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Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861 > Agosto
Agosto
Fenómenos psicofisiológicos
De los individuos que hablan de sí mismos en tercera persona
El diario Le Siècle del 4 de julio de 1861 cita el siguiente hecho, según el periódico de El Havre: «Acaba de morir en el hospicio un hombre que era víctima de una aberración mental de las más singulares. Era un soldado llamado Pierre Valin, que había sido herido en la cabeza en la batalla de Solferino. A pesar de que su herida estaba completamente cicatrizada, él se creía que había muerto desde ese momento.
«Cuando le preguntaban por su salud, respondía: “¿Queréis saber cómo está Pierre Valin? ¡Pobre muchacho! Lo mataron de un tiro en la cabeza en Solferino. Lo que veis aquí no es Valin, sino una máquina parecida con él, pero muy mal hecha; deberíais pedir que hicieran otra”.
«Al hablar de sí mismo, jamás decía yo o mío, sino éste. A menudo caía en un estado de completa inmovilidad y de insensibilidad, que duraba varios días. Contra esa enfermedad se le aplicaron cataplasmas y vesicantes, lo que nunca le produjeron la menor señal de dolor. Frecuentemente se examinaba la sensibilidad de la piel de este hombre, pellizcándosele los brazos y las piernas, pero no manifestaba el más mínimo sufrimiento.
«Para estar más seguro de que él no disimulaba, el médico mandaba pincharlo con vehemencia por la espalda mientras conversaban; el paciente no percibía nada. A menudo Pierre Valin se negaba a comer, diciendo que esto no era necesario; además, decía que éste no tenía estómago, etc.
«Por otra parte, este hecho no es el único en el género. Otro soldado, también herido en la cabeza, hablaba siempre en tercera persona y en femenino. Exclamaba: “¡Ah, cómo ella sufre! ¡Ella tiene mucha sed!, etc.” Inicialmente le hicieron percibir su error y él concordó, bastante sorprendido; pero constantemente caía en el mismo error y, en el último período de su vida, solamente se expresaba de esa manera.
«Un zuavo, igualmente herido en la cabeza, aunque completamente curado, había perdido la memoria de los sustantivos. Como sargento instructor, a pesar de que sabía muy bien los nombres de los soldados de su escuadrón, los designaba con estas palabras: El gran moreno, el pequeño castaño, etc. Para comandar se valía de circunloquios cuando designaba el fusil o el sable, etc. Fueron obligados a mandarlo para casa.
«Los últimos años del célebre médico Baudelocque ofrecieron el ejemplo de una lesión análoga, pero menos expuesta. Él recordaba muy bien lo que había hecho cuando tenía salud; reconocía por la voz (porque había quedado ciego) a las personas que venían a verlo, pero no tenía ninguna conciencia de su existencia. Si le preguntaban, por ejemplo: ¿Cómo va la cabeza? Él respondía: “Yo no tengo cabeza”. Si le pedían el brazo para tomarle el pulso, decía que no sabía dónde estaba. Un día, él mismo quiso tomarse el pulso; le pusieron la mano derecha sobre la muñeca izquierda; después preguntó si era realmente su mano que sentía, luego de él haber evaluado que estaba muy bien su pulso.»
La Fisiología nos ofrece a cada paso fenómenos que parecen anomalías y ante los cuales permanece muda. ¿Por qué sucede esto? Nosotros ya lo hemos dicho, y no estaría de más repetirlo: porque ella quiere atribuir todo al elemento material, sin tener absolutamente en cuenta el elemento espiritual. Mientras se obstine en ese camino restrictivo, ella será impotente en resolver los miles de problemas que surgen a cada instante bajo su escalpelo, como diciéndole: “Bien ves que existe algo más allá de la materia, pues apenas con la materia no puedes explicarlo todo”. Y aquí no hablamos solamente de algunos fenómenos raros que podrían tomarla desprevenida, sino de los efectos más comunes. ¿Por lo menos se habrá dado cuenta de los sueños? Ni siquiera hablamos de los sueños reales, de los que son percepciones reales de las cosas ausentes, presentes o futuras, sino simplemente de los sueños fantásticos o de los recuerdos; ¿explica ella cómo se producen esas imágenes tan claras y tan nítidas que a veces se nos aparecen? ¿Cuál es ese espejo mágico que conserva así la impresión de las cosas? En el sonambulismo natural, que nadie objeta, ¿explica ella de dónde viene esa extraña facultad de ver sin la ayuda de los ojos? No de ver vagamente, sino los más minuciosos detalles, a tal punto de poder hacer con precisión y regularidad los trabajos que en estado normal exigirían una visión aguzada. Por lo tanto, hay en nosotros algo que ve independientemente de los ojos. En ese estado, no sólo el sensitivo actúa, sino que piensa, calcula, combina, prevé y se entrega a los trabajos de inteligencia de los cuales es incapaz en estado de vigilia y de los que no conserva ningun recuerdo; por lo tanto, hay algo que piensa independientemente de la materia. ¿Qué es ese algo? Allí es donde ella se detiene. Sin embargo, esos hechos no son raros; más de un científico irá a las antípodas para ver y calcular un eclipse, pero no irá a la casa de su vecino para observar un fenómeno del alma. Los hechos naturales y espontáneos, que prueban la acción independiente de un principio inteligente, son muy numerosos, pero esta acción resalta aún con más evidencia en los fenómenos magnéticos y espíritas, donde el aislamiento de ese principio se produce –por así decirlo– a voluntad.
Volvamos a nuestro tema. Hemos relatado un hecho análogo en la Revista de junio de 1861, a propósito de la evocación del marqués de Saint-Paul. En sus últimos momentos repetía: «Él tiene sed; es necesario darle de beber. Él tiene frío; hay que darle calor. Él tiene un dolor en tal parte, etc.» Y cuando alguien le decía: «Pero sois vos quien tiene sed», respondía: «No, es él». Sucede que el yo pensante está en el Espíritu y no en el cuerpo; el Espíritu, ya parcialmente desprendido, consideraba al cuerpo como otra individualidad, que no era él propiamente hablando. Por lo tanto, era a su cuerpo al que había que darle de beber, y no al Espíritu. Así, cuando en la evocación se le hizo la pregunta: ¿Por qué hablabais siempre en tercera persona? Él respondió: «Porque yo veía –como os he dicho– y percibía nítidamente las diferencias que existen entre lo físico y lo moral; estas diferencias, ligadas entre sí por el fluido vital, son vistas con mucha nitidez por los moribundos clarividentes».
Una causa semejante debe haber producido el efecto notado en los militares de los cuales se habló. Tal vez se dirá que la herida haya determinado una especie de locura; pero el marqués de Saint-Paul no recibió ninguna herida; él estaba en pleno uso de la razón, y de esto tenemos certeza porque hemos obtenido esta información de su propia hermana, miembro de la Sociedad. Lo que se produjo espontáneamente en él pudo perfectamente haber sido determinado en los otros por una causa accidental. Además, todos los magnetizadores saben que es muy común para los sonámbulos hablar en tercera persona, haciendo así la distinción entre la personalidad del alma o Espíritu, y la del cuerpo.
En el estado normal las dos individualidades se confunden y su perfecta asimilación es necesaria para la armonía de los actos de la vida; pero el principio inteligente es como esos gases que no se prenden a ciertos cuerpos sólidos sino por una cohesión efímera, y se escapan al primer soplo. Hay siempre una tendencia para desembarazarse del fardo corporal, desde que la fuerza que mantiene el equilibrio deje de actuar por alguna causa. Sólo la actividad armónica de los órganos mantiene la unión íntima y completa del alma y del cuerpo; pero a la menor suspensión de esta actividad el alma retoma su vuelo: es lo que sucede en el sueño, en la somnolencia, en el simple entorpecimiento de los sentidos, en la catalepsia, en el letargo, en el sonambulismo natural o magnético, en el éxtasis, en lo que se llama el sueño despierto o doble vista, en las inspiraciones del genio y en todas las grandes tensiones del Espíritu que frecuentemente vuelven al cuerpo insensible. En fin, es lo que puede tener lugar como consecuencia de ciertos estados patológicos. Una multitud de fenómenos morales no tiene otra causa sino la emancipación del alma. La Medicina bien que admite la influencia de las causas morales, pero ella no admite el elemento moral como principio activo; es porque confunde esos fenómenos con la locura orgánica y porque también le aplica un tratamiento puramente físico que, muy a menudo, determina la verdadera locura donde sólo había una apariencia de la misma.
Entre los hechos citados hay uno que parece bastante singular: el del militar que hablaba en tercera persona y en femenino. El elemento primitivo del fenómeno es –como ya lo hemos dicho– la distinción de las dos personalidades, en consecuencia del desprendimiento del Espíritu; pero hay otro elemento, que nos revela el Espiritismo, y al que debemos tener en cuenta, porque pueden dar a las ideas un carácter particular: es el vago recuerdo de las existencias anteriores que, en el estado de emancipación del alma, puede despertar y permitir un vistazo retrospectivo sobre algunos puntos del pasado. En tales condiciones el desprendimiento del alma jamás es completo, y las ideas –al resentirse por el debilitamiento de los órganos– no pueden ser muy lúcidas, ya que tampoco lo están enteramente en los primeros instantes que siguen a la muerte. Supongamos que el hombre del cual hablamos haya sido mujer en la encarnación anterior: la idea que pudiese haber conservado de la misma podría confundirse con la de su estado presente.
¿No podría encontrarse en ese hecho la causa primera de la idea fija de ciertos alienados que se creen reyes? Si ellos lo han sido en otra existencia, puede quedarles un recuerdo que les cause esa ilusión. No es más que una suposición, pero que, para las personas esclarecidas en Espiritismo, no está desprovista de verosimilitud. Si esa causa es posible en este caso, se dirá que no podría aplicarse a los que se creen lobos o cerdos, ya que se sabe que el hombre nunca ha sido animal. Ciertamente, pero un hombre puede haber estado en una condición abyecta que lo obligase a vivir entre los animales inmundos o salvajes; allí puede estar la fuente de esa ilusión que, en algunos, bien podría haberles sido impuesta como punición de los actos de su vida actual. Cuando se presentan hechos de la naturaleza de los que hemos relatado, si en lugar de asimilarlos sistemáticamente a las enfermedades puramente corporales, se siguieran con atención todas las fases con la ayuda de datos suministrados por las observaciones espíritas, se reconocería sin dificultad la doble causa que les asignamos, y se comprendería que no es con duchas, cauterizaciones ni sangrías que pueden ser remediados.
El caso del Dr. Baudelocque también encuentra su explicación en causas análogas. Dice el artículo que él no tenía ninguna conciencia de su existencia; esto es un error, porque no se creía muerto; solamente no tenía conciencia de su existencia corporal. Se encontraba en un estado más o menos semejante al de ciertos Espíritus que, en los primeros tiempos que se siguen a la muerte, no creen estar muertos y toman a su cuerpo por el de otro; la turbación en la que se encuentran no les permite que se den cuenta de su situación. Lo que sucede con ciertos desencarnados puede ocurrir con ciertos encarnados; es así que el Dr. Baudelocque podía hacer abstracción de su cuerpo y decir que no tenía más cabeza, porque, en efecto, su Espíritu no tenía más la cabeza carnal. Las observaciones espíritas proporcionan numerosos ejemplos de ese género, proyectando así una luz completamente nueva sobre una infinita variedad de fenómenos hasta ese día inexplicados e inexplicables, sin las bases dadas por el Espiritismo.
Quedaría por examinar el caso del zuavo que había perdido la memoria de los sustantivos; pero esto no puede ser explicado sino a través de consideraciones de un otro orden, que son del dominio de la Fisiología orgánica. Los desarrollos que conlleva nos recomiendan que le dediquemos un artículo especial, que próximamente publicaremos.
De los individuos que hablan de sí mismos en tercera persona
El diario Le Siècle del 4 de julio de 1861 cita el siguiente hecho, según el periódico de El Havre: «Acaba de morir en el hospicio un hombre que era víctima de una aberración mental de las más singulares. Era un soldado llamado Pierre Valin, que había sido herido en la cabeza en la batalla de Solferino. A pesar de que su herida estaba completamente cicatrizada, él se creía que había muerto desde ese momento.
«Cuando le preguntaban por su salud, respondía: “¿Queréis saber cómo está Pierre Valin? ¡Pobre muchacho! Lo mataron de un tiro en la cabeza en Solferino. Lo que veis aquí no es Valin, sino una máquina parecida con él, pero muy mal hecha; deberíais pedir que hicieran otra”.
«Al hablar de sí mismo, jamás decía yo o mío, sino éste. A menudo caía en un estado de completa inmovilidad y de insensibilidad, que duraba varios días. Contra esa enfermedad se le aplicaron cataplasmas y vesicantes, lo que nunca le produjeron la menor señal de dolor. Frecuentemente se examinaba la sensibilidad de la piel de este hombre, pellizcándosele los brazos y las piernas, pero no manifestaba el más mínimo sufrimiento.
«Para estar más seguro de que él no disimulaba, el médico mandaba pincharlo con vehemencia por la espalda mientras conversaban; el paciente no percibía nada. A menudo Pierre Valin se negaba a comer, diciendo que esto no era necesario; además, decía que éste no tenía estómago, etc.
«Por otra parte, este hecho no es el único en el género. Otro soldado, también herido en la cabeza, hablaba siempre en tercera persona y en femenino. Exclamaba: “¡Ah, cómo ella sufre! ¡Ella tiene mucha sed!, etc.” Inicialmente le hicieron percibir su error y él concordó, bastante sorprendido; pero constantemente caía en el mismo error y, en el último período de su vida, solamente se expresaba de esa manera.
«Un zuavo, igualmente herido en la cabeza, aunque completamente curado, había perdido la memoria de los sustantivos. Como sargento instructor, a pesar de que sabía muy bien los nombres de los soldados de su escuadrón, los designaba con estas palabras: El gran moreno, el pequeño castaño, etc. Para comandar se valía de circunloquios cuando designaba el fusil o el sable, etc. Fueron obligados a mandarlo para casa.
«Los últimos años del célebre médico Baudelocque ofrecieron el ejemplo de una lesión análoga, pero menos expuesta. Él recordaba muy bien lo que había hecho cuando tenía salud; reconocía por la voz (porque había quedado ciego) a las personas que venían a verlo, pero no tenía ninguna conciencia de su existencia. Si le preguntaban, por ejemplo: ¿Cómo va la cabeza? Él respondía: “Yo no tengo cabeza”. Si le pedían el brazo para tomarle el pulso, decía que no sabía dónde estaba. Un día, él mismo quiso tomarse el pulso; le pusieron la mano derecha sobre la muñeca izquierda; después preguntó si era realmente su mano que sentía, luego de él haber evaluado que estaba muy bien su pulso.»
