Soy primo de vuestro padre. Podéis obtener otras informaciones
sobre mí dirigiéndoos a vuestro tío, el Sr. Gridley, de Brownsville
(Tennessee). El retrato que tenéis en vuestro negocio es el mío, en la
época en que yo vivía en la Tierra, poco tiempo antes de pasar a esta
otra existencia más elevada, más feliz y mejor; él se me parece, al
menos tanto como pude retomar mi fisonomía de entonces, porque
esto es indispensable cuando nos pintan; al recordarnos de la misma,
lo hacemos lo mejor que podemos y según lo permitan las
condiciones del momento. El retrato en cuestión no está terminado como yo lo hubiera deseado; hay
algunas ligeras imperfecciones que el Sr. West dijo que provenían
de las condiciones en las que se encontraba el médium. Sin
embargo, enviad este retrato a Natchez para examinarlo; creo que lo
reconocerán".
«Los hechos mencionados en esta comunicación eran
perfectamente ignorados por mí, así como de todos los habitantes de
nuestra localidad. Sin embargo, una vez –hace varios años– yo había
escuchado decir que mi padre había tenido un pariente en algún
lugar de esa parte del valle del Mississippi; pero ninguno de
nosotros sabía el nombre de ese pariente, ni el lugar donde había
vivido, ni incluso si él estaba muerto; solamente después de varios
días es que supe a través de mi padre (que vivía en Delphi, a
cuarenta millas de aquí) cuál había sido el lugar de residencia de su
primo, del que no había escuchado hablar desde hacía casi sesenta
años. De ningún modo habíamos pensado en pedir retratos de
familia; sencillamente yo había puesto delante del médium una nota
escrita que contenía los nombres de una veintena de antiguos
habitantes de Attica que habían partido de este mundo, y decidimos
obtener el retrato de alguno de ellos. Por lo tanto, pienso que todas
las personas razonables han de admitir que ni el retrato, ni la
comunicación de Horace Gridley han podido resultar de una
transmisión de pensamiento de nosotros hacia el médium; además,
es cierto que el Sr. Rogers nunca ha conocido a ninguno de los dos
hombres de los cuales ha hecho los retratos, y muy probablemente
jamás había escuchado hablar de ellos, porque él es inglés de
nacimiento; vino a América hace diez años y nunca ha ido más al
sur que Cincinnati, mientras que Horace Gridley –por lo que sé–
jamás ha venido más al norte que Memphis (Tennessee), en los
últimos treinta o treinta y cinco años de su vida terrestre. Ignoro si
alguna vez ha visitado Inglaterra; pero esto no habría podido ser sino
antes del nacimiento de Rogers, porque éste no tiene más que
veintiocho a treinta años. En cuanto a mi abuelo, muerto hace
aproximadamente diecinueve años, nunca salió de los Estados
Unidos, y de ninguna manera su retrato pudo haber sido hecho.
«Desde que recibí la comunicación que he transcrito
anteriormente, escribí al Sr. Gridley, de Brownsville, y su respuesta
vino a corroborar lo que nos había enseñado la comunicación del
Espíritu; además, encontré el nombre del único hijo de Horace
Gridley que es la Sra. L. M. Patterson, aún residente en Natchez,
donde su padre vivió por mucho tiempo, y que murió –según piensa
mi tío– hace alrededor de seis años, en Houston (Texas).
«Entonces le escribí a la Sra. Patterson –mi prima recientemente
descubierta– y le envié una copia daguerrotipada del retrato que nos
decían ser el de su padre. En la carta a mi tío de Brownsville yo no
había dicho nada del objeto principal de mis averiguaciones, y
tampoco dije nada a la Sra. Patterson: ni por qué yo le enviaba ese retrato, ni cómo lo
había obtenido, ni quién era la persona allí pintada; simplemente le
preguntaba a mi prima si en él reconocía a alguien. Ella respondió
que no podía ciertamente decirme de quién era ese retrato, pero me
aseguraba que se parecía a su padre en la época de su muerte.
Enseguida le escribí que nosotros también lo habíamos tomado
como si fuese el retrato de su padre, pero sin decirle cómo lo
habíamos obtenido. En esencia, la respuesta de mi prima decía que
en la copia daguerrotipada que le había enviado, todos habían
reconocido a su padre antes de que yo le hubiera dicho que era él
que estaba pintado. Mi prima se quedó muy sorprendida de que yo
tuviera un retrato de su padre, cuando ella misma nunca había tenido
alguno, y de que su padre jamás le hubiese dicho que él había
mandado hacer su retrato por quienquiera que fuese. Ella nunca
hubiera creído que existiese alguno. Se mostró muy satisfecha con lo
que le envié, sobre todo por causa de sus hijos, que tienen mucha
veneración por la memoria de su padre.
«Entonces le envié el retrato original, autorizándola a guardarlo si
así lo deseaba; pero aún no le dije cómo lo había obtenido. Los
principales pasajes de la respuesta que me escribió son los
siguientes:
"He recibido vuestra carta, así como el retrato de mi padre que me
permitís guardar; él está bastante parecido, tiene mucha similitud; y
como nunca he tenido un retrato de él, lo guardo, ya que lo
consentís; lo acepto con mucho reconocimiento, aunque me parezca
que mi padre era más bonito, cuando se encontraba con buena
salud".
«Antes de la recepción de las dos últimas cartas de la señora
Patterson, las circunstancias quisieron que el Sr. Hedges –que
actualmente reside en Delphi, pero en otro tiempo morador de
Natchez– y que el Sr. Ewing, llegado recientemente de Vicksburg
(Mississippi), viesen el retrato en cuestión y lo reconocieran como
siendo el de Horace Gridley, con quien ambos habían tenido
relación.
«Pienso que estos hechos tienen mucha significación como para
dejarlos pasar en silencio, y he creído un deber comunicároslos para
ser publicados. Os aseguro que al escribir este artículo he tomado
mucho cuidado para que todo esté correcto en el mismo.»
Nota – Ya conocemos a los médiums dibujantes; además de los
notables dibujos, de los cuales hemos dado una muestra, pero que
nos describen cosas cuya exactitud no podemos verificar, hemos
visto ejecutar ante nuestros ojos –a través de médiums
completamente ajenos a este arte– bocetos muy reconocibles de
personas muertas a las que ellos nunca habían conocido; pero de ahí
a un retrato pintado dentro de las reglas, hay una gran distancia. Esta
facultad se relaciona con un fenómeno muy curioso del cual somos
testigo en este momento, y del que hablaremos próximamente.
Muchas personas que hoy aceptan perfectamente el magnetismo,
durante mucho tiempo cuestionaron la lucidez sonambúlica; en
efecto, es que esta facultad ha venido a cambiar el rumbo de todas
las nociones que teníamos sobre la percepción de las cosas del
mundo exterior y, entretanto, desde hace bastante tiempo se tenía el
ejemplo de los sonámbulos naturales, que gozan de facultades
análogas y que –por raro contraste– nunca se buscó profundizar.
Hoy la clarividencia sonambúlica es un hecho adquirido y, si todavía
es cuestionada por algunas personas, es porque las nuevas ideas
demoran en echar raíces, sobre todo cuando es preciso renunciar a
las que se sostuvo durante tanto tiempo; es así también que muchas
personas han creído –como aún lo hacen con las manifestaciones
espíritas– que el sonambulismo podía ser experimentado como una
máquina, sin tener en cuenta las condiciones especiales del
fenómeno; es por eso que, al no haber obtenido a su capricho y
oportunamente resultados siempre satisfactorios, han concluido por
la negativa. Fenómenos tan delicados exigen una observación lenta,
asidua y perseverante, a fin de captar los matices frecuentemente
fugitivos. Es igualmente a consecuencia de una observación
incompleta de los hechos que ciertas personas, aunque admitan la
clarividencia de los sonámbulos, cuestionan su independencia; según
ellos, su visión no se extiende más allá del pensamiento de aquel que
los interroga; incluso algunos pretenden afirmar que no hay visión,
sino simplemente intuición y transmisión de pensamiento, y citan
ejemplos en su apoyo. Nadie duda que el sonámbulo, al ver el
pensamiento, pueda a veces traducirlo y ser eco del mismo; nosotros
también no cuestionamos que, en ciertos casos, pueda ser
influenciado: habiendo sólo eso en el fenómeno, ¿ya no sería un
hecho muy curioso y muy digno de observación? Por lo tanto, la
cuestión no está en saber si el sonámbulo es o puede ser influenciado
por un pensamiento ajeno; esto no está en duda, pero sí en saber si
es siempre influenciado: éste es un resultado de la experiencia. Si el
sonámbulo nunca dice otra cosa que lo que sabéis, es indiscutible
que traduce vuestro pensamiento; pero si en ciertos casos dice lo que
no sabéis, si contradice vuestra opinión, vuestra manera de ver, es
evidente que él es independiente y que no sigue su propio impulso.
Un solo hecho de este género bien caracterizado sería suficiente para
probar que la sujeción del sonámbulo al pensamiento de otro no es
una cosa absoluta; ahora bien, existen millares de ellos; entre los que
son de nuestro conocimiento personal, citaremos los dos siguientes:
El Sr. Marillon, residente en Bercy, rue de Charenton (calle
Charenton) N° 43, había desaparecido el
13 de enero último. Todas las investigaciones para descubrir su
rastro habían sido infructuosas; ninguna de las personas a las que él
acostumbraba visitar lo había visto; ningún asunto podía motivar
una ausencia tan prolongada; por otro lado, su carácter, su posición
y su estado mental descartaban toda idea de suicidio. Quedaba por
pensar que él hubiese sido víctima de un crimen o de un accidente;
pero, en esta última hipótesis, habría podido ser fácilmente
reconocido y conducido a su domicilio o, al menos, llevado a la
morgue. Por lo tanto, todas las probabilidades se inclinaban hacia el
crimen; fue en este pensamiento en el que se detuvieron, con mayor
razón porque se creía que había salido para efectuar un pago; pero
¿dónde y cómo había sido cometido el crimen? Es lo que se
ignoraba. Entonces su hija recurrió a una sonámbula, la Sra. Roger,
que en muchas otras circunstancias parecidas había dado pruebas de
una notable lucidez, que nosotros mismos hemos podido
constatar. La Sra. Roger siguió al Sr. Marillon desde que salió
de su casa, a las 3 horas de la tarde, hasta cerca de las 7 de la tarde,
en el momento en que se disponía a regresar; ella lo vio descender
por las orillas del Sena por un motivo acuciante; allí –dijo ella– tuvo
un ataque de apoplejía, lo vio caer sobre una piedra, hacerse un corte
en la frente y después deslizarse en el agua; por lo tanto, no ha sido
un suicidio ni un crimen; vio también su dinero y una llave en el
bolsillo de su gabán. Ella indicó el lugar del accidente; pero –
agrega– no es allí donde está ahora, ya que ha sido fácilmente
arrastrado por la corriente; se lo ha de encontrar en tal lugar. En
efecto, fue esto lo que tuvo lugar; tenía la herida indicada en la
frente; la llave y el dinero estaban en su bolsillo y la posición de sus
vestimentas demostraba suficientemente que la sonámbula no se
había equivocado sobre el motivo que lo había conducido a orillas
del río. Delante de todos estos detalles, nos preguntamos dónde se
puede ver la transmisión de cualquier pensamiento. He aquí otro
hecho donde la independencia sonambúlica no es menos evidente.
El Sr. y la Sra. Belhomme, labradores en Rueil, rue Saint-Denis
(calle San Denis) N° 19, tenían de reserva una suma de alrededor de
800 a 900 francos. Para más seguridad la Sra. Belhomme la guardó
en un armario, del cual una parte estaba destinada a la ropa vieja y la
otra a la ropa nueva: fue entre esta última que el dinero fue
guardado; en ese momento alguien entró y la Sra. Belhomme se
apresuró en cerrar el armario. Pasado algún tiempo y teniendo
necesidad de dinero, ella estaba convencida de haberlo puesto entre
la ropa vieja, porque ésa había sido su intención, en la idea de que lo
viejo tentaría menos a los ladrones; pero, en su precipitación, a la
llegada del visitante, lo había guardado en el otro compartimiento.
Estaba tan convencida de haberlo puesto entre la ropa vieja que
incluso ni le vino la idea de buscarlo en otra parte; al encontrar el
lugar vacío, y recordándose de la visita, creyó haber sido notada y
robada, y –persuadida de esta
manera– sus sospechas recayeron naturalmente sobre el visitante.
Sucede que la Sra. Belhomme conocía a la Srta. Marillon, de la
cual hemos hablado más arriba, y le contó su desventura. Ésta,
habiéndole relatado el medio por el cual su padre había sido
encontrado, le recomendó dirigirse a la misma sonámbula, antes de
dar cualquier paso. El Sr. y la Sra. Belhomme se dirigieron, pues, a
la casa de la Sra. Roger, bien convencidos de haber sido robados y
en la esperanza de que les fuese indicado el ladrón que, en su
opinión, no podía ser otro que el visitante. Por lo tanto, tal era su
pensamiento exclusivo; ahora bien, la sonámbula, después de una
minuciosa descripción del lugar, les dijo: «No habéis sido robados;
vuestro dinero está intacto en vuestro armario: sólo que habéis
creído guardarlo entre la ropa vieja, mientras que lo habéis hecho
entre la ropa nueva; volved a vuestra casa y lo encontraréis allí». En
efecto, fue lo que sucedió.
Al relatar estos dos hechos –y podríamos citar muchos otros
también tan concluyentes– nuestra finalidad ha sido probar que la
clarividencia sonambúlica no siempre es el reflejo de un
pensamiento ajeno; que el sonámbulo puede así tener una lucidez
propia, completamente independiente. De esto resaltan
consecuencias de una alta gravedad desde el punto de vista
psicológico; aquí encontramos la clave de más de un problema que
examinaremos ulteriormente al tratar de las relaciones que
existen entre el sonambulismo y el Espiritismo, relaciones que
arrojan una luz completamente nueva sobre la cuestión.
