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Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858 > Noviembre
Noviembre
Varias veces nos han preguntado por qué no respondemos, en
nuestro periódico, a los ataques de ciertas publicaciones dirigidas
contra el Espiritismo en general, contra sus partidarios, e incluso
algunas veces contra nosotros. En ciertos casos, creemos que el
silencio es la mejor respuesta. Además, hay un género de polémica
del cual nos hemos hecho una ley abstenernos: la que puede
degenerar en personalismo; no sólo esto nos repugna, sino que nos
tomaría un tiempo que podemos emplear más útilmente, siendo
también muy poco interesante para nuestros lectores, los cuales se
suscriben para instruirse y no para escuchar diatribas más o menos
espirituosas; ahora bien, una vez introducidos en este camino, sería
difícil salir del mismo; es por eso que preferimos no entrar en él, y
pensamos que con esto el Espiritismo ha de ganar en dignidad. Hasta
el presente no tenemos sino que regocijarnos por nuestra
moderación; de la misma no nos desviaremos, y jamás le daremos
esa satisfacción a los amantes del escándalo.
Pero hay polémicas y polémicas; existe una ante la cual nunca
retrocederemos: la discusión seria de los principios que profesamos.
No obstante, aquí hay igualmente una distinción que hacer; si no se
trata más que de ataques generales dirigidos contra la Doctrina, sin
otra finalidad determinada que la de criticar, y por parte de personas
que resolvieron rechazar todo lo que no comprenden, esto no merece
que nos ocupemos de ellas; el terreno que a cada día gana el
Espiritismo es una respuesta suficientemente perentoria y que debe
probarles que sus sarcasmos no han producido gran efecto; también
señalaremos que el fuego graneado de bromas, de las cuales no hace
mucho los partidarios de la Doctrina eran objeto, va cesando poco a
poco; nos preguntamos si hay razón para reírse cuando se ven a
tantas personas eminentes adoptar estas nuevas ideas; algunos no
ríen más que con desdén y por costumbre, mientras que muchos
otros de ningún modo se ríen más, y esperan.
Señalemos además que, entre los críticos, hay muchas personas
que hablan sin conocer la cuestión, sin darse al trabajo de
profundizarla; para responderles sería necesario, incesantemente,
recomenzar las explicaciones más elementales y repetir lo que ya
hemos escrito, cosa que creemos inútil. No sucede lo mismo con
aquellos que han estudiado y que no han comprendido todo, que
quieren seriamente esclarecerse y que plantean objeciones con
conocimiento de causa y de buena fe; en este terreno nosotros
aceptamos la controversia, sin jactarnos de resolver todas las
dificultades, lo que sería demasiado presuntuoso. La ciencia espírita
está en sus comienzos y aún no nos ha dicho todos sus secretos, por
más portentosos que hayan sido los que nos fueron develados. ¿Cuál
es la Ciencia que todavía no posee casos misteriosos e inexplicados?
Por lo tanto, reconoceremos sin avergonzarnos nuestra insuficiencia
sobre los puntos a los cuales no nos fuere posible responder. De esta
manera, lejos de rechazar las objeciones y las preguntas, nosotros las
solicitamos –porque es un medio de esclarecimiento–, con tal que
las mismas no sean triviales y desde que no nos hagan perder
nuestro tiempo en futilidades.
Es esto lo que llamamos polémica útil, y lo será siempre cuando
tenga lugar entre personas serias que se han de respetar bastante para
no faltar a las conveniencias. Podemos pensar diferentemente sin
aminorar nuestra estima por ello. En definitiva, ¿qué buscamos
todos en esta cuestión tan palpitante y tan fecunda del Espiritismo?
Esclarecernos; primeramente, nosotros buscamos la luz, de cualquier
parte de donde venga, y al emitir nuestra manera de ver no
pretendemos imponer a nadie nuestra opinión individual: la
entregamos a la discusión y estamos dispuestos a abandonarla si se
nos demuestra que estamos equivocados. Esta polémica la hacemos
todos los días en nuestra Revista, a través de las respuestas o de las
refutaciones colectivas que tenemos ocasión de hacer sobre tal o
cual artículo, y aquellos que nos hacen el honor de escribirnos
encontrarán siempre allí la respuesta a lo que nos preguntan, cuando
no nos sea posible darla individualmente por escrito, ya que el
tiempo material no siempre nos lo permite. Sus preguntas y sus
objeciones son otros tantos temas de estudio, de los cuales sacamos
provecho y de los que estamos felices en hacer aprovechar a
nuestros lectores, tratándolos a medida que las circunstancias
presenten hechos que puedan tener relación con ellos. Para nosotros
también es un placer dar verbalmente las explicaciones que pueden
sernos solicitadas por las personas que nos honran con su visita y en
las reuniones marcadas por una benevolencia recíproca, en las que
nos esclarecemos mutuamente.
De los diversos fundamentos profesados por el Espiritismo, el más
controvertido es indiscutiblemente el de la pluralidad de las
existencias corporales o, dicho de otra manera, el de la
reencarnación. Aunque esta opinión sea ahora compartida por un
número muy grande de personas, y aunque nosotros ya hayamos
tratado varias veces la cuestión, creemos un deber –en razón de su
extrema gravedad– examinarla aquí de una forma más profunda, a
fin de responder a las diversas objeciones que ha suscitado. Antes de
entrar en el fondo de la cuestión, nos parecen indispensables algunas
observaciones preliminares.
Algunas personas dicen que el dogma de la reencarnación no es
de modo alguno nuevo: que ha sido resucitado de Pitágoras.
Nosotros nunca hemos dicho que la Doctrina Espírita fuese una
invención moderna; al ser el Espiritismo una de las leyes de la
naturaleza, ha debido existir desde el origen de los tiempos, y por
nuestra parte siempre nos hemos esforzado en probar que de Él se
encuentran rastros en la más remota antigüedad. Como se sabe,
Pitágoras no es el autor del sistema de la metempsicosis; él la ha
extraído de los filósofos hindúes y de los egipcios, donde existía
desde tiempos inmemoriales. La idea de la transmigración de las
almas era, pues, una creencia común admitida por los hombres más
eminentes. ¿Por cuál medio les ha llegado? ¿Ha sido por revelación
o por intuición? No lo sabemos; pero, como quiera que sea, una idea
no atraviesa las edades y no es aceptada por las inteligencias de élite
si no tiene su lado serio. Por lo tanto, la antigüedad de esta doctrina
sería más bien una prueba que una objeción. Sin embargo, como
igualmente sabemos, entre la metempsicosis de los Antiguos y la
moderna doctrina de la reencarnación existe una gran diferencia: que
los Espíritus rechazan de la manera más absoluta la transmigración
del hombre en los animales y recíprocamente.
Sin duda –dicen también algunos contradictores– vos estabais
imbuido de esas ideas, y he aquí por qué los Espíritus han seguido
vuestro mismo parecer. Esto es un error que prueba, una vez más, el
peligro de los juicios precipitados y sin examen. Si estas personas,
antes de juzgar, se hubiesen tomado el trabajo de leer lo que hemos
escrito sobre Espiritismo, habrían evitado hacer una objeción con
demasiada liviandad. Repetiremos, pues, lo que hemos dicho al
respecto: cuando la doctrina de la reencarnación nos fue enseñada
por los Espíritus, estaba tan lejos de nuestro pensamiento que
habíamos hecho sobre los antecedentes del
alma un sistema completamente diferente, y además compartido por
muchas personas. Por lo tanto, la Doctrina de los Espíritus nos ha
sorprendido en este aspecto; diremos más: nos ha contrariado,
porque echó por tierra nuestras propias ideas; como se ve, estaba
lejos de ser un reflejo de éstas. Eso no es todo; no cedimos al primer
choque; combatimos, defendimos nuestra opinión, planteamos
objeciones y sólo nos rendimos ante la evidencia cuando percibimos
la insuficiencia de nuestro sistema para resolver todas las cuestiones
que este tema aborda.
A los ojos de algunas personas, sin duda, la palabra evidencia
parecerá singular en semejante materia; pero no será impropia para
aquellos que están habituados a examinar los fenómenos espíritas.
Para el observador atento hay hechos que, aunque no sean de una
naturaleza absolutamente material, no por esto dejan de constituir
una verdadera evidencia, o al menos una evidencia moral. No es
aquí el lugar para explicar esos hechos; solamente un estudio
continuo y perseverante puede hacerlos comprensibles; nuestro
objetivo era únicamente refutar la idea de que esta doctrina no es
más que la traducción de nuestro pensamiento. Tenemos aún otra
refutación a realizar: es que no sólo a nosotros ha sido enseñada; lo
ha sido en muchos otros lugares, en Francia como en el extranjero:
en Alemania, en Holanda, en Rusia, etc., y esto incluso antes de la
publicación de El Libro de los Espíritus. Agreguemos todavía que,
desde que nos hemos consagrado al estudio del Espiritismo, hemos
obtenido comunicaciones a través de más de cincuenta médiums
psicógrafos, psicofónicos, videntes, etc., más o menos esclarecidos,
de una inteligencia normal más o menos limitada, algunos hasta
completamente iletrados, y por consecuencia enteramente ajenos a
las materias filosóficas, siendo que en ningún caso los Espíritus se
desmintieron sobre esta cuestión; sucede lo mismo en todos los
Círculos que conocemos, donde el mismo principio ha sido
profesado. Bien sabemos que este argumento no es terminante, y es
por eso que no insistiremos más de lo razonable.
Examinemos la cuestión desde otro punto de vista, haciendo
abstracción de toda intervención de los Espíritus; por un instante
dejemos a éstos a un lado; supongamos que esta teoría no haya
provenido de ellos; supongamos incluso que jamás haya sido una
cuestión de Espíritus. Por lo tanto, ubiquémonos momentáneamente
en un terreno neutro, admitiendo que tengan el mismo grado de
probabilidad tanto una como otra hipótesis: la de la pluralidad y la
de la unicidad de las existencias corporales, y veamos de qué lado
estarán la razón y nuestro propio interés.
Ciertas personas rechazan la idea de la reencarnación por el único
motivo de que no les conviene, diciendo que tienen bastante con una
sola existencia y que no querrían recomenzar otra semejante;
conocemos a algunos a quienes el solo pensamiento de reaparecer en
la Tierra los deja enfurecidos. No tenemos sino una cosa que
preguntarles: si creen que Dios les ha pedido su opinión y
consultado su gusto para regir el Universo. Ahora bien, una de dos:
o la reencarnación existe o no existe; si existe, por más que la
contradigan, les será necesario enfrentarla, y Dios no les va a pedir
permiso para esto. Nos parece escuchar a un enfermo decir: He
sufrido bastante hoy y no quiero sufrir más mañana. A pesar de su
mal humor, no por eso ha de sufrir menos mañana y en los días
siguientes, hasta que esté curado; por lo tanto, si aquéllos tuvieren
que vivir de nuevo corporalmente, volverán a vivir, se reencarnarán;
por más que se rebelen –como un niño que no quiere ir a la escuela o
como un condenado a la prisión– les será necesario pasar por ello.
Semejantes objeciones son demasiado pueriles para que merezcan
un examen más serio. No obstante, les diremos para tranquilizarlos
que lo que la Doctrina Espírita enseña sobre la reencarnación no es
tan terrible como creen, y si la hubieran estudiado a fondo no
estarían tan asustados; sabrían que la condición de esta nueva
existencia depende de ellos mismos; que será feliz o infeliz según lo
que hayan hecho en este mundo, y que pueden desde esta vida
elevarse tan alto que no tendrán que temer más el volver a caer en
el lodazal.