La Fisiología nos ofrece a cada paso fenómenos que parecen anomalías y ante los cuales permanece muda. ¿Por qué sucede esto? Nosotros ya lo hemos dicho, y no estaría de más repetirlo: porque ella quiere atribuir todo al elemento material, sin tener absolutamente en cuenta el elemento espiritual. Mientras se obstine en ese camino restrictivo, ella será impotente en resolver los miles de problemas que surgen a cada instante bajo su escalpelo, como diciéndole: “Bien ves que existe algo más allá de la materia, pues apenas con la materia no puedes explicarlo todo”. Y aquí no hablamos solamente de algunos fenómenos raros que podrían tomarla desprevenida, sino de los efectos más comunes. ¿Por lo menos se habrá dado cuenta de los sueños? Ni siquiera hablamos de los sueños reales, de los que son percepciones reales de las cosas ausentes, presentes o futuras, sino simplemente de los sueños fantásticos o de los recuerdos; ¿explica ella cómo se producen esas imágenes tan claras y tan nítidas que a veces se nos aparecen? ¿Cuál es ese espejo mágico que conserva así la impresión de las cosas? En el sonambulismo natural, que nadie objeta, ¿explica ella de dónde viene esa extraña facultad de ver sin la ayuda de los ojos? No de ver vagamente, sino los más minuciosos detalles, a tal punto de poder hacer con precisión y regularidad los trabajos que en estado normal exigirían una visión aguzada. Por lo tanto, hay en nosotros algo que ve independientemente de los ojos. En ese estado, no sólo el sensitivo actúa, sino que piensa, calcula, combina, prevé y se entrega a los trabajos de inteligencia de los cuales es incapaz en estado de vigilia y de los que no conserva ningun recuerdo; por lo tanto, hay algo que piensa independientemente de la materia. ¿Qué es ese algo? Allí es donde ella se detiene. Sin embargo, esos hechos no son raros; más de un científico irá a las antípodas para ver y calcular un eclipse, pero no irá a la casa de su vecino para observar un fenómeno del alma. Los hechos naturales y espontáneos, que prueban la acción independiente de un principio inteligente, son muy numerosos, pero esta acción resalta aún con más evidencia en los fenómenos magnéticos y espíritas, donde el aislamiento de ese principio se produce –por así decirlo– a voluntad.
Volvamos a nuestro tema. Hemos relatado un hecho análogo en la Revista de junio de 1861, a propósito de la evocación del marqués de Saint-Paul. En sus últimos momentos repetía: «Él tiene sed; es necesario darle de beber. Él tiene frío; hay que darle calor. Él tiene un dolor en tal parte, etc.» Y cuando alguien le decía: «Pero sois vos quien tiene sed», respondía: «No, es él». Sucede que el yo pensante está en el Espíritu y no en el cuerpo; el Espíritu, ya parcialmente desprendido, consideraba al cuerpo como otra individualidad, que no era él propiamente hablando. Por lo tanto, era a su cuerpo al que había que darle de beber, y no al Espíritu. Así, cuando en la evocación se le hizo la pregunta: ¿Por qué hablabais siempre en tercera persona? Él respondió: «Porque yo veía –como os he dicho– y percibía nítidamente las diferencias que existen entre lo físico y lo moral; estas diferencias, ligadas entre sí por el fluido vital, son vistas con mucha nitidez por los moribundos clarividentes».
Una causa semejante debe haber producido el efecto notado en los militares de los cuales se habló. Tal vez se dirá que la herida haya determinado una especie de locura; pero el marqués de Saint-Paul no recibió ninguna herida; él estaba en pleno uso de la razón, y de esto tenemos certeza porque hemos obtenido esta información de su propia hermana, miembro de la Sociedad. Lo que se produjo espontáneamente en él pudo perfectamente haber sido determinado en los otros por una causa accidental. Además, todos los magnetizadores saben que es muy común para los sonámbulos hablar en tercera persona, haciendo así la distinción entre la personalidad del alma o Espíritu, y la del cuerpo.
En el estado normal las dos individualidades se confunden y su perfecta asimilación es necesaria para la armonía de los actos de la vida; pero el principio inteligente es como esos gases que no se prenden a ciertos cuerpos sólidos sino por una cohesión efímera, y se escapan al primer soplo. Hay siempre una tendencia para desembarazarse del fardo corporal, desde que la fuerza que mantiene el equilibrio deje de actuar por alguna causa. Sólo la actividad armónica de los órganos mantiene la unión íntima y completa del alma y del cuerpo; pero a la menor suspensión de esta actividad el alma retoma su vuelo: es lo que sucede en el sueño, en la somnolencia, en el simple entorpecimiento de los sentidos, en la catalepsia, en el letargo, en el sonambulismo natural o magnético, en el éxtasis, en lo que se llama el sueño despierto o doble vista, en las inspiraciones del genio y en todas las grandes tensiones del Espíritu que frecuentemente vuelven al cuerpo insensible. En fin, es lo que puede tener lugar como consecuencia de ciertos estados patológicos. Una multitud de fenómenos morales no tiene otra causa sino la emancipación del alma. La Medicina bien que admite la influencia de las causas morales, pero ella no admite el elemento moral como principio activo; es porque confunde esos fenómenos con la locura orgánica y porque también le aplica un tratamiento puramente físico que, muy a menudo, determina la verdadera locura donde sólo había una apariencia de la misma.
Entre los hechos citados hay uno que parece bastante singular: el del militar que hablaba en tercera persona y en femenino. El elemento primitivo del fenómeno es –como ya lo hemos dicho– la distinción de las dos personalidades, en consecuencia del desprendimiento del Espíritu; pero hay otro elemento, que nos revela el Espiritismo, y al que debemos tener en cuenta, porque pueden dar a las ideas un carácter particular: es el vago recuerdo de las existencias anteriores que, en el estado de emancipación del alma, puede despertar y permitir un vistazo retrospectivo sobre algunos puntos del pasado. En tales condiciones el desprendimiento del alma jamás es completo, y las ideas –al resentirse por el debilitamiento de los órganos– no pueden ser muy lúcidas, ya que tampoco lo están enteramente en los primeros instantes que siguen a la muerte. Supongamos que el hombre del cual hablamos haya sido mujer en la encarnación anterior: la idea que pudiese haber conservado de la misma podría confundirse con la de su estado presente.
¿No podría encontrarse en ese hecho la causa primera de la idea fija de ciertos alienados que se creen reyes? Si ellos lo han sido en otra existencia, puede quedarles un recuerdo que les cause esa ilusión. No es más que una suposición, pero que, para las personas esclarecidas en Espiritismo, no está desprovista de verosimilitud. Si esa causa es posible en este caso, se dirá que no podría aplicarse a los que se creen lobos o cerdos, ya que se sabe que el hombre nunca ha sido animal. Ciertamente, pero un hombre puede haber estado en una condición abyecta que lo obligase a vivir entre los animales inmundos o salvajes; allí puede estar la fuente de esa ilusión que, en algunos, bien podría haberles sido impuesta como punición de los actos de su vida actual. Cuando se presentan hechos de la naturaleza de los que hemos relatado, si en lugar de asimilarlos sistemáticamente a las enfermedades puramente corporales, se siguieran con atención todas las fases con la ayuda de datos suministrados por las observaciones espíritas, se reconocería sin dificultad la doble causa que les asignamos, y se comprendería que no es con duchas, cauterizaciones ni sangrías que pueden ser remediados.
El caso del Dr. Baudelocque también encuentra su explicación en causas análogas. Dice el artículo que él no tenía ninguna conciencia de su existencia; esto es un error, porque no se creía muerto; solamente no tenía conciencia de su existencia corporal. Se encontraba en un estado más o menos semejante al de ciertos Espíritus que, en los primeros tiempos que se siguen a la muerte, no creen estar muertos y toman a su cuerpo por el de otro; la turbación en la que se encuentran no les permite que se den cuenta de su situación. Lo que sucede con ciertos desencarnados puede ocurrir con ciertos encarnados; es así que el Dr. Baudelocque podía hacer abstracción de su cuerpo y decir que no tenía más cabeza, porque, en efecto, su Espíritu no tenía más la cabeza carnal. Las observaciones espíritas proporcionan numerosos ejemplos de ese género, proyectando así una luz completamente nueva sobre una infinita variedad de fenómenos hasta ese día inexplicados e inexplicables, sin las bases dadas por el Espiritismo.
Quedaría por examinar el caso del zuavo que había perdido la memoria de los sustantivos; pero esto no puede ser explicado sino a través de consideraciones de un otro orden, que son del dominio de la Fisiología orgánica. Los desarrollos que conlleva nos recomiendan que le dediquemos un artículo especial, que próximamente publicaremos.
Manifestaciones norteamericanas
Leemos en The Banner of Light, periódico de Nueva York, del 18 de mayo de 1861:
«Pensando que los siguientes hechos son dignos de atención, los hemos reunido para ser publicados por The Banner, y los hacemos acompañar de nuestras firmas, a fin de atestiguar la autenticidad de los mismos.
«En la mañana del miércoles 1º mayo solicitamos al Sr. Fay, médium, que se reuniera con nosotros en la casa del Sr. Hallock, en Nueva York. El médium se sentó cerca de una mesa, sobre la cual fueron colocados una corneta de estaño, un violín y tres pedazos de soga. Los invitados se sentaron en semicírculo y se pusieron de frente al médium, a seis o siete pulgadas de la mesa; sus manos se tocaban para que cada uno tuviera la certeza de que nadie saldría de su lugar durante las experiencias que vamos a narrar. La luz fue disminuida y se pidió a los invitados que cantaran; algunos minutos después, con la luz aumentada, el médium se encontraba en su silla, con los brazos cruzados y las muñecas atadas con la soga apretada y firme, a punto de dificultar la circulación y de causar hinchazón de las manos. La punta de la soga había pasado por detrás de la silla y sujetaba las piernas a las barras. Otra soga amarraba fuertemente las rodillas, mientras que la tercera soga prendía de la misma manera los tobillos. En estas condiciones era evidente que el médium no podía caminar, ni levantarse, ni usar las manos.
«Un miembro del círculo puso una hoja de papel en el suelo, debajo de los pies del médium, y trazó con un lápiz el contorno de sus pies. La luz fue disminuida y casi inmediatamente la corneta, impulsada por una fuerza invisible, comenzó a golpear rápida y violentamente sobre la mesa, de modo que dejó varias marcas. De la corneta salía una voz que conversaba con los presentes; la articulación de las palabras era muy clara; el sonido era el de una voz masculina y el tono algunas veces más alto que el de una conversación normal. Otra voz, más baja, un poco gutural y menos clara, conversaba también con los asistentes. La luz fue aumentada y el médium se encontraba en su silla, con los pies y las manos atadas –como ya habíamos dicho– y con los pies sobre el papel, dentro de las líneas trazadas con lápiz. La luz fue nuevamente disminuida y la corneta recomenzó como antes. Fue solicitado a las personas que cantasen, y las manifestaciones cesaron. Las experiencias fueron repetidas varias veces y el médium se encontraba siempre en el mismo estado. Esta ha sido la primera serie de manifestaciones.
«De nuevo fue disminuida la luz, los miembros cantaron durante algunos momentos, después de lo cual, al aumentarse la luz, se constató que el médium estaba siempre atado en su silla. Una campanilla fue puesta en la mesa y, tan pronto como la oscuridad se hizo, la campanilla comenzó a golpear en la mesa, en la corneta y en el suelo; fue retirada de la mesa y empezó a tocar muy fuerte, pareciendo recorrer un arco de cinco a seis pies a cada golpe que daba el badajo; durante ese tiempo el médium exclamaba: Estoy aquí, estoy aquí, para mostrar que siempre estaba en el mismo lugar.
«Se hizo en el violín una gran marca fosforescente. Al disminuirse la luz, luego se vio el rastro fosforescente que el violín hacía al elevarse a seis o siete pies, volando rápidamente en el aire. También se podía acompañarlo a través de la audición, porque las cuerdas vibraban en su recorrido aéreo. Mientras el violín flotaba, el médium exclamaba: Estoy aquí, estoy aquí.
«Un miembro del grupo puso un jarrón sobre la mesa, con agua por la mitad, y un pedazo de papel entre los labios del médium. Disminuyeron la luz y cantaron algunos instantes; al aumentarse la luz, el jarrón estaba vacío y no había ninguna señal de agua, ni sobre la mesa ni en el piso; el médium se encontraba siempre en su lugar y el papel estaba seco entre sus labios. Así terminó la segunda serie de experiencias.
«La Sra. de Spence se sentó de frente al médium. Un señor se sentó entre los dos, poniendo su pie derecho sobre el de la Sra. de Spence, su mano derecha sobre la cabeza del médium y su mano izquierda sobre la cabeza de la Sra. de Spence. El médium agarró el brazo derecho del señor con sus dos manos, y la Sra. de Spence hizo lo mismo con el brazo izquierdo. Cuando disminuyó la luz, el señor sintió claramente que los dedos de una mano tocaron su rostro y le apretaron la nariz; recibió una bofetada, que fue escuchada por los asistentes, y el violín vino a darle golpes en la cabeza, lo que también escucharon otras personas. Cada uno repitió la experiencia y sentió los mismos efectos. Así termina la tercera serie, y nosotros corroboramos que nada de esto podía haber sido producido por el Sr. Fay, ni por ninguna otra persona del grupo.»
Charles Patridge, R. T. Hallock, Sra. Sarah P. Clark, Sra. Mary, S. Hallock,
Sra. Amanda, Sr. Spence, Srta. Alla Britt, William Blondel, William P. Coles,
W. B. Hallock, B. Franklin Clark, Peyton Spence.
Leemos en The Banner of Light, periódico de Nueva York, del 18 de mayo de 1861:
«Pensando que los siguientes hechos son dignos de atención, los hemos reunido para ser publicados por The Banner, y los hacemos acompañar de nuestras firmas, a fin de atestiguar la autenticidad de los mismos.
«En la mañana del miércoles 1º mayo solicitamos al Sr. Fay, médium, que se reuniera con nosotros en la casa del Sr. Hallock, en Nueva York. El médium se sentó cerca de una mesa, sobre la cual fueron colocados una corneta de estaño, un violín y tres pedazos de soga. Los invitados se sentaron en semicírculo y se pusieron de frente al médium, a seis o siete pulgadas de la mesa; sus manos se tocaban para que cada uno tuviera la certeza de que nadie saldría de su lugar durante las experiencias que vamos a narrar. La luz fue disminuida y se pidió a los invitados que cantaran; algunos minutos después, con la luz aumentada, el médium se encontraba en su silla, con los brazos cruzados y las muñecas atadas con la soga apretada y firme, a punto de dificultar la circulación y de causar hinchazón de las manos. La punta de la soga había pasado por detrás de la silla y sujetaba las piernas a las barras. Otra soga amarraba fuertemente las rodillas, mientras que la tercera soga prendía de la misma manera los tobillos. En estas condiciones era evidente que el médium no podía caminar, ni levantarse, ni usar las manos.
«Un miembro del círculo puso una hoja de papel en el suelo, debajo de los pies del médium, y trazó con un lápiz el contorno de sus pies. La luz fue disminuida y casi inmediatamente la corneta, impulsada por una fuerza invisible, comenzó a golpear rápida y violentamente sobre la mesa, de modo que dejó varias marcas. De la corneta salía una voz que conversaba con los presentes; la articulación de las palabras era muy clara; el sonido era el de una voz masculina y el tono algunas veces más alto que el de una conversación normal. Otra voz, más baja, un poco gutural y menos clara, conversaba también con los asistentes. La luz fue aumentada y el médium se encontraba en su silla, con los pies y las manos atadas –como ya habíamos dicho– y con los pies sobre el papel, dentro de las líneas trazadas con lápiz. La luz fue nuevamente disminuida y la corneta recomenzó como antes. Fue solicitado a las personas que cantasen, y las manifestaciones cesaron. Las experiencias fueron repetidas varias veces y el médium se encontraba siempre en el mismo estado. Esta ha sido la primera serie de manifestaciones.