Una noche olvidada o la hechicera Manuza
Las mil y dos noches de los cuentos árabes
Dictada por el Espíritu Frédéric Soulié
___
PREFACIO DEL EDITOR
En el transcurso del año 1856, las experiencias de manifestaciones
espíritas que se hacían en la casa del Sr. B..., calle Lamartine,
atraían a una asistencia numerosa y selecta. Los Espíritus que se
comunicaban en ese Círculo eran más o menos serios; algunos han
dicho allí cosas de una admirable sabiduría, de una notable
profundidad, las cuales se puede juzgar por El Libro de los Espíritus
que ahí fue comenzado y hecho en su mayor parte. Otros eran menos
graves; su humor jovial se prestaba con gusto a las bromas, pero a
bromas de buen tono, que nunca se apartaban de la compostura. De
este número era Frédéric Soulié, que ha venido por sí mismo y sin
ser invitado, pero cuyas visitas inesperadas eran siempre un
pasatiempo agradable para los asistentes. Su conversación era espirituosa, fina, mordaz, adecuada y jamás ha desmentido al
autor de Les Mémoires du diable; además, él nunca se vanaglorió, y
cuando se le dirigían algunas preguntas un poco difíciles de
filosofía, reconocía francamente su insuficiencia para resolverlas,
diciendo que él era aún muy ligado a la materia, y que prefería lo
alegre a lo serio.
La médium que le servía de intérprete era la Srta. Caroline B... –
una de las hijas del dueño de casa–, médium del género
exclusivamente pasivo, que no tenía la menor conciencia de lo que
escribía, pudiendo reír y conversar a diestro y siniestro, lo que hacía
de buen grado, en cuanto su mano se deslizaba sobre la hoja. El
medio mecánico empleado durante mucho tiempo ha sido la cestitatrompo,
descripta en nuestro El Libro de los Médiums. Más tarde
la médium se ha servido de la psicografía directa.
Sin duda se preguntará qué pruebas teníamos que el Espíritu que
se comunicaba era el de Frédéric Soulié y no cualquier otro. No es
ésta la ocasión de tratar la cuestión de la identidad de los Espíritus;
sólo diremos que la identidad de Soulié se reveló por mil detalles
que no pueden escapar a una atenta observación; a menudo una
palabra, un chiste, un hecho personal relatado, venían a
confirmarnos que era realmente él; varias veces escribió su firma
que ha sido cotejada con sus originales. Un día le pidieron que diese
su retrato, y la médium –que no sabe dibujar y que nunca lo ha
visto– trazó un boceto de un parecido sorprendente.
Nadie de la reunión se había relacionado con él en vida; ¿por qué,
entonces, había venido sin ser llamado? Fue porque se había
vinculado a uno de los asistentes, sin jamás haber querido decir el
motivo; solamente venía cuando esta persona estaba presente;
entraba con ella y salía con ella; de manera que cuando ésta no
estaba, él no venía, y es de notar que cuando él estaba, era muy
difícil –por no decir imposible– tener comunicaciones con otros
Espíritus; el Espíritu familiar de la casa le cedía el lugar, diciendo
que, por delicadeza, debía hacer los honores de la casa.
Un día anunció que nos daría una novela de su autoría y, en
efecto, algún tiempo después comenzó un relato cuyo inicio era muy
prometedor; el asunto era druídico y la escena transcurría en la
Armórica, en el tiempo de la dominación romana; infelizmente,
parece que se asustó con la tarea que había emprendido, porque –es
preciso decirlo– su fuerte no eran los trabajos asiduos, y él
confesaba que se complacía voluntariamente en la pereza. Después
de algunas páginas dictadas, dejó dicha novela, pero anunció que
nos escribiría otra que le diera menos trabajo: fue entonces que nos
escribió el cuento cuya publicación comenzamos. Más
de treinta personas han asistido a esta producción y pueden
atestiguar su origen. De ninguna manera lo damos como una obra de
alto alcance filosófico, sino como una curiosa muestra de un trabajo
de gran extensión obtenido de los Espíritus. Ha de notarse en él
cómo todo es ordenado, cómo todo se encadena con un arte
admirable. Lo que existe de más extraordinario es que ese relato ha
sido retomado en cinco o en seis ocasiones diferentes, y
frecuentemente después de interrupciones de dos o tres semanas;
ahora bien, a cada reanudación, el relato continuaba como si todo
hubiera sido escrito de un solo trazo, sin tachaduras, sin
reiteraciones y sin que hubiese necesidad de recordar lo que había
precedido. Nosotros lo damos como ha salido del lápiz de la
médium, sin cambiar absolutamente nada, ni el estilo, ni las ideas, ni
el encadenamiento de los hechos. Algunas repeticiones de palabras y
algunos pequeños errores de ortografía han sido notados, por lo que
Soulié nos encargó personalmente de corregirlos, diciendo que nos
asistiría en esto; cuando estaba todo terminado quiso rever el
conjunto, al cual no hizo más que algunas rectificaciones sin
importancia, dándonos autorización para publicarlo como lo
deseáramos, renunciando de buen grado –dijo él– a sus derechos de
autor. Sin embargo, consideramos mejor no insertarlo en nuestra
Revista sin el consentimiento formal de su amigo póstumo, a quien
pertenece el derecho, puesto que por su presencia y por su
solicitación hemos recibido esta producción del Más Allá. El título
ha sido dado por el propio Espíritu Frédéric Soulié.
A. K.
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Una noche olvidada
I
Había en Bagdad una mujer del tiempo de Aladino; es su historia
la que voy a contar:
En uno de los suburbios de Bagdad vivía, no lejos del palacio de
la sultana Sheherazade, una anciana llamada Manuza. Esta anciana
era motivo de horror para toda la ciudad, porque era una hechicera
de las más aterradoras. En su casa, a la noche, sucedían cosas tan
espantosas que, enseguida que el sol se ponía, nadie se arriesgaba a
pasar delante de su puerta, a menos que fuese algún amante en
búsqueda de un brebaje mágico para su amada rebelde, o alguna
mujer abandonada en busca de un bálsamo para poner sobre la
herida que su amante le había hecho al dejarla.
Entonces, un día en que el sultán estaba más triste que de
costumbre y en que la ciudad estaba en una gran desolación, porque
él quería mandar matar a la sultana favorita, ya que por su ejemplo
todos los maridos eran infieles, un joven salió de una magnífica
residencia situada al lado del palacio de la sultana. Ese joven vestía
una túnica y un turbante de colores oscuros; pero más allá de esa simple vestimenta tenía un aire de gran
distinción. Buscaba esconderse a lo largo de las casas como un
ladrón o un amante que temiese ser sorprendido. Dirigía sus pasos
hacia la casa de Manuza, la hechicera. Una viva ansiedad se notaba
en sus facciones, que reflejaban la preocupación que lo agitaba.
Cruzó las calles y las plazas con rapidez, aunque con una gran
precaución.
Al llegar cerca de la puerta dudó por algunos minutos y después se
decidió a llamar. Durante un cuarto de hora tuvo angustias mortales,
porque escuchaba ruidos que ningún oído humano había escuchado:
una jauría de perros ladraba con ferocidad, se oían gritos
quejumbrosos, cantos de hombres y de mujeres como en el final de
una orgía y, como para iluminar todo ese tumulto, luces corrían de
arriba abajo de la casa como fuegos fatuos de todos los colores;
después, como por encanto, todo cesó: las luces se extinguieron y la
puerta se abrió.
II
El visitante se quedó un instante confundido, sin saber si debía
entrar en el pasillo sombrío que se presentaba ante sus ojos. En fin,
armándose de coraje, penetró con audacia. Después de andar a
tientas unos treinta pasos, se encontró frente a una puerta que daba a
una sala, solamente iluminada por una lámpara de cobre de tres
brazos, suspendida del centro del techo.
La casa que, a juzgar por el ruido que se escuchaba de la calle,
parecía estar muy habitada, tenía ahora un aire desierto; esta sala que
era inmensa, y que por su construcción debía ser la base del edificio,
estaba vacía, exceptuando a los animales embalsamados –de todas
las especies– con los cuales estaba adornada.
En el medio de esta sala había una pequeña mesa cubierta por
libros de magia y, delante de la mesa, en un sillón grande, estaba
sentada una pequeña anciana de apenas dos codos de altura y de tal
manera envuelta entre chales y turbantes, que era imposible ver sus
facciones. Al acercarse el extraño, ella levantó la cabeza, y a sus
ojos mostró el más terrible rostro que se pueda imaginar.
«–Hete aquí, señor Nureddin, dijo ella fijando sus ojos de hiena
sobre los del joven que acababa de entrar; ¡aproxímate! Hace varios
días que mi cocodrilo de ojos de rubí me anunció tu visita. Dime si
es de un brebaje mágico que precisas; dime si es de una fortuna.
Pero, ¡qué digo! ¿Una fortuna? ¿La tuya no causa envidia a la del
propio sultán? ¿No eres el más rico, así como el más bello?
Probablemente es un brebaje mágico que vienes a buscar. ¿Cuál es,
pues, la mujer que se atreve a serte cruel? En fin, nada debo decir,
nada sé; estoy lista para escuchar tus penas y para darte los remedios
necesarios, si es que mi ciencia tiene el poder de serte útil. Pero,
entonces, ¿qué haces mirándome así y sin acercarte? ¿Tienes miedo?
¿Tal vez te causo pavor? Ahora me ves así, pero en otros tiempos fui
bella, la más bella de todas las mujeres que existen en Bagdad;
fueron los disgustos que me volvieron tan fea. Pero, ¿en qué te
interesan mis sufrimientos? Aproxímate: te escucho; no puedo darte
más que diez minutos; por lo tanto, apresúrate».
Nureddin no estaba tranquilo; sin embargo, no queriendo mostrar
a los ojos de una anciana la perturbación que lo agitaba, se aproximó
y le dijo: –Mujer, he venido por una cuestión grave; de tu respuesta
depende el destino de mi vida; tú vas a decidir mi felicidad o mi
muerte. He aquí de lo que se trata:
«El sultán quiere mandar matar a Nazara; yo la amo. Voy a
contarte de dónde viene este amor, y vengo a pedirte que me des un
remedio, no para mi dolor, sino para su infeliz posición, porque no
quiero que ella muera. Sabes que mi palacio es vecino del palacio
del sultán; nuestros jardines son contiguos. Hace aproximadamente
seis lunas que una noche, al pasear por esos jardines, escuché una
encantadora música acompañando a la más deliciosa voz de mujer
que jamás hube escuchado. Al querer saber de dónde provenía, me
aproximé a los jardines vecinos y reconocí que era el verdoso
emparrado habitado por la sultana favorita. Permanecí varios días
absorto por aquellos sonidos melodiosos; día y noche pensaba en la
bella desconocida cuya voz me había seducido; es necesario decirte
que, en mi pensamiento, ella no podía ser sino bella. Cada noche yo
paseaba por las mismas alamedas donde había escuchado aquella
deslumbrante armonía; durante cinco días todo fue en vano; en fin,
al sexto día la música se hizo escuchar nuevamente; entonces, no
pudiendo más contenerme, me acerqué al muro y percibí que era
preciso poco esfuerzo para escalarlo.
«Después de algunos momentos de duda, tomé la gran decisión:
pasé de mi jardín hacia el del vecino; allí vi, no a una mujer, sino a
una hurí, a la hurí favorita de Mahoma, en fin, ¡una maravilla! Al
verme, ella se asustó un poco, pero arrojándome a sus pies le
imploré para que no tuviese miedo y para que me escuchara; le dije
que su canto me había atraído y le aseguré que encontraría en mis
acciones el más profundo respeto; ella tuvo la bondad de
escucharme.
«Pasamos la primera noche hablando de música. También canté y
me ofrecí para acompañarla; ella consintió, y marcamos un
encuentro para el día siguiente a la misma hora. En aquella
hora estaba más tranquila; el sultán estaba con su consejo, y la
vigilancia era menor. Las
dos o tres primeras noches las dedicamos completamente a la
música; pero la música es la voz de los amantes, y desde el cuarto
día ya no éramos más extraños el uno al otro: nos amábamos. ¡Ella
es tan bella! ¡Qué bella es su alma también! Varias veces planeamos
huir. ¡Ay! ¿Por qué no lo habremos hecho? Yo sería menos
desgraciado, y ella no estaría tan cerca de sucumbir. Esa bella flor
no estaría a punto de ser cortada por la guadaña que la va arrebatar
de la luz.
(Continúa en el próximo número)
La Gazette de Cologne (Gaceta de Colonia) ha publicado la
siguiente historia que le ha sido comunicada por su corresponsal de
Coblenza y que es actualmente el tema de todas las conversaciones.
El hecho es relatado por La Patrie (La Patria) del 10 de octubre de
1858.
«Se sabe que al pie del fuerte del emperador Francisco, cerca
del camino de Colonia, se encuentra el monumento al general
francés Marceau, que cayó en Altenkirchen y fue enterrado en
Coblenza, en el monte Saint-Pierre, donde ahora se encuentra la
parte principal del fuerte. El monumento al general –que es una
pirámide truncada– fue más tarde retirado cuando comenzaron las
fortificaciones de Coblenza. Sin embargo, bajo la orden expresa del
fallecido rey Federico III, fue reconstruido en el lugar donde se
encuentra actualmente.
«El Sr. Stramberg, que en su Reinischen antiquarius
(Anticuarios del Rin) da una biografía muy detallada de Marceau,
narra que personas afirman haber visto al general, de noche, en
varias ocasiones, montado en un caballo y llevando su capa blanca
de los cazadores franceses. Desde hace algún tiempo se decía en
Coblenza que Marceau salía de su tumba y que numerosas personas
aseguraban haberlo visto. Hace algunos días un soldado, que estaba
de guardia en el Petersberg (monte Saint-Pierre), vio llegar hacia él
un jinete blanco, montado en un caballo blanco. Y gritó: ¿quién
vive? Al no haber recibido respuesta a tres interpelaciones, él tiró y
cayó desvanecido. Una patrulla acudió al disparo y encontró al
centinela sin conocimiento. Entretanto, llevado al hospital –donde
permaneció gravemente enfermo–, pudo hacer el relato de lo que
había visto. Otra versión dice que murió a consecuencia del
episodio. He aquí la anécdota tal cual puede ser corroborada por
toda la ciudad de Coblenza.»
ALLAN KARDEC
Diciembre
El fenómeno de las apariciones se presenta hoy bajo un aspecto de
cierto modo nuevo, y arroja una viva luz acerca de los misterios de
la vida del Más Allá. Antes de abordar los extraños hechos que
vamos a relatar, creemos un deber volver a hablar sobre las
explicaciones que al respecto han sido dadas, y completarlas.
