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Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859 > Mayo
Mayo
Escenas de la vida particular espírita En nuestro último número hemos presentado el Cuadro de la vida espírita como conjunto; hemos seguido a los Espíritus desde el instante en que dejan su cuerpo terrestre, y rápidamente hemos esbozado sus ocupaciones. Hoy nos proponemos a mostrarlos en acción, reuniendo en un mismo cuadro diversas escenas íntimas, de las que nuestras comunicaciones nos han dado testimonio. Las numerosas Conversaciones familiares del Más Allá, ya publicadas en esta Revista, han podido dar una idea de la situación de los Espíritus según el grado de su adelanto; pero aquí existe un carácter especial de actividad que nos hace conocer aún mejor el papel que –sin que lo sepamos– desempeñan entre nosotros. El tema de estudio, cuyas peripecias vamos a relatar, se nos deparó espontáneamente; presenta mayor interés porque tiene como héroe principal, no uno de esos Espíritus superiores que viven en mundos desconocidos, sino uno de los que, por su propia naturaleza, aún están apegados a la Tierra, un contemporáneo que nos ha dado pruebas manifiestas de su identidad. La acción transcurre entre nosotros, y cada uno desempeña en la misma su papel.
Además, este estudio de costumbres espíritas tiene de particular el hecho de mostrarnos el progreso de los Espíritus en el estado errante, y cómo nosotros podemos contribuir en su educación.
Uno de nuestros amigos que –después de varias experiencias infructuosas en que su paciencia triunfó– se volvió de repente un excelente médium psicógrafo y además un médium auditivo, estaba ocupado en psicografiar con otro médium de su amistad, cuando, a una pregunta dirigida a un Espíritu, obtuvo una respuesta bastante rara y poco seria en la cual no reconocía el carácter del Espíritu evocado. Al haber interpelado al autor de esta respuesta, y después de haberlo intimado en el nombre de Dios a darse a conocer, el Espíritu firmó: Pedro, el Flamenco, nombre completamente desconocido del médium. Fue entonces que se estableció entre ellos, y más tarde entre este Espíritu y nosotros, una serie de conversaciones que vamos a relatar:
Primera conversación
Además, este estudio de costumbres espíritas tiene de particular el hecho de mostrarnos el progreso de los Espíritus en el estado errante, y cómo nosotros podemos contribuir en su educación.
Uno de nuestros amigos que –después de varias experiencias infructuosas en que su paciencia triunfó– se volvió de repente un excelente médium psicógrafo y además un médium auditivo, estaba ocupado en psicografiar con otro médium de su amistad, cuando, a una pregunta dirigida a un Espíritu, obtuvo una respuesta bastante rara y poco seria en la cual no reconocía el carácter del Espíritu evocado. Al haber interpelado al autor de esta respuesta, y después de haberlo intimado en el nombre de Dios a darse a conocer, el Espíritu firmó: Pedro, el Flamenco, nombre completamente desconocido del médium. Fue entonces que se estableció entre ellos, y más tarde entre este Espíritu y nosotros, una serie de conversaciones que vamos a relatar:
Primera conversación
1. ¿Quién eres? No conozco a nadie con ese nombre. –Resp. Uno de tus antiguos compañeros del colegio.
2. No tengo ningún recuerdo de ti. –Resp. ¿Te acuerdas una vez de haber sido golpeado?
3. Es posible; entre escolares esto sucede algunas veces. En efecto, me acuerdo de algo como eso, pero también recuerdo haber pagado con la misma moneda. –Resp. Era yo; pero no estoy resentido.
4. Gracias; tanto como lo recuerdo, tú eras un bribón bastante malo. –Resp. Veo que te vuelve la memoria; no cambié mientras viví. Yo tenía poco juicio, pero en el fondo no era malo; me peleaba con el primero que llegaba: era como una necesidad en mí; después le daba la espalda y no pensaba más en eso.
5. ¿Cuándo y a qué edad has fallecido? –Resp. Hace quince años; yo tenía casi veinte años.
6. ¿De qué has muerto? –Resp. Imprudencias de muchacho..., como consecuencia de mi poco juicio...
7. ¿Aún tienes familia? –Resp. Desde hacía mucho tiempo que había perdido a mi padre y a mi madre; vivía en la casa de un tío, mi único pariente... Si vas a Cambrai te aconsejo ir a verlo...; es un muy buen hombre al que amo mucho, aunque él me haya tratado duramente; pero yo lo merecía.
8. ¿Él se llama como tú? –Resp. No; no hay nadie más en Cambrai con mi nombre; él se llama W...; vive en la calle..., Nº...; verás que soy yo realmente quien te habla.
Observación – El hecho ha sido verificado por el propio médium en un viaje que hizo algún tiempo después. Encontró al Sr. W... en la dirección indicada; en efecto, éste le dijo que había tenido un sobrino con ese nombre, un verdadero inconsecuente, bastante mal sujeto, que murió en 1844, poco tiempo después de haber sido exceptuado de la conscripción. Esta circunstancia no había sido indicada por el Espíritu; él lo ha hecho espontáneamente más tarde; se verá en qué ocasión.
9. ¿Has venido por acaso a mi casa? –Resp. No ha sido por acaso; más bien creo que un buen genio me ha conducido hasta ti, porque tengo la idea de que ambos ganaremos con este reencuentro... Yo estaba aquí al lado, en la casa de tu vecino, ocupado en mirar cuadros..., no son precisamente cuadros de iglesia...; de repente te he percibido y he venido. Te vi ocupado en conversar con otro Espíritu y quise entrometerme en la conversación.
10. ¿Pero por qué has respondido a las preguntas que yo hacía a otro Espíritu? Esto no es digno de un buen compañero. –Resp. Yo estaba en presencia de un Espíritu serio que no me parecía dispuesto a responder; respondiendo en su lugar, imaginaba que él iba a tomar la palabra, pero no tuve éxito; al no decir la verdad, esperaba forzarlo a hablar.
11. Esto está muy mal, porque podría haber dado resultados lamentables si yo no hubiera percibido la superchería. –Resp. Tarde o temprano lo habrías sabido.
12. Dime una cosa, ¿cómo has entrado aquí? –Resp. ¡Qué pregunta! ¿Será que tenemos necesidad de tirar el cordón de la campanilla?
13. ¿Puedes entonces ir a todas partes y entrar en cualquier lado? –Resp. ¡Claro! ¡E incluso sin avisar! No es en vano que somos Espíritus.
14. Sin embargo yo creía que ciertos Espíritus no tenían el poder de entrar en todas las reuniones. –Resp. ¿Es que, por ventura, crees que tu cuarto es un santuario, y que yo sea indigno de entrar en él?
15. Responde seriamente a mi pregunta y basta de bromas de mal gusto, te lo pido; ves que no estoy de humor para soportarlas y que los Espíritus mistificadores no son bien recibidos en mi casa. –Resp. Es verdad que existen reuniones de Espíritus donde nosotros, los truhanes, no podemos entrar; pero son los Espíritus superiores que nos lo impiden y no vosotros, hombres; además, cuando vamos a algún lugar, sabemos muy bien callarnos y mantenernos a distancia cuando es preciso; nosotros escuchamos, y si eso nos aburre nos vamos de allí... ¡Vamos! Tú no pareces estar encantado con mi visita.
16. Es que no recibo de buen grado al primero que llega, y francamente estoy disgustado, porque has perturbado una conversación seria. –Resp. No te enojes..., no quiero que te resientas...; me portaré bien... Otra vez me haré anunciar.
17. Entonces hace quince años que has muerto... –Resp. Entendámonos: es mi cuerpo que está muerto; pero yo, el que te habla, no he muerto.
Observación – A menudo se encuentran entre los Espíritus, inclusive entre los ligeros y jocosos, palabras de una gran profundidad. Ese YO, que no está muerto, es totalmente filosófico.
18. Es bien así como lo entiendo. Al respecto, dime una cosa: tal como estás ahora, ¿me ves con tanta nitidez como si tuvieses tu cuerpo? –Resp. Te veo aún mejor; yo era miope; es por eso que fui exceptuado de la conscripción.
19. Estaba diciendo que entonces hace quince años que has muerto, y me pareces tan atolondrado como antes; ¿no has, pues, avanzado? –Resp. Soy lo que era antes: ni mejor, ni peor.
20. ¿En qué pasas el tiempo? –Resp. No tengo otras ocupaciones que la de divertirme o informarme sobre los acontecimientos que pueden influir en mi destino. Veo mucho; paso una parte de mi tiempo en casa de amigos, en teatros... A veces sorprendo cosas divertidas... ¡Si las personas supiesen que tienen testigos cuando uno cree estar solo!... En fin, hago de modo que mi tiempo me sea lo menos pesado posible... No sabría decir cuánto esto durará; sin embargo, me encuentro así desde hace un cierto tiempo... ¿Tienes una explicación para mi caso?
21. En suma, ¿eres más feliz que cuando estabas encarnado? –Resp. No.
22. ¿Qué es lo que te falta? No tienes necesidad de nada; no sufres más; no temes ser arruinado; vas a todas partes y ves todo; no temes las preocupaciones, ni las enfermedades, ni los achaques de la vejez; ¿no es ésa una existencia feliz? –Resp. Me falta la realidad de los placeres; no soy lo suficientemente avanzado como para disfrutar de una felicidad moral; envidio todo lo que veo, y es eso lo que me tortura; ¡me aburro y trato de matar el tiempo como puedo!... ¡El tiempo es muy largo!... Siento una inquietud que no puedo definir...; preferiría sufrir las miserias de la vida que esta ansiedad que me agobia.
Observación – ¿No es éste un elocuente cuadro de los sufrimientos morales de los Espíritus inferiores? Envidiar todo lo que ven; tener los mismos deseos y, en realidad, no disfrutar de nada, debe ser una verdadera tortura.
23. Has dicho que ibas a ver a tus amigos; ¿no es ésta una distracción? –Resp. Mis amigos no saben que estoy con ellos, y además no piensan más en mí: esto me hace mal.
24. ¿No tienes amigos entre los Espíritus? –Resp. Inconsecuentes y bribones como yo, y que también se aburren; su compañía no es muy agradable; los que son felices y sensatos se alejan de mí.
25. ¡Pobre muchacho! Te compadezco, y si yo pudiese ser útil, lo haría con placer. –Resp. ¡Si supieras qué bien me hacen estas palabras! Es la primera vez que las escucho.
26. ¿No podrías buscar las ocasiones de observar y de escuchar las cosas buenas y útiles que servirían para tu adelanto? –Resp. Sí, pero para esto sería preciso que yo sepa aprovechar esas lecciones; confieso que de preferencia me gusta asistir a escenas de amor y libertinaje que no han influido a mi Espíritu hacia el bien. Antes de entrar en tu casa, yo estaba allá, mirando cuadros que despertaban en mí ciertas ideas...; pero olvidemos esto... Entretanto, he sabido resistir a la voluntad de pedir reencarnarme para gozar los placeres de los que tanto he abusado; ahora veo cuánto yo habría errado. Al venir a tu casa, siento que hice bien.
27. ¡Muy bien! Espero que en el futuro me des la satisfacción –si te interesa mi amistad– de no detener más tu atención en los cuadros que pueden inspirarte malas ideas, y que, por el contrario, pienses en lo que podrás escuchar aquí de bueno y de útil para ti. Te sentirás bien: créeme. –Resp. Si esta es tu idea, será también la mía.
28. Cuando vas al teatro, ¿experimentas las mismas emociones que tenías cuando encarnado? –Resp. Varias emociones diferentes; al principio, aquéllas; después me entrometo algunas veces en las conversaciones... y escucho cosas singulares.
29. ¿Cuál es tu teatro predilecto? –Resp. Les Variétés; pero frecuentemente sucede que voy a verlos a todos en la misma noche. Voy también a los bailes y a las reuniones donde uno se divierte.
30. De manera que, mientras te diviertes, puedes instruirte, porque es posible observar mucho en tu posición. –Resp. Sí; pero lo que prefiero más son ciertos coloquios; es verdaderamente curioso ver los tejemanejes de algunos individuos, sobre todo de los que quieren hacer creer que todavía son jóvenes. En todas estas habladurías, nadie dice la verdad: el corazón se maquilla como el rostro y así nadie se entiende. Sobre este asunto hice un estudio de costumbres.
31. ¡Pues bien! ¿No ves que podríamos tener juntos pequeñas y buenas charlas como ésta, de las que uno y otro podemos sacar buen provecho? –Resp. Siempre; como tú lo dices: primero para ti y luego para mí. Tienes ocupaciones que necesitas de tu cuerpo; yo puedo hacer todas las gestiones posibles para instruirme sin perjudicar a mi existencia.
32. Puesto que es así, continuarás tus observaciones o –como tú dices– tus estudios de costumbres; hasta ahora casi no has aprovechado esto; es necesario que ello sirva para tu esclarecimiento, y para eso es preciso que lo hagas con un objetivo serio y no para divertirte y matar el tiempo. Me dirás lo que has visto: reflexionaremos al respecto y sacaremos las conclusiones para nuestra instrucción mutua. –Resp. Será inclusive muy interesante; sí, ciertamente, estoy a tu servicio.
33. Esto no es todo; me gustaría proporcionarte la ocasión de practicar una buena acción; ¿lo quieres? –Resp. ¡De todo corazón! Se dirá, pues, que podré servir para algo. Dime inmediatamente lo que es necesario que yo haga.
34. ¡Despacio! No confío así misiones delicadas a aquellos a quien todavía no tengo plena confianza. Tú tienes buena voluntad, no lo dudo; ¿pero tendrás la perseverancia necesaria? He aquí la cuestión. Por consiguiente, es preciso que yo aprenda a conocerte mejor, para saber de lo que
eres capaz y hasta qué punto puedo contar contigo. Conversaremos de esto en otra oportunidad. –Resp. Lo verás.
35. Por lo tanto, adiós por hoy. –Resp. Hasta pronto.
Segunda conversación
2. No tengo ningún recuerdo de ti. –Resp. ¿Te acuerdas una vez de haber sido golpeado?
3. Es posible; entre escolares esto sucede algunas veces. En efecto, me acuerdo de algo como eso, pero también recuerdo haber pagado con la misma moneda. –Resp. Era yo; pero no estoy resentido.
4. Gracias; tanto como lo recuerdo, tú eras un bribón bastante malo. –Resp. Veo que te vuelve la memoria; no cambié mientras viví. Yo tenía poco juicio, pero en el fondo no era malo; me peleaba con el primero que llegaba: era como una necesidad en mí; después le daba la espalda y no pensaba más en eso.
5. ¿Cuándo y a qué edad has fallecido? –Resp. Hace quince años; yo tenía casi veinte años.
6. ¿De qué has muerto? –Resp. Imprudencias de muchacho..., como consecuencia de mi poco juicio...
7. ¿Aún tienes familia? –Resp. Desde hacía mucho tiempo que había perdido a mi padre y a mi madre; vivía en la casa de un tío, mi único pariente... Si vas a Cambrai te aconsejo ir a verlo...; es un muy buen hombre al que amo mucho, aunque él me haya tratado duramente; pero yo lo merecía.
8. ¿Él se llama como tú? –Resp. No; no hay nadie más en Cambrai con mi nombre; él se llama W...; vive en la calle..., Nº...; verás que soy yo realmente quien te habla.
Observación – El hecho ha sido verificado por el propio médium en un viaje que hizo algún tiempo después. Encontró al Sr. W... en la dirección indicada; en efecto, éste le dijo que había tenido un sobrino con ese nombre, un verdadero inconsecuente, bastante mal sujeto, que murió en 1844, poco tiempo después de haber sido exceptuado de la conscripción. Esta circunstancia no había sido indicada por el Espíritu; él lo ha hecho espontáneamente más tarde; se verá en qué ocasión.
9. ¿Has venido por acaso a mi casa? –Resp. No ha sido por acaso; más bien creo que un buen genio me ha conducido hasta ti, porque tengo la idea de que ambos ganaremos con este reencuentro... Yo estaba aquí al lado, en la casa de tu vecino, ocupado en mirar cuadros..., no son precisamente cuadros de iglesia...; de repente te he percibido y he venido. Te vi ocupado en conversar con otro Espíritu y quise entrometerme en la conversación.
10. ¿Pero por qué has respondido a las preguntas que yo hacía a otro Espíritu? Esto no es digno de un buen compañero. –Resp. Yo estaba en presencia de un Espíritu serio que no me parecía dispuesto a responder; respondiendo en su lugar, imaginaba que él iba a tomar la palabra, pero no tuve éxito; al no decir la verdad, esperaba forzarlo a hablar.
11. Esto está muy mal, porque podría haber dado resultados lamentables si yo no hubiera percibido la superchería. –Resp. Tarde o temprano lo habrías sabido.
12. Dime una cosa, ¿cómo has entrado aquí? –Resp. ¡Qué pregunta! ¿Será que tenemos necesidad de tirar el cordón de la campanilla?
13. ¿Puedes entonces ir a todas partes y entrar en cualquier lado? –Resp. ¡Claro! ¡E incluso sin avisar! No es en vano que somos Espíritus.
14. Sin embargo yo creía que ciertos Espíritus no tenían el poder de entrar en todas las reuniones. –Resp. ¿Es que, por ventura, crees que tu cuarto es un santuario, y que yo sea indigno de entrar en él?