«De nuevo fue disminuida la luz, los miembros cantaron durante algunos momentos, después de lo cual, al aumentarse la luz, se constató que el médium estaba siempre atado en su silla. Una campanilla fue puesta en la mesa y, tan pronto como la oscuridad se hizo, la campanilla comenzó a golpear en la mesa, en la corneta y en el suelo; fue retirada de la mesa y empezó a tocar muy fuerte, pareciendo recorrer un arco de cinco a seis pies a cada golpe que daba el badajo; durante ese tiempo el médium exclamaba: Estoy aquí, estoy aquí, para mostrar que siempre estaba en el mismo lugar.
«Se hizo en el violín una gran marca fosforescente. Al disminuirse la luz, luego se vio el rastro fosforescente que el violín hacía al elevarse a seis o siete pies, volando rápidamente en el aire. También se podía acompañarlo a través de la audición, porque las cuerdas vibraban en su recorrido aéreo. Mientras el violín flotaba, el médium exclamaba: Estoy aquí, estoy aquí.
«Un miembro del grupo puso un jarrón sobre la mesa, con agua por la mitad, y un pedazo de papel entre los labios del médium. Disminuyeron la luz y cantaron algunos instantes; al aumentarse la luz, el jarrón estaba vacío y no había ninguna señal de agua, ni sobre la mesa ni en el piso; el médium se encontraba siempre en su lugar y el papel estaba seco entre sus labios. Así terminó la segunda serie de experiencias.
«La Sra. de Spence se sentó de frente al médium. Un señor se sentó entre los dos, poniendo su pie derecho sobre el de la Sra. de Spence, su mano derecha sobre la cabeza del médium y su mano izquierda sobre la cabeza de la Sra. de Spence. El médium agarró el brazo derecho del señor con sus dos manos, y la Sra. de Spence hizo lo mismo con el brazo izquierdo. Cuando disminuyó la luz, el señor sintió claramente que los dedos de una mano tocaron su rostro y le apretaron la nariz; recibió una bofetada, que fue escuchada por los asistentes, y el violín vino a darle golpes en la cabeza, lo que también escucharon otras personas. Cada uno repitió la experiencia y sentió los mismos efectos. Así termina la tercera serie, y nosotros corroboramos que nada de esto podía haber sido producido por el Sr. Fay, ni por ninguna otra persona del grupo.»
Nota – No negamos la posibilidad de todas esas cosas y no tenemos ningún motivo para dudar de la honorabilidad de los signatarios, a pesar de que no los conozcamos; entretanto, mantenemos las reflexiones que hemos hecho en nuestro último número, a propósito de los dos artículos sobre Los dibujos misteriosos y la Explotación del Espiritismo.
Se dice que en Norteamérica esta explotación no tiene nada de chocante para la opinión pública, y que se considera muy natural que los médiums se hagan pagar; se supone esto, conforme los hábitos de un país donde time is money; pero no por eso dejaremos de repetir lo que hemos dicho en otro artículo: que el absoluto desinterés es una garantía aún mejor que todas las precauciones materiales. Si nuestros escritos han contribuido, en Francia y en otros países, para fomentar el descrédito en la mediumnidad interesada, creemos que esto no será uno de los menores servicios que dichos escritos habrán prestado al Espiritismo serio. De modo alguno estas reflexiones generales han sido hechas para el Sr. Fay, cuya posición frente al público desconocemos.
A. K.
Se dice que en Norteamérica esta explotación no tiene nada de chocante para la opinión pública, y que se considera muy natural que los médiums se hagan pagar; se supone esto, conforme los hábitos de un país donde time is money; pero no por eso dejaremos de repetir lo que hemos dicho en otro artículo: que el absoluto desinterés es una garantía aún mejor que todas las precauciones materiales. Si nuestros escritos han contribuido, en Francia y en otros países, para fomentar el descrédito en la mediumnidad interesada, creemos que esto no será uno de los menores servicios que dichos escritos habrán prestado al Espiritismo serio. De modo alguno estas reflexiones generales han sido hechas para el Sr. Fay, cuya posición frente al público desconocemos.
Conversaciones familiares del Más Allá
Don Peyra, prior de Amilly
Esta evocación fue realizada el año pasado en la Sociedad, a pedido del Sr. Borreau, de Niort, que nos había enviado la siguiente noticia:
«Hace unos treinta años, nosotros teníamos en el priorato de Amilly –muy cerca de Mauzé– un sacerdote llamado Don Peyra, el cual dejó en la región una reputación de hechicero. De hecho, él se ocupaba constantemente con las ciencias ocultas; se cuentan de él cosas que parecen fabulosas, pero que, según la ciencia espírita, realmente podrían tener su razón de ser. Hace alrededor de doce años, al realizar con una sonámbula experiencias muy interesantes, yo establecí contacto con el Espíritu Peyra; él se presentó como un auxiliar, con el cual no podíamos dejar de tener éxito, pero fracasamos. Después, en experiencias de la misma naturaleza, fui llevado a creer que este Espíritu debería haberse interesado al respecto. Si no es abusar de vuestra bondad, vengo a solicitar que lo evoquéis y que le preguntéis cuáles han sido y cuáles son sus relaciones conmigo. A partir de ahí, tal vez un día yo tenga cosas interesantes para comunicaros.»
Don Peyra, prior de Amilly
Esta evocación fue realizada el año pasado en la Sociedad, a pedido del Sr. Borreau, de Niort, que nos había enviado la siguiente noticia:
«Hace unos treinta años, nosotros teníamos en el priorato de Amilly –muy cerca de Mauzé– un sacerdote llamado Don Peyra, el cual dejó en la región una reputación de hechicero. De hecho, él se ocupaba constantemente con las ciencias ocultas; se cuentan de él cosas que parecen fabulosas, pero que, según la ciencia espírita, realmente podrían tener su razón de ser. Hace alrededor de doce años, al realizar con una sonámbula experiencias muy interesantes, yo establecí contacto con el Espíritu Peyra; él se presentó como un auxiliar, con el cual no podíamos dejar de tener éxito, pero fracasamos. Después, en experiencias de la misma naturaleza, fui llevado a creer que este Espíritu debería haberse interesado al respecto. Si no es abusar de vuestra bondad, vengo a solicitar que lo evoquéis y que le preguntéis cuáles han sido y cuáles son sus relaciones conmigo. A partir de ahí, tal vez un día yo tenga cosas interesantes para comunicaros.»
(Primera conversación, 13 de enero de 1860)
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. ¿De dónde venía la reputación de hechicero que teníais cuando encarnado? –Resp. Cuento de viejas; yo estudiaba Química.
3. ¿Cuál ha sido el motivo que os ha llevado a poneros en contacto con el Sr. Borreau, de Niort? –Resp. El deseo de distraerme un poco, a propósito del poder que él me atribuía.
4. Dice que os habéis presentado ante él como un auxiliar en sus experiencias; ¿podríais decirnos cuál era la naturaleza de esas experiencias? –Resp. No soy lo bastante indiscreto como para contar un secreto que él no se dignó a revelaros. Vuestra pregunta me ofende.
5. No queremos insistir, pero os haremos notar que podríais haber respondido de modo más apropiado a personas que os interrogan seriamente y con benevolencia; vuestro lenguaje no es el de un Espíritu adelantado. –Resp. Soy lo que siempre he sido.
6. ¿De qué naturaleza son las cosas fabulosas que cuentan de vos? –Resp. Como ya os he dicho, son cuentos; conocía la opinión que tenían de mí y, lejos de intentar ocultarla, yo hacía lo que era necesario para favorecerla.
7. Según vuestra respuesta anterior, parece que no habéis progresado después de vuestra muerte. –Resp. A decir verdad, no busqué hacerlo, pues no conocía los medios; entretanto, creo que debe haber algo por hacer; recientemente he pensado en esto.
8. Vuestro lenguaje nos sorprende, siendo que viene de parte de un Espíritu que era sacerdote cuando encarnado y que, por esto mismo, debería tener ideas de una cierta elevación. –Resp. Yo era –creedlo realmente– muy poco instruido.
9. Tened a bien desarrollar vuestro pensamiento. –Resp. Demasiado instruido para creer, pero no lo suficiente para saber.
10. ¿Entonces no erais lo que se llama un buen sacerdote? –Resp. ¡Oh, no!
11. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones como Espíritu? –Resp. Siempre la Química; creo que yo hubiese hecho mejor en buscar a Dios en vez de la materia.
12. ¿Cómo un Espíritu puede ocuparse de Química? –Resp. ¡Oh! Permitidme deciros que la pregunta es pueril; ¿necesito un microscopio o un aparato de destilación para estudiar las propiedades de la materia, que vos sabéis que el Espíritu penetra?
13. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. En verdad, no; os he dicho que creo que recorrí un camino falso; pero voy a cambiar, sobre todo si tuviere la felicidad de ser ayudado un poco, principalmente yo, que tanto he tenido que orar por los otros, lo que –confieso– no siempre hice por el dinero recibido; sobre todo –como decía– si no quisieren aplicarme la pena del talión.
14. Os agradecemos por haber venido y haremos por vos lo que no hicisteis por los otros. –Resp. Valéis más que yo.
(Segunda conversación, 25 de junio de 1861)
2. ¿De dónde venía la reputación de hechicero que teníais cuando encarnado? –Resp. Cuento de viejas; yo estudiaba Química.
3. ¿Cuál ha sido el motivo que os ha llevado a poneros en contacto con el Sr. Borreau, de Niort? –Resp. El deseo de distraerme un poco, a propósito del poder que él me atribuía.
4. Dice que os habéis presentado ante él como un auxiliar en sus experiencias; ¿podríais decirnos cuál era la naturaleza de esas experiencias? –Resp. No soy lo bastante indiscreto como para contar un secreto que él no se dignó a revelaros. Vuestra pregunta me ofende.
5. No queremos insistir, pero os haremos notar que podríais haber respondido de modo más apropiado a personas que os interrogan seriamente y con benevolencia; vuestro lenguaje no es el de un Espíritu adelantado. –Resp. Soy lo que siempre he sido.
6. ¿De qué naturaleza son las cosas fabulosas que cuentan de vos? –Resp. Como ya os he dicho, son cuentos; conocía la opinión que tenían de mí y, lejos de intentar ocultarla, yo hacía lo que era necesario para favorecerla.
7. Según vuestra respuesta anterior, parece que no habéis progresado después de vuestra muerte. –Resp. A decir verdad, no busqué hacerlo, pues no conocía los medios; entretanto, creo que debe haber algo por hacer; recientemente he pensado en esto.
8. Vuestro lenguaje nos sorprende, siendo que viene de parte de un Espíritu que era sacerdote cuando encarnado y que, por esto mismo, debería tener ideas de una cierta elevación. –Resp. Yo era –creedlo realmente– muy poco instruido.
9. Tened a bien desarrollar vuestro pensamiento. –Resp. Demasiado instruido para creer, pero no lo suficiente para saber.
10. ¿Entonces no erais lo que se llama un buen sacerdote? –Resp. ¡Oh, no!
11. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones como Espíritu? –Resp. Siempre la Química; creo que yo hubiese hecho mejor en buscar a Dios en vez de la materia.
12. ¿Cómo un Espíritu puede ocuparse de Química? –Resp. ¡Oh! Permitidme deciros que la pregunta es pueril; ¿necesito un microscopio o un aparato de destilación para estudiar las propiedades de la materia, que vos sabéis que el Espíritu penetra?
13. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. En verdad, no; os he dicho que creo que recorrí un camino falso; pero voy a cambiar, sobre todo si tuviere la felicidad de ser ayudado un poco, principalmente yo, que tanto he tenido que orar por los otros, lo que –confieso– no siempre hice por el dinero recibido; sobre todo –como decía– si no quisieren aplicarme la pena del talión.
14. Os agradecemos por haber venido y haremos por vos lo que no hicisteis por los otros. –Resp. Valéis más que yo.
(Segunda conversación, 25 de junio de 1861)
Al habernos remitido el Sr. Borreau nuevas preguntas para el Espíritu Don Peyra, éste fue nuevamente evocado, ahora a través de otro médium; el Espíritu dio las siguientes respuestas, de las cuales se pueden extraer lecciones útiles, ya sea como estudio de las individualidades del mundo espírita o como enseñanza general.
15. Evocación. –Resp. ¿Qué queréis de mí y por qué me importunáis?
16. Fue el Sr. Borreau, de Niort, que nos pidió que os hiciéramos algunas preguntas. –Resp. ¿Qué más él quiere de mí? ¿No está contento con importunarme en Niort? ¿Por qué es necesario que me haga evocar en París, donde nada me atrae? Bien que gustaría que él tuviese la idea de dejarme en paz. Me llama, me evoca, me pone en contacto con sonámbulos, me hace evocar por terceros; ese señor es muy molesto.
17. Sin embargo, debéis recordaros que ya os evocamos y que respondisteis más amablemente que hoy; y hasta os prometimos orar por vos. –Resp. Sí, me acuerdo muy bien de esto; pero prometer y cumplir son dos cosas diferentes: vos habéis orado por mí, ¿pero los otros?
18. Ciertamente que los otros también han orado. En fin, ¿deseáis responder a las preguntas del Sr. Borreau? –Resp. Os aseguro que, por él, no tengo el más mínimo deseo de hacerlo, porque siempre lo tengo que llevar a cuestas; perdonadme la expresión, pero es verdadera, ya que no existe ninguna afinidad entre él y yo; pero a vos, que piadosamente llamasteis sobre mí la misericordia de lo Alto, deseo responderos de la mejor forma posible.
19. Hace poco decíais que estabais siendo importunado; ¿podéis darnos al respecto una explicación para nuestra instrucción personal? –Resp. Cuando digo que estoy siendo importunado lo es en el sentido que, al ocuparos de mí, habéis llamado mi atención y mi pensamiento junto a vosotros, y vi que sería necesario que yo respondiera a vuestras preguntas, aunque sólo fuese por delicadeza. Me explico mal: mi pensamiento estaba en otro lugar, en mis estudios, en mi ocupación habitual; vuestra evocación atrajo forzosamente mi atención sobre vosotros, sobre las cosas de la Tierra; por consiguiente, como de modo alguno estaba en mis propósitos ocuparme de vosotros y de la Tierra, me habéis importunado.
Nota – Los Espíritus son más o menos comunicativos y, según su carácter, vienen con mayor o menor buena voluntad; pero podemos estar ciertos de que, al igual que los hombres serios, no les gusta ser importunados sin necesidad. En cuanto a los Espíritus ligeros, es diferente; ellos están siempre dispuestos a entrometerse en todo, incluso cuando no son llamados.
20. Cuando os pusisteis en contacto con el Sr. Borreau, ¿conocíais sus creencias en la posibilidad de hacer triunfar sus convicciones a través de la realización de un gran hecho, ante el cual la incredulidad sería forzada a doblegarse? –Resp. El Sr. Borreau quería que yo lo sirviese en una operación medio magnética, medio espírita; pero a él no le da la talla para llevar a cabo semejante obra, y creí que no debía concederle mi concurso por más tiempo. Además, yo lo habría hecho si pudiese; la hora no había llegado para eso, y aún está por llegar.
