Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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Noviembre

Varias veces nos han preguntado por qué no respondemos, en nuestro periódico, a los ataques de ciertas publicaciones dirigidas contra el Espiritismo en general, contra sus partidarios, e incluso algunas veces contra nosotros. En ciertos casos, creemos que el silencio es la mejor respuesta. Además, hay un género de polémica del cual nos hemos hecho una ley abstenernos: la que puede degenerar en personalismo; no sólo esto nos repugna, sino que nos tomaría un tiempo que podemos emplear más útilmente, siendo también muy poco interesante para nuestros lectores, los cuales se suscriben para instruirse y no para escuchar diatribas más o menos espirituosas; ahora bien, una vez introducidos en este camino, sería difícil salir del mismo; es por eso que preferimos no entrar en él, y pensamos que con esto el Espiritismo ha de ganar en dignidad. Hasta el presente no tenemos sino que regocijarnos por nuestra moderación; de la misma no nos desviaremos, y jamás le daremos esa satisfacción a los amantes del escándalo.

Pero hay polémicas y polémicas; existe una ante la cual nunca retrocederemos: la discusión seria de los principios que profesamos. No obstante, aquí hay igualmente una distinción que hacer; si no se trata más que de ataques generales dirigidos contra la Doctrina, sin otra finalidad determinada que la de criticar, y por parte de personas que resolvieron rechazar todo lo que no comprenden, esto no merece que nos ocupemos de ellas; el terreno que a cada día gana el Espiritismo es una respuesta suficientemente perentoria y que debe probarles que sus sarcasmos no han producido gran efecto; también señalaremos que el fuego graneado de bromas, de las cuales no hace mucho los partidarios de la Doctrina eran objeto, va cesando poco a poco; nos preguntamos si hay razón para reírse cuando se ven a tantas personas eminentes adoptar estas nuevas ideas; algunos no ríen más que con desdén y por costumbre, mientras que muchos otros de ningún modo se ríen más, y esperan.

Señalemos además que, entre los críticos, hay muchas personas que hablan sin conocer la cuestión, sin darse al trabajo de profundizarla; para responderles sería necesario, incesantemente, recomenzar las explicaciones más elementales y repetir lo que ya hemos escrito, cosa que creemos inútil. No sucede lo mismo con aquellos que han estudiado y que no han comprendido todo, que quieren seriamente esclarecerse y que plantean objeciones con conocimiento de causa y de buena fe; en este terreno nosotros aceptamos la controversia, sin jactarnos de resolver todas las dificultades, lo que sería demasiado presuntuoso. La ciencia espírita está en sus comienzos y aún no nos ha dicho todos sus secretos, por más portentosos que hayan sido los que nos fueron develados. ¿Cuál es la Ciencia que todavía no posee casos misteriosos e inexplicados? Por lo tanto, reconoceremos sin avergonzarnos nuestra insuficiencia sobre los puntos a los cuales no nos fuere posible responder. De esta manera, lejos de rechazar las objeciones y las preguntas, nosotros las solicitamos –porque es un medio de esclarecimiento–, con tal que las mismas no sean triviales y desde que no nos hagan perder nuestro tiempo en futilidades.

Es esto lo que llamamos polémica útil, y lo será siempre cuando tenga lugar entre personas serias que se han de respetar bastante para no faltar a las conveniencias. Podemos pensar diferentemente sin aminorar nuestra estima por ello. En definitiva, ¿qué buscamos todos en esta cuestión tan palpitante y tan fecunda del Espiritismo? Esclarecernos; primeramente, nosotros buscamos la luz, de cualquier parte de donde venga, y al emitir nuestra manera de ver no pretendemos imponer a nadie nuestra opinión individual: la entregamos a la discusión y estamos dispuestos a abandonarla si se nos demuestra que estamos equivocados. Esta polémica la hacemos todos los días en nuestra Revista, a través de las respuestas o de las refutaciones colectivas que tenemos ocasión de hacer sobre tal o cual artículo, y aquellos que nos hacen el honor de escribirnos encontrarán siempre allí la respuesta a lo que nos preguntan, cuando no nos sea posible darla individualmente por escrito, ya que el tiempo material no siempre nos lo permite. Sus preguntas y sus objeciones son otros tantos temas de estudio, de los cuales sacamos provecho y de los que estamos felices en hacer aprovechar a nuestros lectores, tratándolos a medida que las circunstancias presenten hechos que puedan tener relación con ellos. Para nosotros también es un placer dar verbalmente las explicaciones que pueden sernos solicitadas por las personas que nos honran con su visita y en las reuniones marcadas por una benevolencia recíproca, en las que nos esclarecemos mutuamente.

De los diversos fundamentos profesados por el Espiritismo, el más controvertido es indiscutiblemente el de la pluralidad de las existencias corporales o, dicho de otra manera, el de la reencarnación. Aunque esta opinión sea ahora compartida por un número muy grande de personas, y aunque nosotros ya hayamos tratado varias veces la cuestión, creemos un deber –en razón de su extrema gravedad– examinarla aquí de una forma más profunda, a fin de responder a las diversas objeciones que ha suscitado. Antes de entrar en el fondo de la cuestión, nos parecen indispensables algunas observaciones preliminares.

Algunas personas dicen que el dogma de la reencarnación no es de modo alguno nuevo: que ha sido resucitado de Pitágoras. Nosotros nunca hemos dicho que la Doctrina Espírita fuese una invención moderna; al ser el Espiritismo una de las leyes de la naturaleza, ha debido existir desde el origen de los tiempos, y por nuestra parte siempre nos hemos esforzado en probar que de Él se encuentran rastros en la más remota antigüedad. Como se sabe, Pitágoras no es el autor del sistema de la metempsicosis; él la ha extraído de los filósofos hindúes y de los egipcios, donde existía desde tiempos inmemoriales. La idea de la transmigración de las almas era, pues, una creencia común admitida por los hombres más eminentes. ¿Por cuál medio les ha llegado? ¿Ha sido por revelación o por intuición? No lo sabemos; pero, como quiera que sea, una idea no atraviesa las edades y no es aceptada por las inteligencias de élite si no tiene su lado serio. Por lo tanto, la antigüedad de esta doctrina sería más bien una prueba que una objeción. Sin embargo, como igualmente sabemos, entre la metempsicosis de los Antiguos y la moderna doctrina de la reencarnación existe una gran diferencia: que los Espíritus rechazan de la manera más absoluta la transmigración del hombre en los animales y recíprocamente.


Sin duda –dicen también algunos contradictores– vos estabais imbuido de esas ideas, y he aquí por qué los Espíritus han seguido vuestro mismo parecer. Esto es un error que prueba, una vez más, el peligro de los juicios precipitados y sin examen. Si estas personas, antes de juzgar, se hubiesen tomado el trabajo de leer lo que hemos escrito sobre Espiritismo, habrían evitado hacer una objeción con demasiada liviandad. Repetiremos, pues, lo que hemos dicho al respecto: cuando la doctrina de la reencarnación nos fue enseñada por los Espíritus, estaba tan lejos de nuestro pensamiento que habíamos hecho sobre los antecedentes del alma un sistema completamente diferente, y además compartido por muchas personas. Por lo tanto, la Doctrina de los Espíritus nos ha sorprendido en este aspecto; diremos más: nos ha contrariado, porque echó por tierra nuestras propias ideas; como se ve, estaba lejos de ser un reflejo de éstas. Eso no es todo; no cedimos al primer choque; combatimos, defendimos nuestra opinión, planteamos objeciones y sólo nos rendimos ante la evidencia cuando percibimos la insuficiencia de nuestro sistema para resolver todas las cuestiones que este tema aborda.

A los ojos de algunas personas, sin duda, la palabra evidencia parecerá singular en semejante materia; pero no será impropia para aquellos que están habituados a examinar los fenómenos espíritas. Para el observador atento hay hechos que, aunque no sean de una naturaleza absolutamente material, no por esto dejan de constituir una verdadera evidencia, o al menos una evidencia moral. No es aquí el lugar para explicar esos hechos; solamente un estudio continuo y perseverante puede hacerlos comprensibles; nuestro objetivo era únicamente refutar la idea de que esta doctrina no es más que la traducción de nuestro pensamiento. Tenemos aún otra refutación a realizar: es que no sólo a nosotros ha sido enseñada; lo ha sido en muchos otros lugares, en Francia como en el extranjero: en Alemania, en Holanda, en Rusia, etc., y esto incluso antes de la publicación de El Libro de los Espíritus. Agreguemos todavía que, desde que nos hemos consagrado al estudio del Espiritismo, hemos obtenido comunicaciones a través de más de cincuenta médiums psicógrafos, psicofónicos, videntes, etc., más o menos esclarecidos, de una inteligencia normal más o menos limitada, algunos hasta completamente iletrados, y por consecuencia enteramente ajenos a las materias filosóficas, siendo que en ningún caso los Espíritus se desmintieron sobre esta cuestión; sucede lo mismo en todos los Círculos que conocemos, donde el mismo principio ha sido profesado. Bien sabemos que este argumento no es terminante, y es por eso que no insistiremos más de lo razonable.