15. Responde seriamente a mi pregunta y basta de bromas de mal gusto, te lo pido; ves que no estoy de humor para soportarlas y que los Espíritus mistificadores no son bien recibidos en mi casa. –Resp. Es verdad que existen reuniones de Espíritus donde nosotros, los truhanes, no podemos entrar; pero son los Espíritus superiores que nos lo impiden y no vosotros, hombres; además, cuando vamos a algún lugar, sabemos muy bien callarnos y mantenernos a distancia cuando es preciso; nosotros escuchamos, y si eso nos aburre nos vamos de allí... ¡Vamos! Tú no pareces estar encantado con mi visita.
16. Es que no recibo de buen grado al primero que llega, y francamente estoy disgustado, porque has perturbado una conversación seria. –Resp. No te enojes..., no quiero que te resientas...; me portaré bien... Otra vez me haré anunciar.
17. Entonces hace quince años que has muerto... –Resp. Entendámonos: es mi cuerpo que está muerto; pero yo, el que te habla, no he muerto.
Observación – A menudo se encuentran entre los Espíritus, inclusive entre los ligeros y jocosos, palabras de una gran profundidad. Ese YO, que no está muerto, es totalmente filosófico.
18. Es bien así como lo entiendo. Al respecto, dime una cosa: tal como estás ahora, ¿me ves con tanta nitidez como si tuvieses tu cuerpo? –Resp. Te veo aún mejor; yo era miope; es por eso que fui exceptuado de la conscripción.
19. Estaba diciendo que entonces hace quince años que has muerto, y me pareces tan atolondrado como antes; ¿no has, pues, avanzado? –Resp. Soy lo que era antes: ni mejor, ni peor.
20. ¿En qué pasas el tiempo? –Resp. No tengo otras ocupaciones que la de divertirme o informarme sobre los acontecimientos que pueden influir en mi destino. Veo mucho; paso una parte de mi tiempo en casa de amigos, en teatros... A veces sorprendo cosas divertidas... ¡Si las personas supiesen que tienen testigos cuando uno cree estar solo!... En fin, hago de modo que mi tiempo me sea lo menos pesado posible... No sabría decir cuánto esto durará; sin embargo, me encuentro así desde hace un cierto tiempo... ¿Tienes una explicación para mi caso?
21. En suma, ¿eres más feliz que cuando estabas encarnado? –Resp. No.
22. ¿Qué es lo que te falta? No tienes necesidad de nada; no sufres más; no temes ser arruinado; vas a todas partes y ves todo; no temes las preocupaciones, ni las enfermedades, ni los achaques de la vejez; ¿no es ésa una existencia feliz? –Resp. Me falta la realidad de los placeres; no soy lo suficientemente avanzado como para disfrutar de una felicidad moral; envidio todo lo que veo, y es eso lo que me tortura; ¡me aburro y trato de matar el tiempo como puedo!... ¡El tiempo es muy largo!... Siento una inquietud que no puedo definir...; preferiría sufrir las miserias de la vida que esta ansiedad que me agobia.
Observación – ¿No es éste un elocuente cuadro de los sufrimientos morales de los Espíritus inferiores? Envidiar todo lo que ven; tener los mismos deseos y, en realidad, no disfrutar de nada, debe ser una verdadera tortura.
23. Has dicho que ibas a ver a tus amigos; ¿no es ésta una distracción? –Resp. Mis amigos no saben que estoy con ellos, y además no piensan más en mí: esto me hace mal.
24. ¿No tienes amigos entre los Espíritus? –Resp. Inconsecuentes y bribones como yo, y que también se aburren; su compañía no es muy agradable; los que son felices y sensatos se alejan de mí.
25. ¡Pobre muchacho! Te compadezco, y si yo pudiese ser útil, lo haría con placer. –Resp. ¡Si supieras qué bien me hacen estas palabras! Es la primera vez que las escucho.
26. ¿No podrías buscar las ocasiones de observar y de escuchar las cosas buenas y útiles que servirían para tu adelanto? –Resp. Sí, pero para esto sería preciso que yo sepa aprovechar esas lecciones; confieso que de preferencia me gusta asistir a escenas de amor y libertinaje que no han influido a mi Espíritu hacia el bien. Antes de entrar en tu casa, yo estaba allá, mirando cuadros que despertaban en mí ciertas ideas...; pero olvidemos esto... Entretanto, he sabido resistir a la voluntad de pedir reencarnarme para gozar los placeres de los que tanto he abusado; ahora veo cuánto yo habría errado. Al venir a tu casa, siento que hice bien.
27. ¡Muy bien! Espero que en el futuro me des la satisfacción –si te interesa mi amistad– de no detener más tu atención en los cuadros que pueden inspirarte malas ideas, y que, por el contrario, pienses en lo que podrás escuchar aquí de bueno y de útil para ti. Te sentirás bien: créeme. –Resp. Si esta es tu idea, será también la mía.
28. Cuando vas al teatro, ¿experimentas las mismas emociones que tenías cuando encarnado? –Resp. Varias emociones diferentes; al principio, aquéllas; después me entrometo algunas veces en las conversaciones... y escucho cosas singulares.
29. ¿Cuál es tu teatro predilecto? –Resp. Les Variétés; pero frecuentemente sucede que voy a verlos a todos en la misma noche. Voy también a los bailes y a las reuniones donde uno se divierte.
30. De manera que, mientras te diviertes, puedes instruirte, porque es posible observar mucho en tu posición. –Resp. Sí; pero lo que prefiero más son ciertos coloquios; es verdaderamente curioso ver los tejemanejes de algunos individuos, sobre todo de los que quieren hacer creer que todavía son jóvenes. En todas estas habladurías, nadie dice la verdad: el corazón se maquilla como el rostro y así nadie se entiende. Sobre este asunto hice un estudio de costumbres.
31. ¡Pues bien! ¿No ves que podríamos tener juntos pequeñas y buenas charlas como ésta, de las que uno y otro podemos sacar buen provecho? –Resp. Siempre; como tú lo dices: primero para ti y luego para mí. Tienes ocupaciones que necesitas de tu cuerpo; yo puedo hacer todas las gestiones posibles para instruirme sin perjudicar a mi existencia.
32. Puesto que es así, continuarás tus observaciones o –como tú dices– tus estudios de costumbres; hasta ahora casi no has aprovechado esto; es necesario que ello sirva para tu esclarecimiento, y para eso es preciso que lo hagas con un objetivo serio y no para divertirte y matar el tiempo. Me dirás lo que has visto: reflexionaremos al respecto y sacaremos las conclusiones para nuestra instrucción mutua. –Resp. Será inclusive muy interesante; sí, ciertamente, estoy a tu servicio.
33. Esto no es todo; me gustaría proporcionarte la ocasión de practicar una buena acción; ¿lo quieres? –Resp. ¡De todo corazón! Se dirá, pues, que podré servir para algo. Dime inmediatamente lo que es necesario que yo haga.
34. ¡Despacio! No confío así misiones delicadas a aquellos a quien todavía no tengo plena confianza. Tú tienes buena voluntad, no lo dudo; ¿pero tendrás la perseverancia necesaria? He aquí la cuestión. Por consiguiente, es preciso que yo aprenda a conocerte mejor, para saber de lo que
eres capaz y hasta qué punto puedo contar contigo. Conversaremos de esto en otra oportunidad. –Resp. Lo verás.
35. Por lo tanto, adiós por hoy. –Resp. Hasta pronto.
Segunda conversación
36. Entonces, mi querido Pedro, ¿has reflexionado seriamente sobre lo que hemos conversado el otro día? –Resp. Más seriamente de lo que crees, porque estoy empeñado en probarte que valgo más de lo que parezco. Me siento más a gusto desde que tengo algo para hacer; ahora tengo un objetivo y no me aburro más.
37. He hablado de ti al Sr. Allan Kardec; le he comunicado nuestra conversación y él se puso muy contento con la misma; desea entrar en contacto contigo. –Resp. Lo sé: estuve en su casa.
38. ¿Quién te ha conducido allí? –Resp. Tu pensamiento. Volví aquí después de aquel día; vi que tú querías hablarle de mí y me he dicho: Vamos allá primero, que probablemente encontraré algún tema de observación y tal vez la ocasión de ser útil.
39. Me agrada verte con esos pensamientos serios. ¿Qué impresión has tenido de esa visita? –Resp. ¡Oh, una gran impresión! He aprendido cosas de las cuales ni sospechaba y que me han esclarecido sobre mi futuro. Es como una luz que se ha hecho para mí; ahora comprendo todo lo que he de ganar al perfeccionarme... Es necesario..., es necesario.
40. Sin ser indiscreto, ¿puedo preguntarte lo que has visto en su casa? –Resp. Seguramente; en su casa como en la de otros, he visto tanto que sólo diré lo que quiero... o lo que puedo decir.
41. ¿Qué quieres expresar con esto? ¿No puedes decir todo lo que quieres? –Resp. No; desde hace unos días veo a un Espíritu que parece seguirme por todas partes, que me impele o que me retiene; se diría que me dirige. Siento un impulso del que no me doy cuenta y al cual obedezco aunque yo no quiera; si quiero decir o hacer algo fuera de lugar, él se pone delante mío..., me observa... y yo me callo..., me detengo.
42. ¿Quién es este Espíritu? –Resp. No sé nada sobre él; pero me domina.
43. ¿Por qué no se lo preguntas? –Resp. No me atrevo; cuando quiero hablarle, me mira y se me traba la lengua.
Observación – Es evidente que la palabra lengua está aquí en sentido figurado, puesto que los Espíritus no tienen lenguaje articulado.
44. Debes ver si él es bueno o malo. –Resp. Debe ser bueno, ya que me impide decir tonterías; pero es severo... A veces tiene un aire de enojado, y otras veces parece mirarme con ternura... Me ha venido al pensamiento que bien podría ser mi padre, en Espíritu, que no quiere darse a conocer.
45. Esto me parece probable; él no debe estar muy contento contigo. Escúchame bien: voy a darte un consejo al respecto. Sabemos que los padres tienen por misión educar a sus hijos y encaminarlos a la buena senda; por consiguiente, ellos son responsables del bien y del mal que hacen estos últimos, según la educación que han recibido, y por eso sufren o son felices en el mundo de los Espíritus. Por lo tanto, la conducta de los hijos influye hasta un cierto punto sobre la felicidad o la desdicha de sus padres después de la muerte. Como tu conducta en la Tierra no ha sido muy edificante, y como desde que has desencarnado hiciste poca cosa de bueno, tu padre debe sufrir con esto si él se reprocha a sí mismo por no haberte dirigido hacia el bien... –Resp. Si yo no me volví un buen sujeto, no fue por falta de haber sido corregido más de una vez.
46. Tal vez no hubiese sido el mejor medio de conducirte; sea como fuere, su afecto por ti es siempre el mismo, y él te lo demuestra al acercarse a ti –si es él, como presumo. Debe estar feliz con tu cambio, lo que explica que alterne la ternura con el enojo; quiere ayudarte en el buen camino que acabas de entrar y, cuando te ve sólidamente comprometido en el mismo, estoy persuadido que se dará a conocer. Por eso, al trabajar por tu propia felicidad, trabajarás por la suya. Incluso yo no me sorprendería de que fuese él quien te haya impulsado a venir a mi casa. Si no lo ha hecho antes, fue porque ha querido dejarte tiempo para que comprendas el vacío de tu existencia ociosa y para que sientas los sinsabores de la misma. –Resp. ¡Gracias! ¡Gracias!... Él está aquí, atrás de ti... Ha puesto la mano sobre tu cabeza, como si te dictara las palabras que acabas de decir.
47. Volvamos al Sr. Allan Kardec. –Resp. He ido a su casa anteayer a la noche; él estaba ocupado, escribiendo en su gabinete...; trabajaba en una nueva obra que prepara... ¡Ah! Él cuida bien de nosotros, pobres Espíritus; si no se nos conoce no será por su culpa.
48. ¿Estaba solo? –Resp. Sí, solo, es decir, que no había ninguna persona con él; pero a su alrededor había una veintena de Espíritus que conversaban por encima de su cabeza.
49. ¿Él los escuchaba? –Resp. Los escuchaba tan bien que observaba hacia todos los lados para identificar de dónde venía ese ruido y para ver si no eran miles de moscas; luego abrió la ventana para observar si no era el viento o la lluvia.
Observación – El hecho era absolutamente exacto.
50. Entre todos esos Espíritus, ¿has reconocido a alguno? –Resp. No; ellos no son con los que me reunía; yo tenía un aire de intruso y me puse en un rincón para observar.
51. Esos Espíritus ¿parecían interesados en lo que él escribía? –Resp. ¡Ya lo creo! Sobre todo había dos o tres que le inspiraban lo que escribía y que daban la impresión de aconsejarse con los otros; él simplemente creía que las ideas eran suyas, y parecía contento con eso.
52. ¿Es todo lo que has visto? –Resp. Después llegaron ocho o diez personas que se reunieron en otro cuarto con Kardec. Se pusieron a conversar; le hacían preguntas: él respondía y explicaba.
53. ¿Conoces a las personas que estaban allí? –Resp. No; sólo sé que había personas importantes, porque a uno de ellos siempre llamaban: Príncipe, y a otro, Sr. Duque. Los Espíritus también llegaron en masa: había por lo menos una centena, de los cuales varios tenían sobre la cabeza como coronas de fuego; los otros se mantenían apartados y escuchaban.
54. Y tú, ¿qué hacías? –Resp. También escuchaba, pero principalmente observaba; entonces me vino la idea de hacer una cosa muy útil para Kardec; te diré más tarde lo que era, cuando lo haya logrado. Dejé, pues, la reunión y, al caminar por las calles, me divertí paseando ociosamente por los negocios y mezclándome entre la multitud.
55. De modo que en lugar de ir a tus quehaceres, perdiste el tiempo. –Resp. No lo he perdido, puesto que he impedido un robo.
56. ¡Ah! ¿También te entrometes en los asuntos de la policía? –Resp. ¿Por qué no? Al pasar por un negocio cerrado, noté que adentro sucedía algo raro; entré y vi a un joven muy agitado, que iba y venía como si quisiese robar la caja del comerciante. Había con él dos Espíritus, siendo que uno de ellos le susurraba al oído: ¡Vamos, cobarde! La caja está llena; podrás divertirte a gusto, etc. El otro Espíritu tenía el rostro de una mujer, bella y llena de nobleza, con algo celestial y bueno en la mirada; le decía: ¡Detente! ¡Vete! No te dejes tentar; y le susurraba las palabras: prisión, deshonra.
El joven dudaba. En el momento en que se aproximaba al mostrador, me puse delante de él para detenerlo. El Espíritu malo me preguntó por qué yo me metía. Quiero impedir –le dije– que este muchacho cometa una mala acción, y que tal vez sea condenado a galeras. Entonces el Espíritu bueno se acercó a mí y dijo: Es necesario que él experimente la tentación: es una prueba; si sucumbe, será por su culpa. El ladrón iba a triunfar, cuando el Espíritu malo usó un abominable ardid que tuvo éxito; le hizo notar una botella sobre una mesita: era aguardiente; le inspiró la idea de beber para darse coraje. El desdichado está perdido, pensé...; tratemos al menos de salvar algo. Yo no tenía más que un recurso: el de advertir al patrón... ¡rápido! He aquí que en un instante yo estaba con él en el primer piso del negocio. Se preparaba para jugar a las cartas con la esposa; era preciso encontrar un medio para hacerlo descender.
57. Si él fuese médium le habrías hecho escribir que estaba por ser robado. ¿Creería al menos en los Espíritus? –Resp. Él no tenía bastante espíritu como para saber lo que era eso.
58. No te conocía el talento de hacer juego de palabras. –Resp. Si me interrumpes, no diré nada más. Hice conque él tuviese un fuerte estornudo; entonces quiso aspirar su tabaco rapé, pero percibió que había olvidado la tabaquera en el negocio. Llamó a su pequeño hijo que dormía en un rincón y lo mandó para que fuese a buscarla...; no era esto lo que yo quería...; el hijo se despertó refunfuñando... Susurré a los oídos de la madre para que le dijera: No despiertes al niño; tú mismo puedes ir. –Finalmente el dueño se decidió a ir...; lo seguí, para hacerlo caminar más rápido. Al llegar a la puerta percibió luz en el negocio y oyó un ruido. He aquí que el miedo se apoderó de él y le temblaron las piernas: lo empujé para hacerlo avanzar; si hubiese entrado súbitamente, sorprendería al ladrón como en una trampa; en lugar de esto, el gordo imbécil se puso a gritar: ¡ladrón! El ladrón huyó, pero en su precipitación –perturbado que estaba por el aguardiente– se olvidó de recoger su gorra. El comerciante entró cuando ya no había nadie... ¿Lo que hará con la gorra? Eso no es asunto mío...: aquel sujeto ya no está metido en un lío. Gracias a mí, el ladrón no tuvo tiempo para consumar el hecho, y el comerciante se libró de él por el miedo; esto no le ha impedido de decir, al subir, que había derribado a un hombre de seis pies de altura. –¡Ved un poco, dijo él, lo que son las cosas! ¡Si yo no hubiera tenido la idea de tomar rapé!... –¡Si yo no te hubiese impedido de enviar a nuestro hijo! –dijo la mujer... –¡Es preciso concordar que ambos hemos tenido buen olfato! –¡Lo que es el azar!
