Usted esta en:
Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859 > Junio
Junio
El músculo que cruje Los adversarios del Espiritismo acaban de hacer un descubrimiento que deberá contrariar mucho a los Espíritus golpeadores; será para éstos como haber recibido el golpe de una maza, del cual tendrán mucha dificultad para restablecerse. En efecto, ¿qué deberán pensar esos pobres Espíritus del terrible corte de escalpelo que acaban de llevar del Sr. Schiff y después del Sr. Jobert (de Lamballe), y finalmente del Sr. Velpeau? Me parece verlos muy avergonzados, expresándose más o menos así: «¡Pues bien, mi querido amigo, estamos en apuros! He aquí que estamos arruinados; no habíamos contado con la anatomía, que descubrió nuestro ardid. Decididamente, no hay condiciones de vivir en un país donde hay gente que ve tan claro». –Vamos, señores tontos, que habéis creído ingenuamente en todos esos cuentos de viejas; impostores, que quisisteis hacernos creer en la existencia de seres que no vemos; ignorantes, que imagináis que algo pueda escapar a nuestro escalpelo, inclusive vuestra alma; y todos vosotros, escritores espíritas o espiritualistas, más o menos espirituosos, inclinaos y reconoced que no sois más que embaucadores, charlatanes y hasta incluso bribones e imbéciles: esos señores os dejan elegir, porque he aquí la luz, la pura verdad.
“Academia de Ciencias (Sesión del 18 de abril de 1859.) – DE LA CONTRACCIÓN RÍTMICA MUSCULAR INVOLUNTARIA. – El Sr. Jobert (de Lamballe) comunica un hecho curioso de contracciones involuntarias rítmicas del músculo peroneo lateral corto, que confirma la opinión del Sr. Schiff en lo referente al fenómeno oculto de los Espíritus golpeadores.
“La Srta. X..., de catorce años, fuerte y bien constituida, es acometida desde los seis años de edad por movimientos involuntarios regulares del músculo peroneo lateral corto derecho y por ruidos que se hacen oír por detrás del maléolo externo derecho, con la regularidad del pulso. Aparecieron por primera vez en la pierna derecha, durante la noche, acompañados por un dolor bastante fuerte. Poco tiempo después, el peroneo lateral corto izquierdo fue acometido por una afección de la misma naturaleza, pero de menor intensidad.
“El efecto de esos ruidos es el de causar dolor y problemas en el andar, e incluso hasta provocar caídas. La joven enferma nos declaró que la extensión del pie y la compresión ejercida sobre ciertos puntos del pie y de la pierna son suficientes para detenerlos, a pesar de que ella continúe sintiendo dolores y fatigas en el miembro.
“Cuando esta interesante persona se presentó ante nosotros, he aquí en qué estado la encontramos: En el nivel del maléolo externo derecho, era fácil de constatar –en el borde superior de esta protuberancia ósea– un ruido regular, acompañado por una protuberancia pasajera y por una inflamación en las partes blandas de esta región, los cuales eran seguidos por un ruido seco que se sucedía a cada contracción muscular. Este ruido se hacía oír en la cama, fuera de la cama y a una distancia bastante considerable del lugar donde la joven reposaba. Notable por su regularidad y por su crujido, este ruido la acompañaba por todas partes. Al auscultar la pierna, el pie o el maléolo, se distinguía un choque incómodo que repercutía en toda la extensión del trayecto recorrido por el músculo, exactamente como si fuese un golpe que se transmitiera de una a otra extremidad de una viga. Algunas veces el ruido parecía un frotamiento, una raspadura, y esto cuando las contracciones eran menos intensas. Esos mismos fenómenos siempre se han reproducido, ya sea que la enferma estuviese de pie, sentada o acostada, independientemente de la hora del día o de la noche en que la examinábamos.
“Si estudiamos el mecanismo de los ruidos producidos, y si, para mayor claridad, dividimos cada ruido en dos momentos, veremos lo siguiente:
“Que, en un primer momento, el tendón del peroneo lateral corto se disloca al salir del canal óseo, y necesariamente levanta el peroneo lateral largo y la piel;
“Que, en un segundo momento, cumplido el fenómeno de contracción, su tendón relaja, se coloca nuevamente en el canal óseo y, al chocar contra éste, produce el ruido seco y sonoro del que hemos hablado.
“Se repetía, por así decirlo, a cada segundo, y cada vez que el dedo meñique del pie sentía una sacudida, la piel que cubría el quinto metatarsiano era levantada por el tendón. Cesaba cuando el pie era fuertemente extendido. Paraba también cuando era ejercida una presión en el músculo o en la vaina de los peroneos.
“En estos últimos años, los periódicos franceses y extranjeros, han hablado mucho de ruidos semejantes a martillazos, ya sea regulares o siguiendo un ritmo particular, que se producían alrededor de ciertas personas acostadas en la cama.
“Los charlatanes se han apoderado de esos fenómenos singulares, cuya realidad es confirmada además por testigos dignos de fe. Han intentado relacionarlos con la intervención de una causa sobrenatural, y se sirvieron de dichos fenómenos para explotar la credulidad pública.
“La observación de la Srta. X... muestra cómo los tendones dislocados, bajo la influencia de la contracción muscular y en el momento en que se colocan nuevamente en sus canales óseos, pueden producir ruidos que, para ciertas personas, anuncian la presencia de Espíritus golpeadores.
“Con el ejercicio, cualquier persona puede adquirir la facultad de producir a voluntad semejante dislocación de tendones y ruidos secos que se escuchan a distancia.
“Al rechazar toda idea de intervención sobrenatural y al notar que esos ruidos y golpes extraños ocurrían siempre al pie de la cama de los individuos agitados por los Espíritus, el Sr. Schiff se preguntó si la sede de esos ruidos no estaría en dichos individuos, en vez de fuera de los mismos. Sus conocimientos anatómicos lo han llevado a pensar que bien podía ser en la pierna, en la región de los peroneos donde se encuentran una superficie ósea, tendones y una vaina común.
“Al estar bien arraigada en su espíritu esta manera de ver, él hizo experiencias y ensayos en sí mismo, los cuales no le permitieron dudar que el ruido tenía su sede por detrás del maléolo externo y en la vaina de los tendones del peroneo.
“Después el Sr. Schiff llegó inclusive a ejecutar ruidos voluntarios, regulares, armoniosos y, ante un gran número de personas (cerca de cincuenta), pudo imitar los prodigios de los Espíritus golpeadores, con o sin zapatos, estando de pie o acostado.
“El Sr. Schiffestableció que todos esos ruidos tienen como origen el tendón del peroneo largo, cuando se disloca en el canal óseo, agregando que los mismos coexisten con un adelgazamiento o ausencia de la vaina común en el peroneo largo y en el corto. En cuanto a nosotros, admitiendo en principio que todos esos ruidos fuesen producidos por la caída de un tendón del peroneo contra la superficie ósea, pensamos entretanto que no hay necesidad de una anomalía de la vaina para que eso suceda. Bastan la contracción del músculo, la dislocación del tendón y su nueva colocación en el canal óseo para que el ruido tenga lugar. Además, solamente el peroneo corto es el agente del ruido en cuestión. En efecto, éste toma una dirección más recta que el peroneo largo, el cual tiene que pasar por varios desvíos en su trayecto; está ubicado en lo más profundo del canal óseo; recubre completamente este canal, de donde es natural que saquemos la conclusión de que el ruido es producido por el choque de ese tendón contra las partes sólidas del canal óseo; presenta fibras musculares hasta la entrada del tendón en el canal común, mientras que para el peroneo largo es todo lo contrario.
“El ruido es variable en su intensidad y, en efecto, se pueden distinguir en el mismo diversos matices. Es así que, desde el ruido estridente que se distingue a lo lejos, encontramos una variedad de ruidos, de fricciones, como de la sierra, etc.
“Usando el método subcutáneo hemos hecho sucesivamente incisiones a través del cuerpo del peroneo lateral corto derecho y del cuerpo del mismo músculo en el lado izquierdo de nuestra enferma, y hemos mantenido los miembros inmóviles
con la ayuda de un aparato. Unidas las partes, las funciones de los dos miembros fueron recobradas, sin ningún rastro de esta RARA y singular afección.
“SR. VELPEAU – Los ruidos de que acaba de tratar el Sr. Jobert en su interesante reseña parecen vinculados a una cuestión muy vasta. En efecto, esos ruidos se observan en varias regiones: la cadera, los hombros, la parte interna del pie, que a menudo les sirven de sede. Entre otros he visto a una señora que, con la ayuda de ciertos movimientos de rotación del muslo, producía una especie de música bastante nítida que podía ser escuchada de un lado al otro del salón. El tendón de la porción larga del bíceps braquial la produce fácilmente al salir de su vaina, cuando relaja o se rompe el haz de fibras que lo retiene naturalmente. Sucede lo mismo con el músculo posterior de la pierna o con el flexor del dedo gordo del pie, por detrás del maléolo interno. Tales ruidos se explican, como bien lo han comprendido los Sres. Schiff y Jobert, por la fricción o por los sobresaltos de los tendones en los canales o contra los bordes de las superficies sinoviales. Por consiguiente, son posibles en una infinidad de regiones o en los plexos de varios órganos. A veces dichos ruidos son claros y estridentes, otras veces son sordos y confusos, siendo además secos o huecos, variando extremamente de intensidad.
“Al respecto, esperamos que el ejemplo dado por los Sres. Schiff y Jobert lleve a los fisiólogos a ocuparse seriamente con esos diversos ruidos y que un día den la explicación racional de los fenómenos incomprendidos o hasta aquí atribuidos a causas ocultas o sobrenaturales.
“SR. JULES CLOQUET – En apoyo a las observaciones del Sr. Velpeau sobre los ruidos anormales que los tendones pueden producir en diversas regiones del cuerpo, cita el ejemplo de una muchacha de dieciséis a dieciocho años que le fue presentada en el hospital San Luis, en una época en que los Sres. Velpeau y Jobert eran vinculados a este mismo establecimiento. El padre de esta muchacha, que se intitulaba padre de un fenómeno –especie de saltimbanqui–, esperaba sacar provecho de su hija al exhibirla en público; él anunció que ella tenía en el vientre un péndulo en movimiento. Realmente la joven se había conformado con esa situación. A través de un ligero movimiento de rotación en la región lumbar de la columna vertebral, ella producía crujidos muy fuertes, más o menos regulares, siguiendo el ritmo de un movimiento ligero que la misma daba a la parte inferior de su torso. Esos ruidos anormales podían ser escuchados muy claramente a más de veinticinco pies de distancia, y se asemejaban al ruido de un antiguo asador; ellos eran interrumpidos a voluntad por la muchacha, y parecían tener su sede en los músculos de la región dorsolumbar de la columna vertebral.”
Este artículo, extraído de L’Abeille médicale (La Abeja médica), y que hemos transcripto en la íntegra para edificación de nuestros lectores, a fin de que no seamos acusados de haber querido esquivar algunos argumentos, ha sido reproducido con variantes por diferentes periódicos, acompañados por sus habituales epítetos. Nosotros no tenemos por hábito refutar groserías: las dejamos por cuenta de quien las ha proferido; nuestro buen sentido nos dice que nada se prueba con tonterías e injurias, por más erudita que sea la persona. Si el artículo en cuestión se hubiera limitado a esas banalidades –que ni siempre son marcadas con el sello de la urbanidad y de los buenos modales–, nosotros no lo citaríamos; pero éste trata la cuestión desde el punto de vista científico; nos sobrecarga con demostraciones, a través de las cuales nos pretende pulverizar; por lo tanto, veamos si, decididamente, estamos muertos por el decreto de la Academia de Ciencias, o si tenemos alguna posibilidad de vivir como el pobre loco Fulton, cuyo sistema el Institutodeclaró un sueño vacío e impracticable, lo que privó a Francia nada menos que de la iniciativa del buque a vapor; ¡y quién sabe las consecuencias que este poderío, en las manos de Napoleón I, podría haber tenido en los acontecimientos ulteriores!
No haremos más que una breve observación con respecto a la calificación de charlatán dada a los adeptos de las ideas nuevas; esto nos parece un tanto arriesgado, cuando se aplica a millones de individuos que con las mismas de ninguna forma negocian, y porque ellas alcanzan los más altos estratos de las clases sociales. Olvidan que en sólo algunos años el Espiritismo ha hecho increíbles progresos en todas las partes del mundo; que Él no se propaga entre los ignorantes, sino en las clases esclarecidas; que cuenta en sus filas con un número muy grande de médicos, magistrados, eclesiásticos, artistas, literatos, altos funcionarios: personas a las cuales generalmente se les reconoce algunas luces y un mínimo de buen sentido. Ahora bien, confundirlas en un mismo anatema y mandarlas sin ceremonia para los manicomios es actuar con mucha insolencia.
Mas diréis: «Se trata de personas de buena fe, que son víctimas de una ilusión; nosotros no negamos el efecto, pero no concordamos con la causa que le atribuís; la Ciencia acaba de descubrir la verdadera causa, volviéndola conocida y, por esto mismo, destruye toda la base mística de un mundo invisible que puede seducir a las imaginaciones exaltadas, a pesar de ser sinceras.»
Por nuestra parte, no nos jactamos de ser sabios, y aun menos osaríamos ponernos en el nivel de nuestros honorables adversarios; solamente diremos que nuestros estudios personales de Anatomía, y las Ciencias Físicas y Naturales que hemos tenido el honor de enseñar, nos permiten comprender su teoría y que de ninguna manera nos sentimos aturdidos con esa avalancha de palabras técnicas; los fenómenos de los cuales hablan son perfectamente conocidos por nosotros. En nuestras observaciones sobre los efectos atribuidos a los seres invisibles, hemos tenido el cuidado de no menospreciar una causa tan patente. Cuando un hecho se presenta, no nos contentamos con una única observación; queremos verlo de todos los lados, en todos sus aspectos, y antes de aceptar una teoría examinamos si la misma explica todas las circunstancias, si ningún hecho desconocido ha de contradecirla, en una palabra, si resuelve todas las cuestiones: la verdad tiene su precio. Señores, admitís realmente que esta manera de proceder es bastante lógica. ¡Pues bien! A pesar de todo el respeto debido a vuestra erudición, se presentan algunas dificultades en la aplicación de vuestro sistema en lo que respecta a los llamados Espíritus golpeadores. La primera –al menos singular– es que esa facultad, que hasta ahora era excepcional y vista como un caso patológico, calificada por el Sr. Jobert (de Lamballe) como una rara y singular afección, de repente se volvió tan común. Es cierto que el Sr. Jobert, de Lamballe, dice que todo hombre puede adquirirla a través del ejercicio; pero como él también ha dicho que la misma es acompañada de dolor y fatiga, lo que es bastante natural, se ha de concordar que es necesario tener una muy fuerte voluntad de mistificar para hacer crujir el músculo durante dos o tres horas seguidas, cuando esto no lleva a nada, y con el único placer de divertir a algunas personas.
Pero hablemos seriamente; esto es más grave, porque es Ciencia. Esos señores que han descubierto esta maravillosa propiedad del peroneo largo, no imaginan todo lo que puede hacer este músculo; ahora bien, he aquí un bello problema para resolver. Los tendones dislocados no golpean solamente en los canales óseos; por un efecto verdaderamente singular, van a golpear también en las puertas, en las paredes, en los techos, y esto a voluntad, exactamente en los lugares designados. Pero he aquí algo más fuerte, y ved cuán lejos estaba la Ciencia de sospechar todas las virtudes de ese músculo que cruje: él tiene el poder de levantar una mesa sin tocarla, de hacerla golpear con las patas, de dar un paseo por el cuarto, de mantenerse en el espacio sin un punto de apoyo; de abrirla, de cerrarla y de hacerla quebrar al caer, ¡y con qué fuerza! ¿Creéis que se trata de una mesa frágil y liviana como una pluma, que uno levanta con un soplo? Os equivocáis; se trata de mesas pesadas y macizas que pesan de cincuenta a sesenta kilos, que obedecen a muchachas, a niños. Pero el Sr. Schiff dirá: Nunca he visto esos prodigios. Esto es fácil de entender: en verdad, nunca ha visto porque jamás ha querido ver.
En sus observaciones, ¿habrá tenido el Sr. Schiff la necesaria independencia de ideas? ¿Él estaba libre de toda prevención? Nos es lícito dudarlo. No somos nosotros que lo decimos: es el Sr. Jobert. Según él, el Sr. Schiff hubo preguntado, al hablar de los médiums, si la sede de esos ruidos no estaría preferentemente en ellos y no fuera de ellos; sus conocimientos anatómicos lo han llevado a pensar que bien podía ser en la pierna. Al estar bien arraigada en su espíritu esta manera de ver, etc. Así, según la confesión del Sr. Jobert, el Sr. Schiff ha tomado como punto de partida, no los hechos, sino su propia idea, su idea preconcebida bien arraigada; de ahí las investigaciones en un sentido exclusivo y, por consecuencia, una teoría exclusiva que explica perfectamente el hecho que ha visto, pero no aquellos que no ha visto. –¿Y por qué no los ha visto? –Porque en su pensamiento sólo había un punto de partida verdadero y una explicación verdadera; partiendo de allí, todo lo restante debería ser falso y no merecía examen; de esto resulta que, en su ardor de atacar a los médiums, erró en la estocada.