Examinemos la cuestión desde otro punto de vista, haciendo abstracción de toda intervención de los Espíritus; por un instante dejemos a éstos a un lado; supongamos que esta teoría no haya provenido de ellos; supongamos incluso que jamás haya sido una cuestión de Espíritus. Por lo tanto, ubiquémonos momentáneamente en un terreno neutro, admitiendo que tengan el mismo grado de probabilidad tanto una como otra hipótesis: la de la pluralidad y la de la unicidad de las existencias corporales, y veamos de qué lado estarán la razón y nuestro propio interés.

Ciertas personas rechazan la idea de la reencarnación por el único motivo de que no les conviene, diciendo que tienen bastante con una sola existencia y que no querrían recomenzar otra semejante; conocemos a algunos a quienes el solo pensamiento de reaparecer en la Tierra los deja enfurecidos. No tenemos sino una cosa que preguntarles: si creen que Dios les ha pedido su opinión y consultado su gusto para regir el Universo. Ahora bien, una de dos: o la reencarnación existe o no existe; si existe, por más que la contradigan, les será necesario enfrentarla, y Dios no les va a pedir permiso para esto. Nos parece escuchar a un enfermo decir: He sufrido bastante hoy y no quiero sufrir más mañana. A pesar de su mal humor, no por eso ha de sufrir menos mañana y en los días siguientes, hasta que esté curado; por lo tanto, si aquéllos tuvieren que vivir de nuevo corporalmente, volverán a vivir, se reencarnarán; por más que se rebelen –como un niño que no quiere ir a la escuela o como un condenado a la prisión– les será necesario pasar por ello. Semejantes objeciones son demasiado pueriles para que merezcan un examen más serio. No obstante, les diremos para tranquilizarlos que lo que la Doctrina Espírita enseña sobre la reencarnación no es tan terrible como creen, y si la hubieran estudiado a fondo no estarían tan asustados; sabrían que la condición de esta nueva existencia depende de ellos mismos; que será feliz o infeliz según lo que hayan hecho en este mundo, y que pueden desde esta vida elevarse tan alto que no tendrán que temer más el volver a caer en el lodazal.

Suponemos que hablamos con personas que creen en algún futuro después de la muerte, y no con aquellas cuya perspectiva es la nada o que quieren ahogar el alma en un todo universal, sin individualidad, como las gotas de lluvia en el océano, lo que viene a ser casi lo mismo. Por lo tanto, si creéis en un algún futuro, sin duda no admitiréis que sea igual para todos; de otro modo, ¿dónde estaría la utilidad del bien? ¿Por qué el hombre habría de contenerse? ¿Por qué no habría de satisfacer todas sus pasiones, todos sus deseos, aunque fuese incluso a expensas del prójimo, ya que daría lo mismo? Vosotros creéis que este futuro será más o menos feliz o infeliz según lo que hayamos hecho durante la vida; ¿tenéis entonces el deseo de ser tan feliz como sea posible, ya que eso debe ser para toda la eternidad? ¿Tendríais, por ventura, la pretensión de ser uno de los hombres más perfectos que hayan existido en la Tierra, teniendo así de repente el derecho a la felicidad suprema de los elegidos? No. De esta manera admitís que hay hombres que valen más que vosotros y que tienen derecho a un lugar mejor, sin que por esto estéis entre los réprobos. ¡Pues bien! Colocaos por un instante con el pensamiento en esa situación intermedia que será la vuestra – como acabáis de concordar–, y suponed que alguien venga a deciros: Sufrís, no sois tan feliz como podríais serlo, mientras que tenéis delante vuestro a seres que gozan de una felicidad sin perturbaciones; ¿queréis cambiar vuestra posición por la de ellos? – Sin duda, diréis; ¿qué es necesario hacer? –Muy poco: recomenzar lo que habéis hecho mal y tratar de hacerlo mejor. –¿Dudaríais en aceptar, aunque fuera a costa de varias existencias de pruebas? Tomemos una comparación más prosaica. Si a un hombre que, sin estar en la última de las miserias, sufre no obstante privaciones como consecuencia de la mediocridad de sus recursos, viniesen a decirle: He aquí una inmensa fortuna que podréis disfrutar, siendo para esto preciso trabajar rudamente durante un minuto. Aunque él fuera el más perezoso de la Tierra, dirá sin dudar: Trabajemos un minuto, dos minutos, una hora, un día si es necesario; ¿qué importa eso si mi vida va acabar en la abundancia? Ahora bien, ¿qué es la duración de la vida corporal con relación a la eternidad? Menos que un minuto, menos que un segundo.

Hemos escuchado este razonamiento: Dios, que es soberanamente bueno, no puede imponer al hombre que recomience una serie de miserias y tribulaciones. Por ventura, ¿parecerá que hay más bondad en condenar al hombre a un sufrimiento perpetuo por algunos momentos de error, que en darle los medios para reparar sus faltas? «Dos fabricantes tenían cada cual un obrero que podía aspirar a volverse socio del patrón. Ahora bien, sucedió que ambos obreros emplearon una vez muy mal su jornada y merecieron ser despedidos. Uno de los dos fabricantes despidió a su obrero a pesar de sus súplicas, y éste –no habiendo encontrado trabajo– murió en la miseria. El otro dijo al suyo: Habéis perdido un día, me debéis por esto una compensación; habéis hecho mal vuestro trabajo, me debéis una reparación; os permito recomenzar; tratad de ejecutarlo bien y conservarás tu puesto, y podréis siempre aspirar a la posición superior que os he prometido». ¿Es necesario preguntar cuál de los dos fabricantes ha sido más humano? Dios, que es la propia clemencia, ¿sería más inexorable que un hombre? El pensamiento de que nuestro destino esté para siempre fijado por algunos años de prueba –aun cuando no siempre dependía de nosotros alcanzar la perfección en la Tierra– tiene algo de desconsolador, mientras que la idea contraria es eminentemente consoladora, ya que nos deja la esperanza. De este modo, sin pronunciarnos en pro o en contra de la pluralidad de las existencias, sin admitir una hipótesis más que otra, decimos que, si se nos permitiese elegir, no habría nadie que prefiriese un juicio sin apelación. Un filósofo ha dicho que si Dios no existiese sería necesario inventarlo para la felicidad del género humano; lo mismo se podría decir de la pluralidad de las existencias. Pero, como lo hemos dicho, Dios no nos pide nuestro permiso, no consulta nuestro gusto: esto es o no es; veamos de qué lado están las probabilidades y enfoquemos la cuestión desde otro punto de vista, siempre haciendo abstracción de la enseñanza de los Espíritus y únicamente como estudio filosófico.

Es evidente que si no existe reencarnación, sólo hay una existencia corporal; si nuestra actual existencia corporal es la única, el alma de cada hombre es creada al nacer, a menos que se admita la anterioridad del alma, en cuyo caso nos preguntaríamos qué era el alma antes del nacimiento, y si este estado no constituía de alguna forma una existencia. No hay término medio: o el alma existía o no existía antes del cuerpo; si existía, ¿cuál era su situación? ¿Tenía o no conciencia de sí misma? Si no tenía conciencia, es casi como si no existiera; si tenía individualidad, ¿era progresiva o estacionaria? En uno o en otro caso, ¿en qué grado había llegado al encarnar? Según la creencia vulgar, admitiendo que el alma nazca con el cuerpo o –lo que da lo mismo– que antes de su encarnación sólo tenga facultades negativas, efectuamos las siguientes preguntas:

1. ¿Por qué el alma muestra aptitudes tan diversas e independientes de las ideas adquiridas a través de la educación?

2. ¿De dónde viene esa aptitud fuera de lo normal que tienen ciertos niños de corta edad para tal arte o Ciencia, mientras que otros permanecen inferiores o mediocres durante toda su vida?

3. ¿De dónde provienen las ideas innatas o intuitivas que existen en unos y no en otros?

4. ¿De dónde vienen, en ciertos niños, esos instintos precoces de vicios o de virtudes, esos sentimientos innatos de dignidad o de bajeza que contrastan con el medio en el cual han nacido?

5. Haciendo abstracción de la educación, ¿por qué ciertos hombres son más adelantados que otros?

6. ¿Por qué existen salvajes y hombres civilizados? Si tomáis a un niño hotentote recién nacido, y lo instruís en nuestros más renombrados liceos, ¿por qué nunca haréis de él un Laplace o un Newton?

Preguntamos cuál es la filosofía o la teosofía que puede resolver estos problemas. No cabe duda: o las almas son iguales al nacer o son desiguales. Si son iguales, ¿por qué esas aptitudes tan diversas? Se dirá que esto depende del organismo. Pero entonces es la más monstruosa y la más inmoral de las doctrinas. El hombre no es sino una máquina, un juguete de la materia; no tiene más la responsabilidad de sus actos; puede alegar que todo se debe a sus imperfecciones físicas. Si son desiguales, es que Dios las ha creado así; pero entonces, ¿por qué esta superioridad innata concedida a algunos? Esta parcialidad, ¿está de conformidad con la justicia de Dios y con el amor que por igual da a todas sus criaturas?