Suponemos que hablamos con personas que creen en algún futuro
después de la muerte, y no con aquellas cuya perspectiva es la nada
o que quieren ahogar el alma en un todo universal, sin
individualidad, como las gotas de lluvia en el océano, lo que viene a
ser casi lo mismo. Por lo tanto, si creéis en un algún futuro, sin duda
no admitiréis que sea igual para todos; de otro modo, ¿dónde estaría
la utilidad del bien? ¿Por qué el hombre habría de contenerse? ¿Por
qué no habría de satisfacer todas sus pasiones, todos sus deseos,
aunque fuese incluso a expensas del prójimo, ya que daría lo
mismo? Vosotros creéis que este futuro será más o menos feliz o
infeliz según lo que hayamos hecho durante la vida; ¿tenéis entonces
el deseo de ser tan feliz como sea posible, ya que eso debe ser para
toda la eternidad? ¿Tendríais, por ventura, la pretensión de ser uno
de los hombres más perfectos que hayan existido en la Tierra,
teniendo así de repente el derecho a la felicidad suprema de los
elegidos? No. De esta manera admitís que hay hombres que valen
más que vosotros y que tienen derecho a un lugar mejor, sin que por
esto estéis entre los réprobos. ¡Pues bien! Colocaos por un instante
con el pensamiento en esa situación intermedia que será la vuestra –
como acabáis de concordar–, y suponed que alguien venga a deciros:
Sufrís, no sois tan feliz como podríais serlo, mientras que tenéis
delante vuestro a seres que gozan de una felicidad sin
perturbaciones; ¿queréis cambiar vuestra posición por la de ellos? –
Sin duda, diréis;
¿qué es necesario hacer? –Muy poco: recomenzar lo que habéis
hecho mal y tratar de hacerlo mejor. –¿Dudaríais en aceptar, aunque
fuera a costa de varias existencias de pruebas? Tomemos una
comparación más prosaica. Si a un hombre que, sin estar en la
última de las miserias, sufre no obstante privaciones como
consecuencia de la mediocridad de sus recursos, viniesen a decirle:
He aquí una inmensa fortuna que podréis disfrutar, siendo para esto
preciso trabajar rudamente durante un minuto. Aunque él fuera el
más perezoso de la Tierra, dirá sin dudar: Trabajemos un minuto,
dos minutos, una hora, un día si es necesario; ¿qué importa eso si mi
vida va acabar en la abundancia? Ahora bien, ¿qué es la duración de
la vida corporal con relación a la eternidad? Menos que un minuto,
menos que un segundo.
Hemos escuchado este razonamiento: Dios, que es soberanamente bueno, no puede imponer al hombre que recomience una serie de miserias y tribulaciones. Por ventura, ¿parecerá que hay más bondad en condenar al hombre a un sufrimiento perpetuo por algunos momentos de error, que en darle los medios para reparar sus faltas? «Dos fabricantes tenían cada cual un obrero que podía aspirar a volverse socio del patrón. Ahora bien, sucedió que ambos obreros emplearon una vez muy mal su jornada y merecieron ser despedidos. Uno de los dos fabricantes despidió a su obrero a pesar de sus súplicas, y éste –no habiendo encontrado trabajo– murió en la miseria. El otro dijo al suyo: Habéis perdido un día, me debéis por esto una compensación; habéis hecho mal vuestro trabajo, me debéis una reparación; os permito recomenzar; tratad de ejecutarlo bien y conservarás tu puesto, y podréis siempre aspirar a la posición superior que os he prometido». ¿Es necesario preguntar cuál de los dos fabricantes ha sido más humano? Dios, que es la propia clemencia, ¿sería más inexorable que un hombre? El pensamiento de que nuestro destino esté para siempre fijado por algunos años de prueba –aun cuando no siempre dependía de nosotros alcanzar la perfección en la Tierra– tiene algo de desconsolador, mientras que la idea contraria es eminentemente consoladora, ya que nos deja la esperanza. De este modo, sin pronunciarnos en pro o en contra de la pluralidad de las existencias, sin admitir una hipótesis más que otra, decimos que, si se nos permitiese elegir, no habría nadie que prefiriese un juicio sin apelación. Un filósofo ha dicho que si Dios no existiese sería necesario inventarlo para la felicidad del género humano; lo mismo se podría decir de la pluralidad de las existencias. Pero, como lo hemos dicho, Dios no nos pide nuestro permiso, no consulta nuestro gusto: esto es o no es; veamos de qué lado están las probabilidades y enfoquemos la cuestión desde otro punto de vista, siempre haciendo abstracción de la enseñanza de los Espíritus y únicamente como estudio filosófico.
Hemos escuchado este razonamiento: Dios, que es soberanamente bueno, no puede imponer al hombre que recomience una serie de miserias y tribulaciones. Por ventura, ¿parecerá que hay más bondad en condenar al hombre a un sufrimiento perpetuo por algunos momentos de error, que en darle los medios para reparar sus faltas? «Dos fabricantes tenían cada cual un obrero que podía aspirar a volverse socio del patrón. Ahora bien, sucedió que ambos obreros emplearon una vez muy mal su jornada y merecieron ser despedidos. Uno de los dos fabricantes despidió a su obrero a pesar de sus súplicas, y éste –no habiendo encontrado trabajo– murió en la miseria. El otro dijo al suyo: Habéis perdido un día, me debéis por esto una compensación; habéis hecho mal vuestro trabajo, me debéis una reparación; os permito recomenzar; tratad de ejecutarlo bien y conservarás tu puesto, y podréis siempre aspirar a la posición superior que os he prometido». ¿Es necesario preguntar cuál de los dos fabricantes ha sido más humano? Dios, que es la propia clemencia, ¿sería más inexorable que un hombre? El pensamiento de que nuestro destino esté para siempre fijado por algunos años de prueba –aun cuando no siempre dependía de nosotros alcanzar la perfección en la Tierra– tiene algo de desconsolador, mientras que la idea contraria es eminentemente consoladora, ya que nos deja la esperanza. De este modo, sin pronunciarnos en pro o en contra de la pluralidad de las existencias, sin admitir una hipótesis más que otra, decimos que, si se nos permitiese elegir, no habría nadie que prefiriese un juicio sin apelación. Un filósofo ha dicho que si Dios no existiese sería necesario inventarlo para la felicidad del género humano; lo mismo se podría decir de la pluralidad de las existencias. Pero, como lo hemos dicho, Dios no nos pide nuestro permiso, no consulta nuestro gusto: esto es o no es; veamos de qué lado están las probabilidades y enfoquemos la cuestión desde otro punto de vista, siempre haciendo abstracción de la enseñanza de los Espíritus y únicamente como estudio filosófico.
Es evidente que si no existe reencarnación, sólo hay una
existencia corporal; si nuestra actual existencia corporal es la única,
el alma de cada hombre es creada al nacer, a menos que se admita la
anterioridad del alma, en cuyo caso nos preguntaríamos qué era el
alma antes del nacimiento, y si este estado no constituía de alguna
forma una existencia. No hay término medio: o el alma existía o no
existía antes del cuerpo; si existía, ¿cuál era su situación? ¿Tenía o
no conciencia de sí misma? Si no tenía conciencia, es casi como si
no existiera; si tenía individualidad, ¿era progresiva o estacionaria?
En uno o en otro caso, ¿en qué grado había llegado al encarnar?
Según la creencia vulgar, admitiendo que el alma nazca con el
cuerpo o –lo que da lo mismo– que antes de su encarnación sólo
tenga facultades negativas, efectuamos las siguientes preguntas:
1. ¿Por qué el alma muestra aptitudes tan diversas e independientes de las ideas adquiridas a través de la educación?
2. ¿De dónde viene esa aptitud fuera de lo normal que tienen ciertos niños de corta edad para tal arte o Ciencia, mientras que otros permanecen inferiores o mediocres durante toda su vida?
3. ¿De dónde provienen las ideas innatas o intuitivas que existen en unos y no en otros?
4. ¿De dónde vienen, en ciertos niños, esos instintos precoces de vicios o de virtudes, esos sentimientos innatos de dignidad o de bajeza que contrastan con el medio en el cual han nacido?
5. Haciendo abstracción de la educación, ¿por qué ciertos hombres son más adelantados que otros?
6. ¿Por qué existen salvajes y hombres civilizados? Si tomáis a un niño hotentote recién nacido, y lo instruís en nuestros más renombrados liceos, ¿por qué nunca haréis de él un Laplace o un Newton?
1. ¿Por qué el alma muestra aptitudes tan diversas e independientes de las ideas adquiridas a través de la educación?
2. ¿De dónde viene esa aptitud fuera de lo normal que tienen ciertos niños de corta edad para tal arte o Ciencia, mientras que otros permanecen inferiores o mediocres durante toda su vida?
3. ¿De dónde provienen las ideas innatas o intuitivas que existen en unos y no en otros?
4. ¿De dónde vienen, en ciertos niños, esos instintos precoces de vicios o de virtudes, esos sentimientos innatos de dignidad o de bajeza que contrastan con el medio en el cual han nacido?
5. Haciendo abstracción de la educación, ¿por qué ciertos hombres son más adelantados que otros?
6. ¿Por qué existen salvajes y hombres civilizados? Si tomáis a un niño hotentote recién nacido, y lo instruís en nuestros más renombrados liceos, ¿por qué nunca haréis de él un Laplace o un Newton?
Preguntamos cuál es la filosofía o la teosofía que puede resolver
estos problemas. No cabe duda: o las almas son iguales al nacer o
son desiguales. Si son iguales, ¿por qué esas aptitudes tan diversas?
Se dirá que esto depende del organismo. Pero entonces es la más
monstruosa y la más inmoral de las doctrinas. El hombre no es sino
una máquina, un juguete de la materia; no tiene más la
responsabilidad de sus actos; puede alegar que todo se debe a sus
imperfecciones físicas. Si son desiguales, es que Dios las ha creado
así; pero entonces, ¿por qué esta superioridad innata concedida a
algunos? Esta parcialidad, ¿está de conformidad con la justicia de
Dios y con el amor que por igual da a todas sus criaturas?
Al contrario, admitamos una sucesión de existencias anteriores progresivas y todo se explica. Los hombres traen al nacer la intuición de lo que han adquirido; están más o menos adelantados según el número de existencias que han recorrido y según estén más o menos alejados del punto de partida: exactamente como sucede en una reunión de individuos de todas las edades, cada uno tendrá un desarrollo proporcional al número de años que haya vivido; las existencias sucesivas serán –para la vida del alma– lo que los años son para la vida del cuerpo. Reunid un día a mil individuos que tengan desde uno a ochenta años; suponed que se arroje un velo sobre todos los días anteriores y que, en vuestra ignorancia, los creáis a todos nacidos en el mismo día: naturalmente os preguntaréis cómo es que unos son grandes y otros pequeños, algunos viejos y otros jóvenes, unos instruidos y otros todavía ignorantes; pero si la nube que os oculta el pasado se disipa, si aprendéis que todos ellos han vivido más o menos tiempo, todo os será explicado. Dios, en su justicia, no podría haber creado almas más perfectas que otras; pero, con la pluralidad de las existencias, la desigualdad que vemos nada tiene de contrario con la equidad más rigurosa: es que sólo vemos el presente y no el pasado. ¿Se basa este razonamiento en un sistema, en una suposición gratuita? No; hemos partido de un hecho patente e indiscutible: la desigualdad de las aptitudes y del desarrollo intelectual y moral, y encontramos este hecho inexplicable por todas las teorías que están en curso, mientras que la explicación de esto es simple, natural y lógica, a través de otra teoría. ¿Es racional preferir la que no explica a la que explica?
Al contrario, admitamos una sucesión de existencias anteriores progresivas y todo se explica. Los hombres traen al nacer la intuición de lo que han adquirido; están más o menos adelantados según el número de existencias que han recorrido y según estén más o menos alejados del punto de partida: exactamente como sucede en una reunión de individuos de todas las edades, cada uno tendrá un desarrollo proporcional al número de años que haya vivido; las existencias sucesivas serán –para la vida del alma– lo que los años son para la vida del cuerpo. Reunid un día a mil individuos que tengan desde uno a ochenta años; suponed que se arroje un velo sobre todos los días anteriores y que, en vuestra ignorancia, los creáis a todos nacidos en el mismo día: naturalmente os preguntaréis cómo es que unos son grandes y otros pequeños, algunos viejos y otros jóvenes, unos instruidos y otros todavía ignorantes; pero si la nube que os oculta el pasado se disipa, si aprendéis que todos ellos han vivido más o menos tiempo, todo os será explicado. Dios, en su justicia, no podría haber creado almas más perfectas que otras; pero, con la pluralidad de las existencias, la desigualdad que vemos nada tiene de contrario con la equidad más rigurosa: es que sólo vemos el presente y no el pasado. ¿Se basa este razonamiento en un sistema, en una suposición gratuita? No; hemos partido de un hecho patente e indiscutible: la desigualdad de las aptitudes y del desarrollo intelectual y moral, y encontramos este hecho inexplicable por todas las teorías que están en curso, mientras que la explicación de esto es simple, natural y lógica, a través de otra teoría. ¿Es racional preferir la que no explica a la que explica?
Con respecto a la sexta pregunta, se dirá sin duda que el hotentote
es de una raza inferior: entonces preguntaremos si el hotentote es un
hombre o no. Si es un hombre, ¿por qué Dios lo ha desheredado –a
él y a su raza– de los privilegios concedidos a la raza caucásica? Si
no es un hombre, ¿por qué tratar de volverlo cristiano? La Doctrina
Espírita tiene más amplitud que todo esto; para ella no existen varias
especies de hombres, sino que hay hombres cuyos Espíritus se
encuentran en mayor o en menor atraso, pero susceptibles de
progresar: ¿no está esto más de acuerdo con la justicia de Dios?
Acabamos de ver el alma en su pasado y en su presente; si la
consideramos en su futuro, encontraremos las mismas dificultades.