Señores, ¿imagináis conocer todas las virtudes del peroneo largo porque lo habéis sorprendido tocando la guitarra en su vaina? ¡Ah, claro que sí! He aquí algo muy diferente para registrar en los anales de la Anatomía. Habéis creído que el cerebro era la sede del pensamiento: ¡errado! Se puede pensar por el tobillo. Los golpes dan pruebas de inteligencia; por lo tanto, si esos golpes vienen exclusivamente del peroneo, ya sea del peroneo largo, según el Sr. Schiff, o del corto, según el Sr. Jobert (sería preciso que ellos se pusiesen de acuerdo al respecto), es porque el peroneo es inteligente. –Esto no tiene nada de sorprendente; al hacer crujir su músculo a voluntad, el médium ejecutará lo que queráis: imitará la sierra, el martillo, tocará la llamada militar, el ritmo solicitado de un aria. –Como lo quieran; pero cuando el ruido responde a algo que el médium ignora completamente, que no puede saber; cuando os revela esos pequeños secretos que solamente vos conocéis, secretos que desearíais esconder de vosotros mismos, es necesario concordar que el pensamiento viene de otra parte y no del cerebro. ¿De dónde vendrá entonces? ¡Pues claro! Del peroneo largo. Y eso no es todo: el músculo que cruje también es poeta, porque puede hacer versos encantadores, aunque el médium nunca los haya hecho en su vida; es políglota, porque dicta cosas verdaderamente muy sensatas en idiomas en que el médium no sabe ni una sola palabra; es músico..., bien lo sabemos, ya que el Sr. Schiff hizo ejecutar al suyo sonidos armoniosos, con o sin zapatos, ante cincuenta personas. –Sí; pero también compone. Vos, Sr. Dorgeval, que últimamente nos habéis dado una encantadora sonata, ¿creéis simplemente que ha sido el Espíritu Mozart quien os la ha dictado? Os habéis confundido: es vuestro peroneo largo que ha tocado el piano. En verdad, señores médiums, no sospechabais tener tanto espíritu en vuestro talón. Por lo tanto, ¡honor a aquellos que han hecho este descubrimiento; sus nombres han de ser inscriptos con letras grandes para la edificación de la posteridad y en honor a su memoria!
Dirán que bromeamos con cosas serias; pero las bromas no son razones. No; tampoco las tonterías y las groserías son razones. Al confesar nuestra ignorancia junto con esos señores, aceptamos su erudita demostración y la tomamos muy seriamente. Habíamos creído que ciertos fenómenos eran producidos por seres invisibles que se han dado ellos mismos el nombre de Espíritus; es posible que nos hayamos confundido; como nosotros buscamos la verdad, no tenemos la ridícula pretensión de aferrarnos a una idea que, de una manera tan perentoria, nos ha sido demostrada que es falsa. Desde el momento en que el Sr. Jobert, a través de una incisión subcutánea con el escalpelo, ha cortado a los Espíritus, ya no hay más Espíritus. Puesto que él dice que todos los ruidos provienen del peroneo, es necesario creerlo y admitirlo en todas sus consecuencias; de este modo, cuando los golpes se hacen oír en la pared o en el techo, es que el peroneo los produce, o la pared tiene un peroneo; cuando esos ruidos dictan versos a través de una mesa que golpea con la pata, una de dos: o la mesa es poetisa o el peroneo es poeta; esto nos parece lógico. Vamos inclusive más lejos: cierto día en que hacía experiencias espíritas, un oficial conocido nuestro recibió a través de una mano invisible un par de bofetadas tan bien dadas que, dos horas después, aún las sentía. Ahora bien, ¿cómo obtener un reparación? Si semejante cosa hubiese sucedido con el Sr. Jobert, él no se inquietaría, porque diría que había sido golpeado por el peroneo largo.
He aquí lo que leemos al respecto en el periódico La Mode (La Moda) del 1º de mayo de 1859:
“La Academia de Medicina continúa la cruzada de los espíritus positivos contra lo maravilloso de cualquier género. Después de haber fulminado, con razón –aunque quizás un poco torpemente–, al famoso doctor negro, por intermedio del Sr. Velpeau, he aquí que acaba de escucharse al Sr. Jobert (de Lamballe) declarar en pleno Instituto, el secreto de lo que él llama la gran comedia de los Espíritus golpeadores, que ha sido representada con tanto éxito en los dos hemisferios.
“Según el célebre cirujano, todos los toc toc y todos los pan pan que de tan buena fe hacen estremecer a las personas que los escuchan; esos ruidos singulares, esos golpes secos aplicados sucesiva y rítmicamente, todos esos signos evidentes, precursores de la llegada y de la presencia de los habitantes del otro mundo, ¡son simplemente el resultado de un movimiento dado a un músculo, a un nervio, a un tendón! Se trata de una singularidad de la Naturaleza, hábilmente explotada para producir, sin que sea posible notarlo, esa misteriosa música que ha encantado y seducido a tanta gente.
“La sede de la orquesta está ubicada en la pierna. Es el tendón del peroneo que va tocando su música en la vaina, que hace todos esos ruidos que se escuchan bajo las mesas, a la distancia o a gusto del prestidigitador.
“Por mi parte, dudo mucho que el Sr. Jobert haya descubierto –como él cree– el secreto de lo que llama "una comedia", y los artículos que han sido publicados en este mismo periódico por nuestro colega, el Sr. Escande, sobre los misterios del mundo oculto, plantean la cuestión con una amplitud muy diferente, sincera y filosóficamente, en el buen sentido de la palabra.
“Pero si los charlatanes de todos los géneros son irritantes con los ruidos de sus bombos, es preciso concordar que a veces esos eruditos señores no lo son menos al pretender apagar las luces de todo lo que brille fuera de los candelabros oficiales.
“No comprenden que la sed de lo maravilloso que devora a nuestra época, tiene exactamente como causas los excesos del Positivismo, hacia donde ciertos espíritus nos han querido arrastrar. El alma humana tiene necesidad de creer, de admirar y de contemplar el infinito. Han trabajado para cerrar las ventanas que el Catolicismo le abría: por eso que ella mira a través de las claraboyas, sean éstas cuales fueren.”
“Nuestro excelente amigo, el Sr. Henry de Pène, ha de permitirnos una observación. Ignoramos cuándo el Sr. Jobert ha hecho ese inmortal descubrimiento y cuál ha sido el día en que lo ha comunicado al Instituto. Lo que sabemos es que esta original explicación ya había sido dada por otros. En 1854, el Dr. Rayer, un célebre cirujano que por ese entonces no dio pruebas de gran perspicacia, presentó al Instituto a un alemán cuya habilidad –según él– también era la clave de todos los knockings y rappingsde los dos mundos. Se trataba, como hoy, de la dislocación de uno de los tendones musculares de la pierna, llamado peroneo largo. Su demostración fue hecha en el acto, y la Academia expresó su reconocimiento por ese interesante informe. Algunos días después, un profesor agregado de la Facultad de Medicina registró el hecho en el Constitutionnel (Constitucional), y tuvo el coraje de añadir que "por fin los científicos se pronunciaron al respecto, y el misterio fue finalmente esclarecido". Esto no impidió que el misterio persistiese y aumentase, a pesar de la Ciencia que, al negarse a hacer experiencias, se contentaba con atacarlo por medio de explicaciones ridículas y burlescas, como las que acabamos de citar. Por respeto al Sr. Jobert (de Lamballe), nos complacemos en pensar que le han atribuido una experiencia que de ninguna manera le pertenece. Algún periódico, en busca de novedades, habrá encontrado en algún rincón olvidado de sus archivos ese antiguo informe del Sr. Rayer, y lo habrá resucitado, publicándolo con su patrocinio, a fin de variar un poco. Mutato nomine, de te fabula narratur. Es lamentable, indudablemente; pero aún es mejor de que si ese periódico hubiese dicho la verdad.”
“Academia de Ciencias (Sesión del 18 de abril de 1859.) – DE LA CONTRACCIÓN RÍTMICA MUSCULAR INVOLUNTARIA. – El Sr. Jobert (de Lamballe) comunica un hecho curioso de contracciones involuntarias rítmicas del músculo peroneo lateral corto, que confirma la opinión del Sr. Schiff en lo referente al fenómeno oculto de los Espíritus golpeadores.
“La Srta. X..., de catorce años, fuerte y bien constituida, es acometida desde los seis años de edad por movimientos involuntarios regulares del músculo peroneo lateral corto derecho y por ruidos que se hacen oír por detrás del maléolo externo derecho, con la regularidad del pulso. Aparecieron por primera vez en la pierna derecha, durante la noche, acompañados por un dolor bastante fuerte. Poco tiempo después, el peroneo lateral corto izquierdo fue acometido por una afección de la misma naturaleza, pero de menor intensidad.
“El efecto de esos ruidos es el de causar dolor y problemas en el andar, e incluso hasta provocar caídas. La joven enferma nos declaró que la extensión del pie y la compresión ejercida sobre ciertos puntos del pie y de la pierna son suficientes para detenerlos, a pesar de que ella continúe sintiendo dolores y fatigas en el miembro.
“Cuando esta interesante persona se presentó ante nosotros, he aquí en qué estado la encontramos: En el nivel del maléolo externo derecho, era fácil de constatar –en el borde superior de esta protuberancia ósea– un ruido regular, acompañado por una protuberancia pasajera y por una inflamación en las partes blandas de esta región, los cuales eran seguidos por un ruido seco que se sucedía a cada contracción muscular. Este ruido se hacía oír en la cama, fuera de la cama y a una distancia bastante considerable del lugar donde la joven reposaba. Notable por su regularidad y por su crujido, este ruido la acompañaba por todas partes. Al auscultar la pierna, el pie o el maléolo, se distinguía un choque incómodo que repercutía en toda la extensión del trayecto recorrido por el músculo, exactamente como si fuese un golpe que se transmitiera de una a otra extremidad de una viga. Algunas veces el ruido parecía un frotamiento, una raspadura, y esto cuando las contracciones eran menos intensas. Esos mismos fenómenos siempre se han reproducido, ya sea que la enferma estuviese de pie, sentada o acostada, independientemente de la hora del día o de la noche en que la examinábamos.
“Si estudiamos el mecanismo de los ruidos producidos, y si, para mayor claridad, dividimos cada ruido en dos momentos, veremos lo siguiente:
“Que, en un primer momento, el tendón del peroneo lateral corto se disloca al salir del canal óseo, y necesariamente levanta el peroneo lateral largo y la piel;
“Que, en un segundo momento, cumplido el fenómeno de contracción, su tendón relaja, se coloca nuevamente en el canal óseo y, al chocar contra éste, produce el ruido seco y sonoro del que hemos hablado.
“Se repetía, por así decirlo, a cada segundo, y cada vez que el dedo meñique del pie sentía una sacudida, la piel que cubría el quinto metatarsiano era levantada por el tendón. Cesaba cuando el pie era fuertemente extendido. Paraba también cuando era ejercida una presión en el músculo o en la vaina de los peroneos.
“En estos últimos años, los periódicos franceses y extranjeros, han hablado mucho de ruidos semejantes a martillazos, ya sea regulares o siguiendo un ritmo particular, que se producían alrededor de ciertas personas acostadas en la cama.
“Los charlatanes se han apoderado de esos fenómenos singulares, cuya realidad es confirmada además por testigos dignos de fe. Han intentado relacionarlos con la intervención de una causa sobrenatural, y se sirvieron de dichos fenómenos para explotar la credulidad pública.
“La observación de la Srta. X... muestra cómo los tendones dislocados, bajo la influencia de la contracción muscular y en el momento en que se colocan nuevamente en sus canales óseos, pueden producir ruidos que, para ciertas personas, anuncian la presencia de Espíritus golpeadores.
“Con el ejercicio, cualquier persona puede adquirir la facultad de producir a voluntad semejante dislocación de tendones y ruidos secos que se escuchan a distancia.
“Al rechazar toda idea de intervención sobrenatural y al notar que esos ruidos y golpes extraños ocurrían siempre al pie de la cama de los individuos agitados por los Espíritus, el Sr. Schiff se preguntó si la sede de esos ruidos no estaría en dichos individuos, en vez de fuera de los mismos. Sus conocimientos anatómicos lo han llevado a pensar que bien podía ser en la pierna, en la región de los peroneos donde se encuentran una superficie ósea, tendones y una vaina común.
“Al estar bien arraigada en su espíritu esta manera de ver, él hizo experiencias y ensayos en sí mismo, los cuales no le permitieron dudar que el ruido tenía su sede por detrás del maléolo externo y en la vaina de los tendones del peroneo.
“Después el Sr. Schiff llegó inclusive a ejecutar ruidos voluntarios, regulares, armoniosos y, ante un gran número de personas (cerca de cincuenta), pudo imitar los prodigios de los Espíritus golpeadores, con o sin zapatos, estando de pie o acostado.
“El Sr. Schiffestableció que todos esos ruidos tienen como origen el tendón del peroneo largo, cuando se disloca en el canal óseo, agregando que los mismos coexisten con un adelgazamiento o ausencia de la vaina común en el peroneo largo y en el corto. En cuanto a nosotros, admitiendo en principio que todos esos ruidos fuesen producidos por la caída de un tendón del peroneo contra la superficie ósea, pensamos entretanto que no hay necesidad de una anomalía de la vaina para que eso suceda. Bastan la contracción del músculo, la dislocación del tendón y su nueva colocación en el canal óseo para que el ruido tenga lugar. Además, solamente el peroneo corto es el agente del ruido en cuestión. En efecto, éste toma una dirección más recta que el peroneo largo, el cual tiene que pasar por varios desvíos en su trayecto; está ubicado en lo más profundo del canal óseo; recubre completamente este canal, de donde es natural que saquemos la conclusión de que el ruido es producido por el choque de ese tendón contra las partes sólidas del canal óseo; presenta fibras musculares hasta la entrada del tendón en el canal común, mientras que para el peroneo largo es todo lo contrario.
“El ruido es variable en su intensidad y, en efecto, se pueden distinguir en el mismo diversos matices. Es así que, desde el ruido estridente que se distingue a lo lejos, encontramos una variedad de ruidos, de fricciones, como de la sierra, etc.
“Usando el método subcutáneo hemos hecho sucesivamente incisiones a través del cuerpo del peroneo lateral corto derecho y del cuerpo del mismo músculo en el lado izquierdo de nuestra enferma, y hemos mantenido los miembros inmóviles
con la ayuda de un aparato. Unidas las partes, las funciones de los dos miembros fueron recobradas, sin ningún rastro de esta RARA y singular afección.
“SR. VELPEAU – Los ruidos de que acaba de tratar el Sr. Jobert en su interesante reseña parecen vinculados a una cuestión muy vasta. En efecto, esos ruidos se observan en varias regiones: la cadera, los hombros, la parte interna del pie, que a menudo les sirven de sede. Entre otros he visto a una señora que, con la ayuda de ciertos movimientos de rotación del muslo, producía una especie de música bastante nítida que podía ser escuchada de un lado al otro del salón. El tendón de la porción larga del bíceps braquial la produce fácilmente al salir de su vaina, cuando relaja o se rompe el haz de fibras que lo retiene naturalmente. Sucede lo mismo con el músculo posterior de la pierna o con el flexor del dedo gordo del pie, por detrás del maléolo interno. Tales ruidos se explican, como bien lo han comprendido los Sres. Schiff y Jobert, por la fricción o por los sobresaltos de los tendones en los canales o contra los bordes de las superficies sinoviales. Por consiguiente, son posibles en una infinidad de regiones o en los plexos de varios órganos. A veces dichos ruidos son claros y estridentes, otras veces son sordos y confusos, siendo además secos o huecos, variando extremamente de intensidad.
“Al respecto, esperamos que el ejemplo dado por los Sres. Schiff y Jobert lleve a los fisiólogos a ocuparse seriamente con esos diversos ruidos y que un día den la explicación racional de los fenómenos incomprendidos o hasta aquí atribuidos a causas ocultas o sobrenaturales.
“SR. JULES CLOQUET – En apoyo a las observaciones del Sr. Velpeau sobre los ruidos anormales que los tendones pueden producir en diversas regiones del cuerpo, cita el ejemplo de una muchacha de dieciséis a dieciocho años que le fue presentada en el hospital San Luis, en una época en que los Sres. Velpeau y Jobert eran vinculados a este mismo establecimiento. El padre de esta muchacha, que se intitulaba padre de un fenómeno –especie de saltimbanqui–, esperaba sacar provecho de su hija al exhibirla en público; él anunció que ella tenía en el vientre un péndulo en movimiento. Realmente la joven se había conformado con esa situación. A través de un ligero movimiento de rotación en la región lumbar de la columna vertebral, ella producía crujidos muy fuertes, más o menos regulares, siguiendo el ritmo de un movimiento ligero que la misma daba a la parte inferior de su torso. Esos ruidos anormales podían ser escuchados muy claramente a más de veinticinco pies de distancia, y se asemejaban al ruido de un antiguo asador; ellos eran interrumpidos a voluntad por la muchacha, y parecían tener su sede en los músculos de la región dorsolumbar de la columna vertebral.”
Este artículo, extraído de L’Abeille médicale (La Abeja médica), y que hemos transcripto en la íntegra para edificación de nuestros lectores, a fin de que no seamos acusados de haber querido esquivar algunos argumentos, ha sido reproducido con variantes por diferentes periódicos, acompañados por sus habituales epítetos. Nosotros no tenemos por hábito refutar groserías: las dejamos por cuenta de quien las ha proferido; nuestro buen sentido nos dice que nada se prueba con tonterías e injurias, por más erudita que sea la persona. Si el artículo en cuestión se hubiera limitado a esas banalidades –que ni siempre son marcadas con el sello de la urbanidad y de los buenos modales–, nosotros no lo citaríamos; pero éste trata la cuestión desde el punto de vista científico; nos sobrecarga con demostraciones, a través de las cuales nos pretende pulverizar; por lo tanto, veamos si, decididamente, estamos muertos por el decreto de la Academia de Ciencias, o si tenemos alguna posibilidad de vivir como el pobre loco Fulton, cuyo sistema el Institutodeclaró un sueño vacío e impracticable, lo que privó a Francia nada menos que de la iniciativa del buque a vapor; ¡y quién sabe las consecuencias que este poderío, en las manos de Napoleón I, podría haber tenido en los acontecimientos ulteriores!