Es preciso no perder de vista que, durante la existencia, el Espíritu
está unido al cuerpo por una sustancia semimaterial que constituye
una primera envoltura, que hemos designado con el nombre de
periespíritu. Por lo tanto, el Espíritu tiene dos envolturas: una
grosera, pesada y destructible: el cuerpo; la otra etérea, vaporosa e
indestructible: el periespíritu. La muerte no es más que la
destrucción de la envoltura grosera; es esta ropa usada la que
dejamos; la envoltura semimaterial persiste y, por así decirlo,
constituye un nuevo cuerpo para el Espíritu. Esta materia etérea de
ninguna manera es el alma, señalémoslo bien; no es sino la primera
envoltura del alma. La naturaleza íntima de esta sustancia todavía no
nos es perfectamente conocida, pero la observación nos ha puesto en
camino de algunas de sus propiedades. Sabemos que ella desempeña
un papel capital en todos los fenómenos espíritas; después de la
muerte es el agente intermediario entre el Espíritu y la materia,
como el cuerpo durante la existencia. De ese modo se explica una
multitud de problemas hasta entonces insolubles. En un artículo
subsiguiente veremos el papel que desempeña en las sensaciones
de los Espíritus. Además, el descubrimiento del periespíritu –si
podemos expresarnos así– ha hecho dar un paso inmenso a la ciencia
espírita; la hizo entrar en un camino completamente nuevo. Pero ese
periespíritu, diréis, ¿no es una creación fantástica de la imaginación?
¿No es una de esas suposiciones que se hacen a menudo en la
Ciencia para explicar ciertos efectos? No, no es una obra de la
imaginación, porque son los propios Espíritus que lo han revelado;
no es una idea fantástica, porque puede ser constatada por los
sentidos, porque se puede verlo y tocarlo. La cuestión es que existe: solamente la palabra es
nuestra. Son necesarias palabras nuevas para expresar cosas nuevas.
Los propios Espíritus la han adoptado en las comunicaciones que
tenemos con ellos.
Por su naturaleza y en su estado normal, el periespíritu es invisible
para nosotros, pero puede sufrir modificaciones que lo vuelvan
perceptible a la vista, ya sea por una especie de condensación o por
un cambio en su disposición molecular: es entonces cuando se nos
aparece bajo una forma vaporosa. La condensación (no tomar esta
palabra al pie de la letra, la empleamos a falta de otra), la
condensación –decíamos– puede ser tal que el periespíritu adquiera
las propiedades de un cuerpo sólido y tangible; pero puede
instantáneamente retomar su estado etéreo e invisible. Podemos
comprender este efecto por el del vapor, que puede pasar de la
invisibilidad al estado brumoso, después al líquido, luego al sólido y
viceversa. Esos diferentes estados del periespíritu son el producto de
la voluntad del Espíritu, y no de una causa física exterior. Cuando
éste nos aparece, es que da a su periespíritu la propiedad necesaria
para volverlo visible, y esta propiedad puede extenderlo, restringirlo
y hacerlo cesar a su criterio.
Otra propiedad de la sustancia del periespíritu es la penetrabilidad.
Ninguna materia le es obstáculo: él las atraviesa a todas, como la luz
atraviesa los cuerpos transparentes.
El periespíritu separado del cuerpo toma una forma determinada y
limitada, y esta forma normal es la del cuerpo humano, pero ésta no
es constante; el Espíritu puede darle a su criterio las apariencias más
variadas, incluso la de un animal o de una llama. Además, esto se
concibe muy fácilmente. ¿No vemos a hombres que dan a su figura
las más diversas expresiones, imitando –hasta el punto de
engañarnos– la voz o el rostro de otras personas, pareciendo
jorobados, cojos, etc.? ¿Quién reconocería en la ciudad a ciertos
actores después de haberlos visto maquillados en escena? Por lo
tanto, si el hombre puede así dar a su cuerpo material y rígido
apariencias tan contrarias, con más fuerte razón el Espíritu puede
hacerlo con una envoltura eminentemente elástica, flexible y que
puede prestarse a todos los caprichos de la voluntad.
Los Espíritus, pues, se nos aparecen generalmente bajo la forma
humana; en su estado normal esta forma nada tiene de muy
característico, nada que los distinga unos de los otros de una manera
muy nítida; en los Espíritus buenos, ésta es comúnmente bella y
regular: largos cabellos sueltos sobre los hombros y ropajes
envolviéndoles el cuerpo. Pero si quieren darse a conocer toman
exactamente todos los rasgos con los cuales se los ha conocido, y
hasta la apariencia de las vestimentas si es necesario. Así, por
ejemplo, Esopo –como Espíritu– no es deforme; pero si se lo evoca
como Esopo, aunque hubiese tenido después varias existencias,
aparecerá feo y jorobado, con su ropa tradicional. La ropa es, tal vez,
lo que más sorprende; pero si consideramos que hace parte
integrante de la envoltura semimaterial, se concibe que el Espíritu
puede dar a esta envoltura la apariencia de tal o cual vestimenta,
como la de tal o cual rostro.
Los Espíritus tanto pueden aparecer en sueño como en estado de
vigilia. Las apariciones en estado de vigilia no son raras ni nuevas;
las ha habido en todos los tiempos; la Historia relata un gran número
de ellas; pero sin remontarnos tan lejos, en nuestros días éstas son
muy frecuentes, y muchas personas las han tenido y en un principio
las han tomado por lo que se ha convenido en llamar alucinaciones.
Son frecuentes, sobre todo, en los casos de muerte de personas
ausentes que vienen a visitar a sus parientes o amigos. A menudo no
tienen un objetivo determinado, pero en general se puede decir que
los Espíritus que así se nos aparecen son seres atraídos hacia
nosotros por simpatía. Conocemos a una joven señora que veía muy
frecuentemente en su casa –con o sin luz– a hombres que entraban y
salían de su cuarto, a pesar de las puertas cerradas. Ella estaba muy
asustada y esto la había vuelto de una pusilanimidad tal, que se
sentía ridícula. Un día ella vio claramente a su hermano que está
vivo en California: esto prueba que el Espíritu de los vivos también
puede atravesar las distancias y aparecer en un lugar mientras que el
cuerpo está en otra parte. Después que esta dama se inició en el
Espiritismo, ella no tuvo más miedo, porque comprendió sus
visiones y porque sabe que los Espíritus que vienen a visitarla no
pueden hacerle mal. Cuando su hermano se le apareció, es probable
que él estuviera durmiendo; si ella entendiese su presencia podría
haber tenido una conversación con él, y este último, al despertar,
habría podido conservar de la misma un vago recuerdo. Además, es
probable que en ese momento él estuviese soñando que estaba junto
a su hermana.
Hemos dicho que el periespíritu puede adquirir tangibilidad;
hemos hablado sobre esto cuando nos referimos a las
manifestaciones producidas por el Sr. Home.Se sabe que varias
veces él ha hecho aparecer manos que se podían palpar como manos
vivas, y que de repente se desvanecían como una sombra; pero no se
habían visto todavía a cuerpos enteros bajo esta forma tangible; sin
embargo, esto no es de ninguna manera una cosa imposible. En una
familia del conocimiento íntimo de uno de nuestros suscriptores, un
Espíritu se vinculó a la hija del dueño de la casa –una niña de 10 a
11 años– bajo la forma de un lindo chico de la misma edad. Él era
visible para ella como una persona común, y a voluntad se hacía
visible o invisible para otras personas; le prestaba toda especie de
buenos servicios, le daba juguetes, caramelos, realizaba el trabajo
doméstico, iba a comprar lo que hacía falta,
y lo que es más: pagaba. Esto no es en absoluto una leyenda de la
Alemania mística, y de modo alguno es una historia de la Edad
Media: es un hecho actual que, mientras estamos escribiendo, ocurre
en una ciudad de Francia y en una familia muy honorable. Llegamos
a hacer sobre este caso estudios llenos de interés y que nos han
proporcionado las revelaciones más extrañas y más inesperadas.
Mantendremos informados a nuestros lectores de una manera más
completa, en un artículo especial que publicaremos
próximamente.
Toda persona que puede ver a los Espíritus sin ayuda ajena es, por
esto mismo, médium vidente; pero en general las apariciones son
fortuitas, accidentales. Nosotros todavía no conocíamos a ninguna
persona apta para verlos de una manera permanente y a voluntad. Es
de esta notable facultad que está dotado el Sr. Adrien, uno de los
miembros de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas. Él es a la
vez médium vidente, psicógrafo, auditivo y sensitivo. Como
médium psicógrafo escribe según el dictado de los Espíritus, pero
raramente de una manera mecánica como los médiums puramente
pasivos; es decir que, aunque escriba cosas extrañas a su
pensamiento, él tiene la conciencia de lo que escribe. Como médium
auditivo escucha a las voces ocultas que le hablan. Tenemos en la
Sociedad a otros dos médiums que gozan de esta última facultad en
un muy alto grado. Al mismo tiempo, ellos son muy buenos
médiums psicógrafos. Como médium sensitivo, en fin, siente el
contacto de los Espíritus y la presión que ellos ejercen sobre él;
incluso siente conmociones eléctricas muy violentas, que se
transmiten a las personas presentes. Cuando magnetiza a alguien,
puede voluntariamente –cuando es necesario para su salud– producir
en éste la descarga de la pila voltaica.
Una nueva facultad acaba de revelarse en él: la doble vista; sin ser
sonámbulo, y aunque esté perfectamente despierto, ve a voluntad, a
una distancia ilimitada –incluso más allá de los mares– lo que
sucede en una localidad; ve a las personas y lo que ellas hacen;
describe los lugares y los hechos con una precisión cuya exactitud
ha sido verificada. Apresurémonos en decir que el Sr. Adrien de
ningún modo es uno de esos hombres débiles y crédulos que se
dejan llevar por su imaginación; al contrario, es un hombre de
carácter muy frío, muy calmo y que ve todo esto con la más absoluta
sangre fría; no decimos con indiferencia, lejos de eso, porque él
toma en serio sus facultades y las considera como un don de la
Providencia que le ha sido concedido para el bien y, así, solamente
se sirve del mismo para cosas útiles y nunca para satisfacer una
vana curiosidad. Es un hombre joven de una
familia distinguida, muy honorable, de un carácter dúctil y benévolo,
y cuya esmerada educación se revela en su lenguaje y en todos sus
modales. Como marinero y como militar ha recorrido una parte de
África, de la India y de nuestras colonias.
De todas sus facultades como médium, la más notable –y en
nuestra opinión la más preciosa– es la de médium vidente. Los
Espíritus le aparecen bajo la forma que hemos relatado en nuestro
artículo anterior sobre las Apariciones; él los ve con una precisión
de la cual podemos juzgar por las descripciones que damos más
adelante de Una viuda de Malabar y de La Bella Cordelera de
Lyon. Pero, se dirá, ¿qué es lo que prueba que ve realmente y que no
es el juguete de una ilusión? Lo que lo prueba es que, cuando una
persona que él no conoce evoca por su intermedio a un pariente, a un
amigo que nunca ha visto, hace de éste un retrato de sorprendente
semejanza y que nosotros mismos hemos podido constatar; por lo
tanto, ninguna duda tenemos sobre esta facultad de la cual goza en el
estado de vigilia y no como sonámbulo.
Lo que tal vez es más notable todavía, es que no ve solamente a
los Espíritus que se evocan; ve al mismo tiempo a todos los que
están presentes, evocados o no; los ve entrar, salir, ir y venir,
escuchar lo que decimos, reírse o tomarse algo en serio, según su
carácter; en unos hay seriedad, en otros un aire burlón y sarcástico;
algunas veces uno de ellos se dirige hacia uno de los asistentes y le
pone la mano en el hombro o se ubica a su lado, mientras que otros
se mantienen apartados; en una palabra, en toda reunión hay siempre
una asamblea oculta compuesta por Espíritus atraídos por su
simpatía para con las personas y las cosas con las cuales se ocupan.
En las calles ve a una multitud, porque además de los Espíritus
familiares que acompañan a sus protegidos, hay entre ellos –como
entre nosotros– la masa de los indiferentes y de los ociosos. Nos
dice él que en su casa nunca está solo y que jamás se aburre; tiene
siempre una sociedad con la cual conversa.
Su facultad no sólo se extiende a los Espíritus desencarnados, sino
también a los encarnados; cuando ve a una persona, puede hacer
abstracción de su cuerpo; entonces, el Espíritu le aparece como si
estuviera separado del cuerpo, y puede conversar con él. En un niño,
por ejemplo, puede ver al Espíritu que está encarnado en él, apreciar
su naturaleza y saber lo que éste era antes de su encarnación.
Llevada a ese grado, esta facultad nos inicia mejor en la naturaleza
del mundo de los Espíritus que todas las comunicaciones escritas;
nos lo muestra tal cual es, y si no lo vemos por nuestros ojos, la
descripción que nos da de él nos hace verlo a través del
pensamiento; los Espíritus no son más seres abstractos: son seres
reales, que están aquí a nuestro lado, que nos rodean sin cesar; y
como sabemos ahora que su contacto puede ser material, comprendemos la causa de una multitud
de impresiones que sentimos sin darnos cuenta. Es por eso que
colocamos al Sr. Adrien en el número de los médiums más notables
y en la primera línea de aquellos que han suministrado los más
preciosos elementos para el conocimiento del mundo espírita. Sobre
todo lo colocamos en la primera línea por sus cualidades personales,
que son las de un hombre de bien por excelencia, y que lo vuelven
totalmente simpático a los Espíritus del orden más elevado, lo que
no siempre tiene lugar con los médiums de efectos puramente
físicos. Sin duda, entre estos últimos existen los que hacen más
sensación, los que mejor cautivan la curiosidad; pero para el
observador, para aquel que quiere sondar los misterios de ese mundo
maravilloso, el Sr. Adrien es el más poderoso auxiliar que ya hemos
visto. Por eso hemos puesto su facultad y su complacencia en
beneficio de nuestra instrucción personal, ya sea en la intimidad, en
las sesiones de la Sociedad o, en fin, en visita a diversos lugares de
reunión. Hemos estado juntos en teatros, bailes, paseos,
hospitales, cementerios, iglesias; hemos asistido a entierros, a
casamientos, bautismos, sermones: por todas partes hemos
observado la naturaleza de los Espíritus que allí venían a agruparse;
hemos entablado conversación con algunos, los hemos interrogado y
hemos aprendido muchas cosas de las que haremos sacar provecho a
nuestros lectores, porque nuestro objetivo es el de hacerlos penetrar
–como nosotros– en ese mundo tan nuevo para nosotros. El
microscopio nos ha revelado el mundo de lo infinitamente pequeño,
que ni sospechábamos, aunque estuviera a nuestro alrededor; el
telescopio nos ha revelado la infinidad de mundos celestiales de los
que tampoco sospechábamos; el Espiritismo nos descubre el mundo
de los Espíritus que está por todas partes, a nuestro lado como en los
espacios: es el mundo real que influye incesantemente sobre
nosotros.