1. Si únicamente nuestra existencia actual debe decidir nuestro destino, ¿cuál será, en la vida futura, la posición respectiva del salvaje y del hombre civilizado? ¿Se encontrarán en un mismo nivel o estarán distanciados en lo que respecta a la felicidad eterna?
2. El hombre que ha trabajado toda su vida para mejorarse, ¿está en el mismo nivel que aquel que ha permanecido inferior, no por su falta, sino porque no ha tenido ni el tiempo ni la posibilidad para mejorarse?
3. El hombre que hace mal porque no ha podido esclarecerse, ¿es responsable de un estado de cosas que no dependían de él?
4. Se trabaja para esclarecer a los hombres, para moralizarlos, para civilizarlos; pero por cada uno que se esclarece hay millones que mueren diariamente antes que la luz los haya alcanzado; ¿cuál es el destino de éstos? ¿Son tratados como réprobos? En caso contrario, ¿qué han hecho para merecer estar en el mismo nivel que los otros?
5. ¿Cuál es el destino de los niños que mueren en corta edad antes de haber podido hacer el bien o el mal? Si están entre los elegidos, ¿por qué este favor sin haber hecho nada para merecerlo? ¿Por qué privilegio están exentos de las tribulaciones de la vida?
1. Si únicamente nuestra existencia actual debe decidir nuestro destino, ¿cuál será, en la vida futura, la posición respectiva del salvaje y del hombre civilizado? ¿Se encontrarán en un mismo nivel o estarán distanciados en lo que respecta a la felicidad eterna?
2. El hombre que ha trabajado toda su vida para mejorarse, ¿está en el mismo nivel que aquel que ha permanecido inferior, no por su falta, sino porque no ha tenido ni el tiempo ni la posibilidad para mejorarse?
3. El hombre que hace mal porque no ha podido esclarecerse, ¿es responsable de un estado de cosas que no dependían de él?
4. Se trabaja para esclarecer a los hombres, para moralizarlos, para civilizarlos; pero por cada uno que se esclarece hay millones que mueren diariamente antes que la luz los haya alcanzado; ¿cuál es el destino de éstos? ¿Son tratados como réprobos? En caso contrario, ¿qué han hecho para merecer estar en el mismo nivel que los otros?
5. ¿Cuál es el destino de los niños que mueren en corta edad antes de haber podido hacer el bien o el mal? Si están entre los elegidos, ¿por qué este favor sin haber hecho nada para merecerlo? ¿Por qué privilegio están exentos de las tribulaciones de la vida?
¿Existe una doctrina que pueda resolver estas cuestiones? Admitid
las existencias consecutivas y todo se explica de conformidad con la
justicia de Dios. Lo que no se ha podido hacer en una existencia se
hará en otra; es así que nadie escapa a la ley del progreso, que cada
uno será recompensado según su mérito real y que nadie está
excluido de la felicidad suprema, a la cual puede aspirar,
cualesquiera que sean los obstáculos que haya encontrado en su
camino.
Estas preguntas podrían multiplicarse al infinito, porque son
innumerables los problemas psicológicos y morales que sólo
encuentran solución en la pluralidad de las existencias; nosotros nos
hemos limitado a los más generales. Como quiera que sea, se dirá
quizá que la doctrina de la reencarnación no es admitida por la
Iglesia; que esto sería, entonces, el desmoronamiento de la religión.
Nuestro objetivo no es tratar esa cuestión en este momento; nos
basta con haber demostrado que aquel principio es eminentemente
moral y racional. Más adelante mostraremos que la religión está
menos distante de la reencarnación de lo que tal vez se piensa, y que
con ella no sufriría más de lo que ha sufrido con el descubrimiento
del movimiento de la Tierra y de los períodos geológicos que, a
primera vista, han parecido dar un desmentido a los textos sagrados.
La enseñanza de los Espíritus es eminentemente cristiana; se apoya
en la inmortalidad del alma, en las penas y recompensas futuras, en
el libre albedrío del hombre, en la moral del Cristo; por lo tanto, no
es antirreligiosa.
Como lo dijimos, hemos razonado haciendo abstracción de toda
enseñanza espírita que, para ciertas personas, no es una autoridad. Si
nosotros –como tantos otros– hemos adoptado la opinión de la
pluralidad de las existencias, no es solamente porque ella proviene
de los Espíritus, sino porque nos ha parecido la más lógica y la única
que resuelve las cuestiones hasta entonces insolubles. Si hubiese
venido de un simple mortal la hubiéramos igualmente adoptado, y
tampoco habríamos dudado en renunciar a nuestras propias ideas;
desde el momento en que un error es demostrado,
el amor propio tiene más a perder que a ganar al obstinarse en una
idea falsa. Del mismo modo, nosotros la hubiésemos rechazado –
aunque proviniera de los Espíritus– si nos hubiera parecido contraria
a la razón, como hemos rechazado a tantas otras, porque sabemos
por experiencia que no se debe aceptar a ciegas todo lo que viene de
su parte, como tampoco lo que viene de parte de los hombres. Por lo
tanto, nos queda por examinar la cuestión de la pluralidad de las
existencias desde el punto de vista de la enseñanza de los Espíritus,
de qué manera debemos entenderla y, en fin, responder a las
objeciones más serias que se le puedan oponer; es lo que haremos en
un próximo artículo
Problemas morales Sobre el Suicidio
Preguntas dirigidas a san Luis por intermedio del Sr. C..., médium psicofónico
y vidente, en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, sesión del 12 de
octubre de 1858.
1. ¿Por qué el hombre que tiene la firme intención de suicidarse se rebela ante la idea de ser muerto por otro, y se defendería contra los ataques en el mismo momento en que va a cumplir su propósito? – Resp. Porque el hombre tiene siempre miedo a la muerte; cuando se suicida está sobreexcitado, tiene la cabeza trastornada, y lleva a cabo ese acto sin coraje ni temor y –por así decirlo– sin tener conocimiento de lo que hace, mientras que si tuviese discernimiento no veríais tantos suicidios. El instinto del hombre lo lleva a defender su vida y, durante el tiempo que transcurre entre el instante en que su semejante se aproxima para matarlo y el momento en que el acto es cometido, hay siempre un movimiento de repulsión instintiva de la muerte que lo lleva a rechazar ese fantasma que no es pavoroso sino para el Espíritu culpable. El hombre que se suicida no experimenta ese sentimiento, porque está rodeado de Espíritus que lo instigan, que lo asisten en sus deseos y que le hacen perder completamente el recuerdo de que no es él mismo, o sea, el recuerdo de sus parientes, de aquellos que lo aman y de una otra existencia. En ese momento, el hombre es todo egoísmo.
2. Aquel que está hastiado de la vida, pero que no desea quitársela y quiere que su muerte sirva para algo, ¿es culpable de buscarla en un campo de batalla, defendiendo a su país? –Resp. Siempre. El hombre debe seguir el instinto que le es dado; cualquiera que sea el curso que siga, cualquiera que sea la vida que lleve, está siempre asistido por Espíritus que lo conducen y lo dirigen sin él saberlo; ahora bien, buscar ir en contra de sus consejos es un crimen, puesto que están ahí para dirigirnos y, cuando queremos obrar por nosotros mismos, esos buenos 303 Espíritus están allí para ayudarnos. Pero sin embargo, si el hombre – arrastrado por su propio Espíritu– quiere dejar esta vida, es abandonado, y reconoce su falta más tarde cuando se encuentra obligado a recomenzar otra existencia. Para elevarse, el hombre debe ser puesto a prueba; detener sus actos, poner obstáculos a su libre albedrío sería ir contra Dios y, en este caso, las pruebas se volverían inútiles, ya que los Espíritus no cometerían faltas. El Espíritu ha sido creado simple e ignorante; por lo tanto, para llegar a las esferas felices es necesario que progrese, que se eleve en ciencia y en sabiduría, y no es sino en la adversidad que el Espíritu adquiere la elevación del corazón y comprende mejor la grandeza de Dios.
3. Uno de los asistentes observó que cree ver una contradicción entre estas últimas palabras de san Luis y las precedentes, cuando él ha dicho que el hombre puede ser instigado al suicidio por ciertos Espíritus que a esto lo incitan. En este caso, cedería a un impulso que le sería extraño. –Resp. No hay contradicción. Cuando dije que el hombre instigado al suicidio estaba rodeado de Espíritus que a eso lo incitaban, no hacía referencia a los Espíritus buenos, que hacen todos los esfuerzos para desviarlo de esa idea; esto debería estar sobrentendido; todos nosotros sabemos que tenemos un ángel guardián o, si preferís, un guía familiar. Ahora bien, el hombre tiene su libre albedrío; si a pesar de los buenos consejos que le son dados persevera en esa idea que es un crimen, él la lleva a cabo y en esto es asistido por Espíritus ligeros e impuros que lo rodean, que están felices en ver que al hombre –o Espíritu encarnado– también le falta coraje para seguir los consejos de su buen guía y, a menudo, de los Espíritus de sus parientes muertos que lo rodean, sobre todo en semejantes circunstancias.
1. ¿Por qué el hombre que tiene la firme intención de suicidarse se rebela ante la idea de ser muerto por otro, y se defendería contra los ataques en el mismo momento en que va a cumplir su propósito? – Resp. Porque el hombre tiene siempre miedo a la muerte; cuando se suicida está sobreexcitado, tiene la cabeza trastornada, y lleva a cabo ese acto sin coraje ni temor y –por así decirlo– sin tener conocimiento de lo que hace, mientras que si tuviese discernimiento no veríais tantos suicidios. El instinto del hombre lo lleva a defender su vida y, durante el tiempo que transcurre entre el instante en que su semejante se aproxima para matarlo y el momento en que el acto es cometido, hay siempre un movimiento de repulsión instintiva de la muerte que lo lleva a rechazar ese fantasma que no es pavoroso sino para el Espíritu culpable. El hombre que se suicida no experimenta ese sentimiento, porque está rodeado de Espíritus que lo instigan, que lo asisten en sus deseos y que le hacen perder completamente el recuerdo de que no es él mismo, o sea, el recuerdo de sus parientes, de aquellos que lo aman y de una otra existencia. En ese momento, el hombre es todo egoísmo.
2. Aquel que está hastiado de la vida, pero que no desea quitársela y quiere que su muerte sirva para algo, ¿es culpable de buscarla en un campo de batalla, defendiendo a su país? –Resp. Siempre. El hombre debe seguir el instinto que le es dado; cualquiera que sea el curso que siga, cualquiera que sea la vida que lleve, está siempre asistido por Espíritus que lo conducen y lo dirigen sin él saberlo; ahora bien, buscar ir en contra de sus consejos es un crimen, puesto que están ahí para dirigirnos y, cuando queremos obrar por nosotros mismos, esos buenos 303 Espíritus están allí para ayudarnos. Pero sin embargo, si el hombre – arrastrado por su propio Espíritu– quiere dejar esta vida, es abandonado, y reconoce su falta más tarde cuando se encuentra obligado a recomenzar otra existencia. Para elevarse, el hombre debe ser puesto a prueba; detener sus actos, poner obstáculos a su libre albedrío sería ir contra Dios y, en este caso, las pruebas se volverían inútiles, ya que los Espíritus no cometerían faltas. El Espíritu ha sido creado simple e ignorante; por lo tanto, para llegar a las esferas felices es necesario que progrese, que se eleve en ciencia y en sabiduría, y no es sino en la adversidad que el Espíritu adquiere la elevación del corazón y comprende mejor la grandeza de Dios.
3. Uno de los asistentes observó que cree ver una contradicción entre estas últimas palabras de san Luis y las precedentes, cuando él ha dicho que el hombre puede ser instigado al suicidio por ciertos Espíritus que a esto lo incitan. En este caso, cedería a un impulso que le sería extraño. –Resp. No hay contradicción. Cuando dije que el hombre instigado al suicidio estaba rodeado de Espíritus que a eso lo incitaban, no hacía referencia a los Espíritus buenos, que hacen todos los esfuerzos para desviarlo de esa idea; esto debería estar sobrentendido; todos nosotros sabemos que tenemos un ángel guardián o, si preferís, un guía familiar. Ahora bien, el hombre tiene su libre albedrío; si a pesar de los buenos consejos que le son dados persevera en esa idea que es un crimen, él la lleva a cabo y en esto es asistido por Espíritus ligeros e impuros que lo rodean, que están felices en ver que al hombre –o Espíritu encarnado– también le falta coraje para seguir los consejos de su buen guía y, a menudo, de los Espíritus de sus parientes muertos que lo rodean, sobre todo en semejantes circunstancias.
Conversaciones familiares del Más Allá
1. En el nombre de Dios Todopoderoso, pido al Espíritu Mehemet
Alí que tenga a bien comunicarse con nosotros. –Resp. Sí; sé el
porqué.