Al contrario, admitamos una sucesión de existencias anteriores progresivas y todo se explica. Los hombres traen al nacer la intuición de lo que han adquirido; están más o menos adelantados según el número de existencias que han recorrido y según estén más o menos alejados del punto de partida: exactamente como sucede en una reunión de individuos de todas las edades, cada uno tendrá un desarrollo proporcional al número de años que haya vivido; las existencias sucesivas serán –para la vida del alma– lo que los años son para la vida del cuerpo. Reunid un día a mil individuos que tengan desde uno a ochenta años; suponed que se arroje un velo sobre todos los días anteriores y que, en vuestra ignorancia, los creáis a todos nacidos en el mismo día: naturalmente os preguntaréis cómo es que unos son grandes y otros pequeños, algunos viejos y otros jóvenes, unos instruidos y otros todavía ignorantes; pero si la nube que os oculta el pasado se disipa, si aprendéis que todos ellos han vivido más o menos tiempo, todo os será explicado. Dios, en su justicia, no podría haber creado almas más perfectas que otras; pero, con la pluralidad de las existencias, la desigualdad que vemos nada tiene de contrario con la equidad más rigurosa: es que sólo vemos el presente y no el pasado. ¿Se basa este razonamiento en un sistema, en una suposición gratuita? No; hemos partido de un hecho patente e indiscutible: la desigualdad de las aptitudes y del desarrollo intelectual y moral, y encontramos este hecho inexplicable por todas las teorías que están en curso, mientras que la explicación de esto es simple, natural y lógica, a través de otra teoría. ¿Es racional preferir la que no explica a la que explica?

Con respecto a la sexta pregunta, se dirá sin duda que el hotentote es de una raza inferior: entonces preguntaremos si el hotentote es un hombre o no. Si es un hombre, ¿por qué Dios lo ha desheredado –a él y a su raza– de los privilegios concedidos a la raza caucásica? Si no es un hombre, ¿por qué tratar de volverlo cristiano? La Doctrina Espírita tiene más amplitud que todo esto; para ella no existen varias especies de hombres, sino que hay hombres cuyos Espíritus se encuentran en mayor o en menor atraso, pero susceptibles de progresar: ¿no está esto más de acuerdo con la justicia de Dios?

Acabamos de ver el alma en su pasado y en su presente; si la consideramos en su futuro, encontraremos las mismas dificultades.

1. Si únicamente nuestra existencia actual debe decidir nuestro destino, ¿cuál será, en la vida futura, la posición respectiva del salvaje y del hombre civilizado? ¿Se encontrarán en un mismo nivel o estarán distanciados en lo que respecta a la felicidad eterna?

2. El hombre que ha trabajado toda su vida para mejorarse, ¿está en el mismo nivel que aquel que ha permanecido inferior, no por su falta, sino porque no ha tenido ni el tiempo ni la posibilidad para mejorarse?

3. El hombre que hace mal porque no ha podido esclarecerse, ¿es responsable de un estado de cosas que no dependían de él?

4. Se trabaja para esclarecer a los hombres, para moralizarlos, para civilizarlos; pero por cada uno que se esclarece hay millones que mueren diariamente antes que la luz los haya alcanzado; ¿cuál es el destino de éstos? ¿Son tratados como réprobos? En caso contrario, ¿qué han hecho para merecer estar en el mismo nivel que los otros?

5. ¿Cuál es el destino de los niños que mueren en corta edad antes de haber podido hacer el bien o el mal? Si están entre los elegidos, ¿por qué este favor sin haber hecho nada para merecerlo? ¿Por qué privilegio están exentos de las tribulaciones de la vida?

¿Existe una doctrina que pueda resolver estas cuestiones? Admitid las existencias consecutivas y todo se explica de conformidad con la justicia de Dios. Lo que no se ha podido hacer en una existencia se hará en otra; es así que nadie escapa a la ley del progreso, que cada uno será recompensado según su mérito real y que nadie está excluido de la felicidad suprema, a la cual puede aspirar, cualesquiera que sean los obstáculos que haya encontrado en su camino.

Estas preguntas podrían multiplicarse al infinito, porque son innumerables los problemas psicológicos y morales que sólo encuentran solución en la pluralidad de las existencias; nosotros nos hemos limitado a los más generales. Como quiera que sea, se dirá quizá que la doctrina de la reencarnación no es admitida por la Iglesia; que esto sería, entonces, el desmoronamiento de la religión. Nuestro objetivo no es tratar esa cuestión en este momento; nos basta con haber demostrado que aquel principio es eminentemente moral y racional. Más adelante mostraremos que la religión está menos distante de la reencarnación de lo que tal vez se piensa, y que con ella no sufriría más de lo que ha sufrido con el descubrimiento del movimiento de la Tierra y de los períodos geológicos que, a primera vista, han parecido dar un desmentido a los textos sagrados. La enseñanza de los Espíritus es eminentemente cristiana; se apoya en la inmortalidad del alma, en las penas y recompensas futuras, en el libre albedrío del hombre, en la moral del Cristo; por lo tanto, no es antirreligiosa.

Como lo dijimos, hemos razonado haciendo abstracción de toda enseñanza espírita que, para ciertas personas, no es una autoridad. Si nosotros –como tantos otros– hemos adoptado la opinión de la pluralidad de las existencias, no es solamente porque ella proviene de los Espíritus, sino porque nos ha parecido la más lógica y la única que resuelve las cuestiones hasta entonces insolubles. Si hubiese venido de un simple mortal la hubiéramos igualmente adoptado, y tampoco habríamos dudado en renunciar a nuestras propias ideas; desde el momento en que un error es demostrado, el amor propio tiene más a perder que a ganar al obstinarse en una idea falsa. Del mismo modo, nosotros la hubiésemos rechazado – aunque proviniera de los Espíritus– si nos hubiera parecido contraria a la razón, como hemos rechazado a tantas otras, porque sabemos por experiencia que no se debe aceptar a ciegas todo lo que viene de su parte, como tampoco lo que viene de parte de los hombres. Por lo tanto, nos queda por examinar la cuestión de la pluralidad de las existencias desde el punto de vista de la enseñanza de los Espíritus, de qué manera debemos entenderla y, en fin, responder a las objeciones más serias que se le puedan oponer; es lo que haremos en un próximo artículo

Problemas morales Sobre el Suicidio

Preguntas dirigidas a san Luis por intermedio del Sr. C..., médium psicofónico y vidente, en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, sesión del 12 de octubre de 1858.

1. ¿Por qué el hombre que tiene la firme intención de suicidarse se rebela ante la idea de ser muerto por otro, y se defendería contra los ataques en el mismo momento en que va a cumplir su propósito? – Resp. Porque el hombre tiene siempre miedo a la muerte; cuando se suicida está sobreexcitado, tiene la cabeza trastornada, y lleva a cabo ese acto sin coraje ni temor y –por así decirlo– sin tener conocimiento de lo que hace, mientras que si tuviese discernimiento no veríais tantos suicidios. El instinto del hombre lo lleva a defender su vida y, durante el tiempo que transcurre entre el instante en que su semejante se aproxima para matarlo y el momento en que el acto es cometido, hay siempre un movimiento de repulsión instintiva de la muerte que lo lleva a rechazar ese fantasma que no es pavoroso sino para el Espíritu culpable. El hombre que se suicida no experimenta ese sentimiento, porque está rodeado de Espíritus que lo instigan, que lo asisten en sus deseos y que le hacen perder completamente el recuerdo de que no es él mismo, o sea, el recuerdo de sus parientes, de aquellos que lo aman y de una otra existencia. En ese momento, el hombre es todo egoísmo.

2. Aquel que está hastiado de la vida, pero que no desea quitársela y quiere que su muerte sirva para algo, ¿es culpable de buscarla en un campo de batalla, defendiendo a su país? –Resp. Siempre. El hombre debe seguir el instinto que le es dado; cualquiera que sea el curso que siga, cualquiera que sea la vida que lleve, está siempre asistido por Espíritus que lo conducen y lo dirigen sin él saberlo; ahora bien, buscar ir en contra de sus consejos es un crimen, puesto que están ahí para dirigirnos y, cuando queremos obrar por nosotros mismos, esos buenos 303 Espíritus están allí para ayudarnos. Pero sin embargo, si el hombre – arrastrado por su propio Espíritu– quiere dejar esta vida, es abandonado, y reconoce su falta más tarde cuando se encuentra obligado a recomenzar otra existencia. Para elevarse, el hombre debe ser puesto a prueba; detener sus actos, poner obstáculos a su libre albedrío sería ir contra Dios y, en este caso, las pruebas se volverían inútiles, ya que los Espíritus no cometerían faltas. El Espíritu ha sido creado simple e ignorante; por lo tanto, para llegar a las esferas felices es necesario que progrese, que se eleve en ciencia y en sabiduría, y no es sino en la adversidad que el Espíritu adquiere la elevación del corazón y comprende mejor la grandeza de Dios.

3. Uno de los asistentes observó que cree ver una contradicción entre estas últimas palabras de san Luis y las precedentes, cuando él ha dicho que el hombre puede ser instigado al suicidio por ciertos Espíritus que a esto lo incitan. En este caso, cedería a un impulso que le sería extraño. –Resp. No hay contradicción. Cuando dije que el hombre instigado al suicidio estaba rodeado de Espíritus que a eso lo incitaban, no hacía referencia a los Espíritus buenos, que hacen todos los esfuerzos para desviarlo de esa idea; esto debería estar sobrentendido; todos nosotros sabemos que tenemos un ángel guardián o, si preferís, un guía familiar. Ahora bien, el hombre tiene su libre albedrío; si a pesar de los buenos consejos que le son dados persevera en esa idea que es un crimen, él la lleva a cabo y en esto es asistido por Espíritus ligeros e impuros que lo rodean, que están felices en ver que al hombre –o Espíritu encarnado– también le falta coraje para seguir los consejos de su buen guía y, a menudo, de los Espíritus de sus parientes muertos que lo rodean, sobre todo en semejantes circunstancias.



