EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

Volver al menú
16. “El castigo sigue por todas partes a estos seres caídos y malditos, por doquier llevan su infierno con ellos. No tienen paz ni reposo, las mismas dulzuras de la esperanza se les han trocado en amarguras, les son odiosas. La mano de Dios les hirió en el mismo acto de su pecado, y por su voluntad se han obstinado en el mal. Habiéndose pervertido no quieren cesar de serlo, y lo son para siempre.


“Son, después del pecado, lo que el hombre es después de la muerte. La rehabilitación de los que sucumbieron es, pues, imposible, su pérdida es en adelante irremediable, y perseveran en su orgullo en presencia de Dios, en su odio a Cristo, en sus celos contra la Humanidad.


“No habiendo podido apropiarse la gloria del cielo por el vuelo de su ambición, se esfuerzan en establecer su imperio sobre la Tierra y en desterrar de ésta el reino de Dios. El verbo hecho carne cumplió, a pesar de ellos, sus designios para la salvación y la gloria de la Humanidad. Todos sus medios de acción son consagrados a arrebatarle las almas que ha rescatado. La astucia y la impertinencia, la mentira y la seducción, todo lo ponen en obra para inclinarles al mal y para consumar su ruina.


“¡Ah! Con tales enemigos, la vida del hombre, desde su cuna hasta la tumba, no puede ser más que una lucha perpetua, porque son poderosos e infatigables.


“En efecto, estos enemigos son los mismos que, después de haber introducido el mal en el mundo, han conseguido cubrir la Tierra de las espesas tinieblas del error y del vicio. Los que durante largos siglos se han hecho adorar como dioses, y han reinado como dueños en los pueblos desde la antigüedad. Éstos, en fin, son los que ejercen todavía su imperio tiránico sobre las regiones idólatras, y fomentan el desorden y el escándalo hasta en el seno de las sociedades cristianas.


“Para comprender todos los recursos que tienen al servicio de su maldad, basta observar que no han perdido nada de las prodigiosas facultades que son las dotes de su naturaleza angélica. Sin duda que sobre el porvenir y sobre todo el orden sobrenatural tienen misterios que Dios se ha reservado y que no pueden descubrir. Pero su inteligencia es muy superior a la nuestra, porque de una sola ojeada perciben los efectos en sus causas y las causas en sus efectos. Esta penetración les permite anunciar anticipadamente los acontecimientos, que nuestras conjeturas están lejos de alcanzar. La distancia y la diversidad de los lugares desaparecen ante su agilidad. Más rápidos que el relámpago y que el pensamiento, se encuentran casi al mismo tiempo en los diversos puntos del globo, y pueden describir desde lejos los acontecimientos de que son testigos, en la misma hora en que se realizan.


“Las leyes generales por las cuales Dios rige y gobierna este Universo no son de su dominio, no pueden derogarlas, ni por consiguiente predecir u operar verdaderos milagros. Pero poseen el arte de imitar y de contrahacer, en ciertos límites, las obras divinas. Saben los fenómenos que resultan de la combinación de los elementos, y pronostican con certeza los que suceden naturalmente, así como los que tienen el poder de producir ellos mismos.


“De esto resultan esos oráculos numerosos, esos prestigios extraordinarios de los cuales nos han guardado el recuerdo los libros sagrados y profanos y que han servido de base y alimento a todas las supersticiones.


“Su sustancia simple e inmaterial les oculta de nuestra vista. Están a nuestro lado sin que los percibamos, tocan a nuestra alma sin herir nuestros oídos. Creemos obedecer a nuestro propio pensamiento, mientras que sufrimos sus tentaciones y su funesta influencia. Nuestras disposiciones, al contrario, les son conocidas por las impresiones que sentimos y nos atacan ordinariamente por nuestro lado débil. Para seducirnos con más seguridad, tienen costumbre de prestarnos incentivos y sugestiones conformes a nuestras inclinaciones. Modifican su acción según los rasgos característicos de cada temperamento. Pero sus armas favoritas son la mentira y la hipocresía.”