21. ¿Podríais ver y decirle cuáles son las causas que, durante sus experiencias en la Vendée, lo hicieron fracasar, al derribarlo a él y a su sonámbula, así como a las otras dos personas presentes? –Resp. Mi respuesta anterior puede aplicarse a esta pregunta. El Sr. Borreau ha sido derribado por los Espíritus que le han querido dar una lección, a fin de enseñarle a no buscar lo que debe permanecer oculto. He sido yo quien los ha empujado, usando el fluido del propio magnetizador.
Nota – Esta explicación concuerda perfectamente con la teoría que ha sido dada acerca de las manifestaciones físicas; no ha sido con sus manos que los Espíritus los han empujado, sino con el propio fluido animado de las personas, combinado con el del Espíritu. La disertación que damos más adelante sobre los aportes, contiene al respecto desarrollos del más alto interés. Una comparación que quizá pueda tener alguna analogía parece justificar la expresión del Espíritu.
Cuando un cuerpo cargado de electricidad positiva se aproxima a una persona, ésta se carga de electricidad contraria; la tensión crece hasta la distancia explosiva; en este punto, los dos fluidos se reúnen violentamente por la chispa, y la persona recibe una descarga que, conforme la masa de fluido, puede derribarla e inclusive fulminarla. En ese fenómeno es siempre necesario que la persona suministre su parte de fluido. Suponiéndose que el cuerpo electrizado positivamente fuera un ser inteligente, obrando por su propia voluntad y dándose cuenta de la operación, se diría que él combinó una parte del fluido de la persona con el suyo. En el caso del Sr. Borreau, tal vez las cosas no hayan pasado exactamente así; pero se comprende que allí pueda haber un efecto análogo, y que Don Peyra haya sido lógico al decir que él los ha derribado con su propio fluido. Se comprenderá mejor aún si se tiene a bien remitirse a lo que ha sido dicho en El Libro de los Espíritus y en El Libro de los Médiums, sobre el fluido universal, que es el principio del fluido vital, del fluido eléctrico y del fluido magnético animal.
22. Durante sus largas y dramáticas experiencias, el Sr. Borreau dice haber hecho descubrimientos mucho más sorprendentes para él, que la solución que buscaba; ¿vos los conocéis? –Resp. Sí, pero hay algo que él no descubrió: que los Espíritus no tienen la misión de ayudar a los hombres en averiguaciones semejantes a las que él hacía. Si pudiesen hacerlo, Dios no podría ocultar nada, y los hombres dejarían a un lado el trabajo y el ejercicio de sus facultades, a fin de correr en busca de un tesoro o de un invento, pidiendo a los Espíritus para que les dejen todo servido, de tal modo que bastaría esperar sus respuestas para cosechar la gloria y la fortuna. Realmente tendríamos mucho que hacer si fuese preciso satisfacer la ambición de todo el mundo. ¿Percibís el trastorno que esto causaría en el mundo de los Espíritus si universalmente creyesen de esa manera en el Espiritismo? Seríamos llamados a diestro y siniestro: aquí para excavar la tierra y enriquecer a un perezoso; allá para evitar que un tonto tenga la difícultad de resolver un problema; allí para calentar el horno de un químico y, en todas partes, para encontrar la piedra filosofal. El más bello descubrimiento que el Sr. Borreau debería haber hecho es el de saber que siempre hay Espíritus que se divierten cuando os seducen con minas de oro, incluso a los ojos del más clarividente sonámbulo, haciéndolas aparecer donde no están y riéndose a vuestras expensas cuando creéis que os apoderáis del tesoro, y esto para enseñaros que la sabiduría y el trabajo son los verdaderos tesoros.
23. El objeto de las búsquedas del Sr. Borreau ¿era un tesoro? –Resp. Creo que os he dicho, cuando me llamasteis por primera vez, que no soy indiscreto; si él no se dignó a decíroslo, no me corresponde hacerlo.
Nota – Vemos que este Espíritu es discreto; además, es una cualidad que se encuentra en todos en general, y hasta en los Espíritus poco adelantados. De esto se deduce que, si un Espíritu hiciera revelaciones indiscretas sobre alguien, con toda probabilidad sería para divertirse, y se cometería un error en tomarlos en serio.
24. ¿Podríais darle algunas explicaciones acerca de la mano invisible que, durante un largo tiempo, hubo trazado numerosos escritos que él encontraba en las hojas del cuaderno, expresamente preparado para recibirlos? –Resp. En cuanto a los escritos, no son de los Espíritus; más tarde él conocerá la fuente de los mismos, que no debo revelar ahora. Los Espíritus pueden haberlos provocado con el objetivo al que me referí antes, pero no han sido ellos los que escribieron.
Nota – Aunque estas dos conversaciones hayan tenido lugar con 18 meses de intervalo y a través de médiums diferentes, se reconoce en ellas un encadenamiento, una secuencia y una similitud de lenguaje que no permiten dudar que sea el mismo Espíritu que haya respondido. En cuanto a la identidad, ésta resalta de la siguiente carta que nos ha escrito el Sr. Borreau, después del envío de la segunda evocación.
«18 de julio de 1861.
15. Evocación. –Resp. ¿Qué queréis de mí y por qué me importunáis?
16. Fue el Sr. Borreau, de Niort, que nos pidió que os hiciéramos algunas preguntas. –Resp. ¿Qué más él quiere de mí? ¿No está contento con importunarme en Niort? ¿Por qué es necesario que me haga evocar en París, donde nada me atrae? Bien que gustaría que él tuviese la idea de dejarme en paz. Me llama, me evoca, me pone en contacto con sonámbulos, me hace evocar por terceros; ese señor es muy molesto.
17. Sin embargo, debéis recordaros que ya os evocamos y que respondisteis más amablemente que hoy; y hasta os prometimos orar por vos. –Resp. Sí, me acuerdo muy bien de esto; pero prometer y cumplir son dos cosas diferentes: vos habéis orado por mí, ¿pero los otros?
18. Ciertamente que los otros también han orado. En fin, ¿deseáis responder a las preguntas del Sr. Borreau? –Resp. Os aseguro que, por él, no tengo el más mínimo deseo de hacerlo, porque siempre lo tengo que llevar a cuestas; perdonadme la expresión, pero es verdadera, ya que no existe ninguna afinidad entre él y yo; pero a vos, que piadosamente llamasteis sobre mí la misericordia de lo Alto, deseo responderos de la mejor forma posible.
19. Hace poco decíais que estabais siendo importunado; ¿podéis darnos al respecto una explicación para nuestra instrucción personal? –Resp. Cuando digo que estoy siendo importunado lo es en el sentido que, al ocuparos de mí, habéis llamado mi atención y mi pensamiento junto a vosotros, y vi que sería necesario que yo respondiera a vuestras preguntas, aunque sólo fuese por delicadeza. Me explico mal: mi pensamiento estaba en otro lugar, en mis estudios, en mi ocupación habitual; vuestra evocación atrajo forzosamente mi atención sobre vosotros, sobre las cosas de la Tierra; por consiguiente, como de modo alguno estaba en mis propósitos ocuparme de vosotros y de la Tierra, me habéis importunado.
Nota – Los Espíritus son más o menos comunicativos y, según su carácter, vienen con mayor o menor buena voluntad; pero podemos estar ciertos de que, al igual que los hombres serios, no les gusta ser importunados sin necesidad. En cuanto a los Espíritus ligeros, es diferente; ellos están siempre dispuestos a entrometerse en todo, incluso cuando no son llamados.
20. Cuando os pusisteis en contacto con el Sr. Borreau, ¿conocíais sus creencias en la posibilidad de hacer triunfar sus convicciones a través de la realización de un gran hecho, ante el cual la incredulidad sería forzada a doblegarse? –Resp. El Sr. Borreau quería que yo lo sirviese en una operación medio magnética, medio espírita; pero a él no le da la talla para llevar a cabo semejante obra, y creí que no debía concederle mi concurso por más tiempo. Además, yo lo habría hecho si pudiese; la hora no había llegado para eso, y aún está por llegar.
21. ¿Podríais ver y decirle cuáles son las causas que, durante sus experiencias en la Vendée, lo hicieron fracasar, al derribarlo a él y a su sonámbula, así como a las otras dos personas presentes? –Resp. Mi respuesta anterior puede aplicarse a esta pregunta. El Sr. Borreau ha sido derribado por los Espíritus que le han querido dar una lección, a fin de enseñarle a no buscar lo que debe permanecer oculto. He sido yo quien los ha empujado, usando el fluido del propio magnetizador.
Nota – Esta explicación concuerda perfectamente con la teoría que ha sido dada acerca de las manifestaciones físicas; no ha sido con sus manos que los Espíritus los han empujado, sino con el propio fluido animado de las personas, combinado con el del Espíritu. La disertación que damos más adelante sobre los aportes, contiene al respecto desarrollos del más alto interés. Una comparación que quizá pueda tener alguna analogía parece justificar la expresión del Espíritu.
Cuando un cuerpo cargado de electricidad positiva se aproxima a una persona, ésta se carga de electricidad contraria; la tensión crece hasta la distancia explosiva; en este punto, los dos fluidos se reúnen violentamente por la chispa, y la persona recibe una descarga que, conforme la masa de fluido, puede derribarla e inclusive fulminarla. En ese fenómeno es siempre necesario que la persona suministre su parte de fluido. Suponiéndose que el cuerpo electrizado positivamente fuera un ser inteligente, obrando por su propia voluntad y dándose cuenta de la operación, se diría que él combinó una parte del fluido de la persona con el suyo. En el caso del Sr. Borreau, tal vez las cosas no hayan pasado exactamente así; pero se comprende que allí pueda haber un efecto análogo, y que Don Peyra haya sido lógico al decir que él los ha derribado con su propio fluido. Se comprenderá mejor aún si se tiene a bien remitirse a lo que ha sido dicho en El Libro de los Espíritus y en El Libro de los Médiums, sobre el fluido universal, que es el principio del fluido vital, del fluido eléctrico y del fluido magnético animal.
22. Durante sus largas y dramáticas experiencias, el Sr. Borreau dice haber hecho descubrimientos mucho más sorprendentes para él, que la solución que buscaba; ¿vos los conocéis? –Resp. Sí, pero hay algo que él no descubrió: que los Espíritus no tienen la misión de ayudar a los hombres en averiguaciones semejantes a las que él hacía. Si pudiesen hacerlo, Dios no podría ocultar nada, y los hombres dejarían a un lado el trabajo y el ejercicio de sus facultades, a fin de correr en busca de un tesoro o de un invento, pidiendo a los Espíritus para que les dejen todo servido, de tal modo que bastaría esperar sus respuestas para cosechar la gloria y la fortuna. Realmente tendríamos mucho que hacer si fuese preciso satisfacer la ambición de todo el mundo. ¿Percibís el trastorno que esto causaría en el mundo de los Espíritus si universalmente creyesen de esa manera en el Espiritismo? Seríamos llamados a diestro y siniestro: aquí para excavar la tierra y enriquecer a un perezoso; allá para evitar que un tonto tenga la difícultad de resolver un problema; allí para calentar el horno de un químico y, en todas partes, para encontrar la piedra filosofal. El más bello descubrimiento que el Sr. Borreau debería haber hecho es el de saber que siempre hay Espíritus que se divierten cuando os seducen con minas de oro, incluso a los ojos del más clarividente sonámbulo, haciéndolas aparecer donde no están y riéndose a vuestras expensas cuando creéis que os apoderáis del tesoro, y esto para enseñaros que la sabiduría y el trabajo son los verdaderos tesoros.
23. El objeto de las búsquedas del Sr. Borreau ¿era un tesoro? –Resp. Creo que os he dicho, cuando me llamasteis por primera vez, que no soy indiscreto; si él no se dignó a decíroslo, no me corresponde hacerlo.
Nota – Vemos que este Espíritu es discreto; además, es una cualidad que se encuentra en todos en general, y hasta en los Espíritus poco adelantados. De esto se deduce que, si un Espíritu hiciera revelaciones indiscretas sobre alguien, con toda probabilidad sería para divertirse, y se cometería un error en tomarlos en serio.
24. ¿Podríais darle algunas explicaciones acerca de la mano invisible que, durante un largo tiempo, hubo trazado numerosos escritos que él encontraba en las hojas del cuaderno, expresamente preparado para recibirlos? –Resp. En cuanto a los escritos, no son de los Espíritus; más tarde él conocerá la fuente de los mismos, que no debo revelar ahora. Los Espíritus pueden haberlos provocado con el objetivo al que me referí antes, pero no han sido ellos los que escribieron.
Nota – Aunque estas dos conversaciones hayan tenido lugar con 18 meses de intervalo y a través de médiums diferentes, se reconoce en ellas un encadenamiento, una secuencia y una similitud de lenguaje que no permiten dudar que sea el mismo Espíritu que haya respondido. En cuanto a la identidad, ésta resalta de la siguiente carta que nos ha escrito el Sr. Borreau, después del envío de la segunda evocación.
«18 de julio de 1861.
«Señor,
«Vengo a agradeceros el trabajo que has tenido a bien llevar a cabo y la solicitud con la que me habéis remitido la última evocación de Don Peyra. Como vos decís, el antiguo prior, en Espíritu, no estaba para nada de buen humor, también expresando vivamente la impaciencia que le ha causado esa nueva solicitación. Señor, de esto se deduce una gran enseñanza: que los Espíritus que hacen el juego malévolo de atormentarnos pueden, a su turno, ser pagados por nosotros con la misma moneda.
«¡Ah, señores del Más Allá! –y aquí sólo hablo de los Espíritus burlones y ligeros–, sin duda os jactaríais de tener el privilegio exclusivo de importunarnos; he aquí que un pobre Espíritu terreno, muy pacífico, simplemente al ponerse en guardia contra vuestras maquinaciones y al buscar desbaratarlas, os atormenta ¡a punto de sentirlo penosamente sobre vuestros hombros fluídicos! ¡Ah, caro prior! ¿Qué diré yo, entonces, cuando confesáis que habéis hecho parte de la turba espiritual que me ha obsesado tan cruelmente y que me ha jugado tantas malas pasadas durante mis experiencias en la Vendée? Si es verdad que estabais allí, deberíais saber que solamente las he emprendido con el objetivo de hacer triunfar la verdad a través de hechos irrefutables. Sin duda era una gran ambición, pero era honorable, en mi opinión; apenas –como habéis dicho– no me daba la talla para luchar, y vos y los que estaban con vosotros nos derribaron de tal modo, que nos vimos forzados a abandonar la partida, llevando a nuestros muertos, porque vuestras maquinaciones fantásticas –que causaron una lucha horrible– acabaron por quebrantar a mi pobre sonámbula que, en un desmayo que no duró menos de seis horas, no daba señales de vida y que creímos que estaba muerta. Indudablemente nuestra posición parecerá más fácil de comprender que de describir, si se tiene en cuenta que era medianoche y que estábamos en uno de los campos ensangrentados por las guerras de la Vendée, lugar de un aspecto salvaje y rodeado de pequeñas colinas sin vegetación, cuyos ecos repetían los gritos desgarradores de las víctimas. Mi pavor había llegado al colmo, pensando en la terrible responsabilidad que caía sobre mí y a la cual no sabía cómo enfrentar... ¡Yo estaba perdido! Solamente la oración podía salvarme, y me salvó. Si a esto llamáis lecciones, ¡convengamos que son duras! Probablemente, era aún para darme una de esas lecciones que, un año más tarde, me llamabais a Mauzé; pero, por entonces, yo estaba más instruido y ya sabía a qué atenerme sobre la existencia de los Espíritus y acerca de los hechos y gestos de muchos de ellos; además, la escena no estaba más preparada para un drama como en Châtillon; así, tuve que dejar ese lugar debido a una escaramuza.