2. Nos habíais prometido volver para instruirnos; ¿tendríais la bondad de escucharnos y respondernos? –Resp. Yo no había prometido, ya que no me comprometí.
3. Está bien; en lugar de prometido, digamos que nos habéis hecho esperar. –Resp. O sea, para satisfacer vuestra curiosidad; ¡no importa! Estaré un poco a vuestra disposición.
4. Puesto que habéis vivido en el tiempo de los faraones, ¿podríais decirnos con qué objetivo han sido construidas las pirámides? – Resp. Son sepulcros; sepulcros y templos: allí tenían lugar las grandes manifestaciones.
5. ¿Tenían éstas también un objetivo científico? –Resp. No; el interés religioso lo absorbía todo.
6. En aquel tiempo era preciso que los egipcios fuesen muy avanzados en las artes mecánicas como para realizar trabajos que exigían fuerzas tan considerables. ¿Podríais darnos una idea de los medios que empleaban? –Resp. Masas de hombres han gemido bajo el peso de esas piedras que han atravesado los siglos: el hombre era la máquina.
7. ¿Qué clase de hombres se ocupaban de esos grandes trabajos? – Resp. Aquella clase que llamáis el pueblo.
8. ¿Estaba el pueblo en estado de esclavitud o recibía un salario? – Resp. La fuerza.
9. ¿De dónde le venía a los egipcios el gusto por las cosas colosales, en vez de por las cosas graciosas que distinguían a los griegos, pese a que tenían el mismo origen. –Resp. El egipcio estaba tocado por la grandeza de Dios; buscaba igualársele sobrepasando sus propias fuerzas. ¡Siempre el hombre!
10. Ya que en aquella época erais sacerdote, tened a bien decirnos algo sobre la religión de los antiguos egipcios. ¿Cuál era la creencia del pueblo con respecto a la Divinidad? –Resp. La creencia estaba corrupta, y el pueblo creía en sus sacerdotes; éstos, al mantenerlo doblegado, eran dioses para aquél.
11. ¿Qué pensaba el pueblo del estado del alma después de la muerte? –Resp. Creía en lo que le decían los sacerdotes.
12. ¿Tenían los sacerdotes ideas más sanas que el pueblo, desde el doble punto de vista de Dios y del alma? –Resp. Sí, tenían la luz en sus manos; mientras que la escondían de los otros, ellos la veían.
13. ¿Compartían los grandes del Estado las creencias del pueblo o la de los sacerdotes? –Resp. Estaban entre ambas.
14. ¿Cuál era el origen del culto rendido a los animales? –Resp. Querían desviar al hombre de Dios, rebajarlo en sí mismo, dándole por dioses a seres inferiores.
15. Hasta un cierto punto se concibe el culto a los animales útiles, ¡pero no se comprende el de animales inmundos y nocivos, tales como las serpientes, los cocodrilos, etc.! –Resp. El hombre adora a lo que teme. Era un yugo para el pueblo. ¿Podían los sacerdotes creer en dioses hechos con sus manos?
16. ¿Por qué extraña peculiaridad rendían culto al cocodrilo y a los reptiles, al mismo tiempo en que adoraban al icneumón y al ibis que los destruían? –Resp. Aberración del espíritu; en todas partes el hombre busca dioses para esconderse de lo que es.
17. ¿Por qué Osiris era representado con una cabeza de gavilán y Anubis con una cabeza de perro? –Resp. Al egipcio le gustaba personificar emblemas claros: Anubis era bueno; el gavilán que desgarra representaba al cruel Osiris.
18. ¿Cómo conciliar el respeto de los egipcios por los muertos, con el desprecio y el horror que tenían por aquellos que los amortajaban y momificaban? –Resp. El cadáver era un instrumento de manifestaciones: el Espíritu –según ellos– volvía al cuerpo que había animado. Al ser uno de los instrumentos del culto, el cadáver era consagrado, y el desprecio perseguía a aquel que se atrevía a violar la santidad de la muerte.
19. La conservación del cuerpo ¿daba lugar a manifestaciones más numerosas? –Resp. Más extensas; es decir, que el Espíritu volvía más tiempo, todo el tiempo en que el instrumento fuese dócil.
20. ¿No tenía también, la conservación del cuerpo, una causa de salubridad, en razón de las inundaciones del Nilo? –Resp. Sí, para los del pueblo.
21. La iniciación en los misterios, ¿se hacía en Egipto con prácticas tan rigurosas como en Grecia? –Resp. Más rigurosas.
22. ¿Con qué objetivo se imponía a los iniciados condiciones tan difíciles de cumplir? –Resp. Para sólo tener almas superiores: éstas sabían comprender y callar.
23. La enseñanza dada en los misterios, ¿tenía como único objetivo la revelación de cosas extrahumanas, o también se enseñaban los preceptos de la moral y del amor al prójimo? –Resp. Todo esto estaba muy corrupto. El objetivo de los sacerdotes era el de dominar: no el de instruir.
2. Nos habíais prometido volver para instruirnos; ¿tendríais la bondad de escucharnos y respondernos? –Resp. Yo no había prometido, ya que no me comprometí.
3. Está bien; en lugar de prometido, digamos que nos habéis hecho esperar. –Resp. O sea, para satisfacer vuestra curiosidad; ¡no importa! Estaré un poco a vuestra disposición.
4. Puesto que habéis vivido en el tiempo de los faraones, ¿podríais decirnos con qué objetivo han sido construidas las pirámides? – Resp. Son sepulcros; sepulcros y templos: allí tenían lugar las grandes manifestaciones.
5. ¿Tenían éstas también un objetivo científico? –Resp. No; el interés religioso lo absorbía todo.
6. En aquel tiempo era preciso que los egipcios fuesen muy avanzados en las artes mecánicas como para realizar trabajos que exigían fuerzas tan considerables. ¿Podríais darnos una idea de los medios que empleaban? –Resp. Masas de hombres han gemido bajo el peso de esas piedras que han atravesado los siglos: el hombre era la máquina.
7. ¿Qué clase de hombres se ocupaban de esos grandes trabajos? – Resp. Aquella clase que llamáis el pueblo.
8. ¿Estaba el pueblo en estado de esclavitud o recibía un salario? – Resp. La fuerza.
9. ¿De dónde le venía a los egipcios el gusto por las cosas colosales, en vez de por las cosas graciosas que distinguían a los griegos, pese a que tenían el mismo origen. –Resp. El egipcio estaba tocado por la grandeza de Dios; buscaba igualársele sobrepasando sus propias fuerzas. ¡Siempre el hombre!
10. Ya que en aquella época erais sacerdote, tened a bien decirnos algo sobre la religión de los antiguos egipcios. ¿Cuál era la creencia del pueblo con respecto a la Divinidad? –Resp. La creencia estaba corrupta, y el pueblo creía en sus sacerdotes; éstos, al mantenerlo doblegado, eran dioses para aquél.
11. ¿Qué pensaba el pueblo del estado del alma después de la muerte? –Resp. Creía en lo que le decían los sacerdotes.
12. ¿Tenían los sacerdotes ideas más sanas que el pueblo, desde el doble punto de vista de Dios y del alma? –Resp. Sí, tenían la luz en sus manos; mientras que la escondían de los otros, ellos la veían.
13. ¿Compartían los grandes del Estado las creencias del pueblo o la de los sacerdotes? –Resp. Estaban entre ambas.
14. ¿Cuál era el origen del culto rendido a los animales? –Resp. Querían desviar al hombre de Dios, rebajarlo en sí mismo, dándole por dioses a seres inferiores.
15. Hasta un cierto punto se concibe el culto a los animales útiles, ¡pero no se comprende el de animales inmundos y nocivos, tales como las serpientes, los cocodrilos, etc.! –Resp. El hombre adora a lo que teme. Era un yugo para el pueblo. ¿Podían los sacerdotes creer en dioses hechos con sus manos?
16. ¿Por qué extraña peculiaridad rendían culto al cocodrilo y a los reptiles, al mismo tiempo en que adoraban al icneumón y al ibis que los destruían? –Resp. Aberración del espíritu; en todas partes el hombre busca dioses para esconderse de lo que es.
17. ¿Por qué Osiris era representado con una cabeza de gavilán y Anubis con una cabeza de perro? –Resp. Al egipcio le gustaba personificar emblemas claros: Anubis era bueno; el gavilán que desgarra representaba al cruel Osiris.
18. ¿Cómo conciliar el respeto de los egipcios por los muertos, con el desprecio y el horror que tenían por aquellos que los amortajaban y momificaban? –Resp. El cadáver era un instrumento de manifestaciones: el Espíritu –según ellos– volvía al cuerpo que había animado. Al ser uno de los instrumentos del culto, el cadáver era consagrado, y el desprecio perseguía a aquel que se atrevía a violar la santidad de la muerte.
19. La conservación del cuerpo ¿daba lugar a manifestaciones más numerosas? –Resp. Más extensas; es decir, que el Espíritu volvía más tiempo, todo el tiempo en que el instrumento fuese dócil.
20. ¿No tenía también, la conservación del cuerpo, una causa de salubridad, en razón de las inundaciones del Nilo? –Resp. Sí, para los del pueblo.
21. La iniciación en los misterios, ¿se hacía en Egipto con prácticas tan rigurosas como en Grecia? –Resp. Más rigurosas.
22. ¿Con qué objetivo se imponía a los iniciados condiciones tan difíciles de cumplir? –Resp. Para sólo tener almas superiores: éstas sabían comprender y callar.
23. La enseñanza dada en los misterios, ¿tenía como único objetivo la revelación de cosas extrahumanas, o también se enseñaban los preceptos de la moral y del amor al prójimo? –Resp. Todo esto estaba muy corrupto. El objetivo de los sacerdotes era el de dominar: no el de instruir.
Muerto en El Cairo el 4 de junio de 1857. Evocado a pedido del Sr.
Jobard. Éste dice que era un Espíritu muy elevado cuando encarnado;
médico homeópata; un verdadero apóstol espírita; debe estar por lo menos
en Júpiter.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. ¿Tendríais la bondad de decirnos dónde estáis? –Resp. Estoy errante.
3. ¿Habéis muerto el 4 de junio de este año? –Resp. Del año pasado.
4. ¿Recordáis a vuestro amigo, el Sr. Jobard? –Resp. Sí, y a menudo estoy cerca de él.
5. Cuando yo le transmita esta respuesta le ha de agradar, porque siempre ha tenido por vos un gran afecto. –Resp. Lo sé; este Espíritu me es de los más simpáticos.
6. Cuando estabais encarnado, ¿qué pensabais que fuesen los gnomos? –Resp. Pensaba que eran seres que podían materializarse y tomar formas fantásticas.
7. ¿Aún lo creéis así? –Resp. Más que nunca: ahora tengo la certeza; pero gnomo es una palabra que parece tener demasiada relación con la magia; por eso prefiero decir ahora Espíritu que gnomo.
Nota – Cuando encarnado él creía en los Espíritus y en sus manifestaciones, únicamente que los designaba con el nombre de gnomos, mientras que ahora se sirve de la expresión más genérica de Espíritu.
8. ¿Todavía creéis que esos Espíritus, a los que en vida llamabais gnomos, puedan tomar formas materiales fantásticas? –Resp. Sí, pero sé que esto no se hace frecuentemente, porque hay personas que podrían volverse locas si viesen las apariencias que esos Espíritus pueden tomar.
9. ¿Qué apariencias pueden ellos tomar? –Resp. De animales, de diablos.
10. ¿Es una apariencia material tangible o puramente una apariencia como en los sueños o en las visiones? –Resp. Un poco más material que en los sueños; las apariciones que podrían asustar mucho no pueden ser tangibles; Dios no lo permite.
11. La aparición del Espíritu de Bergzabern, bajo la forma de hombre o de animal, ¿era de esta naturaleza? –Resp. Sí, de este género.
Nota – No sabemos si, cuando encarnado, él creía que los Espíritus podían tomar una forma tangible; pero es evidente que ahora quiere referirse a la forma vaporosa e impalpable de las apariciones.
12. ¿Creéis que iréis reencarnar en Júpiter? –Resp. Iré hacia un mundo que aún no se iguala a Júpiter.
13. ¿Es por vuestra propia opción que iréis a un mundo inferior a Júpiter, o es porque todavía no merecéis ir a este planeta? –Resp. Creo no merecerlo, prefiriendo cumplir una misión en un mundo menos adelantado. Sé que llegaré a la perfección, y es esto lo que me hace ser modesto.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. ¿Tendríais la bondad de decirnos dónde estáis? –Resp. Estoy errante.
3. ¿Habéis muerto el 4 de junio de este año? –Resp. Del año pasado.
4. ¿Recordáis a vuestro amigo, el Sr. Jobard? –Resp. Sí, y a menudo estoy cerca de él.