No haremos más que una breve observación con respecto a la calificación de charlatán dada a los adeptos de las ideas nuevas; esto nos parece un tanto arriesgado, cuando se aplica a millones de individuos que con las mismas de ninguna forma negocian, y porque ellas alcanzan los más altos estratos de las clases sociales. Olvidan que en sólo algunos años el Espiritismo ha hecho increíbles progresos en todas las partes del mundo; que Él no se propaga entre los ignorantes, sino en las clases esclarecidas; que cuenta en sus filas con un número muy grande de médicos, magistrados, eclesiásticos, artistas, literatos, altos funcionarios: personas a las cuales generalmente se les reconoce algunas luces y un mínimo de buen sentido. Ahora bien, confundirlas en un mismo anatema y mandarlas sin ceremonia para los manicomios es actuar con mucha insolencia.
Mas diréis: «Se trata de personas de buena fe, que son víctimas de una ilusión; nosotros no negamos el efecto, pero no concordamos con la causa que le atribuís; la Ciencia acaba de descubrir la verdadera causa, volviéndola conocida y, por esto mismo, destruye toda la base mística de un mundo invisible que puede seducir a las imaginaciones exaltadas, a pesar de ser sinceras.»
Por nuestra parte, no nos jactamos de ser sabios, y aun menos osaríamos ponernos en el nivel de nuestros honorables adversarios; solamente diremos que nuestros estudios personales de Anatomía, y las Ciencias Físicas y Naturales que hemos tenido el honor de enseñar, nos permiten comprender su teoría y que de ninguna manera nos sentimos aturdidos con esa avalancha de palabras técnicas; los fenómenos de los cuales hablan son perfectamente conocidos por nosotros. En nuestras observaciones sobre los efectos atribuidos a los seres invisibles, hemos tenido el cuidado de no menospreciar una causa tan patente. Cuando un hecho se presenta, no nos contentamos con una única observación; queremos verlo de todos los lados, en todos sus aspectos, y antes de aceptar una teoría examinamos si la misma explica todas las circunstancias, si ningún hecho desconocido ha de contradecirla, en una palabra, si resuelve todas las cuestiones: la verdad tiene su precio. Señores, admitís realmente que esta manera de proceder es bastante lógica. ¡Pues bien! A pesar de todo el respeto debido a vuestra erudición, se presentan algunas dificultades en la aplicación de vuestro sistema en lo que respecta a los llamados Espíritus golpeadores. La primera –al menos singular– es que esa facultad, que hasta ahora era excepcional y vista como un caso patológico, calificada por el Sr. Jobert (de Lamballe) como una rara y singular afección, de repente se volvió tan común. Es cierto que el Sr. Jobert, de Lamballe, dice que todo hombre puede adquirirla a través del ejercicio; pero como él también ha dicho que la misma es acompañada de dolor y fatiga, lo que es bastante natural, se ha de concordar que es necesario tener una muy fuerte voluntad de mistificar para hacer crujir el músculo durante dos o tres horas seguidas, cuando esto no lleva a nada, y con el único placer de divertir a algunas personas.
Pero hablemos seriamente; esto es más grave, porque es Ciencia. Esos señores que han descubierto esta maravillosa propiedad del peroneo largo, no imaginan todo lo que puede hacer este músculo; ahora bien, he aquí un bello problema para resolver. Los tendones dislocados no golpean solamente en los canales óseos; por un efecto verdaderamente singular, van a golpear también en las puertas, en las paredes, en los techos, y esto a voluntad, exactamente en los lugares designados. Pero he aquí algo más fuerte, y ved cuán lejos estaba la Ciencia de sospechar todas las virtudes de ese músculo que cruje: él tiene el poder de levantar una mesa sin tocarla, de hacerla golpear con las patas, de dar un paseo por el cuarto, de mantenerse en el espacio sin un punto de apoyo; de abrirla, de cerrarla y de hacerla quebrar al caer, ¡y con qué fuerza! ¿Creéis que se trata de una mesa frágil y liviana como una pluma, que uno levanta con un soplo? Os equivocáis; se trata de mesas pesadas y macizas que pesan de cincuenta a sesenta kilos, que obedecen a muchachas, a niños. Pero el Sr. Schiff dirá: Nunca he visto esos prodigios. Esto es fácil de entender: en verdad, nunca ha visto porque jamás ha querido ver.
En sus observaciones, ¿habrá tenido el Sr. Schiff la necesaria independencia de ideas? ¿Él estaba libre de toda prevención? Nos es lícito dudarlo. No somos nosotros que lo decimos: es el Sr. Jobert. Según él, el Sr. Schiff hubo preguntado, al hablar de los médiums, si la sede de esos ruidos no estaría preferentemente en ellos y no fuera de ellos; sus conocimientos anatómicos lo han llevado a pensar que bien podía ser en la pierna. Al estar bien arraigada en su espíritu esta manera de ver, etc. Así, según la confesión del Sr. Jobert, el Sr. Schiff ha tomado como punto de partida, no los hechos, sino su propia idea, su idea preconcebida bien arraigada; de ahí las investigaciones en un sentido exclusivo y, por consecuencia, una teoría exclusiva que explica perfectamente el hecho que ha visto, pero no aquellos que no ha visto. –¿Y por qué no los ha visto? –Porque en su pensamiento sólo había un punto de partida verdadero y una explicación verdadera; partiendo de allí, todo lo restante debería ser falso y no merecía examen; de esto resulta que, en su ardor de atacar a los médiums, erró en la estocada.
Señores, ¿imagináis conocer todas las virtudes del peroneo largo porque lo habéis sorprendido tocando la guitarra en su vaina? ¡Ah, claro que sí! He aquí algo muy diferente para registrar en los anales de la Anatomía. Habéis creído que el cerebro era la sede del pensamiento: ¡errado! Se puede pensar por el tobillo. Los golpes dan pruebas de inteligencia; por lo tanto, si esos golpes vienen exclusivamente del peroneo, ya sea del peroneo largo, según el Sr. Schiff, o del corto, según el Sr. Jobert (sería preciso que ellos se pusiesen de acuerdo al respecto), es porque el peroneo es inteligente. –Esto no tiene nada de sorprendente; al hacer crujir su músculo a voluntad, el médium ejecutará lo que queráis: imitará la sierra, el martillo, tocará la llamada militar, el ritmo solicitado de un aria. –Como lo quieran; pero cuando el ruido responde a algo que el médium ignora completamente, que no puede saber; cuando os revela esos pequeños secretos que solamente vos conocéis, secretos que desearíais esconder de vosotros mismos, es necesario concordar que el pensamiento viene de otra parte y no del cerebro. ¿De dónde vendrá entonces? ¡Pues claro! Del peroneo largo. Y eso no es todo: el músculo que cruje también es poeta, porque puede hacer versos encantadores, aunque el médium nunca los haya hecho en su vida; es políglota, porque dicta cosas verdaderamente muy sensatas en idiomas en que el médium no sabe ni una sola palabra; es músico..., bien lo sabemos, ya que el Sr. Schiff hizo ejecutar al suyo sonidos armoniosos, con o sin zapatos, ante cincuenta personas. –Sí; pero también compone. Vos, Sr. Dorgeval, que últimamente nos habéis dado una encantadora sonata, ¿creéis simplemente que ha sido el Espíritu Mozart quien os la ha dictado? Os habéis confundido: es vuestro peroneo largo que ha tocado el piano. En verdad, señores médiums, no sospechabais tener tanto espíritu en vuestro talón. Por lo tanto, ¡honor a aquellos que han hecho este descubrimiento; sus nombres han de ser inscriptos con letras grandes para la edificación de la posteridad y en honor a su memoria!
Dirán que bromeamos con cosas serias; pero las bromas no son razones. No; tampoco las tonterías y las groserías son razones. Al confesar nuestra ignorancia junto con esos señores, aceptamos su erudita demostración y la tomamos muy seriamente. Habíamos creído que ciertos fenómenos eran producidos por seres invisibles que se han dado ellos mismos el nombre de Espíritus; es posible que nos hayamos confundido; como nosotros buscamos la verdad, no tenemos la ridícula pretensión de aferrarnos a una idea que, de una manera tan perentoria, nos ha sido demostrada que es falsa. Desde el momento en que el Sr. Jobert, a través de una incisión subcutánea con el escalpelo, ha cortado a los Espíritus, ya no hay más Espíritus. Puesto que él dice que todos los ruidos provienen del peroneo, es necesario creerlo y admitirlo en todas sus consecuencias; de este modo, cuando los golpes se hacen oír en la pared o en el techo, es que el peroneo los produce, o la pared tiene un peroneo; cuando esos ruidos dictan versos a través de una mesa que golpea con la pata, una de dos: o la mesa es poetisa o el peroneo es poeta; esto nos parece lógico. Vamos inclusive más lejos: cierto día en que hacía experiencias espíritas, un oficial conocido nuestro recibió a través de una mano invisible un par de bofetadas tan bien dadas que, dos horas después, aún las sentía. Ahora bien, ¿cómo obtener un reparación? Si semejante cosa hubiese sucedido con el Sr. Jobert, él no se inquietaría, porque diría que había sido golpeado por el peroneo largo.
He aquí lo que leemos al respecto en el periódico La Mode (La Moda) del 1º de mayo de 1859:
“La Academia de Medicina continúa la cruzada de los espíritus positivos contra lo maravilloso de cualquier género. Después de haber fulminado, con razón –aunque quizás un poco torpemente–, al famoso doctor negro, por intermedio del Sr. Velpeau, he aquí que acaba de escucharse al Sr. Jobert (de Lamballe) declarar en pleno Instituto, el secreto de lo que él llama la gran comedia de los Espíritus golpeadores, que ha sido representada con tanto éxito en los dos hemisferios.
“Según el célebre cirujano, todos los toc toc y todos los pan pan que de tan buena fe hacen estremecer a las personas que los escuchan; esos ruidos singulares, esos golpes secos aplicados sucesiva y rítmicamente, todos esos signos evidentes, precursores de la llegada y de la presencia de los habitantes del otro mundo, ¡son simplemente el resultado de un movimiento dado a un músculo, a un nervio, a un tendón! Se trata de una singularidad de la Naturaleza, hábilmente explotada para producir, sin que sea posible notarlo, esa misteriosa música que ha encantado y seducido a tanta gente.
“La sede de la orquesta está ubicada en la pierna. Es el tendón del peroneo que va tocando su música en la vaina, que hace todos esos ruidos que se escuchan bajo las mesas, a la distancia o a gusto del prestidigitador.
“Por mi parte, dudo mucho que el Sr. Jobert haya descubierto –como él cree– el secreto de lo que llama "una comedia", y los artículos que han sido publicados en este mismo periódico por nuestro colega, el Sr. Escande, sobre los misterios del mundo oculto, plantean la cuestión con una amplitud muy diferente, sincera y filosóficamente, en el buen sentido de la palabra.
“Pero si los charlatanes de todos los géneros son irritantes con los ruidos de sus bombos, es preciso concordar que a veces esos eruditos señores no lo son menos al pretender apagar las luces de todo lo que brille fuera de los candelabros oficiales.
“No comprenden que la sed de lo maravilloso que devora a nuestra época, tiene exactamente como causas los excesos del Positivismo, hacia donde ciertos espíritus nos han querido arrastrar. El alma humana tiene necesidad de creer, de admirar y de contemplar el infinito. Han trabajado para cerrar las ventanas que el Catolicismo le abría: por eso que ella mira a través de las claraboyas, sean éstas cuales fueren.”
HENRY DE PÈNE
“Nuestro excelente amigo, el Sr. Henry de Pène, ha de permitirnos una observación. Ignoramos cuándo el Sr. Jobert ha hecho ese inmortal descubrimiento y cuál ha sido el día en que lo ha comunicado al Instituto. Lo que sabemos es que esta original explicación ya había sido dada por otros. En 1854, el Dr. Rayer, un célebre cirujano que por ese entonces no dio pruebas de gran perspicacia, presentó al Instituto a un alemán cuya habilidad –según él– también era la clave de todos los knockings y rappingsde los dos mundos. Se trataba, como hoy, de la dislocación de uno de los tendones musculares de la pierna, llamado peroneo largo. Su demostración fue hecha en el acto, y la Academia expresó su reconocimiento por ese interesante informe. Algunos días después, un profesor agregado de la Facultad de Medicina registró el hecho en el Constitutionnel (Constitucional), y tuvo el coraje de añadir que "por fin los científicos se pronunciaron al respecto, y el misterio fue finalmente esclarecido". Esto no impidió que el misterio persistiese y aumentase, a pesar de la Ciencia que, al negarse a hacer experiencias, se contentaba con atacarlo por medio de explicaciones ridículas y burlescas, como las que acabamos de citar. Por respeto al Sr. Jobert (de Lamballe), nos complacemos en pensar que le han atribuido una experiencia que de ninguna manera le pertenece. Algún periódico, en busca de novedades, habrá encontrado en algún rincón olvidado de sus archivos ese antiguo informe del Sr. Rayer, y lo habrá resucitado, publicándolo con su patrocinio, a fin de variar un poco. Mutato nomine, de te fabula narratur. Es lamentable, indudablemente; pero aún es mejor de que si ese periódico hubiese dicho la verdad.”
A. ESCANDE
Intervención de la Ciencia en el Espiritismo
La oposición de las corporaciones científicas es uno de los argumentos que sin cesar invocan los adversarios del Espiritismo. ¿Por qué ellas no investigan el fenómeno de las mesas giratorias? Si hubiesen visto allí algo de serio –dicen– no se pondrían en guardia contra hechos tan extraordinarios, y mucho menos los tratarían con desdén, mientras que las mismas están todas contra vosotros. ¿No son los científicos la luz de las naciones, y su deber no es el de esparcirla? ¿Por qué creéis que ellos la ocultaron, cuando se les presentaba una ocasión tan bella para revelar al mundo una fuerza nueva? –Para comenzar digamos que es un grave error decir que todos los científicos están contra nosotros, ya que el Espiritismo se propaga precisamente en la clase esclarecida. ¿Sólo hay científicos en la Ciencia oficial y en las corporaciones constituidas? Porque el Espiritismo todavía no disfrute del derecho de ciudadanía en el terreno de la Ciencia oficial, ¿esto prejuzga la cuestión? Es conocida la circunspección de la Ciencia oficial con relación a las ideas nuevas. Si la Ciencia nunca se hubiese equivocado, su opinión podría pesar en la balanza; infelizmente la experiencia prueba lo contrario. ¿Ella no ha rechazado como quimeras a una multitud de descubrimientos que, más tarde, han ilustrado la memoria de sus autores? ¿Por ello debe decirse que los científicos sean ignorantes? ¿Esto justifica los epítetos triviales que ciertas personas de mal gusto se complacen en darles? Seguramente que no. No hay nadie de buen sentido que no haga justicia a sus conocimientos, aunque reconociendo que no son infalibles, y por eso su juicio no puede ser tomado en última instancia. Su error es resolver ciertas cuestiones un poco a la ligera, confiando demasiado en sus luces, antes que el tiempo haya dicho su última palabra, exponiéndose así a recibir los desmentidos de la experiencia.
Cada uno puede juzgar solamente lo que es de su competencia. Si queréis construir una casa, ¿llamaríais a un músico? Si estáis enfermo, ¿os haríais tratar por un arquitecto? Si tenéis un proceso, ¿consultaríais a un bailarín? En fin, si se tratase de una cuestión de teología, ¿la haríais resolver por un químico o por un astrónomo? No, cada cual en su oficio. Las Ciencias vulgares reposan en las propiedades de la materia, que se puede manipular a voluntad; los fenómenos que ella produce tienen como agentes a las fuerzas materiales. Los del Espiritismo tienen como agentes a inteligencias que tienen su independencia, su libre albedrío, y de modo alguno se someterían a nuestros caprichos; de esta manera, ellos escapan a nuestros procedimientos anatómicos o de laboratorio, así como a nuestros cálculos, y por lo tanto no son de la incumbencia de la Ciencia propiamente dicha. La Ciencia se equivocó, pues, cuando quiso experimentar a los Espíritus como si lo hiciera con una pila voltaica; partió de una idea fija, preconcebida, a la cual se aferra y quiere forzosamente vincularla a la idea nueva; la Ciencia fracasó, y debía ser así, porque actuó a partir de una analogía que no existe; después, sin ir más lejos, concluyó por la negativa: juicio temerario que el tiempo se encarga todos los días de reformar, como ha reformado a tantos otros; y aquellos que lo pronunciaron han de avergonzarse por haber tachado de falso muy ligeramente el poder infinito del Creador. Por lo tanto, las corporaciones científicas no deben ni deberán jamás pronunciarse sobre la cuestión; ésta no es de su incumbencia, así como también no es de su competencia decretar si Dios existe; es, pues, un error considerarlas un juez. Pero, entonces, ¿quién será el juez? ¿Se arrogan los espíritas el derecho de imponer sus ideas? No, el gran juez, el juez soberano, es la opinión pública; cuando esta opinión se haya formado por el consentimiento de las masas y de los hombres esclarecidos, los científicos oficiales la aceptarán como individuos y experimentarán la fuerza de las cosas. Dejad pasar una generación y con ella los prejuicios de su obstinado amor propio, y veréis que sucederá con el Espiritismo lo mismo que con tantas otras verdades que han sido combatidas y que ahora sería ridículo poner en duda. Hoy, los creyentes son tratados como locos; mañana será el turno de aquellos que no creen, exactamente como antaño eran considerados locos los que creían que la Tierra giraba, hecho que no le impidió girar.
