Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

Usted esta en: Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858 > Julio


Julio

Disertación moral dictada por el Espíritu san Luis al Sr. D...

Para una de las sesiones de la Sociedad, san Luis nos había prometido una disertación sobre la envidia. El Sr. D..., que comenzaba a desarrollar la mediumnidad y que aún dudaba un poco, no de la Doctrina de la cual es uno de los más fervorosos adeptos – comprendiéndola en su esencia, es decir, desde el punto de vista moral–, sino de la facultad que se revelaba en él, evocó a san Luis en su nombre particular y le dirigió la siguiente pregunta:

–¿Quisierais disipar mis dudas, mis inquietudes, sobre mi fuerza medianímica, al escribir por mi intermedio la disertación que habéis prometido a la Sociedad para el martes 1º de junio?

–Resp. Sí; para tranquilizarte, lo consiento.

Ha sido entonces que el siguiente trozo le fue dictado. Haremos notar que el Sr. D... se dirigía a san Luis con un corazón puro y sincero, sin segundas intenciones, condición indispensable para toda buena comunicación. No era una prueba que hacía: él no dudaba sino de sí mismo, y Dios ha permitido que fuese atendido para darle los medios de volverse útil. El Sr. D... es hoy uno de los médiums más completos, no solamente por una gran facilidad de ejecución, sino por su aptitud en servir de intérprete a todos los Espíritus, incluso a aquellos del orden más elevado que se expresan fácilmente y de buen grado por su intermedio. Éstas son, sobre todo, las cualidades que se deben buscar en un médium, y que el mismo siempre puede adquirir con la paciencia, la voluntad y el ejercicio. El Sr. D... no ha tenido necesidad de mucha paciencia; tenía en sí la voluntad y el fervor unidos a una aptitud natural. Algunos días han sido suficientes para llevar su facultad al más alto grado. He aquí el dictado que le ha sido dado sobre la envidia:

«Ved a este hombre: su Espíritu está inquieto, su desdicha terrestre ha llegado al colmo; envidia el oro, el lujo, la felicidad aparente o ficticia de sus semejantes; su corazón está devastado, su alma sordamente consumida por esta lucha incesante del orgullo, de la vanidad no satisfecha; lleva consigo, en todos los instantes de su miserable existencia, una serpiente que lo aviva, que sin cesar le sugiere los más fatales pensamientos: «¿Tendré esta voluptuosidad, esta felicidad? Por tanto, esto me es debido al igual que aquéllos; soy un hombre como ellos; ¿por qué sería yo desheredado?» Y se debate en su impotencia, presa del horrible suplicio de la envidia. Feliz aún si estas ideas funestas no lo llevan al borde de un abismo. Al entrar en este camino, se pregunta si no debe obtener por la violencia lo que cree que se le es debido; si no irá a mostrar a los ojos de todos el horroroso mal que lo devora. Si ese desdichado hubiera sólo observado por debajo de su posición, habría visto el número de los que sufren sin quejarse y que incluso bendicen al Creador; porque la desdicha es un beneficio del cual Dios se sirve para hacer avanzar a la pobre criatura hacia su trono eterno.

Haced vuestra felicidad y vuestro verdadero tesoro en la Tierra de las obras de caridad y de sumisión: las únicas que os permite ser admitidos en el seno de Dios. Estas obras del bien harán vuestra alegría y vuestra dicha eternas; la envidia es una de las más feas y de las más tristes miserias de vuestro globo; la caridad y la constante emisión de la fe harán desaparecer todos esos males, que se irán uno a uno a medida que los hombres de buena voluntad –que vendrán después de vosotros– se multipliquen. Así sea.»

Varios diarios han narrado el siguiente hecho:

«Fallecido el 12 de noviembre último y después de una enfermedad de tres meses, el Sr. Badet tenía la costumbre –dice el periódico Union bourguignonne (Unión borgoñona) de Dijón– de colocarse en su ventana del primer piso, cada vez que sus fuerzas se lo permitían, con la cabeza constantemente vuelta hacia el lado de la calle, a fin de distraerse viendo a los transeúntes. Hace algunos días, la Sra. Peltret, cuya casa está enfrente a la de la Sra. viuda de Badet, percibió en el vidrio de esta ventana al propio Sr. Badet, con su gorro de algodón, su rostro delgado, etc., en fin, tal como ella lo había visto durante su enfermedad. Grande fue su emoción, por no decir más. Ella no sólo llamó a sus vecinos, cuyo testimonio podría ser sospechoso, sino aún a hombres serios que percibieron muy claramente la imagen del Sr. Badet en el vidrio de la ventana donde tenía la costumbre de colocarse. También se mostró esta imagen a la familia del difunto, que inmediatamente hizo desaparecer el vidrio.

«No obstante, queda bien constatado que el vidrio había tomado la impresión del rostro del enfermo, que ahí se encontraba como daguerrotipado, fenómeno que podría explicarse si, del lado opuesto a la ventana, hubiera tenido otra por donde los rayos solares pudiesen llegar al Sr. Badet; pero no había nada: el cuarto sólo tenía una ventana. Tal es la pura verdad sobre este hecho asombroso, cuya explicación conviene dejar a los estudiosos del tema.»

Admitimos que a la lectura de este artículo, nuestro primer sentimiento ha sido el de darle la calificación vulgar con la cual se presentan las noticias apócrifas, y al mismo no le hemos atribuido importancia alguna. De Bruselas, pocos días después, el Sr. Jobard nos escribía lo siguiente:

«A la lectura del hecho siguiente (el que acabamos de citar), que ha pasado en mi tierra con uno de mis parientes, me he encogido de hombros viendo al periódico que lo narra remitir su explicación a los estudiosos del tema, y al ver a esta buena familia retirar el vidrio a través del cual Badet miraba a los transeúntes. Evocadlo para ver lo que él piensa.»

Esta confirmación del hecho por un hombre del carácter del Sr. Jobard, cuyo mérito y honorabilidad todo el mundo conoce, y esta circunstancia particular en la que uno de sus parientes ha sido el héroe, no podrían dejarnos dudas sobre su veracidad. En consecuencia, hemos evocado al Sr. Badet en la sesión del martes 15 de junio de 1858 de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, y he aquí las siguientes explicaciones:

1. Fallecido el 12 de noviembre último en Dijón, ruego a Dios Todopoderoso que permita al Sr. Badet, Espíritu, comunicarse con nosotros. –Resp. Estoy aquí.

2. El hecho que os concierne y que acabamos de relatar, ¿es verdadero? –Resp. Sí, es verdadero.

3. ¿Podríais darnos su explicación? –Resp. Son agentes físicos desconocidos hasta ahora, pero que se volverán usuales más adelante. Es un fenómeno bastante simple, y semejante a una fotografía combinada con fuerzas que no han sido todavía descubiertas.

4. ¿Podríais adelantarnos el momento de este descubrimiento por vuestras explicaciones? –Resp. Gustaría, pero es la obra de otros Espíritus y del trabajo humano.

5. ¿Podríais reproducir por segunda vez el mismo fenómeno? – Resp. No he sido yo quien lo ha producido; han sido las condiciones físicas, que son independientes de mí.

6. ¿Por la voluntad de quién y con qué objetivo este hecho ha tenido lugar? –Resp. Se produjo cuando yo estaba encarnado e independientemente de mi voluntad; un estado particular de la atmósfera lo ha revelado después.

Habiéndose establecido entre los asistentes una discusión sobre las probables causas de este fenómeno, y al ser emitidas varias opiniones sin que fuesen dirigidas preguntas al Espíritu, éste dijo espontáneamente: Y la electricidad y la galvanoplastia que también actúan sobre el periespíritu, ¿no las tenéis en cuenta?

7. Se nos ha dicho últimamente que los Espíritus no tienen ojos; ahora bien, si esta imagen es la reproducción del periespíritu, ¿cómo es que ella ha podido reproducir los órganos de la visión? –Resp. El periespíritu no es el Espíritu; la apariencia o periespíritu tiene ojos, pero el Espíritu no los tiene. Bien os he dicho, al hablar sobre el periespíritu, que yo estaba encarnado.

Nota – Esperando que este nuevo descubrimiento sea realizado, nosotros le daremos el nombre provisorio de fotografía espontánea. Todo el mundo lamentará que, por un sentimiento difícil de comprender, se haya destruido el vidrio sobre el cual estaba reproducida la imagen del Sr. Badet; tan curioso monumento hubiera podido facilitar las investigaciones y las propias observaciones para estudiar la cuestión. Tal vez hayan visto en esta imagen una obra del diablo; en todo caso, si el diablo está en algo en este asunto, es seguramente en la destrucción del vidrio, porque él es el enemigo del progreso.

Resulta de las explicaciones anteriores que el hecho en sí mismo no es sobrenatural ni milagroso. ¡Cuántos fenómenos de este mismo género, en los tiempos de ignorancia, habrán impresionado a las imaginaciones demasiado inclinadas a lo maravilloso! Por lo tanto, es un efecto puramente físico que presagia un nuevo paso en la Ciencia fotográfica.

