Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861

Allan Kardec

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Marzo

El Espiritismo continúa vivo (El pequeño todavía vive)

A propósito del artículo del Sr. Deschanel, publicado en el Journal des Débats

El Sr. Émile Deschanel, cuyo nombre no nos era aún conocido, ha tenido a bien dedicarnos veinticuatro columnas del folletín del Journal des Débats, en los números del 15 y del 29 de noviembre último; nosotros le agradecemos el hecho, pero no la intención. En efecto, después del artículo de la Bibliographie Catholique y el de la Gazette de Lyon, que vomitaron abiertamente anatemas e injurias, de modo que hacen creer en un regreso al siglo XV, no conocemos nada de más malevolente, de menos científico y sobre todo de más extenso que el artículo del Sr. Deschanel. Una invectiva tan vigorosa debe haberle hecho pensar que el Espiritismo, herido por él de punta y de filo, debería estar para siempre muerto y debidamente enterrado. Como nosotros no le respondimos, no le hicimos ninguna intimación, ni entablamos con él ninguna polémica a ultranza, puede haberse equivocado sobre las causas de nuestro silencio, cuyos motivos debemos exponer. El primero es que, en nuestra opinión, nada había de urgente y estábamos esperando muy tranquilos, a fin de evaluar el efecto de ese ataque para regular nuestra respuesta; hoy, que estamos completamente informados al respecto, le diremos algunas palabras.

El segundo motivo es la consecuencia del primero. Para refutar en detalle ese artículo, habría sido necesario reproducirlo por completo, a fin de cotejar el ataque y la defensa, lo que hubiera ocupado un número entero de nuestra Revista; la refutación habría ocupado por lo menos dos números; por lo tanto, serían usados tres números, ¿para refutar qué cosas? ¿Razones? No, apenas bromas del Sr. Deschanel: francamente esto no valdría la pena, y nuestros lectores prefieren otra cosa. Aquellos que desearen conocer su lógica podrán contentarse con leer los números citados. Además, en definitiva, nuestra respuesta no habría sido más que la repetición de lo que ya hemos escrito y respondido a L’Univers, al Sr. Oscar Comettant, a la Gazette de Lyon, al Sr. Louis Figuier y a la Bibliographie Catholique,[1] porque todos estos ataques son apenas variantes de un mismo tema. Entonces habría sido preciso repetir las mismas cosas en otros términos para no ser monótono, y nosotros no tenemos tiempo para eso. Lo que podríamos decir sería inútil para los adeptos y no sería lo bastante completo como para convencer a los incrédulos; por lo tanto, sería un trabajo perdido; preferimos remitir a nuestras obras a los que seriamente quieran esclarecerse; ellos podrán hacer un paralelo entre los argumentos a favor y en contra: su propio discernimiento hará el resto.

Además, ¿por qué responderíamos al Sr. Deschanel? ¿Para convencerlo? Pero esto no nos interesa en absoluto. Dicen que sería un adepto a más. Pero ¿qué importancia tiene, a más o a menos, la persona del Sr. Deschanel? ¿Qué peso puede tener en la balanza, cuando las adhesiones llegan a los millares, desde lo más alto de la escala social? –Pero él es un publicista, y si en lugar de hacer una diatriba hubiese hecho un elogio, ¿esto no habría sido mucho mejor para la Doctrina? Esta es una cuestión más grave: examinémosla.

Para comenzar, ¿quién asegura que el recién convertido Sr. Deschanel habría de publicar 24 columnas a favor del Espiritismo, como las ha publicado en contra? No lo creemos, por dos razones: la primera, porque hubiera temido ser ridiculizado por sus colegas; la segunda, porque el director del periódico no hubiese probablemente aceptado, con miedo de asustar a ciertos lectores menos impresionados con el diablo que con los Espíritus. Conocemos a un buen número de literatos y de publicistas que están en este caso, y no por eso son buenos y sinceros espíritas. Se sabe que Madame de Émile de Girardin, que generalmente es considerada por haber tenido inteligencia en vida, no solamente era muy creyente, sino además muy buena médium, y obtuvo innumerables comunicaciones; pero ella las reservaba para el círculo íntimo de sus amigos, que compartían sus convicciones; a los otros, no hablaba de esto. Por lo tanto, para nosotros, un publicista que se atreve a hablar en contra, pero que no se atrevería a hablar a favor, si estuviese convencido, sería para nosotros un simple individuo; cuando vemos que una madre, desolada con la desencarnación de un hijo querido, encuentra inefables consuelos en la Doctrina, su adhesión a nuestros principios tiene para nosotros cien veces más valor que la conversión de un ilustre cualquiera, si esta persona ilustre no se atreve a decir nada. Además, los hombres de buena voluntad no faltan; son abundantes, y tantos vienen a nosotros que apenas podemos responderles. Por lo tanto, no vemos por qué perder nuestro tiempo con los indiferentes y correr atrás de los que no nos buscan.

Una sola palabra dará a conocer si el Sr. Deschanel es un hombre serio; he aquí el comienzo de su segundo artículo del 29 de noviembre:

«La Doctrina Espírita se refuta a sí misma: basta exponerla. Después de todo, ella no está equivocada por llamarse simplemente espírita, porque no es ni espiritual ni espiritualista. Al contrario, está fundada sobre el más grosero materialismo, y no es divertida porque es ridícula.»

Decir que el Espiritismo está fundado sobre el más grosero materialismo, cuando Aquél lo combate a ultranza, porque Él nada sería sin el alma, su inmortalidad, las penas y las recompensas futuras –de las cuales es su demostración patente–, es el colmo de la ignorancia de la cuestión abordada; si no es ignorancia, es mala fe y calumnia. Al ver esta acusación y al pretender citar los textos bíblicos, los profetas, la ley de Moisés que prohíbe interrogar a los muertos –prueba de que se puede interrogarlos, porque no se prohíbe una cosa imposible–, uno pensaría que él pertenece a una ortodoxia furibunda; pero al leer el siguiente pasaje burlesco de su artículo, los lectores quedarán perplejos con las opiniones del Sr. Deschanel:

«¿Cómo pueden los Espíritus manifestarse a los sentidos? ¿Cómo pueden ser vistos, escuchados y tocados? ¿Y cómo ellos mismos pueden escribir y dejarnos autógrafos del otro mundo?

«–¡Oh! Pero es que esos Espíritus no son Espíritus, como podríais creer: Espíritus puramente Espíritus». Entended bien esto: “El Espíritu no es de modo alguno un ser abstracto, indefinido, que sólo el pensamiento puede concebir; es un ser real, circunscripto, que en ciertos casos es perceptible a través de los sentidos de la visión, de la audición y del tacto”.

«–Pero, entonces, ¿esos Espíritus tienen cuerpos?

«–No precisamente.

«–En fin, ¿pero entonces?...

“–Hay en el hombre tres cosas:

“1º) El cuerpo, o ser material, análogo al de los animales y animado por el mismo principio vital;

“2º) El alma, o ser inmaterial, Espíritu encarnado;

“3º) El lazo que une el alma al cuerpo, principio intermediario entre la materia y el Espíritu.”

«–¿Intermediario? ¿Qué diablos queréis decir? O es materia o no es.

«–Depende.

«–¿Cómo depende?»

“–He aquí la cuestión: El lazo, o periespíritu, que une el cuerpo y el Espíritu, es una especie de envoltura semimaterial...”

«–¡Semi, semi!»

“–La muerte es la destrucción de la envoltura más grosera; el Espíritu conserva la segunda, que constituye para él un cuerpo etéreo, invisible para nosotros en el estado normal, pero que accidentalmente puede volverlo visible e incluso tangible, como sucede en el fenómeno de las apariciones.”

«–Etéreo, como lo quisiereis; un cuerpo es un cuerpo. Esto significa dos. Y la materia es la materia. Volvedla sutil tanto como os plazca, pero ahí dentro no hay nada de semi. La propia electricidad no es más que materia, y no semimateria. ¿Y en cuanto a vuestro...? ¿Cómo es que lo llamáis?

«–¿El periespíritu?

«–Sí, vuestro periespíritu... yo creo que él no explica nada y que el mismo necesita de bastante explicación.»

“–El periespíritu sirve de primera envoltura al Espíritu y une el alma al cuerpo. Tales son, en un fruto, el germen, el perispermo y la cáscara... El periespíritu es extraído del medio circundante, del fluido universal; participa a la vez de la electricidad, del fluido magnético y, hasta un cierto punto, de la materia inerte...” «¿Comprendéis?

«–No mucho.»

“–Se podría decir que es la quintaesencia de la materia.”

«–Por más quintaesencia que hagáis, de ahí no sacaréis espíritu ni semiespíritu, y es pura materia como vuestro periespíritu.»

“–Es el principio de la vida orgánica, pero no el de la vida intelectual.”

«–En fin, es lo que quisiereis; pero vuestro periespíritu es tanta cosa, que yo no sé bien lo que él es, y bien podría no ser nada.»

Al parecer, la palabra periespíritu os ofusca. Si hubieseis vivido en la época en que fue inventada la palabra perispermo, probablemente también la hubierais encontrado ridícula; ¿por qué no criticáis las que son inventadas a cada día para expresar ideas nuevas? No es el vocablo que critico –diréis–, es el asunto en cuestión. Tal vez, porque nunca lo habéis visto; pero negáis el alma, que tampoco habéis visto. ¿Negáis a Dios por el mismo motivo? ¡Pues bien! Si no se puede ver el alma o el Espíritu, que es lo mismo, se puede ver su envoltura fluídica o periespíritu cuando está libre, como se ve su envoltura carnal cuando está encarnado.

El Sr. Deschanel se esfuerza en probar que el periespíritu debe ser materia; pero es lo que nosotros decimos con todas las letras. Por ventura, ¿sería esto que le hace decir que el Espiritismo es una doctrina materialista? Pero lo condena la citación que él mismo hace, puesto que decimos en términos propios –sin sus burlas espirituosas– que es apenas una envoltura independiente del Espíritu. ¿Dónde él nos oyó decir que es el periespíritu que piensa? Puede ser que él no quiera al periespíritu; pero entonces que nos diga cómo explica la acción del Espíritu sobre la materia sin intermediario. No hablaremos de las apariciones contemporáneas, en las cuales ciertamente no cree; pero ya que es tan aferrado a la Biblia, cuya defensa hace tan encarnizadamente, es que cree en la Biblia y en lo que ella dice; por lo tanto, que nos explique las apariciones de ángeles, de los que ella hace mención a cada instante. Según la doctrina teológica, los ángeles son Espíritus puros; pero cuando ellos se vuelven visibles, ¿dirá él que es el Espíritu que se hace ver? Esta vez, sería entonces materializar el propio Espíritu, porque no es sino la materia que puede impresionar los sentidos. Decimos que el Espíritu es revestido por una envoltura que puede volverse visible e incluso tangible a voluntad; sólo la envoltura es material, aunque muy etérea, lo que no quita nada a las cualidades propias del Espíritu. Así explicamos un hecho hasta entonces inexplicado, y por cierto somos menos materialistas que aquellos que pretenden afirmar que es el propio Espíritu que se transforma en materia para hacerse ver y actuar. Los que no creían en la aparición de los ángeles de la Biblia, pueden entonces creerlo ahora, si creen en la existencia de los ángeles, sin que eso repugne a la razón; por esto mismo, ellos pueden comprender la posibilidad de las manifestaciones actuales, visibles, tangibles u otras, ya que el alma o Espíritu posee una envoltura fluídica, si es que creen en la existencia del alma.