Pero no todos los científicos han juzgado de la misma forma; algunos han hecho el siguiente razonamiento:
No hay efecto sin causa, y los efectos más comunes pueden ponernos en camino de mayores problemas. Si Newton no se hubiese dado cuenta de las consecuencias de la caída de la manzana; si Galvani hubiese repelido a su empleada, tratándola de loca y de visionaria, cuando ella le habló de las ranas que danzaban en el plato, quizás aún no hubiésemos descubierto la admirable ley de la gravitación y las fecundas propiedades de la pila. El fenómeno que ha sido designado con el nombre burlesco de danza de las mesas, no es más ridículo que el de la danza de las ranas, y que tal vez encierre también algunos de esos secretos de la Naturaleza que han de revolucionar la Humanidad, cuando se tenga la clave de los mismos. Además de esto, ellos han dicho: Ya que tantas personas se ocupan de esos hechos y puesto que hombres serios han realizado dichos estudios, es porque algo debe existir; una ilusión, una locura –si se quiere–, no puede tener ese carácter de generalidad; podrá seducir a un círculo, a una camarilla, pero no dará la vuelta al mundo.
He aquí, principalmente, lo que nos decía un ilustre doctor en Medicina, incrédulo hasta hace poco tiempo atrás, y hoy un fervoroso adepto:
«Dicen que los seres invisibles se comunican; ¿y por qué no? Antes de que fuese inventado el microscopio, ¿sospechábamos de la existencia de esos millones de animálculos que causan tanta devastación en nuestra salud? ¿Dónde está la imposibilidad material de la existencia, en el espacio, de seres que escapan a nuestros sentidos? ¿Tendríamos por ventura la ridícula pretensión de saberlo todo y de decir que Dios no puede enseñarnos nada más? Si esos seres invisibles que nos rodean son inteligentes, ¿por qué no se comunicarían con nosotros? Si están en relación con los hombres, deben desempeñar un papel en el destino y en los acontecimientos. ¿Quién sabe si no serán una de las potencias de la Naturaleza, una de esas fuerzas ocultas que no sospechamos? ¡Qué nuevo horizonte abriría esto a nuestro pensamiento! ¡Qué vasto campo de observación! El descubrimiento del mundo invisible sería otra cosa completamente diferente que el de lo infinitamente pequeño; sería más que un descubrimiento: sería toda una revolución en las ideas. ¡Qué luz puede surgir de ahí! ¡Cuántas cosas misteriosas serían explicadas! Los que así creen son llevados al ridículo; ¿pero qué prueba esto? ¿No sucedió lo mismo con todos los grandes descubrimientos? ¿Cristóbal Colón no ha sido repelido, colmado de disgustos y tratado como un insensato? Esas ideas –dicen– son tan extrañas, que la razón las rechaza; hace sólo medio siglo se le habrían reído en la cara al que hubiera dicho que en algunos minutos era posible corresponderse de un extremo al otro del mundo; que en algunas horas se podría cruzar Francia; que con el vapor de un poco de agua en ebullición, un buque navegaría contra el viento; que del agua serían sacados los medios de iluminar y de calentar. Si un hombre hubiese propuesto un medio de iluminar toda París en un minuto, con el único recurso de una sustancia invisible, lo habrían mandado al manicomio. ¿Es entonces más prodigioso que el espacio esté poblado por seres pensantes que, después de haber vivido en la Tierra, dejaron su envoltura material? ¿No encontramos en este hecho la explicación de una multitud de creencias que remontan a la más alta Antigüedad? ¿No es la confirmación de la existencia del alma y de su individualidad después de la muerte? ¿No es la prueba de la propia base de la religión? Esta religión sólo vagamente nos dice qué sucede con las almas; el Espiritismo lo define. ¿Qué pueden decir a esto los materialistas y los ateos? Semejantes cosas merecen realmente ser profundizadas.»
He aquí las reflexiones de un científico, pero de un científico sin pretensiones; son también las de una multitud de hombres esclarecidos. Ellos han reflexionado, estudiado seriamente y sin prejuicios; han tenido la modestia de no decir: No comprendo, por lo tanto eso no existe. Su convicción se ha formado a través de la observación y del recogimiento. Si esas ideas hubiesen sido quimeras, ¿sería posible que tantas personas de élite las hubieran adoptado? ¿Sería posible que durante tanto tiempo fueran víctimas de una ilusión? Por lo tanto no hay ninguna imposibilidad material en la existencia de seres para nosotros invisibles, que pueblan el espacio, y sólo esta consideración ya debería hacernos obrar con un poco más de circunspección. Hasta hace poco tiempo atrás, ¿quién hubiera pensado que una gota de agua límpida pudiese contener miles de seres vivos, de una pequeñez que confunde nuestra imaginación? Ahora bien, era más difícil a la razón concebir así a seres tan sutiles –provistos de todos nuestros órganos y funcionando como nosotros–, que admitir a los que llamamos Espíritus.
Los adversarios preguntan por qué los Espíritus, que deberían tener tanto empeño en hacer prosélitos, no se prestan mejor al trabajo de convencer a ciertas personas, cuya opinión sería de una gran influencia. Agregan que se les objeta su falta de fe; a esto, ellos responden con razón que no pueden tener fe por anticipado.
Es un error creer que la fe sea necesaria: pero la buena fe es otra cosa. Hay escépticos que niegan hasta la evidencia, y que ni milagros podrían convencerlos. Inclusive están los que se pondrían muy irritados por ser forzados a creer, porque su amor propio habría de sufrir al reconocer que estaban equivocados. ¿Qué responder a esas personas que por todas partes solamente ven ilusión y charlatanismo? Nada; es preciso dejarlas tranquilas para que digan –mientras lo quieran– que no han visto nada y que hasta incluso nada se ha podido hacerles ver. Al lado de esos escépticos endurecidos, los hay aquellos que quieren ver a su manera; los que, habiéndose hecho una opinión, a ésta quieren someter todo, por no comprender que existan fenómenos que no obedezcan a su voluntad. Ellos no saben o no quieren saber en aceptar las condiciones necesarias. Si los Espíritus no se empeñan en convencer por medio de prodigios, es que al parecer tienen poco interés –por el momento– en convencer a ciertas personas, cuya importancia no atribuyen como ellas lo hacen con sí mismas; es preciso concordar que esto es poco halagador, pero nosotros no comandamos su opinión; los Espíritus tienen una manera de juzgar las cosas que no siempre es la nuestra; ellos ven, piensan y obran según otros elementos; mientras que nuestra visión es circunscripta por la materia, y limitada por el estrecho círculo en medio del cual nos encontramos, ellos abarcan el conjunto; el tiempo que nos parece tan largo es para ellos un instante, y la distancia no es más que un paso; ciertos detalles que nos parecen de una extrema importancia, a sus ojos no pasan de niñerías, mientras que juzgan importantes ciertas cosas cuyo alcance nosotros no percibimos. Para comprenderlos es preciso elevarse por el pensamiento, encima de nuestro horizonte material y moral, a fin de alcanzar su punto de vista; no son ellos que tienen que descender hasta nosotros, y sí nosotros que debemos ascender hasta ellos, lo que conseguiremos con estudio y observación. Los Espíritus aprecian los observadores asiduos y concientes, para los cuales multiplican las fuentes de luz; lo que los aleja, no es la duda de la ignorancia, sino la fatuidad de esos supuestos observadores que no observan nada y que pretenden ponerlos en aprietos y manejarlos como títeres. Es principalmente el sentimiento que traen de hostilidad y de querer denigrar, sentimiento que está en su pensamiento, cuando no en sus palabras, a pesar de sus protestas en contrario. Para éstos nada hacen los Espíritus, y muy poco se inquietan con lo que puedan decir o pensar, porque su turno llegará. Es por eso que hemos dicho que no es la fe que es necesaria, sino la buena fe; ahora bien, preguntamos si nuestros eruditos adversarios estarán siempre en esas condiciones. Quieren tener los fenómenos a sus órdenes, y los Espíritus no obedecen órdenes: es preciso esperar por su buena voluntad. No es suficiente decir: mostradme tal hecho y he de creer; es necesario tener la voluntad de la perseverancia, dejar que los hechos se produzcan espontáneamente sin pretender forzarlos o dirigirlos; aquello que deseáis será precisamente lo que no obtendréis, pero se presentarán otros, y lo que deseáis vendrá quizás en el momento en que menos lo esperáis. A los ojos del observador atento y asiduo surge una multitud de fenómenos que se corroboran unos a los otros; pero el que cree que basta girar una manivela para hacer funcionar la máquina, se equivoca por completo. ¿Qué hace el naturalista que quiere estudiar los hábitos de un animal? ¿Le ordena que haga tal o cual cosa, a fin de tener todo el tiempo para observarlo a gusto y de acuerdo con su conveniencia? No; porque sabe muy bien que no será obedecido; él espía las manifestaciones espontáneas de su instinto; las espera y las observa al paso. El simple buen sentido nos muestra que con más fuerte razón debe suceder así con los Espíritus, que son inteligencias mucho más independientes que la de los animales.
Cada uno puede juzgar solamente lo que es de su competencia. Si queréis construir una casa, ¿llamaríais a un músico? Si estáis enfermo, ¿os haríais tratar por un arquitecto? Si tenéis un proceso, ¿consultaríais a un bailarín? En fin, si se tratase de una cuestión de teología, ¿la haríais resolver por un químico o por un astrónomo? No, cada cual en su oficio. Las Ciencias vulgares reposan en las propiedades de la materia, que se puede manipular a voluntad; los fenómenos que ella produce tienen como agentes a las fuerzas materiales. Los del Espiritismo tienen como agentes a inteligencias que tienen su independencia, su libre albedrío, y de modo alguno se someterían a nuestros caprichos; de esta manera, ellos escapan a nuestros procedimientos anatómicos o de laboratorio, así como a nuestros cálculos, y por lo tanto no son de la incumbencia de la Ciencia propiamente dicha. La Ciencia se equivocó, pues, cuando quiso experimentar a los Espíritus como si lo hiciera con una pila voltaica; partió de una idea fija, preconcebida, a la cual se aferra y quiere forzosamente vincularla a la idea nueva; la Ciencia fracasó, y debía ser así, porque actuó a partir de una analogía que no existe; después, sin ir más lejos, concluyó por la negativa: juicio temerario que el tiempo se encarga todos los días de reformar, como ha reformado a tantos otros; y aquellos que lo pronunciaron han de avergonzarse por haber tachado de falso muy ligeramente el poder infinito del Creador. Por lo tanto, las corporaciones científicas no deben ni deberán jamás pronunciarse sobre la cuestión; ésta no es de su incumbencia, así como también no es de su competencia decretar si Dios existe; es, pues, un error considerarlas un juez. Pero, entonces, ¿quién será el juez? ¿Se arrogan los espíritas el derecho de imponer sus ideas? No, el gran juez, el juez soberano, es la opinión pública; cuando esta opinión se haya formado por el consentimiento de las masas y de los hombres esclarecidos, los científicos oficiales la aceptarán como individuos y experimentarán la fuerza de las cosas. Dejad pasar una generación y con ella los prejuicios de su obstinado amor propio, y veréis que sucederá con el Espiritismo lo mismo que con tantas otras verdades que han sido combatidas y que ahora sería ridículo poner en duda. Hoy, los creyentes son tratados como locos; mañana será el turno de aquellos que no creen, exactamente como antaño eran considerados locos los que creían que la Tierra giraba, hecho que no le impidió girar.
Pero no todos los científicos han juzgado de la misma forma; algunos han hecho el siguiente razonamiento:
No hay efecto sin causa, y los efectos más comunes pueden ponernos en camino de mayores problemas. Si Newton no se hubiese dado cuenta de las consecuencias de la caída de la manzana; si Galvani hubiese repelido a su empleada, tratándola de loca y de visionaria, cuando ella le habló de las ranas que danzaban en el plato, quizás aún no hubiésemos descubierto la admirable ley de la gravitación y las fecundas propiedades de la pila. El fenómeno que ha sido designado con el nombre burlesco de danza de las mesas, no es más ridículo que el de la danza de las ranas, y que tal vez encierre también algunos de esos secretos de la Naturaleza que han de revolucionar la Humanidad, cuando se tenga la clave de los mismos. Además de esto, ellos han dicho: Ya que tantas personas se ocupan de esos hechos y puesto que hombres serios han realizado dichos estudios, es porque algo debe existir; una ilusión, una locura –si se quiere–, no puede tener ese carácter de generalidad; podrá seducir a un círculo, a una camarilla, pero no dará la vuelta al mundo.
He aquí, principalmente, lo que nos decía un ilustre doctor en Medicina, incrédulo hasta hace poco tiempo atrás, y hoy un fervoroso adepto:
«Dicen que los seres invisibles se comunican; ¿y por qué no? Antes de que fuese inventado el microscopio, ¿sospechábamos de la existencia de esos millones de animálculos que causan tanta devastación en nuestra salud? ¿Dónde está la imposibilidad material de la existencia, en el espacio, de seres que escapan a nuestros sentidos? ¿Tendríamos por ventura la ridícula pretensión de saberlo todo y de decir que Dios no puede enseñarnos nada más? Si esos seres invisibles que nos rodean son inteligentes, ¿por qué no se comunicarían con nosotros? Si están en relación con los hombres, deben desempeñar un papel en el destino y en los acontecimientos. ¿Quién sabe si no serán una de las potencias de la Naturaleza, una de esas fuerzas ocultas que no sospechamos? ¡Qué nuevo horizonte abriría esto a nuestro pensamiento! ¡Qué vasto campo de observación! El descubrimiento del mundo invisible sería otra cosa completamente diferente que el de lo infinitamente pequeño; sería más que un descubrimiento: sería toda una revolución en las ideas. ¡Qué luz puede surgir de ahí! ¡Cuántas cosas misteriosas serían explicadas! Los que así creen son llevados al ridículo; ¿pero qué prueba esto? ¿No sucedió lo mismo con todos los grandes descubrimientos? ¿Cristóbal Colón no ha sido repelido, colmado de disgustos y tratado como un insensato? Esas ideas –dicen– son tan extrañas, que la razón las rechaza; hace sólo medio siglo se le habrían reído en la cara al que hubiera dicho que en algunos minutos era posible corresponderse de un extremo al otro del mundo; que en algunas horas se podría cruzar Francia; que con el vapor de un poco de agua en ebullición, un buque navegaría contra el viento; que del agua serían sacados los medios de iluminar y de calentar. Si un hombre hubiese propuesto un medio de iluminar toda París en un minuto, con el único recurso de una sustancia invisible, lo habrían mandado al manicomio. ¿Es entonces más prodigioso que el espacio esté poblado por seres pensantes que, después de haber vivido en la Tierra, dejaron su envoltura material? ¿No encontramos en este hecho la explicación de una multitud de creencias que remontan a la más alta Antigüedad? ¿No es la confirmación de la existencia del alma y de su individualidad después de la muerte? ¿No es la prueba de la propia base de la religión? Esta religión sólo vagamente nos dice qué sucede con las almas; el Espiritismo lo define. ¿Qué pueden decir a esto los materialistas y los ateos? Semejantes cosas merecen realmente ser profundizadas.»
He aquí las reflexiones de un científico, pero de un científico sin pretensiones; son también las de una multitud de hombres esclarecidos. Ellos han reflexionado, estudiado seriamente y sin prejuicios; han tenido la modestia de no decir: No comprendo, por lo tanto eso no existe. Su convicción se ha formado a través de la observación y del recogimiento. Si esas ideas hubiesen sido quimeras, ¿sería posible que tantas personas de élite las hubieran adoptado? ¿Sería posible que durante tanto tiempo fueran víctimas de una ilusión? Por lo tanto no hay ninguna imposibilidad material en la existencia de seres para nosotros invisibles, que pueblan el espacio, y sólo esta consideración ya debería hacernos obrar con un poco más de circunspección. Hasta hace poco tiempo atrás, ¿quién hubiera pensado que una gota de agua límpida pudiese contener miles de seres vivos, de una pequeñez que confunde nuestra imaginación? Ahora bien, era más difícil a la razón concebir así a seres tan sutiles –provistos de todos nuestros órganos y funcionando como nosotros–, que admitir a los que llamamos Espíritus.
Los adversarios preguntan por qué los Espíritus, que deberían tener tanto empeño en hacer prosélitos, no se prestan mejor al trabajo de convencer a ciertas personas, cuya opinión sería de una gran influencia. Agregan que se les objeta su falta de fe; a esto, ellos responden con razón que no pueden tener fe por anticipado.