Conversaciones familiares del Más Allá

1. En el nombre de Dios Todopoderoso, pido al Espíritu Mehemet Alí que tenga a bien comunicarse con nosotros. –Resp. Sí; sé el porqué.

2. Nos habíais prometido volver para instruirnos; ¿tendríais la bondad de escucharnos y respondernos? –Resp. Yo no había prometido, ya que no me comprometí.

3. Está bien; en lugar de prometido, digamos que nos habéis hecho esperar. –Resp. O sea, para satisfacer vuestra curiosidad; ¡no importa! Estaré un poco a vuestra disposición.

4. Puesto que habéis vivido en el tiempo de los faraones, ¿podríais decirnos con qué objetivo han sido construidas las pirámides? – Resp. Son sepulcros; sepulcros y templos: allí tenían lugar las grandes manifestaciones.

5. ¿Tenían éstas también un objetivo científico? –Resp. No; el interés religioso lo absorbía todo.

6. En aquel tiempo era preciso que los egipcios fuesen muy avanzados en las artes mecánicas como para realizar trabajos que exigían fuerzas tan considerables. ¿Podríais darnos una idea de los medios que empleaban? –Resp. Masas de hombres han gemido bajo el peso de esas piedras que han atravesado los siglos: el hombre era la máquina.

7. ¿Qué clase de hombres se ocupaban de esos grandes trabajos? – Resp. Aquella clase que llamáis el pueblo.

8. ¿Estaba el pueblo en estado de esclavitud o recibía un salario? – Resp. La fuerza.

9. ¿De dónde le venía a los egipcios el gusto por las cosas colosales, en vez de por las cosas graciosas que distinguían a los griegos, pese a que tenían el mismo origen. –Resp. El egipcio estaba tocado por la grandeza de Dios; buscaba igualársele sobrepasando sus propias fuerzas. ¡Siempre el hombre!

10. Ya que en aquella época erais sacerdote, tened a bien decirnos algo sobre la religión de los antiguos egipcios. ¿Cuál era la creencia del pueblo con respecto a la Divinidad? –Resp. La creencia estaba corrupta, y el pueblo creía en sus sacerdotes; éstos, al mantenerlo doblegado, eran dioses para aquél.

11. ¿Qué pensaba el pueblo del estado del alma después de la muerte? –Resp. Creía en lo que le decían los sacerdotes.

12. ¿Tenían los sacerdotes ideas más sanas que el pueblo, desde el doble punto de vista de Dios y del alma? –Resp. Sí, tenían la luz en sus manos; mientras que la escondían de los otros, ellos la veían.

13. ¿Compartían los grandes del Estado las creencias del pueblo o la de los sacerdotes? –Resp. Estaban entre ambas.

14. ¿Cuál era el origen del culto rendido a los animales? –Resp. Querían desviar al hombre de Dios, rebajarlo en sí mismo, dándole por dioses a seres inferiores.

15. Hasta un cierto punto se concibe el culto a los animales útiles, ¡pero no se comprende el de animales inmundos y nocivos, tales como las serpientes, los cocodrilos, etc.! –Resp. El hombre adora a lo que teme. Era un yugo para el pueblo. ¿Podían los sacerdotes creer en dioses hechos con sus manos?

16. ¿Por qué extraña peculiaridad rendían culto al cocodrilo y a los reptiles, al mismo tiempo en que adoraban al icneumón y al ibis que los destruían? –Resp. Aberración del espíritu; en todas partes el hombre busca dioses para esconderse de lo que es.

17. ¿Por qué Osiris era representado con una cabeza de gavilán y Anubis con una cabeza de perro? –Resp. Al egipcio le gustaba personificar emblemas claros: Anubis era bueno; el gavilán que desgarra representaba al cruel Osiris.

18. ¿Cómo conciliar el respeto de los egipcios por los muertos, con el desprecio y el horror que tenían por aquellos que los amortajaban y momificaban? –Resp. El cadáver era un instrumento de manifestaciones: el Espíritu –según ellos– volvía al cuerpo que había animado. Al ser uno de los instrumentos del culto, el cadáver era consagrado, y el desprecio perseguía a aquel que se atrevía a violar la santidad de la muerte.

19. La conservación del cuerpo ¿daba lugar a manifestaciones más numerosas? –Resp. Más extensas; es decir, que el Espíritu volvía más tiempo, todo el tiempo en que el instrumento fuese dócil.

20. ¿No tenía también, la conservación del cuerpo, una causa de salubridad, en razón de las inundaciones del Nilo? –Resp. Sí, para los del pueblo.

21. La iniciación en los misterios, ¿se hacía en Egipto con prácticas tan rigurosas como en Grecia? –Resp. Más rigurosas.

22. ¿Con qué objetivo se imponía a los iniciados condiciones tan difíciles de cumplir? –Resp. Para sólo tener almas superiores: éstas sabían comprender y callar.

23. La enseñanza dada en los misterios, ¿tenía como único objetivo la revelación de cosas extrahumanas, o también se enseñaban los preceptos de la moral y del amor al prójimo? –Resp. Todo esto estaba muy corrupto. El objetivo de los sacerdotes era el de dominar: no el de instruir.

Muerto en El Cairo el 4 de junio de 1857. Evocado a pedido del Sr. Jobard. Éste dice que era un Espíritu muy elevado cuando encarnado; médico homeópata; un verdadero apóstol espírita; debe estar por lo menos en Júpiter.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.

2. ¿Tendríais la bondad de decirnos dónde estáis? –Resp. Estoy errante.

3. ¿Habéis muerto el 4 de junio de este año? –Resp. Del año pasado.

4. ¿Recordáis a vuestro amigo, el Sr. Jobard? –Resp. Sí, y a menudo estoy cerca de él.

5. Cuando yo le transmita esta respuesta le ha de agradar, porque siempre ha tenido por vos un gran afecto. –Resp. Lo sé; este Espíritu me es de los más simpáticos.

6. Cuando estabais encarnado, ¿qué pensabais que fuesen los gnomos? –Resp. Pensaba que eran seres que podían materializarse y tomar formas fantásticas.

7. ¿Aún lo creéis así? –Resp. Más que nunca: ahora tengo la certeza; pero gnomo es una palabra que parece tener demasiada relación con la magia; por eso prefiero decir ahora Espíritu que gnomo.

Nota – Cuando encarnado él creía en los Espíritus y en sus manifestaciones, únicamente que los designaba con el nombre de gnomos, mientras que ahora se sirve de la expresión más genérica de Espíritu.

8. ¿Todavía creéis que esos Espíritus, a los que en vida llamabais gnomos, puedan tomar formas materiales fantásticas? –Resp. Sí, pero sé que esto no se hace frecuentemente, porque hay personas que podrían volverse locas si viesen las apariencias que esos Espíritus pueden tomar.

9. ¿Qué apariencias pueden ellos tomar? –Resp. De animales, de diablos.

10. ¿Es una apariencia material tangible o puramente una apariencia como en los sueños o en las visiones? –Resp. Un poco más material que en los sueños; las apariciones que podrían asustar mucho no pueden ser tangibles; Dios no lo permite.

11. La aparición del Espíritu de Bergzabern, bajo la forma de hombre o de animal, ¿era de esta naturaleza? –Resp. Sí, de este género.

Nota – No sabemos si, cuando encarnado, él creía que los Espíritus podían tomar una forma tangible; pero es evidente que ahora quiere referirse a la forma vaporosa e impalpable de las apariciones.

12. ¿Creéis que iréis reencarnar en Júpiter? –Resp. Iré hacia un mundo que aún no se iguala a Júpiter.

13. ¿Es por vuestra propia opción que iréis a un mundo inferior a Júpiter, o es porque todavía no merecéis ir a este planeta? –Resp. Creo no merecerlo, prefiriendo cumplir una misión en un mundo menos adelantado. Sé que llegaré a la perfección, y es esto lo que me hace ser modesto.

Nota – Esta respuesta es una prueba de la superioridad de este Espíritu; está de acuerdo con lo que nos ha dicho el Padre Ambrosio: que hay más mérito en pedir una misión en un mundo inferior, que en querer avanzar demasiado rápido en un mundo superior.

14. El Sr. Jobard nos pide preguntaros si estáis satisfecho con el artículo necrológico que él ha escrito sobre vos. –Resp. Jobard me ha dado una nueva prueba de simpatía al escribir eso; se lo agradezco mucho, y deseo que la descripción –un poco exagerada– que hizo de mis virtudes y talentos pueda servir de ejemplo a aquellos que de entre vosotros siguen las huellas del progreso.

15. Ya que cuando encarnado erais homeópata, ¿qué pensáis ahora de la homeopatía? –Resp. La homeopatía es el comienzo del descubrimiento de los fluidos latentes. Muchos otros descubrimientos igualmente preciosos se harán y formarán un todo armonioso, que conducirá a vuestro globo a la perfección.

16. ¿Qué mérito atribuís a vuestro libro intitulado: Le Médecin du Peuple (El Médico del Pueblo)? –Resp. Es la piedra del obrero que he aportado a la obra.