Como se sabe, el periespíritu es la envoltura semimaterial del Espíritu; no es solamente después de la muerte que el Espíritu está de él revestido; durante la vida está unido al cuerpo: es el lazo entre el cuerpo y el Espíritu. La muerte no es sino la destrucción de la envoltura más grosera; el Espíritu conserva la segunda, que afecta la apariencia de la primera, como si de ésta hubiese retenido la impresión. El periespíritu es generalmente invisible, pero, en algunas circunstancias, se condensa y se combina con otros fluidos, volviéndose perceptible a la vista y algunas veces hasta tangible; es a él que se ve en las apariciones.

Cualquiera que sean la sutileza y la imponderabilidad del periespíritu, éste no deja de ser una especie de materia, cuyas propiedades físicas nos son todavía desconocidas. Por lo tanto si es materia, puede actuar sobre la materia; esta acción es patente en los fenómenos magnéticos; acaba de revelarse en los cuerpos inertes por la impresión que la imagen del Sr. Badet ha dejado sobre el vidrio. Esta impresión ha tenido lugar cuando él estaba encarnado; ella se ha conservado después de su muerte, pero era invisible; ha sido preciso –por lo que parece– la acción fortuita de un agente desconocido, probablemente atmosférico, para volverla aparente. ¿Qué tendría eso de asombroso? ¿No se sabe que se pueden hacer desaparecer y revivir a voluntad las imágenes daguerrotipadas? Citamos esto como comparación, sin pretender que se tenga la similitud de procedimientos. De esta manera, sería el periespíritu del Sr. Badet que, al exteriorizarse del cuerpo de este último, habría a la larga, y bajo el imperio de circunstancias desconocidas, ejercido una verdadera acción química sobre la substancia vítrea, análoga a la de la luz. Indiscutiblemente, la luz y la electricidad debieron desempeñar un gran papel en este fenómeno. Queda por saber cuáles son esos agentes y esas circunstancias; es lo que probablemente se sabrá más adelante, y no será uno de los descubrimientos menos curiosos de los tiempos modernos.

Si es un fenómeno natural, dirán aquellos que niegan todo, ¿por qué es la primera vez que se produce? Nosotros les preguntaremos, a nuestro turno, ¿por qué las imágenes daguerrotipadas sólo fueron fijadas después de Daguerre, aunque no haya sido él quien inventó la luz, ni las placas de cobre, ni la plata, ni los cloruros? Desde largo tiempo que se conocen los efectos de la cámara oscura; una circunstancia fortuita la ha puesto sobre el camino de la fijación; después, con la ayuda del genio, de perfección en perfección, se ha llegado a las obras maestras que vemos hoy. Probablemente sucederá lo mismo con el fenómeno extraño que acaba de revelarse; ¿y quién sabe si él ya no se ha producido y si no ha pasado desapercibido por falta de un observador atento? La reproducción de una imagen sobre un vidrio es un hecho común, pero la fijación de esta imagen en otras condiciones que las de la fotografía, el estado latente de esta imagen y después su reaparición, he aquí lo que se debe registrar en los fastos de la Ciencia. Si creemos en los Espíritus, debemos esperar muchas otras maravillas de las cuales varias nos fueron señaladas por ellos. Por lo tanto, honor a los sabios demasiado modestos como para no creer que la Naturaleza dio vuelta para ellos la última página de su libro.

Si ese fenómeno se produjo una vez, podrá volver a repetirse. Probablemente es lo que tendrá lugar cuando del mismo se tenga la clave. A la espera de esto, he aquí lo que contaba uno de los miembros de la Sociedad en la sesión de la cual hablamos:

«Yo vivía –dijo él– en una casa en Montrouge; era verano y el sol brillaba por la ventana; sobre la mesa se encontraba un botellón lleno de agua, y debajo del botellón una esterilla; de repente, la esterilla se prendió fuego. Si nadie hubiera estado allí, se podría haber producido un incendio sin que se supiese la causa. Experimenté centenas de veces producir el mismo efecto, pero nunca conseguí.» La causa física de la combustión es bien conocida: el botellón produjo el efecto de un vidrio ardiente; pero ¿por qué no se ha podido reiterar la experiencia? Es que, independientemente del botellón y del agua, había el concurso de circunstancias que operaron de una manera excepcional la concentración de los rayos solares: tal vez el estado de la atmósfera, de los vapores, las cualidades del agua, la electricidad, etc., y todo eso, probablemente, en ciertas proporciones precisas; de ahí la dificultad de que justo coincidan las mismas condiciones y la inutilidad de las tentativas para producir un efecto semejante. Por lo tanto, he aquí un fenómeno enteramente del dominio de la Física, del cual nos damos perfecta cuenta con respecto al principio y que, sin embargo, no se puede repetir a voluntad. ¿Vendría al pensamiento del escéptico más endurecido negar el hecho? Seguramente que no. Entonces, ¿por qué esos mismos escépticos niegan la realidad de los fenómenos espíritas? (Hablamos de las manifestaciones en general.) ¿Porque ellos no pueden manipularlos a su voluntad? No admitir que fuera de lo conocido pueda haber nuevos agentes regidos por leyes especiales; negar esos agentes porque no obedecen a las leyes que conocemos es, en verdad, dar prueba de poca lógica y mostrar un espíritu bien limitado.

Volvamos a la imagen del Sr. Badet; se harán, sin duda, como nuestro colega con su botellón, numerosos ensayos infructuosos antes de tener éxito, y eso hasta que una feliz contingencia o el esfuerzo de un poderoso genio haya dado la clave del misterio; entonces, esto se volverá probablemente un arte nuevo con el cual se enriquecerá la industria. De aquí escuchamos a una cantidad de personas decir: pero hay un medio muy simple de tener esta clave: ¿por qué no se la piden a los Espíritus? Es este el caso de señalar un error en el cual cae la mayoría de los que juzgan la ciencia espírita sin conocerla. Recordemos primeramente este principio fundamental: todos los Espíritus están lejos de saber todo, como se creía en otros tiempos.

La escala espírita nos da la medida de su capacidad y de su moralidad, y la experiencia confirma a cada día nuestras observaciones al respecto. Por lo tanto, los Espíritus no saben todo, y hay algunos que en todos los aspectos son bien inferiores a ciertos hombres; he aquí lo que nunca es preciso perder de vista. Autor involuntario del fenómeno que nos ocupa, el Sr. Badet, Espíritu, revela una cierta elevación por sus respuestas, pero no una gran superioridad; él se reconoce a sí mismo inhábil para dar una explicación completa: «Esto será, dice él, la obra de otros Espíritus y del trabajo humano». Estas últimas palabras son toda una enseñanza. En efecto, sería demasiado cómodo no tener más que interrogar a los Espíritus para hacer los descubrimientos más maravillosos; entonces, ¿dónde estaría el mérito de los inventores, si una mano oculta ya les viniera a dar la tarea medio hecha y les evitase el trabajo de investigar? Sin duda, más de uno no tendría escrúpulos en registrar una patente de invención en su propio nombre, sin mencionar al verdadero inventor. Agreguemos que semejantes preguntas son siempre hechas con fines interesados y con la esperanza de una fortuna fácil, cosas que son muy malas recomendaciones ante los Espíritus buenos; además, éstos nunca se prestan a servir de instrumentos para un comercio. El hombre debe tener su propia iniciativa, sin la cual se reduce al estado de máquina; debe perfeccionarse a través del trabajo: es una de las condiciones de su existencia terrestre; también es preciso que cada cosa venga a su tiempo y por los medios que a Dios le agrade emplear: los Espíritus no pueden desviar los caminos de la Providencia. Querer forzar el orden establecido es ponerse a merced de los Espíritus burlones que halagan la ambición, la codicia, la vanidad, para después reírse de las decepciones que causan. Muy poco escrupulosos en su naturaleza, dicen todo lo que quieren, dan todas las recetas que se les piden, y si fuera necesario las apoyarán con fórmulas científicas, aunque no tengan más valor que las recetas de los charlatanes. Por lo tanto, aquellos que han creído que los Espíritus les van a abrir minas de oro, que se desengañen; su misión es más seria. «Trabajad, haced esfuerzos: es en verdad lo que os falta», ha dicho un célebre moralista del cual daremos posteriormente una notable conversación del Más Allá; a esta sabia máxima, la Doctrina Espírita agrega: Es a éstos que los Espíritus serios vienen en ayuda por las ideas que les sugieren o por consejos directos, y no a los perezosos que quieren disfrutar sin hacer nada, ni a los ambiciosos que quieren tener el mérito sin el esfuerzo. Ayúdate, que el Cielo te ayudará.

Continuamos citando el opúsculo del Sr. Blanck, redactor del Journal de Bergzabern. *

«Los hechos que vamos a relatar han tenido lugar del viernes 4 al miércoles 9 de marzo de 1853; después, nada semejante se produjo. En esta época, Philippine no dormía más en el cuarto que conocemos: su cama había sido transferida a la pieza vecina, donde todavía se encuentra ahora. Las manifestaciones han tomado tal carácter de extrañeza que es imposible admitir la explicación de esos fenómenos por la intervención de los hombres. Además, son tan diferentes de las que fueron observadas anteriormente, que todas las primeras suposiciones se han desmoronado.