Los Espíritus siempre nos han dicho que la separación entre el
alma y el cuerpo no se efectúa instantáneamente; algunas veces
comienza antes de la muerte real, durante la agonía; cuando la
última pulsación se hace sentir, el desprendimiento todavía no es
completo; se opera más o menos lentamente según las
circunstancias, y hasta su total liberación el alma siente una
turbación, una confusión que no le permite darse cuenta de su
situación; se encuentra en el estado de una persona que se despierta
y cuyas ideas
son confusas. Este estado nada tiene de penoso para el hombre cuya
conciencia es pura; sin entender bien lo que ve, está calmo y espera
sin miedo el completo despertar; al contrario, es lleno de angustias y
de terror para aquel que teme el futuro. Decimos que la duración de
esa turbación es variable; es mucho menos larga en aquellos que,
cuando encarnados, ya han elevado sus pensamientos y purificado su
alma; dos o tres días le son suficientes, mientras que en otros es
preciso a veces ocho días o más. Frecuentemente hemos asistido a
ese momento solemne y siempre hemos visto lo mismo; por lo tanto,
no es una teoría, sino el resultado de observaciones, ya que es el
Espíritu quien habla y quien describe su propia situación. He aquí un
ejemplo tanto más característico como interesante para el
observador, puesto que no se trata más de un Espíritu invisible
escribiendo a través de un médium, sino de un Espíritu que es visto
y escuchado en presencia de su cuerpo, ya sea en la cámara
mortuoria o en la iglesia durante el servicio fúnebre.
El Sr. X... acababa de tener un ataque de apoplejía; algunas horas
después de su muerte, el Sr. Adrien –uno de sus amigos– se
encontraba en la cámara mortuoria con la esposa del difunto; vio
nítidamente a éste, en Espíritu, pasearse de un lado a otro, mirar
alternativamente a su cuerpo y a las personas presentes, y después
sentarse en un sillón; tenía exactamente la misma apariencia que
cuando encarnado; estaba vestido de la misma manera: redingote y
pantalón negros; tenía las manos en los bolsillos y un aire de
preocupación.
Durante ese tiempo su mujer buscaba un papel en el escritorio; su
marido la observó y dijo: Por más que busques no encontrarás nada.
De ningún modo ella sospechaba de lo que ocurría, porque el Sr. X...
solamente era visible para el Sr. Adrien.
Al día siguiente, durante el servicio fúnebre el Sr. Adrien vio
nuevamente a su amigo, en Espíritu, rondando el ataúd, pero no
tenía más la vestimenta de la víspera; estaba cubierto con una
especie de ropaje. Entre ellos se entabló la siguiente conversación.
De paso, señalemos que de manera alguna el Sr. Adrien es
sonámbulo; que en ese momento, como en el día anterior, estaba
perfectamente despierto, y que el Espíritu se le aparecía como si
hubiera sido uno de los asistentes al entierro.
–
Preg. Dime una cosa, querido Espíritu, ¿qué sientes ahora? –
Resp. Bien y sufrimiento. –Preg. No te he entendido. –Resp. Siento
que estoy viviendo mi verdadera vida, y entretanto veo a mi cuerpo
aquí, en este cajón; me palpo y no me siento, y sin embargo siento
que vivo, que existo; ¿soy entonces dos seres? ¡Ah! Dejadme salir
de esta noche; es una pesadilla.
–Preg. ¿Has de permanecer por mucho tiempo así? –Resp. ¡Oh!
No, gracias a Dios, amigo mío; siento que pronto me despertaré;
sería horrible
de otro modo; tengo las ideas confusas; todo es nebuloso; pienso en
la gran división que acaba de hacerse... Todavía no comprendo
nada.
–Preg. ¿Qué efecto te produjo la muerte? –Resp. ¿La muerte? No
estoy muerto, hijo mío, estás equivocado. Yo me levantaba y de
repente fui sorprendido como por una nebulosidad que descendió
sobre mis ojos; después me desperté, e imagínate mi extrañeza al
verme, al sentirme vivo y al ver al lado, sobre la losa, a mi otro yo
acostado. Mis ideas estaban confusas; anduve para restablecerme,
pero no pude; vi a mi esposa llegar, velarme, lamentarse y yo me
preguntaba el porqué. Yo la consolaba, le hablaba, pero ella no me
respondía ni me comprendía; era esto lo que me torturaba y lo que
dejaba a mi Espíritu más perturbado. Sólo tú me has hecho bien,
porque me has escuchado y comprendido lo que quiero; tú me
ayudas a ordenar mis ideas y me haces un gran bien; pero ¿por qué
los otros no hacen lo mismo? He aquí lo que me tortura... El cerebro
está oprimido ante este dolor... Iré a verla; quizás ahora me
escuche... Hasta luego, querido amigo; llámame e iré a verte...
Igualmente te haré una visita, amigo... He de sorprenderte... hasta
luego.
Enseguida el Sr. Adrien lo vio acercarse a su hijo que lloraba: se
inclinó ante él, permaneció un momento en esta posición y partió
rápidamente. Él no había sido escuchado, y sin duda pensaba haber
producido un sonido; estoy persuadido –agrega el Sr. Adrien– que
aquello que él decía llegaba al corazón del niño; os probaré esto. Lo
he visto después: está más calmo.
Nota – Este relato está de acuerdo con todo lo que ya habíamos
observado sobre el fenómeno de la separación del alma; con
circunstancias totalmente especiales confirma esa verdad de que
después de la muerte el Espíritu aún está allí presente. No cree tener
delante de sí un cuerpo inerte, mientras que ve y escucha todo lo que
sucede a su alrededor, penetra el pensamiento de los asistentes, y
entre éstos y él no hay sino la diferencia entre la visibilidad y la
invisibilidad; las lágrimas hipócritas de ávidos herederos no pueden
infundirle respeto. ¡Cuántas decepciones deben los Espíritus sentir
en ese momento!
_
Uno de los miembros de la Sociedad nos da a conocer una carta de
uno de sus amigos de Boulogne-sur-Mer, en la cual leemos el
siguiente pasaje. Esta carta data del 26 de julio de 1856.
«Desde que por órdenes de los Espíritus he magnetizado a mi hijo,
éste se ha vuelto un médium muy raro; por lo menos es lo que él me
ha revelado en estado sonambúlico, en el cual yo lo había puesto a petición suya el
14 de mayo último, y cuatro o cinco veces después.
«Para mí está fuera de duda que, despierto, mi hijo conversa
libremente con los Espíritus que desea, por intermedio de su guía,
que él llama familiarmente de amigo; que a voluntad él se transporta
en Espíritu adonde quiere, y voy a citaros un hecho del cual tengo
pruebas escritas en mis manos.
«Hace hoy exactamente un mes, estábamos los dos en el comedor.
Yo leía el curso de Magnetismo del Sr. Du Potet, cuando mi hijo
tomó el libro y lo hojeó; al llegar a un cierto trecho, su guía le dijo al
oído: Lee esto. Era la historia de un doctor de América, cuyo
Espíritu había visitado a un amigo a 15 ó 20 leguas de allí, mientras
dormía. Después de haberlo leído, mi hijo dijo: Me gustaría hacer un
pequeño viaje semejante. –¡Pues bien! ¿Adónde quieres ir? –le dijo
su guía. –A Londres, respondió mi hijo, a ver a mis amigos, y
nombró a aquellos que deseaba visitar.
«Mañana es domingo, fue la respuesta; no estás obligado a
levantarte temprano para trabajar. Dormirás a las ocho e irás a viajar
a Londres hasta las ocho y media. El próximo viernes recibirás una
carta de tus amigos que te harán reproches por haberte quedado tan
poco tiempo con ellos.
«Efectivamente, al día siguiente por la mañana, a la hora indicada,
se durmió con un sueño muy pesado; a las ocho y media lo desperté:
él no se acordaba de nada; por mi parte, no dije una palabra,
esperando el resultado.
«El viernes siguiente yo trabajaba en una de mis máquinas y,
como de hábito, fumaba, después de almorzar; al observar el humo
de la pipa, mi hijo me dijo: ¡Mira! Hay una carta en el humo. –
¿Cómo ves una carta en el humo? –Tú vas a verla, respondió, porque
he aquí al cartero que la trae. Efectivamente, el cartero venía a
entregar una carta de Londres, en la cual los amigos de mi hijo le
reprochaban por haber pasado con ellos solamente algunos
momentos el domingo anterior, de las ocho a las ocho y media,
relatando una multitud de detalles que sería demasiado largo repetir
aquí, entre los cuales el hecho singular de haber comido con ellos. Tengo la carta –como os lo he dicho– que prueba que no he
inventado nada.»
Después de haber sido contado el caso anterior, uno de los
asistentes dijo que la Historia relata varios hechos semejantes. Citó a
san Alfonso de Ligorio, que fue canonizado antes del tiempo
requerido, por haberse mostrado simultáneamente en dos lugares
diferentes, lo que fue considerado un milagro.
San Antonio de Padua se encontraba en España, y en el momento
en que predicaba, su padre (en Padua) marchaba al suplicio, acusado
de asesinato. En ese momento san Antonio aparece, demuestra la
inocencia de su padre, y da a conocer al
verdadero criminal, que más tarde sufrió su castigo. Fue constatado
que san Antonio estaba en ese mismo momento en España.
Al haber sido evocado san Alfonso de Ligorio, le hemos
dirigido las siguientes preguntas:
1. ¿Es real el hecho por el cual habéis sido canonizado? –Resp. Sí.
2. ¿Es excepcional este fenómeno? –Resp. No; puede presentarse
en todos los individuos desmaterializados.
3. ¿Era ése un justo motivo para canonizaros? –Resp. Sí, ya que
por mi virtud me había elevado hacia Dios; sin esto no hubiese
podido transportarme a dos lugares al mismo tiempo.
4. ¿Merecerían ser canonizados todos los individuos en los cuales
este fenómeno se presenta? –Resp. No, porque todos no son
igualmente virtuosos.
5. ¿Podríais darnos la explicación de este fenómeno? –Resp. Sí; el
hombre, cuando por su virtud se ha desmaterializado completamente
y ha elevado su alma hacia Dios, puede aparecer en dos lugares al
mismo tiempo; he aquí cómo: el Espíritu encarnado, sintiendo venir
el sueño, puede pedir a Dios para transportarse a cualquier lugar. Su
Espíritu o alma –como queráis llamarlo– abandona entonces su
cuerpo, seguido de una parte de su periespíritu, y deja la materia
inmunda en un estado parecido al de la muerte. Digo parecido al de
la muerte, porque ha quedado en el cuerpo un lazo que une el
periespíritu y el alma a la materia física, y este lazo no puede ser
definido. Por lo tanto, el cuerpo aparece en el lugar deseado. Creo
que es todo lo que deseáis saber.
6. Esto no nos da la explicación de la visibilidad y de la
tangibilidad del periespíritu. –Resp. Al encontrarse el Espíritu
desprendido de la materia, según su grado de elevación, puede hacer
tangible la materia.
7. Sin embargo, ciertas apariciones tangibles de manos y de otras
partes del cuerpo pertenecen evidentemente a los Espíritus de un
orden inferior. –Resp. Son los Espíritus superiores que se sirven de
Espíritus inferiores para probar la cuestión.
8. ¿Es indispensable el sueño del cuerpo para que el Espíritu
aparezca en otros lugares? –Resp. El alma puede dividirse cuando
se siente trasladada a un lugar diferente de aquel en que se encuentra
el cuerpo.
9. ¿Qué le sucedería a un hombre que está inmerso en el sueño,
mientras que su Espíritu aparece en otra parte, si él fuese despertado
súbitamente? –Resp. Esto no sucedería, porque si alguien tuviera la
intención de despertarlo, el Espíritu volvería al cuerpo y habría de
prever la intención, puesto que el Espíritu lee el pensamiento.
Tácito relata un hecho análogo:
Durante los meses que Vespasiano pasó en Alejandría para
esperar el retorno periódico de los vientos de verano y de la estación
en que el mar se vuelve seguro, sucedieron varios prodigios, a través
de los cuales se manifestó el favor del cielo y el interés que los
dioses parecían tener por este príncipe...
Estos prodigios aumentaron en Vespasiano el deseo de visitar la
sagrada morada del dios para consultarlo sobre asuntos del imperio.
Ordenó que el templo fuese cerrado para todos: habiendo allí
entrado, y totalmente atento a lo que iba a pronunciar el oráculo,
percibió detrás de él a uno de los principales egipcios, llamado
Basílides, que sabía que estaba enfermo a muchas jornadas de
Alejandría. Se informó con los sacerdotes si Basílides había venido
ese día al templo; se informó con los transeúntes si lo habían visto
en la ciudad; en fin, envió hombres a caballo y se aseguró que en ese
mismo momento él estaba a ochenta millas de distancia. Entonces,
no dudó más de que la visión había sido sobrenatural, y el nombre
de Basílides le sirvió de oráculo. (TÁCITO. Historias, libro IV,
caps. 81 y 82. Traducción de Burnouf.)
Después de que esta comunicación nos fue dada, varios hechos del
mismo género –cuya fuente es auténtica– nos han sido contados, y
entre ellos están los más recientes, que por así decirlo han tenido
lugar en nuestro medio, y que se presentaron en las circunstancias
más singulares. Las explicaciones a las que dieron lugar amplían
singularmente el campo de las observaciones psicológicas.
La cuestión de los hombres dobles, relegada antiguamente a los
cuentos fantásticos, parece así tener un fondo de verdad.
Próximamente volveremos sobre el tema.
¿Sufren los Espíritus? ¿Qué sensaciones tienen? Tales las
preguntas que nos son naturalmente dirigidas y a las que vamos a
tratar de resolver. En principio, debemos decir que para esto no nos
hemos contentado con las respuestas de los Espíritus; a través de
numerosas observaciones, debemos tomar, en cierto modo, las
sensaciones basadas en un hecho.
En una de nuestras reuniones, y poco después de que san Luis nos
hubo dado la bella disertación sobre La avaricia, que hemos
incluido en nuestro número del mes de febrero, uno de los socios
contó el siguiente hecho, con referencia a esta misma disertación.