Es un error creer que la fe sea necesaria: pero la buena fe es otra cosa. Hay escépticos que niegan hasta la evidencia, y que ni milagros podrían convencerlos. Inclusive están los que se pondrían muy irritados por ser forzados a creer, porque su amor propio habría de sufrir al reconocer que estaban equivocados. ¿Qué responder a esas personas que por todas partes solamente ven ilusión y charlatanismo? Nada; es preciso dejarlas tranquilas para que digan –mientras lo quieran– que no han visto nada y que hasta incluso nada se ha podido hacerles ver. Al lado de esos escépticos endurecidos, los hay aquellos que quieren ver a su manera; los que, habiéndose hecho una opinión, a ésta quieren someter todo, por no comprender que existan fenómenos que no obedezcan a su voluntad. Ellos no saben o no quieren saber en aceptar las condiciones necesarias. Si los Espíritus no se empeñan en convencer por medio de prodigios, es que al parecer tienen poco interés –por el momento– en convencer a ciertas personas, cuya importancia no atribuyen como ellas lo hacen con sí mismas; es preciso concordar que esto es poco halagador, pero nosotros no comandamos su opinión; los Espíritus tienen una manera de juzgar las cosas que no siempre es la nuestra; ellos ven, piensan y obran según otros elementos; mientras que nuestra visión es circunscripta por la materia, y limitada por el estrecho círculo en medio del cual nos encontramos, ellos abarcan el conjunto; el tiempo que nos parece tan largo es para ellos un instante, y la distancia no es más que un paso; ciertos detalles que nos parecen de una extrema importancia, a sus ojos no pasan de niñerías, mientras que juzgan importantes ciertas cosas cuyo alcance nosotros no percibimos. Para comprenderlos es preciso elevarse por el pensamiento, encima de nuestro horizonte material y moral, a fin de alcanzar su punto de vista; no son ellos que tienen que descender hasta nosotros, y sí nosotros que debemos ascender hasta ellos, lo que conseguiremos con estudio y observación. Los Espíritus aprecian los observadores asiduos y concientes, para los cuales multiplican las fuentes de luz; lo que los aleja, no es la duda de la ignorancia, sino la fatuidad de esos supuestos observadores que no observan nada y que pretenden ponerlos en aprietos y manejarlos como títeres. Es principalmente el sentimiento que traen de hostilidad y de querer denigrar, sentimiento que está en su pensamiento, cuando no en sus palabras, a pesar de sus protestas en contrario. Para éstos nada hacen los Espíritus, y muy poco se inquietan con lo que puedan decir o pensar, porque su turno llegará. Es por eso que hemos dicho que no es la fe que es necesaria, sino la buena fe; ahora bien, preguntamos si nuestros eruditos adversarios estarán siempre en esas condiciones. Quieren tener los fenómenos a sus órdenes, y los Espíritus no obedecen órdenes: es preciso esperar por su buena voluntad. No es suficiente decir: mostradme tal hecho y he de creer; es necesario tener la voluntad de la perseverancia, dejar que los hechos se produzcan espontáneamente sin pretender forzarlos o dirigirlos; aquello que deseáis será precisamente lo que no obtendréis, pero se presentarán otros, y lo que deseáis vendrá quizás en el momento en que menos lo esperáis. A los ojos del observador atento y asiduo surge una multitud de fenómenos que se corroboran unos a los otros; pero el que cree que basta girar una manivela para hacer funcionar la máquina, se equivoca por completo. ¿Qué hace el naturalista que quiere estudiar los hábitos de un animal? ¿Le ordena que haga tal o cual cosa, a fin de tener todo el tiempo para observarlo a gusto y de acuerdo con su conveniencia? No; porque sabe muy bien que no será obedecido; él espía las manifestaciones espontáneas de su instinto; las espera y las observa al paso. El simple buen sentido nos muestra que con más fuerte razón debe suceder así con los Espíritus, que son inteligencias mucho más independientes que la de los animales.
Conversaciones familiares del Más Allá
HumboldtFallecido el 6 de mayo de 1859; evocado en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas en los días 13 y 20 del mismo mes.(A san Luis). ¿Podemos llamar al Espíritu Alexander von Humboldt que acaba de desencarnar? –Resp. Como queráis, amigos.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí; ¡cómo esto es asombroso!
2. ¿Por qué esto os asombra? –Resp. Estoy lejos de lo que fui, hace apenas algunos días.
3. Si nosotros pudiésemos veros, ¿cómo es que os veríamos? –Resp. Como hombre.
4. ¿Nuestro llamado os contraría? –Resp. No, no.
5. ¿Tuvisteis conciencia de vuestro nuevo estado poco después de vuestra muerte? –Resp. Yo la esperaba hacía mucho tiempo.
Nota – Entre los hombres que, como el Sr. Humboldt, fallecen de muerte natural y por la extinción gradual de las fuerzas vitales, el Espíritu se reconoce con mucha mayor rapidez que en aquellos en que la vida se ha interrumpido bruscamente por accidente o muerte violenta, puesto que ya existe un comienzo de desprendimiento antes de la cesación de la vida orgánica. En el Sr. Humboldt la superioridad del Espíritu y la elevación de sus pensamientos han facilitado ese desprendimiento, siempre más lento y más penoso en aquellos cuya vida es totalmente material.
6. ¿Extrañáis la vida terrestre? –Resp. No, de ningún modo; me siento feliz; no estoy más en la prisión; mi Espíritu es libre... ¡Cuánta alegría! ¡Y qué dulce momento que me ha traído esta nueva gracia de Dios!
7. ¿Qué pensáis de la estatua que en vuestro homenaje será erigida en Francia, aunque seáis extranjero? –Resp. Mis agradecimientos personales por el honor que me hacen; lo que sobre todo estimo en eso, es el sentimiento de unión que este hecho revela: el deseo de ver extinguir todos los odios.
8. ¿Han cambiado vuestras creencias? –Resp. Sí, mucho; pero todavía no reví todo; esperad aún para hablarme más profundamente.
Nota – Esta respuesta y la palabra reví son características del estado en que se encuentra; a pesar del rápido desprendimiento de su Espíritu, hay todavía alguna confusión en sus ideas; al haber dejado el cuerpo hace apenas ocho días, aún no tuvo tiempo para comparar sus ideas terrestres con las que puede tener ahora.
9. ¿Estáis satisfecho con el empleo que hicisteis de vuestra existencia terrestre? –Resp. Sí; prácticamente he cumplido el objetivo que me había propuesto. He servido a la Humanidad: por eso es que soy feliz hoy.
10. ¿Cuándo os habéis propuesto ese objetivo? –Resp. Al venir a la Tierra.
Nota – Puesto que se había propuesto un objetivo al venir a la Tierra, es porque entonces había realizado un progreso anterior y su alma no había nacido al mismo tiempo que su cuerpo. Esta respuesta espontánea no puede haber sido provocada por la naturaleza de la pregunta o por el pensamiento del interrogador.
11. ¿Habíais elegido esta existencia terrestre? –Resp. Había numerosos candidatos para esta obra; he pedido al Ser por excelencia que me la concediera, y lo he conseguido.
12. ¿Recordáis la existencia que ha precedido a la que acabáis de dejar? –Resp. Sí; la misma ha tenido lugar lejos de la Tierra y en un mundo bien diferente del vuestro.
13. Ese mundo, ¿es igual, inferior o superior a la Tierra? –Resp. Superior; perdonadme.
14. Sabemos que nuestro mundo está lejos de la perfección, y por consecuencia no nos sentimos humillados porque hayan otros más adelantados que el nuestro; pero entonces, ¿cómo habéis venido a un mundo inferior al que habitabais? –Resp. No se da a los ricos. Yo he querido dar: por eso he descendido a la cabaña del pobre.
15. ¿Podéis darnos una descripción de los seres animados del mundo en que habitáis? –Resp. Tenía ese deseo al hablaros hace poco, pero comprendí a tiempo que yo tendría dificultad en explicaros perfectamente esto. Allí los seres son buenos, muy buenos; ya conocéis este punto, que es la base de todo el resto del sistema moral en esos mundos; nada allí obstaculiza el desarrollo de los buenos pensamientos; nada recuerda a los malos; todo es felicidad, porque cada uno es feliz en sí mismo y con todos los que lo rodean. Con relación a la materia y a los sentidos, toda descripción es inútil. ¡Qué simplificación en el mecanismo de una sociedad! Hoy, que me encuentro en condiciones de comparar los dos, me admiro con la distancia. No penséis que os digo esto para desanimaros; no, al contrario. Es necesario que vuestro Espíritu esté bien convencido de la existencia de esos mundos; entonces tendréis un ardiente deseo de alcanzarlos, y vuestro trabajo os abrirá el camino.
16. ¿Ese mundo hace parte de nuestro sistema planetario? –Resp. Sí, está muy cerca de vosotros. Sin embargo, no se puede verlo porque no es un foco luminoso, y no recibe ni refleja la luz de los soles que lo rodean.
17. Acabáis de decir que vuestra precedente existencia tuvo lugar lejos de nosotros, y ahora decís que ese mundo está muy cerca; ¿cómo conciliar estas dos cosas? –Resp. Está lejos de vosotros si consultáis vuestras distancias, vuestras medidas terrestres; pero está próximo si tomáis el compás de Dios, y si intentáis abarcar de un vistazo toda la Creación.
Nota – Es evidente que puede ser considerado como lejos si tomamos como término de comparación las dimensiones de nuestro globo; pero está cerca con relación a los mundos que se encuentran a distancias incalculables.
18. ¿Podríais especificar la región del Cielo donde el mismo se encuentra? –Resp. Es inútil: los astrónomos nunca la conocerán.
19. ¿La densidad de ese mundo es la misma que la de nuestro globo? –Resp. La proporción es de mil para diez.
20. ¿Sería ese mundo de la naturaleza de los cometas? –Resp. No, de modo alguno.
21. Si no es un foco de luz y si no recibe ni refleja la luz solar, ¿entonces reina allí una perpetua oscuridad? –Resp. Los seres que viven allá no tienen ninguna necesidad de luz: la oscuridad no existe para ellos; no la comprenden. Es como si el ciego pensase que nadie puede tener el sentido de la visión.
22. Según la opinión de ciertos Espíritus, el planeta Júpiter es muy superior a la Tierra; ¿esto es exacto? –Resp. Sí; todo lo que se os ha dicho al respecto es verdad.
23. ¿Habéis vuelto a ver a Arago desde que regresasteis al mundo de los Espíritus? –Resp. Ha sido él quien me ha tendido la mano cuando dejé vuestro mundo.
24. ¿Conocíais el Espiritismo cuando estabais encarnado? –Resp. El Espiritismo, no; el magnetismo, sí.
25. ¿Cuál es vuestra opinión sobre el futuro del Espiritismo entre las corporaciones científicas? –Resp. Un gran futuro; pero su camino será penoso.
26. ¿Pensáis que un día será aceptado por las corporaciones científicas? –Resp. Ciertamente; ¿pero creéis pues que esto sea indispensable? Ocupaos antes de poner los primeros preceptos en el corazón de los infelices que repletan vuestro mundo: es el bálsamo que calma las desesperaciones y que da esperanza.
Nota – François Arago, al haber sido llamado en la sesión del 27 de mayo, y por intermedio de otro médium, respondió así a preguntas análogas:
Cuando estabais encarnado, ¿cuál era vuestra opinión sobre el Espiritismo? –Resp. Lo conocía muy poco y, por consecuencia, le daba poca importancia; he cambiado de opinión y esto os da que pensar.
¿Pensáis que un día Él será aceptado y reconocido por las corporaciones científicas? Me refiero a la Ciencia oficial, porque ya hay muchos científicos que individualmente lo aceptan. –Resp. No solamente lo pienso, sino que tengo la certeza de eso; Él tendrá el destino de todos los descubrimientos útiles para la Humanidad: ridiculizado al principio por los científicos orgullosos y por los tontos ignorantes, terminará siendo reconocido por todos.
27. ¿Cuál es vuestra opinión acerca del Sol que nos ilumina? –Resp. Aquí todavía no he aprendido nada sobre Ciencia; entretanto, siempre he considerado al Sol como un vasto centro eléctrico.
28. ¿Esta opinión es el reflejo de la que teníais como hombre o es la vuestra como Espíritu? –Resp. Es la opinión que tenía cuando encarnado, corroborada por lo que sé ahora.
29. Puesto que venís de un mundo superior a la Tierra, ¿cómo se explica que no tuvisteis conocimientos precisos sobre esas cosas antes de vuestra última existencia, y de los cuales hoy os recordaríais? –Resp. Ciertamente los tenía, pero lo que preguntáis no tiene relación alguna con todo lo que pude aprender en existencias precedentes, tan diferentes de la que he dejado; por ejemplo, la Astronomía ha sido para mí una Ciencia totalmente nueva.
30. Muchos Espíritus nos han dicho que habitaban o que habían habitado otros planetas, pero ninguno nos ha dicho que habitaba el Sol; ¿por qué esto? –Resp. Porque el Sol es un centro eléctrico y no un mundo; es un instrumento y no una morada. –Preg. ¿Entonces no tiene habitantes? –Resp. Habitantes fijos, no; visitantes, sí.
31. ¿Creéis que dentro de algún tiempo, cuando hayáis podido hacer nuevas observaciones, podríais informarnos más sobre la naturaleza del Sol? –Resp. Sí, tal vez; será un placer; sin embargo, no esperéis mucho de mí: no estaré errante por mucho tiempo.
32. ¿Dónde pensáis ir cuando no estéis más errante? –Resp. Dios me permite reposar por algunos momentos; voy a disfrutar esta libertad para encontrarme con amigos muy queridos que esperan por mí. Después, no sé todavía.
33. Pedimos vuestro permiso para dirigiros aún algunas preguntas, que vuestros conocimientos de Historia Natural sin duda permiten que respondáis.
La sensitiva y la dionea tienen movimientos que denotan una gran sensibilidad, y en ciertos casos una especie de voluntad, como por ejemplo la última, cuyas hojas aprisionan a los insectos que se posan en las mismas para libar el zumo, y a los cuales la dionea parece tender una trampa para después matarlos. Preguntamos: ¿estas plantas están dotadas de la facultad de pensar? ¿Poseen voluntad? ¿Forman una clase intermediaria entre el reino vegetal y el reino animal? En una palabra, ¿son una transición entre dichos reinos? –Resp. Todo es transición en la Naturaleza, por el hecho de que nada es semejante y, sin embargo, todo se encadena. Las plantas no piensan y, por consiguiente, no poseen voluntad. La ostra que se abre, así como todos los zoófitos, no tienen pensamiento: solamente poseen un instinto natural.
34. Las plantas, ¿experimentan sensaciones dolorosas cuando se las mutila? –Resp. No.
Nota – Un miembro de la Sociedad expresa la opinión de que los movimientos de las plantas sensitivas son análogos a los que se producen en las funciones digestivas y circulatorias del organismo animal, y que suceden sin la participación de la voluntad. En efecto, ¿no vemos que el píloro se contrae al contacto de ciertos cuerpos para impedirles el paso? Lo mismo debe ocurrir con la sensitiva y con la dionea, cuyos movimientos no implican de modo alguno la necesidad de una percepción y menos todavía de una voluntad.
35. ¿Hay hombres fósiles? –Resp. El tiempo los ha desgastado.
36. ¿Admitís que hayan existido hombres en la Tierra antes del diluvio geológico? –Resp. Sería bueno que te expliques más claramente sobre este punto, antes de hacer la pregunta. El hombre estaba en la Tierra mucho antes de los diluvios.
37. ¿Adán no fue, entonces, el primer hombre? –Resp. Adán es un mito; ¿dónde ubicas a Adán?
38. Mito o no, hablo de la época que la Historia le asigna. –Resp. Es poco calculable para vosotros; incluso es imposible evaluar el número de años en que los primeros hombres permanecieron en estado salvaje y bestial, que no cesó sino mucho tiempo después de su primera aparición en el globo.
39. ¿La Geología hará conque un día se encuentren los rastros materiales de la existencia del hombre en la Tierra antes del período adámico? –Resp. La Geología, no; el buen sentido, sí.
40. El progreso del reino orgánico en la Tierra está marcado por la aparición sucesiva de los acotiledóneos, de los monocotiledóneos y de los dicotiledóneos; ¿existía el hombre antes de los dicotiledóneos? –Resp. No, su fase siguió a aquélla.
41. Os agradecemos por haber consentido atender a nuestro llamado, y por las enseñanzas que nos habéis dado. –Resp. Ha sido un placer. Adiós; hasta la vista.
Nota – Esta comunicación se distingue por un carácter general de bondad, de benevolencia y de una gran modestia, señal indiscutible de la superioridad del Espíritu; en efecto, no hay trazos de jactancia, de fanfarronería, de deseo de dominar o de imponerse, que se observa entre los que pertenecen a la clase de los pseudosabios, Espíritus que siempre están más o menos imbuidos de sistemas y de prejuicios que buscan hacer prevalecer; en el Espíritu Humboldt, todo –inclusive los más bellos pensamientos– respira simplicidad y denota ausencia de pretensión.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí; ¡cómo esto es asombroso!
2. ¿Por qué esto os asombra? –Resp. Estoy lejos de lo que fui, hace apenas algunos días.
3. Si nosotros pudiésemos veros, ¿cómo es que os veríamos? –Resp. Como hombre.
4. ¿Nuestro llamado os contraría? –Resp. No, no.
5. ¿Tuvisteis conciencia de vuestro nuevo estado poco después de vuestra muerte? –Resp. Yo la esperaba hacía mucho tiempo.
Nota – Entre los hombres que, como el Sr. Humboldt, fallecen de muerte natural y por la extinción gradual de las fuerzas vitales, el Espíritu se reconoce con mucha mayor rapidez que en aquellos en que la vida se ha interrumpido bruscamente por accidente o muerte violenta, puesto que ya existe un comienzo de desprendimiento antes de la cesación de la vida orgánica. En el Sr. Humboldt la superioridad del Espíritu y la elevación de sus pensamientos han facilitado ese desprendimiento, siempre más lento y más penoso en aquellos cuya vida es totalmente material.