Además, el Sr. Deschanel se ha olvidado una cosa: de dar su teoría acerca del alma o Espíritu; un hombre juicioso hubiera dicho: Estáis equivocado por tal o cual razón; las cosas no son así como decís: he aquí cómo son. Solamente entonces tendríamos algo sobre qué discutir. Pero es de notar que esto es lo que aún no hizo ninguno de los contradictores del Espiritismo; ellos niegan, se burlan o dicen injurias: no les conocemos otra lógica, lo que es muy poco inquietante. Así, no nos preocupamos en absoluto, porque si nada proponen, es que por lo visto no tienen nada mejor que proponer. Sólo los francamente materialistas tienen un sistema determinado: la nada después de la muerte; les deseamos que se diviertan mucho, si esto los satisface. Los que admiten el alma están infelizmente en la imposibilidad de resolver las cuestiones más vitales según su propia teoría, porque no tienen otro recurso que la fe ciega, razón poco concluyente para los que gustan de razones, y el número es grande en este tiempo de luces. Ahora bien, como los espiritualistas no explican nada de una manera satisfactoria para los pensadores, éstos sacan en conclusión de que no existe nada, y que los materialistas tal vez tengan razón: es eso que lleva a tanta gente a la incredulidad, mientras que esas mismas dificultades encuentran una solución bien simple y muy natural a través de la teoría espírita. El materialismo dice: No existe nada fuera de la materia. El Espiritualismo dice: Existe algo, pero no lo prueba. El Espiritismo dice: Existe algo, y lo prueba; y con la ayuda de su palanca, Él explica lo que hasta entonces era inexplicable; es lo que hace que el Espiritismo reconduzca a tantos incrédulos al Espiritualismo. Sólo pedimos al Sr. Deschanel una cosa: que dé claramente su teoría y que responda no menos claramente a las diversas preguntas que le hemos dirigido al Sr. Figuier.

En suma, las objeciones del Sr. Deschanel son pueriles; si fuese un hombre serio, si hubiera criticado con conocimiento de causa y si no hubiese cometido el pesado error de acusar al Espiritismo de doctrina materialista, habría buscado ahondarse en el asunto. Habría venido a procurarnos –como tantos otros– para pedir esclarecimientos, que le daríamos con placer; pero él prefirió hablar según sus propias ideas, que indudablemente él considera como el regulador supremo, como la unidad métrica de la razón humana; ahora bien, como su opinión personal nos es indiferente, no tenemos ningún interés en cambiarla, por lo que no hemos dado ningún paso para esto, ni lo hemos invitado a ninguna reunión o demostración. Si él quisiese saber, hubiera venido; como no vino, es porque no quiso, y no seremos nosotros a querer más que él.

Otro punto a examinar es el siguiente: Una crítica tan virulenta y tan larga, con o sin fundamento, en un periódico tan importante como el Journal des Débats, ¿puede perjudicar a la propagación de las ideas nuevas? Veamos.

Primeramente es necesario señalar que no se cuida de una doctrina filosófica como de una mercadería. Si un periódico afirmara, con pruebas en apoyo, que tal comerciante vende mercancías falsificadas o adulteradas, nadie sería tentado a experimentar si eso es verdad; pero toda teoría metafísica es una opinión que, aunque ella fuese del propio Dios, encontraría contradictores. ¿No hemos visto las mejores cosas, las más indiscutibles verdades de hoy ser puestas en ridículo, en el momento en que aparecieron, por los hombres más capaces? ¿Esto ha impedido que las verdades se propagasen? Todo el mundo lo sabe; es por eso que la opinión de un periodista sobre cuestiones de ese género no es más que una opinión personal; y si tantos eruditos se han equivocado acerca de cosas positivas, el Sr. Deschanel puede realmente equivocarse sobre una cosa abstracta. Aunque él tenga una idea, incluso vaga, del Espiritismo, su acusación de materialismo es su propia condenación. Por consiguiente, las personas prefieren ver y juzgar por sí mismas: es todo lo que queremos. En este aspecto, el Sr. Deschanel ha prestado –inclusive sin quererlo– un verdadero servicio a nuestra causa, y nosotros le agradecemos, porque él nos ahorra gastos con publicidad, ya que no somos lo suficientemente ricos como para pagar un folletín de 24 columnas. Por más difundido que esté, el Espiritismo aún no ha llegado a todas partes: hay mucha gente que nunca ha escuchado hablar de Él; un artículo de esa importancia atrae la atención, incluso entra en campo enemigo donde causa deserciones, porque se dice naturalmente que no se ataca así a una cosa sin valor. En efecto, no se dedican a apuntar formidables baterías contra un local que se puede tomar con fusiles. Se juzga la resistencia por el despliegue de las fuerzas de ataque, y es esto lo que despierta la atención sobre cosas que quizá hubiesen pasado inadvertidas.

Esto no es sino razonamiento; veamos si los hechos vienen a contradecirlo. Se evalúa el crédito de un periódico por las simpatías que encuentra en la opinión pública y por el número de sus lectores. Sucede lo mismo con el Espiritismo, representado por algunas obras específicas; sólo hablaremos de las nuestras, porque sabemos las cifras exactas; ¡Pues bien! El Libro de los Espíritus, que contiene la exposición más completa de la Doctrina, ha sido publicado en 1857; la 2ª edición, en abril de 1860; la 3ª, en agosto de 1860, es decir, cuatro meses más tarde; y en febrero de 1861 la 4ª edición estaba en venta. Así, tres ediciones en menos de un año prueban que no todos son de la opinión del Sr. Deschanel. Nuestra nueva obra, El Libro de los Médiums, ha sido publicada el 15 de enero de 1861, y ya es necesario pensar en preparar una nueva edición; esta obra ha sido solicitada en Rusia, en Alemania, en Italia, en Inglaterra, en España, en los Estados Unidos, en México, en Brasil, etc.

Los artículos del Journal des Débats aparecieron en noviembre último; si ellos hubiesen ejercido alguna influencia en la opinión pública, habría sido seguramente sobre nuestra publicación de la Revista Espírita que tal influencia se hubiera hecho sentir; ahora bien, el 1º de enero de 1861, fecha de renovación de las suscripciones anuales, había un tercio más de suscriptores inscriptos en relación a la misma época del año precedente, y a cada día la Revue recibe nuevos abonados que –lo que es digno de señalar– solicitan todas las Colecciones de los años anteriores, de manera que ha sido necesario reimprimirlas. Por lo tanto, esto prueba que la Revista no les parece ridícula. En todas partes –en París, en el interior del país, en el exterior– se forman reuniones espíritas; conocemos más de cien en los Departamentos, y estamos lejos de conocerlas a todas, sin contar a todos aquellos que se ocupan de las mismas de forma individual o en la intimidad de sus familias. ¿Qué dirán a esto los Sres. Deschanel, Figuier y sus colegas? Que el número de locos aumenta. Sí, aumenta de tal modo que en poco tiempo los locos serán más numerosos que las personas sensatas; pero lo que esos señores, tan llenos de solicitud por el buen sentido humano, deben deplorar, es ver que todo lo que ellos han hecho para detener el movimiento ha producido un resultado completamente contrario. ¿Quieren saber la causa? Es muy sencilla; ellos pretenden hablar en nombre de la razón y no ofrecen nada mejor: unos dan como perspectiva la nada; otros, las llamas eternas. Son dos alternativas que agradan a muy poca gente; entre las dos, se elige a la más tranquilizadora. Por lo tanto, después de esto ¿os admiráis por ver a los hombres arrojarse a los brazos del Espiritismo? Esos señores han creído matarlo, pero nosotros les hemos probado que el Espiritismo continúa vivo y que vivirá por mucho tiempo.

Entonces, al mostrarnos la experiencia que los artículos del Sr. Deschanel, lejos de perjudicar a la causa de la Doctrina Espírita, han servido a la misma estimulando el deseo de conocerla a los que aún no habían escuchado hablar de Ella, juzgamos superfluo discutir una a una las aserciones de dichos artículos. Todas las armas han sido usadas contra el Espiritismo: lo han atacado en nombre de la religión, a la cual Él sirve en vez de perjudicar; en nombre de la Ciencia, en nombre del materialismo. Continuamente lo han cubierto de injurias, de amenazas, de calumnias, y a todas resistió, inclusive al ridículo. Bajo la nube de dardos que le lanzan, Él da pacíficamente la vuelta al mundo y se implanta en todas partes, en las barbas de sus enemigos más encarnizados; ¿no es esto un motivo para hacer una seria reflexión, y no es la prueba de que Él encuentra eco en el corazón del hombre, al mismo tiempo que es la salvaguardia de un poder contra el cual se quiebran los esfuerzos humanos?

Es de notar que en el momento en que aparecieron los artículos del Journal des Débats, comunicaciones espontáneas tuvieron lugar en diferentes partes, tanto en París como en los Departamentos; todas expresan el mismo pensamiento. La siguiente disertación ha sido dada en la Sociedad, el 30 de noviembre último:

«No os inquietéis con lo que el mundo puede escribir contra el Espiritismo; no es a vos que los incrédulos atacan, sino al propio Dios; pero Dios es más poderoso que ellos. Escuchad bien: es una nueva era que se abre ante vosotros, y aquellos que buscan oponerse a los designios de la Providencia serán pronto derribados. Como ya perfectamente se os ha dicho, lejos de perjudicar al Espiritismo, el escepticismo se hiere con sus propias manos y él mismo se matará. Puesto que el mundo quiere volver omnipotente a la muerte a través de la nada, dejadlo hablar; a su amarga pedantería, no le opongáis sino la indiferencia. Para vosotros la muerte no será más esa diosa atroz que los poetas soñaron: la muerte se os presentará como la aurora de rosados dedos, conforme ha dicho Homero.»

ANDRÉ CHÉNIER

Sobre el mismo tema, san Luis había dicho antes:

«Semejantes artículos sólo hacen mal a aquellos que los escriben; ningún mal hacen al Espiritismo, e incluso contribuyen para divulgarlo entre sus enemigos.»