«Estábamos ocupados –dijo él– con evocaciones en una pequeña
reunión de amigos, cuando inesperadamente se presentó, y sin que lo
hubiésemos llamado, el Espíritu de un hombre que habíamos conocido mucho y que, cuando
encarnado, habría podido servir de modelo al retrato del avaro
trazado por san Luis; era uno de esos hombres que viven
miserablemente en medio de la fortuna, que se priva no por los
otros, sino para amontonar sin provecho para nadie. Era invierno y
estábamos cerca del fuego; de repente este Espíritu nos recordó su
nombre, en el cual de ninguna manera pensábamos, y nos pidió
permiso para venir durante tres días a calentarse en nuestro hogar de
leña, diciendo que sufría horriblemente el frío que él
voluntariamente había soportado durante su existencia, y que había
hecho soportar a los otros por su avaricia. Será un alivio que yo
tenga –agregó–, si consentís en concedérmelo.»
Este Espíritu experimentaba, pues, una penosa sensación de frío;
pero ¿cómo la sentía? Ahí estaba la dificultad. Al respecto,
dirigimos a san Luis las siguientes preguntas:
–¿Tendríais a bien decirnos cómo este Espíritu avaro, que no tenía
más el cuerpo material, podía sentir frío y pedir para calentarse? –
Resp. Puedes imaginarte los sufrimientos del Espíritu por sus
sufrimientos morales.
–Concebimos los sufrimientos morales, como los disgustos, los
remordimientos, la vergüenza; pero el calor y el frío, el dolor físico,
no son efectos morales; ¿experimentan los Espíritus estas especies
de sensaciones? –Resp. ¿Siente tu alma el frío? No; pero tiene la
conciencia de la sensación que actúa sobre el cuerpo.
–Parecería resultar de esto que ese Espíritu avaro no sentía un frío
efectivo; sino que tenía el recuerdo de la sensación del frío que había
soportado, y que ese recuerdo, siendo para él como una realidad, se
volvía un suplicio. –Resp. Es casi eso. Queda claro que hay una
distinción –que comprendéis perfectamente– entre el dolor físico y
el dolor moral; es preciso que no se confunda el efecto con la causa.
–Si comprendimos bien, en nuestra opinión se podría explicar la
cuestión de la siguiente manera:
El cuerpo es el instrumento del dolor; si no es la causa primera, al
menos es la causa inmediata. El alma tiene la percepción de ese
dolor: esta percepción es el efecto. El recuerdo que conserva de esto
puede ser tan penoso como la realidad, pero no puede tener una
acción física. Efectivamente, ni el frío ni el calor intensos pueden
desorganizar los tejidos del alma: ésta no puede helarse, ni
quemarse. ¿No vemos todos los días que el recuerdo o la aprensión
de un mal físico produce el efecto de la realidad, ocasionando
incluso la muerte? Todos saben que las personas amputadas sienten
dolor en el miembro que no existe más. Ciertamente que dicho
miembro de ningún modo es la sede del dolor, ni aun su punto de
partida. Es que el cerebro
ha conservado del mismo la impresión: he aquí todo. Se puede creer,
pues, que hay algo de análogo en el sufrimiento de los Espíritus
después de la muerte. ¿Son justas estas reflexiones?
–Resp. Sí; pero más adelante lo comprenderéis mejor todavía.
Esperad que nuevos hechos vengan a proporcionaros nuevos asuntos
de observación, y entonces podréis extraer de ellos consecuencias
más completas.
Esto sucedía a comienzos del año 1858; en efecto, desde entonces
un estudio más profundo del periespíritu –que desempeña un papel
tan importante en todos los fenómenos espíritas y el cual no había
sido tenido en cuenta: las apariciones vaporosas o tangibles, el
estado del Espíritu en el momento de la muerte, la idea tan frecuente
en el Espíritu de que todavía se encuentra encarnado, el cuadro tan
impresionante de los suicidas, de los ajusticiados, de las personas
absorbidas en los goces materiales, y tantos otros hechos– ha venido
a arrojar luz sobre esta cuestión y ha dado lugar a explicaciones
cuyo resumen damos aquí.
El periespíritu es el lazo que une el Espíritu a la materia del
cuerpo: es extraído del medio ambiente, del fluido universal; se
relaciona a la vez con la electricidad, con el fluido magnético y,
hasta un cierto punto, con la materia inerte. Se podría decir que es la
quintaesencia de la materia; es el principio de la vida orgánica,
pero no el de la vida intelectual: la vida intelectual está en el
Espíritu. Además, es el agente de las sensaciones exteriores. En el
cuerpo, esas sensaciones están localizadas en los órganos que les
sirven de canales. Al destruirse el cuerpo, las sensaciones son
generales. He aquí por qué el Espíritu no dice que le duele la cabeza
más que los pies. Por otro lado, es preciso tener cuidado para no
confundir las sensaciones del periespíritu –que se volvió
independiente– con las del cuerpo: no podemos tomar estas últimas
sino como término de comparación y no como analogía. Un exceso
de calor o de frío puede desorganizar las tejidos del cuerpo;
entretanto, no puede llevar ningún daño al periespíritu. Desprendido
del cuerpo, el Espíritu puede sufrir, pero este sufrimiento no es el del
cuerpo: sin embargo, no es exclusivamente un sufrimiento moral,
como el remordimiento, puesto que se queja del frío y del calor; no
sufre más en invierno que en verano: nosotros los hemos visto
atravesar las llamas sin sentir nada de penoso; por lo tanto, la
temperatura no ejerce sobre ellos ninguna impresión. El dolor que
sienten, por lo tanto, no es un dolor físico propiamente dicho: es un
vago sentimiento íntimo, del cual el propio Espíritu no siempre se da
perfecta cuenta, precisamente porque el dolor no está localizado y
no es producido por agentes exteriores; es más bien un recuerdo que
una realidad, pero un recuerdo bastante penoso. No obstante, hay
algunas veces algo más que un recuerdo, como vamos a ver.
La experiencia nos enseña que, en el momento de la muerte, el
periespíritu se desprende más o menos lentamente del cuerpo;
durante los primeros instantes, el Espíritu no se explica su situación,
no cree estar muerto: se siente vivo; ve su cuerpo al lado, sabe que
es el suyo, pero no comprende que de él esté separado; este estado
dura el tiempo en que exista un lazo entre el cuerpo y el
periespíritu. Téngase a bien reportarse a la evocación del suicida
de los baños de la Samaritana, que hemos relatado en nuestro
número de junio. Como todos los otros, él decía: No, no estoy
muerto, y agregaba: Y, sin embargo, siento que me roen los gusanos.
Ahora bien, seguramente los gusanos no roían el periespíritu, y
menos aún el Espíritu, sino el cuerpo. Pero como la separación del
cuerpo y del periespíritu no era completa, resultaba de esto una
especie de repercusión moral que le transmitía la sensación de lo que
en el cuerpo estaba sucediendo. Repercusión tal vez no sea la
palabra, porque podría hacer creer en un efecto demasiado material;
es más bien la visión de lo que pasaba en su cuerpo –al cual se
ligaba su periespíritu– que producía en él una ilusión que tomaba
por realidad. Por consiguiente, no era un recuerdo, ya que en vida no
había sido roído por los gusanos: era su sentimiento actual. Vemos
por esto las deducciones que se pueden sacar de los hechos cuando
son atentamente observados. Cuando está encarnado, el cuerpo
recibe las impresiones exteriores y las transmite al Espíritu por
intermedio del periespíritu que, probablemente, constituye lo que es
llamado fluido nervioso. Al estar el cuerpo muerto ya no siente más
nada, porque en él no hay más Espíritu ni periespíritu. Desprendido
del cuerpo, el periespíritu experimenta la sensación, pero como no le
llega más por un canal limitado, se hace general. Ahora bien, como
en realidad no es sino un agente de transmisión –puesto que es el
Espíritu quien tiene conciencia–, resulta de ello que si el periespíritu
pudiera existir sin el Espíritu, aquél no sentiría más que el cuerpo
cuando está muerto; del mismo modo que si el Espíritu no tuviera
periespíritu, sería inaccesible a toda sensación penosa; es lo que
sucede con los Espíritus completamente purificados. Sabemos que
cuanto más ellos se purifican, tanto más etérea se vuelve la esencia
del periespíritu; de donde se deduce que la influencia material
disminuye a medida que el Espíritu progresa, es decir, a medida que
el propio periespíritu se vuelve menos grosero.
Pero –se dirá– las sensaciones agradables son transmitidas al
Espíritu por el periespíritu, como las sensaciones desagradables;
ahora bien, si el Espíritu puro es inaccesible a unas, debe serlo
igualmente a las otras. Sí, sin duda, para las que provienen
únicamente de la influencia de la materia que conocemos; el sonido
de nuestros instrumentos, el perfume de nuestras flores no le
producen ninguna impresión, y sin embargo él tiene sensaciones íntimas de un encanto indefinible, del cual ninguna idea podemos
hacernos, porque en este aspecto somos como ciegos de nacimiento
en relación a la luz; sabemos que existen, pero ¿por cuál medio? Allí
se detiene por ahora nuestra ciencia. Sabemos que hay percepciones,
sensaciones, audiciones, visiones, que estas facultades son atributos
de todo el ser, y no de una parte de éste, como en el hombre; pero
una vez más preguntamos: ¿por cuál intermediario? Es lo que no
sabemos. Los propios Espíritus no pueden explicárnoslo, porque
nuestro lenguaje no ha sido hecho para expresar ideas que no
tenemos, como tampoco un pueblo de ciegos tendría términos para
expresar los efectos de la luz; lo mismo ocurriría con el lenguaje de
los salvajes, en el cual no hay términos para expresar nuestras artes,
nuestras Ciencias y nuestras doctrinas filosóficas.
Al decir que los Espíritus son inaccesibles a las impresiones de
nuestra materia, queremos hablar de los Espíritus muy elevados,
cuya envoltura etérea no tiene analogía en la Tierra. No sucede lo
mismo con aquellos cuyo periespíritu es más denso; éstos perciben
nuestros sonidos y nuestros olores, pero no a través de una parte
limitada de su individualidad, como cuando encarnados. Se podría
decir que las vibraciones moleculares se hacen sentir en todo su ser
y llegan así a su sensorium commune, que es el propio Espíritu,
aunque de una manera diferente y quizá también con una impresión
diferente, lo que produce una modificación en la percepción. Ellos
escuchan el sonido de nuestra voz y, sin embargo, nos comprenden
sin la ayuda de la palabra, por la sola transmisión del pensamiento;
esto viene en apoyo a lo que dijimos: que dicha percepción es tanto
más fácil cuanto más desmaterializado es el Espíritu. En cuanto a la
visión, ésta es independiente de nuestra luz. La facultad de ver es un
atributo esencial del alma: para ella no hay oscuridad; entretanto, es
más amplia, más penetrante en aquellos que están más purificados.
El alma, o Espíritu, tiene por lo tanto en sí misma la facultad de
todas las percepciones; durante la vida corporal están obstruidas por
la grosería de nuestros órganos; en la vida extracorpórea lo son cada
vez menos, a medida que la envoltura semimaterial se vuelve más
etérea.
Esta envoltura, extraída del medio ambiente, varía según la
naturaleza de los mundos. Al pasar de un mundo a otro, los Espíritus
cambian de envoltura como nosotros cambiamos de ropa al pasar del
invierno al verano, o del polo al ecuador. Los Espíritus más
elevados, cuando vienen a visitarnos, revisten por lo tanto el
periespíritu terrestre y desde entonces sus percepciones se operan
como comúnmente sucede con nuestros Espíritus; pero todos,
inferiores como superiores, sólo escuchan y sienten lo que quieren
escuchar o sentir. Sin tener órganos sensitivos, ellos pueden a
voluntad hacer
que sus percepciones se vuelvan activas o nulas; tan sólo una cosa
están obligados a escuchar: los consejos de los buenos Espíritus. La
vista es siempre activa, pero pueden recíprocamente volverse
invisibles unos a los otros. Según la clase que ocupen, pueden
ocultarse de aquellos que le son inferiores, pero no de los que le son
superiores. En los primeros momentos que siguen a la muerte, la
vista del Espíritu es siempre turbada y confusa; se va aclarando a
medida que se desprende, y puede adquirir la misma claridad que
cuando estaba encarnado, independientemente de la posibilidad de
penetrar a través de los cuerpos que para nosotros son opacos. En lo
que respecta a la extensión de su visión a través del espacio infinito,
en el pasado y en el futuro, depende del grado de pureza y de
elevación del Espíritu.
Se dirá que toda esta teoría no es muy tranquilizadora.
Pensábamos que una vez despojados de nuestra grosera envoltura –
instrumento de nuestros dolores– no sufriríamos más, y he aquí que
nos enseñáis que todavía habremos de sufrir; sea de una manera o de
otra, eso no es sufrir menos. ¡Ay de nosotros! Sí, podemos todavía
sufrir, y mucho, y por un largo tiempo, pero también podemos no
sufrir más, incluso desde el instante en que dejamos esta vida
corporal.
Los sufrimientos de este mundo son a veces independientes de
nosotros, pero muchos son la consecuencia de nuestra voluntad. Si
nos remontamos a la fuente, veremos que el mayor número de ellos
es efecto de causas que hubiéramos podido evitar. ¡Cuántos males,
cuántas enfermedades el hombre debe a sus excesos, a su ambición,
en una palabra, a sus pasiones! El hombre que haya vivido siempre
con sobriedad, sin abusar de nada, que siempre haya sido simple en
sus gustos, modesto en sus deseos, se ahorrará muchas tribulaciones.
Sucede lo mismo con el Espíritu; los sufrimientos que padece son
siempre la consecuencia de la manera con la que ha vivido en la
Tierra; sin duda, no tendrá más la gota ni el reumatismo, pero tendrá
otros sufrimientos que no son menores. Hemos visto que sus
sufrimientos son el resultado de los lazos que todavía existen entre
él y la materia; que cuanto más desprendido está de la influencia de
la materia –dicho de otro modo–, cuanto más desmaterializado se
encuentra, menos penosas son sus sensaciones; ahora bien, depende
de él liberarse de dicha influencia desde esta vida; tiene libre
albedrío y, por consecuencia, puede elegir entre hacer o no hacer;
que dome sus pasiones animales, que no tenga odio, ni envidia, ni
celos, ni orgullo; que no se deje dominar por el egoísmo, que
purifique su alma con buenos sentimientos, que haga el bien y que
no dé a las cosas de este mundo más importancia de la que merecen,
y entonces –incluso bajo su envoltura corporal– ya estará purificado,
ya estará desprendido de la materia, y cuando deje esa envoltura no
sufrirá más su influencia; los sufrimientos físicos que haya
experimentado no le dejarán ningún recuerdo penoso ni le quedará de ellos ninguna impresión
desagradable, porque sólo afectaron al cuerpo y no al Espíritu; se
sentirá feliz al verse liberado, y la calma de su conciencia lo librará
de todo sufrimiento moral. Al respecto hemos interrogado a miles de Espíritus que han pertenecido a todas las categorías de la
sociedad, a todas las posiciones sociales; los hemos estudiado en
todos los períodos de su vida espírita, desde el instante en que
dejaron su cuerpo; los hemos seguido paso a paso en esa vida del
Más Allá para observar los cambios que se operaban en ellos, en sus
ideas, en sus sensaciones, y en este aspecto los hombres más
vulgares han sido los que nos proporcionaron los temas de estudio
más preciosos. Ahora bien, siempre hemos visto que los
sufrimientos están en relación con la conducta, cuyas consecuencias
sufren, y que esa nueva existencia es la fuente de una dicha inefable
para los que han seguido el buen camino; de donde se deduce que
aquellos que sufren es porque así lo han querido, y que no deben
culparse sino a sí mismos, tanto en el otro mundo como en éste.