He aquí, querido mío, cómo se nos agradece.
59. Tú eres un muchacho valiente, mi querido Pedro, y te felicito. Que la ingratitud de los hombres no te desanime; encontrarás así a muchos otros, ahora que te pones a prestarles servicio, hasta incluso entre los que creen en la intervención de los Espíritus. –Resp. Sí, y sé que los ingratos serán pagados con la misma moneda.
60. Ahora veo que puedo contar contigo, y que te estás volviendo verdaderamente serio. –Resp. Más tarde verás que seré yo quien te dará lecciones de moral.
61. Tengo necesidad de ellas como cualquier otro, y recibo con gusto los buenos consejos, de cualquier parte que vengan. Te he dicho que quería que hicieses
una buena acción; ¿estás dispuesto? –Resp. ¿Puedes dudarlo?
62. Creo que uno de mis amigos está amenazado de grandes decepciones, si continúa siguiendo la mala senda en la que se encuentra; las ilusiones que se hace pueden perderlo. Quisiera que intentases traerlo nuevamente hacia el buen camino, con algo que pudiera impresionarlo vivamente; ¿comprendes mi pensamiento? –Resp. Sí; quisieras que yo hiciese alguna buena manifestación: por ejemplo, una aparición. Pero esto no está en mi poder. Entretanto, a veces puedo –cuando tengo el permiso– dar pruebas sensibles de mi presencia; tú lo sabes.
Observación – El médium al cual este Espíritu parece estar vinculado es avisado de su presencia por una impresión muy sensible, inclusive cuando ni piensa en llamarlo. Él lo reconoce por una especie de roce que siente en el brazo, en la espalda y en los hombros; pero algunas veces los efectos son más enérgicos. En una reunión que tuvo lugar en nuestra casa el 24 de marzo último, este Espíritu respondió a las preguntas por intermedio de otro médium. Se hablaba de su poder físico; de repente, como para dar una prueba, él tomó a uno de los asistentes por la pierna, y por medio de una violenta sacudida, lo levantó de la silla y lo arrojó –completamente aturdido– hacia el otro extremo de la sala.
63. Haz lo que quieras o, mejor dicho, lo que puedas. Te aviso que él es médium. –Resp. Mucho mejor; tengo mi plan.
64. ¿Qué piensas hacer? –Resp. En principio, voy a estudiar la situación; ver de qué Espíritus está rodeado y si hay medios de hacer algo con ellos. Una vez en su casa, me anunciaré, como lo he hecho en la tuya; me interpelarán y responderé: «Soy yo, Pedro, el Flamenco, mensajero en Espíritu, que viene a ponerse a vuestro servicio y que, al mismo tiempo, desearía agradeceros. He escuchado decir que cultiváis ciertas ideas que están trastornándoos y que ya os hacen volver la espalda a vuestros amigos; creo un deber advertiros, en vuestro interés, cuán lejos están esas ideas de ser provechosas para vuestra felicidad futura. Puedo aseguraros que vengo a veros con buenas intenciones: palabra de honor de el Flamenco. Temed a la cólera de los Espíritus, y más aún a la de Dios; creed en las palabras de vuestro servidor, que puede afirmaros que su misión es totalmente dirigida hacia el bien. (Sic.)
Si me expulsan, volveré tres veces, y después veré lo que debo hacer. ¿Está bien así?
65. Muy bien, amigo mío, pero no digas ni más ni menos. –Resp. Palabra por palabra.
66. Pero si te preguntan quién te encargó esa misión, ¿qué responderás? –Resp. Los Espíritus superiores. Para el bien, puedo no decir totalmente la verdad.
67. Te equivocas; desde el momento en que se obra para el bien, es siempre por inspiración de los Espíritus buenos; por eso tu conciencia puede estar tranquila, porque los Espíritus malos nunca nos llevan a hacer cosas buenas. –Resp. Entendí.
68. Te agradezco y te felicito por tu buena disposición. ¿Cuándo quieres que te llame para que me hagas conocer el resultado de la misión? –Resp. Te avisaré.
(Continúa en el próximo número.)
37. He hablado de ti al Sr. Allan Kardec; le he comunicado nuestra conversación y él se puso muy contento con la misma; desea entrar en contacto contigo. –Resp. Lo sé: estuve en su casa.
38. ¿Quién te ha conducido allí? –Resp. Tu pensamiento. Volví aquí después de aquel día; vi que tú querías hablarle de mí y me he dicho: Vamos allá primero, que probablemente encontraré algún tema de observación y tal vez la ocasión de ser útil.
39. Me agrada verte con esos pensamientos serios. ¿Qué impresión has tenido de esa visita? –Resp. ¡Oh, una gran impresión! He aprendido cosas de las cuales ni sospechaba y que me han esclarecido sobre mi futuro. Es como una luz que se ha hecho para mí; ahora comprendo todo lo que he de ganar al perfeccionarme... Es necesario..., es necesario.
40. Sin ser indiscreto, ¿puedo preguntarte lo que has visto en su casa? –Resp. Seguramente; en su casa como en la de otros, he visto tanto que sólo diré lo que quiero... o lo que puedo decir.
41. ¿Qué quieres expresar con esto? ¿No puedes decir todo lo que quieres? –Resp. No; desde hace unos días veo a un Espíritu que parece seguirme por todas partes, que me impele o que me retiene; se diría que me dirige. Siento un impulso del que no me doy cuenta y al cual obedezco aunque yo no quiera; si quiero decir o hacer algo fuera de lugar, él se pone delante mío..., me observa... y yo me callo..., me detengo.
42. ¿Quién es este Espíritu? –Resp. No sé nada sobre él; pero me domina.
43. ¿Por qué no se lo preguntas? –Resp. No me atrevo; cuando quiero hablarle, me mira y se me traba la lengua.
Observación – Es evidente que la palabra lengua está aquí en sentido figurado, puesto que los Espíritus no tienen lenguaje articulado.
44. Debes ver si él es bueno o malo. –Resp. Debe ser bueno, ya que me impide decir tonterías; pero es severo... A veces tiene un aire de enojado, y otras veces parece mirarme con ternura... Me ha venido al pensamiento que bien podría ser mi padre, en Espíritu, que no quiere darse a conocer.
45. Esto me parece probable; él no debe estar muy contento contigo. Escúchame bien: voy a darte un consejo al respecto. Sabemos que los padres tienen por misión educar a sus hijos y encaminarlos a la buena senda; por consiguiente, ellos son responsables del bien y del mal que hacen estos últimos, según la educación que han recibido, y por eso sufren o son felices en el mundo de los Espíritus. Por lo tanto, la conducta de los hijos influye hasta un cierto punto sobre la felicidad o la desdicha de sus padres después de la muerte. Como tu conducta en la Tierra no ha sido muy edificante, y como desde que has desencarnado hiciste poca cosa de bueno, tu padre debe sufrir con esto si él se reprocha a sí mismo por no haberte dirigido hacia el bien... –Resp. Si yo no me volví un buen sujeto, no fue por falta de haber sido corregido más de una vez.
46. Tal vez no hubiese sido el mejor medio de conducirte; sea como fuere, su afecto por ti es siempre el mismo, y él te lo demuestra al acercarse a ti –si es él, como presumo. Debe estar feliz con tu cambio, lo que explica que alterne la ternura con el enojo; quiere ayudarte en el buen camino que acabas de entrar y, cuando te ve sólidamente comprometido en el mismo, estoy persuadido que se dará a conocer. Por eso, al trabajar por tu propia felicidad, trabajarás por la suya. Incluso yo no me sorprendería de que fuese él quien te haya impulsado a venir a mi casa. Si no lo ha hecho antes, fue porque ha querido dejarte tiempo para que comprendas el vacío de tu existencia ociosa y para que sientas los sinsabores de la misma. –Resp. ¡Gracias! ¡Gracias!... Él está aquí, atrás de ti... Ha puesto la mano sobre tu cabeza, como si te dictara las palabras que acabas de decir.
47. Volvamos al Sr. Allan Kardec. –Resp. He ido a su casa anteayer a la noche; él estaba ocupado, escribiendo en su gabinete...; trabajaba en una nueva obra que prepara... ¡Ah! Él cuida bien de nosotros, pobres Espíritus; si no se nos conoce no será por su culpa.
48. ¿Estaba solo? –Resp. Sí, solo, es decir, que no había ninguna persona con él; pero a su alrededor había una veintena de Espíritus que conversaban por encima de su cabeza.
49. ¿Él los escuchaba? –Resp. Los escuchaba tan bien que observaba hacia todos los lados para identificar de dónde venía ese ruido y para ver si no eran miles de moscas; luego abrió la ventana para observar si no era el viento o la lluvia.
Observación – El hecho era absolutamente exacto.
50. Entre todos esos Espíritus, ¿has reconocido a alguno? –Resp. No; ellos no son con los que me reunía; yo tenía un aire de intruso y me puse en un rincón para observar.
51. Esos Espíritus ¿parecían interesados en lo que él escribía? –Resp. ¡Ya lo creo! Sobre todo había dos o tres que le inspiraban lo que escribía y que daban la impresión de aconsejarse con los otros; él simplemente creía que las ideas eran suyas, y parecía contento con eso.
52. ¿Es todo lo que has visto? –Resp. Después llegaron ocho o diez personas que se reunieron en otro cuarto con Kardec. Se pusieron a conversar; le hacían preguntas: él respondía y explicaba.
53. ¿Conoces a las personas que estaban allí? –Resp. No; sólo sé que había personas importantes, porque a uno de ellos siempre llamaban: Príncipe, y a otro, Sr. Duque. Los Espíritus también llegaron en masa: había por lo menos una centena, de los cuales varios tenían sobre la cabeza como coronas de fuego; los otros se mantenían apartados y escuchaban.
54. Y tú, ¿qué hacías? –Resp. También escuchaba, pero principalmente observaba; entonces me vino la idea de hacer una cosa muy útil para Kardec; te diré más tarde lo que era, cuando lo haya logrado. Dejé, pues, la reunión y, al caminar por las calles, me divertí paseando ociosamente por los negocios y mezclándome entre la multitud.
55. De modo que en lugar de ir a tus quehaceres, perdiste el tiempo. –Resp. No lo he perdido, puesto que he impedido un robo.
56. ¡Ah! ¿También te entrometes en los asuntos de la policía? –Resp. ¿Por qué no? Al pasar por un negocio cerrado, noté que adentro sucedía algo raro; entré y vi a un joven muy agitado, que iba y venía como si quisiese robar la caja del comerciante. Había con él dos Espíritus, siendo que uno de ellos le susurraba al oído: ¡Vamos, cobarde! La caja está llena; podrás divertirte a gusto, etc. El otro Espíritu tenía el rostro de una mujer, bella y llena de nobleza, con algo celestial y bueno en la mirada; le decía: ¡Detente! ¡Vete! No te dejes tentar; y le susurraba las palabras: prisión, deshonra.
El joven dudaba. En el momento en que se aproximaba al mostrador, me puse delante de él para detenerlo. El Espíritu malo me preguntó por qué yo me metía. Quiero impedir –le dije– que este muchacho cometa una mala acción, y que tal vez sea condenado a galeras. Entonces el Espíritu bueno se acercó a mí y dijo: Es necesario que él experimente la tentación: es una prueba; si sucumbe, será por su culpa. El ladrón iba a triunfar, cuando el Espíritu malo usó un abominable ardid que tuvo éxito; le hizo notar una botella sobre una mesita: era aguardiente; le inspiró la idea de beber para darse coraje. El desdichado está perdido, pensé...; tratemos al menos de salvar algo. Yo no tenía más que un recurso: el de advertir al patrón... ¡rápido! He aquí que en un instante yo estaba con él en el primer piso del negocio. Se preparaba para jugar a las cartas con la esposa; era preciso encontrar un medio para hacerlo descender.
57. Si él fuese médium le habrías hecho escribir que estaba por ser robado. ¿Creería al menos en los Espíritus? –Resp. Él no tenía bastante espíritu como para saber lo que era eso.
58. No te conocía el talento de hacer juego de palabras. –Resp. Si me interrumpes, no diré nada más. Hice conque él tuviese un fuerte estornudo; entonces quiso aspirar su tabaco rapé, pero percibió que había olvidado la tabaquera en el negocio. Llamó a su pequeño hijo que dormía en un rincón y lo mandó para que fuese a buscarla...; no era esto lo que yo quería...; el hijo se despertó refunfuñando... Susurré a los oídos de la madre para que le dijera: No despiertes al niño; tú mismo puedes ir. –Finalmente el dueño se decidió a ir...; lo seguí, para hacerlo caminar más rápido. Al llegar a la puerta percibió luz en el negocio y oyó un ruido. He aquí que el miedo se apoderó de él y le temblaron las piernas: lo empujé para hacerlo avanzar; si hubiese entrado súbitamente, sorprendería al ladrón como en una trampa; en lugar de esto, el gordo imbécil se puso a gritar: ¡ladrón! El ladrón huyó, pero en su precipitación –perturbado que estaba por el aguardiente– se olvidó de recoger su gorra. El comerciante entró cuando ya no había nadie... ¿Lo que hará con la gorra? Eso no es asunto mío...: aquel sujeto ya no está metido en un lío. Gracias a mí, el ladrón no tuvo tiempo para consumar el hecho, y el comerciante se libró de él por el miedo; esto no le ha impedido de decir, al subir, que había derribado a un hombre de seis pies de altura. –¡Ved un poco, dijo él, lo que son las cosas! ¡Si yo no hubiera tenido la idea de tomar rapé!... –¡Si yo no te hubiese impedido de enviar a nuestro hijo! –dijo la mujer... –¡Es preciso concordar que ambos hemos tenido buen olfato! –¡Lo que es el azar!
He aquí, querido mío, cómo se nos agradece.
59. Tú eres un muchacho valiente, mi querido Pedro, y te felicito. Que la ingratitud de los hombres no te desanime; encontrarás así a muchos otros, ahora que te pones a prestarles servicio, hasta incluso entre los que creen en la intervención de los Espíritus. –Resp. Sí, y sé que los ingratos serán pagados con la misma moneda.
60. Ahora veo que puedo contar contigo, y que te estás volviendo verdaderamente serio. –Resp. Más tarde verás que seré yo quien te dará lecciones de moral.
61. Tengo necesidad de ellas como cualquier otro, y recibo con gusto los buenos consejos, de cualquier parte que vengan. Te he dicho que quería que hicieses
una buena acción; ¿estás dispuesto? –Resp. ¿Puedes dudarlo?
62. Creo que uno de mis amigos está amenazado de grandes decepciones, si continúa siguiendo la mala senda en la que se encuentra; las ilusiones que se hace pueden perderlo. Quisiera que intentases traerlo nuevamente hacia el buen camino, con algo que pudiera impresionarlo vivamente; ¿comprendes mi pensamiento? –Resp. Sí; quisieras que yo hiciese alguna buena manifestación: por ejemplo, una aparición. Pero esto no está en mi poder. Entretanto, a veces puedo –cuando tengo el permiso– dar pruebas sensibles de mi presencia; tú lo sabes.
Observación – El médium al cual este Espíritu parece estar vinculado es avisado de su presencia por una impresión muy sensible, inclusive cuando ni piensa en llamarlo. Él lo reconoce por una especie de roce que siente en el brazo, en la espalda y en los hombros; pero algunas veces los efectos son más enérgicos. En una reunión que tuvo lugar en nuestra casa el 24 de marzo último, este Espíritu respondió a las preguntas por intermedio de otro médium. Se hablaba de su poder físico; de repente, como para dar una prueba, él tomó a uno de los asistentes por la pierna, y por medio de una violenta sacudida, lo levantó de la silla y lo arrojó –completamente aturdido– hacia el otro extremo de la sala.
63. Haz lo que quieras o, mejor dicho, lo que puedas. Te aviso que él es médium. –Resp. Mucho mejor; tengo mi plan.
64. ¿Qué piensas hacer? –Resp. En principio, voy a estudiar la situación; ver de qué Espíritus está rodeado y si hay medios de hacer algo con ellos. Una vez en su casa, me anunciaré, como lo he hecho en la tuya; me interpelarán y responderé: «Soy yo, Pedro, el Flamenco, mensajero en Espíritu, que viene a ponerse a vuestro servicio y que, al mismo tiempo, desearía agradeceros. He escuchado decir que cultiváis ciertas ideas que están trastornándoos y que ya os hacen volver la espalda a vuestros amigos; creo un deber advertiros, en vuestro interés, cuán lejos están esas ideas de ser provechosas para vuestra felicidad futura. Puedo aseguraros que vengo a veros con buenas intenciones: palabra de honor de el Flamenco. Temed a la cólera de los Espíritus, y más aún a la de Dios; creed en las palabras de vuestro servidor, que puede afirmaros que su misión es totalmente dirigida hacia el bien. (Sic.)
Si me expulsan, volveré tres veces, y después veré lo que debo hacer. ¿Está bien así?
65. Muy bien, amigo mío, pero no digas ni más ni menos. –Resp. Palabra por palabra.
66. Pero si te preguntan quién te encargó esa misión, ¿qué responderás? –Resp. Los Espíritus superiores. Para el bien, puedo no decir totalmente la verdad.