6. ¿Extrañáis la vida terrestre? –Resp. No, de ningún modo; me siento feliz; no estoy más en la prisión; mi Espíritu es libre... ¡Cuánta alegría! ¡Y qué dulce momento que me ha traído esta nueva gracia de Dios!
7. ¿Qué pensáis de la estatua que en vuestro homenaje será erigida en Francia, aunque seáis extranjero? –Resp. Mis agradecimientos personales por el honor que me hacen; lo que sobre todo estimo en eso, es el sentimiento de unión que este hecho revela: el deseo de ver extinguir todos los odios.
8. ¿Han cambiado vuestras creencias? –Resp. Sí, mucho; pero todavía no reví todo; esperad aún para hablarme más profundamente.
Nota – Esta respuesta y la palabra reví son características del estado en que se encuentra; a pesar del rápido desprendimiento de su Espíritu, hay todavía alguna confusión en sus ideas; al haber dejado el cuerpo hace apenas ocho días, aún no tuvo tiempo para comparar sus ideas terrestres con las que puede tener ahora.
9. ¿Estáis satisfecho con el empleo que hicisteis de vuestra existencia terrestre? –Resp. Sí; prácticamente he cumplido el objetivo que me había propuesto. He servido a la Humanidad: por eso es que soy feliz hoy.
10. ¿Cuándo os habéis propuesto ese objetivo? –Resp. Al venir a la Tierra.
Nota – Puesto que se había propuesto un objetivo al venir a la Tierra, es porque entonces había realizado un progreso anterior y su alma no había nacido al mismo tiempo que su cuerpo. Esta respuesta espontánea no puede haber sido provocada por la naturaleza de la pregunta o por el pensamiento del interrogador.
11. ¿Habíais elegido esta existencia terrestre? –Resp. Había numerosos candidatos para esta obra; he pedido al Ser por excelencia que me la concediera, y lo he conseguido.
12. ¿Recordáis la existencia que ha precedido a la que acabáis de dejar? –Resp. Sí; la misma ha tenido lugar lejos de la Tierra y en un mundo bien diferente del vuestro.
13. Ese mundo, ¿es igual, inferior o superior a la Tierra? –Resp. Superior; perdonadme.
14. Sabemos que nuestro mundo está lejos de la perfección, y por consecuencia no nos sentimos humillados porque hayan otros más adelantados que el nuestro; pero entonces, ¿cómo habéis venido a un mundo inferior al que habitabais? –Resp. No se da a los ricos. Yo he querido dar: por eso he descendido a la cabaña del pobre.
15. ¿Podéis darnos una descripción de los seres animados del mundo en que habitáis? –Resp. Tenía ese deseo al hablaros hace poco, pero comprendí a tiempo que yo tendría dificultad en explicaros perfectamente esto. Allí los seres son buenos, muy buenos; ya conocéis este punto, que es la base de todo el resto del sistema moral en esos mundos; nada allí obstaculiza el desarrollo de los buenos pensamientos; nada recuerda a los malos; todo es felicidad, porque cada uno es feliz en sí mismo y con todos los que lo rodean. Con relación a la materia y a los sentidos, toda descripción es inútil. ¡Qué simplificación en el mecanismo de una sociedad! Hoy, que me encuentro en condiciones de comparar los dos, me admiro con la distancia. No penséis que os digo esto para desanimaros; no, al contrario. Es necesario que vuestro Espíritu esté bien convencido de la existencia de esos mundos; entonces tendréis un ardiente deseo de alcanzarlos, y vuestro trabajo os abrirá el camino.
16. ¿Ese mundo hace parte de nuestro sistema planetario? –Resp. Sí, está muy cerca de vosotros. Sin embargo, no se puede verlo porque no es un foco luminoso, y no recibe ni refleja la luz de los soles que lo rodean.
17. Acabáis de decir que vuestra precedente existencia tuvo lugar lejos de nosotros, y ahora decís que ese mundo está muy cerca; ¿cómo conciliar estas dos cosas? –Resp. Está lejos de vosotros si consultáis vuestras distancias, vuestras medidas terrestres; pero está próximo si tomáis el compás de Dios, y si intentáis abarcar de un vistazo toda la Creación.
Nota – Es evidente que puede ser considerado como lejos si tomamos como término de comparación las dimensiones de nuestro globo; pero está cerca con relación a los mundos que se encuentran a distancias incalculables.
18. ¿Podríais especificar la región del Cielo donde el mismo se encuentra? –Resp. Es inútil: los astrónomos nunca la conocerán.
19. ¿La densidad de ese mundo es la misma que la de nuestro globo? –Resp. La proporción es de mil para diez.
20. ¿Sería ese mundo de la naturaleza de los cometas? –Resp. No, de modo alguno.
21. Si no es un foco de luz y si no recibe ni refleja la luz solar, ¿entonces reina allí una perpetua oscuridad? –Resp. Los seres que viven allá no tienen ninguna necesidad de luz: la oscuridad no existe para ellos; no la comprenden. Es como si el ciego pensase que nadie puede tener el sentido de la visión.
22. Según la opinión de ciertos Espíritus, el planeta Júpiter es muy superior a la Tierra; ¿esto es exacto? –Resp. Sí; todo lo que se os ha dicho al respecto es verdad.
23. ¿Habéis vuelto a ver a Arago desde que regresasteis al mundo de los Espíritus? –Resp. Ha sido él quien me ha tendido la mano cuando dejé vuestro mundo.
24. ¿Conocíais el Espiritismo cuando estabais encarnado? –Resp. El Espiritismo, no; el magnetismo, sí.
25. ¿Cuál es vuestra opinión sobre el futuro del Espiritismo entre las corporaciones científicas? –Resp. Un gran futuro; pero su camino será penoso.
26. ¿Pensáis que un día será aceptado por las corporaciones científicas? –Resp. Ciertamente; ¿pero creéis pues que esto sea indispensable? Ocupaos antes de poner los primeros preceptos en el corazón de los infelices que repletan vuestro mundo: es el bálsamo que calma las desesperaciones y que da esperanza.
Nota – François Arago, al haber sido llamado en la sesión del 27 de mayo, y por intermedio de otro médium, respondió así a preguntas análogas:
Cuando estabais encarnado, ¿cuál era vuestra opinión sobre el Espiritismo? –Resp. Lo conocía muy poco y, por consecuencia, le daba poca importancia; he cambiado de opinión y esto os da que pensar.
¿Pensáis que un día Él será aceptado y reconocido por las corporaciones científicas? Me refiero a la Ciencia oficial, porque ya hay muchos científicos que individualmente lo aceptan. –Resp. No solamente lo pienso, sino que tengo la certeza de eso; Él tendrá el destino de todos los descubrimientos útiles para la Humanidad: ridiculizado al principio por los científicos orgullosos y por los tontos ignorantes, terminará siendo reconocido por todos.
27. ¿Cuál es vuestra opinión acerca del Sol que nos ilumina? –Resp. Aquí todavía no he aprendido nada sobre Ciencia; entretanto, siempre he considerado al Sol como un vasto centro eléctrico.
28. ¿Esta opinión es el reflejo de la que teníais como hombre o es la vuestra como Espíritu? –Resp. Es la opinión que tenía cuando encarnado, corroborada por lo que sé ahora.
29. Puesto que venís de un mundo superior a la Tierra, ¿cómo se explica que no tuvisteis conocimientos precisos sobre esas cosas antes de vuestra última existencia, y de los cuales hoy os recordaríais? –Resp. Ciertamente los tenía, pero lo que preguntáis no tiene relación alguna con todo lo que pude aprender en existencias precedentes, tan diferentes de la que he dejado; por ejemplo, la Astronomía ha sido para mí una Ciencia totalmente nueva.
30. Muchos Espíritus nos han dicho que habitaban o que habían habitado otros planetas, pero ninguno nos ha dicho que habitaba el Sol; ¿por qué esto? –Resp. Porque el Sol es un centro eléctrico y no un mundo; es un instrumento y no una morada. –Preg. ¿Entonces no tiene habitantes? –Resp. Habitantes fijos, no; visitantes, sí.
31. ¿Creéis que dentro de algún tiempo, cuando hayáis podido hacer nuevas observaciones, podríais informarnos más sobre la naturaleza del Sol? –Resp. Sí, tal vez; será un placer; sin embargo, no esperéis mucho de mí: no estaré errante por mucho tiempo.
32. ¿Dónde pensáis ir cuando no estéis más errante? –Resp. Dios me permite reposar por algunos momentos; voy a disfrutar esta libertad para encontrarme con amigos muy queridos que esperan por mí. Después, no sé todavía.
33. Pedimos vuestro permiso para dirigiros aún algunas preguntas, que vuestros conocimientos de Historia Natural sin duda permiten que respondáis.
La sensitiva y la dionea tienen movimientos que denotan una gran sensibilidad, y en ciertos casos una especie de voluntad, como por ejemplo la última, cuyas hojas aprisionan a los insectos que se posan en las mismas para libar el zumo, y a los cuales la dionea parece tender una trampa para después matarlos. Preguntamos: ¿estas plantas están dotadas de la facultad de pensar? ¿Poseen voluntad? ¿Forman una clase intermediaria entre el reino vegetal y el reino animal? En una palabra, ¿son una transición entre dichos reinos? –Resp. Todo es transición en la Naturaleza, por el hecho de que nada es semejante y, sin embargo, todo se encadena. Las plantas no piensan y, por consiguiente, no poseen voluntad. La ostra que se abre, así como todos los zoófitos, no tienen pensamiento: solamente poseen un instinto natural.
34. Las plantas, ¿experimentan sensaciones dolorosas cuando se las mutila? –Resp. No.
Nota – Un miembro de la Sociedad expresa la opinión de que los movimientos de las plantas sensitivas son análogos a los que se producen en las funciones digestivas y circulatorias del organismo animal, y que suceden sin la participación de la voluntad. En efecto, ¿no vemos que el píloro se contrae al contacto de ciertos cuerpos para impedirles el paso? Lo mismo debe ocurrir con la sensitiva y con la dionea, cuyos movimientos no implican de modo alguno la necesidad de una percepción y menos todavía de una voluntad.
35. ¿Hay hombres fósiles? –Resp. El tiempo los ha desgastado.
36. ¿Admitís que hayan existido hombres en la Tierra antes del diluvio geológico? –Resp. Sería bueno que te expliques más claramente sobre este punto, antes de hacer la pregunta. El hombre estaba en la Tierra mucho antes de los diluvios.
37. ¿Adán no fue, entonces, el primer hombre? –Resp. Adán es un mito; ¿dónde ubicas a Adán?
38. Mito o no, hablo de la época que la Historia le asigna. –Resp. Es poco calculable para vosotros; incluso es imposible evaluar el número de años en que los primeros hombres permanecieron en estado salvaje y bestial, que no cesó sino mucho tiempo después de su primera aparición en el globo.
39. ¿La Geología hará conque un día se encuentren los rastros materiales de la existencia del hombre en la Tierra antes del período adámico? –Resp. La Geología, no; el buen sentido, sí.
40. El progreso del reino orgánico en la Tierra está marcado por la aparición sucesiva de los acotiledóneos, de los monocotiledóneos y de los dicotiledóneos; ¿existía el hombre antes de los dicotiledóneos? –Resp. No, su fase siguió a aquélla.
41. Os agradecemos por haber consentido atender a nuestro llamado, y por las enseñanzas que nos habéis dado. –Resp. Ha sido un placer. Adiós; hasta la vista.
Nota – Esta comunicación se distingue por un carácter general de bondad, de benevolencia y de una gran modestia, señal indiscutible de la superioridad del Espíritu; en efecto, no hay trazos de jactancia, de fanfarronería, de deseo de dominar o de imponerse, que se observa entre los que pertenecen a la clase de los pseudosabios, Espíritus que siempre están más o menos imbuidos de sistemas y de prejuicios que buscan hacer prevalecer; en el Espíritu Humboldt, todo –inclusive los más bellos pensamientos– respira simplicidad y denota ausencia de pretensión.
Goethe
Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas; 25 de marzo de 1859.1. Evocación. –Resp. Estoy con vosotros.
2. ¿En qué situación estáis como Espíritu: errante o reencarnado? –Resp. Errante.
3. ¿Sois más feliz que cuando estabais encarnado? –Resp. Sí, porque estoy liberado de mi cuerpo grosero, y veo lo que antes no podía ver.
4. Me parece que cuando encarnado no teníais una situación infeliz; ¿en qué consiste la superioridad de vuestra actual situación? –Resp. Acabo de decirlo; vosotros, adeptos del Espiritismo, debéis comprender esa situación.
5. ¿Cuál es vuestra opinión actual sobre Fausto? –Resp. Es una obra que tenía como objetivo mostrar la vanidad y el vacío de la Ciencia humana y, por otro lado, exaltar el sentimiento del amor, en aquello que había de bello y puro, castigándolo en lo que tenía de desenfrenado y de malo.
6. ¿Ha sido por una cierta intuición del Espiritismo que habéis descrito la influencia de los Espíritus malos sobre el hombre? ¿Cómo habéis sido llevado a hacer esta descripción? –Resp. Yo tenía el recuerdo casi exacto de un mundo donde veía ejercer la influencia de los Espíritus sobre los seres materiales.
7. ¿Teníais entonces el recuerdo una existencia precedente? –Resp. Sí, ciertamente.
8. ¿Podríais decirnos si esta existencia tuvo lugar en la Tierra? –Resp. No, porque aquí no se ven a los Espíritus en acción; ha sido realmente en otro mundo.
9. Pero entonces, ya que en ese mundo podíais ver a los Espíritus en acción, debía ser un mundo superior a la Tierra. ¿Cómo es que habéis venido de un mundo superior a un mundo inferior? ¿Habéis decaído? Tened a bien explicarnos esto. –Resp. Era un mundo superior hasta un cierto punto, pero no como lo entendéis. Todos los mundos no tienen la misma organización, sin que por esto sean de una gran superioridad. Además, sabéis bien que yo cumplía entre vosotros una misión que no podéis disimular, ya que aún representáis mis obras; no hubo decaimiento, puesto que he servido y aún sirvo para vuestra moralización. Yo aplicaba lo que podía tener de superior en aquel mundo precedente para castigar las pasiones de mis héroes.
10. Sí, vuestras obras aún son representadas. Inclusive, vuestro drama Fausto acaba de ser adaptado para ópera. ¿Habéis asistido a esta presentación? –Resp. Sí.
11. ¿Podéis darnos vuestra opinión sobre la manera por la cual el Sr. Gounod ha interpretado vuestro pensamiento a través de la música? –Resp. Gounod me ha evocado sin saberlo. Me ha comprendido muy bien; yo no lo habría hecho mejor como músico alemán; tal vez él piense como músico francés.
12. ¿Qué pensáis de Werther? –Resp. Hoy repruebo su desenlace.
13. ¿Esta obra no hizo mucho mal al exaltar las pasiones? –Resp. Hizo mucho mal y causó desgracias.
14. La misma ha causado muchos suicidios; ¿sois responsable por esto? –Resp. Es por eso que aún sufro, puesto que hubo una influencia infeliz esparcida por mí, de lo que me arrepiento.
15. Me parece que cuando encarnado teníais una gran antipatía por los franceses; ¿sucede lo mismo actualmente? –Resp. Soy muy patriota.
16. ¿Estáis aún vinculado a un país más que a otro? –Resp. Amo a Alemania por sus pensamientos y por sus costumbres casi patriarcales.
17. ¿Quisierais darnos vuestra opinión sobre Schiller? –Resp. Somos hermanos por el Espíritu y por las misiones. Schiller tenía una noble y gran alma: sus obras son el reflejo de la misma; él ha hecho menos mal que yo. Es bien superior a mí, porque era más simple y más verdadero.
18. ¿Podríais darnos vuestra opinión sobre los poetas franceses en general, comparados con los poetas alemanes? De ninguna manera se trata de un vano sentimiento de curiosidad, sino que es para nuestra instrucción. Confiamos que vuestros elevados sentimientos nos eximirán de la necesidad de pediros que lo hagáis sin parcialidad, dejando a un lado todo prejuicio nacional. –Resp. Sois muy curiosos, pero voy a satisfaceros:
Los franceses modernos hacen frecuentemente bellos poemas, pero usan más palabras bonitas que buenos pensamientos; ellos deberían vincularse más al corazón que a la mente. Hablo en general, pero hago ciertas excepciones a favor de algunos: un gran poeta pobre, entre otros.
19. Un nombre circula en voz baja en la asamblea; ¿es a él a quien os referís? –Resp. Pobre, o que parece.
20. Estaríamos contentos en obtener de vos una disertación sobre un tema de vuestra elección, para nuestra instrucción. ¿Tendríais la bondad de dictarnos algo? –Resp. Lo haré más tarde y a través de otros médiums; evocadme en otra ocasión.
2. ¿En qué situación estáis como Espíritu: errante o reencarnado? –Resp. Errante.
3. ¿Sois más feliz que cuando estabais encarnado? –Resp. Sí, porque estoy liberado de mi cuerpo grosero, y veo lo que antes no podía ver.
4. Me parece que cuando encarnado no teníais una situación infeliz; ¿en qué consiste la superioridad de vuestra actual situación? –Resp. Acabo de decirlo; vosotros, adeptos del Espiritismo, debéis comprender esa situación.