Se sabe que en el cuarto donde dormía la niña, las sillas y los otros muebles habían sido frecuentemente derribados, y que las ventanas se abrían con estruendo bajo golpes redoblados. Desde hace cinco semanas ella se encuentra en el cuarto común, donde –una vez llegada la noche y hasta el día siguiente– hay siempre luz; por lo tanto, se puede ver perfectamente lo que allí pasa. He aquí el hecho que ha sido observado el viernes 4 de marzo.

Philippine no estaba todavía acostada; se encontraba en medio de un cierto número de personas que conversaban sobre el Espíritu golpeador, cuando de repente el cajón de una mesa muy grande y muy pesada, ubicada en el cuarto, fue tirado y empujado con gran ruido y con una rapidez extraordinaria. Los asistentes se quedaron muy sorprendidos con esta nueva manifestación; en el mismo momento la propia mesa se puso en movimiento en todos los sentidos y se dirigió hacia la chimenea, cerca de la cual Philippine estaba sentada. Perseguida –por así decirlo– por este mueble, ella debió dejar su lugar y huir hacia el centro del cuarto; pero la mesa se volvió en esta dirección y se detuvo a medio pie de la pared. Fue colocada en su lugar habitual, de donde no se movió más; pero las botas que se encontraban debajo, y que todos pudieron ver, fueron lanzadas al centro del cuarto, con gran espanto de las personas presentes. Uno de los cajones comenzó a deslizarse por sus correderas, abriéndose y cerrándose por dos veces, al principio muy rápidamente y después más lentamente; cuando estaba completamente abierto, fue sacudido con estruendo. Un paquete de tabaco dejado sobre la mesa cambiaba de lugar a cada instante. Los golpes y las raspaduras se hacían escuchar en la mesa. Philippine, que por entonces gozaba de una muy buena salud, se encontraba en medio de la reunión y de ninguna manera parecía inquieta con todas esas extrañezas que se repetían a cada noche desde el viernes; pero el domingo ellas fueron aún más notables.

El cajón fue varias veces abierto y cerrado violentamente. Después de haber estado en su antiguo dormitorio, Philippine se volvió súbitamente presa de un sueño magnético y se dejó caer en un asiento, donde las raspaduras se hicieron escuchar varias veces. Las manos de la niña estaban en sus rodillas y la silla se movía tanto a la derecha como a la izquierda, hacia adelante y hacia atrás. Se veían levantarse las patas delanteras del asiento, mientras que la silla se balanceaba con un equilibrio sorprendente sobre las patas traseras. Al haber sido Philippine transportada al centro del cuarto, fue más fácil observar ese nuevo fenómeno. Entonces, al dar la orden, la silla giraba, avanzaba o retrocedía más o menos rápido, ya sea en un sentido como en el otro. Durante esta danza singular, los pies de la niña, como paralizados, se arrastraban en el suelo; con gemidos, ella se quejaba de dolores de cabeza, llevando varias veces la mano a su frente; después, al despertarse de repente, se puso a observar hacia todos los lados, no pudiendo comprender su situación: su malestar la había dejado. Ella se acostó; entonces, los golpes y las raspaduras que se habían producido en la mesa se hicieron escuchar en la cama con fuerza y de una manera alegre.

Algún tiempo antes se escucharon los sonidos espontáneos de una campanilla, y esto dio la idea de atarla a la cama; luego comenzó a sonar y a moverse. Lo que sucedió de más curioso en esta circunstancia fue que, al haber sido la cama levantada y desplazada, la campanilla permaneció inmóvil y en silencio. Hacia la medianoche todos los ruidos cesaron y los asistentes se retiraron.

El lunes 15 de mayo, a la noche, se fijó a la cama una campanilla mayor; luego se escuchó un ruido ensordecedor y desagradable. El mismo día, por la tarde, las ventanas y la puerta del dormitorio se abrieron, pero silenciosamente.

Debemos narrar también que la silla en la cual Philippine estaba sentada el viernes y el sábado, al haber sido llevada por su padre al centro del cuarto, parecía mucho más liviana que de costumbre: se diría que una fuerza invisible la sostenía. Al querer empujarla, uno de los asistentes no encontró ninguna resistencia: la silla parecía deslizarse por sí misma sobre el suelo.

El Espíritu golpeador permaneció en silencio durante tres días: jueves, viernes y sábado santos. No fue sino en el día de Pascua que los golpes recomenzaron con campanadas, golpes rítmicos que componían un aria. El 1° de abril las tropas cambiaron de guarnición y dejaron la ciudad con la banda de música al frente. Cuando pasaron delante de la casa de los Senger, el Espíritu golpeador ejecutó en la cama, a su manera, el mismo fragmento musical que se tocaba en la calle. Poco tiempo antes se había escuchado en el cuarto como los pasos de una persona, y como si se hubiera arrojado arena en el piso.

El gobierno del Palatinado se ha preocupado con los hechos que acabamos de narrar, y ha propuesto al Sr. Senger poner a su hija en una casa de salud en Frankenthal, proposición que ha sido aceptada. Hemos sabido que, en su nueva residencia, la presencia de Philippine ha dado lugar a los prodigios de Bergzabern y que los médicos de Frankenthal –tanto como los de nuestra ciudad– no han podido determinar la causa. Además, estamos informados que sólo los médicos tienen acceso a la jovencita. ¿Por qué han tomado esta medida? Lo ignoramos, y no nos permitiremos criticarla; pero si lo que la ha ocasionado no es más que el resultado de alguna circunstancia particular, creemos que podrían haber dejado que se llegase cerca de la interesante niña, si bien no a todos, al menos a las personas recomendables».

Nota – No tuvimos conocimiento de los diferentes hechos que hemos informado sino por el relato publicado por el Sr. Blanck; pero una circunstancia acaba de ponernos en relación con una de las personas que más apareció en todo este caso, y que ha tenido a bien suministrarnos al respecto documentos circunstanciados del más alto interés. Igualmente, a través de la evocación, hemos obtenido explicaciones muy curiosas y muy instructivas sobre este Espíritu golpeador, ya que él mismo se ha manifestado a nosotros. Como esos documentos nos han llegado demasiado tarde, postergaremos su publicación para el próximo número.


_________________________________________________
* Debemos la traducción de este interesante opúsculo a la cortesía de uno de nuestros amigos: el Sr. Alfred Pireaux, empleado de la administración de Correos. [Nota de Allan Kardec.]
Al estar algunas personas reunidas en nuestra casa con el objeto de constatar ciertas manifestaciones, se produjeron los siguientes hechos durante varias sesiones, los cuales dieron lugar a la conversación que vamos a relatar y que presenta un alto interés desde el punto de vista del estudio.

El Espíritu se manifestó a través de golpes, los cuales no fueron dados con la pata de la mesa, sino efectuados en la propia textura de la madera. El intercambio de pensamientos que tuvo lugar en esta circunstancia entre los asistentes y el ser invisible no permitía dudar de la intervención de una inteligencia oculta. Además de las respuestas dadas a varias preguntas, ya sea por sí o por no, y por medio de la tiptología alfabética, los golpes tocaban a voluntad una marcha cualquiera, el ritmo de un aria, e imitaban la fusilería y el cañoneo de una batalla, el ruido del tonelero, del zapatero, haciendo el eco con una admirable precisión, etc. Después tuvo lugar el movimiento de una mesa y su traslación sin ningún contacto de las manos, estando los asistentes apartados; una ensaladera ubicada sobre la mesa, en lugar de girar, se puso a deslizar en línea recta, también sin el contacto de las manos. Los golpes se hacían escuchar paralelamente en diversos muebles del cuarto, a veces simultáneamente, otras como si los mismos se respondiesen.

El Espíritu parecía tener una marcada predilección por los toques de tambor, porque a ellos volvía a cada instante sin que se lo pidieran; frecuentemente a ciertas preguntas, en lugar de responder, tocaba la generala o la llamada. Interrogado sobre varias particularidades de su vida, él decía llamarse Célima, haber nacido en París, fallecido desde hace cuarenta y cinco años, y haber sido tocador de tambor.

Entre los asistentes, además del médium especial de efectos físicos que servía a las manifestaciones, había un excelente médium psicógrafo que pudo servir de intérprete al Espíritu, lo que permitió obtener respuestas más explícitas. Al haber confirmado, por la psicografía, lo que había dicho por medio de la tiptología sobre su nombre, el lugar de su nacimiento y la época de su muerte, se le dirigió la siguiente serie de preguntas, cuyas respuestas ofrecen varios rasgos característicos y que corroboran ciertas partes esenciales de la teoría.

1. Escríbenos algo, lo que tú quieras. –Resp. Ran plan plan, ran plan plan.

2. ¿Por qué escribes esto? –Resp. Yo era tocador de tambor.

3. ¿Habías recibido alguna instrucción? –Resp. Sí.

4. ¿Dónde has hecho tus estudios? –Resp. En los Ignorantinos.

5. Nos pareces ser jovial. –Resp. Lo soy y mucho.

6. Nos has dicho que, cuando encarnado, gustabas beber demasiado; ¿es verdad? –Resp. Gustaba todo lo que era bueno.

7. ¿Eras militar? –Resp. Claro que sí, ya que era Tambor.