67. Te equivocas; desde el momento en que se obra para el bien, es siempre por inspiración de los Espíritus buenos; por eso tu conciencia puede estar tranquila, porque los Espíritus malos nunca nos llevan a hacer cosas buenas. –Resp. Entendí.
68. Te agradezco y te felicito por tu buena disposición. ¿Cuándo quieres que te llame para que me hagas conocer el resultado de la misión? –Resp. Te avisaré.
(Continúa en el próximo número.)
Música del Más Allá
Mozart 1. Sin duda sabéis el motivo por el cual os hemos llamado. –Resp. Vuestro llamado me complace.
2. ¿Reconocéis el fragmento que se acaba de tocar como siendo dictado por vos? –Resp. Sí, muy bien; lo reconozco perfectamente. El médium que me ha servido de intérprete es un amigo que no me ha traicionado.
3. ¿Cuál de los dos fragmentos preferís? –Resp. El segundo, sin comparación.
4. ¿Por qué? –Resp. La dulzura y el encanto son en él más vivos y más tiernos a la vez.
Nota – En efecto, esas son las cualidades que se han reconocido en ese fragmento.
5. La música del mundo que habitáis, ¿puede compararse con
la nuestra? –Resp. Para vosotros sería difícil comprenderla; nosotros tenemos sentidos que vosotros no poseéis.
6. Se nos ha dicho que en vuestro mundo hay una armonía natural, universal, que no conocemos en este mundo. –Resp. Es verdad; en vuestra Tierra, vosotros hacéis la música; aquí, toda la Naturaleza hace escuchar sus sonidos melodiosos.
7. ¿Podríais vos mismo tocar el piano? –Resp. Podría, sin duda, pero no quiero; es inútil.
8. Sin embargo, ése sería un poderoso motivo de convicción. –Resp. ¿No estáis convencidos?
Nota – Sabemos que los Espíritus nunca se prestan a pruebas; a menudo hacen espontáneamente lo que no se les pide; además, ésta entra en la categoría de las manifestaciones físicas, con las cuales los Espíritus elevados no se ocupan.
9. ¿Qué pensáis de la reciente publicación de vuestras Cartas? –Resp. Esto ha evocado mucho mis recuerdos.
10. Vuestro recuerdo está en la memoria de todo el mundo; ¿podríais especificar el efecto que esas Cartas han producido en la opinión pública? –Resp. Sí, sus lectores me han amado más y se han apegado mucho más a mí como hombre, de lo que lo hacían antes.
Nota – La persona que ha formulado estas últimas preguntas, ajena a la Sociedad, confirma efectivamente que esa ha sido la impresión producida por esta publicación.
11. Deseamos interrogar a Chopin; ¿podemos? –Resp. Sí; él está más triste y más sombrío que yo.
2. ¿Reconocéis el fragmento que se acaba de tocar como siendo dictado por vos? –Resp. Sí, muy bien; lo reconozco perfectamente. El médium que me ha servido de intérprete es un amigo que no me ha traicionado.
3. ¿Cuál de los dos fragmentos preferís? –Resp. El segundo, sin comparación.
4. ¿Por qué? –Resp. La dulzura y el encanto son en él más vivos y más tiernos a la vez.
Nota – En efecto, esas son las cualidades que se han reconocido en ese fragmento.
5. La música del mundo que habitáis, ¿puede compararse con
la nuestra? –Resp. Para vosotros sería difícil comprenderla; nosotros tenemos sentidos que vosotros no poseéis.
6. Se nos ha dicho que en vuestro mundo hay una armonía natural, universal, que no conocemos en este mundo. –Resp. Es verdad; en vuestra Tierra, vosotros hacéis la música; aquí, toda la Naturaleza hace escuchar sus sonidos melodiosos.
7. ¿Podríais vos mismo tocar el piano? –Resp. Podría, sin duda, pero no quiero; es inútil.
8. Sin embargo, ése sería un poderoso motivo de convicción. –Resp. ¿No estáis convencidos?
Nota – Sabemos que los Espíritus nunca se prestan a pruebas; a menudo hacen espontáneamente lo que no se les pide; además, ésta entra en la categoría de las manifestaciones físicas, con las cuales los Espíritus elevados no se ocupan.
9. ¿Qué pensáis de la reciente publicación de vuestras Cartas? –Resp. Esto ha evocado mucho mis recuerdos.
10. Vuestro recuerdo está en la memoria de todo el mundo; ¿podríais especificar el efecto que esas Cartas han producido en la opinión pública? –Resp. Sí, sus lectores me han amado más y se han apegado mucho más a mí como hombre, de lo que lo hacían antes.
Nota – La persona que ha formulado estas últimas preguntas, ajena a la Sociedad, confirma efectivamente que esa ha sido la impresión producida por esta publicación.
11. Deseamos interrogar a Chopin; ¿podemos? –Resp. Sí; él está más triste y más sombrío que yo.
Chopin
12. (Después de la evocación.) ¿Podríais decirnos en qué situación estáis como Espíritu? –Resp. Aún errante.
13. ¿Lamentáis la vida terrestre? –Resp. Yo no soy infeliz.
14. ¿Sois más feliz de lo que erais? –Resp. Sí, un poco.
15. Decís un poco, lo que quiere decir que no hay una gran diferencia; ¿qué os falta para serlo más? –Resp. Digo un poco con relación a lo que yo podría haber sido, porque, con mi inteligencia, podría haber avanzado más de lo que lo he hecho.
16. ¿Esperáis alcanzar un día la felicidad que no tenéis ahora? –Resp. Seguramente, ella vendrá, pero serán necesarias nuevas pruebas.
17. Mozart dice que estáis sombrío y triste; ¿por qué esto? –Resp. Mozart dice la verdad. Me entristezco, porque yo había emprendido una prueba que no he conducido bien, y no he tenido más el coraje de recomenzarla.
18. ¿Cómo apreciáis vuestras obras musicales? –Resp. Las estimo mucho; pero entre nosotros las hacemos mejores; sobre todo se las ejecuta mejor: se tienen más medios.
19. ¿Quiénes son, pues, vuestros ejecutantes? –Resp. Tenemos bajo nuestras órdenes a legiones de ejecutantes que tocan nuestras composiciones con mil veces más arte que cualquiera de vosotros; son músicos completos. El instrumento del cual se sirven es su garganta, por así decirlo, y son ayudados por instrumentos, especies de órganos de una precisión y de una melodía que vosotros aún no podéis comprender.
20. ¿Estáis realmente errante? –Resp. Sí; es decir, que no pertenezco exclusivamente a ningún planeta.
21. Y vuestros ejecutantes, ¿están también en la erraticidad? –Resp. Errantes como yo.
22. (A Mozart.) ¿Tendríais la bondad de explicarnos lo que acaba de decir Chopin? No comprendemos esa ejecución por Espíritus errantes. –Resp. Concibo vuestra sorpresa; sin embargo, ya os hemos dichoque hay mundos particularmente destinados a los seres errantes, mundos en los cuales ellos pueden habitar temporalmente, especies de campamentos, de parajes para reposar sus fatigas por una erraticidad demasiado prolongada, estado que siempre es un poco penoso.
23. (A Chopin.) ¿Reconocéis aquí a una de vuestras alumnas? –Resp. Sí, la reconozco.
24. ¿Estaríais bien a gusto al asistir la ejecución del trecho de una de vuestras composiciones? –Resp. Esto me complacería mucho, sobre todo ejecutado por una persona que ha guardado de mí un buen recuerdo; que ella acepte mis agradecimientos.
25. ¿Podríais darnos vuestra opinión sobre la música de Mozart? –Resp. Me gusta mucho; considero a Mozart como mi maestro.
26. ¿Compartís su opinión con relación a la música de hoy? –Resp. Mozart ha dicho que la música era mejor comprendida en su tiempo que hoy: es verdad; no obstante, objetaré que aún existen verdaderos artistas.
Nota – El Fragmento de una Sonata dictado por el Espíritu Mozart acaba de ser publicado. Puede ser adquirido en la oficina de redacción de la Revista Espírita o en la librería espírita del Sr. Ledoyen, Palais-Royal (Palacio Real), Galería de Orleáns Nº 31. Precio: 2 francos. Será remitido con gastos de correo pagos, contra giro postal en este valor.
13. ¿Lamentáis la vida terrestre? –Resp. Yo no soy infeliz.
14. ¿Sois más feliz de lo que erais? –Resp. Sí, un poco.
15. Decís un poco, lo que quiere decir que no hay una gran diferencia; ¿qué os falta para serlo más? –Resp. Digo un poco con relación a lo que yo podría haber sido, porque, con mi inteligencia, podría haber avanzado más de lo que lo he hecho.
16. ¿Esperáis alcanzar un día la felicidad que no tenéis ahora? –Resp. Seguramente, ella vendrá, pero serán necesarias nuevas pruebas.
17. Mozart dice que estáis sombrío y triste; ¿por qué esto? –Resp. Mozart dice la verdad. Me entristezco, porque yo había emprendido una prueba que no he conducido bien, y no he tenido más el coraje de recomenzarla.
18. ¿Cómo apreciáis vuestras obras musicales? –Resp. Las estimo mucho; pero entre nosotros las hacemos mejores; sobre todo se las ejecuta mejor: se tienen más medios.
19. ¿Quiénes son, pues, vuestros ejecutantes? –Resp. Tenemos bajo nuestras órdenes a legiones de ejecutantes que tocan nuestras composiciones con mil veces más arte que cualquiera de vosotros; son músicos completos. El instrumento del cual se sirven es su garganta, por así decirlo, y son ayudados por instrumentos, especies de órganos de una precisión y de una melodía que vosotros aún no podéis comprender.
20. ¿Estáis realmente errante? –Resp. Sí; es decir, que no pertenezco exclusivamente a ningún planeta.
21. Y vuestros ejecutantes, ¿están también en la erraticidad? –Resp. Errantes como yo.
22. (A Mozart.) ¿Tendríais la bondad de explicarnos lo que acaba de decir Chopin? No comprendemos esa ejecución por Espíritus errantes. –Resp. Concibo vuestra sorpresa; sin embargo, ya os hemos dichoque hay mundos particularmente destinados a los seres errantes, mundos en los cuales ellos pueden habitar temporalmente, especies de campamentos, de parajes para reposar sus fatigas por una erraticidad demasiado prolongada, estado que siempre es un poco penoso.
23. (A Chopin.) ¿Reconocéis aquí a una de vuestras alumnas? –Resp. Sí, la reconozco.
24. ¿Estaríais bien a gusto al asistir la ejecución del trecho de una de vuestras composiciones? –Resp. Esto me complacería mucho, sobre todo ejecutado por una persona que ha guardado de mí un buen recuerdo; que ella acepte mis agradecimientos.
25. ¿Podríais darnos vuestra opinión sobre la música de Mozart? –Resp. Me gusta mucho; considero a Mozart como mi maestro.
26. ¿Compartís su opinión con relación a la música de hoy? –Resp. Mozart ha dicho que la música era mejor comprendida en su tiempo que hoy: es verdad; no obstante, objetaré que aún existen verdaderos artistas.
Nota – El Fragmento de una Sonata dictado por el Espíritu Mozart acaba de ser publicado. Puede ser adquirido en la oficina de redacción de la Revista Espírita o en la librería espírita del Sr. Ledoyen, Palais-Royal (Palacio Real), Galería de Orleáns Nº 31. Precio: 2 francos. Será remitido con gastos de correo pagos, contra giro postal en este valor.
Mundos intermediarios o transitorios
Hemos visto, por una de las respuestas dadas en el artículo precedente, que habría –al parecer– mundos destinados a los Espíritus errantes. La idea de estos mundos no estaba en el pensamiento de ninguno de los asistentes, y nadie
la hubiera pensado si no fuese la revelación espontánea de Mozart, nueva prueba de que las comunicaciones espíritas son independientes de toda opinión preconcebida. Con el objetivo de profundizar esta cuestión, nosotros la hemos sometido a otro Espíritu, fuera de la Sociedad y por intermedio de otro médium, que de esto no tenía ningún conocimiento.
1. (A san Agustín.) ¿Existen –como se nos ha dicho– mundos que sirven a los Espíritus errantes como estaciones y puntos de reposo? –Resp. Sí, pero son graduales, es decir, que ocupan posiciones intermediarias entre los otros mundos, según la naturaleza de los Espíritus que pueden ir allí, y que en éstos gozan de un mayor o menor bienestar.
2. Los Espíritus que habitan en esos mundos, ¿pueden dejarlos a voluntad? –Resp. Sí; los Espíritus que se encuentran en esos mundos pueden dejarlos para dirigirse hacia donde deban ir. Imaginadlos como aves de paso que se detienen en una isla, esperando recobrar sus fuerzas para dirigirse hacia su destino.
3. ¿Progresan los Espíritus durante esas estaciones en los mundos intermediarios? –Resp. Ciertamente; los que se reúnen así lo hacen con el objetivo de instruirse y de poder obtener más fácilmente el permiso para ir a lugares mejores, y conseguir la posición que han obtenido los elegidos.
4. Por su naturaleza especial, ¿esos mundos son perpetuamente destinados a los Espíritus errantes? –Resp. No; su posición no es más que transitoria.
5. ¿Están habitados, al mismo tiempo, por seres corporales? –Resp. No.
6. ¿Tienen dichos mundos una constitución análoga a la de otros planetas? –Resp. Sí, pero la superficie es estéril.
7. ¿Por qué esta esterilidad? –Resp. Aquellos que los habitan no tienen necesidad de nada.
8. Esa esterilidad ¿es permanente o deriva de su naturaleza especial? –Resp. No, son transitoriamente estériles.
9. Esos mundos ¿deben entonces hallarse desprovistos de bellezas naturales? –Resp. La Naturaleza se traduce en las bellezas de la inmensidad, que no son menos admirables que lo que vosotros llamáis bellezas naturales.
10. ¿Existen esos mundos en nuestro sistema planetario? –Resp. No.
11. Puesto que su estado es transitorio, ¿estará un día nuestra Tierra en ese número? –Resp. Ya lo estuvo.
12. ¿En qué época? –Resp. Durante su formación.
Observación – Esta comunicación confirma una vez más esa gran verdad de que nada es inútil en la Naturaleza; cada cosa tiene su objetivo y su destino. Nada está vacío; todo está habitado, y la vida está en todas partes. Así, durante la larga serie de los siglos que han transcurrido antes de la aparición del hombre en la Tierra, durante esos lentos períodos de transición atestiguados por las capas geológicas, incluso antes de la formación de los primeros seres orgánicos, no había ausencia de vida sobre esa masa informe, en ese árido caos donde los elementos estaban confundidos, ya que allí encontraban refugio seres que no tenían nuestras necesidades ni nuestras sensaciones físicas. Dios ha querido que, inclusive en este estado imperfecto, la Tierra sirviera para algo. Por lo tanto, ¿quién se atrevería a decir que entre esos miles de millones de mundos que circulan en la inmensidad, uno solo –uno de los más pequeños, perdido en la multitud– tuviese el privilegio exclusivo de estar habitado? ¿Cuál sería, entonces, la utilidad de los otros? ¿Dios los habría creado apenas para recrear nuestra vista? Suposición absurda, incompatible con la sabiduría que emana de todas sus obras. Nadie discutirá que en esta idea de los mundos aún inadecuados para la vida material –y no obstante poblados por seres vivos apropiados a ese medio–, existe algo de grande y de sublime, donde quizá se encuentra la solución de más de un problema.
1. (A san Agustín.) ¿Existen –como se nos ha dicho– mundos que sirven a los Espíritus errantes como estaciones y puntos de reposo? –Resp. Sí, pero son graduales, es decir, que ocupan posiciones intermediarias entre los otros mundos, según la naturaleza de los Espíritus que pueden ir allí, y que en éstos gozan de un mayor o menor bienestar.
2. Los Espíritus que habitan en esos mundos, ¿pueden dejarlos a voluntad? –Resp. Sí; los Espíritus que se encuentran en esos mundos pueden dejarlos para dirigirse hacia donde deban ir. Imaginadlos como aves de paso que se detienen en una isla, esperando recobrar sus fuerzas para dirigirse hacia su destino.
3. ¿Progresan los Espíritus durante esas estaciones en los mundos intermediarios? –Resp. Ciertamente; los que se reúnen así lo hacen con el objetivo de instruirse y de poder obtener más fácilmente el permiso para ir a lugares mejores, y conseguir la posición que han obtenido los elegidos.
4. Por su naturaleza especial, ¿esos mundos son perpetuamente destinados a los Espíritus errantes? –Resp. No; su posición no es más que transitoria.
5. ¿Están habitados, al mismo tiempo, por seres corporales? –Resp. No.
6. ¿Tienen dichos mundos una constitución análoga a la de otros planetas? –Resp. Sí, pero la superficie es estéril.
7. ¿Por qué esta esterilidad? –Resp. Aquellos que los habitan no tienen necesidad de nada.
8. Esa esterilidad ¿es permanente o deriva de su naturaleza especial? –Resp. No, son transitoriamente estériles.
9. Esos mundos ¿deben entonces hallarse desprovistos de bellezas naturales? –Resp. La Naturaleza se traduce en las bellezas de la inmensidad, que no son menos admirables que lo que vosotros llamáis bellezas naturales.