Nota – La respuesta de este Espíritu sobre la homeopatía viene en apoyo a la idea de los fluidos latentes que ya nos ha sido dada por el Sr. Badet, Espíritu, con respecto a su imagen fotografiada. De esto ha de deducirse que hay fluidos cuyas propiedades nos son desconocidas o pasan desapercibidas porque su acción no es ostensible, pero no por eso menos real; la Humanidad se enriquece de nuevos conocimientos a medida que las circunstancias le hacen conocer sus propiedades.

Madame de Staël

En la sesión de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas del 28 de septiembre de 1858, el Espíritu Madame de Staël se comunicó espontáneamente y sin ser llamado, por la mano de la señorita E..., médium psicógrafa; dictó el siguiente pasaje:


Vivir es sufrir; sí, pero la esperanza ¿no sigue al sufrimiento? ¿No ha puesto Dios en el corazón de los más desgraciados una mayor dosis de esperanza? Criatura, el disgusto y la decepción siguen al nacimiento; pero delante marcha la Esperanza que le dice: Avanza, el objetivo es la felicidad: Dios es clemente.


Dicen los descreídos: ¿por qué venir a enseñarnos una nueva religión, cuando el Cristo ha establecido las bases de una caridad tan grandiosa, de una felicidad tan cierta? Nosotros no tenemos la intención de cambiar lo que el Gran Reformador ha enseñado. No: venimos apenas a fortalecer la conciencia, a aumentar las esperanzas. Cuanto más el mundo se civiliza, más debería tener confianza, y también nosotros tenemos más necesidad de sostenerlo. No queremos cambiar la faz del Universo: venimos a ayudar a volverlo mejor; y si en este siglo no se viene ayudar al hombre, será más desgraciado por la falta de confianza y de esperanza. Sí, hombre erudito que descubres lo que está en los otros, que buscas conocer lo que te importa poco y que arrojas lejos de ti lo que te concierne: abre los ojos y no desesperes; no digas que la nada puede ser posible, cuando en tu corazón deberías sentir lo contrario. Ven a sentarse a esta mesa y espera: en ella te 308 instruirás sobre tu futuro y serás feliz. Aquí hay pan para todo el mundo: Espíritu, os desarrollaréis; cuerpo, os alimentaréis; sufrimientos, os calmaréis; esperanzas, floreceréis y embelleceréis la verdad para hacerla soportable.

STAËL

Nota – El Espíritu hacía alusión a la mesa donde estaban los médiums.


Preguntadme, que responderé a vuestras cuestiones.

1. No estábamos aguardando vuestra visita; por eso es que no tenemos un tema preparado. –Resp. Sé muy bien qué preguntas particulares no pueden ser respondidas por mí; pero sí puedes preguntar cosas generales, ¡incluso a una mujer que ha tenido un poco de espíritu y que ahora tiene mucho corazón!


En ese momento, una señora que asistía a la sesión pareció desfallecer; pero era sólo una especie de éxtasis que, lejos de ser penoso, le era más bien agradable. Alguien se ofreció para magnetizarla: entonces el Espíritu Madame de Staël dijo espontáneamente: «–No, dejadla tranquila; es preciso dejar a la influencia actuar.» Después, dirigiéndose a la señora, le dijo: «Tened confianza, un corazón vela cerca vuestro; quiere hablaros; un día vendrá... No precipitemos las emociones».


El Espíritu que se comunicaba con esta señora, y que era el de su hermana, escribió entonces espontáneamente: «Volveré».


Dirigiéndose nuevamente a esa señora, Madame de Staël escribió: «Una palabra de consuelo para un corazón que sufre; ¿por qué esas lágrimas de mujer para una hermana? ¿Por qué ese regreso al pasado, cuando todos vuestros pensamientos solamente deberían ir hacia el futuro? Vuestro corazón sufre, vuestra alma tiene necesidad de dilatarse. ¡Pues bien! ¡Que esas lágrimas sean un alivio y no un producto de lamentos! ¡Aquella que os ama y que lloráis está contenta con vuestra felicidad! Esperad, que un día os reuniréis a ella. Vos no la veis, pero para ella no hay separación, porque constantemente puede estar cerca vuestro».

2. ¿Quisierais decirnos lo que pensáis actualmente de vuestros escritos? –Resp. Una sola palabra os esclarecerá. Si yo volviese y pudiese recomenzar, cambiaría dos tercios de los mismos y solamente conservaría uno.

3. ¿Podríais señalar las cosas que desaprobáis? –Resp. No con mucha exigencia, porque lo que no fuere justo, otros escritores cambiarán: fui demasiado hombre para una mujer.

4. ¿Cuál era la causa primera del carácter viril que mostrabais cuando encarnada? –Resp. Eso depende de la fase de existencia en que se está. En la siguiente sesión del 12 de octubre se le dirigió las siguientes preguntas por intermedio del Sr. D..., médium psicógrafo.

5. El otro día habéis venido espontáneamente entre nosotros por intermedio de la señorita E... ¿Tendríais la bondad de decirnos cuál ha sido el motivo que os llevó a favorecernos con vuestra presencia sin que os hayamos llamado? –Resp. La simpatía que tengo por todos vosotros; es, al mismo tiempo, el cumplimiento de un deber que me he impuesto en mi existencia actual, o más bien en mi existencia pasajera, puesto que soy llamada a revivir: éste es, además, el destino de todos los Espíritus.

6. ¿Es más agradable para vos venir espontáneamente o ser evocada? –Resp. Prefiero ser evocada, porque es una prueba de que han pensado en mí; pero sabéis también que es agradable para el Espíritu liberado poder conversar con el Espíritu del hombre: es por eso que no debéis sorprenderos por haberme visto venir de pronto entre vosotros.

7. ¿Hay ventaja en evocar a los Espíritus en vez de esperar que vengan por sí mismos? –Resp. Al evocarlos se tiene un objetivo; dejándolos que vengan, se corre el gran riesgo de tener comunicaciones imperfectas bajo muchos aspectos, porque tanto vienen los malos como los buenos.

8. ¿Ya os habéis comunicado en otros Círculos? –Resp. Sí; pero me han hecho aparecer más frecuentemente de lo que yo hubiera querido; es decir que, a menudo, han tomado mi nombre.

9. ¿Tendríais la bondad de venir algunas veces entre nosotros a dictarnos algunos de vuestros bellos pensamientos, que estaremos felices en reproducir para la instrucción general? –Resp. De buen grado; con placer vengo entre aquellos que trabajan seriamente para instruirse: mi llegada del otro día es una prueba de esto.

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«Al no poder todos ser convencidos por el mismo género de manifestaciones espirituales, se han desarrollado médiums de diferentes variedades. En Estados Unidos los hay que hacen retratos de personas desde hace mucho tiempo muertas y que ellos jamás han conocido; y como el parecido es enseguida constatado, las personas juiciosas que han atestiguado estos hechos no dejan de convertirse. El más notable de esos médiums es quizá el Sr. Rogers, que ya hemos citado (vol. I del Spiritualiste, pág. 239), y que por entonces vivía en Colombus, donde ejercía su profesión de sastre; debemos agregar que él no tenía otra educación que la de su situación profesional.

«A propósito de la teoría espiritualista, hombres instruidos han dicho y repetido: "Recurrir a los Espíritus es sólo una hipótesis; un examen atento prueba que no es la más racional, ni la más verosímil". A éstos, sobre todo, ofrecemos a continuación la traducción que abreviamos de un artículo escrito el 27 de julio último por el Sr. Lafayette R. Gridley, de Attica (Indiana), a los editores del Spiritual Age (Era Espiritual), que lo han presentado por entero en su publicación del 14 de agosto.

«En el mes de mayo pasado, el Sr. E. Rogers, de Cardington (Ohio), que –como sabéis– es médium pintor y hace retratos de personas que no están más en este mundo, vino a pasar algunos días en mi casa. Durante su corta permanencia entró en trance, en el cual se manifestó un artista invisible que dijo llamarse Benjamín West y que pintó algunos bellos retratos de tamaño natural, así como otros menos satisfactorios.

«He aquí algunas particularidades relativas a dos de esos retratos. Han sido pintados por el mencionado E. Rogers en una habitación oscura, en mi casa, en el corto intervalo de una hora y treinta minutos, de los cuales alrededor de media hora transcurrió sin que el médium fuese influenciado, y que aproveché para examinar su trabajo, que todavía no estaba concluido. Rogers entró nuevamente en trance y terminó esos retratos. Entonces, y sin ninguna indicación en cuanto a los sujetos así representados, uno de los retratos fue enseguida reconocido como el de mi abuelo Elisha Gridley; mi esposa, mi hermana, la señora Chaney, y luego mi padre y mi madre, todos fueron unánimes en encontrar un gran parecido: es un facsímile de mi abuelo anciano, con todas las particularidades de su cabellera, de su cuello de camisa, etc. En cuanto al otro retrato, ninguno de nosotros lo reconoció; por eso lo colgué en mi negocio, a la vista de los transeúntes, y allí quedó una semana sin que nadie lo haya reconocido. Esperábamos que alguien nos dijera que él era un antiguo habitante de Attica. Y cuando perdía la esperanza de saber a quién había querido pintar, una noche, habiendo formado un Círculo espiritualista en mi casa, se manifestó un Espíritu y me dio la siguiente comunicación:

"Mi nombre es Horace Gridley. Hace más de cinco años que he dejado mis restos mortales. Viví varios años en Natchez (Mississippi), donde ocupé el puesto de sheriff. Mi único hijo vive allí. Soy primo de vuestro padre. Podéis obtener otras informaciones sobre mí dirigiéndoos a vuestro tío, el Sr. Gridley, de Brownsville (Tennessee). El retrato que tenéis en vuestro negocio es el mío, en la época en que yo vivía en la Tierra, poco tiempo antes de pasar a esta otra existencia más elevada, más feliz y mejor; él se me parece, al menos tanto como pude retomar mi fisonomía de entonces, porque esto es indispensable cuando nos pintan; al recordarnos de la misma, lo hacemos lo mejor que podemos y según lo permitan las condiciones del momento. El retrato en cuestión no está terminado como yo lo hubiera deseado; hay algunas ligeras imperfecciones que el Sr. West dijo que provenían de las condiciones en las que se encontraba el médium. Sin embargo, enviad este retrato a Natchez para examinarlo; creo que lo reconocerán".