8. ¿En qué gobierno has servido? –Resp. En el de Napoleón el Grande.

9. ¿Puedes citarnos una de las batallas a las cuales has asistido? – Resp. La batalla del Beresina.

10. ¿Ha sido allá que has muerto? –Resp. No.

11. ¿Estabas en Moscú? –Resp. No.

12. ¿Dónde has muerto? –Resp. En las nieves.

13. ¿En qué cuerpo servías? –Resp. En los fusileros de la guardia.

14. ¿Amabas mucho a Napoleón el Grande? –Resp. Como lo amábamos todos, sin saber por qué.

15. ¿Sabes lo que sucedió con él después de su muerte? –Resp. Yo no me he ocupado sino de mí mismo después de mi muerte.

16. ¿Estás reencarnado? –Resp. No, ya que vengo a hablar con vosotros.

17. ¿Por qué te has manifestado a través de golpes sin que hayas sido llamado? –Resp. Es preciso hacer ruido para aquellos cuyo corazón no cree. Si aún no ha sido lo suficiente, os daré más todavía.

18. ¿Es por tu propia voluntad que has venido a golpear o realmente otro Espíritu te ha forzado a hacerlo? –Resp. Es por mi propia voluntad que vengo; realmente, hay otro a quien vosotros llamáis Verdad que también puede forzarme; pero hace mucho tiempo que yo quería venir.

19. ¿Con qué objetivo querías venir? –Resp. Para conversar con vosotros: he aquí lo que yo quería; pero había algo que me lo impedía. He sido forzado por un Espíritu familiar de la casa que me ha comprometido a que me volviese útil a las personas que me hicieran preguntas. –¿Tiene, pues, mucho poder este Espíritu, ya que comanda así a otros Espíritus? –Resp. Más de lo que creéis, y sólo lo usa para el bien.

Nota – El Espíritu familiar de la casa se hace conocer con el nombre alegórico de Verdad, circunstancia ignorada por el médium.

20. ¿Qué te lo impedía? –Resp. No sé; algo que no comprendo.

21. ¿Lamentas la vida? –Resp. No, nada lamento.

22. ¿Prefieres tu existencia actual o tu existencia terrestre? –Resp. Prefiero la existencia de los Espíritus a la existencia del cuerpo.

23. ¿Por qué? –Resp. Porque uno está mucho mejor que en la Tierra; la Tierra es un purgatorio, y todo el tiempo que en la misma he vivido, siempre he deseado la muerte.

24. ¿Sufres en tu nueva situación? –Resp. No; pero todavía no soy feliz.

25. ¿Estarías satisfecho de tener una nueva existencia corporal? – Resp. Sí, porque sé que debo elevarme.

26. ¿Quién te lo ha dicho? –Resp. Bien lo sé.

27. ¿Estarás pronto reencarnado? –Resp. No lo sé.

28. ¿Ves a otros Espíritus a tu alrededor? –Resp. Sí, a muchos.

29. ¿Cómo sabes que son Espíritus? –Resp. Entre nosotros nos vemos tal cual somos.

30. ¿Con qué apariencia los ves? –Resp. Como se pueden ver a los Espíritus, pero no por los ojos.

31. Y tú, ¿con qué forma estás aquí? –Resp. Con la que tenía en vida, es decir, con la de tocador de tambor.

32. Y a los otros Espíritus, ¿los ves con la forma que tenían cuando estaban encarnados? –Resp. No; nosotros no tomamos una apariencia sino cuando somos evocados: de otro modo nos vemos sin forma.

33. ¿Nos ves tan claramente como si estuvieras encarnado? –Resp. Sí, perfectamente.

34. ¿Es por los ojos que nos ves? –Resp. No; nosotros tenemos una forma, pero no tenemos sentidos; nuestra forma no es más que aparente.

Nota – Seguramente los Espíritus tienen sensaciones, puesto que perciben; de otro modo serían inertes. Pero sus sensaciones no están localizadas como cuando tenían un cuerpo: ellas son inherentes a todo su ser.

35. Dinos positivamente, ¿en qué lugar estás aquí? –Resp. Estoy cerca de la mesa, entre el médium y vos.

36. Cuando golpeas, ¿estás debajo de la mesa, por encima o en el espesor de la madera? –Resp. Estoy al lado; no me meto en la madera: basta que yo toque la mesa.

37. ¿Cómo produces los ruidos que haces escuchar? –Resp. Creo que por una especie de concentración de nuestra fuerza.

38. ¿Podrías explicarnos la manera por la cual se producen los diferentes ruidos que imitas, por ejemplo, las raspaduras? –Resp. No sabría especificar mucho la naturaleza de los ruidos: es difícil explicar. Sé que raspo, pero no puedo explicar cómo produzco ese ruido que vosotros llamáis raspadura.

39. ¿Podrías producir los mismos ruidos con cualquier médium? – Resp. No, hay especialidades en todos los médiums; todos no pueden obrar del mismo modo.

40. ¿Ves entre nosotros a alguien, además del joven S... (el médium de influencias físicas por el cual este Espíritu se manifiesta), que podría ayudarte a producir los mismos efectos? – Resp. Por el momento no veo a nadie; con él estoy muy dispuesto a hacerlo.

41. ¿Por qué con él en lugar de otro? –Resp. Porque lo conozco más, y también porque es más apto que otro en ese género de manifestaciones.

42. ¿Lo conoces desde hace mucho tiempo, antes de su actual existencia? –Resp. No; lo conozco hace poco tiempo; de alguna manera, he sido atraído hacia él para hacerlo mi instrumento.

43. Cuando una mesa se levanta en el aire sin punto de apoyo, ¿qué es lo que la sostiene? –Resp. Nuestra voluntad, que le ha ordenado obedecer, y también el fluido que nosotros le transmitimos. Nota – Esta respuesta viene en apoyo a la teoría que nos ha sido dada, a la cual hemos hecho referencia en los números 5 y 6 de esta Revista, sobre la causa de las manifestaciones físicas.

44. ¿Podrías hacerlo? –Resp. Pienso que sí; lo intentaré cuando el médium venga. (Él estaba ausente en ese momento.)

45. ¿De quién depende eso? –Resp. Depende de mí, ya que me sirvo del médium como instrumento.

46. Pero la cualidad del instrumento ¿no está para algo? –Resp. Sí, ésta me ayuda mucho, puesto que he dicho que no podría hacerlo con otros hoy.

Nota – En el transcurso de la sesión se intentó el levantamiento de la mesa, pero no se lo logró, probablemente porque no se puso en ello bastante perseverancia; hubo esfuerzos evidentes y movimientos de traslación sin contacto ni imposición de las manos. Entre las experiencias que fueron realizadas, se hizo la de la abertura de la mesa en el lugar donde se alarga; al ofrecer esta mesa mucha resistencia por su mala construcción, se la sostuvo de un lado, mientras que el Espíritu tiraba del otro y la hacía abrir.

47. ¿Por qué, el otro día, los movimientos de la mesa se detenían cada vez que uno de nosotros tomaba la luz para observar debajo? – Resp. Porque yo quería punir vuestra curiosidad.

48. ¿De qué te ocupas en tu existencia de Espíritu, ya que, en fin, no pasas el tiempo golpeando? –Resp. Frecuentemente tengo misiones que cumplir; nosotros debemos obedecer las órdenes superiores, y sobre todo cuando –a través de nuestra influencia– tenemos que hacer el bien a los humanos.

49. Sin duda tu vida terrestre no ha sido exenta de faltas; ¿las reconoces ahora? –Resp. Sí, las expío con justicia al estar estacionario entre los Espíritus inferiores; sólo podré purificarme más cuando tome otro cuerpo.

50. Cuando hacías escuchar golpes en otro mueble al mismo tiempo que en la mesa, ¿eras tú quien los producía u otro Espíritu? – Resp. Era yo.

51. Entonces ¿estabas solo? –Resp. No, pero solamente yo cumplía la misión de golpear.

52. Los otros Espíritus que estaban allí, ¿te ayudaban en algo? – Resp. No para golpear, sino para hablar.

53. ¿No eran, pues, Espíritus golpeadores? –Resp. No, la Verdad no había permitido golpear a nadie más que a mí.

54. Los Espíritus golpeadores ¿no se reúnen a veces en gran número, a 191 fin de tener más poder para producir ciertos fenómenos? –Resp. Sí, pero para lo que yo quería hacer podía bastarme solo.

55. En tu existencia espírita, ¿estás siempre en la Tierra? –Resp. Lo más frecuentemente en el espacio.

56. ¿Vas a veces a otros mundos, es decir, a otros globos? –Resp. No a los más perfectos, sino a los mundos inferiores.

57. Algunas veces ¿te diviertes al ver y al escuchar lo que hacen los hombres? –Resp. No; sin embargo, algunas veces tengo piedad de ellos.

58. ¿Hacia quiénes vas con preferencia? –Resp. Hacia los que quieren creer de buena fe.

59. ¿Podrías leer en nuestros pensamientos? –Resp. No, no leo en las almas; no soy lo bastante perfecto para esto.

60. Entretanto debes conocer nuestros pensamientos, puesto que vienes hacia nosotros; de otro modo, ¿cómo podrías saber si creemos de buena fe? –Resp. No leo, pero escucho.