Otro Espíritu respondió a un médico espírita de Nimes, el cual le preguntó qué pensaba de esos artículos:

«Debéis quedaros satisfechos con esto; si vuestros enemigos se ocupan tanto de vosotros, es que ellos reconocen que tenéis algún valor, y por eso os temen. Por lo tanto, dejadlos que digan y que hagan lo que quieran; cuanto más hablen, más os volverán conocidos, y no está lejano el tiempo en que serán forzados a callarse. Su cólera prueba su debilidad. Solamente la verdadera fuerza sabe dominarse, porque tiene la calma de la confianza; la debilidad intenta perturbar haciendo mucho ruido.»

¿Queréis ahora una prueba del uso que ciertos científicos hacen de la Ciencia en provecho de la sociedad? Citemos un ejemplo.

Uno de nuestros compañeros de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, el Sr. Indermuhle, de Berna, nos ha escrito lo siguiente:

«El Sr. Schiff, profesor de Anatomía (no sé si es el mismo que tan ingeniosamente descubrió el músculo que cruje, del cual el Sr. Jobert, de Lamballe, se volvió su editor),[2] dio aquí un curso público sobre digestión, hace algunas semanas. Por cierto, el curso no dejaba de ser interesante; pero después de haber hablado un largo tiempo de cocina y de Química –a propósito de los alimentos–, y después de haber probado que ninguna materia se aniquila, que la misma puede dividirse y transformarse, mas que es encontrada en la composición del aire, del agua y de los tejidos orgánicos, llegó a la siguiente conclusión: “Por consiguiente –dijo él–, el alma, tal como el vulgo la entiende, es justamente en el sentido de que aquello que llamamos alma se disuelve después de la muerte del cuerpo, así como el cuerpo material; ella se descompone para juntarse nuevamente a las materias contenidas en la misma, ya sea en el aire o en otros cuerpos. Es solamente en este sentido que la palabra inmortalidad se justifica; de otro modo, no”.

«Es así que en 1861, los científicos encargados de instruir y de esclarecer a los hombres les ofrecen piedra en vez de pan. Es preciso que se diga, en loor a la Humanidad, que la mayoría de los oyentes estaba muy descontenta e insatisfecha con esta conclusión, presentada tan bruscamente, y que muchos se escandalizaron; por mi parte, sentí piedad de este hombre. Si él hubiera atacado al gobierno, lo habrían interrumpido e incluso punido; ¿cómo se puede tolerar la enseñanza pública del materialismo, que lleva a la disolución de la sociedad?»

A esas juiciosas reflexiones de nuestro compañero agregaremos que, en una sociedad materialista, tal como ciertos hombres se esfuerzan en transformar a la sociedad actual, al no tener ningún freno moral, dicha sociedad materialista es la más peligrosa para toda especie de gobierno; quizá el materialismo nunca haya sido profesado con tanto cinismo. Aquellos que se detienen por un poco de pudor se compensan arrastrando en el barro lo que puede destruirlo; pero, por más que hagan esto, son las convulsiones de su agonía. Y a pesar de lo que diga el Sr. Deschanel, es el Espiritismo que le dará el golpe de gracia.

Nosotros nos hemos limitado a dirigir al Sr. Deschanel la siguiente carta:

Señor:

Habéis publicado dos artículos en el Journal des Débats del 15 y del 29 de noviembre último, en los cuales juzgáis al Espiritismo desde vuestro punto de vista. El ridículo que promovéis contra esta Doctrina y, por consecuencia, contra mí y contra todos aquellos que la profesan, me autorizaba a dirigiros una refutación que yo podría solicitar que fuese insertada en dicho periódico; no lo hice porque, por mayor extensión que le hubiese dado, siempre habría sido insuficiente para las personas ajenas a esta ciencia y hubiera sido inútil para aquellos que la conocen. La convicción sólo puede adquirirse a través de un estudio serio, realizado sin prevención, sin ideas preconcebidas y por medio de numerosas observaciones, hechas con la paciencia y la perseverancia de quien quiere realmente saber y comprender. Por lo tanto, precisaría dar a vuestros lectores un verdadero curso que
habría sobrepasado los límites de un artículo; mas como creo que sois un hombre de honor, que ataca pero que admite la defensa, me limitaré a decirles en esta sencilla carta –que solicito que consintáis publicar en el mismo periódico– que ellos encontrarán, tanto en El Libro de los Espíritus como en El Libro de los Médiums, que acabo de publicar a través de los Sres. Didier y Compañía, una respuesta suficiente, en mi opinión. Dejo al discernimiento de ellos el cuidado de hacer un paralelo entre vuestros argumentos y los míos. Aquellos que quieran tener previamente una idea sucinta de la Doctrina –y a un precio muy barato–, podrán leer nuestro pequeño opúsculo intitulado: ¿Qué es el Espiritismo?, que cuesta solamente 60 centavos, así como la Carta de un católico sobre el Espiritismo, de la autoría del Dr. Grand, ex vicecónsul de Francia. También encontrarán algunas reflexiones sobre vuestro artículo en el número del mes de marzo de la Revista Espírita, que yo publico.

Sin embargo, hay un punto que yo no podría dejar pasar en silencio: es el pasaje de vuestro artículo en que decís que el Espiritismo está fundado sobre el más grosero materialismo. Pongo de lado vuestras expresiones ofensivas y poco diplomáticas, a las que tengo el hábito de no prestar ninguna atención, y me limito a decir que ese pasaje contiene un error, no diré grosero –la palabra sería descortés–, sino capital, y que es conveniente refutar para la instrucción de vuestros lectores. En efecto, el Espiritismo tiene como base esencial –y sin la cual no tendría ninguna razón de ser– la existencia de Dios, la existencia y la inmortalidad del alma, las penas y las recompensas futuras; ahora bien, estos puntos son la más absoluta negación del materialismo, que no admite ninguno de ellos. La Doctrina Espírita no se limita a afirmarlos; no los admite a priori, pero los demuestra de forma patente; he aquí por qué Ella ya ha encaminado al sentimiento religioso a un número tan grande de incrédulos, los cuales habían abjurado del mismo.

Ella puede no ser espirituosa, pero con toda seguridad es esencialmente espiritualista, es decir, contraria al materialismo, porque no se concebiría una doctrina del alma inmortal que esté fundada en la no existencia del alma. Lo que lleva a tantas personas a la incredulidad absoluta es la manera con la cual se les presenta el alma y su futuro; todos los días veo que la gente me dice: «Si desde mi infancia me hubiesen enseñado esas cosas como vos lo hacéis, nunca habría sido incrédulo, porque ahora comprendo lo que antes no comprendía». Así, diariamente tengo la prueba que basta exponer esta Doctrina para que sean conquistados numerosos adeptos.

Atentamente.



[1] Refutación al artículo de L’Univers: en la Revista Espírita de mayo y de julio de 1859; al del Sr. Oscar Comettant: diciembre de 1859; al de la Gazette de Lyon: octubre de 1860; al del Sr. Louis Figuier: septiembre y diciembre de 1860; al de la Bibliographie Catholique: enero de 1861. [Nota de Allan Kardec.]

[2] Véase la Revista Espírita de junio de 1859. [Nota de Allan Kardec.]


La cabeza de Garibaldi

Le Siècle del 4 de febrero contiene una carta del Dr. Riboli, que ha ido a Caprera para examinar la cabeza de Garibaldi desde el punto de vista frenológico. No es de nuestra incumbencia apreciar la opinión del doctor, y menos aún el personaje político; pero la lectura de esta carta nos ha proporcionado algunas reflexiones que, naturalmente, aquí encuentran su lugar.

El Dr. Riboli cree que la organización cerebral de Garibaldi corresponde perfectamente a todas las eminentes facultades morales e intelectuales que lo distinguen, y agrega:

«Podréis sonreír de mi fanatismo, pero puedo aseguraros que los momentos que pasé examinando esa notable cabeza fueron los más felices de mi vida. Estimado amigo, he visto a ese gran hombre atender como un niño a todo lo que yo le pedía; esa cabeza, que contiene todo un mundo, yo la he tenido en mis manos durante más de veinte minutos, sintiendo que resaltaban a cada instante bajo mis dedos las desigualdades y los contrastes de su genio...

«Garibaldi tiene 1 metro y 64 centímetros de altura. He medido todas sus proporciones: el ancho de la espalda, el largo de los brazos y de las piernas, la cintura; en una palabra, es un hombre bien proporcionado, fuerte y de un temperamento nervioso sanguíneo.

«El volumen de su cabeza es notable; el fenómeno principal es la altura del cráneo, medido desde la oreja hasta lo alto de la cabeza, que es de 20 centímetros. Este predominio particular de toda la parte superior de la cabeza denota, a primera vista y sin examen previo, una constitución excepcional; el desarrollo del cráneo en su parte superior –sede de los sentimientos– indica la preponderancia de todas las facultades nobles sobre los instintos. En resumen, la craneología de la cabeza de Garibaldi presenta, después de su examen, un fenómeno original de los más raros, pudiéndose decir sin precedentes. La armonía de todos los órganos es perfecta, y la resultante matemática de su conjunto presenta lo siguiente en el más alto grado: la abnegación ante todo y en todas las situaciones; la prudencia y la sangre fría; la austeridad natural de las costumbres; la meditación casi perpetua; la elocuencia grave y exacta; la lealtad dominante; la increíble deferencia con sus amigos, a punto de sufrir con eso; su percepción para con los hombres que lo rodean es, sobre todo, dominante.

«En una palabra, mi querido amigo, sin querer fastidiaros con todas las comparaciones, con todos los contrastes de la causalidad, de la habitabilidad, de la constructividad,[1] de la destructividad, es una cabeza maravillosa, orgánica, sin desfallecimientos, que la Ciencia estudiará y tomará como modelo, etc.»