Ciertos críticos han ridiculizado algunas de nuestras evocaciones,
como por ejemplo la de El asesino Lemaire, encontrando singular el
hecho de que nos ocupemos de seres tan innobles, cuando hay tantos
Espíritus superiores a nuestra disposición. Ellos se olvidan que de
algún modo es con esto que hemos aprendido la naturaleza del
hecho o –mejor dicho– en su ignorancia de la ciencia espírita, ellos
no ven en estas conversaciones sino una charla más o menos
divertida, cuyo alcance no comprenden. Hemos leído en alguna
parte que un filósofo decía, después de haber conversado con un
campesino: He aprendido más con este rústico campesino que con
todos los letrados; es que él sabía ver otra cosa más allá de la
superficie. Para el observador nada está perdido; encuentra útiles
enseñanzas hasta en la criptógama que crece en el estiércol. ¿Se
rehúsa el médico a tocar una herida horrenda cuando se trata de
profundizar la causa del mal?
Agreguemos todavía una palabra al respecto. Los sufrimientos del
Más Allá tienen un término; sabemos que al Espíritu más inferior le
es dado elevarse y purificarse por medio de nuevas pruebas; esto
puede ser largo, muy largo, pero depende de él abreviar ese tiempo
penoso, porque Dios lo escucha siempre si aquél se somete a su
voluntad. Cuanto más desmaterializado está el Espíritu, más vastas y
lúcidas son sus percepciones; cuanto más se encuentra bajo el
imperio de la materia –lo que depende enteramente de su género de
vida terrestre–, más limitadas y veladas están ellas; tanto la visión
moral de uno se extiende hacia el infinito, como la del otro se
restringe. Por lo tanto, los Espíritus inferiores sólo tienen una noción
vaga, confusa, incompleta y frecuentemente nula del futuro; no ven
el término de sus sufrimientos: es por esto que creen sufrir siempre,
y eso todavía es para ellos un castigo. Si la posición de
unos es aflictiva, inclusive terrible, no es sin embargo desesperante;
la de los otros es eminentemente consoladora; por lo tanto, está en
nosotros elegir. Esto es de la más alta moralidad. Los escépticos
dudan de lo que nos espera después de la muerte; nosotros les
mostramos lo que ésta es, y con eso creemos prestarles un servicio;
también hemos visto a más de uno salir de su error, o al menos
ponerse a reflexionar sobre lo que anteriormente criticaban. No hay
nada como esto para darse cuenta de la posibilidad de las cosas. Si
fuera siempre así no habría tantos incrédulos, y la religión y la moral
pública ganarían con eso. Para muchos, la duda religiosa viene de la
dificultad de comprender ciertas cosas; son espíritus positivos que
no están organizados para la fe ciega, que solamente admiten lo que
para ellos tiene una razón de ser. Volved estas cosas accesibles a su
inteligencia, y ellos las aceptarán, porque en el fondo no piden más
que creer, siendo que para ellos la duda es una situación más penosa
de lo que se cree o de lo que ellos consienten en decir.
En todo lo anteriormente dicho no hay nada de sistemas, ni de
ideas personales; tampoco fueron algunos Espíritus privilegiados los
que nos han dictado esta teoría: es el resultado de estudios hechos
acerca de individualidades, corroboradas y confirmadas por
Espíritus cuyo lenguaje no puede dejar duda sobre su superioridad.
Nosotros los juzgamos por sus palabras y no por el nombre que
llevan o por el que pueden ostentar.
Disertaciones del Más Allá
¡Pobres hombres, cuán poco conocéis los fenómenos más comunes que hacen a vuestra vida! Creéis ser muy sabios, creéis poseer una vasta erudición, y a estas preguntas que realizan todos los niños: ¿qué hacemos cuando dormimos?, ¿qué son los sueños?, os quedáis mudos. No tengo la pretensión de haceros comprender lo que voy a explicaros, porque hay cosas a las cuales vuestro Espíritu no puede todavía someterse, al no admitir lo que no entiende.
El sueño libera parcialmente el alma del cuerpo. Al dormir, estamos momentáneamente en el estado en que uno se encuentra de manera permanente después de la muerte. Los Espíritus que al desencarnar se desprendieron rápidamente de la materia han tenido sueños inteligentes; cuando dormían, se reunían con la sociedad de otros seres superiores a ellos: viajaban, conversaban y se instruían con los mismos; incluso trabajaban en obras que encontraron concluidas al morir. Esto debe enseñaros una vez más a no temer la muerte, puesto que morís todos los días, según las palabras de un santo.
Esto con respecto a los Espíritus elevados; pero para la masa de los hombres que, con la muerte, deben permanecer largas horas en turbación –en esa incertidumbre de que os han hablado–, van a mundos inferiores a la Tierra, adonde antiguos afectos los llaman, o a buscar placeres quizá todavía más bajos que los que aquí tienen; van a beber doctrinas aún más viles, más innobles y más nocivas que las que profesan en vuestro medio. Y lo que forma la simpatía en la Tierra no es otra cosa que el hecho de sentirnos, al despertar, vinculados por el corazón a aquellos con quienes acabamos de pasar simplemente 8 ó 9 horas de felicidad o de placer. Lo que explica también esas antipatías invencibles es saber que, en el fondo del corazón, esas personas tienen una conciencia diferente de la nuestra, porque se las conoce sin haberlas visto jamás con los ojos. Es esto aun lo que explica la indiferencia, puesto que no se desea hacer nuevos amigos cuando se sabe que existen otros que os aman y os aprecian. En una palabra, el sueño influye en vuestra vida más de lo que pensáis.
Por efecto del sueño los Espíritus encarnados están siempre en relación con el mundo de los Espíritus, y esto es lo que hace que los Espíritus superiores consientan –sin demasiada repulsión– encarnarse entre vosotros. Dios ha querido que ellos, durante su contacto con el vicio, puedan ir a fortalecerse en la fuente del bien, para no fallar, ya que vienen a instruir a los otros. El sueño es la puerta que Dios les ha abierto hacia los amigos del cielo; es la recreación después del trabajo, a la espera de la gran libertad, la liberación final que debe volverlos a su verdadero medio.
El sueño es el recuerdo de lo que vuestro Espíritu ha visto mientras el cuerpo dormía; pero tened en cuenta que no siempre soñáis, porque no os acordáis siempre de lo visteis, o de todo lo que habéis visto. Vuestra alma no está en todo su desarrollo; a menudo no es más que el recuerdo del problema que acompaña a vuestra partida o a vuestro retorno, a lo que se agrega el recuerdo de lo que habéis hecho o de lo que os preocupa en el estado de vigilia; sin esto, ¿cómo explicaríais esos sueños absurdos que tienen los más instruidos como los más simples? Los Espíritus malos también se sirven de los sueños para atormentar a las almas débiles y pusilánimes.
Por lo demás, dentro de poco veréis desarrollarse una nueva especie de sueños; es tan antigua como la que conocéis, pero la ignoráis. El sueño de Juana, el sueño de Jacob,el sueño de los profetas judíos y de algunos adivinos hindúes: ese sueño es el recuerdo del alma desprendida completamente del cuerpo, la remembranza de esa segunda vida de la que os hablaba hace instantes.
Tratad de distinguir bien esas dos especies de sueños entre aquellos que recordáis, pues sin ello caeríais en contradicciones y en errores que serían funestos a vuestra fe.
Nota – El Espíritu que ha dictado esta comunicación, al habérsele solicitado su nombre, respondió: «¿Para qué? ¿Creéis, pues, que sólo los Espíritus de vuestros grandes hombres vienen a deciros cosas buenas? Entonces, ¿no contáis para nada con todos aquellos que no conocéis o que no tienen ningún nombre en vuestra Tierra? Sabed que muchos toman un nombre solamente para contentaros.»
Nota – Esta comunicación y la siguiente han sido obtenidas por el Sr. F..., el mismo de quien hemos hablado en nuestro número de octubre, acerca de los Obsesados y subyugados; se puede juzgar por esto la diferencia que existe entre la naturaleza de sus comunicaciones actuales y las anteriores. Su voluntad ha triunfado completamente de la obsesión de la cual él era objeto, y su Espíritu malo no ha reaparecido. Estas dos disertaciones le han sido dictadas por Bernard Palissy.
Las flores han sido creadas en los mundos como símbolos de la belleza, de la pureza y de la esperanza.
¿Cómo el hombre que ve las corolas entreabrirse todas las primaveras y las flores marchitarse para dar frutos deliciosos, cómo no piensa que su existencia también se transformará, pero para dar frutos eternos? Por lo tanto, ¿qué os importa las tempestades y los torrentes? Estas flores nunca perecerán, como no perece la más frágil obra del Creador. Coraje, pues, hombres que caéis en el camino: levantaos como el lirio después de la tormenta, más puros y más radiantes. Como las flores, los vientos os sacuden a diestro y siniestro, os voltean, sois arrastrados en el barro, pero cuando el sol reaparece, también levantáis vuestras cabezas más nobles y más altas.
Por lo tanto, amad a las flores; éstas son el emblema de vuestra vida, y no os sonrojéis por ser comparados a ellas. Tenedlas en vuestros jardines, en vuestras casas, incluso en vuestros templos, ya que quedan bien en todas partes; en todos los lugares las flores llevan a la poesía; elevan el alma del que sabe comprenderlas. ¿No ha sido en las flores que Dios ha mostrado todas sus magnificencias? ¿De dónde conoceríais los colores suaves con los que el Creador ha alegrado la naturaleza si no existiesen las flores? Antes que el hombre hubiera excavado las entrañas de la Tierra para encontrar el rubí y el topacio, tenía a las flores delante de sí, y esta infinita variedad de matices ya lo consolaba de la monotonía de la superficie terrestre. Por lo tanto, amad a las flores: seréis más puros, más afectuosos, tal vez más niños, pero seréis los hijos queridos de Dios, y vuestras almas simples y sin mancha serán accesibles a todo su amor, a toda la alegría con la cual Él abrazará vuestros corazones.
Las flores quieren ser cuidadas por manos esclarecidas; la inteligencia es necesaria para su prosperidad; durante mucho tiempo os habéis equivocado en la Tierra al dejar ese cuidado en manos inhábiles que las mutilaban, creyendo embellecerlas. Nada es más triste que los árboles redondos o puntiagudos de algunos de vuestros jardines: pirámides de verdor que hacen el efecto de un montón de heno. Dejad a la naturaleza que se desarrolle bajo mil formas diversas: ahí está la gracia. ¡Feliz de aquel que sabe admirar la belleza de un tallo que se balancea sembrando su polen fecundante! ¡Feliz de aquel que ve en sus tonalidades brillantes un infinito de gracia, de delicadeza, de colorido, de matices que se esquivan y se buscan, que se pierden y se reencuentran! ¡Feliz de aquel que sabe comprender la belleza de la gradación de tonos, desde la raíz marrón que se confunde con la tierra –como los colores que se funden–, hasta el rojo escarlata del tulipán y de la amapola! (¿Por qué esos nombres rudos y raros?) Estudiad todo esto y observad a las hojas que salen unas de las otras como generaciones infinitas, hasta su completo florecimiento bajo la cúpula del cielo.
¿No parece que las flores dejan la Tierra para lanzarse hacia otros mundos? ¿No parece, a menudo, que bajan la cabeza de dolor al no poder elevarse más alto todavía? En su belleza, ¿no las creemos más cerca de Dios? Entonces imitadlas, y volveos siempre cada vez mayores, cada vez más bellos.
Vuestra manera de aprender Botánica también es defectuosa; no está todo en saber el nombre de cada planta. Cuando tengas tiempo te sugiero que trabajes también en una obra de este género. Por lo tanto, aplazaré para más adelante las lecciones que quería darte en estos días; serán más útiles cuando tengamos en manos su aplicación. En su momento hablaremos del género de cultivo, de los lugares que les convienen, de las condiciones del edificio para la ventilación y salubridad de las viviendas.
Si fueres a publicar esto, suprime los últimos párrafos: los tomarían como anuncios.
Al ser la mujer más finamente delineada que el hombre, indica esto naturalmente un alma más delicada; en medios semejantes, es así que en todos los mundos la madre será más bonita que el padre, porque es a ella que el niño ve primero; es hacia el rostro angélico de una joven mujer que el niño mueve sus ojos sin cesar; es junto a la madre que el niño seca sus lágrimas y posa su mirada, aún débil e incierta. Por lo tanto, el niño tiene así una intuición natural de lo bello.
La mujer sabe principalmente hacerse notar por la delicadeza de sus pensamientos, la gracia de sus gestos, la pureza de sus palabras; todo lo que viene de ella debe armonizarse con su persona, a la que Dios ha creado bella.
Sus largos cabellos ondulados sobre el cuello son la imagen de la dulzura y de la facilidad con la que su cabeza se dobla sin ceder ante las pruebas. Ellos reflejan la luz de los soles, como el alma de la mujer debe reflejar la luz más pura de Dios. Jóvenes, dejad a vuestros cabellos sueltos: Dios los ha creado para esto; pareceréis, a la vez, más naturales y más hermosas.
La mujer debe ser sencilla en su vestir; ella ha salido demasiado bella de las manos del Creador como para tener necesidad de atavíos. Que el blanco y el azul combinen en sus hombros. Dejad también fluctuar vuestras vestimentas; que los ropajes se vean extenderse detrás vuestro en un largo rastro de gasa, como una leve nube que indique que hace poco estuvisteis ahí.
¡Pero qué son los adornos, las ropas, la belleza, los cabellos ondulados o fluctuantes, enrulados o atados, si la sonrisa tan dulce de las madres y de las novias no brilla en vuestros labios! ¡O si vuestros ojos no siembran la bondad, la caridad, la esperanza en las lágrimas de alegría que dejan correr, en las chispas que saltan de esa llama de amor desconocido!