5. Cuando yo le transmita esta respuesta le ha de agradar, porque siempre ha tenido por vos un gran afecto. –Resp. Lo sé; este Espíritu me es de los más simpáticos.
6. Cuando estabais encarnado, ¿qué pensabais que fuesen los gnomos? –Resp. Pensaba que eran seres que podían materializarse y tomar formas fantásticas.
7. ¿Aún lo creéis así? –Resp. Más que nunca: ahora tengo la certeza; pero gnomo es una palabra que parece tener demasiada relación con la magia; por eso prefiero decir ahora Espíritu que gnomo.
Nota – Cuando encarnado él creía en los Espíritus y en sus manifestaciones, únicamente que los designaba con el nombre de gnomos, mientras que ahora se sirve de la expresión más genérica de Espíritu.
8. ¿Todavía creéis que esos Espíritus, a los que en vida llamabais gnomos, puedan tomar formas materiales fantásticas? –Resp. Sí, pero sé que esto no se hace frecuentemente, porque hay personas que podrían volverse locas si viesen las apariencias que esos Espíritus pueden tomar.
9. ¿Qué apariencias pueden ellos tomar? –Resp. De animales, de diablos.
10. ¿Es una apariencia material tangible o puramente una apariencia como en los sueños o en las visiones? –Resp. Un poco más material que en los sueños; las apariciones que podrían asustar mucho no pueden ser tangibles; Dios no lo permite.
11. La aparición del Espíritu de Bergzabern, bajo la forma de hombre o de animal, ¿era de esta naturaleza? –Resp. Sí, de este género.
Nota – No sabemos si, cuando encarnado, él creía que los Espíritus podían tomar una forma tangible; pero es evidente que ahora quiere referirse a la forma vaporosa e impalpable de las apariciones.
12. ¿Creéis que iréis reencarnar en Júpiter? –Resp. Iré hacia un mundo que aún no se iguala a Júpiter.
13. ¿Es por vuestra propia opción que iréis a un mundo inferior a Júpiter, o es porque todavía no merecéis ir a este planeta? –Resp. Creo no merecerlo, prefiriendo cumplir una misión en un mundo menos adelantado. Sé que llegaré a la perfección, y es esto lo que me hace ser modesto.
Nota – Esta respuesta es una prueba de la superioridad de este Espíritu;
está de acuerdo con lo que nos ha dicho el Padre Ambrosio: que hay más
mérito en pedir una misión en un mundo inferior, que en querer avanzar
demasiado rápido en un mundo superior.
14. El Sr. Jobard nos pide preguntaros si estáis satisfecho con el artículo necrológico que él ha escrito sobre vos. –Resp. Jobard me ha dado una nueva prueba de simpatía al escribir eso; se lo agradezco mucho, y deseo que la descripción –un poco exagerada– que hizo de mis virtudes y talentos pueda servir de ejemplo a aquellos que de entre vosotros siguen las huellas del progreso.
15. Ya que cuando encarnado erais homeópata, ¿qué pensáis ahora de la homeopatía? –Resp. La homeopatía es el comienzo del descubrimiento de los fluidos latentes. Muchos otros descubrimientos igualmente preciosos se harán y formarán un todo armonioso, que conducirá a vuestro globo a la perfección.
16. ¿Qué mérito atribuís a vuestro libro intitulado: Le Médecin du Peuple (El Médico del Pueblo)? –Resp. Es la piedra del obrero que he aportado a la obra.
14. El Sr. Jobard nos pide preguntaros si estáis satisfecho con el artículo necrológico que él ha escrito sobre vos. –Resp. Jobard me ha dado una nueva prueba de simpatía al escribir eso; se lo agradezco mucho, y deseo que la descripción –un poco exagerada– que hizo de mis virtudes y talentos pueda servir de ejemplo a aquellos que de entre vosotros siguen las huellas del progreso.
15. Ya que cuando encarnado erais homeópata, ¿qué pensáis ahora de la homeopatía? –Resp. La homeopatía es el comienzo del descubrimiento de los fluidos latentes. Muchos otros descubrimientos igualmente preciosos se harán y formarán un todo armonioso, que conducirá a vuestro globo a la perfección.
16. ¿Qué mérito atribuís a vuestro libro intitulado: Le Médecin du Peuple (El Médico del Pueblo)? –Resp. Es la piedra del obrero que he aportado a la obra.
Nota – La respuesta de este Espíritu sobre la homeopatía viene en
apoyo a la idea de los fluidos latentes que ya nos ha sido dada por el
Sr. Badet, Espíritu, con respecto a su imagen fotografiada. De
esto ha de deducirse que hay fluidos cuyas propiedades nos son
desconocidas o pasan desapercibidas porque su acción no es
ostensible, pero no por eso menos real; la Humanidad se enriquece
de nuevos conocimientos a medida que las circunstancias le hacen
conocer sus propiedades.
Madame de Staël
En la sesión de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas del 28 de septiembre de 1858, el Espíritu Madame de Staël se comunicó espontáneamente y sin ser llamado, por la mano de la señorita E..., médium psicógrafa; dictó el siguiente pasaje:
Vivir es sufrir; sí, pero la esperanza ¿no sigue al sufrimiento? ¿No ha puesto Dios en el corazón de los más desgraciados una mayor dosis de esperanza? Criatura, el disgusto y la decepción siguen al nacimiento; pero delante marcha la Esperanza que le dice: Avanza, el objetivo es la felicidad: Dios es clemente.
Dicen los descreídos: ¿por qué venir a enseñarnos una nueva religión, cuando el Cristo ha establecido las bases de una caridad tan grandiosa, de una felicidad tan cierta? Nosotros no tenemos la intención de cambiar lo que el Gran Reformador ha enseñado. No: venimos apenas a fortalecer la conciencia, a aumentar las esperanzas. Cuanto más el mundo se civiliza, más debería tener confianza, y también nosotros tenemos más necesidad de sostenerlo. No queremos cambiar la faz del Universo: venimos a ayudar a volverlo mejor; y si en este siglo no se viene ayudar al hombre, será más desgraciado por la falta de confianza y de esperanza. Sí, hombre erudito que descubres lo que está en los otros, que buscas conocer lo que te importa poco y que arrojas lejos de ti lo que te concierne: abre los ojos y no desesperes; no digas que la nada puede ser posible, cuando en tu corazón deberías sentir lo contrario. Ven a sentarse a esta mesa y espera: en ella te 308 instruirás sobre tu futuro y serás feliz. Aquí hay pan para todo el mundo: Espíritu, os desarrollaréis; cuerpo, os alimentaréis; sufrimientos, os calmaréis; esperanzas, floreceréis y embelleceréis la verdad para hacerla soportable.
STAËL
Nota – El Espíritu hacía alusión a la mesa donde estaban los médiums.
Preguntadme, que responderé a vuestras cuestiones.
1. No estábamos aguardando vuestra visita; por eso es que no tenemos un tema preparado. –Resp. Sé muy bien qué preguntas particulares no pueden ser respondidas por mí; pero sí puedes preguntar cosas generales, ¡incluso a una mujer que ha tenido un poco de espíritu y que ahora tiene mucho corazón!
En ese momento, una señora que asistía a la sesión pareció desfallecer; pero era sólo una especie de éxtasis que, lejos de ser penoso, le era más bien agradable. Alguien se ofreció para magnetizarla: entonces el Espíritu Madame de Staël dijo espontáneamente: «–No, dejadla tranquila; es preciso dejar a la influencia actuar.» Después, dirigiéndose a la señora, le dijo: «Tened confianza, un corazón vela cerca vuestro; quiere hablaros; un día vendrá... No precipitemos las emociones».
El Espíritu que se comunicaba con esta señora, y que era el de su hermana, escribió entonces espontáneamente: «Volveré».
Dirigiéndose nuevamente a esa señora, Madame de Staël escribió: «Una palabra de consuelo para un corazón que sufre; ¿por qué esas lágrimas de mujer para una hermana? ¿Por qué ese regreso al pasado, cuando todos vuestros pensamientos solamente deberían ir hacia el futuro? Vuestro corazón sufre, vuestra alma tiene necesidad de dilatarse. ¡Pues bien! ¡Que esas lágrimas sean un alivio y no un producto de lamentos! ¡Aquella que os ama y que lloráis está contenta con vuestra felicidad! Esperad, que un día os reuniréis a ella. Vos no la veis, pero para ella no hay separación, porque constantemente puede estar cerca vuestro».
2. ¿Quisierais decirnos lo que pensáis actualmente de vuestros escritos? –Resp. Una sola palabra os esclarecerá. Si yo volviese y pudiese recomenzar, cambiaría dos tercios de los mismos y solamente conservaría uno.
3. ¿Podríais señalar las cosas que desaprobáis? –Resp. No con mucha exigencia, porque lo que no fuere justo, otros escritores cambiarán: fui demasiado hombre para una mujer.
4. ¿Cuál era la causa primera del carácter viril que mostrabais cuando encarnada? –Resp. Eso depende de la fase de existencia en que se está. En la siguiente sesión del 12 de octubre se le dirigió las siguientes preguntas por intermedio del Sr. D..., médium psicógrafo.
5. El otro día habéis venido espontáneamente entre nosotros por intermedio de la señorita E... ¿Tendríais la bondad de decirnos cuál ha sido el motivo que os llevó a favorecernos con vuestra presencia sin que os hayamos llamado? –Resp. La simpatía que tengo por todos vosotros; es, al mismo tiempo, el cumplimiento de un deber que me he impuesto en mi existencia actual, o más bien en mi existencia pasajera, puesto que soy llamada a revivir: éste es, además, el destino de todos los Espíritus.
6. ¿Es más agradable para vos venir espontáneamente o ser evocada? –Resp. Prefiero ser evocada, porque es una prueba de que han pensado en mí; pero sabéis también que es agradable para el Espíritu liberado poder conversar con el Espíritu del hombre: es por eso que no debéis sorprenderos por haberme visto venir de pronto entre vosotros.
7. ¿Hay ventaja en evocar a los Espíritus en vez de esperar que vengan por sí mismos? –Resp. Al evocarlos se tiene un objetivo; dejándolos que vengan, se corre el gran riesgo de tener comunicaciones imperfectas bajo muchos aspectos, porque tanto vienen los malos como los buenos.
8. ¿Ya os habéis comunicado en otros Círculos? –Resp. Sí; pero me han hecho aparecer más frecuentemente de lo que yo hubiera querido; es decir que, a menudo, han tomado mi nombre.
9. ¿Tendríais la bondad de venir algunas veces entre nosotros a dictarnos algunos de vuestros bellos pensamientos, que estaremos felices en reproducir para la instrucción general? –Resp. De buen grado; con placer vengo entre aquellos que trabajan seriamente para instruirse: mi llegada del otro día es una prueba de esto.
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En la sesión de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas del 28 de septiembre de 1858, el Espíritu Madame de Staël se comunicó espontáneamente y sin ser llamado, por la mano de la señorita E..., médium psicógrafa; dictó el siguiente pasaje:
Vivir es sufrir; sí, pero la esperanza ¿no sigue al sufrimiento? ¿No ha puesto Dios en el corazón de los más desgraciados una mayor dosis de esperanza? Criatura, el disgusto y la decepción siguen al nacimiento; pero delante marcha la Esperanza que le dice: Avanza, el objetivo es la felicidad: Dios es clemente.
Dicen los descreídos: ¿por qué venir a enseñarnos una nueva religión, cuando el Cristo ha establecido las bases de una caridad tan grandiosa, de una felicidad tan cierta? Nosotros no tenemos la intención de cambiar lo que el Gran Reformador ha enseñado. No: venimos apenas a fortalecer la conciencia, a aumentar las esperanzas. Cuanto más el mundo se civiliza, más debería tener confianza, y también nosotros tenemos más necesidad de sostenerlo. No queremos cambiar la faz del Universo: venimos a ayudar a volverlo mejor; y si en este siglo no se viene ayudar al hombre, será más desgraciado por la falta de confianza y de esperanza. Sí, hombre erudito que descubres lo que está en los otros, que buscas conocer lo que te importa poco y que arrojas lejos de ti lo que te concierne: abre los ojos y no desesperes; no digas que la nada puede ser posible, cuando en tu corazón deberías sentir lo contrario. Ven a sentarse a esta mesa y espera: en ella te 308 instruirás sobre tu futuro y serás feliz. Aquí hay pan para todo el mundo: Espíritu, os desarrollaréis; cuerpo, os alimentaréis; sufrimientos, os calmaréis; esperanzas, floreceréis y embelleceréis la verdad para hacerla soportable.
STAËL
Nota – El Espíritu hacía alusión a la mesa donde estaban los médiums.
Preguntadme, que responderé a vuestras cuestiones.