10. ¿Existen esos mundos en nuestro sistema planetario? –Resp. No.
11. Puesto que su estado es transitorio, ¿estará un día nuestra Tierra en ese número? –Resp. Ya lo estuvo.
12. ¿En qué época? –Resp. Durante su formación.
Observación – Esta comunicación confirma una vez más esa gran verdad de que nada es inútil en la Naturaleza; cada cosa tiene su objetivo y su destino. Nada está vacío; todo está habitado, y la vida está en todas partes. Así, durante la larga serie de los siglos que han transcurrido antes de la aparición del hombre en la Tierra, durante esos lentos períodos de transición atestiguados por las capas geológicas, incluso antes de la formación de los primeros seres orgánicos, no había ausencia de vida sobre esa masa informe, en ese árido caos donde los elementos estaban confundidos, ya que allí encontraban refugio seres que no tenían nuestras necesidades ni nuestras sensaciones físicas. Dios ha querido que, inclusive en este estado imperfecto, la Tierra sirviera para algo. Por lo tanto, ¿quién se atrevería a decir que entre esos miles de millones de mundos que circulan en la inmensidad, uno solo –uno de los más pequeños, perdido en la multitud– tuviese el privilegio exclusivo de estar habitado? ¿Cuál sería, entonces, la utilidad de los otros? ¿Dios los habría creado apenas para recrear nuestra vista? Suposición absurda, incompatible con la sabiduría que emana de todas sus obras. Nadie discutirá que en esta idea de los mundos aún inadecuados para la vida material –y no obstante poblados por seres vivos apropiados a ese medio–, existe algo de grande y de sublime, donde quizá se encuentra la solución de más de un problema.
El lazo entre el Espíritu y el cuerpo
Una de nuestras amigas, la Sra. Schutz, que pertenece a este mundo y que no parece querer dejarlo tan pronto, habiendo sido evocada mientras ella dormía, más de una vez nos ha dado pruebas de la perspicacia de su Espíritu en ese estado. Un día o, mejor dicho, una noche, después de una conversación bastante extensa, ella dijo: Estoy fatigada; tengo necesidad de reposo; duermo, pero mi cuerpo precisa descansar.
Sobre este asunto, le hice la siguiente observación: Vuestro cuerpo puede reposar; al hablaros, yo no lo perjudico; es vuestro Espíritu que está aquí y no vuestro cuerpo; por lo tanto, podéis conversar conmigo, sin que éste sufra. Ella respondió:
«Os equivocáis al creer esto; mi Espíritu se desprende muy poco de mi cuerpo, pero es como un globo cautivo que está retenido por cuerdas. Cuando el globo recibe las sacudidas causadas por el viento, el poste que lo mantiene cautivo siente la conmoción de las mismas, transmitidas por esas cuerdas. Mi cuerpo es como si fuese el poste para mi Espíritu, con la diferencia de que experimenta sensaciones desconocidas para el poste, y que dichas sensaciones fatigan mucho al cerebro: he aquí por qué mi cuerpo –como mi Espíritu– precisa de reposo.»
Esta explicación, en la cual ella nos ha declarado que, durante la vigilia, nunca había pensado, muestra perfectamente las relaciones que existen entre el cuerpo y el Espíritu, cuando este último disfruta una parte de su libertad. Sabíamos muy bien que la separación absoluta sólo ocurre después de la muerte, e incluso algún tiempo después de la muerte; pero jamás este lazo nos había sido descripto con una imagen tan clara y tan admirable; por eso hemos felicitado sinceramente a esta dama, por tanta lucidez que ha tenido mientras dormía.
Entretanto, esto no nos parecía sino una ingeniosa comparación, cuando últimamente esta figura tomó proporciones reales. El Sr. R..., antiguo ministro residente en los Estados Unidos junto con el rey de Nápoles –hombre muy esclarecido sobre Espiritismo–, habiendo venido a vernos, nos preguntó si en los fenómenos de las apariciones ya habíamos observado una particularidad distintiva entre el Espíritu de una persona viva y el de una persona muerta; en una palabra, si tendríamos un medio de reconocer cuándo la persona está muerta o viva, en el momento en que un Espíritu aparece espontáneamente, ya sea durante la vigilia o durante el sueño. Al responderle que no teníamos otro medio sino el de preguntar al Espíritu, nos dijo que conocía en Inglaterra a un médium vidente, dotado de un gran poder que, cada vez que el Espíritu de una persona viva se le presentaba, notaba un rastro luminoso que salía del pecho, que cruzaba el espacio sin ser interrumpido por obstáculos materiales, y que terminaba en el cuerpo; era una especie de cordón umbilical que unía las dos partes momentáneamente separadas del ser vivo. Nunca lo notó cuando la vida corporal ya se había extinguido, y era por esta señal que reconocía si el Espíritu era el de una persona muerta o aún viva.
La comparación de la Sra. Schutz nos ha vuelto al pensamiento y la tomamos como una confirmación del hecho que acabamos de relatar. Sin embargo, haremos una observación al respecto.
Se sabe que en el momento de la muerte la separación no es brusca; el periespíritu se desprende poco a poco, y mientras dura la turbación, conserva una cierta afinidad con el cuerpo. ¿No sería posible que el lazo observado por el médium vidente, del que acabamos de hablar, subsistiera aún cuando el Espíritu aparece en el propio momento de la muerte, o pocos instantes después, como frecuentemente sucede? En este caso, la presencia de ese cordón no sería un indicio de que la persona está viva. El Sr. R... no ha podido decirnos si el médium ha notado esto. En todo caso, la observación no es menos importante y derrama una nueva luz sobre lo que podemos llamar la fisiología de los Espíritus.
Sobre este asunto, le hice la siguiente observación: Vuestro cuerpo puede reposar; al hablaros, yo no lo perjudico; es vuestro Espíritu que está aquí y no vuestro cuerpo; por lo tanto, podéis conversar conmigo, sin que éste sufra. Ella respondió:
«Os equivocáis al creer esto; mi Espíritu se desprende muy poco de mi cuerpo, pero es como un globo cautivo que está retenido por cuerdas. Cuando el globo recibe las sacudidas causadas por el viento, el poste que lo mantiene cautivo siente la conmoción de las mismas, transmitidas por esas cuerdas. Mi cuerpo es como si fuese el poste para mi Espíritu, con la diferencia de que experimenta sensaciones desconocidas para el poste, y que dichas sensaciones fatigan mucho al cerebro: he aquí por qué mi cuerpo –como mi Espíritu– precisa de reposo.»
Esta explicación, en la cual ella nos ha declarado que, durante la vigilia, nunca había pensado, muestra perfectamente las relaciones que existen entre el cuerpo y el Espíritu, cuando este último disfruta una parte de su libertad. Sabíamos muy bien que la separación absoluta sólo ocurre después de la muerte, e incluso algún tiempo después de la muerte; pero jamás este lazo nos había sido descripto con una imagen tan clara y tan admirable; por eso hemos felicitado sinceramente a esta dama, por tanta lucidez que ha tenido mientras dormía.
Entretanto, esto no nos parecía sino una ingeniosa comparación, cuando últimamente esta figura tomó proporciones reales. El Sr. R..., antiguo ministro residente en los Estados Unidos junto con el rey de Nápoles –hombre muy esclarecido sobre Espiritismo–, habiendo venido a vernos, nos preguntó si en los fenómenos de las apariciones ya habíamos observado una particularidad distintiva entre el Espíritu de una persona viva y el de una persona muerta; en una palabra, si tendríamos un medio de reconocer cuándo la persona está muerta o viva, en el momento en que un Espíritu aparece espontáneamente, ya sea durante la vigilia o durante el sueño. Al responderle que no teníamos otro medio sino el de preguntar al Espíritu, nos dijo que conocía en Inglaterra a un médium vidente, dotado de un gran poder que, cada vez que el Espíritu de una persona viva se le presentaba, notaba un rastro luminoso que salía del pecho, que cruzaba el espacio sin ser interrumpido por obstáculos materiales, y que terminaba en el cuerpo; era una especie de cordón umbilical que unía las dos partes momentáneamente separadas del ser vivo. Nunca lo notó cuando la vida corporal ya se había extinguido, y era por esta señal que reconocía si el Espíritu era el de una persona muerta o aún viva.
La comparación de la Sra. Schutz nos ha vuelto al pensamiento y la tomamos como una confirmación del hecho que acabamos de relatar. Sin embargo, haremos una observación al respecto.
Se sabe que en el momento de la muerte la separación no es brusca; el periespíritu se desprende poco a poco, y mientras dura la turbación, conserva una cierta afinidad con el cuerpo. ¿No sería posible que el lazo observado por el médium vidente, del que acabamos de hablar, subsistiera aún cuando el Espíritu aparece en el propio momento de la muerte, o pocos instantes después, como frecuentemente sucede? En este caso, la presencia de ese cordón no sería un indicio de que la persona está viva. El Sr. R... no ha podido decirnos si el médium ha notado esto. En todo caso, la observación no es menos importante y derrama una nueva luz sobre lo que podemos llamar la fisiología de los Espíritus.
Refutación de un artículo de L’Univers
El diario L’Univers, en su número del 13 de abril último, contiene un artículo del Sr. abate Chesnel, donde la cuestión del Espiritismo es largamente discutida. Nosotros lo habríamos dejado pasar –como a tantos otros a los cuales no le atribuimos ninguna importancia– si se tratase de una de esas diatribas groseras que prueban, al menos por parte de sus autores, la más absoluta ignorancia de aquello que atacan. Nos complacemos en reconocer que el artículo del Sr. abate Chesnel ha sido redactado con un espíritu completamente diferente. Por la moderación y la conveniencia de su lenguaje merece una respuesta, que se hace más necesaria porque este artículo contiene un grave error y puede dar una idea muy falsa, ya sea del Espiritismo en general, como del carácter y del objeto de los trabajos de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, en particular. Transcribiremos el artículo por completo.
“Todo el mundo conoce el Espiritualismo del Sr. Cousin, esa filosofía destinada a ocupar lentamente el lugar de la religión. Hoy, poseemos bajo el mismo título un cuerpo de doctrinas reveladas, que poco a poco se va completando, y un culto muy simple –es verdad–, pero de una eficacia maravillosa, ya que pondría a los devotos en comunicación real, sensible y casi permanente con el mundo sobrenatural.
“Ese culto tiene reuniones periódicas que comienzan con la invocación de un santo canonizado. Después de haber constatado, en medio de los fieles, la presencia de san Luis –rey de Francia–, le piden que prohíba la entrada en el templo a los Espíritus malos, y se lee el acta de la sesión precedente. Después, invitado por el presidente, un médium se dirige al escritorio, cerca del secretario encargado de escribir las preguntas hechas por uno de los fieles y las respuestas que serán dictadas al médium por el Espíritu invocado. La asamblea asiste seria y respetuosamente a esta escena de necromancia, a veces muy larga y, cuando el orden del día termina, se retira más persuadida que nunca de la verdad del Espiritualismo. En el intervalo que transcurre entre una reunión y la siguiente, cada fiel aprovecha la ocasión para mantener conversaciones asiduas, pero privadas, con los Espíritus que le son más accesibles o más queridos. Los médiums abundan, y casi no hay secretos en la otra vida que los médiums no acaben por conocer. Una vez revelados a los fieles, estos secretos no son ocultados al público. La Revista Espiritualista, que aparece periódicamente todos los meses, no rechaza ninguna suscripción profana, y quien lo desea puede comprar los libros que contienen el texto revelado con su comentario auténtico.
“Seríamos llevados a creer que una religión que únicamente consiste en la evocación de los muertos fuese muy hostil a la Iglesia Católica, que nunca dejó de prohibir la práctica de la necromancia. Pero esos sentimientos mezquinos, por más naturales que parezcan, son ajenos –se asegura– al corazón de los espiritualistas. De buen grado, ellos rinden justicia al Evangelio y a su Autor; reconocen que Jesús ha vivido, obrado, hablado y sufrido como lo narran nuestros cuatro evangelistas. La doctrina evangélica es verdadera; pero esta revelación, cuyo instrumento ha sido Jesús, lejos de excluir todo el progreso, tiene necesidad de ser completada. Es el Espiritualismo que dará al Evangelio la sana interpretación que le falta y el complemento que espera desde hace dieciocho siglos.
“Pero también, ¿quién asignará los límites al progreso del Cristianismo enseñado, interpretado y desarrollado tal cual es, por almas liberadas de la materia, ajenas a las pasiones terrestres, a nuestros prejuicios y a los intereses humanos? El propio infinito se descubre ante nosotros; ahora bien, el infinito no tiene límites, y todo nos lleva a esperar que la revelación del infinito será continuada sin interrupción; a medida que transcurran los siglos, se verán revelaciones agregadas a revelaciones, sin que nunca se terminen esos misterios, cuya extensión y profundidad parecen crecer a medida que se liberan de la oscuridad que hasta ahora los había envuelto.
“De ahí la consecuencia de que el Espiritualismo es una religión, puesto que nos pone íntimamente en relación con el infinito y que absorbe, ampliándolo, al Cristianismo que, de todas las formas religiosas del presente o del pasado, es –como se lo confiesa abiertamente– la más elevada, la más pura y la más perfecta. Pero ensanchar al Cristianismo es una tarea difícil, que no puede ser cumplida sin derribar las últimas barreras en las cuales se mantiene atrincherado. Los racionalistas no respetan ninguna barrera; los espiritualistas –menos ardientes o mejor avisados– sólo encuentran dos, cuyo derrumbe les parece indispensable, a saber: la autoridad de la Iglesia Católica y el dogma de la eternidad de las penas.
“¿Es esta vida la única prueba que le es dada al hombre atravesar? ¿Permanecerá el árbol eternamente del lado en que ha caído? El estado del alma, después de la muerte, ¿es definitivo, irrevocable y eterno? No, responde la necromancia espiritualista. Nada termina con la muerte: todo recomienza. La muerte es para cada uno de nosotros el punto de partida de una nueva encarnación, de una nueva vida y de una nueva prueba.
“Según el panteísmo alemán, Dios no es el ser, sino el devenir eterno. Sea lo que fuere Dios, el hombre –según los espiritualistas parisienses– no tiene otro destino que el devenir progresivo o regresivo, según sus méritos y según sus obras. La ley moral o religiosa tiene una verdadera sanción en las otras vidas, donde los buenos son recompensados y los malos punidos, pero durante un período más o menos largo de años o de siglos, y no durante la eternidad.
“¿Sería el Espiritualismo la forma mística del error, del cual el Sr. Jean Reynaud es el teólogo? Tal vez. ¿Es posible ir más lejos y decir que entre el Sr. Reynaud y los nuevos sectarios existe un lazo más estrecho que el de la comunión de doctrinas? Tal vez más aún. Pero esta cuestión, por falta de datos ciertos, no será resuelta aquí de una manera decisiva.
“Lo que importa mucho más que el parentesco o las alianzas heréticas del Sr. Jean Reynaud, es la confusión de ideas de la cual el progreso del Espiritualismo es la señal; es la ignorancia en materia de religión que hace posible tanta extravagancia; es la ligereza con que hombres, por otra parte estimables, aceptan esas revelaciones del otro mundo, que no tienen ningún mérito, ni inclusive el de la novedad.
“No es necesario remontarse hasta Pitágoras y a los sacerdotes de Egipto para descubrir los orígenes del Espiritualismo contemporáneo. Se los encontrará al hojear las actas del magnetismo animal.
“Desde el siglo XVIII la necromancia ya desempeñaba un gran papel en las prácticas del magnetismo; y varios años antes de que fuera tratada la cuestión de los Espíritus golpeadores en América, decían que ciertos magnetizadores franceses obtenían de la boca de los muertos o de los demonios, la confirmación de las doctrinas condenadas por la Iglesia; y particularmente la de los errores de Orígenes, en lo tocante a la conversión futura de los ángeles malos y de los réprobos.
“También es preciso decir que el médium espiritualista en el ejercicio de sus funciones, poco difiere del sujeto en las manos del magnetizador, y que el círculo abarcado por las revelaciones del primero no es mayor que aquel que es delimitado por la visión del segundo.
“Las informaciones que la curiosidad obtiene en los asuntos privados, por medio de la necromancia, en general nada enseñan más allá de aquello que antes era conocido. La respuesta del médium espiritualista es confusa en los puntos que nuestras investigaciones personales no han podido esclarecer; es nítida y precisa en las cosas que son bien conocidas por nosotros; sobre todo cambia en lo que está oculto a nuestros estudios y a nuestros esfuerzos. En una palabra, parece que el médium tiene una visión magnética de nuestra alma, pero que no descubre nada más allá de lo que encuentra escrito en ella. Mas esta explicación, que parece bien simple, está sin embargo sujeta a serias dificultades. En efecto, la misma supone que un alma pueda leer naturalmente en el fondo de otra alma sin la ayuda de señales e independientemente de la voluntad de aquel que se le volvería un libro abierto y muy legible para el primero que llega. Ahora bien, los ángeles buenos o malos no poseen naturalmente este privilegio, ni con respecto a nosotros, ni en las relaciones directas que tienen entre sí. Sólo Dios penetra inmediatamente a los Espíritus y escruta lo más profundo de los corazones que obstinadamente están cerrados a su luz.