Nota – La pregunta 58 tenía como objetivo interrogarle hacia quiénes iba espontáneamente con preferencia, en su vida de Espíritu, sin ser evocado; a través de la evocación él puede –como Espíritu de un orden poco elevado– ser obligado a venir, incluso a un medio que le desagrade. Por otro lado, sin leer propiamente hablando nuestros pensamientos, podía ciertamente ver que las personas estaban reunidas con un objetivo serio y, por la naturaleza de las preguntas y de las conversaciones que escuchaba, juzgar que la asistencia estaba compuesta por personas sinceramente deseosas de esclarecerse.

61. ¿Has vuelto a encontrar en el mundo de los Espíritus a alguno de tus antiguos camaradas del ejército? –Resp. Sí, pero sus posiciones eran tan diferentes que no los he reconocido a todos.

62. ¿En qué consistía esta diferencia? –Resp. En el orden feliz o infeliz de cada uno.

63. ¿Qué les habéis dicho al reencontrarlos? –Resp. Yo les decía: Vamos a elevarnos a Dios, que Él lo permite.

64. ¿Cómo entendías esa elevación hacia Dios? –Resp. Cada peldaño superado es un peldaño más hacia Él.

65. Nos has dicho que habías muerto en las nieves; por consecuencia, ¿has muerto de frío? –Resp. De frío y de necesidades.

66. ¿Has tenido conciencia inmediata de tu nueva existencia? – Resp. No, pero no tenía más frío.

67. ¿Has vuelto alguna vez al lugar donde has dejado tu cuerpo? – Resp. No, me había hecho sufrir mucho.

68. Te agradecemos las explicaciones que has tenido a bien 192 darnos; ellas nos han suministrado temas útiles de observación para perfeccionarnos en la ciencia espírita. –Resp. Estoy a vuestra disposición.

Nota – Como se ve, este Espíritu es poco elevado en la jerarquía espírita: él mismo reconoce su inferioridad. Sus conocimientos son limitados; pero hay en él buen sentido, sentimientos honorables y benevolencia. Como Espíritu, su misión es bastante ínfima, ya que desempeña el papel de Espíritu golpeador para llamar a los incrédulos a la fe; pero, en el propio teatro, el humilde traje de figurante ¿no puede cubrir un corazón honesto? Sus respuestas tienen la simplicidad de la ignorancia; pero, por no tener la elevación del lenguaje filosófico de los Espíritus superiores, ellas no son menos instructivas como estudio de las costumbres espíritas, si podemos expresarnos así. Es solamente estudiando todas las clases de ese mundo que nos espera, que se puede llegar a conocerlo, y de alguna manera marcar con anticipación el lugar que cada uno de nosotros puede allí ocupar. Al ver la situación que se han forjado – por sus vicios y por sus virtudes– los hombres que han sido nuestros iguales en la Tierra, es un aliento para elevarnos lo mayor posible desde aquí: es el ejemplo al lado del precepto. No estaría de más repetir que para conocer bien una cosa y hacerse de ella una idea exenta de ilusiones, es preciso verla en todos sus aspectos, así como el botánico no puede conocer el reino vegetal sino observando desde la humilde criptógama escondida bajo el musgo, hasta el roble que se eleva en los aires.

Uno de los escollos que presentan las comunicaciones espíritas es el de los Espíritus impostores que pueden inducir al error sobre su identidad y que, al abrigo de un nombre respetable, intentan pasar los más groseros absurdos. En muchas ocasiones hemos explicado sobre este peligro, que deja de serlo para cualquiera que examine, a la vez, la forma y el fondo del lenguaje de los seres invisibles con los cuales esté en comunicación. No podemos repetir aquí lo que hemos dicho sobre ese tema; léase atentamente al respecto en esta Revista, en El Libro de los Espíritus y en nuestras Instrucciones Prácticas, * y se verá que nada es más fácil que precaverse contra semejantes fraudes, por poco de buena voluntad que en esto se ponga. Reproducimos solamente la siguiente comparación que habíamos citado en alguna parte: «Suponed que en un cuarto vecino al que estáis se encuentren varios individuos que no conocéis, que no podéis ver, pero que escucháis perfectamente; ¿no sería fácil reconocer su conversación, si son ignorantes o sabios, personas honestas o malhechores, hombres serios o atolondrados, gente de buena compañía o sujetos groseros?»

Tomemos otra comparación sin salir de nuestra humanidad material: Supongamos que un hombre se os presente con el nombre de un distinguido literato; ante ese nombre, lo recibís al principio con toda la debida consideración a su supuesto mérito; pero si él se expresa como un hombre grosero, reconoceréis inmediatamente sus intenciones y lo expulsaréis como a un impostor.

Sucede lo mismo con los Espíritus: se los reconoce por su lenguaje; el de los Espíritus superiores es siempre digno y en armonía con la sublimidad de los pensamientos; nunca la trivialidad mancha la pureza. La grosería y la bajeza de las expresiones sólo pertenecen a los Espíritus inferiores. Todas las cualidades y todas las imperfecciones de los Espíritus se revelan por su lenguaje, y con razón se les puede aplicar este adagio de un célebre escritor: El estilo es el hombre.

Estas reflexiones nos son sugeridas por un artículo que encontramos en el Spiritualiste de la Nouvelle-Orléans del mes de diciembre de 1857. Es una conversación que se estableció, a través de un médium, entre dos Espíritus, uno dándose el nombre de Padre Ambrosio y el otro el de Clemente XIV. El Padre Ambrosio era un respetable eclesiástico, muerto en Luisiana en el siglo pasado; era un hombre de bien, de gran inteligencia, y que ha dejado un recuerdo venerado.

En este diálogo, donde el ridículo disputa con lo innoble, es imposible confundirse sobre la cualidad de los interlocutores, y es preciso concordar que los Espíritus que han mantenido dicho diálogo han tomado muy pocas precauciones para enmascararse; porque ¿cuál es el hombre de buen sentido que podría un solo instante suponer que el Padre Ambrosio y Clemente XIV hubieran podido rebajarse a tales trivialidades, que se parecen más a una escena burlesca? Comediantes del más bajo nivel que hiciesen una parodia de esos dos personajes, no se expresarían de otro modo.

Estamos persuadidos que el Círculo de Nueva Orleáns –donde sucedió el hecho– lo ha comprendido como nosotros; dudar de esto sería injuriarlos; sólo lamentamos que a la publicación no la hayan hecho seguir de algunas observaciones correctivas, que hubieran impedido a las personas superficiales tomarlo como un modelo de estilo serio del Más Allá. Pero apresurémonos en decir que ese Círculo no tiene apenas comunicaciones de ese género: las hay de muy diferente orden, donde se encuentra toda la sublimidad del pensamiento y de la expresión de los Espíritus superiores.

Hemos pensado que la evocación del verdadero y del falso Padre Ambrosio pudiese ofrecer un asunto útil de observación sobre los Espíritus impostores; en efecto, es lo que ha tenido lugar, así como se puede juzgar por la siguiente conversación:

1. Muerto en Luisiana en el siglo pasado y habiendo dejado un recuerdo venerado, ruego a Dios Todopoderoso que permita al verdadero Padre Ambrosio, en Espíritu, comunicarse con nosotros. – Resp. Estoy aquí.

2. ¿Quisierais decirnos si realmente vos habéis mantenido la conversación relatada en el Spiritualiste de la Nouvelle-Orléans con Clemente XIV, y cuya lectura hemos hecho en nuestra última sesión? –Resp. Lamento por los hombres que han sido engañados por los Espíritus, de los cuales también me compadezco.

3. ¿Cuál es el Espíritu que ha tomado vuestro nombre? –Resp. Un Espíritu farsante.

4. Y el interlocutor, ¿era realmente Clemente XIV? –Resp. Era un Espíritu simpático al que había tomado mi nombre.

5. ¿Cómo pudisteis haber permitido que se hayan dicho semejantes cosas en vuestro nombre, y por qué no habéis venido a desenmascarar a los impostores? –Resp. Porque no siempre puedo impedir a los hombres y a los Espíritus que se diviertan.

6. Concebimos esto para los Espíritus; pero con respecto a las personas que han recibido esas palabras, son personas serias y que de ninguna manera buscaban divertirse. –Resp. Con más razón: ellos deberían haber pensado que tales palabras sólo podrían ser el lenguaje de Espíritus burlones.

7. ¿Por qué los Espíritus no enseñan en Nueva Orleáns principios en todos los puntos idénticos a los que enseñan aquí? –Resp. La Doctrina que os es dictada pronto les servirá; no habrá más que una.

8. Puesto que esta Doctrina debe ser enseñada allí más adelante, nos parece que si lo hubiera sido inmediatamente anticiparía el progreso y habría evitado, en el pensamiento de algunos, una lamentable incertidumbre. –Resp. Los caminos de Dios son a menudo impenetrables; ¿no existen otras cosas que os parecían incomprensibles en los medios que Él emplea para llegar a sus fines? Es preciso que el hombre se ejercite en distinguir lo verdadero de lo falso, pero todos no podrían recibir la luz súbitamente sin ser encandilados.