Mujeres: no temáis deslumbrar a los hombres con vuestra belleza, con vuestras gracias, con vuestra superioridad; pero que los hombres sepan que para ser dignos de vosotras, es preciso que ellos sean tan grandes como vos sois bellas, tan sabios como sois buenas, tan instruidos como sois cándidas y simples. Es preciso que ellos sepan que deben mereceros, que vosotras sois el premio de la virtud y del honor; no de ese honor que se cubre con un casco y un escudo y que brilla en las justas y en los torneos, con el pie sobre la frente del enemigo derribado; no, sino del honor según Dios.
Hombres: sed útiles, y cuando los pobres bendigan vuestro nombre, las mujeres serán vuestras iguales; entonces, formaréis un todo: vosotros seréis la cabeza y las mujeres serán el corazón; seréis el pensamiento bienhechor, y las mujeres serán las manos de la libertad. Uníos, pues, no sólo por el amor, sino también por el bien que podéis hacer de a dos. Que esos buenos pensamientos y esas buenas acciones –realizadas por dos corazones que se aman– sean los eslabones de esa cadena de oro y de diamante que se llama casamiento, y entonces cuando los eslabones fueren tan numerosos, Dios os llamará junto a sí, y vosotros continuaréis agregando más eslabones a los anteriores; pero en la Tierra éstos eran de un metal pesado y frío: en el Cielo serán de luz y de fuego.
El despertar de un Espíritu
NOTA – Estos versos 300 han sido escritos espontáneamente por medio de una cesta, tocada por una joven señora y por un niño. Pensamos que más de un poeta 301 podría atribuirse el mérito de los mismos. Ellos nos fueron enviados por uno de nuestros suscriptores.
¡Qué bella es la Naturaleza y cuán suave es el aire!
¡Señor! Te doy las gracias y te admiro de rodillas.
Pueda el himno alegre de mi reconocimiento
Elevarse como el incienso hacia tu desprendimiento.
Así, ante los ojos de sus dos hermanas en duelo,
Hiciste antaño salir a Lázaro de su sepulcro;
De Jairo desvariado, la hija muy amada
Fue en su lecho de muerte por tu voz reanimada.
Del mismo modo, ¡oh, Jesús!, me has tendido la mano;
¡Levántate!, me has dicho: y no lo has dicho en vano.
¡Ay de mí! ¿Por qué sólo soy un vil montón de fango?
Yo quisiera alabarte con la voz de un ángel;
¡Tu obra jamás me ha parecido tan bella!
Es para aquel que sale de la noche de la tumba
Que el día parece puro, la luz brillante,
El sol radioso y la vida embriagante.
Entonces el aire es más dulce que la leche y la miel;
Cada sonido parece una palabra en los conciertos del Cielo.
La voz sorda de los vientos exhala una armonía
Que crece en el vacío y se vuelve infinita.
Lo que el Espíritu concibe, lo que conmueve a sus ojos,
Lo que se puede comprender en el libro de los Cielos,
En el espacio de los mares, bajo las olas profundas,
En todos los océanos, los abismos, los mundos,
Todo se engrandece en esfera, y se siente que en el centro
Esos rayos convergentes conducen a Dios.
Y Tú, cuya mirada planea sobre las estrellas,
Que te ocultas en el Cielo como un Rey bajo sus velos,
¿Cuál es, pues, tu grandeza, si este vasto Universo
No es sino un punto a tus ojos, y el espacio de los mares
Ni siquiera es un espejo para tu esplendor inmenso?
¿Cuál es, pues, tu grandeza, cuál es, pues, tu esencia?
¡Qué palacio tan vasto has construido, oh, Rey!
Los astros no sabrían separarnos de Ti.
El Sol a tus pies, poder sin medida,
Parece el ónice que un príncipe sujeta a su calzado.
Lo que más admiro en Ti, ¡oh, Majestad!
Es bien menos tu grandeza que tu inmensa bondad
Que en todo se revela, así como la luz,
Y que a un ser impotente atiendes en su oración.
JODELLE
Conversaciones familiares del Más Allá
Teníamos el deseo de interrogar a una de esas mujeres de la India que, según sus costumbres, se queman sobre el cadáver de su marido. Al no conocer a ninguna, habíamos pedido a san Luis si consentiría en enviarnos a una que estuviera en condiciones de responder a nuestras preguntas de una manera satisfactoria. Él nos contestó que lo haría de buen grado dentro de algún tiempo. En la sesión de la Sociedad del 2 de noviembre de 1858, el Sr. Adrien – médium vidente– vio a una de ellas dispuesta a hablar, y de la cual hizo la siguiente descripción:
Ojos grandes y negros, con tono amarillento en el blanco del ojo; rostro redondeado, mejillas rollizas y gordas; piel amarilla azafrán tostado; pestañas largas, cejas arqueadas y negras; nariz un poco grande y ligeramente achatada; boca grande y sensual; dientes bonitos, grandes y derechos; cabellos lacios, abundantes, negros y espesos de grasa. Cuerpo bastante grande, rechoncho y gordo. Pañuelos de seda la envolvían, dejándole la mitad del pecho desnudo. Pulseras en los brazos y en las piernas.
1. ¿Recordáis aproximadamente en qué época vivíais en la India y dónde habéis sido quemada sobre el cadáver de vuestro marido? – Resp. Ella hace señas que no lo recordaba. –San Luis responde que fue hace alrededor de cien años.
2. ¿Recordáis el nombre que teníais? –Resp. Fátima.
3. ¿Qué religión profesabais? –Resp. La mahometana.
4. Pero el mahometismo no ordena tales sacrificios. –Resp. He nacido musulmana, pero mi marido era de la religión de Brahma. Yo he tenido que conformarme con las costumbres del país en que habitaba. Allí las mujeres no son dueñas de sí mismas.
5. ¿Qué edad teníais cuando hubisteis muerto? –Resp. Creo que tenía alrededor de veinte años.
Nota – El Sr. Adrien hace observar que ella parece tener al menos de veintiocho a treinta años; pero que en ese país las mujeres envejecen más rápido.
6. ¿Os habéis sacrificado voluntariamente? –Resp. Yo hubiera preferido casarme con otro. Reflexionad bien y comprenderéis que todas nosotras pensamos de la misma manera. He seguido la costumbre; pero en el fondo hubiese preferido no hacerlo. Por varios días esperé otro marido, pero nadie vino; entonces obedecí a la ley.
7. ¿Qué sentimiento ha podido dictar esta ley? –Resp. Idea supersticiosa. Imaginan que al quemarnos agradan más a la Divinidad; que rescatamos las faltas de aquel que perdimos y que vamos a ayudarlo a vivir feliz en el otro mundo.
8. ¿Aprobaba vuestro marido este sacrificio? –Resp. Nunca procuré volver a ver a mi marido.
9. ¿Hay mujeres que se sacrifican así con agrado? –Resp. Muy pocas; una entre mil, y aún así, en el fondo, ellas no desearían hacerlo.
10. ¿Qué os ha sucedido en el momento en que la vida corporal se extinguió? –Resp. Turbación; he sentido como una nebulosidad, y luego no sé lo que pasó. Mis ideas no se aclararon sino después de mucho tiempo. Iba a todas partes, y sin embargo no veía bien; e inclusive ahora no estoy completamente esclarecida; todavía tengo que pasar por muchas encarnaciones para elevarme; pero no me quemaré más... No veo la necesidad de ser quemada, de ser arrojada en el medio de las llamas para elevarme..., sobre todo por faltas que no he cometido; por otra parte, eso no me ha sido valorado... Además, yo no he buscado serlo. Me haríais un favor al orar un poco por mí, porque comprendo que no hay como la oración para soportar con coraje las pruebas que nos son enviadas... ¡Ah! ¡Si yo tuviese fe!
11. Pedís que oremos por vos, pero somos cristianos; ¿podrían agradaros nuestras oraciones? –Resp. Sólo hay un Dios para todos los hombres.
Nota – En varias sesiones siguientes la misma mujer ha sido vista entre los Espíritus que la asistían. Ella ha dicho que venía para instruirse. Parece que fue sensible al interés que le fue demostrado, porque nos ha seguido varias veces en otras reuniones e incluso hasta en la calle.
Noticia – Louise Charly, llamada Labé y apodada La Bella Cordelera, nació en Lyon durante el reinado de Francisco I. Ella era de una gran belleza y recibió una educación muy esmerada; sabía griego, latín, hablaba perfectamente español e italiano y, en esos idiomas, hacía poesías que los escritores nacionales reconocerían como suyas. Instruida en todos los ejercicios del cuerpo, conocía la equitación, la gimnástica y el manejo de las armas. Dotada de un carácter muy enérgico, se distinguió –al lado de su padre– entre los más valientes combatientes en el sitio de Perpiñán, en 1542, con el nombre de capitán Loys. Al no haber tenido éxito este sitio, renunció a la carrera de las armas y volvió a Lyon con su padre. Se casó con un rico fabricante de cuerdas, llamado Ennemond Perrin, y luego sólo se la conocía como La Bella Cordelera, nombre que ha quedado en la calle en que tenía domicilio y en el lugar donde estaban los talleres de su marido. Ella instituyó en su casa reuniones literarias, donde eran invitados los espíritus más esclarecidos de la provincia. Se tiene de ella una colección de poesías. Su reputación de belleza y de mujer de espíritu, al atraer a su casa a la élite de los hombres, provocó los celos de las damas lionesas que buscaron vengarse a través de la calumnia; pero su conducta fue siempre irreprochable.
Evocada el 26 de octubre de 1858, en la sesión de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, nos ha sido dicho que ella aún no podía venir por motivos que no fueron explicados. El 9 de noviembre atendió a nuestro llamado, y he aquí la descripción que le hizo el Sr. Adrien, nuestro médium vidente:
Cabeza ovalada; tez pálida mate; ojos negros, lindos y nobles; cejas arqueadas; frente amplia e inteligente; nariz griega, fina; boca mediana y labios indicando bondad de espíritu; dientes muy bonitos, pequeños y bien derechos; cabellos negros de azabache, ligeramente crespos. Bello porte de cabeza; talle grande y muy esbelto. Vestimenta de ropajes blancos.
Nota – Sin duda, nada demuestra que esta descripción y la anterior no estaban en la imaginación del médium, porque nosotros no tenemos un control; pero cuando lo hace con detalles tan precisos de personas contemporáneas que nunca ha visto y que son reconocidas por padres o amigos, no se puede dudar de la realidad; de donde sacamos la conclusión que, puesto que él ve a unos con una verdad indiscutible, puede ver a otros. Otra circunstancia que debe tomarse en consideración es que siempre ve al mismo Espíritu bajo la misma forma, y que, aunque fuese con varios meses de intervalo, la descripción no varía. Sería necesario suponer que tiene una memoria fenomenal, para creer que pudiera recordarse así de los mínimos detalles de todos los Espíritus –cuya descripción ha hecho–, los cuales contamos por centenas.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. ¿Quisierais tener la bondad de responder a algunas preguntas que desearíamos haceros? –Resp. Con placer.
3. ¿Recordáis la época en la que erais conocida con el nombre de La Bella Cordelera? –Resp. Sí.
4. ¿De dónde provenían las cualidades viriles que os han hecho abrazar la carrera de las armas que, según las leyes de la Naturaleza, es más bien atribución de los hombres? –Resp. Eso agradaba a mi Espíritu, ávido de grandes cosas; más tarde se volvió hacia otro género de ideas más serias. Las ideas con las cuales nacemos vienen ciertamente de las existencias anteriores, cuyo reflejo son; sin embargo, se modifican mucho, ya sea por nuevas resoluciones o por la voluntad de Dios.
5. ¿Por qué esos gustos militares no han persistido en vos, y cómo tan pronto han podido ceder lugar a los de la mujer? –Resp. He visto cosas que no desearía que veáis.
6. Erais contemporánea de Francisco I y de Carlos Quinto; ¿quisierais decirnos vuestra opinión sobre esos dos hombres y hacernos un paralelo? –Resp. De ninguna manera quiero juzgar; ellos han tenido defectos, que conocéis; sus virtudes son poco numerosas: algunos rasgos de generosidad, y eso es todo. Dejad esto; sus corazones podrían sangrar todavía: ¡ellos sufren bastante!
7. ¿Cuál era el origen de esa alta inteligencia que os volvió apta para recibir una educación tan superior a la de las mujeres de vuestro tiempo? –Resp. ¡Penosas existencias y la voluntad de Dios!
8. ¿Había, pues, en vos un progreso anterior? –Resp. No podría ser de otro modo.
9. Esa instrucción, ¿os hace progresar como Espíritu? –Resp. Sí.
10. Parecéis haber sido feliz en la Tierra: ¿lo sois más ahora? – Resp. ¡Qué pregunta! ¡Por más feliz que uno sea en la Tierra, la felicidad del Cielo es totalmente otra cosa! ¡Cuántos tesoros y riquezas, que conoceréis un día, y de los cuales no sospecháis o ignoráis completamente!
11. ¿Qué entendéis por Cielo? –Resp. Entiendo por Cielo a los otros mundos.
12. ¿Qué mundo habitáis ahora? –Resp. Habito en un mundo que no conocéis; pero estoy poco ligada al mismo: la materia nos liga poco.
13. ¿Es Júpiter? –Resp. Júpiter es un mundo feliz; pero ¿pensáis que entre todos sólo éste sea favorecido por Dios? Ellos son tan numerosos como los granos de arena del océano.
14. ¿Habéis conservado el genio poético que teníais en la Tierra? –Resp. Os respondería con placer, pero temo contrariar a otros Espíritus, o me colocaría por debajo de lo que soy: esto hace que mi respuesta se vuelva inútil, tornándose sin razón.
15. ¿Podríais decirnos qué clase podríamos asignaros entre los Espíritus? –Sin respuesta. (A san Luis). ¿Podríais san Luis respondernos al respecto? –Resp. Ella está aquí: yo no puedo decir lo que ella no quiere decir. ¿No veis que es un Espíritu de los más elevados entre los que comúnmente evocáis? Además, nuestros Espíritus no pueden apreciar exactamente las distancias que los separan: éstas son incomprensibles para vosotros, ¡y aún así son inmensas!
16. (A Louise Charly). ¿Bajo qué forma estáis entre nosotros? – Resp. Adrien acaba de describirme.
17. ¿Por qué esta forma y no otra? En fin, ¿por qué en el mundo donde estáis, no sois tal como erais en la Tierra? –Resp. Evocasteis la poetisa: vino la poetisa.