Toda la carta es escrita con un entusiasmo que denota la más profunda y sincera admiración por el héroe italiano. Sin embargo, queremos realmente creer que las observaciones del autor no hayan sido influidas por ninguna idea preconcebida; pero no es de esto de lo que se trata: aceptamos sus datos frenológicos como exactos y, si no lo fuesen, Garibaldi no sería ni más ni menos de lo que es. Se sabe que los discípulos de Gall forman dos escuelas: la de los materialistas y la de los espiritualistas. Los primeros atribuyen las facultades a los órganos; para ellos los órganos son la causa, y las facultades son el producto, de donde se deduce que fuera de los órganos no hay facultades o, dicho de otro modo, cuando el hombre muere, todo está muerto. Los segundos admiten la independencia de las facultades; las facultades son la causa, y el desarrollo de los órganos es el efecto, de donde se deduce que la destrucción de los órganos no acarrea la aniquilación de las facultades. Nosotros no sabemos a cuál de esas dos escuelas pertenece el autor de la carta, porque su opinión no se revela por ninguna palabra; entretanto, suponiendo por un momento que las observaciones anteriores hayan sido hechas por un frenólogo materialista, preguntamos qué impresión debería él sentir a la idea de que esa cabeza, que contiene todo un mundo, solamente debe su genio al acaso o al capricho de la Naturaleza, que le habría dado una masa cerebral mayor en una zona que en otra. Ahora bien, como el acaso es ciego y no tiene un designio premeditado, podría del mismo modo haber aumentado el volumen de otra circunvolución cerebral y dar así, sin querer, un curso totalmente diferente a sus inclinaciones. Este razonamiento se aplica necesariamente a todos los hombres trascendentes, sea cual fuere su título. ¿Dónde estaría su mérito si lo debiese apenas al desplazamiento de un pequeño pedazo de sustancia cerebral? ¿Puede un simple capricho de la Naturaleza hacer un hombre vulgar en vez de un gran hombre, y un criminal en lugar de un hombre de bien?

Eso no es todo. Considerando hoy esa cabeza poderosa, ¿no hay algo de terrible al pensar que tal vez mañana no quede nada más de ese genio, absolutamente nada, sino la materia inerte que será alimento de los gusanos? Sin hablar de las funestas consecuencias de semejante sistema –en caso de que fuera posible–, diremos que está lleno de contradicciones inexplicables, y que los hechos las demuestran a cada paso. Al contrario, todo se explica a través del sistema espiritualista: las facultades no son el producto de los órganos, sino atributos del alma, cuyos órganos no son más que los instrumentos que sirven para su manifestación. Al ser independiente la facultad, su actividad estimula el desarrollo del órgano, como el ejercicio de un músculo aumenta su volumen. El ser pensante es el ser principal, cuyo cuerpo es sólo un accesorio destructible. Entonces, el talento es un mérito real, porque es fruto del trabajo y no el resultado de una materia más o menos abundante. Con el sistema materialista, el trabajo, con la ayuda del cual se adquiere el talento, es enteramente perdido con la muerte, que a menudo no deja tiempo para disfrutarlo. Con el alma, el trabajo tiene su razón de ser, porque todo lo que el alma adquiere sirve para su desarrollo; uno trabaja para el ser inmortal, y no para un cuerpo que quizá tenga solamente algunas horas de vida.

Entretanto, dirán que el genio no se adquiere, que es innato; es cierto; pero entonces, ¿por qué dos hombres nacidos en las mismas condiciones son tan diferentes desde el punto de vista intelectual? ¿Por qué Dios habría favorecido a uno más que al otro? ¿Por qué Él habría dado a uno los medios para progresar, negándolos al otro? ¿Cuál es el sistema filosófico que ha resuelto este problema? Únicamente la doctrina de la preexistencia del alma puede explicarlo: el hombre de genio ya ha vivido, ha hecho adquisiciones, ha conquistado experiencias y, por esta razón, tiene más derecho a nuestro respeto de que si debiese su superioridad a un favor no justificado de la Providencia, o a un capricho de la Naturaleza. Preferimos creer que el Dr. Riboli ha visto en la cabeza de aquel que –por así decirlo– no tocaba sino con un temor respetuoso, algo más digno de su veneración que una masa de carne, y que no la ha rebajado al papel de una organización mecánica. Uno se acuerda de aquel trapero filósofo que, al mirar un perro muerto en una esquina, decía a sí mismo: ¡He aquí lo que será de nosotros! ¡Pues bien! ¡Todos vosotros que negáis la existencia futura, he aquí a qué reducís a los más grandes genios.

Para mayores detalles sobre la cuestión de La Frenología y la Fisiognomonía, remitimos al artículo publicado en la Revista Espírita del mes de julio de 1860, página 198.


[1] He aquí algunos neologismos que, sin embargo, no son más barbarismos que Espiritismo y periespíritu. [Nota de Allan Kardec.]


Asesinato del Sr. Poinsot

El misterio que aún rodea este deplorable acontecimiento suscita en muchas personas la idea de que, al evocar el Espíritu de la víctima, se podría llegar a conocer la verdad. Numerosas cartas nos han sido enviadas al respecto; como la cuestión reposa en un principio de cierta gravedad, creemos que es útil dar a conocer la respuesta a todos nuestros lectores.

Al no hacer jamás del Espiritismo un objeto de curiosidad, nosotros no habíamos pensado en evocar, de manera alguna, al Sr. Poinsot; entretanto, ante el insistente pedido de uno de nuestros corresponsales, que había recibido una supuesta comunicación de él y que deseaba saber de nosotros si era auténtica, pensamos en intentarlo hace algunos días. Según nuestro hábito, preguntamos a nuestro Guía espiritual si esta evocación era posible y si realmente había sido aquel Espíritu quien se había manifestado a nuestro corresponsal. He aquí las respuestas que hemos obtenido:

«El Sr. Poinsot no puede responder a vuestro llamado; él aún no se ha comunicado con nadie: Dios lo prohíbe por el momento.

1. ¿Se puede saber el motivo de eso? –Resp. Sí: porque revelaciones de ese género influirían en la conciencia de los jueces, que deben actuar con total libertad.

2. Entretanto, al esclarecer a los jueces, esas revelaciones podrían algunas veces evitar que cometieran errores lamentables e incluso irreparables. –Resp. No es por ese medio que ellos deben ser esclarecidos; Dios quiere dejarles la entera responsabilidad de sus sentencias, así como Él deja a cada hombre la responsabilidad de sus actos; no quiere evitarles el trabajo de las investigaciones ni sacarles el mérito de haberlas hecho.

3. Pero a falta de informaciones suficientes, ¿puede un culpable escapar de la justicia? –Resp. ¿Creéis que él escape de la justicia de Dios? Si debe ser alcanzado por la justicia de los hombres, Dios sabrá hacerlo caer en las manos de ellos.

4. Esto para el culpable; pero si un inocente fuese condenado, ¿no sería un gran mal? –Resp. «Dios juzga en última instancia, y el inocente condenado injustamente por los hombres tendrá su rehabilitación. Además, esta condena puede ser para él una prueba útil para su adelanto; pero también, algunas veces, puede ser la justa punición de un crimen del cual haya escapado en otra existencia.

«Recordad que los Espíritus tienen como misión instruiros en la senda del bien, y no allanaros el camino terreno, que es dejado a la actividad de vuestra inteligencia; es porque os apartáis del objetivo providencial del Espiritismo que os exponéis a ser engañados por la turba de Espíritus mentirosos que incesantemente se agita alrededor de vosotros.»

Después de la primera respuesta, los asistentes discutían sobre los motivos de esta interdicción y, como para justificar el principio, un Espíritu hizo escribir a un médium: Voy a traerlo..., helo aquí. Un poco después escribió: «Cómo sois amables en consentir conversar conmigo; esto me es muy agradable, porque tengo muchas cosas para deciros». Este lenguaje pareció sospechoso por parte de un hombre como el Sr. Poinsot, y sobre todo en razón de la respuesta que habíamos recibido, por lo que se le pidió que confirmase su identidad en el nombre de Dios. Entonces, el Espíritu escribió: «Dios mío, no puedo mentir; sin embargo, yo hubiera deseado conversar con una Sociedad tan amable, pero no me queréis: adiós». Fue entonces que nuestro Guía espiritual agregó: «Os he dicho que ese Espíritu no puede responder esta noche; Dios prohíbe que se manifieste; si insistís, seréis engañados.

Observación – Es evidente que si los Espíritus pudiesen ahorrar las investigaciones a los hombres, éstos no se darían al trabajo de descubrir la verdad, porque ella les llegaría por sí sola. Por esta razón, el más perezoso podría conocerla tanto como el más laborioso, lo que no sería justo. Esto es un principio general. Aplicado al caso del Sr. Poinsot, no es menos evidente que si el Espíritu declarase que un individuo es culpable o inocente, y los jueces no encontrasen pruebas suficientes de una o de otra afirmación, su conciencia quedaría perturbada con eso, y la opinión pública podría perderse en prevenciones injustas. Al no ser perfecto el hombre, debemos sacar en conclusión de que Dios sabe mejor que el hombre lo que le debe revelar u ocultar. Si una revelación debe hacerse por medios extrahumanos, Dios sabe darle un sello de autenticidad, capaz de disipar todas las dudas, como lo atestigua el hecho siguiente:

En México, en los alrededores de las minas, una hacienda había sido incendiada. En una reunión en que se ocupaban de manifestaciones espíritas (hay varias en aquel país, donde probablemente no han llegado aún los artículos del Sr. Deschanel, por lo que allá se encuentran tan atrasados), un Espíritu se comunicó a través de golpes; él dijo que el culpable estaba entre los asistentes. Al principio dudaron, creyendo que era una mistificación; el Espíritu insistió y designó a uno de los individuos presentes: todos se admiraron; dicho individuo fingió estar sereno, pero el Espíritu pareció obstinarse contra él, y lo hizo tan bien que detuvieron al hombre que, acuciado con preguntas, terminó por confesar su crimen. Los culpables –como se ve– no deben confiarse demasiado en la discreción de los Espíritus que, a menudo, son los instrumentos de que Dios se sirve para castigarlos. ¿Cómo el Sr. Figuier explicaría este hecho? ¿Es intuición, hipnotismo, biología, sobreexcitación del cerebro, concentración del pensamiento, alucinación, que él admite sin creer en la independencia del Espíritu y de la materia? Por lo tanto, resolved todo esto si podéis; su propia solución es un problema, y él debería realmente dar la solución de su solución. Pero ¿por qué un Espíritu no daría a conocer al asesino del Sr. Poinsot, como lo hizo con aquel incendiario? Pedid cuentas a Dios de sus acciones; preguntad al Sr. Figuier, que cree saber más que Él.




Conversaciones familiares del Más Allá

La Sra. de Bertrand (Alto Saona)

Fallecida el 7 de febrero de 1861 y evocada en la Sociedad Espírita de París el 15 del mismo mes

Nota – La Sra. de Bertrand había hecho un estudio serio del Espiritismo, cuya Doctrina profesaba, comprendiendo todo su alcance filosófico.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.

2. Vuestra correspondencia nos ha llevado a apreciaros y, conociendo vuestra simpatía por la Sociedad, hemos pensado que os agradaría ser llamada tan pronto. –Resp. Veis que estoy aquí.

3. Otro motivo me lleva a hacerlo personalmente: tengo la intención de escribir a vuestra hija sobre la situación de vuestra desencarnación, y estoy seguro que ella se sentirá feliz en saber el resultado de nuestra conversación. –Resp. Ciertamente; ella lo espera, porque yo le había prometido comunicarme tan pronto como me evocasen.