9. ¿Quisierais decirnos, os lo ruego, vuestra opinión personal sobre la reencarnación? –Resp. Los Espíritus son creados ignorantes e imperfectos: una sola encarnación no puede serles suficiente para aprender todo; es preciso que se reencarnen para progresar con las bondades que Dios les destina.

10. ¿Puede la reencarnación tener lugar en la Tierra o solamente en otros globos? –Resp. La reencarnación se da según el progreso del Espíritu, en mundos más o menos perfectos.

11. Esto no nos dice claramente si puede tener lugar en la Tierra. – Resp. Sí, puede tener lugar en la Tierra; y si el Espíritu la pide como misión, eso debe ser más meritorio para él que pedir avanzar más rápido en mundos más perfectos.

12. Rogamos a Dios Todopoderoso que permita al Espíritu que ha tomado el nombre del Padre Ambrosio comunicarse con nosotros. – Resp. Estoy aquí, pero no queráis confundirme.

13. ¿Eres tú realmente el Padre Ambrosio? En el nombre de Dios, te intimo a decir la verdad. –Resp. No.

14. ¿Qué piensas de lo que has dicho en su nombre? –Resp. Pienso como pensaban los que me escucharon.

15. ¿Por qué te has servido de un nombre respetable para decir semejantes tonterías? –Resp. A nuestros ojos los nombres no son nada: las obras lo son todo; como se podía ver lo que yo era por lo que yo decía, no le atribuí consecuencias a la usurpación de este nombre.

16. ¿Por qué en nuestra presencia no mantienes tu impostura? – Resp. Porque mi lenguaje es una piedra de toque con la cual no podéis engañaros.

Nota – Varias veces se nos ha dicho que la impostura de ciertos Espíritus es una prueba para nuestro juicio; es una especie de tentación que Dios permite para que, como lo ha dicho el Padre Ambrosio, el hombre pueda ejercitarse en distinguir lo verdadero de lo falso.

17. Y tu compañero Clemente XIV, ¿qué piensas de él? –Resp. Él no es mejor que yo; ambos tenemos necesidad de indulgencia.

18. En el nombre de Dios Todopoderoso, te pido que vengas. – Resp. Estoy aquí desde que está el falso Padre Ambrosio.

19. ¿Por qué has abusado de la credulidad de personas respetables, para dar una falsa idea de la Doctrina Espírita? –Resp. ¿Por qué estamos inclinados a faltas? Porque no somos perfectos.

20. ¿Ambos no pensasteis que un día vuestra bellaquería sería descubierta, y que los verdaderos Padre Ambrosio y Clemente XIV no habrían de expresarse como vosotros lo habéis hecho? –Resp. Las bellaquerías ya fueron descubiertas y castigadas por Aquel que nos creó.

21. ¿Sois de la misma clase que los Espíritus a los que llamamos golpeadores? –Resp. No, porque aún es preciso tener razonamiento para hacer lo que hicimos en Nueva Orleáns.

22. (Al verdadero Padre Ambrosio.) ¿Os ven aquí estos Espíritus impostores? –Resp. Sí, y sufren al verme.

23. Estos Espíritus ¿son errantes o reencarnados? –Resp. Errantes; ellos no son lo bastante perfectos como para desprenderse si estuviesen encarnados.

24. Y vos, Padre Ambrosio, ¿en qué estado estáis? –Resp. Encarnado en un mundo feliz y sin nombre para vosotros.

25. Nosotros os agradecemos los esclarecimientos que habéis tenido a bien darnos; ¿tendríais la bondad de venir otras veces entre nosotros, para decirnos algunas buenas palabras y darnos un dictado que pueda mostrar la diferencia entre vuestro estilo y el de aquel que había tomado vuestro nombre? –Resp. Estoy con aquellos que quieren el bien dentro de la verdad.

_____________________________________________
* Obra agotada, reemplazada por El Libro de los Médiums. [Nota de Allan Kardec.]
En general los Espíritus no son maestros en caligrafía, porque la escritura a través del médium no brilla comúnmente por su elegancia; el Sr. D..., uno de nuestros médiums, ha presentado en este aspecto un fenómeno excepcional: el de escribir mucho mejor bajo la inspiración de los Espíritus que bajo la propia. Su escritura normal es muy mala (de la cual no se envanece diciendo que es la de los grandes hombres); toma un carácter especial, muy distinto – según el Espíritu que se comunica– y la misma se reproduce constantemente con el mismo Espíritu, pero siempre más nítida, más legible y más correcta; con algunos es una especie de escritura inglesa, realizada con una cierta audacia. Uno de los miembros de la Sociedad, el Dr. V..., tenía la idea de evocar a un calígrafo distinguido, como asunto de observación desde el punto de vista de la escritura. Él conocía a uno, llamado Bertrand, fallecido hace aproximadamente dos años, con el cual tuvimos, en otra sesión, la siguiente conversación:

1. A la fórmula de evocación, respondió: Estoy aquí.

2. ¿Dónde estabais cuando os hemos evocado? –Resp. Ya estaba cerca de vosotros.

3. ¿Sabéis con qué objetivo principal os hemos rogado venir? – Resp. No, pero deseo saberlo.

Nota – El Sr. Bertrand, Espíritu, está aún bajo la influencia de la materia, como se lo podía suponer por su vida terrestre; se sabe que esos Espíritus son menos aptos para leer el pensamiento que aquellos que están más desmaterializados.

4. Desearíamos que aceptaseis reproducir a través del médium una escritura caligráfica que tuviera el carácter de aquella que teníais cuando encarnado; ¿lo podéis hacer? –Resp. Lo puedo.

Nota – A partir de esta palabra, el médium –que no se rige por las reglas enseñadas por los profesores de escritura– tomó, sin percibirlo, una posición correcta, tanto del cuerpo como de la mano: todo el resto de la conversación fue escrito como el fragmento cuyo facsímile reproducimos. Como punto de comparación, damos arriba la escritura normal del médium.

5. ¿Recordáis las circunstancias de vuestra vida terrestre? –Resp. Algunas.

6. ¿Podríais decirnos en qué año habéis muerto? –Resp. He muerto en 1856.

7. ¿Con qué edad? –Resp. Con 56 años.

8. ¿En qué ciudad vivíais? –Resp. En Saint-Germain.

9. ¿Cuál era vuestro género de vida? –Resp. Trataba de satisfacer mi cuerpo.

10. ¿Os ocupabais un poco con las cosas del otro mundo? –Resp. No lo suficiente.

11. ¿Os lamentáis por no ser más de este mundo? –Resp. Lamento no haber empleado lo suficientemente bien mi existencia.

12. ¿Sois más feliz que en la Tierra? –Resp. No, sufro por el bien que no hice.

13. ¿Qué pensáis del porvenir que os está reservado? –Resp. Pienso que he de necesitar toda la misericordia de Dios.

14. ¿Cuáles son vuestras relaciones en el mundo donde estáis? – Resp. Relaciones lastimeras e infelices.

15. Cuando volvéis a la Tierra, ¿hay lugares que frecuentáis con preferencia? –Resp. Busco a las almas que se compadecen de mis penas o que oran por mí.

16. ¿Veis tan claramente las cosas de la Tierra como cuando estabais encarnado? –Resp. Prefiero no verlas; si lo hiciera, sería eso también una causa de disgustos.

17. Se dice que cuando encarnado erais muy poco tolerante; ¿es verdad? –Resp. Era muy violento.

18. ¿Qué pensáis del objeto de nuestras reuniones? –Resp. Bien que hubiera gustado conocerlas en vida; me hubieran hecho mejorar.

19. ¿Veis a otros Espíritus como vos? –Resp. Sí, pero estoy muy confundido delante de ellos.

20. Rogamos a Dios para que os ayude en su santa misericordia; los sentimientos que acabáis de expresar deben haceros encontrar piedad ante Él, y no dudamos que ayuden a vuestro adelanto. –Resp. Os agradezco; Dios os proteja; ¡bendito sea Él por esto! Mi turno también llegará; así lo espero.

Nota – Las enseñanzas proporcionadas por el Sr. Bertrand, Espíritu, son perfectamente exactas y están de acuerdo con el género de vida y el carácter que se le conocía; solamente al reconocer su inferioridad y sus errores, su lenguaje es más serio y más elevado del que se podía esperar; esto nos prueba, una vez más, la penosa situación de aquellos que están demasiado apegados a la materia en este mundo. Es así que hasta los Espíritus inferiores nos dan a menudo útiles lecciones de moral con el ejemplo.

Bruselas, 15 de junio de 1858.
Mi querido Sr. Kardec:

Recibo y leo con mucho interés vuestra Revista Espírita, y recomiendo a mis amigos, no la simple lectura, sino el estudio profundo de vuestro El Libro de los Espíritus. Lamento mucho que mis preocupaciones físicas no me dejen tiempo para los estudios metafísicos; pero los he llevado bastante lejos para sentir cuán cerca estáis de la verdad absoluta, sobre todo cuando veo la perfecta coincidencia que existe entre las respuestas que me han sido dadas y las vuestras. Incluso aquellos que os atribuyen personalmente la redacción de vuestros escritos están estupefactos con la profundidad y la lógica de los mismos. Os habéis elevado de repente al nivel de Sócrates y de Platón por la moral y por la filosofía estética; en cuanto a mí, que conozco el fenómeno y vuestra lealtad, no dudo de la exactitud de las explicaciones que os son dadas, y abjuro de todas las ideas que he publicado al respecto, cuando no he creído ver en eso –junto al Sr. Babinet– más que fenómenos físicos o una prestidigitación indigna de la atención de los estudiosos.