«Los hechos mencionados en esta comunicación eran perfectamente ignorados por mí, así como de todos los habitantes de nuestra localidad. Sin embargo, una vez –hace varios años– yo había escuchado decir que mi padre había tenido un pariente en algún lugar de esa parte del valle del Mississippi; pero ninguno de nosotros sabía el nombre de ese pariente, ni el lugar donde había vivido, ni incluso si él estaba muerto; solamente después de varios días es que supe a través de mi padre (que vivía en Delphi, a cuarenta millas de aquí) cuál había sido el lugar de residencia de su primo, del que no había escuchado hablar desde hacía casi sesenta años. De ningún modo habíamos pensado en pedir retratos de familia; sencillamente yo había puesto delante del médium una nota escrita que contenía los nombres de una veintena de antiguos habitantes de Attica que habían partido de este mundo, y decidimos obtener el retrato de alguno de ellos. Por lo tanto, pienso que todas las personas razonables han de admitir que ni el retrato, ni la comunicación de Horace Gridley han podido resultar de una transmisión de pensamiento de nosotros hacia el médium; además, es cierto que el Sr. Rogers nunca ha conocido a ninguno de los dos hombres de los cuales ha hecho los retratos, y muy probablemente jamás había escuchado hablar de ellos, porque él es inglés de nacimiento; vino a América hace diez años y nunca ha ido más al sur que Cincinnati, mientras que Horace Gridley –por lo que sé– jamás ha venido más al norte que Memphis (Tennessee), en los últimos treinta o treinta y cinco años de su vida terrestre. Ignoro si alguna vez ha visitado Inglaterra; pero esto no habría podido ser sino antes del nacimiento de Rogers, porque éste no tiene más que veintiocho a treinta años. En cuanto a mi abuelo, muerto hace aproximadamente diecinueve años, nunca salió de los Estados Unidos, y de ninguna manera su retrato pudo haber sido hecho.

«Desde que recibí la comunicación que he transcrito anteriormente, escribí al Sr. Gridley, de Brownsville, y su respuesta vino a corroborar lo que nos había enseñado la comunicación del Espíritu; además, encontré el nombre del único hijo de Horace Gridley que es la Sra. L. M. Patterson, aún residente en Natchez, donde su padre vivió por mucho tiempo, y que murió –según piensa mi tío– hace alrededor de seis años, en Houston (Texas).

«Entonces le escribí a la Sra. Patterson –mi prima recientemente descubierta– y le envié una copia daguerrotipada del retrato que nos decían ser el de su padre. En la carta a mi tío de Brownsville yo no había dicho nada del objeto principal de mis averiguaciones, y tampoco dije nada a la Sra. Patterson: ni por qué yo le enviaba ese retrato, ni cómo lo había obtenido, ni quién era la persona allí pintada; simplemente le preguntaba a mi prima si en él reconocía a alguien. Ella respondió que no podía ciertamente decirme de quién era ese retrato, pero me aseguraba que se parecía a su padre en la época de su muerte. Enseguida le escribí que nosotros también lo habíamos tomado como si fuese el retrato de su padre, pero sin decirle cómo lo habíamos obtenido. En esencia, la respuesta de mi prima decía que en la copia daguerrotipada que le había enviado, todos habían reconocido a su padre antes de que yo le hubiera dicho que era él que estaba pintado. Mi prima se quedó muy sorprendida de que yo tuviera un retrato de su padre, cuando ella misma nunca había tenido alguno, y de que su padre jamás le hubiese dicho que él había mandado hacer su retrato por quienquiera que fuese. Ella nunca hubiera creído que existiese alguno. Se mostró muy satisfecha con lo que le envié, sobre todo por causa de sus hijos, que tienen mucha veneración por la memoria de su padre.

«Entonces le envié el retrato original, autorizándola a guardarlo si así lo deseaba; pero aún no le dije cómo lo había obtenido. Los principales pasajes de la respuesta que me escribió son los siguientes:

"He recibido vuestra carta, así como el retrato de mi padre que me permitís guardar; él está bastante parecido, tiene mucha similitud; y como nunca he tenido un retrato de él, lo guardo, ya que lo consentís; lo acepto con mucho reconocimiento, aunque me parezca que mi padre era más bonito, cuando se encontraba con buena salud".

«Antes de la recepción de las dos últimas cartas de la señora Patterson, las circunstancias quisieron que el Sr. Hedges –que actualmente reside en Delphi, pero en otro tiempo morador de Natchez– y que el Sr. Ewing, llegado recientemente de Vicksburg (Mississippi), viesen el retrato en cuestión y lo reconocieran como siendo el de Horace Gridley, con quien ambos habían tenido relación.

«Pienso que estos hechos tienen mucha significación como para dejarlos pasar en silencio, y he creído un deber comunicároslos para ser publicados. Os aseguro que al escribir este artículo he tomado mucho cuidado para que todo esté correcto en el mismo.»

Nota – Ya conocemos a los médiums dibujantes; además de los notables dibujos, de los cuales hemos dado una muestra, pero que nos describen cosas cuya exactitud no podemos verificar, hemos visto ejecutar ante nuestros ojos –a través de médiums completamente ajenos a este arte– bocetos muy reconocibles de personas muertas a las que ellos nunca habían conocido; pero de ahí a un retrato pintado dentro de las reglas, hay una gran distancia. Esta facultad se relaciona con un fenómeno muy curioso del cual somos testigo en este momento, y del que hablaremos próximamente.

Muchas personas que hoy aceptan perfectamente el magnetismo, durante mucho tiempo cuestionaron la lucidez sonambúlica; en efecto, es que esta facultad ha venido a cambiar el rumbo de todas las nociones que teníamos sobre la percepción de las cosas del mundo exterior y, entretanto, desde hace bastante tiempo se tenía el ejemplo de los sonámbulos naturales, que gozan de facultades análogas y que –por raro contraste– nunca se buscó profundizar. Hoy la clarividencia sonambúlica es un hecho adquirido y, si todavía es cuestionada por algunas personas, es porque las nuevas ideas demoran en echar raíces, sobre todo cuando es preciso renunciar a las que se sostuvo durante tanto tiempo; es así también que muchas personas han creído –como aún lo hacen con las manifestaciones espíritas– que el sonambulismo podía ser experimentado como una máquina, sin tener en cuenta las condiciones especiales del fenómeno; es por eso que, al no haber obtenido a su capricho y oportunamente resultados siempre satisfactorios, han concluido por la negativa. Fenómenos tan delicados exigen una observación lenta, asidua y perseverante, a fin de captar los matices frecuentemente fugitivos. Es igualmente a consecuencia de una observación incompleta de los hechos que ciertas personas, aunque admitan la clarividencia de los sonámbulos, cuestionan su independencia; según ellos, su visión no se extiende más allá del pensamiento de aquel que los interroga; incluso algunos pretenden afirmar que no hay visión, sino simplemente intuición y transmisión de pensamiento, y citan ejemplos en su apoyo. Nadie duda que el sonámbulo, al ver el pensamiento, pueda a veces traducirlo y ser eco del mismo; nosotros también no cuestionamos que, en ciertos casos, pueda ser influenciado: habiendo sólo eso en el fenómeno, ¿ya no sería un hecho muy curioso y muy digno de observación? Por lo tanto, la cuestión no está en saber si el sonámbulo es o puede ser influenciado por un pensamiento ajeno; esto no está en duda, pero sí en saber si es siempre influenciado: éste es un resultado de la experiencia. Si el sonámbulo nunca dice otra cosa que lo que sabéis, es indiscutible que traduce vuestro pensamiento; pero si en ciertos casos dice lo que no sabéis, si contradice vuestra opinión, vuestra manera de ver, es evidente que él es independiente y que no sigue su propio impulso. Un solo hecho de este género bien caracterizado sería suficiente para probar que la sujeción del sonámbulo al pensamiento de otro no es una cosa absoluta; ahora bien, existen millares de ellos; entre los que son de nuestro conocimiento personal, citaremos los dos siguientes:

El Sr. Marillon, residente en Bercy, rue de Charenton (calle Charenton) N° 43, había desaparecido el 13 de enero último. Todas las investigaciones para descubrir su rastro habían sido infructuosas; ninguna de las personas a las que él acostumbraba visitar lo había visto; ningún asunto podía motivar una ausencia tan prolongada; por otro lado, su carácter, su posición y su estado mental descartaban toda idea de suicidio. Quedaba por pensar que él hubiese sido víctima de un crimen o de un accidente; pero, en esta última hipótesis, habría podido ser fácilmente reconocido y conducido a su domicilio o, al menos, llevado a la morgue. Por lo tanto, todas las probabilidades se inclinaban hacia el crimen; fue en este pensamiento en el que se detuvieron, con mayor razón porque se creía que había salido para efectuar un pago; pero ¿dónde y cómo había sido cometido el crimen? Es lo que se ignoraba. Entonces su hija recurrió a una sonámbula, la Sra. Roger, que en muchas otras circunstancias parecidas había dado pruebas de una notable lucidez, que nosotros mismos hemos podido constatar. La Sra. Roger siguió al Sr. Marillon desde que salió de su casa, a las 3 horas de la tarde, hasta cerca de las 7 de la tarde, en el momento en que se disponía a regresar; ella lo vio descender por las orillas del Sena por un motivo acuciante; allí –dijo ella– tuvo un ataque de apoplejía, lo vio caer sobre una piedra, hacerse un corte en la frente y después deslizarse en el agua; por lo tanto, no ha sido un suicidio ni un crimen; vio también su dinero y una llave en el bolsillo de su gabán. Ella indicó el lugar del accidente; pero – agrega– no es allí donde está ahora, ya que ha sido fácilmente arrastrado por la corriente; se lo ha de encontrar en tal lugar. En efecto, fue esto lo que tuvo lugar; tenía la herida indicada en la frente; la llave y el dinero estaban en su bolsillo y la posición de sus vestimentas demostraba suficientemente que la sonámbula no se había equivocado sobre el motivo que lo había conducido a orillas del río. Delante de todos estos detalles, nos preguntamos dónde se puede ver la transmisión de cualquier pensamiento. He aquí otro hecho donde la independencia sonambúlica no es menos evidente.

El Sr. y la Sra. Belhomme, labradores en Rueil, rue Saint-Denis (calle San Denis) N° 19, tenían de reserva una suma de alrededor de 800 a 900 francos. Para más seguridad la Sra. Belhomme la guardó en un armario, del cual una parte estaba destinada a la ropa vieja y la otra a la ropa nueva: fue entre esta última que el dinero fue guardado; en ese momento alguien entró y la Sra. Belhomme se apresuró en cerrar el armario. Pasado algún tiempo y teniendo necesidad de dinero, ella estaba convencida de haberlo puesto entre la ropa vieja, porque ésa había sido su intención, en la idea de que lo viejo tentaría menos a los ladrones; pero, en su precipitación, a la llegada del visitante, lo había guardado en el otro compartimiento. Estaba tan convencida de haberlo puesto entre la ropa vieja que incluso ni le vino la idea de buscarlo en otra parte; al encontrar el lugar vacío, y recordándose de la visita, creyó haber sido notada y robada, y –persuadida de esta manera– sus sospechas recayeron naturalmente sobre el visitante.

Sucede que la Sra. Belhomme conocía a la Srta. Marillon, de la cual hemos hablado más arriba, y le contó su desventura. Ésta, habiéndole relatado el medio por el cual su padre había sido encontrado, le recomendó dirigirse a la misma sonámbula, antes de dar cualquier paso. El Sr. y la Sra. Belhomme se dirigieron, pues, a la casa de la Sra. Roger, bien convencidos de haber sido robados y en la esperanza de que les fuese indicado el ladrón que, en su opinión, no podía ser otro que el visitante. Por lo tanto, tal era su pensamiento exclusivo; ahora bien, la sonámbula, después de una minuciosa descripción del lugar, les dijo: «No habéis sido robados; vuestro dinero está intacto en vuestro armario: sólo que habéis creído guardarlo entre la ropa vieja, mientras que lo habéis hecho entre la ropa nueva; volved a vuestra casa y lo encontraréis allí». En efecto, fue lo que sucedió.

Al relatar estos dos hechos –y podríamos citar muchos otros también tan concluyentes– nuestra finalidad ha sido probar que la clarividencia sonambúlica no siempre es el reflejo de un pensamiento ajeno; que el sonámbulo puede así tener una lucidez propia, completamente independiente. De esto resaltan consecuencias de una alta gravedad desde el punto de vista psicológico; aquí encontramos la clave de más de un problema que examinaremos ulteriormente al tratar de las relaciones que existen entre el sonambulismo y el Espiritismo, relaciones que arrojan una luz completamente nueva sobre la cuestión.

Una noche olvidada o la hechicera Manuza Las mil y dos noches de los cuentos árabes
Dictada por el Espíritu Frédéric Soulié

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PREFACIO DEL EDITOR


En el transcurso del año 1856, las experiencias de manifestaciones espíritas que se hacían en la casa del Sr. B..., calle Lamartine, atraían a una asistencia numerosa y selecta. Los Espíritus que se comunicaban en ese Círculo eran más o menos serios; algunos han dicho allí cosas de una admirable sabiduría, de una notable profundidad, las cuales se puede juzgar por El Libro de los Espíritus que ahí fue comenzado y hecho en su mayor parte. Otros eran menos graves; su humor jovial se prestaba con gusto a las bromas, pero a bromas de buen tono, que nunca se apartaban de la compostura. De este número era Frédéric Soulié, que ha venido por sí mismo y sin ser invitado, pero cuyas visitas inesperadas eran siempre un pasatiempo agradable para los asistentes. Su conversación era espirituosa, fina, mordaz, adecuada y jamás ha desmentido al autor de Les Mémoires du diable; además, él nunca se vanaglorió, y cuando se le dirigían algunas preguntas un poco difíciles de filosofía, reconocía francamente su insuficiencia para resolverlas, diciendo que él era aún muy ligado a la materia, y que prefería lo alegre a lo serio.

La médium que le servía de intérprete era la Srta. Caroline B... – una de las hijas del dueño de casa–, médium del género exclusivamente pasivo, que no tenía la menor conciencia de lo que escribía, pudiendo reír y conversar a diestro y siniestro, lo que hacía de buen grado, en cuanto su mano se deslizaba sobre la hoja. El medio mecánico empleado durante mucho tiempo ha sido la cestitatrompo, descripta en nuestro El Libro de los Médiums. Más tarde la médium se ha servido de la psicografía directa.

Sin duda se preguntará qué pruebas teníamos que el Espíritu que se comunicaba era el de Frédéric Soulié y no cualquier otro. No es ésta la ocasión de tratar la cuestión de la identidad de los Espíritus; sólo diremos que la identidad de Soulié se reveló por mil detalles que no pueden escapar a una atenta observación; a menudo una palabra, un chiste, un hecho personal relatado, venían a confirmarnos que era realmente él; varias veces escribió su firma que ha sido cotejada con sus originales. Un día le pidieron que diese su retrato, y la médium –que no sabe dibujar y que nunca lo ha visto– trazó un boceto de un parecido sorprendente.

Nadie de la reunión se había relacionado con él en vida; ¿por qué, entonces, había venido sin ser llamado? Fue porque se había vinculado a uno de los asistentes, sin jamás haber querido decir el motivo; solamente venía cuando esta persona estaba presente; entraba con ella y salía con ella; de manera que cuando ésta no estaba, él no venía, y es de notar que cuando él estaba, era muy difícil –por no decir imposible– tener comunicaciones con otros Espíritus; el Espíritu familiar de la casa le cedía el lugar, diciendo que, por delicadeza, debía hacer los honores de la casa.

Un día anunció que nos daría una novela de su autoría y, en efecto, algún tiempo después comenzó un relato cuyo inicio era muy prometedor; el asunto era druídico y la escena transcurría en la Armórica, en el tiempo de la dominación romana; infelizmente, parece que se asustó con la tarea que había emprendido, porque –es preciso decirlo– su fuerte no eran los trabajos asiduos, y él confesaba que se complacía voluntariamente en la pereza. Después de algunas páginas dictadas, dejó dicha novela, pero anunció que nos escribiría otra que le diera menos trabajo: fue entonces que nos escribió el cuento cuya publicación comenzamos. Más de treinta personas han asistido a esta producción y pueden atestiguar su origen. De ninguna manera lo damos como una obra de alto alcance filosófico, sino como una curiosa muestra de un trabajo de gran extensión obtenido de los Espíritus. Ha de notarse en él cómo todo es ordenado, cómo todo se encadena con un arte admirable. Lo que existe de más extraordinario es que ese relato ha sido retomado en cinco o en seis ocasiones diferentes, y frecuentemente después de interrupciones de dos o tres semanas; ahora bien, a cada reanudación, el relato continuaba como si todo hubiera sido escrito de un solo trazo, sin tachaduras, sin reiteraciones y sin que hubiese necesidad de recordar lo que había precedido. Nosotros lo damos como ha salido del lápiz de la médium, sin cambiar absolutamente nada, ni el estilo, ni las ideas, ni el encadenamiento de los hechos. Algunas repeticiones de palabras y algunos pequeños errores de ortografía han sido notados, por lo que Soulié nos encargó personalmente de corregirlos, diciendo que nos asistiría en esto; cuando estaba todo terminado quiso rever el conjunto, al cual no hizo más que algunas rectificaciones sin importancia, dándonos autorización para publicarlo como lo deseáramos, renunciando de buen grado –dijo él– a sus derechos de autor. Sin embargo, consideramos mejor no insertarlo en nuestra Revista sin el consentimiento formal de su amigo póstumo, a quien pertenece el derecho, puesto que por su presencia y por su solicitación hemos recibido esta producción del Más Allá. El título ha sido dado por el propio Espíritu Frédéric Soulié.