4. Esclarecida como sois acerca del Espiritismo y compenetrada de los principios de esta Doctrina, vuestras respuestas serán para nosotros doblemente instructivas. Primeramente, ¿queréis decirnos si tardasteis mucho en reconoceros y si ya recobrasteis la plenitud de vuestras facultades? –Resp. La plenitud de mis antiguas facultades, sí; el pleno gozo de mis nuevas facultades, no.

5. Es una costumbre preguntar a los encarnados cómo ellos están; pero a los Espíritus desencarnados les preguntamos si son felices; es con un profundo sentimiento de simpatía que os dirigimos esta última pregunta. –Resp. Gracias, amigos míos. Aún no soy feliz, en el sentido espiritualista de la palabra; pero soy feliz por la renovación de mi ser, arrebatado en éxtasis, y por la visión de las cosas que nos son reveladas, pero que aún comprendemos imperfectamente, por mejor médium o espírita que seamos.

6. Cuando encarnada habíais hecho una idea del mundo espírita a través del estudio de la Doctrina; ¿podéis decirnos si habéis encontrado las cosas tales como vos las figurasteis? –Resp. De manera aproximada, como cuando vemos los objetos en la incertidumbre de la penumbra; mas ¡cuán diferentes son cuando la luz brillante los ilumina!

7. Así, el cuadro que nos es dado de la vida espírita ¡no tiene nada de exagerado ni de ilusorio! –Resp. Él es aminorado por vuestro espíritu, que no puede comprender las cosas divinas sino atenuadas y veladas; procedemos con vosotros como lo hacéis con los niños, a los cuales apenas mostráis una parte de las cosas aptas para su entendimiento.

8. ¿Habéis sido testigo del instante de la muerte de vuestro cuerpo? –Resp. Mi cuerpo, agotado por los largos sufrimientos, no tuvo que pasar por una gran lucha; mi alma se desprendió de él como el fruto maduro que cae del árbol. La aniquilación completa de mi ser me impidió sentir la última angustia de la agonía.

9. ¿Podríais describirnos vuestras sensaciones en el momento del despertar? –Resp. No hubo un despertar o, mejor dicho, me pareció que había una continuación; así como uno vuelve para casa después de una corta ausencia, me pareció que apenas algunos minutos me separaban de lo que yo acababa de dejar. Estando alrededor de mi cama, me vi extendida, transfigurada y no podía alejarme porque estaba retenida –o al menos me parecía– por un último lazo a aquella envoltura corporal que me había hecho sufrir tanto.

10. ¿Visteis inmediatamente que os rodeaban otros Espíritus? –Resp. Luego vinieron a recibirme. Entonces alejé mi pensamiento del yo terreno, y el yo espiritual –transportado– se sumergió en el delicioso gozo de las cosas nuevas y conocidas que yo reencontraba.

11. ¿Estabais entre los miembros de vuestra familia durante la ceremonia fúnebre? –Resp. Vi que llevaban a mi cuerpo, pero luego me alejé. Con anticipación, el Espiritismo desmaterializa y vuelve más repentina la transición del mundo terrestre al mundo espiritual. Yo no traía de mi paso por la Tierra ni vanos lamentos ni pueriles curiosidades.

12. ¿Tenéis particularmente algo que decirle a vuestra hija, que comparte vuestras creencias y que varias veces me ha escrito en vuestro nombre? –Resp. Yo le recomiendo que dé a sus estudios un carácter más serio; le recomiendo que transforme el dolor estéril en recuerdo piadoso y fecundo; que ella no se olvide que la vida continúa sin interrupción y que los intereses frívolos del mundo se desvanecen ante esta gran palabra: ¡Eternidad! Además, mi recuerdo personal –tierno e íntimo– le será transmitido en breve.

13. En el mes de enero os envié una carta y una tarjeta-retrato; como nunca me visteis, ¿podéis decirnos si me reconocéis? –Resp. Pero no os reconozco: os veo.

¿No recibisteis esa carta? –Resp. No me acuerdo.

14. Yo tendría varias preguntas importantes para dirigiros sobre los hechos extraordinarios que han sucedido en vuestra casa y que ya nos informasteis. Pienso que podríais darnos al respecto explicaciones interesantes; pero la hora avanzada y la fatiga del médium me aconsejan a posponerlas. Para terminar, me limito a algunas preguntas.

Aunque vuestra muerte sea reciente, ¿ya habéis dejado la Tierra? ¿Habéis recorrido los espacios y visitado otros mundos? –Resp. El vocablo visitar no corresponde al movimiento tan veloz como lo es la palabra, que nos hace –tan rápido como el pensamiento– descubrir sitios nuevos. La distancia no es más que una palabra, así como el tiempo no es más que un momento para nosotros.

15. Al preparar las preguntas que nos proponemos a dirigir a un Espíritu, tenemos generalmente una evocación anticipada; de ese modo, ¿podéis decirnos si fuisteis avisada de nuestra intención, y si ayer estabais cerca de mí cuando preparaba las preguntas? –Resp. Sí, yo sabía todo lo que me diríais hoy, y responderé con desenvoltura a las preguntas que reservasteis.

16. Habríamos sido muy felices por teneros entre nosotros cuando encarnada; pero como eso no fue posible, somos igualmente felices por teneros en Espíritu y os agradecemos por responder con solicitud a nuestro llamado. –Resp. Amigos míos, yo acompañaba vuestros estudios con interés, y ahora que puedo estar entre vosotros en Espíritu, os doy el consejo de vincularos más al espíritu que a la letra.

Adiós.

La siguiente carta nos ha sido enviada con relación a esta evocación:

Señor,

Es con un sentimiento de profundo reconocimiento que vengo a agradeceros, en nombre de mi padre y en el mío, por haberos anticipado a nuestro deseo de recibir, de vuestra parte, las noticias de aquella que lloramos.

Las numerosas pruebas morales y físicas que mi querida y buena madre ha pasado durante su existencia, su paciencia en soportarlas, su sacrificio, la completa abnegación de sí misma, me hacían esperar que ella fuese feliz; pero la certeza que nos acabáis de dar, Sr., es un gran consuelo para nosotros que la amamos tanto, y que queremos su felicidad antes que la nuestra.

Señor, mi madre era el alma de la casa; no preciso deciros qué vacío ha dejado su ausencia; más de lo que podríamos expresar, sufrimos por no verla más, pero entretanto sentimos una cierta quietud por no verla padecer más esos dolores atroces que sentía. Mi pobre madre era una mártir; debe obtener una bella recompensa por la paciencia y la dulzura con las cuales ella soportó todas sus angustias; su vida no fue sino una larga tortura de espíritu y de cuerpo. Sus sentimientos elevados y su fe en otra existencia le dieron sostén; ella tenía como un presentimiento y un recuerdo velado del mundo de los Espíritus; frecuentemente yo veía que ella sentía piedad de las cosas de nuestro planeta, y me decía: Nada de este mundo puede bastarme; tengo NOSTALGIA de un otro mundo.

Sr., en las respuestas que mi estimada y adorada madre os ha dado, nosotros hemos reconocido perfectamente su manera de pensar y de expresarse; ella gustaba mucho servirse de imágenes. Solamente estoy admirada de que ella no se haya acordado del envío de vuestra tarjeta-retrato, que le había dado un placer tan grande y tan vivo; yo debía haberos agradecido de su parte, pero mis numerosas ocupaciones durante los últimos tiempos de la enfermedad de mi venerada madre, no me permitieron hacerlo. Creo que más tarde se acordará mejor; por el momento ella está extasiada con los esplendores de su nueva vida; la existencia que acaba de completar no le parece sino un sueño penoso, ya bien lejos de ella. Mi padre y yo también esperamos que ella venga a decirnos algunas palabras de afecto, de que tenemos mucha necesidad. Señor, ¿sería una indiscreción pediros que nos comunicaseis cuando mi buena madre hable de nosotros? ¡Vos nos habéis hecho tanto bien al hablarnos de ella, diciéndonos de su parte que ya no sufre más! ¡Ah, nuevamente gracias, Señor! Oro a Dios, de corazón y de alma, que os recompense por esto. Al dejarme, mi querida madre me priva de la mejor de las madres, de la más tierna de las amigas; preciso tener la certeza de saber que es feliz, y necesito de mi creencia en el Espiritismo para tener un poco de fuerza. Dios me ha dado sostén; mi coraje ha sido mayor de lo que yo esperaba.

Atentamente.

Nota – Que los incrédulos se rían del Espiritismo todo lo que quieran; que sus adversarios más o menos interesados lo pongan en ridículo; que incluso profieran anatemas contra Él, y aún así no le quitarán ese poder consolador que produce la alegría del infeliz y que lo hace triunfar de la mala voluntad de los indiferentes, a pesar de sus esfuerzos para abatirlo. Los hombres están sedientos de felicidad; cuando no la encuentran en la Tierra, ¿no será un gran alivio tener la certeza de encontrarla en una otra vida, si se ha hecho lo que es necesario para merecerla? Por lo tanto, ¿qué les ofrece más alivios a los males de la Tierra? ¿Será el materialismo, con la horrible expectativa de la nada? ¿Será la perspectiva de las llamas eternas, a las cuales no escapa uno solo entre millones? No os equivoquéis; esta perspectiva es aún más horrible que la de la nada, y he aquí por qué aquellos, cuya razón se niega a admitirla, son llevados al materialismo; cuando el futuro sea presentado de una manera racional a los hombres, no habrá más materialistas. Por lo tanto, que no se admiren al ver que las ideas espíritas son recibidas con tanta solicitud por las masas, porque estas ideas aumentan el coraje en vez de abatirlo. El ejemplo de la felicidad es contagioso; cuando todos los hombres vean a su alrededor a personas felices gracias al Espiritismo, ellos se arrojarán a los brazos del Espiritismo como a una tabla de salvación, porque siempre preferirán una doctrina que sonría y que hable a la razón que a las que llenan de pavor. El ejemplo que acabamos de citar no es el único en su género; ellos se nos presentan a los millares, y la mayor alegría que Dios nos ha reservado aquí en la Tierra es la de ser testigo de los beneficios y de los progresos de una creencia que nuestros esfuerzos tienden a difundir. Son tan numerosas las personas de buena voluntad, las que vienen a beber en ella consuelos, que nosotros no podríamos perder nuestro tiempo ocupándonos con los indiferentes, que no tienen ningún deseo de convencerse. Aquellos que vienen a nosotros son suficientes para absorberlo; por eso no vamos en busca de nadie. He aquí por qué tampoco lo perdemos en espigar en campos estériles; el turno de los otros vendrá cuando Dios decida levantar el velo que los ciega, y ese tiempo vendrá más rápido de lo que ellos piensan, para la gloria de unos y para la vergüenza de otros.