“Si los más extraños hechos espiritualistas que se narran son auténticos, entonces sería necesario recurrir a otros principios para explicarlos. A menudo se olvida que esos hechos se refieren, en general, a un objeto que fuertemente preocupa al corazón o a la inteligencia, que ha provocado extensas investigaciones y del cual frecuentemente se ha hablado fuera de la consulta espiritualista. En esas condiciones, es preciso no perder de vista que un cierto conocimiento de las cosas que nos interesan no sobrepasa en nada los límites naturales del poder de los Espíritus.
“Sea como sea, en el espectáculo que nos es dado hoy, no existe otra cosa más que una evolución del Magnetismo, que se esfuerza por volverse una religión.
“Bajo la forma dogmática y polémica que la nueva religión debe al Sr. Jean Reynaud, ella ha incurrido en la condenación del Concilio de Périgueux, cuya competencia –como todos recuerdan– ha sido gravemente negada por el culpable.
“En la forma mística que hoy toma en París, ella merece ser estudiada, al menos como una señal de los tiempos en que vivimos. El Espiritualismo ya ha alistado a un cierto número de hombres, entre los cuales varios son honorablemente conocidos en el mundo. Este poder de seducción que él ejerce, el progreso lento pero ininterrumpido que le es atribuido por testigos dignos de fe, las pretensiones que muestra, los problemas que plantea, el mal que puede hacer a las almas, he aquí sin duda bastantes motivos reunidos como para atraer la atención de los católicos. Cuidémonos para no asignar a la nueva secta más importancia de la que realmente tiene. Pero para evitar la exageración que aumenta todo, tampoco caigamos en la manía de negar y de empequeñecer todas las cosas. Nolite omni spiritui credere, sed probate spiritus si ex Deo sint: Quoniam multi pseudoprophetœ exierunt in mundum. (I Juan, 4: 1.)”
El artículo que habéis publicado en L’Univers, concerniente al Espiritismo, contiene varios errores que importa rectificar, y que sin ninguna duda provienen de un estudio incompleto de la materia. Para refutarlos a todos, sería necesario retomar, desde los cimientos, todos los puntos de la teoría, así como los hechos que le sirven de base, y es lo que no tengo ninguna intención de hacer aquí. Me limitaré a los puntos principales.
Consentís en reconocer que las ideas espíritas han alistado a un cierto número de hombres honorablemente conocidos en el mundo; este hecho, cuya realidad indudablemente sobrepasa en mucho a lo que vos creéis, merece indiscutiblemente la atención de todo hombre serio, porque tantas personas eminentes por su inteligencia, por su saber y por su posición social, no se apasionarían por una idea desprovista de todo fundamento. La conclusión natural es que en el fondo de todo esto debe haber algo.
Sin duda objetaréis que ciertas doctrinas, medio religiosas, medio sociales, en estos últimos años han encontrado a sectarios en las propias clases de la aristocracia intelectual, lo que no les ha impedido caer en el ridículo. Los hombres de inteligencia pueden, pues, dejarse seducir por utopías. A esto he de responder que las utopías sólo duran un tiempo: tarde o temprano la razón les hace justicia; sucederá lo mismo con el Espiritismo, si fuere una de ellas; pero si fuere una verdad, el Espiritismo triunfará ante todas las oposiciones, ante todos los sarcasmos, incluso diré ante todas las persecuciones –si aún fueren de nuestro siglo–, y los detractores habrán perdido el tiempo; será preciso que, de buen o de mal grado, los opositores lo acepten, como han aceptado tantas cosas contra las cuales hubieron protestado supuestamente en nombre de la razón. El Espiritismo ¿es una verdad? El futuro juzgará; éste ya parece pronunciarse, tal es la rapidez con la que se propagan esas ideas, y observad bien que no es en la clase ignorante e iletrada que ellas encuentran adeptos, sino, por el contrario, entre las personas esclarecidas.
Es de notarse que todas las doctrinas filosóficas son obra de hombres con más o menos grandes pensamientos, más o menos justos; todos tienen un jefe, alrededor del cual se agrupan otros hombres que comparten la misma manera de ver. ¿Cuál es el autor del Espiritismo? ¿Cuál es aquel que ha imaginado esta teoría, verdadera o falsa? Es verdad que se ha buscado coordinarla, formularla y explicarla; ¿pero quién ha concebido la primera idea? Nadie, o mejor dicho, todo el mundo, porque cada uno ha podido ver, y los que no han visto ha sido porque no quisieron ver, o porque han querido ver a su manera, sin salir del círculo de sus ideas preconcebidas, lo que hizo que viesen mal y que juzgasen mal. El Espiritismo resulta de observaciones que cada uno puede hacer y que no son un privilegio de nadie, lo que explica su irresistible propagación; no es el producto de ningún sistema individual, y es esto lo que lo distingue de todas las otras doctrinas filosóficas.
Decís que esas revelaciones del otro mundo no tienen ni inclusive el mérito de la novedad. ¿Sería, pues, un mérito la novedad? Nunca se ha pretendido que fuese un descubrimiento moderno. Estas comunicaciones, siendo una consecuencia de la naturaleza humana, y teniendo lugar por la voluntad de Dios, hacen parte de las leyes inmutables a través de las cuales Él rige el mundo; por lo tanto, ellas han debido existir desde que existen los hombres en la Tierra; he aquí el por qué son encontradas desde la más alta Antigüedad, entre todos los pueblos, en la historia profana, como también en la historia sacra. La antigüedad y la universalidad de esta creencia son argumentos en su favor; lanzar contra ella una conclusión desfavorable, sería, antes que nada, una falta de lógica.
A continuación decís que la facultad de los médiums poco difiere de la del sujeto en las manos del magnetizador, o dicho de otro modo, de la del sonámbulo; pero aunque admitamos una perfecta identidad, ¿cuál sería la causa de esta admirable clarividencia sonambúlica, clarividencia que no encuentra obstáculo ni en la materia ni en el distancia, y que se ejerce sin la ayuda de los órganos de la visión? ¿No es esta la demostración más patente de la existencia y de la individualidad del alma, soporte de la religión? Si yo fuera un sacerdote y quisiese probar en un sermón que hay en nosotros algo más que el cuerpo, lo demostraría de una manera irrecusable a través de los fenómenos del sonambulismo natural o artificial. Si la mediumnidad no es sino una variedad del sonambulismo, sus efectos no son menos dignos de observación. En esto yo encontraría una prueba más a favor de mi tesis y haría de la misma una nueva arma contra el ateísmo y el materialismo. Todas nuestras facultades son obra de Dios; cuanto mayores y más maravillosas son, más atestiguan Su poder y Su bondad.
Para mí, que durante treinta y cinco años he hecho estudios especiales sobre sonambulismo, que he realizado estudios no menos profundos de todas las variedades de médiums, digo –como todos los que no juzgan examinando sólo un lado del problema– que el médium es dotado de una facultad particular, que no permite ser confundido con el sonámbulo, y que la completa independencia de su pensamiento es probado por los hechos de la última evidencia, para cualquiera que se coloque en las condiciones requeridas para observar sin parcialidad. Haciendo abstracción de las comunicaciones escritas, ¿cuál es el sonámbulo que nunca ha hecho brotar un pensamiento de un cuerpo inerte? ¿Qué ha producido apariciones visibles e incluso tangibles? ¿Qué ha podido mantener un cuerpo pesado en el espacio sin punto de apoyo? ¿Habrá sido por un efecto sonambúlico que hace quince días un médium ha dibujado en mi casa, en presencia de veinte testigos, el retrato de una joven fallecida hacía dieciocho meses y que él nunca conoció, retrato reconocido por el padre que estaba presente en la sesión? ¿Es por un efecto sonambúlico que una mesa responde con precisión a las preguntas propuestas, inclusive a las preguntas mentales? Ciertamente, si se admite que el médium esté en un estado magnético, me parece difícil creer que la mesa sea sonámbula.
Decís que el médium no habla claramente sino de cosas conocidas. ¿Cómo explicar el siguiente hecho y centenas de otros del mismo género que son muchas veces reproducidos y que son de mi conocimiento personal? Uno de mis amigos, muy buen médium psicógrafo, preguntó a un Espíritu si una persona que él había perdido de vista desde hacía quince años estaba aún en este mundo. «Sí, ella todavía está encarnada, respondió el Espíritu; ella vive en París, en tal calle y tal número.» Él fue y encontró a la persona en la dirección indicada. ¿Es esto una ilusión? ¿Podía su pensamiento sugerirle esta respuesta? Si en ciertos casos las respuestas pueden concordar con el pensamiento, ¿es racional deducir que esta sea una ley general? En esto, como en todas las cosas, los juicios precipitados son siempre peligrosos, porque pueden ser desmentidos por los hechos que no han sido observados.
Además, señor abate, de ninguna manera mi intención es hacer aquí un curso de Espiritismo, ni de discutir si Él está cierto o errado. Me sería preciso –como lo he dicho hace poco– recordar innumerables hechos que he citado en la Revista Espírita, así como las explicaciones que de los mismos he dado en mis diversos escritos. Llego, pues, a la parte de vuestro artículo que me parece más grave.
Intituláis a vuestro artículo: Una nueva religión en París. En efecto, admitiendo que este sea el carácter del Espiritismo, habría allí un primer error, considerando que Él está lejos de circunscribirse a París. Cuenta con varios millones de adeptos, que se esparcen en las cinco partes del mundo, y París no ha sido su foco primitivo. En segundo lugar, ¿es una religión? Es fácil demostrar lo contrario.
El Espiritismo se fundamenta en la existencia de un mundo invisible, formado por seres incorpóreos que pueblan el espacio, y que no son otros sino las almas de aquellos que han vivido en la Tierra o en otros globos donde han dejado su envoltura material. Son esos seres a los cuales hemos dado, o mejor dicho, ellos mismos se han dado el nombre de Espíritus. Estos seres que sin cesar nos rodean ejercen sobre los hombres, sin éstos saberlo, una gran influencia; desempeñan un papel muy activo en el mundo moral, y hasta un cierto punto en el mundo físico. Por lo tanto, el Espiritismo está en la Naturaleza, y se puede decir que, en un cierto orden de ideas, es una fuerza, como la electricidad lo es desde otro punto de vista y como la gravitación universal también lo es.
Él nos revela el mundo invisible, como el microscopio nos ha revelado el mundo de lo infinitamente pequeño, que ni sospechábamos que existiese. Por lo tanto, los fenómenos cuya fuente es ese mundo invisible han debido producirse y se han producido en todos los tiempos: he aquí por qué la Historia de todos los pueblos hace mención de los mismos. Ha sido únicamente por ignorancia que los hombres han atribuido estos fenómenos a causas más o menos hipotéticas, y en ese aspecto han dado libre curso a su imaginación, como lo han hecho con todos los fenómenos cuya naturaleza les era imperfectamente conocida. El Espiritismo, mejor observado desde que se popularizó, viene a derramar luz sobre una multitud de cuestiones hasta aquí insolubles o mal resueltas. Su verdadero carácter es, pues, el de una ciencia y no el de una religión, y la prueba de esto es que Él cuenta entre sus adeptos con hombres de todas las creencias y que por eso no han renunciado a sus convicciones: católicos fervorosos –que no por ello practican menos todos los deberes de su culto–, protestantes de todas las sectas, israelitas, musulmanes y hasta budistas y brahmanes; hay de todo, excepto materialistas y ateos, porque estas ideas son incompatibles con las observaciones espíritas. Por lo tanto, el Espiritismo reposa sobre principios generales, independientes de toda cuestión dogmática. Es verdad que Él tiene consecuencias morales, como todas las ciencias filosóficas; estas consecuencias hacen parte del sentido cristiano, porque el Cristianismo es, de todas las doctrinas, la más esclarecida, la más pura, y es por esta razón que de todas las sectas religiosas del mundo, los cristianos son los más aptos para comprender al Espiritismo en su verdadera esencia. El Espiritismo no es una religión, pues de lo contrario tendría su culto, sus templos y sus ministros. Sin duda que cada uno puede hacer una religión de sus opiniones e interpretar a su gusto las religiones conocidas; pero de ahí a la constitución de una nueva Iglesia hay una gran distancia, y creo que sería imprudente seguir esta idea. En resumen, el Espiritismo se ocupa de la observación de los hechos y no de particularidades de tal o cual creencia; se ocupa de la investigación de las causas, de la explicación que esos hechos pueden dar de fenómenos conocidos, ya sea en el orden moral como en el orden físico, y no impone culto alguno a sus adeptos, así como la Astronomía no impone el culto a los astros, ni la pirotecnia el culto al fuego. Aún más: del mismo modo que el sabeísmonació de la Astronomía mal comprendida, el Espiritismo, mal comprendido en la Antigüedad, ha sido la fuente del politeísmo. Gracias a las luces del Cristianismo, hoy podemos juzgar al Espiritismo más sanamente y Él nos pone en guardia contra los sistemas erróneos, frutos de la ignorancia; y la propia religión puede extraer de Él la prueba palpable de muchas verdades discutidas por ciertas opiniones; he aquí el por qué, contrariamente a la mayoría de las ciencias filosóficas, uno de sus efectos es el de volver a llevar hacia las ideas religiosas a aquellos que están extraviados en un escepticismo exagerado.
La Sociedad de la cual habláis definió su objeto en el propio nombre que adoptó: la denominación de Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas en nada se parece al de una secta; y por el hecho de ella no tener este carácter, es que su reglamento le impide de ocuparse con cuestiones religiosas; está incluida en la categoría de las sociedades científicas, porque, en efecto, su objetivo es estudiar y profundizar todos los fenómenos que resultan de las relaciones entre el mundo visible y el mundo invisible; tiene su presidente, su secretario y su tesorero, como todas las Sociedades; no invita al público a sus sesiones; allí no hace ningún discurso ni nada que tenga el carácter de un culto cualquiera. Ella procede en sus trabajos con calma y recogimiento, primero porque es una condición necesaria para las observaciones; segundo, porque sabe del respeto que se les debe a aquellos que no viven más en la Tierra. Ella los llama en nombre de Dios, porque cree en Dios, en su omnipotencia, y sabe que nada se hace en este mundo sin su permiso. Abre sus sesiones con un llamado general a los Espíritus buenos, porque, sabiendo que los hay buenos y malos, ella no permite que estos últimos vengan a inducir al error al mezclarse fraudulentamente en las comunicaciones que recibe. ¿Qué es lo que esto prueba? Que nosotros no somos ateos; pero eso no implica que de forma alguna seamos sectarios de una religión; de esto debería haber quedado convencida la persona que os ha relatado lo que se hace entre nosotros, si hubiera seguido nuestros trabajos, y si sobre todo los hubiese juzgado menos ligeramente, y quizás con un espíritu menos prevenido y menos apasionado. Por lo tanto, los hechos protestan por sí mismos contra la calificación de nueva secta que dais a la Sociedad, indudablemente por falta de conocerla mejor.
Termináis vuestro artículo llamando la atención de los católicos sobre el mal que el Espiritismo puede hacer a las almas. Si las consecuencias del Espiritismo fuesen la negación de Dios, del alma, de su individualidad después de la muerte, del libre albedrío del hombre, de las penas y recompensas futuras, sería una doctrina profundamente inmoral; lejos de esto, Él prueba, no por el razonamiento, sino por los hechos, esas bases fundamentales de la religión, cuyo enemigo más peligroso es el materialismo. Hace más aún: por sus consecuencias enseña a soportar con resignación las miserias de esta vida; el Espiritismo calma la desesperación; enseña a los hombres a amarse como hermanos, según los divinos preceptos de Jesús. ¡Si supieseis, como yo, a cuántos incrédulos endurecidos Él ha hecho revivir! ¡A cuántas víctimas ha arrancado del suicidio por la perspectiva del destino reservado a aquellos que abrevian su vida, contrariando a la voluntad de Dios! ¡A cuántos les ha calmado los odios y a cuántos enemigos ha aproximado! ¿Es a esto a lo que llamáis hacer mal a las almas? No, no podéis pensar así, y preferiría creer que si lo conocieseis mejor, lo juzgaríais completamente de otro modo. Diréis que la religión puede hacer todo esto. Lejos de mí está en discutirlo; ¿pero creéis que habría sido más feliz para aquellos que ella ha encontrado rebeldes, el haber permanecido en una absoluta incredulidad? Si el Espiritismo ha triunfado sobre todo eso, si les ha vuelto claro lo que antes era oscuro y si les ha hecho evidente lo que antes era dudoso, ¿dónde está el mal? Para mí, digo que en lugar de perder a las almas, Él las ha salvado.
Atentamente,
“Todo el mundo conoce el Espiritualismo del Sr. Cousin, esa filosofía destinada a ocupar lentamente el lugar de la religión. Hoy, poseemos bajo el mismo título un cuerpo de doctrinas reveladas, que poco a poco se va completando, y un culto muy simple –es verdad–, pero de una eficacia maravillosa, ya que pondría a los devotos en comunicación real, sensible y casi permanente con el mundo sobrenatural.