5. ¿Cuál es vuestra opinión actual sobre Fausto? –Resp. Es una obra que tenía como objetivo mostrar la vanidad y el vacío de la Ciencia humana y, por otro lado, exaltar el sentimiento del amor, en aquello que había de bello y puro, castigándolo en lo que tenía de desenfrenado y de malo.
6. ¿Ha sido por una cierta intuición del Espiritismo que habéis descrito la influencia de los Espíritus malos sobre el hombre? ¿Cómo habéis sido llevado a hacer esta descripción? –Resp. Yo tenía el recuerdo casi exacto de un mundo donde veía ejercer la influencia de los Espíritus sobre los seres materiales.
7. ¿Teníais entonces el recuerdo una existencia precedente? –Resp. Sí, ciertamente.
8. ¿Podríais decirnos si esta existencia tuvo lugar en la Tierra? –Resp. No, porque aquí no se ven a los Espíritus en acción; ha sido realmente en otro mundo.
9. Pero entonces, ya que en ese mundo podíais ver a los Espíritus en acción, debía ser un mundo superior a la Tierra. ¿Cómo es que habéis venido de un mundo superior a un mundo inferior? ¿Habéis decaído? Tened a bien explicarnos esto. –Resp. Era un mundo superior hasta un cierto punto, pero no como lo entendéis. Todos los mundos no tienen la misma organización, sin que por esto sean de una gran superioridad. Además, sabéis bien que yo cumplía entre vosotros una misión que no podéis disimular, ya que aún representáis mis obras; no hubo decaimiento, puesto que he servido y aún sirvo para vuestra moralización. Yo aplicaba lo que podía tener de superior en aquel mundo precedente para castigar las pasiones de mis héroes.
10. Sí, vuestras obras aún son representadas. Inclusive, vuestro drama Fausto acaba de ser adaptado para ópera. ¿Habéis asistido a esta presentación? –Resp. Sí.
11. ¿Podéis darnos vuestra opinión sobre la manera por la cual el Sr. Gounod ha interpretado vuestro pensamiento a través de la música? –Resp. Gounod me ha evocado sin saberlo. Me ha comprendido muy bien; yo no lo habría hecho mejor como músico alemán; tal vez él piense como músico francés.
12. ¿Qué pensáis de Werther? –Resp. Hoy repruebo su desenlace.
13. ¿Esta obra no hizo mucho mal al exaltar las pasiones? –Resp. Hizo mucho mal y causó desgracias.
14. La misma ha causado muchos suicidios; ¿sois responsable por esto? –Resp. Es por eso que aún sufro, puesto que hubo una influencia infeliz esparcida por mí, de lo que me arrepiento.
15. Me parece que cuando encarnado teníais una gran antipatía por los franceses; ¿sucede lo mismo actualmente? –Resp. Soy muy patriota.
16. ¿Estáis aún vinculado a un país más que a otro? –Resp. Amo a Alemania por sus pensamientos y por sus costumbres casi patriarcales.
17. ¿Quisierais darnos vuestra opinión sobre Schiller? –Resp. Somos hermanos por el Espíritu y por las misiones. Schiller tenía una noble y gran alma: sus obras son el reflejo de la misma; él ha hecho menos mal que yo. Es bien superior a mí, porque era más simple y más verdadero.
18. ¿Podríais darnos vuestra opinión sobre los poetas franceses en general, comparados con los poetas alemanes? De ninguna manera se trata de un vano sentimiento de curiosidad, sino que es para nuestra instrucción. Confiamos que vuestros elevados sentimientos nos eximirán de la necesidad de pediros que lo hagáis sin parcialidad, dejando a un lado todo prejuicio nacional. –Resp. Sois muy curiosos, pero voy a satisfaceros:
Los franceses modernos hacen frecuentemente bellos poemas, pero usan más palabras bonitas que buenos pensamientos; ellos deberían vincularse más al corazón que a la mente. Hablo en general, pero hago ciertas excepciones a favor de algunos: un gran poeta pobre, entre otros.
19. Un nombre circula en voz baja en la asamblea; ¿es a él a quien os referís? –Resp. Pobre, o que parece.
20. Estaríamos contentos en obtener de vos una disertación sobre un tema de vuestra elección, para nuestra instrucción. ¿Tendríais la bondad de dictarnos algo? –Resp. Lo haré más tarde y a través de otros médiums; evocadme en otra ocasión.
El negro Papá César
Papá César, hombre libre de color, fallecido el 8 de febrero de 1859 a la edad de 138 años, cerca de Covington, en los Estados Unidos. Había nacido en África y fue llevado a Luisiana con alrededor de 15 años de edad. Los restos mortales de este patriarca de la raza negra han sido acompañados al cementerio por un cierto número de habitantes de Covington y por una multitud de personas de color.Sociedad, 25 de marzo de 1859.
1. (A san Luis). ¿Tendríais la bondad de decirnos si podemos llamar al negro Papá César, al cual nos acabamos de referir? –Resp. Sí; yo lo ayudaré a responderos.
Observación – Este comienzo hace presentir el estado del Espíritu que deseamos interrogar.
2. Evocación. –Resp. ¿Qué queréis de mí, y qué hace un pobre Espíritu como yo en una reunión como la vuestra?
3. ¿Sois más feliz ahora que cuando estabais encarnado? –Resp. Sí, porque mi situación no era buena en la Tierra.
4. Sin embargo erais libre; ¿en qué sois más feliz ahora? –Resp. Porque mi espíritu no es más negro.
Observación – Esta respuesta es más sensata de lo que parece a primera vista. Es evidente que el Espíritu no es negro; él quiere decir que, como Espíritu, no sufre más las humillaciones a las cuales está expuesta la raza negra.
5. Habéis vivido mucho tiempo; ¿esto os ha sido provechoso para vuestro adelanto? –Resp. Yo estaba disgustado en la Tierra, y a una cierta edad no sufrí lo bastante como para tener la felicidad de avanzar.
6. ¿En qué empleáis vuestro tiempo ahora? –Resp. Busco esclarecerme y saber en qué cuerpo podré hacerlo.
7. ¿Qué pensabais de los blancos cuando encarnado? –Resp. Ellos son buenos, pero orgullosos y vanos de una blancura de la que no han sido responsables.
8. ¿Consideráis la blancura como una superioridad? –Resp. Sí, ya que he sido despreciado como negro.
9. (A san Luis). ¿Es la raza negra realmente una raza inferior? –Resp. La raza negra desaparecerá de la Tierra. Ha sido hecha para una latitud diferente de la vuestra.
10. (A Papá César). Habéis dicho que buscáis un cuerpo a través del cual podáis avanzar; ¿elegiríais un cuerpo blanco o negro? –Resp. Un cuerpo blanco, porque el desprecio me haría mal.
11. ¿Habéis realmente vivido la edad que se os atribuye: 138 años? –Resp. No he contado bien, por la razón que ya he dicho.
Observación – Acabamos de observar que los negros no tenían registro de nacimiento porque no eran reconocidos como civiles, siendo que su edad era calculada de manera aproximada, sobre todo cuando nacían en África.
12. (A san Luis). ¿Algunas veces los blancos reencarnan en cuerpos negros? –Resp. Sí, cuando por ejemplo un amo maltrató a un esclavo, aquél puede pedir, como expiación, vivir en un cuerpo de negro para sufrir a su turno lo que hizo padecer a los otros, y a través de este medio avanzar y perdonarse ante Dios.
1. (A san Luis). ¿Tendríais la bondad de decirnos si podemos llamar al negro Papá César, al cual nos acabamos de referir? –Resp. Sí; yo lo ayudaré a responderos.
Observación – Este comienzo hace presentir el estado del Espíritu que deseamos interrogar.
2. Evocación. –Resp. ¿Qué queréis de mí, y qué hace un pobre Espíritu como yo en una reunión como la vuestra?
3. ¿Sois más feliz ahora que cuando estabais encarnado? –Resp. Sí, porque mi situación no era buena en la Tierra.
4. Sin embargo erais libre; ¿en qué sois más feliz ahora? –Resp. Porque mi espíritu no es más negro.
Observación – Esta respuesta es más sensata de lo que parece a primera vista. Es evidente que el Espíritu no es negro; él quiere decir que, como Espíritu, no sufre más las humillaciones a las cuales está expuesta la raza negra.
5. Habéis vivido mucho tiempo; ¿esto os ha sido provechoso para vuestro adelanto? –Resp. Yo estaba disgustado en la Tierra, y a una cierta edad no sufrí lo bastante como para tener la felicidad de avanzar.
6. ¿En qué empleáis vuestro tiempo ahora? –Resp. Busco esclarecerme y saber en qué cuerpo podré hacerlo.
7. ¿Qué pensabais de los blancos cuando encarnado? –Resp. Ellos son buenos, pero orgullosos y vanos de una blancura de la que no han sido responsables.
8. ¿Consideráis la blancura como una superioridad? –Resp. Sí, ya que he sido despreciado como negro.
9. (A san Luis). ¿Es la raza negra realmente una raza inferior? –Resp. La raza negra desaparecerá de la Tierra. Ha sido hecha para una latitud diferente de la vuestra.
10. (A Papá César). Habéis dicho que buscáis un cuerpo a través del cual podáis avanzar; ¿elegiríais un cuerpo blanco o negro? –Resp. Un cuerpo blanco, porque el desprecio me haría mal.
11. ¿Habéis realmente vivido la edad que se os atribuye: 138 años? –Resp. No he contado bien, por la razón que ya he dicho.
Observación – Acabamos de observar que los negros no tenían registro de nacimiento porque no eran reconocidos como civiles, siendo que su edad era calculada de manera aproximada, sobre todo cuando nacían en África.
12. (A san Luis). ¿Algunas veces los blancos reencarnan en cuerpos negros? –Resp. Sí, cuando por ejemplo un amo maltrató a un esclavo, aquél puede pedir, como expiación, vivir en un cuerpo de negro para sufrir a su turno lo que hizo padecer a los otros, y a través de este medio avanzar y perdonarse ante Dios.
Variedades
La princesa de Rebinina(Extraído del Courrier de París, del ... de mayo de 1859.)
¿Sabéis que todos los sonámbulos, todas las mesas giratorias, todas las aves magnetizadas, todos los lápices simpáticos y todos los que echan las cartas predicen desde hace mucho tiempo la guerra?... En este sentido se han hecho profecías a una multitud de personajes importantes que, fingiendo tratar con mucha ligereza esas supuestas revelaciones del mundo sobrenatural, no dejaron de quedarse bastante preocupados. Por nuestra parte, sin decidir la cuestión en un sentido o en otro, y considerando además que, en aquello en que el propio François Arago dudaba, por lo menos es permitido no pronunciarnos, nos limitaremos a relatar sin comentarios algunos hechos de los cuales hemos sido testigo.
Hace ocho días nos invitaron a una reunión espírita en la casa del barón de G... A la hora indicada, todos los invitados –que eran solamente doce– se encontraban alrededor de la mesa... milagrosa, realmente una simple mesa de caoba, sobre la cual, para comenzar, fue servido el té y los sándwiches de costumbre. Debemos apresurarnos en decir que, de esos doce invitados, ninguno podría razonablemente exponerse a la acusación de charlatanismo. El dueño de la casa, que entre sus parientes próximos cuenta con algunos ministros, pertenece a una gran familia extranjera.
En cuanto a los fieles, estaban compuestos por dos distinguidos oficiales ingleses, por un alférez de navío francés, por un príncipe ruso muy conocido, por un médico renombrado, por un millonario, por el secretario de una embajada y por dos o tres personas importantes del faubourg Saint-Germain. Nosotros éramos el único profano entre esos hombres ilustres del Espiritismo; pero en nuestra condición de cronista parisiense, y de escéptico por deber, no permitía que fuésemos acusado de una credulidad... exagerada. Por consiguiente, la reunión en cuestión no podía ser sospechosa de representar una comedia; ¡y qué comedia! ¿Una comedia inútil y ridícula, en la cual cada uno habría voluntariamente aceptado el
papel de mistificador y de mistificado al mismo tiempo? Esto es inadmisible. Y además, ¿con qué objetivo? ¿Con qué interés? ¿No sería el caso de preguntar: A quién se engaña aquí?
No, allí no había mala fe ni locura... Si lo prefieren, digamos que hubo azar... Es todo lo que nuestra conciencia permite que concedamos. Ahora bien, he aquí lo que ha sucedido:
Después de haber interrogado al Espíritu sobre miles de cosas, se le preguntó si tenían fundamento las esperanzas de paz, que por entonces parecían muy grandes.
–No, respondió muy claramente en dos ocasiones diferentes.
–¿Entonces tendremos guerra?
–¡Ciertamente!...
–¿Cuándo?
–En ocho días.
–Sin embargo, el Congreso sólo se reunirá el próximo mes... Esto aleja bastante la eventualidad de un comienzo de hostilidades.
–¡No habrá Congreso!
–¿Por qué?
–Austria se rehusará.
–¿Y cuál es la causa que ha de triunfar?
–La de la justicia y la del derecho... la de Francia.
–¿Y cómo será la guerra?
–Corta y gloriosa.
Esto nos trae a la memoria otro hecho del mismo género que también sucedió ante nuestros ojos hace pocos años atrás.
Todos se recuerdan que, cuando tuvo lugar la guerra de Crimea, el emperador Nicolás llamó a Rusia a todos los súbditos que vivían en Francia, bajo pena de confiscar sus bienes si no obedeciesen a esta orden.
En aquel entonces estábamos en Leipzig, Sajonia, donde había un vivo interés –como en todas partes– en la campaña que acababa de comenzar. Un día recibimos el siguiente aviso:
“Estoy aquí por sólo algunas horas; ¡venid a verme en el Hotel Polonia, Nº 13! Firmado: Princesa de Rebinina”.
Ya conocíamos mucho aquí a la princesa Sofía de Rebinina, una mujer encantadora y distinguida, cuya historia era toda una novela (que algún día escribiremos), y que tuvo la consideración de llamarnos su amigo. Nos quedamos tan agradablemente sorprendido y encantado por su paso por Leipzig, que nos apresuramos en atender a su amable invitación.
Era un domingo, día 13, y el tiempo estaba naturalmente gris y triste, como siempre ocurre en esta parte de Sajonia. Estábamos en la casa de la princesa, que se encontraba más graciosa y espirituosa que nunca, a pesar de estar pálida y un poco melancólica. Le hicimos incluso esta observación.
–En primer lugar –nos dijo ella– partí como una bomba. Tenía que ser así, porque estamos en guerra, y estoy un poco fatigada por causa del viaje. En segundo lugar, aunque ahora seamos enemigos, no os ocultaré que dejo París con pesar. Desde hace mucho tiempo me considero casi una francesa, y la orden del emperador me ha hecho romper con un viejo y dulce hábito.
–¿Por qué no permanecisteis tranquilamente en vuestra linda residencia de la calle Rumfort?
–Porque me habrían cortado los recursos.
–¡Pues bien! ¿Pero nosotros no somos vuestros buenos y numerosos amigos?
–Sí..., ya lo creo; pero a una mujer de mi edad no le gusta contraer deudas... ¡Los intereses que hay que pagar sobrepasan a menudo el valor del capital! ¡Ah! Si yo fuese anciana sería otra cosa... Pero entonces no me prestarían.
Después de decir esto la princesa cambió de tema.
¡Ah! –dice ella–, sabéis que soy de una naturaleza muy absorbente... Aquí no conozco a nadie... ¿Puedo contar con vos durante todo el día?
La respuesta que dimos es fácil de imaginar.
A la una de la tarde tocó en el patio la campanilla del hotel, y bajamos para almorzar en el salón. En ese momento, todos hablaban de la guerra... y de las mesas giratorias.
En lo que concierne a la guerra, la princesa estaba segura que la flota anglo-francesa sería destruida en el mar Negro, y ella misma la habría incendiado con mucha valentía si el emperador Nicolás le hubiese confiado esta misión delicada y peligrosa. En lo que atañe a las mesas giratorias, su fe era menos robusta, pero aún así ella nos propuso hacer algunas experiencias con otro amigo nuestro, que le habíamos presentado mientras tomábamos el postre. Subimos entonces a su cuarto; el café nos fue servido y, como llovía, pasamos toda la tarde interrogando a una mesita de velador, que teníamos ante nuestros ojos.
–Y a mí, preguntó de repente la princesa, ¿no tienes nada para decirme?
–No.
–¿Por qué?
La mesita efectuó trece golpes. Ahora bien, debemos recordar que era un día trece, y que el número del cuarto de la Sra. de Rebinina era también el trece.
–¿Esto quiere decir que el número trece es fatal para mí? –indagó la princesa, que era un poco supersticiosa con ese número.
–¡Sí! –golpeó la mesa.
–¡No importa!... Yo soy un Bayarddel sexo femenino y puedes hablar sin miedo, sea lo que tengas que anunciarme.
Interrogamos a la mesita de velador, que al comienzo persistió en su prudente reserva, pero a la cual finalmente conseguimos arrancarle las siguientes palabras:
–Enfermedad... ocho días... París... ¡Muerte violenta!
La princesa se encontraba muy bien; ella acababa de dejar París y no esperaba rever Francia por un largo tiempo... Por lo tanto, la profecía de la mesita era al menos absurda sobre los tres primeros puntos... En cuanto al último, es inútil agregar que ni quisimos detenernos en el mismo.
La princesa debía partir a las ocho horas de la noche en el tren de Dresde, a fin de llegar a Varsovia dos días después, por la mañana; pero ella perdió el tren.
–En verdad –nos dijo ella– voy a dejar aquí mi equipaje y tomaré el tren de las cuatro de la mañana.
–Entonces, ¿permaneceréis en el hotel?