La Srta. Pauline M...
(Evocación enviada por el Sr. Pichon, médium de Sens)

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí, mis buenos amigos.

2. Vuestros padres nos han solicitado que os preguntásemos si sois más feliz que en vuestra existencia terrena; ¿tendríais la amabilidad de decírnoslo? –Resp. ¡Oh, sí! Soy más feliz que ellos.

3. ¿Asistís a menudo a vuestra madre? –Resp. Yo casi no la dejo; pero ella no puede comprender todo el ánimo que le doy; si no fuese eso, ella no estaría tan mal. ¡Ella llora por mí y yo soy feliz! Dios me ha llamado: esto es un favor. Si todas las madres estuviesen bien compenetradas de las luces del Espiritismo, ¡cuánto consuelo tendrían ellas! Decidle a mi pobre madre que se resigne, porque sin esto se alejará de su hija querida. Toda persona que no es dócil a las pruebas que le envía su Creador, falta a los objetivos de sus pruebas. Que ella comprenda bien esto, porque entonces no me volverá a ver tan pronto. Ella me ha perdido materialmente, pero me reencontrará espiritualmente. Por lo tanto, que se apresure en restablecerse para asistir a vuestras sesiones; entonces podré consolarla mejor, y yo misma seré más feliz.

4. ¿Podríais manifestaros a ella de una manera más particular? ¿Podría ella serviros de médium? Así recibiría más consuelos que por nuestro intermedio. –Resp. Que ella tome un lápiz –como vos lo hacéis– y yo intentaré decirle algo. Esto es para nosotros muy difícil cuando no encontramos las disposiciones requeridas para ello.

5. ¿Podríais decirnos por qué Dios os retiró tan joven del seno de vuestra familia, de la cual erais la alegría y el consuelo? –Resp. Volved a leer.

6. ¿Querríais decirnos qué sentisteis en el instante de vuestra muerte? –Resp. Una turbación; yo no creía que estaba muerta. ¡Me dio tanta pena dejar a mi buena madre! Yo no me reconocía; pero cuando entendí lo que sucedía, no fue más la misma cosa.

7. ¿Ahora estáis completamente desmaterializada? –Resp. Sí.

8. ¿Podríais decirnos cuánto tiempo permanecisteis en el estado de turbación? –Resp. Permanecí seis semanas de las vuestras en dicho estado.

9. ¿En qué lugar estabais cuando os reconocisteis? –Resp. Junto a mi cuerpo; vi el cementerio y comprendí.

¡Madre! Yo estoy siempre a tu lado; te veo y te comprendo mucho mejor que cuando tenía mi cuerpo. Por lo tanto, deja de entristecerte, ya que sólo se ha perdido el pobre cuerpo que me habías dado. Tu hija está siempre ahí; no llores más; al contrario, regocíjate: es el único medio de hacerte el bien, y a mí también. Nosotras nos comprenderemos mejor; te diré muchas cosas afables; Dios me lo permitirá; oraremos juntas. Estarás entre estos hombres que trabajan para el bien de la Humanidad; participarás de sus trabajos; yo te ayudaré: esto servirá para el adelanto de ambas.

Tu hija que te ama,
PAULINE. P. D.

Daréis esto a mi madre; os seré agradecida.

10. ¿Pensáis que la convalecencia de vuestra madre será aún larga? –Resp. Esto dependerá de los consuelos que reciba y de su resignación.

11. ¿Os recordáis de todas vuestras reencarnaciones? –Resp. No; no de todas.

12. La penúltima ¿ha tenido lugar en la Tierra? –Resp. Sí; yo estaba en una gran casa de comercio.

13. ¿En qué época ha sido? –Resp. A principios del reino de Luis XIV.

14. ¿Recordáis algunos personajes de ese tiempo? –Resp. He conocido al duque de Orleáns, porque él se abastecía en nuestra casa de comercio. También he conocido a Mazarino y a una parte de su familia.

15. Vuestra última existencia ¿ha servido mucho para vuestro adelanto como Espíritu? –Resp. No me ha podido servir mucho porque no he sufrido ninguna prueba; en vez de para mí, ha sido para mis padres un motivo de pruebas.

16. Y vuestra penúltima existencia ¿ha sido más provechosa? –Resp. Sí, porque he tenido que pasar por muchas pruebas: los reveses de la fortuna, la muerte de todas las personas que me eran queridas, quedarme sola. Pero al confiar en mi Creador, soporté todo eso con resignación. Decidle a mi madre que haga como yo. ¡Que aquel que le lleve mi consuelo, estreche por mí la mano de todos mis parientes! Adiós.


Henri Murger

Nota – En una sesión espírita íntima, que tenía lugar en casa de uno de nuestros compañeros de la Sociedad, el 6 de febrero de 1861, el médium escribió espontáneamente lo siguiente:

Cuanto mayor es el espacio de los Cielos, mayor es la atmósfera, más bellas son las flores, más dulces son los frutos, y las aspiraciones son alcanzadas inclusive más allá de la ilusión. ¡Salve, nueva patria! ¡Salve, nueva morada! ¡Salve, felicidad, amor! ¡Cómo es pálida nuestra corta estación en la Tierra, y cómo debe sentirse feliz aquel que exhaló el suspiro de alivio por haber dejado el Tártaro por el Cielo! ¡Salve, verdadera bohemia! ¡Salve, verdadera tranquilidad! ¡Salve, sueños realizados! Adormecí alegre porque sabía que iba a despertar feliz. ¡Ah, agradezco a mis amigos por sus tiernos recuerdos!

H. MURGER


Las preguntas y las respuestas siguientes han sido realizadas el 8 de febrero en la Sociedad:

1. El miércoles vinisteis espontáneamente a comunicaros en casa de uno de nuestros compañeros, y dictasteis allí una página encantadora; sin embargo, allá no había nadie que os conociera personalmente; ¿queréis decirnos, por gentileza, a qué debemos el honor de vuestra visita? –Resp. He venido a dar pruebas de que vivo, para ser evocado hoy.

2. ¿Habíais sido llevado a las ideas espíritas? –Resp. Dos cosas: primero, yo las presentía; segundo, me dejaba llevar fácilmente por mis inspiraciones.

3. Parece que vuestra turbación ha durado poco tiempo, puesto que os expresáis tan prontamente, con tanta facilidad y claridad. –Resp. Fallecí con perfecto conocimiento de mí mismo y, por consecuencia, no tuve más que abrir los ojos del Espíritu, luego que se cerraron los ojos de la carne.

4. Este dictado puede ser considerado como un relato de vuestras primeras impresiones en el mundo donde estáis ahora; ¿podríais describirnos con más precisión lo que ha sucedido con vos desde el instante en que el alma dejó al cuerpo? –Resp. Me llené de alegría; volví a ver a rostros queridos que yo creía que nunca más los vería. Apenas desmaterializado, sólo tuve sensaciones casi terrenas.

5. ¿Podríais darnos una apreciación, desde vuestro punto de vista actual, de vuestra obra principal: La vie de bohème? –Resp. ¿Cómo queréis que, deslumbrado como estoy con los esplendores desconocidos de la resurrección, yo haga un examen retrospectivo de esta pobre obra, pálido reflejo de una juventud sufrida?

6. Uno de vuestros amigos, el Sr. Théodore Pelloquet, ha publicado en Le Siècle del 6 de febrero un artículo bibliográfico sobre vos. ¿Gustaríais dirigirle algunas palabras, así como a vuestros otros amigos y colegas de literatura, entre los cuales deben encontrarse algunos pocos creyentes en la vida futura? –Resp. Les diría que el éxito presente es semejante al oro transformado en hojas secas; lo que creemos, lo que esperamos –nosotros, los ávidos espigadores del campo parisiense– es el éxito, siempre el éxito, y nunca nuestros ojos se elevan al Cielo para pensar en Aquel que juzga nuestras obras en última instancia. ¿Mis palabras los cambiarán? No; arrastrados por la vida impetuosa que consume creencia y juventud, ellos oirán distraídos y pasarán olvidados.

7. ¿Veis aquí a Gérard de Nerval, que acaba de hablarnos de vos? –Resp. Lo veo, y a Musset, así como a la amable y gran Delphine; los veo a todos; ellos me ayudan, me alientan; me enseñan a hablar.

Nota – Esta pregunta fue motivada por la siguiente comunicación, que uno de los médiums de la Sociedad había escrito espontáneamente en el inicio de la sesión.

Un hermano ha llegado entre nosotros, feliz y dispuesto; él agradece al Cielo –como acabasteis de escuchar– por su liberación un poco lenta. La tristeza, las lágrimas y la sonrisa amarga están actualmente distantes, porque ahora percibimos muy bien que la sonrisa nunca es sincera entre vosotros; lo que es lamentable y verdaderamente penoso en la Tierra, es que es preciso reír; forzosamente es preciso reírse de nada, sobre todo en Francia, cuando se estaría dispuesto a soñar solitariamente. Lo que hay de horrible para el corazón que esperó mucho, es la desilusión, ese tétrico esqueleto cuyos contornos se quieren tocar en vano; la mano inquieta y trémula no encuentra más que los huesos. ¡Qué horror! Aquel que ha creído en el amor, en la religión, en la familia, en la amistad; aquellos que impunemente pueden mirar de frente esa máscara horrorosa que petrifica, ¡ah, éstos viven, aunque petrificados! Pero los que cantan como bohemios, ¡ah, éstos mueren bien rápido: han visto la cabeza de Medusa! Mi hermano Murger era de estos últimos.

Como veis, amigos, de aquí en adelante no vivimos más solamente en nuestras obras; a vuestro llamado estaremos también junto a vosotros. Lejos de enorgullecernos con este aire de felicidad que nos envuelve, vendremos a vosotros como si aún estuviésemos en la Tierra, y Murger cantará nuevamente.

GÉRARD DE NERVAL

El Espíritu y las rosas

(Evocación enviada por la Sra. de B..., de Nueva Orleáns)

Emma D..., linda niña fallecida a la edad de 7 años, después de 6 meses de sufrimientos, casi no comía más en las últimas seis semanas antes de su muerte.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí, Sra., ¿que deseáis?

2. Deseo saber dónde estáis, si sois feliz y por qué Dios les ha impuesto un pesar tan grande a vuestra encantadora madre y a vuestras hermanas, como el de vuestra muerte. –Resp. Estoy en medio de Espíritus buenos, que me aman y me instruyen; soy feliz, muy feliz; mi paso entre vosotros era sólo un resto de prueba física. Sufrí, pero ese sufrimiento no era nada; el mismo depuraba mi alma, al mismo tiempo que destruía mi pobre cuerpo. Ahora, aprendo sobre la vida del alma; estoy reencarnada, pero como Espíritu conservador; estoy en un mundo donde ninguno de nosotros permanece más tiempo que lo necesario a la duración de las enseñanzas que nos son dadas por los Grandes Espíritus. Fuera de esto viajo, previniendo infortunios y alejando tentaciones. Estoy a menudo por aquí; hay tantos pobres negros: siempre me he compadecido de ellos, pero ahora los amo. ¡Sí, los amo, pobres almas! Entre ellos hay muchos que son buenos, mejores que sus amos; e inclusive debemos compadecernos de los perezosos.