“Ese culto tiene reuniones periódicas que comienzan con la invocación de un santo canonizado. Después de haber constatado, en medio de los fieles, la presencia de san Luis –rey de Francia–, le piden que prohíba la entrada en el templo a los Espíritus malos, y se lee el acta de la sesión precedente. Después, invitado por el presidente, un médium se dirige al escritorio, cerca del secretario encargado de escribir las preguntas hechas por uno de los fieles y las respuestas que serán dictadas al médium por el Espíritu invocado. La asamblea asiste seria y respetuosamente a esta escena de necromancia, a veces muy larga y, cuando el orden del día termina, se retira más persuadida que nunca de la verdad del Espiritualismo. En el intervalo que transcurre entre una reunión y la siguiente, cada fiel aprovecha la ocasión para mantener conversaciones asiduas, pero privadas, con los Espíritus que le son más accesibles o más queridos. Los médiums abundan, y casi no hay secretos en la otra vida que los médiums no acaben por conocer. Una vez revelados a los fieles, estos secretos no son ocultados al público. La Revista Espiritualista, que aparece periódicamente todos los meses, no rechaza ninguna suscripción profana, y quien lo desea puede comprar los libros que contienen el texto revelado con su comentario auténtico.
“Seríamos llevados a creer que una religión que únicamente consiste en la evocación de los muertos fuese muy hostil a la Iglesia Católica, que nunca dejó de prohibir la práctica de la necromancia. Pero esos sentimientos mezquinos, por más naturales que parezcan, son ajenos –se asegura– al corazón de los espiritualistas. De buen grado, ellos rinden justicia al Evangelio y a su Autor; reconocen que Jesús ha vivido, obrado, hablado y sufrido como lo narran nuestros cuatro evangelistas. La doctrina evangélica es verdadera; pero esta revelación, cuyo instrumento ha sido Jesús, lejos de excluir todo el progreso, tiene necesidad de ser completada. Es el Espiritualismo que dará al Evangelio la sana interpretación que le falta y el complemento que espera desde hace dieciocho siglos.
“Pero también, ¿quién asignará los límites al progreso del Cristianismo enseñado, interpretado y desarrollado tal cual es, por almas liberadas de la materia, ajenas a las pasiones terrestres, a nuestros prejuicios y a los intereses humanos? El propio infinito se descubre ante nosotros; ahora bien, el infinito no tiene límites, y todo nos lleva a esperar que la revelación del infinito será continuada sin interrupción; a medida que transcurran los siglos, se verán revelaciones agregadas a revelaciones, sin que nunca se terminen esos misterios, cuya extensión y profundidad parecen crecer a medida que se liberan de la oscuridad que hasta ahora los había envuelto.
“De ahí la consecuencia de que el Espiritualismo es una religión, puesto que nos pone íntimamente en relación con el infinito y que absorbe, ampliándolo, al Cristianismo que, de todas las formas religiosas del presente o del pasado, es –como se lo confiesa abiertamente– la más elevada, la más pura y la más perfecta. Pero ensanchar al Cristianismo es una tarea difícil, que no puede ser cumplida sin derribar las últimas barreras en las cuales se mantiene atrincherado. Los racionalistas no respetan ninguna barrera; los espiritualistas –menos ardientes o mejor avisados– sólo encuentran dos, cuyo derrumbe les parece indispensable, a saber: la autoridad de la Iglesia Católica y el dogma de la eternidad de las penas.
“¿Es esta vida la única prueba que le es dada al hombre atravesar? ¿Permanecerá el árbol eternamente del lado en que ha caído? El estado del alma, después de la muerte, ¿es definitivo, irrevocable y eterno? No, responde la necromancia espiritualista. Nada termina con la muerte: todo recomienza. La muerte es para cada uno de nosotros el punto de partida de una nueva encarnación, de una nueva vida y de una nueva prueba.
“Según el panteísmo alemán, Dios no es el ser, sino el devenir eterno. Sea lo que fuere Dios, el hombre –según los espiritualistas parisienses– no tiene otro destino que el devenir progresivo o regresivo, según sus méritos y según sus obras. La ley moral o religiosa tiene una verdadera sanción en las otras vidas, donde los buenos son recompensados y los malos punidos, pero durante un período más o menos largo de años o de siglos, y no durante la eternidad.
“¿Sería el Espiritualismo la forma mística del error, del cual el Sr. Jean Reynaud es el teólogo? Tal vez. ¿Es posible ir más lejos y decir que entre el Sr. Reynaud y los nuevos sectarios existe un lazo más estrecho que el de la comunión de doctrinas? Tal vez más aún. Pero esta cuestión, por falta de datos ciertos, no será resuelta aquí de una manera decisiva.
“Lo que importa mucho más que el parentesco o las alianzas heréticas del Sr. Jean Reynaud, es la confusión de ideas de la cual el progreso del Espiritualismo es la señal; es la ignorancia en materia de religión que hace posible tanta extravagancia; es la ligereza con que hombres, por otra parte estimables, aceptan esas revelaciones del otro mundo, que no tienen ningún mérito, ni inclusive el de la novedad.
“No es necesario remontarse hasta Pitágoras y a los sacerdotes de Egipto para descubrir los orígenes del Espiritualismo contemporáneo. Se los encontrará al hojear las actas del magnetismo animal.
“Desde el siglo XVIII la necromancia ya desempeñaba un gran papel en las prácticas del magnetismo; y varios años antes de que fuera tratada la cuestión de los Espíritus golpeadores en América, decían que ciertos magnetizadores franceses obtenían de la boca de los muertos o de los demonios, la confirmación de las doctrinas condenadas por la Iglesia; y particularmente la de los errores de Orígenes, en lo tocante a la conversión futura de los ángeles malos y de los réprobos.
“También es preciso decir que el médium espiritualista en el ejercicio de sus funciones, poco difiere del sujeto en las manos del magnetizador, y que el círculo abarcado por las revelaciones del primero no es mayor que aquel que es delimitado por la visión del segundo.
“Las informaciones que la curiosidad obtiene en los asuntos privados, por medio de la necromancia, en general nada enseñan más allá de aquello que antes era conocido. La respuesta del médium espiritualista es confusa en los puntos que nuestras investigaciones personales no han podido esclarecer; es nítida y precisa en las cosas que son bien conocidas por nosotros; sobre todo cambia en lo que está oculto a nuestros estudios y a nuestros esfuerzos. En una palabra, parece que el médium tiene una visión magnética de nuestra alma, pero que no descubre nada más allá de lo que encuentra escrito en ella. Mas esta explicación, que parece bien simple, está sin embargo sujeta a serias dificultades. En efecto, la misma supone que un alma pueda leer naturalmente en el fondo de otra alma sin la ayuda de señales e independientemente de la voluntad de aquel que se le volvería un libro abierto y muy legible para el primero que llega. Ahora bien, los ángeles buenos o malos no poseen naturalmente este privilegio, ni con respecto a nosotros, ni en las relaciones directas que tienen entre sí. Sólo Dios penetra inmediatamente a los Espíritus y escruta lo más profundo de los corazones que obstinadamente están cerrados a su luz.
“Si los más extraños hechos espiritualistas que se narran son auténticos, entonces sería necesario recurrir a otros principios para explicarlos. A menudo se olvida que esos hechos se refieren, en general, a un objeto que fuertemente preocupa al corazón o a la inteligencia, que ha provocado extensas investigaciones y del cual frecuentemente se ha hablado fuera de la consulta espiritualista. En esas condiciones, es preciso no perder de vista que un cierto conocimiento de las cosas que nos interesan no sobrepasa en nada los límites naturales del poder de los Espíritus.
“Sea como sea, en el espectáculo que nos es dado hoy, no existe otra cosa más que una evolución del Magnetismo, que se esfuerza por volverse una religión.
“Bajo la forma dogmática y polémica que la nueva religión debe al Sr. Jean Reynaud, ella ha incurrido en la condenación del Concilio de Périgueux, cuya competencia –como todos recuerdan– ha sido gravemente negada por el culpable.
“En la forma mística que hoy toma en París, ella merece ser estudiada, al menos como una señal de los tiempos en que vivimos. El Espiritualismo ya ha alistado a un cierto número de hombres, entre los cuales varios son honorablemente conocidos en el mundo. Este poder de seducción que él ejerce, el progreso lento pero ininterrumpido que le es atribuido por testigos dignos de fe, las pretensiones que muestra, los problemas que plantea, el mal que puede hacer a las almas, he aquí sin duda bastantes motivos reunidos como para atraer la atención de los católicos. Cuidémonos para no asignar a la nueva secta más importancia de la que realmente tiene. Pero para evitar la exageración que aumenta todo, tampoco caigamos en la manía de negar y de empequeñecer todas las cosas. Nolite omni spiritui credere, sed probate spiritus si ex Deo sint: Quoniam multi pseudoprophetœ exierunt in mundum. (I Juan, 4: 1.)”
ABATE FRANÇOIS CHESNEL
Señor abate,El artículo que habéis publicado en L’Univers, concerniente al Espiritismo, contiene varios errores que importa rectificar, y que sin ninguna duda provienen de un estudio incompleto de la materia. Para refutarlos a todos, sería necesario retomar, desde los cimientos, todos los puntos de la teoría, así como los hechos que le sirven de base, y es lo que no tengo ninguna intención de hacer aquí. Me limitaré a los puntos principales.
Consentís en reconocer que las ideas espíritas han alistado a un cierto número de hombres honorablemente conocidos en el mundo; este hecho, cuya realidad indudablemente sobrepasa en mucho a lo que vos creéis, merece indiscutiblemente la atención de todo hombre serio, porque tantas personas eminentes por su inteligencia, por su saber y por su posición social, no se apasionarían por una idea desprovista de todo fundamento. La conclusión natural es que en el fondo de todo esto debe haber algo.
Sin duda objetaréis que ciertas doctrinas, medio religiosas, medio sociales, en estos últimos años han encontrado a sectarios en las propias clases de la aristocracia intelectual, lo que no les ha impedido caer en el ridículo. Los hombres de inteligencia pueden, pues, dejarse seducir por utopías. A esto he de responder que las utopías sólo duran un tiempo: tarde o temprano la razón les hace justicia; sucederá lo mismo con el Espiritismo, si fuere una de ellas; pero si fuere una verdad, el Espiritismo triunfará ante todas las oposiciones, ante todos los sarcasmos, incluso diré ante todas las persecuciones –si aún fueren de nuestro siglo–, y los detractores habrán perdido el tiempo; será preciso que, de buen o de mal grado, los opositores lo acepten, como han aceptado tantas cosas contra las cuales hubieron protestado supuestamente en nombre de la razón. El Espiritismo ¿es una verdad? El futuro juzgará; éste ya parece pronunciarse, tal es la rapidez con la que se propagan esas ideas, y observad bien que no es en la clase ignorante e iletrada que ellas encuentran adeptos, sino, por el contrario, entre las personas esclarecidas.
Es de notarse que todas las doctrinas filosóficas son obra de hombres con más o menos grandes pensamientos, más o menos justos; todos tienen un jefe, alrededor del cual se agrupan otros hombres que comparten la misma manera de ver. ¿Cuál es el autor del Espiritismo? ¿Cuál es aquel que ha imaginado esta teoría, verdadera o falsa? Es verdad que se ha buscado coordinarla, formularla y explicarla; ¿pero quién ha concebido la primera idea? Nadie, o mejor dicho, todo el mundo, porque cada uno ha podido ver, y los que no han visto ha sido porque no quisieron ver, o porque han querido ver a su manera, sin salir del círculo de sus ideas preconcebidas, lo que hizo que viesen mal y que juzgasen mal. El Espiritismo resulta de observaciones que cada uno puede hacer y que no son un privilegio de nadie, lo que explica su irresistible propagación; no es el producto de ningún sistema individual, y es esto lo que lo distingue de todas las otras doctrinas filosóficas.
Decís que esas revelaciones del otro mundo no tienen ni inclusive el mérito de la novedad. ¿Sería, pues, un mérito la novedad? Nunca se ha pretendido que fuese un descubrimiento moderno. Estas comunicaciones, siendo una consecuencia de la naturaleza humana, y teniendo lugar por la voluntad de Dios, hacen parte de las leyes inmutables a través de las cuales Él rige el mundo; por lo tanto, ellas han debido existir desde que existen los hombres en la Tierra; he aquí el por qué son encontradas desde la más alta Antigüedad, entre todos los pueblos, en la historia profana, como también en la historia sacra. La antigüedad y la universalidad de esta creencia son argumentos en su favor; lanzar contra ella una conclusión desfavorable, sería, antes que nada, una falta de lógica.
A continuación decís que la facultad de los médiums poco difiere de la del sujeto en las manos del magnetizador, o dicho de otro modo, de la del sonámbulo; pero aunque admitamos una perfecta identidad, ¿cuál sería la causa de esta admirable clarividencia sonambúlica, clarividencia que no encuentra obstáculo ni en la materia ni en el distancia, y que se ejerce sin la ayuda de los órganos de la visión? ¿No es esta la demostración más patente de la existencia y de la individualidad del alma, soporte de la religión? Si yo fuera un sacerdote y quisiese probar en un sermón que hay en nosotros algo más que el cuerpo, lo demostraría de una manera irrecusable a través de los fenómenos del sonambulismo natural o artificial. Si la mediumnidad no es sino una variedad del sonambulismo, sus efectos no son menos dignos de observación. En esto yo encontraría una prueba más a favor de mi tesis y haría de la misma una nueva arma contra el ateísmo y el materialismo. Todas nuestras facultades son obra de Dios; cuanto mayores y más maravillosas son, más atestiguan Su poder y Su bondad.
Para mí, que durante treinta y cinco años he hecho estudios especiales sobre sonambulismo, que he realizado estudios no menos profundos de todas las variedades de médiums, digo –como todos los que no juzgan examinando sólo un lado del problema– que el médium es dotado de una facultad particular, que no permite ser confundido con el sonámbulo, y que la completa independencia de su pensamiento es probado por los hechos de la última evidencia, para cualquiera que se coloque en las condiciones requeridas para observar sin parcialidad. Haciendo abstracción de las comunicaciones escritas, ¿cuál es el sonámbulo que nunca ha hecho brotar un pensamiento de un cuerpo inerte? ¿Qué ha producido apariciones visibles e incluso tangibles? ¿Qué ha podido mantener un cuerpo pesado en el espacio sin punto de apoyo? ¿Habrá sido por un efecto sonambúlico que hace quince días un médium ha dibujado en mi casa, en presencia de veinte testigos, el retrato de una joven fallecida hacía dieciocho meses y que él nunca conoció, retrato reconocido por el padre que estaba presente en la sesión? ¿Es por un efecto sonambúlico que una mesa responde con precisión a las preguntas propuestas, inclusive a las preguntas mentales? Ciertamente, si se admite que el médium esté en un estado magnético, me parece difícil creer que la mesa sea sonámbula.
Decís que el médium no habla claramente sino de cosas conocidas. ¿Cómo explicar el siguiente hecho y centenas de otros del mismo género que son muchas veces reproducidos y que son de mi conocimiento personal? Uno de mis amigos, muy buen médium psicógrafo, preguntó a un Espíritu si una persona que él había perdido de vista desde hacía quince años estaba aún en este mundo. «Sí, ella todavía está encarnada, respondió el Espíritu; ella vive en París, en tal calle y tal número.» Él fue y encontró a la persona en la dirección indicada. ¿Es esto una ilusión? ¿Podía su pensamiento sugerirle esta respuesta? Si en ciertos casos las respuestas pueden concordar con el pensamiento, ¿es racional deducir que esta sea una ley general? En esto, como en todas las cosas, los juicios precipitados son siempre peligrosos, porque pueden ser desmentidos por los hechos que no han sido observados.
Además, señor abate, de ninguna manera mi intención es hacer aquí un curso de Espiritismo, ni de discutir si Él está cierto o errado. Me sería preciso –como lo he dicho hace poco– recordar innumerables hechos que he citado en la Revista Espírita, así como las explicaciones que de los mismos he dado en mis diversos escritos. Llego, pues, a la parte de vuestro artículo que me parece más grave.
Intituláis a vuestro artículo: Una nueva religión en París. En efecto, admitiendo que este sea el carácter del Espiritismo, habría allí un primer error, considerando que Él está lejos de circunscribirse a París. Cuenta con varios millones de adeptos, que se esparcen en las cinco partes del mundo, y París no ha sido su foco primitivo. En segundo lugar, ¿es una religión? Es fácil demostrar lo contrario.
El Espiritismo se fundamenta en la existencia de un mundo invisible, formado por seres incorpóreos que pueblan el espacio, y que no son otros sino las almas de aquellos que han vivido en la Tierra o en otros globos donde han dejado su envoltura material. Son esos seres a los cuales hemos dado, o mejor dicho, ellos mismos se han dado el nombre de Espíritus. Estos seres que sin cesar nos rodean ejercen sobre los hombres, sin éstos saberlo, una gran influencia; desempeñan un papel muy activo en el mundo moral, y hasta un cierto punto en el mundo físico. Por lo tanto, el Espiritismo está en la Naturaleza, y se puede decir que, en un cierto orden de ideas, es una fuerza, como la electricidad lo es desde otro punto de vista y como la gravitación universal también lo es.