«Perdón, señor, si me dejé llevar por el prior; vuelvo a vos, pero para continuar dialogando, si tenéis a bien permitirlo. Hace pocos días fui a la casa de un hombre muy honorable, que conoció bastante a Don Peyra en su juventud, y le mostré la evocación que me enviasteis; él reconoció perfectamente el lenguaje, el estilo y el espíritu mordaz del antiguo prior, y me contó los siguientes hechos:
«Al haber sido forzado por la Revolución a abandonar el priorato de Surgères, Don Peyra compró la pequeña propiedad de Amilly, cerca de Mauzé, donde estableció su residencia; allí se volvió conocido por sus bellas curas, obtenidas por medio del magnetismo y de la electricidad que empleaba con éxito. Pero al percibir que sus negocios no iban tan bien como deseaba, él se valió del charlatanismo y, con la ayuda de su máquina eléctrica, realizó prestidigitaciones, por lo que no tardó en ser considerado un hechicero. Lejos de combatir esta opinión, él mismo la provocaba y la estimulaba. Había en Amilly un largo paseo con árboles, por el cual llegaban los clientes que frecuentemente venían de diez a quince leguas de distancia. Él preparaba su máquina para que hiciera contacto con el picaporte de la puerta, y cuando los pobres campesinos llamaban golpeando, se sentían como fulminados. Es fácil imaginar lo que semejantes hechos debían producir en personas poco esclarecidas, sobre todo en aquella época.
«Tenemos un proverbio que dice: No hay que vender la piel del oso antes de haberlo matado. ¡Ah! Veo que será necesario que cambiemos la piel más de una vez, antes que abandonemos nuestros malos instintos. Sin embargo, señor, no saquéis la conclusión de que yo quiera eso para el prior. No; y la prueba de todo esto es que, siguiendo vuestro ejemplo, oré por él –lo confieso–, como también es verdad lo que os dijo de que yo no había orado por él hasta entonces.
«Atentamente,
Ha de notarse que esta carta es del 18 de julio de 1861, mientras que la primera evocación remonta al mes de enero de 1860; en esta última fecha no conocíamos todas las particularidades de la vida de Don Peyra, con las cuales sus respuestas concuerdan perfectamente, puesto que él mismo dice que hacía lo que era preciso para que se diera crédito al rumor de su reputación como hechicero.
Lo que sucedió al Sr. Borreau tiene una singular analogía con las malas pasadas que Don Peyra hacía, cuando encarnado, a sus visitantes; y seríamos fuertemente llevados a creer que este último quiso repetirlas. Ahora bien, para eso no tenía necesidad de máquina eléctrica, ya que tenía a disposición la gran máquina universal; se comprenderá esta posibilidad si se coteja esa idea con la nota que hemos hecho anteriormente a la cuestión Nº 21. El Sr. Borreau encuentra una especie de compensación a las malicias de ciertos Espíritus en las molestias que se les puede causar; sin embargo, le aconsejamos a no confiarse demasiado en eso, porque ellos tienen más medios de escaparse a nuestra influencia, que nosotros de sustraernos a la de ellos. Además, es evidente que si, en aquella época, el Sr. Borreau hubiese conocido a fondo el Espiritismo, habría sabido lo que era razonable solicitar a los Espíritus y no se habría aventurado a hacer tentativas que la ciencia demostraría que solamente llevaría a una mistificación. Él no es el primero que adquiere experiencia a sus expensas. Es por eso que no cesamos de repetir: Estudiad primero la teoría; ésta os enseñará todas las dificultades de la práctica, y evitaréis así esas experiencias de las cuales os sentiríais felices en salir de las mismas con apenas algunos sinsabores. Dice él que su intención era buena, pues quería probar por un gran hecho la verdad del Espiritismo; pero en semejante caso los Espíritus dan las pruebas que quieren y cuando quieren, y nunca cuando se las piden. Conocemos a personas que también querían dar esas pruebas irrecusables a través del descubrimiento de fortunas colosales por medio de los Espíritus; pero lo que resultó más claro para ellas fue que gastaron su dinero. Incluso agregaremos que si, por ventura, tales pruebas pudiesen lograr resultados, serían mucho más perjudiciales que útiles, porque falsearían la opinión sobre el objetivo del Espiritismo, haciendo que se crea que pueda servir como medio de adivinación. Entonces se justificaría la respuesta de Don Peyra a la pregunta Nº 22.
Lo que sucedió al Sr. Borreau tiene una singular analogía con las malas pasadas que Don Peyra hacía, cuando encarnado, a sus visitantes; y seríamos fuertemente llevados a creer que este último quiso repetirlas. Ahora bien, para eso no tenía necesidad de máquina eléctrica, ya que tenía a disposición la gran máquina universal; se comprenderá esta posibilidad si se coteja esa idea con la nota que hemos hecho anteriormente a la cuestión Nº 21. El Sr. Borreau encuentra una especie de compensación a las malicias de ciertos Espíritus en las molestias que se les puede causar; sin embargo, le aconsejamos a no confiarse demasiado en eso, porque ellos tienen más medios de escaparse a nuestra influencia, que nosotros de sustraernos a la de ellos. Además, es evidente que si, en aquella época, el Sr. Borreau hubiese conocido a fondo el Espiritismo, habría sabido lo que era razonable solicitar a los Espíritus y no se habría aventurado a hacer tentativas que la ciencia demostraría que solamente llevaría a una mistificación. Él no es el primero que adquiere experiencia a sus expensas. Es por eso que no cesamos de repetir: Estudiad primero la teoría; ésta os enseñará todas las dificultades de la práctica, y evitaréis así esas experiencias de las cuales os sentiríais felices en salir de las mismas con apenas algunos sinsabores. Dice él que su intención era buena, pues quería probar por un gran hecho la verdad del Espiritismo; pero en semejante caso los Espíritus dan las pruebas que quieren y cuando quieren, y nunca cuando se las piden. Conocemos a personas que también querían dar esas pruebas irrecusables a través del descubrimiento de fortunas colosales por medio de los Espíritus; pero lo que resultó más claro para ellas fue que gastaron su dinero. Incluso agregaremos que si, por ventura, tales pruebas pudiesen lograr resultados, serían mucho más perjudiciales que útiles, porque falsearían la opinión sobre el objetivo del Espiritismo, haciendo que se crea que pueda servir como medio de adivinación. Entonces se justificaría la respuesta de Don Peyra a la pregunta Nº 22.
Correspondencia
Carta del Sr. Mathieu sobre los médiums embusteros
Señor,
Se puede estar en desacuerdo sobre ciertos puntos y estar en perfecto acuerdo sobre otros. Acabo de leer, en la página 213 del último número de vuestra Revista, reflexiones acerca del fraude en materia de experiencias espiritualistas (o espíritas), a las cuales tengo la satisfacción de adherir con todas mis fuerzas. Allí, toda disidencia en materia de teorías y de doctrinas desaparecen como por encanto.
Tal vez yo no sea tan severo como vos con referencia a los médiums que, en forma digna y conveniente, aceptan una remuneración como indemnización por el tiempo que dedican a tales experiencias, a menudo prolongadas y fatigosas; pero sí lo soy, tanto como vos –y nadie lo sería más– en relación a los que en semejante caso suplen con embustes y fraudes, cuando se les presenta la ocasión, la ausencia o la insuficiencia de los resultados prometidos y esperados.
Mezclar lo falso con lo verdadero, cuando se trata de fenómenos obtenidos con la intervención de los Espíritus, es simplemente una infamia, y el médium que creyera que puede hacerlo sin escrúpulo tiene obnubilado el sentido moral. Conforme lo habéis perfectamente observado, esos falsos médiums causan el descrédito sobre la cuestión en la mente de los indecisos, desde que el fraude sea constatado. Agregaré que eso significa comprometer de la manera más deplorable a los hombres honrados que prestan a los médiums el apoyo desinteresado de sus conocimientos y de sus luces, y que se constituyen en garantes de la buena fe de estos médiums, a quienes patrocinan de algún modo; es cometer con ellos una verdadera falta de lealtad.
Todo médium que sea responsable de maniobras fraudulentas; que sea sorprendido con las manos en la masa –para valerme de una expresión un tanto trivial–, merecería ser puesto al margen por todos los espiritualistas o espíritas del mundo, para quienes sería un riguroso deber desenmascararlo o reprobarlo.
Señor, si consideráis conveniente insertar estas pocas líneas en vuestra Revista, están a vuestra disposición.
Atentamente,
MATHIEU.
Carta del Sr. Mathieu sobre los médiums embusteros
París, 21 de julio de 1861.
Señor,
Se puede estar en desacuerdo sobre ciertos puntos y estar en perfecto acuerdo sobre otros. Acabo de leer, en la página 213 del último número de vuestra Revista, reflexiones acerca del fraude en materia de experiencias espiritualistas (o espíritas), a las cuales tengo la satisfacción de adherir con todas mis fuerzas. Allí, toda disidencia en materia de teorías y de doctrinas desaparecen como por encanto.
Tal vez yo no sea tan severo como vos con referencia a los médiums que, en forma digna y conveniente, aceptan una remuneración como indemnización por el tiempo que dedican a tales experiencias, a menudo prolongadas y fatigosas; pero sí lo soy, tanto como vos –y nadie lo sería más– en relación a los que en semejante caso suplen con embustes y fraudes, cuando se les presenta la ocasión, la ausencia o la insuficiencia de los resultados prometidos y esperados.
Mezclar lo falso con lo verdadero, cuando se trata de fenómenos obtenidos con la intervención de los Espíritus, es simplemente una infamia, y el médium que creyera que puede hacerlo sin escrúpulo tiene obnubilado el sentido moral. Conforme lo habéis perfectamente observado, esos falsos médiums causan el descrédito sobre la cuestión en la mente de los indecisos, desde que el fraude sea constatado. Agregaré que eso significa comprometer de la manera más deplorable a los hombres honrados que prestan a los médiums el apoyo desinteresado de sus conocimientos y de sus luces, y que se constituyen en garantes de la buena fe de estos médiums, a quienes patrocinan de algún modo; es cometer con ellos una verdadera falta de lealtad.
Todo médium que sea responsable de maniobras fraudulentas; que sea sorprendido con las manos en la masa –para valerme de una expresión un tanto trivial–, merecería ser puesto al margen por todos los espiritualistas o espíritas del mundo, para quienes sería un riguroso deber desenmascararlo o reprobarlo.
Señor, si consideráis conveniente insertar estas pocas líneas en vuestra Revista, están a vuestra disposición.
Atentamente,
No esperábamos menos de los sentimientos honorables que distinguen al Sr. Mathieu, si no esta enérgica reprobación pronunciada contra los médiums de mala fe; por el contrario, habríamos quedado sorprendidos si él hubiese tomado fríamente y con indiferencia tales abusos de confianza. Estos abusos podían ser más fáciles cuando el Espiritismo era menos conocido; pero a medida que esta ciencia se expande más y se comprende mejor, se conocen mejor las verdaderas condiciones en que los fenómenos pueden producirse, y se encuentran por todas partes ojos clarividentes, capaces de descubrir el fraude; señalarlo, donde quiera que se muestre, es el mejor medio de desalentarlo.
Han dicho que era preferible no develar esas torpezas en interés del Espiritismo; que la posibilidad de engañar podría aumentar la desconfianza de los indecisos. Nosotros no somos de esta opinión y pensamos que es preferible que los indecisos sean desconfiados que engañados, porque una vez que supiesen que fueron engañados, podrían alejarse sin retorno. Además, habría un inconveniente aún mayor: el de creer que los espíritas se dejan embaucar fácilmente. Al contrario, estarán tanto más dispuestos a creer cuando vean que los creyentes se rodean de mayores precauciones, y que repudian a los médiums que son susceptibles de ser engañados.
El Sr. Mathieu dice que tal vez él no sea tan severo como nosotros con referencia a los médiums que, en forma digna y conveniente, aceptan una remuneración como indemnización por el tiempo que dedican al asunto. Somos exactamente de la opinión que pueden y deben haber honrosas excepciones; pero como el afán de lucro es una gran tentación, y como los principiantes no tienen la experiencia necesaria para distinguir lo verdadero de lo falso, mantenemos nuestra opinión de que la mejor garantía de sinceridad está en el absoluto desinterés, porque donde no hay nada que ganar, el charlatanismo no tiene nada que hacer. Aquel que paga quiere algo por su dinero, y no se contentaría si le dijesen que el Espíritu no quiere actuar; de ahí al descubrimiento de los medios para hacer que el Espíritu actúe a toda costa, no hay más que un paso, conforme el proverbio: El hambre aguza el ingenio. Agregamos que los médiums ganarán cien veces más en consideración de lo que dejen de ganar en provechos materiales. Dicen que la consideración no alcanza para vivir; es cierto que no es suficiente, pero para vivir hay otros trabajos más honestos que la explotación de las almas de los muertos.
Han dicho que era preferible no develar esas torpezas en interés del Espiritismo; que la posibilidad de engañar podría aumentar la desconfianza de los indecisos. Nosotros no somos de esta opinión y pensamos que es preferible que los indecisos sean desconfiados que engañados, porque una vez que supiesen que fueron engañados, podrían alejarse sin retorno. Además, habría un inconveniente aún mayor: el de creer que los espíritas se dejan embaucar fácilmente. Al contrario, estarán tanto más dispuestos a creer cuando vean que los creyentes se rodean de mayores precauciones, y que repudian a los médiums que son susceptibles de ser engañados.
El Sr. Mathieu dice que tal vez él no sea tan severo como nosotros con referencia a los médiums que, en forma digna y conveniente, aceptan una remuneración como indemnización por el tiempo que dedican al asunto. Somos exactamente de la opinión que pueden y deben haber honrosas excepciones; pero como el afán de lucro es una gran tentación, y como los principiantes no tienen la experiencia necesaria para distinguir lo verdadero de lo falso, mantenemos nuestra opinión de que la mejor garantía de sinceridad está en el absoluto desinterés, porque donde no hay nada que ganar, el charlatanismo no tiene nada que hacer. Aquel que paga quiere algo por su dinero, y no se contentaría si le dijesen que el Espíritu no quiere actuar; de ahí al descubrimiento de los medios para hacer que el Espíritu actúe a toda costa, no hay más que un paso, conforme el proverbio: El hambre aguza el ingenio. Agregamos que los médiums ganarán cien veces más en consideración de lo que dejen de ganar en provechos materiales. Dicen que la consideración no alcanza para vivir; es cierto que no es suficiente, pero para vivir hay otros trabajos más honestos que la explotación de las almas de los muertos.