Estoy frecuentemente junto a mi madre querida; y cuando ella siente su corazón fortalecido, he sido yo quien le ha derramado el bálsamo divino. ¡Ay! Mas es preciso que ella sufra; pero más tarde todo será olvidado; y Lucie, mi amada Lucie, estará conmigo ante todo. Pero los otros vendrán; basta morir para estar así; nada más: uno cambia de cuerpo, apenas esto. Ya no tengo más aquel mal que me volvía un objeto de horror para cada uno; soy más feliz, y a la noche me inclino ante mi madre y la abrazo; ella no siente nada, pero entonces sueña conmigo, y me ve como yo era antes de mi horrible enfermedad. Comprended, señora, que soy feliz.

Yo quisiera que sean puestas rosas en el rincón del jardín donde antaño yo iba a dormir; sugerid a Lucie la idea de ponerlas allí. ¡Amaba tanto las rosas, y voy tan a menudo allá! Yo tengo rosas en ese mundo; pero Lucie duerme diariamente en mi antiguo rincón, y a cada día estoy también junto a ella; ¡la amo tanto!

3. Mi estimada niña, ¿será que yo podría veros? –Resp. No, todavía no. Aún no podéis verme; pero observad el rayo de sol sobre vuestra mesa: voy a atravesarlo. Gracias por haberme evocado; sed indulgente con mis hermanas. Adiós.

El Espíritu desapareció, haciendo sombra por un instante sobre el rayo de sol que continuaba. Al haber sido puestas las rosas en el pequeño y apreciado rincón, tres días después la médium escribió la palabra gracias en una carta, así como la firma de la niña, que hizo que escribiera lo siguiente: «Volved a comenzar vuestra carta; ¡qué le vamos a hacer! ¡Estoy tan feliz de tener una médium!» Regresaré. Gracias por las rosas. ¡Adiós!





Enseñanzas y disertaciones espíritas

La ley de Moisés y la ley del Cristo
(Comunicación obtenida por el Sr. R..., de Mulhouse)

Uno de nuestros suscriptores de Mulhouse nos dirige la carta y la comunicación siguientes: «...Aprovecho la ocasión que se presenta de escribiros para informaros sobre una comunicación que he recibido, como médium, de mi Espíritu protector, y que me parece interesante e instructiva a justo título; si la consideráis oportuna, os autorizo a hacer de ella el uso que creáis más útil. He aquí cuál ha sido el motivo de la misma. Inicialmente debo deciros que yo profeso el culto israelita, y que soy naturalmente llevado a las ideas religiosas en las cuales he sido educado. Yo había notado que, en todas las comunicaciones dadas por los Espíritus, siempre se trataban cuestiones de moral cristiana enseñadas por el Cristo, y que nunca se hablaba de la ley de Moisés. Entretanto, yo pensaba que los mandamientos de Dios, revelados por Moisés, me parecían ser el fundamento de la moral cristiana; que el Cristo pudo haber ampliado el cuadro al desarrollar sus consecuencias, pero que el germen estaba en la ley dictada en el Sinaí. Entonces me preguntaba si la mención tan frecuentemente repetida de la moral del Cristo –aunque la de Moisés no le fuese extraña– no provenía del hecho de que la mayor parte de las comunicaciones recibidas emanaban de Espíritus que habían pertenecido a la religión dominante, y si las mismas no serían un recuerdo de las ideas terrenas. Bajo la influencia de tales pensamientos evoqué a mi Espíritu protector, que fue uno de mis parientes cercanos y que se llamaba Mardoqueo R... He aquí las preguntas que le he dirigido y las respuestas que me ha dado.

1. En todas las comunicaciones dadas a la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, se cita a Jesús como siendo el que ha enseñado la más bella moral; ¿qué debo pensar de esto? –Resp. Sí, el Cristo ha sido el iniciador de la más pura moral, la más sublime: la moral evangélico-cristiana, que habrá de renovar al mundo, aproximar a los hombres y volver a todos hermanos; la moral que hará brotar de todos los corazones humanos la caridad, el amor al prójimo; que establecerá entre todos los hombres una solidaridad en común; en fin, una moral que habrá de transformar la Tierra y hacer de ésta una morada de Espíritus superiores a los que hoy la habitan. Así se cumple la ley del progreso, a la cual está sometida la naturaleza, y el Espiritismo es una de las fuerzas vivas de que Dios se sirve para hacer avanzar a la humanidad en la senda del progreso moral. Han llegado los tiempos en que las ideas morales deben desarrollarse para que se realicen los progresos que están en los designios de Dios; ellas deben seguir el mismo camino que han recorrido las ideas de libertad, que han sido sus precursoras. Pero no debe creerse que ese desarrollo se haga sin luchas; no. Para llegar a la madurez, ellas necesitan de conmociones y discusiones, a fin de atraer la atención de las masas; pero una vez llamada la atención, la belleza y la santidad de la moral impactarán a los Espíritus y éstos se dedicarán a una ciencia que les da la clave de la vida futura y que les abre las puertas de la eterna felicidad.

Dios es único, y Moisés es el Espíritu que Dios ha enviado en misión para darlo a conocer, no sólo a los hebreos, sino también a los pueblos paganos. El pueblo hebreo ha sido el instrumento del cual Dios se ha servido para hacer su revelación por medio de Moisés y de los profetas, y las vicisitudes de ese pueblo tan notable eran para llamar la atención de los hombres y para hacer caer el velo que ocultaba a la Divinidad.

2. ¿En qué, pues, la moral de Moisés es inferior a la del Cristo? –Resp. La moral que Moisés enseñó era apropiada al estado de adelanto en que se encontraban los pueblos que dicha moral estaba llamada a regenerar; y esos pueblos, casi salvajes en cuanto al perfeccionamiento de su alma, no hubieran comprendido que se pudiese adorar a Dios de otra manera que por medio de holocaustos, ni que fuese necesario perdonar a un enemigo. Su inteligencia –notable desde el punto de vista de la materia e incluso desde el de las artes y las ciencias– estaba muy atrasada en moralidad, y no se hubiese convertido bajo la influencia de una religión completamente espiritual; necesitaban una representación semimaterial, tal como la que ofrecía entonces la religión hebrea. Así, los holocaustos hablaban a sus sentidos, mientras que la idea de Dios hablaba a su Espíritu.

Los mandamientos de Dios, dados por intermedio de Moisés, contienen el germen de la más amplia moral cristiana; pero los comentarios de la Biblia limitaban su sentido, porque si esa moral se hubiese puesto en práctica en toda su pureza, no habría sido comprendida por entonces. Sin embargo, los diez mandamientos de Dios no dejaron por ello de ser su brillante frontispicio, como un faro que debía iluminar a la humanidad en el camino que habría de recorrer. Moisés abrió el camino; Jesús continuó la obra; el Espiritismo la concluirá.

3. El sábado ¿es un día consagrado? –Resp. Sí, el sábado es un día consagrado al reposo, a la oración; es el emblema de la eterna felicidad a la que aspiran todos los Espíritus, y a la cual solamente llegarán después de haberse perfeccionado por medio del trabajo, y después de haberse despojado de todas las impurezas del corazón humano a través de las reencarnaciones.

4. ¿Cómo se explica, entonces, que cada secta haya consagrado un día diferente? –Resp. Es cierto que cada secta ha consagrado un día diferente, pero esto no es un motivo para no ponerse de acuerdo. Dios acepta las plegarias y las formas de cada religión, desde que los actos correspondan a las enseñanzas. Sea cual fuere la forma con la que se invoque a Dios, la oración le es agradable si la intención es pura.

5. ¿Puede esperarse el establecimiento de una religión universal? –Resp. No en nuestro planeta o, al menos, no antes que haya hecho progresos, que algunos millares de generaciones aún no verán.

MARDOQUEO R...

Lecciones familiares de moral
(Enviadas por la condesa F..., de Varsovia, médium; traducidas del polaco.)

I
Queridos hijos míos: vuestra manera de comprender la voluntad de Dios es errónea, ya que tomáis todo lo que sucede como la expresión de esta voluntad. Dios conoce ciertamente todo lo que fue, todo lo que es y todo lo que será; su santa voluntad, siendo siempre la expresión de su amor divino, trae al realizarse la gracia y la bendición, mientras que el hombre, al desviarse de esta única senda, atrae sufrimientos que no son más que advertencias. El hombre de la actualidad, cegado infelizmente por el orgullo de su Espíritu o cubierto con el fango de sus pasiones, no quiere comprenderlas. Ahora bien, hijos míos, sabed que se acerca el tiempo en que el reino de la voluntad de Dios comenzará en la Tierra; entonces, desventurado aquel que aún osa oponerse a dicha voluntad, porque será quebrado como una caña, mientras que aquellos que se hayan enmendado verán abrirse para sí mismos los tesoros de la misericordia infinita. De este modo, veis que si la voluntad de Dios es la expresión de su amor, y por esto mismo inmutable y eterna, todo acto de rebeldía contra esta voluntad –aunque soportado con incomprensible sabiduría– no es más que temporal y pasajero, siendo más bien una prueba de la paciente misericordia de Dios, que la expresión de su voluntad.

II

Veo con placer, hijos míos, que vuestra fe no se debilita, a pesar de los ataques de los incrédulos. Si todos los hombres hubiesen acogido con el mismo esmero, con la misma perseverancia y sobre todo con la misma pureza de intenciones esta manifestación extraordinaria de la bondad divina –nueva puerta abierta a vuestro adelanto–, habría sido una prueba evidente de que el mundo no es tan malo ni tan endurecido como parece, y que –lo que es inadmisible– la mano de Dios se hubiera vuelto injustamente más pesada sobre los seres humanos. Por lo tanto, no os admiréis con la oposición que el Espiritismo encuentra en el mundo; destinado a combatir victoriosamente el egoísmo y a conseguir el triunfo de la caridad, Él está naturalmente expuesto a las persecuciones del egoísmo, del fanatismo, que a menudo deriva de ese egoísmo. Recordad lo que ha sido dicho hace tantos siglos: «Muchos son los llamados y pocos los escogidos». Pero el bien que viene de Dios, siempre terminará triunfando sobre el mal que viene de los hombres.