1. No estábamos aguardando vuestra visita; por eso es que no tenemos un tema preparado. –Resp. Sé muy bien qué preguntas particulares no pueden ser respondidas por mí; pero sí puedes preguntar cosas generales, ¡incluso a una mujer que ha tenido un poco de espíritu y que ahora tiene mucho corazón!
En ese momento, una señora que asistía a la sesión pareció desfallecer; pero era sólo una especie de éxtasis que, lejos de ser penoso, le era más bien agradable. Alguien se ofreció para magnetizarla: entonces el Espíritu Madame de Staël dijo espontáneamente: «–No, dejadla tranquila; es preciso dejar a la influencia actuar.» Después, dirigiéndose a la señora, le dijo: «Tened confianza, un corazón vela cerca vuestro; quiere hablaros; un día vendrá... No precipitemos las emociones».
El Espíritu que se comunicaba con esta señora, y que era el de su hermana, escribió entonces espontáneamente: «Volveré».
Dirigiéndose nuevamente a esa señora, Madame de Staël escribió: «Una palabra de consuelo para un corazón que sufre; ¿por qué esas lágrimas de mujer para una hermana? ¿Por qué ese regreso al pasado, cuando todos vuestros pensamientos solamente deberían ir hacia el futuro? Vuestro corazón sufre, vuestra alma tiene necesidad de dilatarse. ¡Pues bien! ¡Que esas lágrimas sean un alivio y no un producto de lamentos! ¡Aquella que os ama y que lloráis está contenta con vuestra felicidad! Esperad, que un día os reuniréis a ella. Vos no la veis, pero para ella no hay separación, porque constantemente puede estar cerca vuestro».
2. ¿Quisierais decirnos lo que pensáis actualmente de vuestros escritos? –Resp. Una sola palabra os esclarecerá. Si yo volviese y pudiese recomenzar, cambiaría dos tercios de los mismos y solamente conservaría uno.
3. ¿Podríais señalar las cosas que desaprobáis? –Resp. No con mucha exigencia, porque lo que no fuere justo, otros escritores cambiarán: fui demasiado hombre para una mujer.
4. ¿Cuál era la causa primera del carácter viril que mostrabais cuando encarnada? –Resp. Eso depende de la fase de existencia en que se está. En la siguiente sesión del 12 de octubre se le dirigió las siguientes preguntas por intermedio del Sr. D..., médium psicógrafo.
5. El otro día habéis venido espontáneamente entre nosotros por intermedio de la señorita E... ¿Tendríais la bondad de decirnos cuál ha sido el motivo que os llevó a favorecernos con vuestra presencia sin que os hayamos llamado? –Resp. La simpatía que tengo por todos vosotros; es, al mismo tiempo, el cumplimiento de un deber que me he impuesto en mi existencia actual, o más bien en mi existencia pasajera, puesto que soy llamada a revivir: éste es, además, el destino de todos los Espíritus.
6. ¿Es más agradable para vos venir espontáneamente o ser evocada? –Resp. Prefiero ser evocada, porque es una prueba de que han pensado en mí; pero sabéis también que es agradable para el Espíritu liberado poder conversar con el Espíritu del hombre: es por eso que no debéis sorprenderos por haberme visto venir de pronto entre vosotros.
7. ¿Hay ventaja en evocar a los Espíritus en vez de esperar que vengan por sí mismos? –Resp. Al evocarlos se tiene un objetivo; dejándolos que vengan, se corre el gran riesgo de tener comunicaciones imperfectas bajo muchos aspectos, porque tanto vienen los malos como los buenos.
8. ¿Ya os habéis comunicado en otros Círculos? –Resp. Sí; pero me han hecho aparecer más frecuentemente de lo que yo hubiera querido; es decir que, a menudo, han tomado mi nombre.
9. ¿Tendríais la bondad de venir algunas veces entre nosotros a dictarnos algunos de vuestros bellos pensamientos, que estaremos felices en reproducir para la instrucción general? –Resp. De buen grado; con placer vengo entre aquellos que trabajan seriamente para instruirse: mi llegada del otro día es una prueba de esto.
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«Al no poder todos ser convencidos por el mismo género de
manifestaciones espirituales, se han desarrollado médiums de
diferentes variedades. En Estados Unidos los hay que hacen retratos
de personas desde hace mucho tiempo muertas y que ellos jamás han
conocido; y como el parecido es enseguida constatado, las personas
juiciosas que han atestiguado estos hechos no dejan de convertirse.
El más notable de esos médiums es quizá el Sr. Rogers, que ya
hemos citado (vol. I del Spiritualiste, pág. 239), y que por entonces
vivía en Colombus, donde ejercía su profesión de sastre; debemos
agregar que él no tenía otra educación que la de su situación
profesional.
«A propósito de la teoría espiritualista, hombres instruidos han
dicho y repetido: "Recurrir a los Espíritus es sólo una hipótesis; un
examen atento prueba que no es la más racional, ni la más verosímil". A éstos,
sobre todo, ofrecemos a continuación la traducción que abreviamos
de un artículo escrito el 27 de julio último por el Sr. Lafayette R.
Gridley, de Attica (Indiana), a los editores del Spiritual Age (Era
Espiritual), que lo han presentado por entero en su publicación del
14 de agosto.
«En el mes de mayo pasado, el Sr. E. Rogers, de Cardington
(Ohio), que –como sabéis– es médium pintor y hace retratos de
personas que no están más en este mundo, vino a pasar algunos días
en mi casa. Durante su corta permanencia entró en trance, en el
cual
se manifestó un artista invisible que dijo llamarse Benjamín West y que
pintó algunos bellos retratos de tamaño natural, así como otros
menos satisfactorios.
«He aquí algunas particularidades relativas a dos de esos retratos.
Han sido pintados por el mencionado E. Rogers en una habitación
oscura, en mi casa, en el corto intervalo de una hora y treinta
minutos, de los cuales alrededor de media hora transcurrió sin que el
médium fuese influenciado, y que aproveché para examinar su
trabajo, que todavía no estaba concluido. Rogers entró nuevamente
en trance y terminó esos retratos. Entonces, y sin ninguna indicación
en cuanto a los sujetos así representados, uno de los retratos fue
enseguida reconocido como el de mi abuelo Elisha Gridley; mi
esposa, mi hermana, la señora Chaney, y luego mi padre y mi madre,
todos fueron unánimes en encontrar un gran parecido: es un
facsímile de mi abuelo anciano, con todas las particularidades de su
cabellera, de su cuello de camisa, etc. En cuanto al otro retrato,
ninguno de nosotros lo reconoció; por eso lo colgué en mi negocio, a
la vista de los transeúntes, y allí quedó una semana sin que nadie lo
haya reconocido. Esperábamos que alguien nos dijera que él era un
antiguo habitante de Attica. Y cuando perdía la esperanza de saber a
quién había querido pintar, una noche, habiendo formado un Círculo
espiritualista en mi casa, se manifestó un Espíritu y me dio la
siguiente comunicación:
"Mi nombre es Horace Gridley. Hace más de cinco años que he
dejado mis restos mortales. Viví varios años en Natchez
(Mississippi), donde ocupé el puesto de sheriff. Mi único hijo vive
allí. Soy primo de vuestro padre. Podéis obtener otras informaciones
sobre mí dirigiéndoos a vuestro tío, el Sr. Gridley, de Brownsville
(Tennessee). El retrato que tenéis en vuestro negocio es el mío, en la
época en que yo vivía en la Tierra, poco tiempo antes de pasar a esta
otra existencia más elevada, más feliz y mejor; él se me parece, al
menos tanto como pude retomar mi fisonomía de entonces, porque
esto es indispensable cuando nos pintan; al recordarnos de la misma,
lo hacemos lo mejor que podemos y según lo permitan las
condiciones del momento. El retrato en cuestión no está terminado como yo lo hubiera deseado; hay
algunas ligeras imperfecciones que el Sr. West dijo que provenían
de las condiciones en las que se encontraba el médium. Sin
embargo, enviad este retrato a Natchez para examinarlo; creo que lo
reconocerán".
«Los hechos mencionados en esta comunicación eran
perfectamente ignorados por mí, así como de todos los habitantes de
nuestra localidad. Sin embargo, una vez –hace varios años– yo había
escuchado decir que mi padre había tenido un pariente en algún
lugar de esa parte del valle del Mississippi; pero ninguno de
nosotros sabía el nombre de ese pariente, ni el lugar donde había
vivido, ni incluso si él estaba muerto; solamente después de varios
días es que supe a través de mi padre (que vivía en Delphi, a
cuarenta millas de aquí) cuál había sido el lugar de residencia de su
primo, del que no había escuchado hablar desde hacía casi sesenta
años. De ningún modo habíamos pensado en pedir retratos de
familia; sencillamente yo había puesto delante del médium una nota
escrita que contenía los nombres de una veintena de antiguos
habitantes de Attica que habían partido de este mundo, y decidimos
obtener el retrato de alguno de ellos. Por lo tanto, pienso que todas
las personas razonables han de admitir que ni el retrato, ni la
comunicación de Horace Gridley han podido resultar de una
transmisión de pensamiento de nosotros hacia el médium; además,
es cierto que el Sr. Rogers nunca ha conocido a ninguno de los dos
hombres de los cuales ha hecho los retratos, y muy probablemente
jamás había escuchado hablar de ellos, porque él es inglés de
nacimiento; vino a América hace diez años y nunca ha ido más al
sur que Cincinnati, mientras que Horace Gridley –por lo que sé–
jamás ha venido más al norte que Memphis (Tennessee), en los
últimos treinta o treinta y cinco años de su vida terrestre. Ignoro si
alguna vez ha visitado Inglaterra; pero esto no habría podido ser sino
antes del nacimiento de Rogers, porque éste no tiene más que
veintiocho a treinta años. En cuanto a mi abuelo, muerto hace
aproximadamente diecinueve años, nunca salió de los Estados
Unidos, y de ninguna manera su retrato pudo haber sido hecho.
«Desde que recibí la comunicación que he transcrito
anteriormente, escribí al Sr. Gridley, de Brownsville, y su respuesta
vino a corroborar lo que nos había enseñado la comunicación del
Espíritu; además, encontré el nombre del único hijo de Horace
Gridley que es la Sra. L. M. Patterson, aún residente en Natchez,
donde su padre vivió por mucho tiempo, y que murió –según piensa
mi tío– hace alrededor de seis años, en Houston (Texas).
«Entonces le escribí a la Sra. Patterson –mi prima recientemente descubierta– y le envié una copia daguerrotipada del retrato que nos decían ser el de su padre. En la carta a mi tío de Brownsville yo no había dicho nada del objeto principal de mis averiguaciones, y tampoco dije nada a la Sra. Patterson: ni por qué yo le enviaba ese retrato, ni cómo lo había obtenido, ni quién era la persona allí pintada; simplemente le preguntaba a mi prima si en él reconocía a alguien. Ella respondió que no podía ciertamente decirme de quién era ese retrato, pero me aseguraba que se parecía a su padre en la época de su muerte. Enseguida le escribí que nosotros también lo habíamos tomado como si fuese el retrato de su padre, pero sin decirle cómo lo habíamos obtenido. En esencia, la respuesta de mi prima decía que en la copia daguerrotipada que le había enviado, todos habían reconocido a su padre antes de que yo le hubiera dicho que era él que estaba pintado. Mi prima se quedó muy sorprendida de que yo tuviera un retrato de su padre, cuando ella misma nunca había tenido alguno, y de que su padre jamás le hubiese dicho que él había mandado hacer su retrato por quienquiera que fuese. Ella nunca hubiera creído que existiese alguno. Se mostró muy satisfecha con lo que le envié, sobre todo por causa de sus hijos, que tienen mucha veneración por la memoria de su padre.
«Entonces le escribí a la Sra. Patterson –mi prima recientemente descubierta– y le envié una copia daguerrotipada del retrato que nos decían ser el de su padre. En la carta a mi tío de Brownsville yo no había dicho nada del objeto principal de mis averiguaciones, y tampoco dije nada a la Sra. Patterson: ni por qué yo le enviaba ese retrato, ni cómo lo había obtenido, ni quién era la persona allí pintada; simplemente le preguntaba a mi prima si en él reconocía a alguien. Ella respondió que no podía ciertamente decirme de quién era ese retrato, pero me aseguraba que se parecía a su padre en la época de su muerte. Enseguida le escribí que nosotros también lo habíamos tomado como si fuese el retrato de su padre, pero sin decirle cómo lo habíamos obtenido. En esencia, la respuesta de mi prima decía que en la copia daguerrotipada que le había enviado, todos habían reconocido a su padre antes de que yo le hubiera dicho que era él que estaba pintado. Mi prima se quedó muy sorprendida de que yo tuviera un retrato de su padre, cuando ella misma nunca había tenido alguno, y de que su padre jamás le hubiese dicho que él había mandado hacer su retrato por quienquiera que fuese. Ella nunca hubiera creído que existiese alguno. Se mostró muy satisfecha con lo que le envié, sobre todo por causa de sus hijos, que tienen mucha veneración por la memoria de su padre.