Disertaciones y enseñanzas espíritas
Influencia moral de los médiums en las comunicaciones
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)
Ya lo hemos dicho: los médiums, en calidad de tales, no tienen más que una influencia secundaria en las comunicaciones de los Espíritus; su tarea es la de una máquina eléctrica que transmite los despachos telegráficos entre dos puntos distantes de la Tierra. De este modo, cuando queremos dictar una comunicación, nosotros obramos sobre el médium como el telegrafista lo hace sobre el aparato telegráfico; es decir, así como el tac tac del telégrafo traza a millares de leguas, sobre una tira de papel, las señales que reproducen el despacho, nosotros también transmitimos lo que os queremos enseñar por medio del aparato medianímico, a través de distancias inconmensurables que separan el mundo visible del mundo invisible, el mundo inmaterial del mundo encarnado. Pero, de la misma manera que las influencias atmosféricas a menudo actúan y perturban las transmisiones del telégrafo eléctrico, la influencia moral del médium, algunas veces actúa y perturba la transmisión de nuestros mensajes del Más Allá, porque nos vemos obligados a hacerlos pasar por un ambiente que les es contrario. Sin embargo, esta influencia es frecuentemente anulada por nuestra energía y por nuestra voluntad, y ningún acto perturbador se manifiesta. En efecto, dictados de un alto alcance filosófico y comunicaciones de una perfecta moralidad son a veces transmitidas por médiums poco apropiados para estas enseñanzas superiores, mientras que, por otro lado, comunicaciones poco edificantes también llegan algunas veces a través de médiums que se avergüenzan completamente de haberles servido de intermediarios.
En tesis general, podemos afirmar que los Espíritus se atraen por sus semejanzas, y que raramente los Espíritus de las pléyades elevadas se comunican por malos aparatos intermediarios, cuando tienen a disposición buenos instrumentos medianímicos, en una palabra, buenos médiums.
Los médiums ligeros y poco serios atraen, por lo tanto, a Espíritus de la misma naturaleza; es por esto que sus comunicaciones están impregnadas de banalidades, de frivolidades, de ideas sin sentido y a menudo extremamente heterodoxas, espiríticamente hablando. Ciertamente, a veces ellos pueden decir y dicen cosas buenas; pero, sobre todo en este caso, es necesario hacer un examen severo y escrupuloso, porque –en medio de esas cosas buenas– ciertos Espíritus hipócritas insinúan con habilidad y con calculada perfidia hechos controvertidos y aserciones mentirosas, a fin de engañar la buena fe de sus oyentes. Entonces uno debe quitar, sin consideración, toda palabra o frase equívoca, y no conservar del dictado sino lo que la lógica acepte o lo que la Doctrina haya enseñado ya. Las comunicaciones de esta naturaleza sólo deben temerlas los espíritas aislados, los Grupos recientes o poco esclarecidos, porque en las reuniones donde los adeptos están más adelantados y han adquirido experiencia, por más que el grajo se vista con las plumas del pavo real, será siempre rechazado implacablemente.
No hablaré de los médiums que se complacen en solicitar y en recibir comunicaciones obscenas; dejémoslos que se complazcan en compañía de Espíritus cínicos. Además, las comunicaciones de este orden buscan, de por sí, la soledad y el aislamiento; en todo caso, no despertarán más que el desdén y el disgusto entre los miembros de los Grupos filosóficos y serios. No obstante, la influencia moral del médium se hace realmente sentir cuando éste sustituye con sus ideas personales a las que los Espíritus se esfuerzan por sugerirle; es entonces cuando él saca de su imaginación teorías fantasiosas que, de buena fe, cree que son el resultado de una comunicación intuitiva. En tal caso, entonces, habrá mil posibilidades contra una de que esto sólo sea el reflejo del propio Espíritu del médium; sucede también el hecho curioso de que la mano del médium se mueve a veces casi mecánicamente, impulsada por un Espíritu secundario y burlón. Contra esta piedra de toque se quiebran las pequeñas y ardientes imaginaciones, porque, arrastrados por el ímpetu de sus propias ideas y por los oropeles de sus conocimientos literarios, estos médiums menosprecian la modestia del dictado de un Espíritu sabio y, al dejar escapar la presa para perseguir su sombra, sustituyen eso por una paráfrasis ampulosa. Contra este temible escollo chocan igualmente las personalidades ambiciosas que, a falta de las comunicaciones que los Espíritus buenos les rehúsan, presentan sus propias obras como si fuese la obra de esos mismos Espíritus. He aquí por qué es necesario que los dirigentes de los Grupos Espíritas estén dotados de mucho tacto y de una rara sagacidad para discernir entre las comunicaciones auténticas y las que no lo son, y para no herir a quienes se engañan a sí mismos.
En la duda, abstente, dice uno de vuestros antiguos proverbios; por lo tanto, no admitáis sino aquello que para vosotros sea una evidencia cierta. Cuando surja una opinión nueva, por poco dudosa que os parezca, pasadla por el tamiz de la razón y de la lógica, desechando terminantemente lo que la razón y el buen sentido reprueben; más vale rechazar diez verdades que admitir una sola mentira, una sola teoría falsa. En efecto, porque sobre esta teoría podríais edificar todo un sistema que habría de derrumbarse al primer soplo de la verdad, como un monumento construido sobre arena movediza; mientras que si hoy rechazáis ciertas verdades porque no os son demostradas lógica y claramente, posteriormente un hecho decisivo o una demostración irrefutable vendrá afirmaros su autenticidad.
¡Oh, espíritas!, recordad entretanto que nada es imposible para Dios y para los Espíritus buenos, a no ser la injusticia y la iniquidad.
El Espiritismo se encuentra actualmente bastante difundido entre los hombres, y ha moralizado suficientemente a los adeptos sinceros de su santa Doctrina, de modo que los Espíritus ya no se ven obligados a emplear malas herramientas, es decir, médiums imperfectos. Por lo tanto, si ahora un médium –sea cual fuere– ofrece un motivo legítimo de sospecha, ya sea por su conducta o por sus costumbres, por su orgullo o por su falta de amor y de caridad, rechazad, rechazad sus comunicaciones, porque en ellas hay una serpiente oculta entre la hierba. He aquí mi conclusión sobre la influencia moral de los médiums.
ERASTO
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)
Ya lo hemos dicho: los médiums, en calidad de tales, no tienen más que una influencia secundaria en las comunicaciones de los Espíritus; su tarea es la de una máquina eléctrica que transmite los despachos telegráficos entre dos puntos distantes de la Tierra. De este modo, cuando queremos dictar una comunicación, nosotros obramos sobre el médium como el telegrafista lo hace sobre el aparato telegráfico; es decir, así como el tac tac del telégrafo traza a millares de leguas, sobre una tira de papel, las señales que reproducen el despacho, nosotros también transmitimos lo que os queremos enseñar por medio del aparato medianímico, a través de distancias inconmensurables que separan el mundo visible del mundo invisible, el mundo inmaterial del mundo encarnado. Pero, de la misma manera que las influencias atmosféricas a menudo actúan y perturban las transmisiones del telégrafo eléctrico, la influencia moral del médium, algunas veces actúa y perturba la transmisión de nuestros mensajes del Más Allá, porque nos vemos obligados a hacerlos pasar por un ambiente que les es contrario. Sin embargo, esta influencia es frecuentemente anulada por nuestra energía y por nuestra voluntad, y ningún acto perturbador se manifiesta. En efecto, dictados de un alto alcance filosófico y comunicaciones de una perfecta moralidad son a veces transmitidas por médiums poco apropiados para estas enseñanzas superiores, mientras que, por otro lado, comunicaciones poco edificantes también llegan algunas veces a través de médiums que se avergüenzan completamente de haberles servido de intermediarios.
En tesis general, podemos afirmar que los Espíritus se atraen por sus semejanzas, y que raramente los Espíritus de las pléyades elevadas se comunican por malos aparatos intermediarios, cuando tienen a disposición buenos instrumentos medianímicos, en una palabra, buenos médiums.
Los médiums ligeros y poco serios atraen, por lo tanto, a Espíritus de la misma naturaleza; es por esto que sus comunicaciones están impregnadas de banalidades, de frivolidades, de ideas sin sentido y a menudo extremamente heterodoxas, espiríticamente hablando. Ciertamente, a veces ellos pueden decir y dicen cosas buenas; pero, sobre todo en este caso, es necesario hacer un examen severo y escrupuloso, porque –en medio de esas cosas buenas– ciertos Espíritus hipócritas insinúan con habilidad y con calculada perfidia hechos controvertidos y aserciones mentirosas, a fin de engañar la buena fe de sus oyentes. Entonces uno debe quitar, sin consideración, toda palabra o frase equívoca, y no conservar del dictado sino lo que la lógica acepte o lo que la Doctrina haya enseñado ya. Las comunicaciones de esta naturaleza sólo deben temerlas los espíritas aislados, los Grupos recientes o poco esclarecidos, porque en las reuniones donde los adeptos están más adelantados y han adquirido experiencia, por más que el grajo se vista con las plumas del pavo real, será siempre rechazado implacablemente.
No hablaré de los médiums que se complacen en solicitar y en recibir comunicaciones obscenas; dejémoslos que se complazcan en compañía de Espíritus cínicos. Además, las comunicaciones de este orden buscan, de por sí, la soledad y el aislamiento; en todo caso, no despertarán más que el desdén y el disgusto entre los miembros de los Grupos filosóficos y serios. No obstante, la influencia moral del médium se hace realmente sentir cuando éste sustituye con sus ideas personales a las que los Espíritus se esfuerzan por sugerirle; es entonces cuando él saca de su imaginación teorías fantasiosas que, de buena fe, cree que son el resultado de una comunicación intuitiva. En tal caso, entonces, habrá mil posibilidades contra una de que esto sólo sea el reflejo del propio Espíritu del médium; sucede también el hecho curioso de que la mano del médium se mueve a veces casi mecánicamente, impulsada por un Espíritu secundario y burlón. Contra esta piedra de toque se quiebran las pequeñas y ardientes imaginaciones, porque, arrastrados por el ímpetu de sus propias ideas y por los oropeles de sus conocimientos literarios, estos médiums menosprecian la modestia del dictado de un Espíritu sabio y, al dejar escapar la presa para perseguir su sombra, sustituyen eso por una paráfrasis ampulosa. Contra este temible escollo chocan igualmente las personalidades ambiciosas que, a falta de las comunicaciones que los Espíritus buenos les rehúsan, presentan sus propias obras como si fuese la obra de esos mismos Espíritus. He aquí por qué es necesario que los dirigentes de los Grupos Espíritas estén dotados de mucho tacto y de una rara sagacidad para discernir entre las comunicaciones auténticas y las que no lo son, y para no herir a quienes se engañan a sí mismos.
En la duda, abstente, dice uno de vuestros antiguos proverbios; por lo tanto, no admitáis sino aquello que para vosotros sea una evidencia cierta. Cuando surja una opinión nueva, por poco dudosa que os parezca, pasadla por el tamiz de la razón y de la lógica, desechando terminantemente lo que la razón y el buen sentido reprueben; más vale rechazar diez verdades que admitir una sola mentira, una sola teoría falsa. En efecto, porque sobre esta teoría podríais edificar todo un sistema que habría de derrumbarse al primer soplo de la verdad, como un monumento construido sobre arena movediza; mientras que si hoy rechazáis ciertas verdades porque no os son demostradas lógica y claramente, posteriormente un hecho decisivo o una demostración irrefutable vendrá afirmaros su autenticidad.
¡Oh, espíritas!, recordad entretanto que nada es imposible para Dios y para los Espíritus buenos, a no ser la injusticia y la iniquidad.
El Espiritismo se encuentra actualmente bastante difundido entre los hombres, y ha moralizado suficientemente a los adeptos sinceros de su santa Doctrina, de modo que los Espíritus ya no se ven obligados a emplear malas herramientas, es decir, médiums imperfectos. Por lo tanto, si ahora un médium –sea cual fuere– ofrece un motivo legítimo de sospecha, ya sea por su conducta o por sus costumbres, por su orgullo o por su falta de amor y de caridad, rechazad, rechazad sus comunicaciones, porque en ellas hay una serpiente oculta entre la hierba. He aquí mi conclusión sobre la influencia moral de los médiums.
Fenómenos de aportes y otros fenómenos tangibles
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)
Para obtener fenómenos de este orden hace falta, necesariamente, que se disponga de médiums a los que llamaré sensitivos, es decir, dotados en el más alto grado de facultades medianímicas de expansión y de penetrabilidad, porque el sistema nervioso de estos médiums, fácilmente excitable, les permite –a través de ciertas vibraciones– proyectar alrededor de ellos su fluido animalizado con profusión.
Las naturalezas impresionables, las personas cuyos nervios vibran ante el menor sentimiento, ante la más pequeña sensación, y a quienes la influencia moral o física –interna o externa– sensibiliza, son sujetos muy aptos para ser excelentes médiums de efectos físicos de tangibilidad y de aportes. En efecto, el sistema nervioso de dichas personas, casi enteramente desprovisto de la envoltura refractaria que aísla ese sistema en la mayoría de los demás encarnados, las hace aptas para el desarrollo de esos diversos fenómenos. En consecuencia, con un sujeto de esta naturaleza, y cuyas otras facultades no sean hostiles a la mediumnización, se obtendrán más fácilmente los fenómenos de tangibilidad, los golpes en las paredes y en los muebles, los movimientos inteligentes e inclusive la suspensión en el espacio, de la más pesada materia inerte; a fortiori se conseguirán esos resultados si, en lugar de un médium, pudiésemos contar con varios otros, igualmente bien dotados.
Sin embargo, de la producción de estos fenómenos a la obtención del fenómeno de aportes hay una gran distancia, porque en este caso no sólo el trabajo del Espíritu es más complejo, más difícil, sino que además el Espíritu puede únicamente operar por intermedio de un solo aparato mediúmnico, es decir, que varios médiums no pueden contribuir simultáneamente para la producción del mismo fenómeno. Por el contrario, incluso sucede que la presencia de ciertas personas antipáticas al Espíritu que opera, obstaculiza radicalmente su acción. A estos motivos que –como lo veis– no carecen de importancia, agregad que los aportes requieren siempre una mayor concentración y, al mismo tiempo, una mayor difusión de ciertos fluidos, que sólo pueden ser obtenidos con los médiums mejor dotados, con aquellos –en una palabra– cuyo aparato electromedianímico esté en mejores condiciones.
En general, los hechos de aportes son y continuarán siendo excesivamente raros. No preciso demostraros por qué son y serán menos frecuentes que los otros hechos de tangibilidad; vosotros mismos lo deduciréis a partir de lo que os digo. Además, estos fenómenos son de tal naturaleza que no sólo todos los médiums no son aptos para realizarlos, sino que tampoco todos los Espíritus pueden producirlos. En efecto, es necesario que entre el Espíritu y el médium influido exista cierta afinidad, cierta analogía, en una palabra, cierta semejanza que permita que la parte expansible del fluido periespirítico [1] del encarnado se mezcle, se una y se combine con el fluido del Espíritu que quiere producir un aporte. Esta fusión debe ser tal que la fuerza resultante de ella se convierta –por así decirlo– en una, del mismo modo que una corriente eléctrica, al actuar sobre el carbón, produce un solo foco, una única claridad.
¿Por qué esa unión? ¿Por qué esa fusión? –preguntaréis. Es que para la producción de estos fenómenos es necesario que las propiedades esenciales del Espíritu agente sean aumentadas con algunas de las propiedades del sujeto mediumnizado, porque el fluido vital, indispensable para la producción de todos los fenómenos medianímicos, es un atributo exclusivo del encarnado y, por consiguiente, el Espíritu que opera se encuentra obligado a impregnarse del mismo. Sólo entonces puede, por intermedio de ciertas propiedades de vuestro medio circundante –desconocidas para vosotros–, aislar, volver invisibles y hacer que se muevan ciertos objetos materiales, e incluso los propios encarnados.