III

Dios ha hecho que la fe y la caridad desciendan a la Tierra para ayudar a los hombres a sacudir la doble tiranía del pecado y de la arbitrariedad, y no hay duda que con esos dos divinos motores, hace mucho tiempo ellos habrían alcanzado una felicidad tan perfecta como lo permiten la naturaleza humana y el estado físico de vuestro globo, si los hombres no hubiesen dejado que la fe se debilitara y que los corazones se endurecieran. Inclusive llegaron a creer por un momento que podrían desconsiderar la fe y salvarse exclusivamente por la caridad. Fue entonces que se vio nacer esa multitud de sistemas sociales, buenos en la intención que los movía, pero defectuosos e impracticables en la forma. Y diréis, ¿por qué son impracticables? ¿No están asentados en el desinterés de cada uno? Sí, indudablemente; pero para asentarse en el desinterés, primero es necesario que el desinterés exista; ahora bien, no basta decretarlo, es preciso inspirarlo. Sin la fe que da la certeza de las compensaciones de la vida futura, el desinterés es un engaño a los ojos del egoísta; he aquí por qué son inestables los sistemas que apenas reposan en los intereses materiales, y esto es tan cierto que el hombre no podría construir nada armonioso y duradero sin la fe, que no solamente le da una fuerza moral superior a todas las fuerzas físicas, sino que le abre la asistencia del mundo espiritual, permitiéndole beber en la fuente de la omnipotencia divina.

IV

«De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os mandaron, decid: No somos más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer». Estas palabras del Cristo os enseñan la humildad como la primera base de la fe y una de las primeras condiciones de la caridad. Aquel que tiene fe no olvida que Dios conoce todas las imperfecciones; por consecuencia, nunca piensa en querer parecer mejor de lo que es a los ojos del prójimo. El que tiene humildad siempre acoge con mansedumbre los reproches que le hacen, por más injustos que sean, porque –sabedlo bien– la injusticia jamás irrita al justo; pero es poniendo el dedo en alguna llaga envenenada de vuestra alma que se hace subir a vuestro rostro el rubor de la vergüenza, indicio cierto de un orgullo mal disimulado. Hijos míos, el orgullo es el mayor obstáculo a vuestro perfeccionamiento, porque de manera alguna os deja aprovechar las lecciones que os dan; por lo tanto, es combatiéndolo sin tregua y sin cuartel que trabajaréis mejor para vuestro adelanto.

V

Si echáis una mirada sobre el mundo que os rodea, veréis que todo es armonía: la armonía del mundo material es lo bello; entretanto, es aún la parte menos noble de la Creación. La armonía del mundo espiritual es el amor, emanación divina que llena los espacios y conduce a la criatura a su Creador. Hijos míos, tratad de llenar vuestros corazones con el amor; todo lo que podríais hacer de grande fuera de esta ley, no os sería tomado en cuenta; sólo el amor, cuando hayáis asegurado su triunfo en la Tierra, hará venir a vosotros el reino de Dios, prometido por los apóstoles.


Los Misioneros
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)

Voy a deciros algunas palabras para daros una idea del objetivo que se proponen los Misioneros al dejar la patria y la familia para ir a evangelizar a pueblos ignorantes o feroces, hermanos que son, pero inclinados al mal y desconocedores del bien; o para ir a predicar la mortificación, la confianza en Dios, la oración, la fe, la resignación en el dolor, la caridad, la esperanza de una vida mejor después del arrepentimiento. Preguntaréis, ¿esto es Espiritismo? Sí, almas de élite, que siempre habéis servido a Dios y que fielmente habéis observado sus leyes; que amáis y socorréis a vuestro prójimo: vosotros sois espíritas. Pero no conocéis esta palabra de creación nueva y véis un peligro en la misma. ¡Pues bien! Puesto que la palabra os asusta, no la pronunciemos más delante de vosotros, hasta que vosotros mismos vengáis a pedir este nombre, que resume la existencia de los Espíritus y sus manifestaciones: el Espiritismo. Hermanos amados, ¿qué son los Misioneros junto a las naciones que están en la infancia? Espíritus en misión, enviados por Dios, nuestro Padre, para esclarecer a pobres Espíritus más ignorantes; para enseñarles a esperar en Él, a conocerlo, a amarlo, a ser buenos esposos, buenos padres, buenos para con sus semejantes; para darles, tanto como permita su naturaleza inculta, la idea del bien y de lo bello. Ahora bien, vosotros que os enorgullecéis tanto de vuestra inteligencia, sabed que habéis partido de tan abajo como ellos y que aún tenéis mucho que realizar para llegar al más alto grado. Amigos míos, sin las misiones y los Misioneros, yo os pregunto, ¿en qué se volverían esas pobres personas, abandonadas a sus pasiones y a su naturaleza salvaje? Pero habréis de preguntar: ¿Sois vosotros que, a ejemplo de esos hombres abnegados, iréis a predicar el Evangelio a esos hermanos rudos? No, no seréis vosotros. Tenéis familia, amigos, una posición que no podéis abandonar. No, no seréis vosotros, que gustáis de las ternuras del hogar. No, no seréis vosotros, que tenéis fortuna, honras, en fin, todas las felicidades que satisfacen vuestra vanidad y vuestro egoísmo; no, no seréis vosotros. Son necesarios hombres que dejen el techo paterno y la patria con alegría; hombres que no den excesiva importancia al cuerpo, porque frecuentemente él es cortado a sangre y fuego; son necesarios hombres que estén bien convencidos de que, si van a trabajar en la viña del Señor y regarla con su propia sangre, encontrarán en lo Alto la recompensa de tantos sacrificios. ¿Decid si los materialistas serían capaces de tal abnegación, ellos que nada más esperan de esta vida? Creedme, son Espíritus enviados por Dios. Por lo tanto, no riáis más de aquello que llamáis de tontería, porque ellos son instruidos y, al exponer sus vidas para esclarecer a sus hermanos ignorantes, tienen derecho a vuestro respeto y a vuestra simpatía. Sí, son Espíritus encarnados que tienen la peligrosa misión de cultivar esas inteligencias, como otros Espíritus más elevados tienen como misión hacer que vosotros mismos progreséis.

Amigos míos, lo que acabamos de hacer es Espiritismo; no os asustéis, pues, con esta palabra; sobre todo, no os riáis de Él, porque es el símbolo de la ley universal que rige los seres vivos de la Creación.

ADOLFO, obispo de Argel.

Francia
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)

Tierra de los francos: tú también estabas inmersa en la barbarie, y tus cohortes salvajes llevaban el pavor y la desolación hasta el seno de las naciones civilizadas. Ofrecías montañas de sacrificios humanos a Teutates y temblabas ante la voz de los druidas que elegían a sus víctimas. Los dólmenes que te servían de altares ¡yacen en medio de páramos estériles! Y el pastor que hacia allí lleva sus flacos rebaños observa con asombro esos bloques de granito, y se pregunta ¡para qué han servido esos recuerdos de otros tiempos! Tus hijos, entretanto, llenos de bravura, dominaban a las naciones y volvían a la tierra natal con la frente triunfante, llevando en sus manos los trofeos de sus victorias ¡y arrastrando a los vencidos a una vergonzosa esclavitud! Pero Dios quería que tomaras tu lugar entre las naciones, y te envió Espíritus buenos, apóstoles de una nueva religión, que venían a enseñar a tus hijos salvajes el amor, el perdón, la caridad. Y cuando Clodoveo, al frente de sus ejércitos, pidió socorro a ese Dios poderoso, Él acudió a su ruego, le dio la victoria y, como hijo agradecido, ¡el vencedor abrazó el Cristianismo! El apóstol del Cristo, al derramarle la santa unción, inspirado por el Espíritu de Dios, le ordenó adorar lo que había quemado, y quemar lo que había adorado.

Entonces comenzó para ti una larga lucha entre tus hijos, que no se decidían a afrontar la cólera de sus dioses y de sus sacerdotes, y no fue sino después de que la sangre de los mártires regó tu suelo, a fin de hacer germinar allí sus enseñanzas, que poco a poco sacudiste de tu corazón el culto de tus antepasados, para seguir el de tus reyes. Éstos eran bravos y valientes; a su turno iban a combatir a las hordas salvajes de los bárbaros del Norte; y, al volver a la calma de sus palacios, se aplicaban al progreso y a la civilización de sus pueblos. Durante una larga serie de siglos se los ve cumplir ese progreso –lentamente, es verdad–, pero finalmente ellos te han colocado en primera línea.

A pesar de ello, tantas veces fuiste culpable que el brazo de Dios se levantó y estaba preparado para exterminarte; pero si el suelo francés es un foco de incredulidad y de ateísmo, es también el foco de impulsos generosos, de la caridad y de los sublimes sacrificios; al lado de la impiedad florecen las virtudes enseñadas por el Evangelio. Ellas desarmaron su brazo, preparado para alcanzarte tantas veces y, al lanzar sobre ese pueblo que ama una mirada de clemencia, Él lo eligió para ser el instrumento de su voluntad, y es de su seno que deben salir los gérmenes de la Doctrina Espírita, que Dios hace enseñar por medio de los Espíritus buenos, a fin de que sus rayos benéficos penetren poco a poco el corazón de todas las naciones, y que los pueblos, consolados por preceptos de amor, de caridad, de perdón y de justicia, marchen a pasos de gigante hacia la gran reforma moral que debe regenerar a la Humanidad. ¡Francia! Tu futuro está en tus manos; si menosprecias la voz celestial que te llama a esos gloriosos destinos; si tu indiferencia te hace rechazar la luz que debes esparcir, Dios te repudiaría, como antaño repudió al pueblo hebreo, pues Él estará con aquel que cumpla sus designios. ¡Apresúrate, entonces, porque el momento ha llegado! Que los pueblos aprendan de ti el camino de la verdadera felicidad; que tu ejemplo les muestre los frutos consoladores que deben retirar, y ellos repetirán a coro con los Espíritus buenos: ¡Dios proteja y bendiga a Francia!

CARLOMAGNO


La ingratitud
(Disertación enviada por el Sr. Pichon, médium de Sens)

Es necesario ayudar siempre a los frágiles y a los que tienen el deseo de hacer el bien, aunque sepamos de antemano que no seremos recompensados por aquellos a quien lo hacemos, porque el que se niega a agradeceros por la asistencia que le habéis dado, no siempre es tan ingrato como imagináis: bien a menudo éste actúa según los fines que Dios se ha propuesto, y muy frecuentemente sus fines no pueden ser apreciados por vosotros. Que os baste saber que es necesario hacer el bien por deber y por amor a Dios, porque Jesús ha dicho: «Quienes hacen el bien con ostentación ya han recibido su recompensa». Sabed que si aquel a quien ayudáis se olvida de ese beneficio, Dios os lo tendrá más en cuenta de que si ya hubieseis sido recompensados por la gratitud de vuestro beneficiado.
Sócrates
ALLAN KARDEC