No desaniméis, como yo tampoco lo hago, con la indiferencia de vuestros contemporáneos; lo que está escrito, está escrito; lo que está sembrado germinará. La idea de que la vida es una depuración de las almas, una prueba y una expiación, es grande, consoladora, progresiva y natural. Los que a ella se vinculan son felices en todas las posiciones; en lugar de quejarse de los males físicos y morales que los agobian, deben regocijarse, o al menos soportarlos con una resignación cristiana.

Para ser feliz, huye del placer:
Del filósofo es la divisa;
El esfuerzo que se hace para tenerlo,
Cuesta más que la mercancía;
Pero tarde o temprano nos llega,
En forma de una sorpresa;
Es un terno en el juego de azar,
Que vale diez mil veces la apuesta.

Espero pasar pronto por París, donde tengo tantos amigos para ver y tantas cosas que hacer; pero dejaré todo para daros un apretón de manos.
JOBARD Director del Museo Real de la Industria

Una adhesión tan clara y tan franca por parte de un hombre del valor del Sr. Jobard es, indiscutiblemente, una preciosa conquista a la cual aplaudirán todos los adeptos de la Doctrina Espírita; sin embargo, en nuestra opinión, adherir es poca cosa; pero reconocer abiertamente que se había equivocado, abjurar de las ideas anteriores que se han publicado, y esto sin presión ni intereses, únicamente porque la verdad ha salido a la luz, es lo que se puede llamar el verdadero coraje de su opinión, sobre todo cuando se tiene un nombre popular. Obrar así es propio de los grandes caracteres, que saben solos ponerse por encima de los prejuicios. Todos los hombres pueden equivocarse; pero hay grandeza en reconocer sus errores, mientras que hay pequeñez en perseverar en una opinión que se sabe falsa, solamente para darse un prestigio de infalibilidad a los ojos del vulgo; este prestigio no podría engañar a la posteridad que arranca sin piedad todos los oropeles del orgullo; sólo ella funda las reputaciones; sólo ella tiene el derecho de inscribir en su templo: Éste era verdaderamente grande de Espíritu y de corazón. ¡Cuántas veces no ha escrito también: Ese hombre grande ha sido muy pequeño!

Los elogios contenidos en la carta del Sr. Jobard nos hubieran impedido publicarla si fuesen dirigidos personalmente a nosotros; pero como él reconoce en nuestro trabajo la obra de los Espíritus, de los cuales no hemos sido más que un muy humilde intérprete, todo el mérito les pertenece, y nuestra modestia nada tiene que sufrir con una comparación que sólo prueba una cosa: que ese libro no puede haber sido dictado sino por Espíritus de un orden superior.

Al responder al Sr. Jobard, le habíamos preguntado si nos autorizaba a publicar su carta; al mismo tiempo estábamos encargados, en nombre de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, de ofrecerle el título de miembro honorario y de corresponsal. He aquí la respuesta que ha tenido a bien dirigirnos y que estamos felices en reproducir:
Bruselas, 22 de junio de 1858.

Mi querido colega:

Me preguntáis, con circunlocuciones espirituales, si yo osaría reconocer públicamente mi creencia en los Espíritus y en el periespíritu, autorizándoos a publicar mis cartas y aceptando el título de corresponsal de la Academia de Espiritismo que habéis fundado, lo que sería tener –como se dice– el coraje de su opinión.

Estoy un poco humillado, os confieso, por veros emplear conmigo las mismas fórmulas y los mismos discursos que con los tontos, cuando debéis saber que toda mi vida ha sido consagrada a sostener la verdad y a testimoniar en su favor todas las veces que la encontraba, ya sea en Física o en Metafísica. Sé que el papel de adepto de las nuevas ideas no siempre está exento de inconvenientes, incluso en este siglo de luces, y que se puede ser ridiculizado por decir que hay claridad en pleno día, porque lo menos que uno se arriesga es ser tratado de loco; pero como la Tierra gira y el día aparecerá para todos, será realmente necesario que los incrédulos se rindan ante la evidencia. También es natural que escuchemos negar la existencia de los Espíritus por aquellos que no creen en los mismos, así como la existencia de la luz por aquellos que aún se encuentran privados de sus rayos. ¿Podemos comunicarnos con ellos? Ahí está toda la cuestión. Ved y observad.

El tonto siempre niega lo que no puede comprender;
Para él lo maravilloso es desprovisto de encanto;
Nada sabe y nada quiere aprender:
Tal es del incrédulo un fiel retrato.

Me he dicho: El hombre es evidentemente doble, ya que la muerte lo desdobla; cuando una mitad queda en este mundo, la otra va hacia alguna parte conservando su individualidad; por lo tanto, el Espiritismo está perfectamente de acuerdo con las Escrituras, con el dogma, con la religión que cree de tal modo en los Espíritus que exorciza a los malos y evoca a los buenos: el Vade retro y el Veni Creator son la prueba de eso; por lo tanto, la evocación es una cosa seria y no una obra diabólica o una prestidigitación, como piensan algunos.

Soy curioso, no niego nada, pero quiero ver. No he dicho: Traedme el fenómeno, sino que he corrido atrás de él, en vez de esperarlo sentado en mi sillón hasta que viniese, según una costumbre ilógica. Hace más de 40 años hice este simple razonamiento con respecto al Magnetismo: Es imposible que hombres tan estimables escriban millares de volúmenes para hacerme creer en la existencia de una cosa que no existe. Y después experimenté largo tiempo y en vano, en cuanto no tenía fe en obtener lo que buscaba; pero he sido bien recompensado por mi perseverancia, ya que he conseguido producir todos los fenómenos de los cuales escuchaba hablar; después paré durante 15 años. Al haber sobrevenido las mesas, quise saber a qué atenerme; viene hoy el Espiritismo, y obro de la misma manera. Cuando algo nuevo aparece, corro atrás con el mismo ardor que pongo en ir al encuentro de los descubrimientos modernos de todo género; es la curiosidad que me arrastra, y me compadezco de los salvajes que no son curiosos, lo que hace que continúen salvajes: la curiosidad es la madre de la instrucción. Bien sé que este ardor por aprender me ha perjudicado mucho, y que si me hubiese quedado en esa respetable mediocridad que lleva a los honores y a la fortuna, habría obtenido mi buena parte; pero hace bastante tiempo que me he dicho que no estaba más que de paso en este mal albergue, donde no vale la pena deshacer las maletas; lo que me ha hecho soportar sin dolor los insultos, las injusticias, los robos de los cuales he sido una víctima privilegiada, fue esta idea de que no hay en este mundo una felicidad ni una desgracia que valga la pena regocijarse o afligirse. He trabajado, trabajado y trabajado, lo que me ha dado la fuerza de fustigar a mis adversarios más encarnizados e imponer respeto a los otros, de manera que soy ahora más feliz y más tranquilo que las personas que me han escamoteado una herencia de 20 millones. Me compadezco de ellos, porque no envidio su lugar en el mundo de los Espíritus. Si lamento esta fortuna no es por mí: no tengo un estómago para comer 20 millones; es por el bien que esto me ha impedido de hacer. ¡Qué palanca entre las manos de un hombre que supiera emplearla útilmente! ¡Qué impulso podría dar a la Ciencia y al progreso! Aquellos que tienen fortuna, ignoran a menudo los verdaderos goces que podrían obtener. ¿Sabéis lo que falta a la ciencia espírita para propagarse con rapidez? Un hombre rico que a ella consagre su fortuna por pura devoción, sin mezcla de orgullo ni de egoísmo; que hiciese las cosas con grandeza, sin parsimonia y sin pequeñez; tal hombre haría avanzar a la ciencia medio siglo. ¿Por qué me han quitado los medios de hacerlo? Él será encontrado; algo me lo dice; ¡honor a aquél!

He visto evocar a una persona viva; ella ha sentido un síncope hasta que su Espíritu retornó. Evocad el mío para ver lo que os diré. También evocad al Dr. Mure, muerto en El Cairo el 4 junio; era un gran espiritista y médico homeópata. Preguntadle si aún cree en los gnomos. Ciertamente él está en Júpiter, porque era un gran Espíritu, incluso en la Tierra, un verdadero profeta enseñando, y mi mejor amigo. ¿Estará contento con el artículo necrológico que le he hecho?

He aquí una carta muy larga, me diréis; pero no es todo color de rosa tenerme como corresponsal. Voy a leer vuestro último libro 190 que recibo en este instante; a la primera ojeada no dudo que éste haga muy bien al destruir una multitud de prevenciones, porque habéis sabido mostrar el lado serio de la cuestión. –El caso Badet es muy interesante; volveremos a hablar de él. Estoy a vuestra disposición,
JOBARD.