–Sí, pero no me acostaré... Asistiré de lo alto del camarote de los extranjeros al baile de esta noche... ¿Queréis ser mi caballero de compañía?
El Hotel Polonia, cuyos vastos y magníficos salones albergan por lo menos a dos mil personas, daba casi todos los días un gran baile –ya sea en verano como en invierno–, organizado por alguna sociedad de la ciudad, reservando para los asistentes en lo alto una galería particular destinada a los viajeros que quisiesen disfrutar del espectáculo animado y de la excelente música.
Además, en Alemania, los extranjeros nunca son olvidados, y en todas partes tienen sus camarotes reservados, lo que explica por qué los alemanes que vienen a París por primera vez, siempre solicitan en los teatros y en los conciertos el camarote de los extranjeros.
El baile de aquel día era muy brillante, y la princesa, aunque mera espectadora, sentía un verdadero placer en participar del mismo. Inclusive se había olvidado de la mesita de velador y de su siniestra predicción, cuando uno de los mozos del hotel le trajo un telegrama que había acabado de llegar para ella. El despacho telegráfico decía lo siguiente:
«Sra. Rebinina, Hotel Polonia, Leipzig; presencia indispensable,
París; ¡graves intereses!» Llevaba la firma del apoderado de la princesa. Algunas horas más tarde ella retomaba el camino de Colonia, en vez de tomar el tren hacia Dresde. ¡Ocho días después supimos que ella había muerto!
¿Sabéis que todos los sonámbulos, todas las mesas giratorias, todas las aves magnetizadas, todos los lápices simpáticos y todos los que echan las cartas predicen desde hace mucho tiempo la guerra?... En este sentido se han hecho profecías a una multitud de personajes importantes que, fingiendo tratar con mucha ligereza esas supuestas revelaciones del mundo sobrenatural, no dejaron de quedarse bastante preocupados. Por nuestra parte, sin decidir la cuestión en un sentido o en otro, y considerando además que, en aquello en que el propio François Arago dudaba, por lo menos es permitido no pronunciarnos, nos limitaremos a relatar sin comentarios algunos hechos de los cuales hemos sido testigo.
Hace ocho días nos invitaron a una reunión espírita en la casa del barón de G... A la hora indicada, todos los invitados –que eran solamente doce– se encontraban alrededor de la mesa... milagrosa, realmente una simple mesa de caoba, sobre la cual, para comenzar, fue servido el té y los sándwiches de costumbre. Debemos apresurarnos en decir que, de esos doce invitados, ninguno podría razonablemente exponerse a la acusación de charlatanismo. El dueño de la casa, que entre sus parientes próximos cuenta con algunos ministros, pertenece a una gran familia extranjera.
En cuanto a los fieles, estaban compuestos por dos distinguidos oficiales ingleses, por un alférez de navío francés, por un príncipe ruso muy conocido, por un médico renombrado, por un millonario, por el secretario de una embajada y por dos o tres personas importantes del faubourg Saint-Germain. Nosotros éramos el único profano entre esos hombres ilustres del Espiritismo; pero en nuestra condición de cronista parisiense, y de escéptico por deber, no permitía que fuésemos acusado de una credulidad... exagerada. Por consiguiente, la reunión en cuestión no podía ser sospechosa de representar una comedia; ¡y qué comedia! ¿Una comedia inútil y ridícula, en la cual cada uno habría voluntariamente aceptado el
papel de mistificador y de mistificado al mismo tiempo? Esto es inadmisible. Y además, ¿con qué objetivo? ¿Con qué interés? ¿No sería el caso de preguntar: A quién se engaña aquí?
No, allí no había mala fe ni locura... Si lo prefieren, digamos que hubo azar... Es todo lo que nuestra conciencia permite que concedamos. Ahora bien, he aquí lo que ha sucedido:
Después de haber interrogado al Espíritu sobre miles de cosas, se le preguntó si tenían fundamento las esperanzas de paz, que por entonces parecían muy grandes.
–No, respondió muy claramente en dos ocasiones diferentes.
–¿Entonces tendremos guerra?
–¡Ciertamente!...
–¿Cuándo?
–En ocho días.
–Sin embargo, el Congreso sólo se reunirá el próximo mes... Esto aleja bastante la eventualidad de un comienzo de hostilidades.
–¡No habrá Congreso!
–¿Por qué?
–Austria se rehusará.
–¿Y cuál es la causa que ha de triunfar?
–La de la justicia y la del derecho... la de Francia.
–¿Y cómo será la guerra?
–Corta y gloriosa.
Esto nos trae a la memoria otro hecho del mismo género que también sucedió ante nuestros ojos hace pocos años atrás.
Todos se recuerdan que, cuando tuvo lugar la guerra de Crimea, el emperador Nicolás llamó a Rusia a todos los súbditos que vivían en Francia, bajo pena de confiscar sus bienes si no obedeciesen a esta orden.
En aquel entonces estábamos en Leipzig, Sajonia, donde había un vivo interés –como en todas partes– en la campaña que acababa de comenzar. Un día recibimos el siguiente aviso:
“Estoy aquí por sólo algunas horas; ¡venid a verme en el Hotel Polonia, Nº 13! Firmado: Princesa de Rebinina”.
Ya conocíamos mucho aquí a la princesa Sofía de Rebinina, una mujer encantadora y distinguida, cuya historia era toda una novela (que algún día escribiremos), y que tuvo la consideración de llamarnos su amigo. Nos quedamos tan agradablemente sorprendido y encantado por su paso por Leipzig, que nos apresuramos en atender a su amable invitación.
Era un domingo, día 13, y el tiempo estaba naturalmente gris y triste, como siempre ocurre en esta parte de Sajonia. Estábamos en la casa de la princesa, que se encontraba más graciosa y espirituosa que nunca, a pesar de estar pálida y un poco melancólica. Le hicimos incluso esta observación.
–En primer lugar –nos dijo ella– partí como una bomba. Tenía que ser así, porque estamos en guerra, y estoy un poco fatigada por causa del viaje. En segundo lugar, aunque ahora seamos enemigos, no os ocultaré que dejo París con pesar. Desde hace mucho tiempo me considero casi una francesa, y la orden del emperador me ha hecho romper con un viejo y dulce hábito.
–¿Por qué no permanecisteis tranquilamente en vuestra linda residencia de la calle Rumfort?
–Porque me habrían cortado los recursos.
–¡Pues bien! ¿Pero nosotros no somos vuestros buenos y numerosos amigos?
–Sí..., ya lo creo; pero a una mujer de mi edad no le gusta contraer deudas... ¡Los intereses que hay que pagar sobrepasan a menudo el valor del capital! ¡Ah! Si yo fuese anciana sería otra cosa... Pero entonces no me prestarían.
Después de decir esto la princesa cambió de tema.
¡Ah! –dice ella–, sabéis que soy de una naturaleza muy absorbente... Aquí no conozco a nadie... ¿Puedo contar con vos durante todo el día?
La respuesta que dimos es fácil de imaginar.
A la una de la tarde tocó en el patio la campanilla del hotel, y bajamos para almorzar en el salón. En ese momento, todos hablaban de la guerra... y de las mesas giratorias.
En lo que concierne a la guerra, la princesa estaba segura que la flota anglo-francesa sería destruida en el mar Negro, y ella misma la habría incendiado con mucha valentía si el emperador Nicolás le hubiese confiado esta misión delicada y peligrosa. En lo que atañe a las mesas giratorias, su fe era menos robusta, pero aún así ella nos propuso hacer algunas experiencias con otro amigo nuestro, que le habíamos presentado mientras tomábamos el postre. Subimos entonces a su cuarto; el café nos fue servido y, como llovía, pasamos toda la tarde interrogando a una mesita de velador, que teníamos ante nuestros ojos.
–Y a mí, preguntó de repente la princesa, ¿no tienes nada para decirme?
–No.
–¿Por qué?
La mesita efectuó trece golpes. Ahora bien, debemos recordar que era un día trece, y que el número del cuarto de la Sra. de Rebinina era también el trece.
–¿Esto quiere decir que el número trece es fatal para mí? –indagó la princesa, que era un poco supersticiosa con ese número.
–¡Sí! –golpeó la mesa.
–¡No importa!... Yo soy un Bayarddel sexo femenino y puedes hablar sin miedo, sea lo que tengas que anunciarme.
Interrogamos a la mesita de velador, que al comienzo persistió en su prudente reserva, pero a la cual finalmente conseguimos arrancarle las siguientes palabras:
–Enfermedad... ocho días... París... ¡Muerte violenta!
La princesa se encontraba muy bien; ella acababa de dejar París y no esperaba rever Francia por un largo tiempo... Por lo tanto, la profecía de la mesita era al menos absurda sobre los tres primeros puntos... En cuanto al último, es inútil agregar que ni quisimos detenernos en el mismo.
La princesa debía partir a las ocho horas de la noche en el tren de Dresde, a fin de llegar a Varsovia dos días después, por la mañana; pero ella perdió el tren.
–En verdad –nos dijo ella– voy a dejar aquí mi equipaje y tomaré el tren de las cuatro de la mañana.
–Entonces, ¿permaneceréis en el hotel?
–Sí, pero no me acostaré... Asistiré de lo alto del camarote de los extranjeros al baile de esta noche... ¿Queréis ser mi caballero de compañía?
El Hotel Polonia, cuyos vastos y magníficos salones albergan por lo menos a dos mil personas, daba casi todos los días un gran baile –ya sea en verano como en invierno–, organizado por alguna sociedad de la ciudad, reservando para los asistentes en lo alto una galería particular destinada a los viajeros que quisiesen disfrutar del espectáculo animado y de la excelente música.
Además, en Alemania, los extranjeros nunca son olvidados, y en todas partes tienen sus camarotes reservados, lo que explica por qué los alemanes que vienen a París por primera vez, siempre solicitan en los teatros y en los conciertos el camarote de los extranjeros.
El baile de aquel día era muy brillante, y la princesa, aunque mera espectadora, sentía un verdadero placer en participar del mismo. Inclusive se había olvidado de la mesita de velador y de su siniestra predicción, cuando uno de los mozos del hotel le trajo un telegrama que había acabado de llegar para ella. El despacho telegráfico decía lo siguiente:
«Sra. Rebinina, Hotel Polonia, Leipzig; presencia indispensable,
París; ¡graves intereses!» Llevaba la firma del apoderado de la princesa. Algunas horas más tarde ella retomaba el camino de Colonia, en vez de tomar el tren hacia Dresde. ¡Ocho días después supimos que ella había muerto!
PAULIN NIBOYET
El mayor Georges Sydenham
Encontramos el siguiente relato en una notable colección de historias auténticas de apariciones y de otros fenómenos espíritas, narración publicada en Londres en 1682, por el reverendo J. Granville y por el Dr. H. More. La misma es intitulada: Aparición del Espíritu del mayor Georges Sydenham al capitán V. Dyke, extraída de una carta del Sr. Jacques Douche, de Mongton, al Sr. J. Granville.
«... Poco tiempo después de la muerte del mayor Georges, el Dr. Th. Dyke, pariente próximo del capitán, fue llamado para tratar a un niño enfermo. El doctor y el capitán se acostaron en la misma cama. Después de haber dormido un poco, el capitán llamó al criado y le ordenó que encendiera dos velas, las mayores y más gruesas que encontrase. El doctor le preguntó el porqué de lo que estaba haciendo. “Conocéis –dice al capitán– mis discusiones con el mayor en lo referente a la existencia de Dios y a la inmortalidad del alma: nosotros no pudimos esclarecer estos dos puntos, aunque siempre lo hubiésemos deseado.
“Entonces nos pusimos de acuerdo que aquel de nosotros que muriese primero vendría a la tercera noche después de los funerales, entre la medianoche y una hora, al jardín de esta pequeña casa, y allí esclarecería al sobreviviente al respecto. Es exactamente hoy –agregó el capitán– que el mayor debe cumplir su promesa”. Por consiguiente, puso el reloj cerca de él y se levantó a las once y media, tomó una vela en cada mano, salió por la puerta trasera –guardando la llave– y se paseó así por el jardín durante dos horas y media. A su regreso declaró al doctor que no había visto ni escuchado nada fuera de lo común; pero agregó: –Sé que mi mayor habría venido si hubiese podido.
«Seis semanas después el capitán fue a Eaton para ubicar a su hijo en una escuela, y el doctor los acompañó. Se alojaron en un albergue llamado Saint-Christophe (San Cristóbal) y permanecieron allí dos o tres días, pero no durmieron juntos como en Dulversan; ellos estaban en dos cuartos separados.
Una mañana, el capitán permaneció más tiempo que de costumbre en su cuarto, antes de llamar al doctor. Finalmente entró en la habitación de este último con el rostro totalmente alterado, los cabellos erizados, la mirada despavorida y todo el cuerpo temblando. –¿Qué pasó, primo capitán? –dijo el doctor. El capitán respondió: –He visto al mayor. –El doctor pareció sonreír. –Os afirmo que hoy lo he visto como nunca lo he visto en mi vida. Entonces hizo la siguiente narración: “Esta mañana, al amanecer, alguien se aproximó a mi cama, arrancó las cubiertas y gritó: Cap, cap (era el nombre familiar que el mayor usaba para llamar al capitán). Yo respondí: –¡Cómo!, ¿mi mayor? Él continuó: –No pude venir en el día marcado; pero ahora estoy aquí y os digo: hay un Dios, que es muy justo y terrible; si vos no cambiáis de piel, ¡veréis cuando lleguéis aquí! –Sobre la mesa había una espada que el mayor me había dado; después dio dos o tres vueltas en el cuarto, tomó la espada, la desenvainó y, al no encontrarla tan pulida como debería estar, dijo: –Cap, cap, esta espada estaba mejor conservada cuando era mía. –Con estas palabras desapareció súbitamente”.»
El capitán no sólo fue perfectamente persuadido de la realidad de lo que había visto y escuchado, sino que desde entonces se volvió mucho más serio. Su carácter, antes ligero y jovial, se modificó considerablemente. Cuando invitaba a sus amigos, los trataba con desprendimiento, pero era austero consigo mismo. Las personas que lo conocían aseguraban que a menudo él creía oír la repetición de las palabras del mayor, durante los dos años que vivió después de lo sucedido.
______________
«... Poco tiempo después de la muerte del mayor Georges, el Dr. Th. Dyke, pariente próximo del capitán, fue llamado para tratar a un niño enfermo. El doctor y el capitán se acostaron en la misma cama. Después de haber dormido un poco, el capitán llamó al criado y le ordenó que encendiera dos velas, las mayores y más gruesas que encontrase. El doctor le preguntó el porqué de lo que estaba haciendo. “Conocéis –dice al capitán– mis discusiones con el mayor en lo referente a la existencia de Dios y a la inmortalidad del alma: nosotros no pudimos esclarecer estos dos puntos, aunque siempre lo hubiésemos deseado.
“Entonces nos pusimos de acuerdo que aquel de nosotros que muriese primero vendría a la tercera noche después de los funerales, entre la medianoche y una hora, al jardín de esta pequeña casa, y allí esclarecería al sobreviviente al respecto. Es exactamente hoy –agregó el capitán– que el mayor debe cumplir su promesa”. Por consiguiente, puso el reloj cerca de él y se levantó a las once y media, tomó una vela en cada mano, salió por la puerta trasera –guardando la llave– y se paseó así por el jardín durante dos horas y media. A su regreso declaró al doctor que no había visto ni escuchado nada fuera de lo común; pero agregó: –Sé que mi mayor habría venido si hubiese podido.
«Seis semanas después el capitán fue a Eaton para ubicar a su hijo en una escuela, y el doctor los acompañó. Se alojaron en un albergue llamado Saint-Christophe (San Cristóbal) y permanecieron allí dos o tres días, pero no durmieron juntos como en Dulversan; ellos estaban en dos cuartos separados.
Una mañana, el capitán permaneció más tiempo que de costumbre en su cuarto, antes de llamar al doctor. Finalmente entró en la habitación de este último con el rostro totalmente alterado, los cabellos erizados, la mirada despavorida y todo el cuerpo temblando. –¿Qué pasó, primo capitán? –dijo el doctor. El capitán respondió: –He visto al mayor. –El doctor pareció sonreír. –Os afirmo que hoy lo he visto como nunca lo he visto en mi vida. Entonces hizo la siguiente narración: “Esta mañana, al amanecer, alguien se aproximó a mi cama, arrancó las cubiertas y gritó: Cap, cap (era el nombre familiar que el mayor usaba para llamar al capitán). Yo respondí: –¡Cómo!, ¿mi mayor? Él continuó: –No pude venir en el día marcado; pero ahora estoy aquí y os digo: hay un Dios, que es muy justo y terrible; si vos no cambiáis de piel, ¡veréis cuando lleguéis aquí! –Sobre la mesa había una espada que el mayor me había dado; después dio dos o tres vueltas en el cuarto, tomó la espada, la desenvainó y, al no encontrarla tan pulida como debería estar, dijo: –Cap, cap, esta espada estaba mejor conservada cuando era mía. –Con estas palabras desapareció súbitamente”.»
El capitán no sólo fue perfectamente persuadido de la realidad de lo que había visto y escuchado, sino que desde entonces se volvió mucho más serio. Su carácter, antes ligero y jovial, se modificó considerablemente. Cuando invitaba a sus amigos, los trataba con desprendimiento, pero era austero consigo mismo. Las personas que lo conocían aseguraban que a menudo él creía oír la repetición de las palabras del mayor, durante los dos años que vivió después de lo sucedido.
______________
ALLAN KARDEC