«Entonces le envié el retrato original, autorizándola a guardarlo si
así lo deseaba; pero aún no le dije cómo lo había obtenido. Los
principales pasajes de la respuesta que me escribió son los
siguientes:
"He recibido vuestra carta, así como el retrato de mi padre que me
permitís guardar; él está bastante parecido, tiene mucha similitud; y
como nunca he tenido un retrato de él, lo guardo, ya que lo
consentís; lo acepto con mucho reconocimiento, aunque me parezca
que mi padre era más bonito, cuando se encontraba con buena
salud".
«Antes de la recepción de las dos últimas cartas de la señora
Patterson, las circunstancias quisieron que el Sr. Hedges –que
actualmente reside en Delphi, pero en otro tiempo morador de
Natchez– y que el Sr. Ewing, llegado recientemente de Vicksburg
(Mississippi), viesen el retrato en cuestión y lo reconocieran como
siendo el de Horace Gridley, con quien ambos habían tenido
relación.
«Pienso que estos hechos tienen mucha significación como para
dejarlos pasar en silencio, y he creído un deber comunicároslos para
ser publicados. Os aseguro que al escribir este artículo he tomado
mucho cuidado para que todo esté correcto en el mismo.»
Nota – Ya conocemos a los médiums dibujantes; además de los
notables dibujos, de los cuales hemos dado una muestra, pero que
nos describen cosas cuya exactitud no podemos verificar, hemos
visto ejecutar ante nuestros ojos –a través de médiums
completamente ajenos a este arte– bocetos muy reconocibles de
personas muertas a las que ellos nunca habían conocido; pero de ahí
a un retrato pintado dentro de las reglas, hay una gran distancia. Esta
facultad se relaciona con un fenómeno muy curioso del cual somos
testigo en este momento, y del que hablaremos próximamente.
Muchas personas que hoy aceptan perfectamente el magnetismo,
durante mucho tiempo cuestionaron la lucidez sonambúlica; en
efecto, es que esta facultad ha venido a cambiar el rumbo de todas
las nociones que teníamos sobre la percepción de las cosas del
mundo exterior y, entretanto, desde hace bastante tiempo se tenía el
ejemplo de los sonámbulos naturales, que gozan de facultades
análogas y que –por raro contraste– nunca se buscó profundizar.
Hoy la clarividencia sonambúlica es un hecho adquirido y, si todavía
es cuestionada por algunas personas, es porque las nuevas ideas
demoran en echar raíces, sobre todo cuando es preciso renunciar a
las que se sostuvo durante tanto tiempo; es así también que muchas
personas han creído –como aún lo hacen con las manifestaciones
espíritas– que el sonambulismo podía ser experimentado como una
máquina, sin tener en cuenta las condiciones especiales del
fenómeno; es por eso que, al no haber obtenido a su capricho y
oportunamente resultados siempre satisfactorios, han concluido por
la negativa. Fenómenos tan delicados exigen una observación lenta,
asidua y perseverante, a fin de captar los matices frecuentemente
fugitivos. Es igualmente a consecuencia de una observación
incompleta de los hechos que ciertas personas, aunque admitan la
clarividencia de los sonámbulos, cuestionan su independencia; según
ellos, su visión no se extiende más allá del pensamiento de aquel que
los interroga; incluso algunos pretenden afirmar que no hay visión,
sino simplemente intuición y transmisión de pensamiento, y citan
ejemplos en su apoyo. Nadie duda que el sonámbulo, al ver el
pensamiento, pueda a veces traducirlo y ser eco del mismo; nosotros
también no cuestionamos que, en ciertos casos, pueda ser
influenciado: habiendo sólo eso en el fenómeno, ¿ya no sería un
hecho muy curioso y muy digno de observación? Por lo tanto, la
cuestión no está en saber si el sonámbulo es o puede ser influenciado
por un pensamiento ajeno; esto no está en duda, pero sí en saber si
es siempre influenciado: éste es un resultado de la experiencia. Si el
sonámbulo nunca dice otra cosa que lo que sabéis, es indiscutible
que traduce vuestro pensamiento; pero si en ciertos casos dice lo que
no sabéis, si contradice vuestra opinión, vuestra manera de ver, es
evidente que él es independiente y que no sigue su propio impulso.
Un solo hecho de este género bien caracterizado sería suficiente para
probar que la sujeción del sonámbulo al pensamiento de otro no es
una cosa absoluta; ahora bien, existen millares de ellos; entre los que
son de nuestro conocimiento personal, citaremos los dos siguientes:
El Sr. Marillon, residente en Bercy, rue de Charenton (calle
Charenton) N° 43, había desaparecido el
13 de enero último. Todas las investigaciones para descubrir su
rastro habían sido infructuosas; ninguna de las personas a las que él
acostumbraba visitar lo había visto; ningún asunto podía motivar
una ausencia tan prolongada; por otro lado, su carácter, su posición
y su estado mental descartaban toda idea de suicidio. Quedaba por
pensar que él hubiese sido víctima de un crimen o de un accidente;
pero, en esta última hipótesis, habría podido ser fácilmente
reconocido y conducido a su domicilio o, al menos, llevado a la
morgue. Por lo tanto, todas las probabilidades se inclinaban hacia el
crimen; fue en este pensamiento en el que se detuvieron, con mayor
razón porque se creía que había salido para efectuar un pago; pero
¿dónde y cómo había sido cometido el crimen? Es lo que se
ignoraba. Entonces su hija recurrió a una sonámbula, la Sra. Roger,
que en muchas otras circunstancias parecidas había dado pruebas de
una notable lucidez, que nosotros mismos hemos podido
constatar. La Sra. Roger siguió al Sr. Marillon desde que salió
de su casa, a las 3 horas de la tarde, hasta cerca de las 7 de la tarde,
en el momento en que se disponía a regresar; ella lo vio descender
por las orillas del Sena por un motivo acuciante; allí –dijo ella– tuvo
un ataque de apoplejía, lo vio caer sobre una piedra, hacerse un corte
en la frente y después deslizarse en el agua; por lo tanto, no ha sido
un suicidio ni un crimen; vio también su dinero y una llave en el
bolsillo de su gabán. Ella indicó el lugar del accidente; pero –
agrega– no es allí donde está ahora, ya que ha sido fácilmente
arrastrado por la corriente; se lo ha de encontrar en tal lugar. En
efecto, fue esto lo que tuvo lugar; tenía la herida indicada en la
frente; la llave y el dinero estaban en su bolsillo y la posición de sus
vestimentas demostraba suficientemente que la sonámbula no se
había equivocado sobre el motivo que lo había conducido a orillas
del río. Delante de todos estos detalles, nos preguntamos dónde se
puede ver la transmisión de cualquier pensamiento. He aquí otro
hecho donde la independencia sonambúlica no es menos evidente.
El Sr. y la Sra. Belhomme, labradores en Rueil, rue Saint-Denis
(calle San Denis) N° 19, tenían de reserva una suma de alrededor de
800 a 900 francos. Para más seguridad la Sra. Belhomme la guardó
en un armario, del cual una parte estaba destinada a la ropa vieja y la
otra a la ropa nueva: fue entre esta última que el dinero fue
guardado; en ese momento alguien entró y la Sra. Belhomme se
apresuró en cerrar el armario. Pasado algún tiempo y teniendo
necesidad de dinero, ella estaba convencida de haberlo puesto entre
la ropa vieja, porque ésa había sido su intención, en la idea de que lo
viejo tentaría menos a los ladrones; pero, en su precipitación, a la
llegada del visitante, lo había guardado en el otro compartimiento.
Estaba tan convencida de haberlo puesto entre la ropa vieja que
incluso ni le vino la idea de buscarlo en otra parte; al encontrar el
lugar vacío, y recordándose de la visita, creyó haber sido notada y
robada, y –persuadida de esta
manera– sus sospechas recayeron naturalmente sobre el visitante.
Sucede que la Sra. Belhomme conocía a la Srta. Marillon, de la
cual hemos hablado más arriba, y le contó su desventura. Ésta,
habiéndole relatado el medio por el cual su padre había sido
encontrado, le recomendó dirigirse a la misma sonámbula, antes de
dar cualquier paso. El Sr. y la Sra. Belhomme se dirigieron, pues, a
la casa de la Sra. Roger, bien convencidos de haber sido robados y
en la esperanza de que les fuese indicado el ladrón que, en su
opinión, no podía ser otro que el visitante. Por lo tanto, tal era su
pensamiento exclusivo; ahora bien, la sonámbula, después de una
minuciosa descripción del lugar, les dijo: «No habéis sido robados;
vuestro dinero está intacto en vuestro armario: sólo que habéis
creído guardarlo entre la ropa vieja, mientras que lo habéis hecho
entre la ropa nueva; volved a vuestra casa y lo encontraréis allí». En
efecto, fue lo que sucedió.
Al relatar estos dos hechos –y podríamos citar muchos otros
también tan concluyentes– nuestra finalidad ha sido probar que la
clarividencia sonambúlica no siempre es el reflejo de un
pensamiento ajeno; que el sonámbulo puede así tener una lucidez
propia, completamente independiente. De esto resaltan
consecuencias de una alta gravedad desde el punto de vista
psicológico; aquí encontramos la clave de más de un problema que
examinaremos ulteriormente al tratar de las relaciones que
existen entre el sonambulismo y el Espiritismo, relaciones que
arrojan una luz completamente nueva sobre la cuestión.
Una noche olvidada o la hechicera Manuza
Las mil y dos noches de los cuentos árabes
Dictada por el Espíritu Frédéric Soulié
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PREFACIO DEL EDITOR
En el transcurso del año 1856, las experiencias de manifestaciones espíritas que se hacían en la casa del Sr. B..., calle Lamartine, atraían a una asistencia numerosa y selecta. Los Espíritus que se comunicaban en ese Círculo eran más o menos serios; algunos han dicho allí cosas de una admirable sabiduría, de una notable profundidad, las cuales se puede juzgar por El Libro de los Espíritus que ahí fue comenzado y hecho en su mayor parte. Otros eran menos graves; su humor jovial se prestaba con gusto a las bromas, pero a bromas de buen tono, que nunca se apartaban de la compostura. De este número era Frédéric Soulié, que ha venido por sí mismo y sin ser invitado, pero cuyas visitas inesperadas eran siempre un pasatiempo agradable para los asistentes. Su conversación era espirituosa, fina, mordaz, adecuada y jamás ha desmentido al autor de Les Mémoires du diable; además, él nunca se vanaglorió, y cuando se le dirigían algunas preguntas un poco difíciles de filosofía, reconocía francamente su insuficiencia para resolverlas, diciendo que él era aún muy ligado a la materia, y que prefería lo alegre a lo serio.
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PREFACIO DEL EDITOR
En el transcurso del año 1856, las experiencias de manifestaciones espíritas que se hacían en la casa del Sr. B..., calle Lamartine, atraían a una asistencia numerosa y selecta. Los Espíritus que se comunicaban en ese Círculo eran más o menos serios; algunos han dicho allí cosas de una admirable sabiduría, de una notable profundidad, las cuales se puede juzgar por El Libro de los Espíritus que ahí fue comenzado y hecho en su mayor parte. Otros eran menos graves; su humor jovial se prestaba con gusto a las bromas, pero a bromas de buen tono, que nunca se apartaban de la compostura. De este número era Frédéric Soulié, que ha venido por sí mismo y sin ser invitado, pero cuyas visitas inesperadas eran siempre un pasatiempo agradable para los asistentes. Su conversación era espirituosa, fina, mordaz, adecuada y jamás ha desmentido al autor de Les Mémoires du diable; además, él nunca se vanaglorió, y cuando se le dirigían algunas preguntas un poco difíciles de filosofía, reconocía francamente su insuficiencia para resolverlas, diciendo que él era aún muy ligado a la materia, y que prefería lo alegre a lo serio.
La médium que le servía de intérprete era la Srta. Caroline B... –
una de las hijas del dueño de casa–, médium del género
exclusivamente pasivo, que no tenía la menor conciencia de lo que
escribía, pudiendo reír y conversar a diestro y siniestro, lo que hacía
de buen grado, en cuanto su mano se deslizaba sobre la hoja. El
medio mecánico empleado durante mucho tiempo ha sido la cestitatrompo,
descripta en nuestro El Libro de los Médiums. Más tarde
la médium se ha servido de la psicografía directa.