A. K.

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Una noche olvidada


I

Había en Bagdad una mujer del tiempo de Aladino; es su historia la que voy a contar:

En uno de los suburbios de Bagdad vivía, no lejos del palacio de la sultana Sheherazade, una anciana llamada Manuza. Esta anciana era motivo de horror para toda la ciudad, porque era una hechicera de las más aterradoras. En su casa, a la noche, sucedían cosas tan espantosas que, enseguida que el sol se ponía, nadie se arriesgaba a pasar delante de su puerta, a menos que fuese algún amante en búsqueda de un brebaje mágico para su amada rebelde, o alguna mujer abandonada en busca de un bálsamo para poner sobre la herida que su amante le había hecho al dejarla.

Entonces, un día en que el sultán estaba más triste que de costumbre y en que la ciudad estaba en una gran desolación, porque él quería mandar matar a la sultana favorita, ya que por su ejemplo todos los maridos eran infieles, un joven salió de una magnífica residencia situada al lado del palacio de la sultana. Ese joven vestía una túnica y un turbante de colores oscuros; pero más allá de esa simple vestimenta tenía un aire de gran distinción. Buscaba esconderse a lo largo de las casas como un ladrón o un amante que temiese ser sorprendido. Dirigía sus pasos hacia la casa de Manuza, la hechicera. Una viva ansiedad se notaba en sus facciones, que reflejaban la preocupación que lo agitaba. Cruzó las calles y las plazas con rapidez, aunque con una gran precaución.

Al llegar cerca de la puerta dudó por algunos minutos y después se decidió a llamar. Durante un cuarto de hora tuvo angustias mortales, porque escuchaba ruidos que ningún oído humano había escuchado: una jauría de perros ladraba con ferocidad, se oían gritos quejumbrosos, cantos de hombres y de mujeres como en el final de una orgía y, como para iluminar todo ese tumulto, luces corrían de arriba abajo de la casa como fuegos fatuos de todos los colores; después, como por encanto, todo cesó: las luces se extinguieron y la puerta se abrió.


II

El visitante se quedó un instante confundido, sin saber si debía entrar en el pasillo sombrío que se presentaba ante sus ojos. En fin, armándose de coraje, penetró con audacia. Después de andar a tientas unos treinta pasos, se encontró frente a una puerta que daba a una sala, solamente iluminada por una lámpara de cobre de tres brazos, suspendida del centro del techo.

La casa que, a juzgar por el ruido que se escuchaba de la calle, parecía estar muy habitada, tenía ahora un aire desierto; esta sala que era inmensa, y que por su construcción debía ser la base del edificio, estaba vacía, exceptuando a los animales embalsamados –de todas las especies– con los cuales estaba adornada.

En el medio de esta sala había una pequeña mesa cubierta por libros de magia y, delante de la mesa, en un sillón grande, estaba sentada una pequeña anciana de apenas dos codos de altura y de tal manera envuelta entre chales y turbantes, que era imposible ver sus facciones. Al acercarse el extraño, ella levantó la cabeza, y a sus ojos mostró el más terrible rostro que se pueda imaginar.

«–Hete aquí, señor Nureddin, dijo ella fijando sus ojos de hiena sobre los del joven que acababa de entrar; ¡aproxímate! Hace varios días que mi cocodrilo de ojos de rubí me anunció tu visita. Dime si es de un brebaje mágico que precisas; dime si es de una fortuna. Pero, ¡qué digo! ¿Una fortuna? ¿La tuya no causa envidia a la del propio sultán? ¿No eres el más rico, así como el más bello? Probablemente es un brebaje mágico que vienes a buscar. ¿Cuál es, pues, la mujer que se atreve a serte cruel? En fin, nada debo decir, nada sé; estoy lista para escuchar tus penas y para darte los remedios necesarios, si es que mi ciencia tiene el poder de serte útil. Pero, entonces, ¿qué haces mirándome así y sin acercarte? ¿Tienes miedo? ¿Tal vez te causo pavor? Ahora me ves así, pero en otros tiempos fui bella, la más bella de todas las mujeres que existen en Bagdad; fueron los disgustos que me volvieron tan fea. Pero, ¿en qué te interesan mis sufrimientos? Aproxímate: te escucho; no puedo darte más que diez minutos; por lo tanto, apresúrate».

Nureddin no estaba tranquilo; sin embargo, no queriendo mostrar a los ojos de una anciana la perturbación que lo agitaba, se aproximó y le dijo: –Mujer, he venido por una cuestión grave; de tu respuesta depende el destino de mi vida; tú vas a decidir mi felicidad o mi muerte. He aquí de lo que se trata:

«El sultán quiere mandar matar a Nazara; yo la amo. Voy a contarte de dónde viene este amor, y vengo a pedirte que me des un remedio, no para mi dolor, sino para su infeliz posición, porque no quiero que ella muera. Sabes que mi palacio es vecino del palacio del sultán; nuestros jardines son contiguos. Hace aproximadamente seis lunas que una noche, al pasear por esos jardines, escuché una encantadora música acompañando a la más deliciosa voz de mujer que jamás hube escuchado. Al querer saber de dónde provenía, me aproximé a los jardines vecinos y reconocí que era el verdoso emparrado habitado por la sultana favorita. Permanecí varios días absorto por aquellos sonidos melodiosos; día y noche pensaba en la bella desconocida cuya voz me había seducido; es necesario decirte que, en mi pensamiento, ella no podía ser sino bella. Cada noche yo paseaba por las mismas alamedas donde había escuchado aquella deslumbrante armonía; durante cinco días todo fue en vano; en fin, al sexto día la música se hizo escuchar nuevamente; entonces, no pudiendo más contenerme, me acerqué al muro y percibí que era preciso poco esfuerzo para escalarlo.

«Después de algunos momentos de duda, tomé la gran decisión: pasé de mi jardín hacia el del vecino; allí vi, no a una mujer, sino a una hurí, a la hurí favorita de Mahoma, en fin, ¡una maravilla! Al verme, ella se asustó un poco, pero arrojándome a sus pies le imploré para que no tuviese miedo y para que me escuchara; le dije que su canto me había atraído y le aseguré que encontraría en mis acciones el más profundo respeto; ella tuvo la bondad de escucharme.

«Pasamos la primera noche hablando de música. También canté y me ofrecí para acompañarla; ella consintió, y marcamos un encuentro para el día siguiente a la misma hora. En aquella hora estaba más tranquila; el sultán estaba con su consejo, y la vigilancia era menor. Las dos o tres primeras noches las dedicamos completamente a la música; pero la música es la voz de los amantes, y desde el cuarto día ya no éramos más extraños el uno al otro: nos amábamos. ¡Ella es tan bella! ¡Qué bella es su alma también! Varias veces planeamos huir. ¡Ay! ¿Por qué no lo habremos hecho? Yo sería menos desgraciado, y ella no estaría tan cerca de sucumbir. Esa bella flor no estaría a punto de ser cortada por la guadaña que la va arrebatar de la luz.

(Continúa en el próximo número)

La Gazette de Cologne (Gaceta de Colonia) ha publicado la siguiente historia que le ha sido comunicada por su corresponsal de Coblenza y que es actualmente el tema de todas las conversaciones. El hecho es relatado por La Patrie (La Patria) del 10 de octubre de 1858.

«Se sabe que al pie del fuerte del emperador Francisco, cerca del camino de Colonia, se encuentra el monumento al general francés Marceau, que cayó en Altenkirchen y fue enterrado en Coblenza, en el monte Saint-Pierre, donde ahora se encuentra la parte principal del fuerte. El monumento al general –que es una pirámide truncada– fue más tarde retirado cuando comenzaron las fortificaciones de Coblenza. Sin embargo, bajo la orden expresa del fallecido rey Federico III, fue reconstruido en el lugar donde se encuentra actualmente.

«El Sr. Stramberg, que en su Reinischen antiquarius (Anticuarios del Rin) da una biografía muy detallada de Marceau, narra que personas afirman haber visto al general, de noche, en varias ocasiones, montado en un caballo y llevando su capa blanca de los cazadores franceses. Desde hace algún tiempo se decía en Coblenza que Marceau salía de su tumba y que numerosas personas aseguraban haberlo visto. Hace algunos días un soldado, que estaba de guardia en el Petersberg (monte Saint-Pierre), vio llegar hacia él un jinete blanco, montado en un caballo blanco. Y gritó: ¿quién vive? Al no haber recibido respuesta a tres interpelaciones, él tiró y cayó desvanecido. Una patrulla acudió al disparo y encontró al centinela sin conocimiento. Entretanto, llevado al hospital –donde permaneció gravemente enfermo–, pudo hacer el relato de lo que había visto. Otra versión dice que murió a consecuencia del episodio. He aquí la anécdota tal cual puede ser corroborada por toda la ciudad de Coblenza.»

ALLAN KARDEC