No me es permitido, por el momento, revelaros esas leyes particulares que rigen a los gases y a los fluidos que os circundan; entretanto, antes de que hayan transcurrido algunos años, antes de que una existencia humana se haya cumplido, la explicación de estas leyes y de estos fenómenos os será revelada, y veréis surgir y producirse una nueva variedad de médiums, que caerán en un estado cataléptico particular cuando sean mediumnizados.
Ya veis de cuántas dificultades se encuentra rodeada la producción de aportes; muy lógicamente podéis deducir que los fenómenos de esta naturaleza son excesivamente raros, sobre todo porque los Espíritus se prestan muy poco a producirlos, pues esto exige por parte de ellos un trabajo casi material, que les causa disgusto y fatiga. Por otro lado –y esto es muy frecuente–, sucede también lo siguiente: a pesar de su energía y de su voluntad, el estado del propio médium opone a los Espíritus una barrera infranqueable.
Por lo tanto, es evidente –y no me cabe duda de que vuestro razonamiento lo confirma– que los hechos tangibles, tales como los golpes, como el movimiento y la suspensión de objetos, son fenómenos simples que se operan mediante la concentración y la dilatación de ciertos fluidos, y que pueden ser provocados y obtenidos por la voluntad y por el trabajo de los médiums que son aptos para ello, cuando éstos son secundados por Espíritus amigos y benévolos; en tanto que los hechos de aportes son múltiples, complejos, exigen el concurso de circunstancias especiales, no pueden operarse sino por un solo Espíritu y un solo médium, y requieren –más allá de lo necesario para la tangibilidad– una combinación muy particular para aislar y volver invisibles al objeto o a los objetos que han de ser aportados.
Espíritas, todos vosotros comprendéis mis explicaciones y os dais perfectamente cuenta de esta concentración de fluidos especiales, para la locomoción y la tactilidad de la materia inerte; creéis en ello, así como creéis en los fenómenos de la electricidad y del magnetismo, con los cuales los hechos medianímicos tienen gran analogía y son –por así decirlo– su consagración y desarrollo. En cuanto a los incrédulos, no tengo que convencerlos, pues no me ocupo de ellos; un día se convencerán por la fuerza de la evidencia, porque será realmente preciso que se inclinen ante el testimonio unánime de los hechos espíritas, como ya se han visto forzados a hacerlo ante tantos otros hechos que al principio habían rechazado.
En resumen: si los hechos de tangibilidad son frecuentes, los hechos de aportes son muy raros, porque las condiciones requeridas para la producción de estos últimos son muy difíciles; por lo tanto, ningún médium puede decir que a tal hora o en tal momento obtendrá un aporte, porque a menudo el propio Espíritu se encuentra impedido en su obra. Debo agregar que estos fenómenos son doblemente difíciles en público, puesto que casi siempre ahí se encuentran elementos enérgicamente refractarios, que paralizan los esfuerzos del Espíritu, y con mayor razón la acción del médium. Al contrario, tened por cierto que estos fenómenos se producen de forma espontánea, lo más frecuentemente con desconocimiento de los médiums, sin premeditación, casi siempre en particular y, en fin, muy raramente cuando éstos se hallan prevenidos. De ahí debéis deducir que hay un motivo legítimo de sospecha todas las veces que un médium se jacta de obtenerlos a voluntad o, dicho de otro modo, de dar órdenes a los Espíritus como si fuesen sus sirvientes, lo que es totalmente absurdo. También tened como regla general que de ninguna manera los fenómenos espíritas se producen para que sean exhibidos como un espectáculo, ni para divertir a los curiosos. Si algunos Espíritus se prestan a este tipo de cosas, esto solamente puede ocurrir con los fenómenos simples y no con los que exigen condiciones excepcionales, como los aportes y otros semejantes.
Espíritas, recordad que si es absurdo rechazar sistemáticamente todos los fenómenos del Más Allá, tampoco es prudente aceptarlos ciegamente. Cuando un fenómeno de tangibilidad, de aparición, de visibilidad o de aporte se manifiesta espontáneamente y de modo instantáneo, aceptadlo; entretanto, no estaría de más repetiros que no aceptéis nada ciegamente. Que cada hecho sea sometido a un examen minucioso, profundo y severo; pues –creedlo– el Espiritismo, tan rico en fenómenos sublimes y grandiosos, no tiene nada que ganar con esas pequeñas manifestaciones, que pueden ser imitadas por hábiles prestidigitadores.
Sé muy bien lo que vosotros me vais a decir: que estos fenómenos son útiles para convencer a los incrédulos; pero sabed que si no hubierais tenido otros medios de convicción, hoy no contaríais ni con la centésima parte de los espíritas que existen. Hablad al corazón: es así que haréis las más serias conversiones. Si para ciertas personas creéis que es útil valerse de hechos materiales, presentadlos al menos en circunstancias tales que no puedan dar lugar a ninguna interpretación falsa y, sobre todo, no salgáis de las condiciones normales de estos hechos, porque si se los presenta en malas condiciones, ofrecen argumentos a los incrédulos en lugar de convencerlos.
ERASTO
[1] Vemos que cuando se trata de expresar una idea nueva, para la cual no hay un vocablo específico en el idioma, los Espíritus saben perfectamente crear neologismos. Esas palabras: electromedianímico, periespirítico, no son nuestras. Los que nos han criticado por haber creado las palabras: espírita, Espiritismo, periespíritu –que no tenían análogas–, podrán también hacer la misma crítica a los Espíritus. [Nota de Allan Kardec.]
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)
Para obtener fenómenos de este orden hace falta, necesariamente, que se disponga de médiums a los que llamaré sensitivos, es decir, dotados en el más alto grado de facultades medianímicas de expansión y de penetrabilidad, porque el sistema nervioso de estos médiums, fácilmente excitable, les permite –a través de ciertas vibraciones– proyectar alrededor de ellos su fluido animalizado con profusión.
Las naturalezas impresionables, las personas cuyos nervios vibran ante el menor sentimiento, ante la más pequeña sensación, y a quienes la influencia moral o física –interna o externa– sensibiliza, son sujetos muy aptos para ser excelentes médiums de efectos físicos de tangibilidad y de aportes. En efecto, el sistema nervioso de dichas personas, casi enteramente desprovisto de la envoltura refractaria que aísla ese sistema en la mayoría de los demás encarnados, las hace aptas para el desarrollo de esos diversos fenómenos. En consecuencia, con un sujeto de esta naturaleza, y cuyas otras facultades no sean hostiles a la mediumnización, se obtendrán más fácilmente los fenómenos de tangibilidad, los golpes en las paredes y en los muebles, los movimientos inteligentes e inclusive la suspensión en el espacio, de la más pesada materia inerte; a fortiori se conseguirán esos resultados si, en lugar de un médium, pudiésemos contar con varios otros, igualmente bien dotados.
Sin embargo, de la producción de estos fenómenos a la obtención del fenómeno de aportes hay una gran distancia, porque en este caso no sólo el trabajo del Espíritu es más complejo, más difícil, sino que además el Espíritu puede únicamente operar por intermedio de un solo aparato mediúmnico, es decir, que varios médiums no pueden contribuir simultáneamente para la producción del mismo fenómeno. Por el contrario, incluso sucede que la presencia de ciertas personas antipáticas al Espíritu que opera, obstaculiza radicalmente su acción. A estos motivos que –como lo veis– no carecen de importancia, agregad que los aportes requieren siempre una mayor concentración y, al mismo tiempo, una mayor difusión de ciertos fluidos, que sólo pueden ser obtenidos con los médiums mejor dotados, con aquellos –en una palabra– cuyo aparato electromedianímico esté en mejores condiciones.
En general, los hechos de aportes son y continuarán siendo excesivamente raros. No preciso demostraros por qué son y serán menos frecuentes que los otros hechos de tangibilidad; vosotros mismos lo deduciréis a partir de lo que os digo. Además, estos fenómenos son de tal naturaleza que no sólo todos los médiums no son aptos para realizarlos, sino que tampoco todos los Espíritus pueden producirlos. En efecto, es necesario que entre el Espíritu y el médium influido exista cierta afinidad, cierta analogía, en una palabra, cierta semejanza que permita que la parte expansible del fluido periespirítico [1] del encarnado se mezcle, se una y se combine con el fluido del Espíritu que quiere producir un aporte. Esta fusión debe ser tal que la fuerza resultante de ella se convierta –por así decirlo– en una, del mismo modo que una corriente eléctrica, al actuar sobre el carbón, produce un solo foco, una única claridad.
¿Por qué esa unión? ¿Por qué esa fusión? –preguntaréis. Es que para la producción de estos fenómenos es necesario que las propiedades esenciales del Espíritu agente sean aumentadas con algunas de las propiedades del sujeto mediumnizado, porque el fluido vital, indispensable para la producción de todos los fenómenos medianímicos, es un atributo exclusivo del encarnado y, por consiguiente, el Espíritu que opera se encuentra obligado a impregnarse del mismo. Sólo entonces puede, por intermedio de ciertas propiedades de vuestro medio circundante –desconocidas para vosotros–, aislar, volver invisibles y hacer que se muevan ciertos objetos materiales, e incluso los propios encarnados.
No me es permitido, por el momento, revelaros esas leyes particulares que rigen a los gases y a los fluidos que os circundan; entretanto, antes de que hayan transcurrido algunos años, antes de que una existencia humana se haya cumplido, la explicación de estas leyes y de estos fenómenos os será revelada, y veréis surgir y producirse una nueva variedad de médiums, que caerán en un estado cataléptico particular cuando sean mediumnizados.
Ya veis de cuántas dificultades se encuentra rodeada la producción de aportes; muy lógicamente podéis deducir que los fenómenos de esta naturaleza son excesivamente raros, sobre todo porque los Espíritus se prestan muy poco a producirlos, pues esto exige por parte de ellos un trabajo casi material, que les causa disgusto y fatiga. Por otro lado –y esto es muy frecuente–, sucede también lo siguiente: a pesar de su energía y de su voluntad, el estado del propio médium opone a los Espíritus una barrera infranqueable.
Por lo tanto, es evidente –y no me cabe duda de que vuestro razonamiento lo confirma– que los hechos tangibles, tales como los golpes, como el movimiento y la suspensión de objetos, son fenómenos simples que se operan mediante la concentración y la dilatación de ciertos fluidos, y que pueden ser provocados y obtenidos por la voluntad y por el trabajo de los médiums que son aptos para ello, cuando éstos son secundados por Espíritus amigos y benévolos; en tanto que los hechos de aportes son múltiples, complejos, exigen el concurso de circunstancias especiales, no pueden operarse sino por un solo Espíritu y un solo médium, y requieren –más allá de lo necesario para la tangibilidad– una combinación muy particular para aislar y volver invisibles al objeto o a los objetos que han de ser aportados.
Espíritas, todos vosotros comprendéis mis explicaciones y os dais perfectamente cuenta de esta concentración de fluidos especiales, para la locomoción y la tactilidad de la materia inerte; creéis en ello, así como creéis en los fenómenos de la electricidad y del magnetismo, con los cuales los hechos medianímicos tienen gran analogía y son –por así decirlo– su consagración y desarrollo. En cuanto a los incrédulos, no tengo que convencerlos, pues no me ocupo de ellos; un día se convencerán por la fuerza de la evidencia, porque será realmente preciso que se inclinen ante el testimonio unánime de los hechos espíritas, como ya se han visto forzados a hacerlo ante tantos otros hechos que al principio habían rechazado.
En resumen: si los hechos de tangibilidad son frecuentes, los hechos de aportes son muy raros, porque las condiciones requeridas para la producción de estos últimos son muy difíciles; por lo tanto, ningún médium puede decir que a tal hora o en tal momento obtendrá un aporte, porque a menudo el propio Espíritu se encuentra impedido en su obra. Debo agregar que estos fenómenos son doblemente difíciles en público, puesto que casi siempre ahí se encuentran elementos enérgicamente refractarios, que paralizan los esfuerzos del Espíritu, y con mayor razón la acción del médium. Al contrario, tened por cierto que estos fenómenos se producen de forma espontánea, lo más frecuentemente con desconocimiento de los médiums, sin premeditación, casi siempre en particular y, en fin, muy raramente cuando éstos se hallan prevenidos. De ahí debéis deducir que hay un motivo legítimo de sospecha todas las veces que un médium se jacta de obtenerlos a voluntad o, dicho de otro modo, de dar órdenes a los Espíritus como si fuesen sus sirvientes, lo que es totalmente absurdo. También tened como regla general que de ninguna manera los fenómenos espíritas se producen para que sean exhibidos como un espectáculo, ni para divertir a los curiosos. Si algunos Espíritus se prestan a este tipo de cosas, esto solamente puede ocurrir con los fenómenos simples y no con los que exigen condiciones excepcionales, como los aportes y otros semejantes.
Espíritas, recordad que si es absurdo rechazar sistemáticamente todos los fenómenos del Más Allá, tampoco es prudente aceptarlos ciegamente. Cuando un fenómeno de tangibilidad, de aparición, de visibilidad o de aporte se manifiesta espontáneamente y de modo instantáneo, aceptadlo; entretanto, no estaría de más repetiros que no aceptéis nada ciegamente. Que cada hecho sea sometido a un examen minucioso, profundo y severo; pues –creedlo– el Espiritismo, tan rico en fenómenos sublimes y grandiosos, no tiene nada que ganar con esas pequeñas manifestaciones, que pueden ser imitadas por hábiles prestidigitadores.
Sé muy bien lo que vosotros me vais a decir: que estos fenómenos son útiles para convencer a los incrédulos; pero sabed que si no hubierais tenido otros medios de convicción, hoy no contaríais ni con la centésima parte de los espíritas que existen. Hablad al corazón: es así que haréis las más serias conversiones. Si para ciertas personas creéis que es útil valerse de hechos materiales, presentadlos al menos en circunstancias tales que no puedan dar lugar a ninguna interpretación falsa y, sobre todo, no salgáis de las condiciones normales de estos hechos, porque si se los presenta en malas condiciones, ofrecen argumentos a los incrédulos en lugar de convencerlos.
[1] Vemos que cuando se trata de expresar una idea nueva, para la cual no hay un vocablo específico en el idioma, los Espíritus saben perfectamente crear neologismos. Esas palabras: electromedianímico, periespirítico, no son nuestras. Los que nos han criticado por haber creado las palabras: espírita, Espiritismo, periespíritu –que no tenían análogas–, podrán también hacer la misma crítica a los Espíritus. [Nota de Allan Kardec.]
Los “animales médiums”
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)
Abordaré hoy la cuestión de la mediumnidad en los animales, planteada y defendida por uno de vuestros más fervorosos adeptos. Él supone, en virtud del axioma: Quien puede lo más, puede lo menos, que nosotros podemos mediumnizar a los pájaros y a otros animales, y servirnos de los mismos en nuestras comunicaciones con la especie humana. Esto es lo que en filosofía –o más bien en lógica– llamáis pura y simplemente un sofisma. «Si vosotros podéis animar –dice él– la materia inerte, es decir, una mesa, una silla, un piano, a fortiori podréis animar la materia ya animada, y particularmente los pájaros». ¡Pues bien! Dentro de las leyes del Espiritismo, esto no es así, ni puede serlo.