Sin duda se preguntará qué pruebas teníamos que el Espíritu que
se comunicaba era el de Frédéric Soulié y no cualquier otro. No es
ésta la ocasión de tratar la cuestión de la identidad de los Espíritus;
sólo diremos que la identidad de Soulié se reveló por mil detalles
que no pueden escapar a una atenta observación; a menudo una
palabra, un chiste, un hecho personal relatado, venían a
confirmarnos que era realmente él; varias veces escribió su firma
que ha sido cotejada con sus originales. Un día le pidieron que diese
su retrato, y la médium –que no sabe dibujar y que nunca lo ha
visto– trazó un boceto de un parecido sorprendente.
Nadie de la reunión se había relacionado con él en vida; ¿por qué,
entonces, había venido sin ser llamado? Fue porque se había
vinculado a uno de los asistentes, sin jamás haber querido decir el
motivo; solamente venía cuando esta persona estaba presente;
entraba con ella y salía con ella; de manera que cuando ésta no
estaba, él no venía, y es de notar que cuando él estaba, era muy
difícil –por no decir imposible– tener comunicaciones con otros
Espíritus; el Espíritu familiar de la casa le cedía el lugar, diciendo
que, por delicadeza, debía hacer los honores de la casa.
Un día anunció que nos daría una novela de su autoría y, en
efecto, algún tiempo después comenzó un relato cuyo inicio era muy
prometedor; el asunto era druídico y la escena transcurría en la
Armórica, en el tiempo de la dominación romana; infelizmente,
parece que se asustó con la tarea que había emprendido, porque –es
preciso decirlo– su fuerte no eran los trabajos asiduos, y él
confesaba que se complacía voluntariamente en la pereza. Después
de algunas páginas dictadas, dejó dicha novela, pero anunció que
nos escribiría otra que le diera menos trabajo: fue entonces que nos
escribió el cuento cuya publicación comenzamos. Más
de treinta personas han asistido a esta producción y pueden
atestiguar su origen. De ninguna manera lo damos como una obra de
alto alcance filosófico, sino como una curiosa muestra de un trabajo
de gran extensión obtenido de los Espíritus. Ha de notarse en él
cómo todo es ordenado, cómo todo se encadena con un arte
admirable. Lo que existe de más extraordinario es que ese relato ha
sido retomado en cinco o en seis ocasiones diferentes, y
frecuentemente después de interrupciones de dos o tres semanas;
ahora bien, a cada reanudación, el relato continuaba como si todo
hubiera sido escrito de un solo trazo, sin tachaduras, sin
reiteraciones y sin que hubiese necesidad de recordar lo que había
precedido. Nosotros lo damos como ha salido del lápiz de la
médium, sin cambiar absolutamente nada, ni el estilo, ni las ideas, ni
el encadenamiento de los hechos. Algunas repeticiones de palabras y
algunos pequeños errores de ortografía han sido notados, por lo que
Soulié nos encargó personalmente de corregirlos, diciendo que nos
asistiría en esto; cuando estaba todo terminado quiso rever el
conjunto, al cual no hizo más que algunas rectificaciones sin
importancia, dándonos autorización para publicarlo como lo
deseáramos, renunciando de buen grado –dijo él– a sus derechos de
autor. Sin embargo, consideramos mejor no insertarlo en nuestra
Revista sin el consentimiento formal de su amigo póstumo, a quien
pertenece el derecho, puesto que por su presencia y por su
solicitación hemos recibido esta producción del Más Allá. El título
ha sido dado por el propio Espíritu Frédéric Soulié.
A. K.
_______
Una noche olvidada
A. K.
_______
Una noche olvidada
I
Había en Bagdad una mujer del tiempo de Aladino; es su historia la que voy a contar:
Había en Bagdad una mujer del tiempo de Aladino; es su historia la que voy a contar:
En uno de los suburbios de Bagdad vivía, no lejos del palacio de
la sultana Sheherazade, una anciana llamada Manuza. Esta anciana
era motivo de horror para toda la ciudad, porque era una hechicera
de las más aterradoras. En su casa, a la noche, sucedían cosas tan
espantosas que, enseguida que el sol se ponía, nadie se arriesgaba a
pasar delante de su puerta, a menos que fuese algún amante en
búsqueda de un brebaje mágico para su amada rebelde, o alguna
mujer abandonada en busca de un bálsamo para poner sobre la
herida que su amante le había hecho al dejarla.
Entonces, un día en que el sultán estaba más triste que de
costumbre y en que la ciudad estaba en una gran desolación, porque
él quería mandar matar a la sultana favorita, ya que por su ejemplo
todos los maridos eran infieles, un joven salió de una magnífica
residencia situada al lado del palacio de la sultana. Ese joven vestía
una túnica y un turbante de colores oscuros; pero más allá de esa simple vestimenta tenía un aire de gran
distinción. Buscaba esconderse a lo largo de las casas como un
ladrón o un amante que temiese ser sorprendido. Dirigía sus pasos
hacia la casa de Manuza, la hechicera. Una viva ansiedad se notaba
en sus facciones, que reflejaban la preocupación que lo agitaba.
Cruzó las calles y las plazas con rapidez, aunque con una gran
precaución.
Al llegar cerca de la puerta dudó por algunos minutos y después se
decidió a llamar. Durante un cuarto de hora tuvo angustias mortales,
porque escuchaba ruidos que ningún oído humano había escuchado:
una jauría de perros ladraba con ferocidad, se oían gritos
quejumbrosos, cantos de hombres y de mujeres como en el final de
una orgía y, como para iluminar todo ese tumulto, luces corrían de
arriba abajo de la casa como fuegos fatuos de todos los colores;
después, como por encanto, todo cesó: las luces se extinguieron y la
puerta se abrió.
II
El visitante se quedó un instante confundido, sin saber si debía entrar en el pasillo sombrío que se presentaba ante sus ojos. En fin, armándose de coraje, penetró con audacia. Después de andar a tientas unos treinta pasos, se encontró frente a una puerta que daba a una sala, solamente iluminada por una lámpara de cobre de tres brazos, suspendida del centro del techo.
El visitante se quedó un instante confundido, sin saber si debía entrar en el pasillo sombrío que se presentaba ante sus ojos. En fin, armándose de coraje, penetró con audacia. Después de andar a tientas unos treinta pasos, se encontró frente a una puerta que daba a una sala, solamente iluminada por una lámpara de cobre de tres brazos, suspendida del centro del techo.
La casa que, a juzgar por el ruido que se escuchaba de la calle,
parecía estar muy habitada, tenía ahora un aire desierto; esta sala que
era inmensa, y que por su construcción debía ser la base del edificio,
estaba vacía, exceptuando a los animales embalsamados –de todas
las especies– con los cuales estaba adornada.
En el medio de esta sala había una pequeña mesa cubierta por
libros de magia y, delante de la mesa, en un sillón grande, estaba
sentada una pequeña anciana de apenas dos codos de altura y de tal
manera envuelta entre chales y turbantes, que era imposible ver sus
facciones. Al acercarse el extraño, ella levantó la cabeza, y a sus
ojos mostró el más terrible rostro que se pueda imaginar.
«–Hete aquí, señor Nureddin, dijo ella fijando sus ojos de hiena
sobre los del joven que acababa de entrar; ¡aproxímate! Hace varios
días que mi cocodrilo de ojos de rubí me anunció tu visita. Dime si
es de un brebaje mágico que precisas; dime si es de una fortuna.
Pero, ¡qué digo! ¿Una fortuna? ¿La tuya no causa envidia a la del
propio sultán? ¿No eres el más rico, así como el más bello?
Probablemente es un brebaje mágico que vienes a buscar. ¿Cuál es,
pues, la mujer que se atreve a serte cruel? En fin, nada debo decir,
nada sé; estoy lista para escuchar tus penas y para darte los remedios
necesarios, si es que mi ciencia tiene el poder de serte útil. Pero,
entonces, ¿qué haces mirándome así y sin acercarte? ¿Tienes miedo?
¿Tal vez te causo pavor? Ahora me ves así, pero en otros tiempos fui
bella, la más bella de todas las mujeres que existen en Bagdad;
fueron los disgustos que me volvieron tan fea. Pero, ¿en qué te
interesan mis sufrimientos? Aproxímate: te escucho; no puedo darte
más que diez minutos; por lo tanto, apresúrate».
Nureddin no estaba tranquilo; sin embargo, no queriendo mostrar
a los ojos de una anciana la perturbación que lo agitaba, se aproximó
y le dijo: –Mujer, he venido por una cuestión grave; de tu respuesta
depende el destino de mi vida; tú vas a decidir mi felicidad o mi
muerte. He aquí de lo que se trata:
«El sultán quiere mandar matar a Nazara; yo la amo. Voy a
contarte de dónde viene este amor, y vengo a pedirte que me des un
remedio, no para mi dolor, sino para su infeliz posición, porque no
quiero que ella muera. Sabes que mi palacio es vecino del palacio
del sultán; nuestros jardines son contiguos. Hace aproximadamente
seis lunas que una noche, al pasear por esos jardines, escuché una
encantadora música acompañando a la más deliciosa voz de mujer
que jamás hube escuchado. Al querer saber de dónde provenía, me
aproximé a los jardines vecinos y reconocí que era el verdoso
emparrado habitado por la sultana favorita. Permanecí varios días
absorto por aquellos sonidos melodiosos; día y noche pensaba en la
bella desconocida cuya voz me había seducido; es necesario decirte
que, en mi pensamiento, ella no podía ser sino bella. Cada noche yo
paseaba por las mismas alamedas donde había escuchado aquella
deslumbrante armonía; durante cinco días todo fue en vano; en fin,
al sexto día la música se hizo escuchar nuevamente; entonces, no
pudiendo más contenerme, me acerqué al muro y percibí que era
preciso poco esfuerzo para escalarlo.
«Después de algunos momentos de duda, tomé la gran decisión:
pasé de mi jardín hacia el del vecino; allí vi, no a una mujer, sino a
una hurí, a la hurí favorita de Mahoma, en fin, ¡una maravilla! Al
verme, ella se asustó un poco, pero arrojándome a sus pies le
imploré para que no tuviese miedo y para que me escuchara; le dije
que su canto me había atraído y le aseguré que encontraría en mis
acciones el más profundo respeto; ella tuvo la bondad de
escucharme.
«Pasamos la primera noche hablando de música. También canté y
me ofrecí para acompañarla; ella consintió, y marcamos un
encuentro para el día siguiente a la misma hora. En aquella
hora estaba más tranquila; el sultán estaba con su consejo, y la
vigilancia era menor. Las
dos o tres primeras noches las dedicamos completamente a la
música; pero la música es la voz de los amantes, y desde el cuarto
día ya no éramos más extraños el uno al otro: nos amábamos. ¡Ella
es tan bella! ¡Qué bella es su alma también! Varias veces planeamos
huir. ¡Ay! ¿Por qué no lo habremos hecho? Yo sería menos
desgraciado, y ella no estaría tan cerca de sucumbir. Esa bella flor
no estaría a punto de ser cortada por la guadaña que la va arrebatar
de la luz.
(Continúa en el próximo número)
La Gazette de Cologne (Gaceta de Colonia) ha publicado la
siguiente historia que le ha sido comunicada por su corresponsal de
Coblenza y que es actualmente el tema de todas las conversaciones.
El hecho es relatado por La Patrie (La Patria) del 10 de octubre de
1858.
«Se sabe que al pie del fuerte del emperador Francisco, cerca
del camino de Colonia, se encuentra el monumento al general
francés Marceau, que cayó en Altenkirchen y fue enterrado en
Coblenza, en el monte Saint-Pierre, donde ahora se encuentra la
parte principal del fuerte. El monumento al general –que es una
pirámide truncada– fue más tarde retirado cuando comenzaron las
fortificaciones de Coblenza. Sin embargo, bajo la orden expresa del
fallecido rey Federico III, fue reconstruido en el lugar donde se
encuentra actualmente.
«El Sr. Stramberg, que en su Reinischen antiquarius
(Anticuarios del Rin) da una biografía muy detallada de Marceau,
narra que personas afirman haber visto al general, de noche, en
varias ocasiones, montado en un caballo y llevando su capa blanca
de los cazadores franceses. Desde hace algún tiempo se decía en
Coblenza que Marceau salía de su tumba y que numerosas personas
aseguraban haberlo visto. Hace algunos días un soldado, que estaba
de guardia en el Petersberg (monte Saint-Pierre), vio llegar hacia él
un jinete blanco, montado en un caballo blanco. Y gritó: ¿quién
vive? Al no haber recibido respuesta a tres interpelaciones, él tiró y
cayó desvanecido. Una patrulla acudió al disparo y encontró al
centinela sin conocimiento. Entretanto, llevado al hospital –donde
permaneció gravemente enfermo–, pudo hacer el relato de lo que
había visto. Otra versión dice que murió a consecuencia del
episodio. He aquí la anécdota tal cual puede ser corroborada por
toda la ciudad de Coblenza.»
ALLAN KARDEC
ALLAN KARDEC