Él nos revela el mundo invisible, como el microscopio nos ha revelado el mundo de lo infinitamente pequeño, que ni sospechábamos que existiese. Por lo tanto, los fenómenos cuya fuente es ese mundo invisible han debido producirse y se han producido en todos los tiempos: he aquí por qué la Historia de todos los pueblos hace mención de los mismos. Ha sido únicamente por ignorancia que los hombres han atribuido estos fenómenos a causas más o menos hipotéticas, y en ese aspecto han dado libre curso a su imaginación, como lo han hecho con todos los fenómenos cuya naturaleza les era imperfectamente conocida. El Espiritismo, mejor observado desde que se popularizó, viene a derramar luz sobre una multitud de cuestiones hasta aquí insolubles o mal resueltas. Su verdadero carácter es, pues, el de una ciencia y no el de una religión, y la prueba de esto es que Él cuenta entre sus adeptos con hombres de todas las creencias y que por eso no han renunciado a sus convicciones: católicos fervorosos –que no por ello practican menos todos los deberes de su culto–, protestantes de todas las sectas, israelitas, musulmanes y hasta budistas y brahmanes; hay de todo, excepto materialistas y ateos, porque estas ideas son incompatibles con las observaciones espíritas. Por lo tanto, el Espiritismo reposa sobre principios generales, independientes de toda cuestión dogmática. Es verdad que Él tiene consecuencias morales, como todas las ciencias filosóficas; estas consecuencias hacen parte del sentido cristiano, porque el Cristianismo es, de todas las doctrinas, la más esclarecida, la más pura, y es por esta razón que de todas las sectas religiosas del mundo, los cristianos son los más aptos para comprender al Espiritismo en su verdadera esencia. El Espiritismo no es una religión, pues de lo contrario tendría su culto, sus templos y sus ministros. Sin duda que cada uno puede hacer una religión de sus opiniones e interpretar a su gusto las religiones conocidas; pero de ahí a la constitución de una nueva Iglesia hay una gran distancia, y creo que sería imprudente seguir esta idea. En resumen, el Espiritismo se ocupa de la observación de los hechos y no de particularidades de tal o cual creencia; se ocupa de la investigación de las causas, de la explicación que esos hechos pueden dar de fenómenos conocidos, ya sea en el orden moral como en el orden físico, y no impone culto alguno a sus adeptos, así como la Astronomía no impone el culto a los astros, ni la pirotecnia el culto al fuego. Aún más: del mismo modo que el sabeísmonació de la Astronomía mal comprendida, el Espiritismo, mal comprendido en la Antigüedad, ha sido la fuente del politeísmo. Gracias a las luces del Cristianismo, hoy podemos juzgar al Espiritismo más sanamente y Él nos pone en guardia contra los sistemas erróneos, frutos de la ignorancia; y la propia religión puede extraer de Él la prueba palpable de muchas verdades discutidas por ciertas opiniones; he aquí el por qué, contrariamente a la mayoría de las ciencias filosóficas, uno de sus efectos es el de volver a llevar hacia las ideas religiosas a aquellos que están extraviados en un escepticismo exagerado.
La Sociedad de la cual habláis definió su objeto en el propio nombre que adoptó: la denominación de Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas en nada se parece al de una secta; y por el hecho de ella no tener este carácter, es que su reglamento le impide de ocuparse con cuestiones religiosas; está incluida en la categoría de las sociedades científicas, porque, en efecto, su objetivo es estudiar y profundizar todos los fenómenos que resultan de las relaciones entre el mundo visible y el mundo invisible; tiene su presidente, su secretario y su tesorero, como todas las Sociedades; no invita al público a sus sesiones; allí no hace ningún discurso ni nada que tenga el carácter de un culto cualquiera. Ella procede en sus trabajos con calma y recogimiento, primero porque es una condición necesaria para las observaciones; segundo, porque sabe del respeto que se les debe a aquellos que no viven más en la Tierra. Ella los llama en nombre de Dios, porque cree en Dios, en su omnipotencia, y sabe que nada se hace en este mundo sin su permiso. Abre sus sesiones con un llamado general a los Espíritus buenos, porque, sabiendo que los hay buenos y malos, ella no permite que estos últimos vengan a inducir al error al mezclarse fraudulentamente en las comunicaciones que recibe. ¿Qué es lo que esto prueba? Que nosotros no somos ateos; pero eso no implica que de forma alguna seamos sectarios de una religión; de esto debería haber quedado convencida la persona que os ha relatado lo que se hace entre nosotros, si hubiera seguido nuestros trabajos, y si sobre todo los hubiese juzgado menos ligeramente, y quizás con un espíritu menos prevenido y menos apasionado. Por lo tanto, los hechos protestan por sí mismos contra la calificación de nueva secta que dais a la Sociedad, indudablemente por falta de conocerla mejor.
Termináis vuestro artículo llamando la atención de los católicos sobre el mal que el Espiritismo puede hacer a las almas. Si las consecuencias del Espiritismo fuesen la negación de Dios, del alma, de su individualidad después de la muerte, del libre albedrío del hombre, de las penas y recompensas futuras, sería una doctrina profundamente inmoral; lejos de esto, Él prueba, no por el razonamiento, sino por los hechos, esas bases fundamentales de la religión, cuyo enemigo más peligroso es el materialismo. Hace más aún: por sus consecuencias enseña a soportar con resignación las miserias de esta vida; el Espiritismo calma la desesperación; enseña a los hombres a amarse como hermanos, según los divinos preceptos de Jesús. ¡Si supieseis, como yo, a cuántos incrédulos endurecidos Él ha hecho revivir! ¡A cuántas víctimas ha arrancado del suicidio por la perspectiva del destino reservado a aquellos que abrevian su vida, contrariando a la voluntad de Dios! ¡A cuántos les ha calmado los odios y a cuántos enemigos ha aproximado! ¿Es a esto a lo que llamáis hacer mal a las almas? No, no podéis pensar así, y preferiría creer que si lo conocieseis mejor, lo juzgaríais completamente de otro modo. Diréis que la religión puede hacer todo esto. Lejos de mí está en discutirlo; ¿pero creéis que habría sido más feliz para aquellos que ella ha encontrado rebeldes, el haber permanecido en una absoluta incredulidad? Si el Espiritismo ha triunfado sobre todo eso, si les ha vuelto claro lo que antes era oscuro y si les ha hecho evidente lo que antes era dudoso, ¿dónde está el mal? Para mí, digo que en lugar de perder a las almas, Él las ha salvado.
Atentamente,
ALLAN KARDEC.
El Libro de los Espíritus entre los salvajes
Sabíamos que El Libro de los Espíritus tiene lectores simpáticos en todas las partes del mundo, pero por cierto no habríamos sospechado en encontrarlo entre los salvajes de América del Sur, si no fuese por una carta que nos ha sido enviada de Lima hace algunos meses, cuya traducción integral creemos un deber publicarla, en razón del hecho significativo que la misma contiene y cuyo alcance cada uno ha de comprender. Ella trae consigo su comentario, al cual no le agregaremos ninguna reflexión.
“Muy honorable señor Allan Kardec,
“Disculpadme por no escribiros en francés; entiendo este idioma por la lectura, pero no puedo escribirlo correcta e inteligiblemente.
“Hace más de diez años que frecuento los pueblos aborígenes que viven en la ladera oriental de los Andes, en estas regiones de América de los confines del Perú. Vuestro El Libro de los Espíritus, que adquirí en un viaje a Lima, me acompaña en estas soledades; deciros que lo he leído con mucho interés y que lo releo sin cesar, no debe sorprenderos; tampoco yo vendría a perturbaros por tan poca cosa, si no creyese que ciertas informaciones pueden interesaros, y si no tuviera el deseo de obtener de vos algunos consejos que espero de vuestra bondad, no dudando que vuestros sentimientos humanos estén de acuerdo con los sublimes principios de vuestro libro.
“Estos pueblos que llamamos salvajes lo son menos de lo que se cree generalmente; si se desea decir que viven en chozas en lugar de palacios, que no conocen nuestras Artes ni nuestras Ciencias, que ellos ignoran la etiqueta de las personas civilizadas, son ciertamente salvajes; pero con relación a la inteligencia, se encuentran en ellos ideas de una rectitud admirable, de una gran agudeza de observación y de sentimientos nobles y elevados. Comprenden con una maravillosa facilidad, y sin comparación tienen la mente menos tosca que los campesinos de Europa. Desprecian lo que les parece inútil en lo que atañe a la simplicidad que les basta a su género de vida. La tradición de su antigua independencia está siempre viva entre ellos: es por eso que tienen una insuperable aversión por sus conquistadores; pero si odian a la raza en general, se vinculan a los individuos que les inspiran una confianza absoluta. Es debido a esta confianza que puedo vivir en su intimidad, y cuando me encuentro en medio de ellos, estoy más seguro que en ciertas grandes ciudades. Cuando los dejo, se quedan tristes y me hacen prometerles que regresaré; cuando vuelvo, toda la tribu está de fiesta.
“Estas explicaciones eran necesarias para lo siguiente:
“Os he dicho que tenía conmigo El Libro de los Espíritus. Un día se me ocurrió traducirles algunos pasajes, y fui fuertemente sorprendido al ver que ellos lo comprendían mejor de lo que yo había pensado, en razón de ciertas observaciones muy juiciosas que hacían. He aquí un ejemplo.
“La idea de renacer en la Tierra les parecía totalmente natural, y uno de ellos me dijo un día: Después de muertos, ¿podremos renacer entre los blancos? –Ciertamente, respondí. –¿Entonces tal vez tú eres uno de nuestros parientes? –Es posible. –Sin duda es por eso que eres bueno con nosotros y que nosotros te amamos. –También es posible. –Entonces cuando nosotros encontremos a un blanco es preciso no hacerle mal, porque quizás sea uno de nuestros hermanos.
“Señor, indudablemente admiraréis, como yo, esta conclusión de un salvaje, y el sentimiento de fraternidad que ésta hizo brotar en él. Además, la idea de los Espíritus de ninguna manera es nueva para ellos: está en sus creencias, y están persuadidos de que se puede conversar con los parientes fallecidos y de que éstos vienen a visitar a los encarnados. El punto importante de eso es sacar partido para moralizarlos, y no creo que esto sea algo imposible, porque ellos aún no tienen los vicios de nuestra civilización. Es aquí que yo necesitaría los consejos de vuestra experiencia. En mi opinión, es un error creer que sólo podemos influir en las personas ignorantes hablándoles a los sentidos; por el contrario, pienso que esto es mantenerlas en ideas estrechas y desarrollar en ellas la tendencia a la superstición. Creo que el razonamiento, cuando uno sabe ponerse al alcance de esas inteligencias, tendrá siempre una influencia más duradera.
“A la espera de la respuesta que tengáis a bien obsequiarme, me despido atentamente.”
“Muy honorable señor Allan Kardec,
“Disculpadme por no escribiros en francés; entiendo este idioma por la lectura, pero no puedo escribirlo correcta e inteligiblemente.
“Hace más de diez años que frecuento los pueblos aborígenes que viven en la ladera oriental de los Andes, en estas regiones de América de los confines del Perú. Vuestro El Libro de los Espíritus, que adquirí en un viaje a Lima, me acompaña en estas soledades; deciros que lo he leído con mucho interés y que lo releo sin cesar, no debe sorprenderos; tampoco yo vendría a perturbaros por tan poca cosa, si no creyese que ciertas informaciones pueden interesaros, y si no tuviera el deseo de obtener de vos algunos consejos que espero de vuestra bondad, no dudando que vuestros sentimientos humanos estén de acuerdo con los sublimes principios de vuestro libro.
“Estos pueblos que llamamos salvajes lo son menos de lo que se cree generalmente; si se desea decir que viven en chozas en lugar de palacios, que no conocen nuestras Artes ni nuestras Ciencias, que ellos ignoran la etiqueta de las personas civilizadas, son ciertamente salvajes; pero con relación a la inteligencia, se encuentran en ellos ideas de una rectitud admirable, de una gran agudeza de observación y de sentimientos nobles y elevados. Comprenden con una maravillosa facilidad, y sin comparación tienen la mente menos tosca que los campesinos de Europa. Desprecian lo que les parece inútil en lo que atañe a la simplicidad que les basta a su género de vida. La tradición de su antigua independencia está siempre viva entre ellos: es por eso que tienen una insuperable aversión por sus conquistadores; pero si odian a la raza en general, se vinculan a los individuos que les inspiran una confianza absoluta. Es debido a esta confianza que puedo vivir en su intimidad, y cuando me encuentro en medio de ellos, estoy más seguro que en ciertas grandes ciudades. Cuando los dejo, se quedan tristes y me hacen prometerles que regresaré; cuando vuelvo, toda la tribu está de fiesta.
“Estas explicaciones eran necesarias para lo siguiente:
“Os he dicho que tenía conmigo El Libro de los Espíritus. Un día se me ocurrió traducirles algunos pasajes, y fui fuertemente sorprendido al ver que ellos lo comprendían mejor de lo que yo había pensado, en razón de ciertas observaciones muy juiciosas que hacían. He aquí un ejemplo.
“La idea de renacer en la Tierra les parecía totalmente natural, y uno de ellos me dijo un día: Después de muertos, ¿podremos renacer entre los blancos? –Ciertamente, respondí. –¿Entonces tal vez tú eres uno de nuestros parientes? –Es posible. –Sin duda es por eso que eres bueno con nosotros y que nosotros te amamos. –También es posible. –Entonces cuando nosotros encontremos a un blanco es preciso no hacerle mal, porque quizás sea uno de nuestros hermanos.
“Señor, indudablemente admiraréis, como yo, esta conclusión de un salvaje, y el sentimiento de fraternidad que ésta hizo brotar en él. Además, la idea de los Espíritus de ninguna manera es nueva para ellos: está en sus creencias, y están persuadidos de que se puede conversar con los parientes fallecidos y de que éstos vienen a visitar a los encarnados. El punto importante de eso es sacar partido para moralizarlos, y no creo que esto sea algo imposible, porque ellos aún no tienen los vicios de nuestra civilización. Es aquí que yo necesitaría los consejos de vuestra experiencia. En mi opinión, es un error creer que sólo podemos influir en las personas ignorantes hablándoles a los sentidos; por el contrario, pienso que esto es mantenerlas en ideas estrechas y desarrollar en ellas la tendencia a la superstición. Creo que el razonamiento, cuando uno sabe ponerse al alcance de esas inteligencias, tendrá siempre una influencia más duradera.
“A la espera de la respuesta que tengáis a bien obsequiarme, me despido atentamente.”
DON FERNANDO GUERRERO
Aforismos espíritas y pensamientos destacados
Cuando queráis estudiar la aptitud de un médium, no evoquéis de buenas a primeras –por su intermedio– a cualquier Espíritu, porque nunca se ha dicho que el médium esté apto para servir de intérprete a todos los Espíritus, y porque Espíritus ligeros pueden usurpar el nombre de aquel que llamáis. Evocad de preferencia a su Espíritu familiar, porque éste vendrá siempre; entonces lo juzgaréis por su lenguaje y estaréis en mejores condiciones de apreciar la naturaleza de las comunicaciones que el médium recibe.
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Los Espíritus encarnados obran por sí mismos, según sean buenos o malos; pueden actuar también bajo el impulso de Espíritus desencarnados, de los cuales son instrumentos para el bien o para el mal, o para el cumplimiento de ciertos acontecimientos. De este modo, sin nosotros saberlo, somos los agentes de la voluntad de los Espíritus para aquello que sucede en el mundo, ya sea en el interés general o en el interés individual. De esta forma, nos encontramos con alguien que es la causa para que hagamos o no alguna cosa; creemos que es el azar que nos lo envía, mientras que muy a menudo son los Espíritus que nos impelen uno en dirección al otro, porque este encuentro debe llevar a un resultado determinado.
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Al encarnarse en diferentes posiciones sociales, los Espíritus son como actores que, fuera de escena, están vestidos como todo el mundo, y que en escena visten todas las ropas y desempeñan todos los papeles, desde el rey hasta el trapero.
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Hay personas que no tienen miedo a la muerte, que la han enfrentado centenas de veces, pero que tienen miedo a la oscuridad; no tienen miedo de ladrones, y sin embargo a solas, en un cementerio, a la noche, tienen miedo de cualquier cosa. Es que son los Espíritus que están cerca de ellas, cuyo contacto produce sobre las mismas una impresión y, por consecuencia, un miedo del cual no se dan cuenta.
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Los orígenes que ciertos Espíritus nos dan a través de la revelación de supuestas existencias anteriores, son frecuentemente un medio de seducción y una tentación para nuestro orgullo, que se jacta por haber sido tal o cual personaje.
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Al encarnarse en diferentes posiciones sociales, los Espíritus son como actores que, fuera de escena, están vestidos como todo el mundo, y que en escena visten todas las ropas y desempeñan todos los papeles, desde el rey hasta el trapero.
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Hay personas que no tienen miedo a la muerte, que la han enfrentado centenas de veces, pero que tienen miedo a la oscuridad; no tienen miedo de ladrones, y sin embargo a solas, en un cementerio, a la noche, tienen miedo de cualquier cosa. Es que son los Espíritus que están cerca de ellas, cuyo contacto produce sobre las mismas una impresión y, por consecuencia, un miedo del cual no se dan cuenta.
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Los orígenes que ciertos Espíritus nos dan a través de la revelación de supuestas existencias anteriores, son frecuentemente un medio de seducción y una tentación para nuestro orgullo, que se jacta por haber sido tal o cual personaje.
ALLAN KARDEC