Todo comentario sobre esta carta sería superfluo; cada uno apreciará su alcance y reconocerá sin dificultad esa profundidad y esa sagacidad que, unidas a los más nobles pensamientos, han conquistado para el autor un lugar tan honorable entre sus contemporáneos. Podemos honrarnos de ser locos (a la manera por la cual lo entienden nuestros adversarios), cuando tenemos tales compañeros de infortunio.

A esta observación del Sr. Jobard: «¿Podemos comunicarnos con los Espíritus? Ahí está toda la cuestión; ved y observad», nosotros agregamos: Las comunicaciones con los seres del mundo invisible no son ni un descubrimiento ni una invención moderna; fueron practicadas, desde la más alta Antigüedad, por hombres que han sido nuestros maestros en Filosofía y cuyos nombres invocamos todos los días como autoridad. ¿Por qué lo que por entonces pasaba no podría más producirse hoy?

_______

La siguiente carta nos ha sido dirigida por uno de nuestros suscriptores; como contiene una parte instructiva que puede interesar a la mayoría de nuestros lectores –lo que es una prueba más de la influencia moral de la Doctrina Espírita–, creemos un deber publicarla completa, respondiendo, para todos, a las diversas preguntas que ella encierra.
Burdeos, 24 de junio de 1858.

Señor y querido hermano en Espiritismo:

Sin duda permitiréis a uno de vuestros suscriptores y a uno de vuestros lectores más atentos daros ese título, porque esta admirable Doctrina debe ser un lazo fraternal entre todos los que la comprenden y practican.

En uno de vuestros números anteriores habéis hablado de notables dibujos, realizados por el Sr. Victorien Sardou, y que representan viviendas del planeta Júpiter. El cuadro que habéis hecho de los mismos nos da, como sin duda a muchos otros, el deseo de conocerlos. ¿Tendríais la bondad de decirnos si ese señor tiene la intención de publicarlos? No dudo que tendrán un gran éxito, considerando la extensión que a cada día toman las creencias espíritas. Sería el complemento necesario de la descripción tan atrayente que los Espíritus han dado de ese mundo feliz.

Os diré al respecto, mi querido señor, que hace aproximadamente dieciocho meses hemos evocado en nuestro Círculo íntimo a un antiguo magistrado –pariente nuestro– fallecido en 1756, que durante su vida ha sido un modelo de todas las virtudes y un Espíritu muy superior, aunque no tenga un lugar en la Historia. Nos ha dicho que está encarnado en Júpiter y nos ha dado una enseñanza moral de una sabiduría admirable, y en todos los puntos en conformidad con lo que contiene vuestro tan precioso El Libro de los Espíritus. Tuvimos naturalmente la curiosidad de pedirle algunas informaciones sobre el estado del mundo que él habita, lo que ha hecho con una extrema complacencia. Ahora bien, juzgad nuestra sorpresa y nuestra alegría al leer en vuestra Revista una descripción completamente idéntica de este planeta, por lo menos en las generalidades, porque no hemos conducido las preguntas hasta donde vos lo habéis hecho: todo allí concuerda en lo físico y en lo moral, y hasta en la condición de los animales. Incluso hizo mención de las viviendas aéreas de las cuales no habláis.

Como había ciertas cosas que teníamos dificultad en comprender, nuestro pariente agregó estas palabras notables: «No es asombroso que no comprendáis las cosas para las cuales vuestros sentidos no fueron hechos; pero a medida que avancéis en la Ciencia, las comprenderéis mejor por el pensamiento, y dejarán de pareceros extraordinarias. No está lejano el tiempo en que recibiréis sobre este punto los más completos esclarecimientos. Los Espíritus están encargados de instruiros, a fin de daros un objetivo y de inclinaros al bien». Al leer vuestra descripción y el anuncio de los dibujos de los cuales habláis, nos hemos dicho naturalmente que ese tiempo ha llegado.

Sin duda los incrédulos han de criticar ese paraíso de los Espíritus, como critican todo, incluso la inmortalidad y hasta las cosas más santas. Bien sé que nada prueba materialmente la verdad de esta descripción; pero para todos aquellos que creen en la existencia y en las revelaciones de los Espíritus, esta coincidencia ¿no hace reflexionar? Nos hacemos una idea de los países que nunca hemos visto a través del relato de los viajeros, cuando hay coincidencia entre ellos: ¿por qué no sucedería lo mismo con respecto a los Espíritus? En el estado bajo el cual nos describen el mundo de Júpiter, ¿habrá algo que repugne a la razón? No; todo concuerda con la idea que ellos nos dan de existencias más perfectas; diré más: está de acuerdo con las Escrituras, lo que un día me esforzaré en demostrar; por mi cuenta, esto me parece tan lógico, tan consolador, que me sería penoso renunciar a la esperanza de vivir en ese mundo afortunado, donde no hay malos ni envidiosos, ni enemigos ni egoístas, ni hipócritas; es por eso que todos mis esfuerzos tienden a merecer ir hacia allá.

Cuando en nuestro pequeño Círculo alguno de nosotros parece tener pensamientos muy materiales, le decimos: «Tened cuidado, no iréis a Júpiter»; y somos felices en pensar que este futuro nos está reservado, si no es en la primera etapa, por lo menos en alguna de las siguientes. Por lo tanto, mi hermano querido, gracias por habernos abierto este nuevo camino de esperanza.

Ya que habéis obtenido revelaciones tan preciosas sobre ese mundo, debéis haberlas tenido igualmente sobre los otros que componen nuestro sistema planetario. ¿Vuestra intención es de publicarlas? Esto haría un conjunto de los más interesantes. Al observar los astros, nos complaceríamos pensando en los seres tan variados que los pueblan; el espacio nos parecería menos vacío. ¿Cómo ha podido venir al pensamiento de los hombres, creyentes en el poder y en la sabiduría de Dios, que esos millones de globos son cuerpos inertes y sin vida? ¿Y que nosotros somos los únicos en este pequeño grano de arena al que llamamos Tierra? Digo que esto es una impiedad. Semejante idea me entristece; si fuera así, me parecería estar en un desierto.

Estoy a vuestra disposición, de corazón,
MARIUS M., Empleado retirado.

El título que nuestro honorable suscriptor ha tenido a bien darnos es demasiado halagador para que no le estemos muy reconocidos por nos haber creído digno del mismo. En efecto, el Espiritismo es un lazo fraternal que debe conducir a la práctica de la verdadera caridad cristiana a todos aquellos que lo comprenden en su esencia, porque tiende a hacer desaparecer los sentimientos de odio, de envidia y de celos que dividen a los hombres; pero esta fraternidad no es la de una secta; para estar de acuerdo con los divinos preceptos del Cristo, la fraternidad debe abarcar a toda la Humanidad, porque todos los hombres son hijos de Dios; si algunos están extraviados, ella ordena compadecerlos; no permite odiarlos. Amaos los unos a los otros, ha dicho Jesús; Él no ha dicho: Amad solamente a los que piensan como vos; es por eso que, cuando nuestros adversarios nos arrojan piedras, de ninguna manera debemos devolverles maldiciones: estos principios harán siempre de aquellos que los profesan hombres apacibles que no buscarán la satisfacción de sus pasiones en el desorden y en el mal de su prójimo.

Los sentimientos de nuestro honorable corresponsal están impregnados de gran elevación, y estamos persuadidos de que él entiende la fraternidad tal como debe ser en su más amplia acepción.

Somos felices por la comunicación que ha consentido darnos acerca de Júpiter. La coincidencia que nos señala no es la única, como se ha podido ver en el artículo en cuestión. Ahora bien, cualquiera que sea la opinión que pueda formarse sobre el mismo, no es por eso un asunto menos digno de observación. El mundo espírita está lleno de misterios que se deben saber estudiar con mucho cuidado. Las consecuencias morales que de él deduce nuestro corresponsal están marcadas con el sello de una lógica que a nadie escapará.

En lo que concierne a la publicación de los dibujos, el mismo deseo nos ha sido expresado por varios de nuestros suscriptores; pero la complicación es tal que la reproducción por grabado hubiera entrañado gastos excesivos e inabordables; los propios Espíritus habían dicho que el momento de publicarlos no había llegado todavía, probablemente por este motivo. Hoy esta dificultad está felizmente superada. El Sr. Victorien Sardou, de médium dibujante (sin saber dibujar) se ha vuelto médium grabador sin haber tenido nunca un buril en su vida. Ahora hace sus dibujos directamente en cobre, lo que permitirá reproducirlos sin la colaboración de ningún artista extraño. Así la cuestión financiera quedó simplificada, y podremos dar una muestra notable en nuestro próximo número, acompañado de una descripción técnica que él consintió en encargarse de redactar según los documentos que le han suministrado los Espíritus. Estos dibujos son muy numerosos, y su conjunto formará más adelante un verdadero atlas. Conocemos otro médium dibujante a quien los Espíritus hacen trazar dibujos no menos curiosos sobre otro planeta. En cuanto al estado de los diferentes globos conocidos, nos han sido dados sobre varios de ellos informes generales, y sobre algunos solamente informes detallados; pero todavía no hemos fijado la época en la que será útil publicarlos.

ALLAN KARDEC.