18. ¿Podríais dictarnos algunas poesías o cualquier trozo de literatura? Estaríamos felices de tener algo vuestro? –Resp. Buscad mis antiguos escritos. Nosotros no gustamos de esas pruebas, principalmente en público: a pesar de ello, lo haré en otra ocasión.
Nota – Sabemos que los Espíritus no gustan de pruebas, y las preguntas de esta naturaleza casi siempre tienen este carácter; es por eso, sin duda, que casi nunca ellos obedecen. Espontáneamente y en el momento en que menos lo esperamos, nos dan a menudo las cosas más sorprendentes, las pruebas que en vano habríamos solicitado; pero casi siempre basta que se les pida una cosa para que no se la obtenga, si sobre todo denota un sentimiento de curiosidad. Los Espíritus, y principalmente los Espíritus elevados, quieren probarnos con esto que no están a nuestras órdenes.
Al día siguiente, espontáneamente, La Bella Cordelera escribió lo siguiente a través del médium psicógrafo que le había servido de intérprete:
«Voy a dictar lo que te había prometido; no son versos, no he querido hacerlos; además, no recuerdo más aquellos que hice, y de ellos no gustaríais: será la más modesta prosa.
«En la Tierra he exaltado el amor, la dulzura y los buenos sentimientos: hablé un poco de lo que no conocía. Aquí no es del amor que hablo, es de una caridad amplia, austera y esclarecida; una caridad fuerte y constante de la que sólo hay un ejemplo en la Tierra.
«¡Oh, hombres! Pensad que depende de vosotros ser felices y hacer de vuestro mundo uno de los más avanzados del Cielo: sólo tenéis que hacer callar odios y enemistades, olvidar rencores y cóleras, perder el orgullo y la vanidad. Dejad todo esto como una carga que os es preciso abandonar tarde o temprano. Esta carga es para vosotros un tesoro en la Tierra, lo sé; es por eso que tenéis el mérito de dejarla y perderla; pero en el Cielo esta carga se vuelve un obstáculo para vuestra felicidad. Por lo tanto, creedme: anticipad vuestro progreso, la felicidad que viene de Dios es la verdadera felicidad. ¿Dónde encontraréis placeres que valgan las alegrías que Él da a sus elegidos, a sus ángeles?
«Dios ama a los hombres que buscan avanzar en su camino; por lo tanto, contad con su apoyo. ¿No tenéis confianza en Él? ¿Creéis, pues, que sea perjurio porque no os entregáis a Él enteramente, sin restricciones? Infelizmente no queréis escuchar, o pocos de entre vosotros escuchan; preferís el hoy en vez del mañana; vuestra limitada visión limita vuestros sentimientos, vuestro corazones y vuestra alma, y sufrís para avanzar, en lugar de avanzar natural y fácilmente por el camino del bien, por vuestra propia voluntad, porque el sufrimiento es el medio que Dios emplea para moralizaros. No evitéis esta ruta segura, pero terrible para el viajero. Terminaré exhortándoos a no más ver la muerte como un flagelo, sino como la puerta de la verdadera vida y de la verdadera felicidad.»
LOUISE CHARLY
Variedades
Leemos en la Gazette de Mons (Gaceta de Mons): «Un individuo acometido por una monomanía religiosa –internado hace siete años en el establecimiento del Sr. Stuart– y que hasta aquí se había mostrado de una naturaleza muy mansa, consiguió engañar la vigilancia de los guardias y apoderarse de un cuchillo. Éstos, al no haber podido recuperar el arma, informaron al director de lo que sucedía.
«El Sr. Stuart se acercó inmediatamente del furioso y, confiando apenas en su coraje, quiso desarmarlo; pero ni bien había dado algunos pasos al encuentro del loco, éste se arrojó sobre él con la rapidez de un relámpago y lo hirió repetidas veces. No fue sino con mucha dificultad que se consiguió dominar al asesino.
«De las siete cuchilladas con las cuales el Sr. Stuart fue alcanzado, una era mortal: la que había recibido en el bajo vientre; el lunes, a las tres horas y media, falleció a consecuencia de una hemorragia en esa cavidad.»
¿Qué se diría si este individuo hubiera sido acometido por una monomanía espírita, o incluso si –en su locura– hubiese hablado de Espíritus? Y, sin embargo, esto podría haber sucedido, puesto que hay muchas monomanías religiosas, y todas las Ciencias han proporcionado su contingente. ¿Qué es lo que, razonablemente, se podría sacar en conclusión contra el Espiritismo, si no que, debido a la fragilidad de su organismo, el hombre puede exaltarse en este punto como en tantos otros? El medio de prevenir esta exaltación no es el de combatir la idea; de otro modo se correría el riesgo de que se repitan los prodigios de las Cevenas.306 Si jamás se organizara una cruzada contra el Espiritismo, lo veríamos propagarse cada vez más; porque, ¿cómo oponerse a un fenómeno que no tiene lugar ni tiempo predilectos y que puede producirse en todos los países, en todas las familias, en la intimidad, en el más absoluto secreto, inclusive mejor que en público? El medio de prevenir los inconvenientes, nosotros lo hemos dado en nuestras Instrucciones Prácticas: es de hacerlo comprender de tal manera que en él no se vea más que un fenómeno natural, incluso en lo que ofrece de más extraordinario.
Uno de nuestros suscriptores, el Sr. Ch. Renard, de Rambouillet, nos ha dirigido la siguiente carta:
«Señor y digno hermano en Espiritismo: leo o, mejor dicho, devoro con un placer indecible los números de vuestra Revista, a medida que los recibo. Esto no es sorprendente de mi parte, considerando que mis padres eran adivinos de generación en generación. Una de mis tías abuelas había incluso sido condenada a la hoguera por contumaz en el crimen de Vauldrie y por asistente al sabat; ella sólo evitó la hoguera refugiándose en la casa de una de sus hermanas, abadesa de religiosas de clausura. Esto hizo que yo heredase algunas migajas de Ciencias ocultas, lo que no me ha impedido de pasar por la creencia en el materialismo –si es que ahí existe fe– y por el escepticismo. En fin, cansado, enfermo de negación, las obras del célebre extático Swedenborg me condujeron a la verdad y al bien; al volverme también extático, me aseguré ad vivum de las verdades que los Espíritus materializados de nuestro globo no pueden comprender. He tenido comunicaciones de toda especie: hechos de visibilidad, de tangibilidad, de aportes de objetos perdidos, etc. Buen hermano, ¿tendríais la bondad de insertar la siguiente nota en uno de vuestros números? Ciertamente no es por amor propio, sino debido a mi condición de francés.
«Las pequeñas causas producen a veces grandes efectos. Aproximadamente en 1840 conocí al Sr. Cahagnet, tornero ebanista, que había venido a Rambouillet por razones de salud. En mi aprecio a este obrero –fuera de lo común por su inteligencia–, lo inicié en el magnetismo humano; un día le dije: Tengo casi la certeza de que un sonámbulo lúcido está apto para ver las almas de los que han fallecido y con ellas entablar conversación; él se quedó sorprendido. Lo estimulé a que hiciera esta experiencia cuando encontrase un sonámbulo lúcido; tuvo éxitos y publicó un primer volumen de experiencias de necromancia, seguido de otros volúmenes y opúsculos que en América han sido traducidos con el título de Telégrafo Celestial (Télégraphe céleste). Después el extático Davis publicó sus visiones y averiguaciones sobre el mundo espírita. Franklin hizo investigaciones que desembocaron en manifestaciones y en comunicaciones más fáciles que en otros tiempos. En los Estados Unidos, las primeras personas de las que él se sirvió como mediadoras fueron la señora viuda de Fox y sus dos hijas. Hay una coincidencia demasiado singular entre este nombre y el mío, ya que la palabra inglesa fox significa en francés renard (zorro).
«Hace mucho tiempo que los Espíritus me habían dicho que era posible comunicarse con los Espíritus de otros globos y recibir de ellos dibujos y descripciones. Expuse esto al Sr. Cahagnet, pero él no fue más lejos que nuestro satélite.
«Estoy a vuestra disposición, etc.»
CH. RENARD
Nota – La cuestión de prioridad en materia de Espiritismo es, indiscutiblemente, una cuestión secundaria; pero no es menos notable que desde la importación de los fenómenos americanos, una multitud de hechos auténticos –ignorados por el público– han revelado la producción de fenómenos semejantes, tanto en Francia como en otros países de Europa, en una época contemporánea o anterior. Es de nuestro conocimiento que muchas personas se ocupaban de comunicaciones espíritas bien antes de que fuera tratada la cuestión de las mesas giratorias, y nosotros tenemos prueba de esto con fechas precisas. El Sr. Renard parece ser de este número, y según él sus ensayos no habrían sido ajenos a los que han sido hechos en América. Registramos su observación como interesante para la historia del Espiritismo y a fin de probar, una vez más, que esta ciencia tiene sus raíces en el mundo entero, lo que quita toda posibilidad de éxito a los que desearían oponerle una barrera. Si la sofocan en un punto, renacerá más vivaz en otros cien, hasta el momento en que –ya no siendo más posible la duda– ha de ocupar su lugar entre las creencias usuales; entonces, será realmente preciso que sus adversarios, quiéranlo o no, se resignen.
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Conclusión del año 1858
La Revista Espírita acaba de cumplir su primer año y estamos
felices en anunciar que, de aquí en adelante, su existencia se
encuentra asegurada por el número de sus suscriptores que aumenta
a cada día, continuando así el curso de su publicación. Los
testimonios de simpatía que hemos recibido de todas partes, la
adhesión de los hombres más eminentes por su saber y por su
posición social, son para nosotros un poderoso aliento en la tarea
laboriosa que hemos emprendido; que aquellos, pues, que nos han
sostenido en el cumplimiento de nuestra obra, reciban aquí el
testimonio de toda nuestra gratitud. Si no hubiésemos encontrado
contradicciones ni críticas, sería un hecho inaudito en los fastos de
las publicaciones, principalmente cuando se trata de la emisión de
ideas tan nuevas; pero si debemos admirarnos de una cosa es de
haberlas encontrado tan pocas en comparación con las muestras de
aprobación que nos han sido dadas y, sin duda, esto es debido
mucho menos al mérito del escritor que al atractivo del propio tema
que tratamos, y al crédito que a cada día gana en los más altos
estratos de la sociedad; lo debemos también –y de esto estamos
convencidos– a la dignidad que siempre hemos conservado para con
nuestros adversarios, dejando al público que juzgue entre la
moderación de una parte, y la inconveniencia de la otra. El
Espiritismo marcha a pasos de gigante en el mundo entero; por la
fuerza de las cosas todos los días une a algunos disidentes, y si por
nuestra parte podemos poner algunos granos en la balanza de este
gran movimiento que se opera y que marcará nuestra época como
una nueva era, no será hiriendo ni afrontando a aquellos mismos que
queremos atraer, sino que será por el razonamiento que nos haremos
escuchar y no por las injurias. Al respecto, los Espíritus superiores
que nos asisten nos dan el precepto y el ejemplo; sería indigno de
una Doctrina, que no predica sino el amor y la benevolencia,
rebajarse hasta el terreno del personalismo; dejamos este papel a
aquellos que no la comprenden. Por lo tanto, nada nos hará desviar
de la línea que hemos seguido, de la calma y de la sangre fría que no
cesaremos de tener en el examen razonado de todas las cuestiones,
sabiendo que con esto hacemos más adeptos serios del Espiritismo
que con la aspereza y la acrimonia.
En la Introducción que hemos publicado en nuestro primer
número hemos trazado el plan que nos proponíamos seguir: citar los
hechos, pero también investigarlos y examinarlos cuidadosamente
con el escalpelo de la observación, apreciándolos y deduciendo sus
consecuencias. Al principio, toda la atención se concentró en los
fenómenos materiales, que por entonces alimentaban la curiosidad
pública; pero la curiosidad tiene un tiempo: una vez satisfecha, deja
su objeto, como un niño deja su juguete. Entonces, los Espíritus nos
dijeron: «Éste es el primer período; pasará pronto para dar lugar a
ideas más elevadas; nuevos hechos van a ser revelados, los cuales
marcarán un período nuevo –el período filosófico– y la Doctrina
crecerá en poco tiempo, como el niño que deja su cuna. No os
inquietéis con el escarnio: los que escarnecen serán ellos mismos
escarnecidos, y mañana encontraréis a afanosos defensores entre
vuestros más ardientes adversarios de hoy. Dios quiere que sea así, y
nosotros somos los encargados de ejecutar Su voluntad; la mala
voluntad de algunos hombres no prevalecerá contra ella; el orgullo
de aquellos que quieren saber más que Él, será abatido.»
En efecto, estamos lejos de las mesas giratorias que casi no
divierten más, porque todo cansa; solamente no cansa aquello que
habla a nuestro discernimiento, y el Espiritismo navega a toda vela
en su segundo período; cada uno ha comprendido que es toda una
ciencia que se funda, toda una filosofía, todo un nuevo orden de
ideas; era preciso seguir ese movimiento, al igual que contribuir con
el mismo, bajo pena de ser pronto desbordado; he aquí por qué nos
hemos esforzado para mantenernos a la altura, sin encerrarnos en los
estrechos límites de un boletín anecdótico. Elevándose a la categoría
de Doctrina filosófica, el Espiritismo ha conquistado innumerables
seguidores, incluso entre aquellos que no han sido testigos de
ningún hecho material; es que el hombre estima lo que le habla a la
razón, aquello que pueda entender, y encuentra en la filosofía
espírita algo más que un entretenimiento, algo que le explique el
vacío punzante de la incertidumbre. Penetrando en el mundo
extracorpóreo por la vía de la observación, hemos querido hacer
penetrar en él a nuestros lectores, y hacer que lo comprendan; cabe a
ellos juzgar si hemos alcanzado nuestro objetivo. Por lo tanto,
proseguiremos en nuestra tarea durante el año que va a comenzar, y
todo anuncia que deberá ser fecundo. Nuevos hechos de otro orden
surgen en este momento y nos revelan nuevos misterios; nosotros los
registraremos cuidadosamente, y en ellos buscaremos la luz con
tanta perseverancia como en el pasado, porque todo presagia que el
Espiritismo va a entrar en una nueva fase más grandiosa y aún más
sublime.
ALLAN KARDEC
NOTA – La abundancia de materias nos obliga a aplazar para el
próximo número la continuación de nuestro artículo sobre la
Pluralidad de las existencias y el cuento de Frédéric Soulié.
ALLAN KARDEC