Primeramente, entendámonos bien sobre los hechos. ¿Qué es un médium? Es el ser, es el individuo que sirve de lazo de unión a los Espíritus, para que éstos puedan comunicarse con facilidad con los hombres, que son Espíritus encarnados. Por lo tanto, sin un médium no hay comunicaciones tangibles, mentales, escritas, físicas, ni de ninguna otra clase.
Existe un principio que –estoy seguro de ello– es admitido por todos los espíritas: los semejantes actúan con sus semejantes y como sus semejantes. Ahora bien, ¿cuáles son los semejantes de los Espíritus, sino los Espíritus, encarnados o no? ¿Será preciso que os repitamos esto sin cesar? ¡Pues bien! Lo repetiré una vez más: Vuestro periespíritu y el nuestro son extraídos del mismo medio, son de una naturaleza idéntica; en una palabra, son semejantes. Poseen una propiedad de asimilación más o menos desarrollada, de imantación más o menos vigorosa que nos permite –a los Espíritus desencarnados y a los encarnados– ponernos en relación con mucha prontitud y facilidad. En fin, lo que es propio de los médiums, lo que es de la propia esencia de su individualidad, es una afinidad especial y, al mismo tiempo, una fuerza de expansión particular que anulan en ellos toda cualidad refractaria, y establecen –entre ellos y nosotros– una especie de corriente, una especie de fusión que facilita nuestras comunicaciones. Además, es esta cualidad refractaria de la materia que se opone al desarrollo de la mediumnidad en la mayoría de aquellos que no son médiums. He de agregar que es a esta cualidad refractaria que se debe atribuir la particularidad que hace conque ciertos individuos que no son médiums propicien el desarrollo de la medianimidad –por su simple contacto– en médiums principiantes o en médiums casi pasivos, es decir, desprovistos de ciertas cualidades medianímicas.
Los hombres son siempre propensos a exagerarlo todo; unos –no hablo aquí de los materialistas– niegan que los animales tengan alma, y otros quieren darles una, por así decirlo, semejante a la nuestra. ¿Por qué desean confundir así lo perfectible con lo imperfectible? No, no, estad bien convencidos de que el fuego que anima a los irracionales, el soplo que los impulsa a obrar, a moverse y a comunicarse en su propio lenguaje, no tiene en cuanto al presente ninguna aptitud para mezclarse, unirse o fusionarse con el soplo divino, con el alma etérea, en una palabra, con el Espíritu que anima al ser esencialmente perfectible: el hombre, el rey de la Creación. Ahora bien, ¿no es esta condición esencial de perfectibilidad la que constituye la superioridad de la especie humana sobre las otras especies terrestres? ¡Pues bien! Reconoced, por lo tanto, que no se puede asemejar al hombre –único ser perfectible en sí mismo y en sus obras– a ningún ejemplar de las otras especies que viven en la Tierra.
El perro, cuya inteligencia superior entre los animales lo ha convertido en el amigo y comensal del hombre, ¿es perfectible de por sí, por iniciativa propia? Nadie se atrevería a sostener esto, porque el perro no hace progresar al perro; y el mejor adiestrado entre ellos lo ha sido siempre por su dueño. Desde que el mundo es mundo, la nutria construye su madriguera por encima del agua, con las mismas proporciones y siguiendo una regla invariable. Los ruiseñores y las golondrinas jamás construyeron sus nidos de un modo diferente a como lo hicieron sus ascendientes. Un nido de gorriones anterior al diluvio, así como un nido de gorriones de la época moderna, es siempre un nido de gorriones, construido en las mismas condiciones y con el mismo sistema de entrelazamiento de ramitas y de restos recogidos durante la primavera, en la época de reproducción. Las abejas y las hormigas, en sus pequeñas colonias organizadas, nunca variaron en sus hábitos de provisión, en sus procedimientos, en sus costumbres, en sus producciones. En fin, la araña siempre teje su tela de la misma manera.
Por otro lado, si buscáis las chozas y las tiendas de las primeras edades de la Tierra, hallaréis en su lugar los palacios y los castillos de la civilización moderna; los tejidos de oro y de seda reemplazaron a las vestimentas hechas de pieles sin curtir; en fin, a cada paso encontraréis la prueba de esta marcha incesante de la humanidad hacia el progreso.
De este progreso constante, invencible e irrecusable de la especie humana, y de ese estancamiento indefinido de las otras especies animadas, habréis de concluir conmigo que si existen principios que son comunes a todo lo que vive y se mueve en la Tierra –el soplo y la materia–, no es menos cierto que sólo vosotros, Espíritus encarnados, estáis sometidos a esa inevitable ley del progreso que os impulsa fatalmente hacia delante, siempre hacia delante. Dios ha puesto a los animales a vuestro lado como auxiliares, para alimentaros, vestiros y secundaros. Les ha dado una cierta dosis de inteligencia porque, para ayudaros, necesitaban comprender, y les ha otorgado una inteligencia proporcional a los servicios que están llamados a prestar; pero en su sabiduría no ha querido que estuviesen sometidos a la misma ley del progreso. Tal como fueron creados, así se han conservado y se conservarán hasta la extinción de sus especies.
Han dicho que los Espíritus mediumnizan la materia inerte y hacen que se muevan las sillas, las mesas, los pianos; hacen que se muevan, sí, pero mediumnizan, ¡no! Porque –lo decimos una vez más– sin un médium, ninguno de esos fenómenos puede producirse. ¿Qué tiene de extraordinario que, con la ayuda de uno o varios médiums, los Espíritus hagamos mover la materia inerte, pasiva, que justamente en razón de su pasividad y de su inercia es apropiada para recibir los movimientos y los impulsos que deseamos imprimirle? Es indudable que para esto precisamos de médiums, pero no es necesario que el médium esté presente o consciente del hecho, porque nosotros podemos obrar con los elementos que él nos provee, sin saberlo y aunque esté ausente, sobre todo en los fenómenos de tangibilidad y de aportes. Nuestra envoltura fluídica, más imponderable y sutil que el más sutil e imponderable de vuestros gases, uniéndose, ligándose y combinándose con la envoltura fluídica animalizada del médium –cuyas propiedades de expansión y de penetrabilidad escapan a vuestros sentidos groseros, lo que es casi inexplicable para vosotros–, nos permite mover muebles e incluso romperlos dentro de habitaciones donde no haya personas.
Ciertamente los Espíritus pueden hacerse visibles y tangibles para los animales, y a menudo ese súbito pavor que se apodera de éstos –y que os parece sin motivo– es causado por la vista de uno o de varios Espíritus mal intencionados para con los individuos presentes o para con los dueños de dichos animales. Muy frecuentemente os encontráis con caballos que no quieren avanzar ni retroceder, o que se encabritan ante un obstáculo imaginario. ¡Pues bien!, tened por cierto que el obstáculo imaginario es a menudo un Espíritu o un grupo de Espíritus que se complacen en impedir que los animales avancen. Recordad la burra de Balaam que, al ver delante de ella a un ángel y temerosa de su espada flamígera, se obstinaba en no moverse; es que antes de manifestarse visiblemente a Balaam, el ángel había querido hacerse visible solamente para el animal. Pero, lo repito: nosotros no mediumnizamos directamente ni a los animales ni a la materia inerte; necesitamos siempre del concurso consciente o inconsciente de un médium humano, porque nos hace falta la unión de fluidos similares, lo que no encontramos ni en los animales, ni en la materia bruta.
El Sr. Thiry dice que ha magnetizado a su perro; ¿qué resultado ha obtenido? Lo ha matado, porque el pobre animal murió tras haber caído en una especie de atonía, de languidez, consecuencia de la magnetización. En efecto, al saturarlo de un fluido tomado de una esencia superior a la esencia especial de su naturaleza, lo aniquiló, porque actuó sobre el animal a semejanza de un rayo, aunque más lentamente. Por lo tanto, como no es posible ninguna asimilación entre nuestro periespíritu y la envoltura fluídica de los animales propiamente dichos, los aniquilaríamos instantáneamente al mediumnizarlos.
Dicho esto, reconozco perfectamente que en los animales existen aptitudes diversas; que en ellos se desarrollan ciertos sentimientos y ciertas pasiones, idénticos a las pasiones y a los sentimientos humanos; que son sensibles y agradecidos, o vengativos y agresivos, conforme se los trate bien o mal. Es que Dios –que no hace nada incompleto– ha dado a los animales, que son compañeros o servidores del hombre, las cualidades de sociabilidad que faltan completamente en los animales salvajes que habitan en lugares despoblados.
En resumen, los hechos mediúmnicos no pueden manifestarse sin el concurso consciente o inconsciente del médium, y sólo entre los encarnados –que son Espíritus como nosotros– podemos encontrar a los que pueden servirnos de médiums. En cuanto a adiestrar perros, pájaros u otros animales, para que hagan tales o cuales ejercicios, es un asunto vuestro y no nuestro.
ERASTO
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. d’Ambel)
Abordaré hoy la cuestión de la mediumnidad en los animales, planteada y defendida por uno de vuestros más fervorosos adeptos. Él supone, en virtud del axioma: Quien puede lo más, puede lo menos, que nosotros podemos mediumnizar a los pájaros y a otros animales, y servirnos de los mismos en nuestras comunicaciones con la especie humana. Esto es lo que en filosofía –o más bien en lógica– llamáis pura y simplemente un sofisma. «Si vosotros podéis animar –dice él– la materia inerte, es decir, una mesa, una silla, un piano, a fortiori podréis animar la materia ya animada, y particularmente los pájaros». ¡Pues bien! Dentro de las leyes del Espiritismo, esto no es así, ni puede serlo.
Primeramente, entendámonos bien sobre los hechos. ¿Qué es un médium? Es el ser, es el individuo que sirve de lazo de unión a los Espíritus, para que éstos puedan comunicarse con facilidad con los hombres, que son Espíritus encarnados. Por lo tanto, sin un médium no hay comunicaciones tangibles, mentales, escritas, físicas, ni de ninguna otra clase.
Existe un principio que –estoy seguro de ello– es admitido por todos los espíritas: los semejantes actúan con sus semejantes y como sus semejantes. Ahora bien, ¿cuáles son los semejantes de los Espíritus, sino los Espíritus, encarnados o no? ¿Será preciso que os repitamos esto sin cesar? ¡Pues bien! Lo repetiré una vez más: Vuestro periespíritu y el nuestro son extraídos del mismo medio, son de una naturaleza idéntica; en una palabra, son semejantes. Poseen una propiedad de asimilación más o menos desarrollada, de imantación más o menos vigorosa que nos permite –a los Espíritus desencarnados y a los encarnados– ponernos en relación con mucha prontitud y facilidad. En fin, lo que es propio de los médiums, lo que es de la propia esencia de su individualidad, es una afinidad especial y, al mismo tiempo, una fuerza de expansión particular que anulan en ellos toda cualidad refractaria, y establecen –entre ellos y nosotros– una especie de corriente, una especie de fusión que facilita nuestras comunicaciones. Además, es esta cualidad refractaria de la materia que se opone al desarrollo de la mediumnidad en la mayoría de aquellos que no son médiums. He de agregar que es a esta cualidad refractaria que se debe atribuir la particularidad que hace conque ciertos individuos que no son médiums propicien el desarrollo de la medianimidad –por su simple contacto– en médiums principiantes o en médiums casi pasivos, es decir, desprovistos de ciertas cualidades medianímicas.
Los hombres son siempre propensos a exagerarlo todo; unos –no hablo aquí de los materialistas– niegan que los animales tengan alma, y otros quieren darles una, por así decirlo, semejante a la nuestra. ¿Por qué desean confundir así lo perfectible con lo imperfectible? No, no, estad bien convencidos de que el fuego que anima a los irracionales, el soplo que los impulsa a obrar, a moverse y a comunicarse en su propio lenguaje, no tiene en cuanto al presente ninguna aptitud para mezclarse, unirse o fusionarse con el soplo divino, con el alma etérea, en una palabra, con el Espíritu que anima al ser esencialmente perfectible: el hombre, el rey de la Creación. Ahora bien, ¿no es esta condición esencial de perfectibilidad la que constituye la superioridad de la especie humana sobre las otras especies terrestres? ¡Pues bien! Reconoced, por lo tanto, que no se puede asemejar al hombre –único ser perfectible en sí mismo y en sus obras– a ningún ejemplar de las otras especies que viven en la Tierra.
El perro, cuya inteligencia superior entre los animales lo ha convertido en el amigo y comensal del hombre, ¿es perfectible de por sí, por iniciativa propia? Nadie se atrevería a sostener esto, porque el perro no hace progresar al perro; y el mejor adiestrado entre ellos lo ha sido siempre por su dueño. Desde que el mundo es mundo, la nutria construye su madriguera por encima del agua, con las mismas proporciones y siguiendo una regla invariable. Los ruiseñores y las golondrinas jamás construyeron sus nidos de un modo diferente a como lo hicieron sus ascendientes. Un nido de gorriones anterior al diluvio, así como un nido de gorriones de la época moderna, es siempre un nido de gorriones, construido en las mismas condiciones y con el mismo sistema de entrelazamiento de ramitas y de restos recogidos durante la primavera, en la época de reproducción. Las abejas y las hormigas, en sus pequeñas colonias organizadas, nunca variaron en sus hábitos de provisión, en sus procedimientos, en sus costumbres, en sus producciones. En fin, la araña siempre teje su tela de la misma manera.
Por otro lado, si buscáis las chozas y las tiendas de las primeras edades de la Tierra, hallaréis en su lugar los palacios y los castillos de la civilización moderna; los tejidos de oro y de seda reemplazaron a las vestimentas hechas de pieles sin curtir; en fin, a cada paso encontraréis la prueba de esta marcha incesante de la humanidad hacia el progreso.
De este progreso constante, invencible e irrecusable de la especie humana, y de ese estancamiento indefinido de las otras especies animadas, habréis de concluir conmigo que si existen principios que son comunes a todo lo que vive y se mueve en la Tierra –el soplo y la materia–, no es menos cierto que sólo vosotros, Espíritus encarnados, estáis sometidos a esa inevitable ley del progreso que os impulsa fatalmente hacia delante, siempre hacia delante. Dios ha puesto a los animales a vuestro lado como auxiliares, para alimentaros, vestiros y secundaros. Les ha dado una cierta dosis de inteligencia porque, para ayudaros, necesitaban comprender, y les ha otorgado una inteligencia proporcional a los servicios que están llamados a prestar; pero en su sabiduría no ha querido que estuviesen sometidos a la misma ley del progreso. Tal como fueron creados, así se han conservado y se conservarán hasta la extinción de sus especies.
Han dicho que los Espíritus mediumnizan la materia inerte y hacen que se muevan las sillas, las mesas, los pianos; hacen que se muevan, sí, pero mediumnizan, ¡no! Porque –lo decimos una vez más– sin un médium, ninguno de esos fenómenos puede producirse. ¿Qué tiene de extraordinario que, con la ayuda de uno o varios médiums, los Espíritus hagamos mover la materia inerte, pasiva, que justamente en razón de su pasividad y de su inercia es apropiada para recibir los movimientos y los impulsos que deseamos imprimirle? Es indudable que para esto precisamos de médiums, pero no es necesario que el médium esté presente o consciente del hecho, porque nosotros podemos obrar con los elementos que él nos provee, sin saberlo y aunque esté ausente, sobre todo en los fenómenos de tangibilidad y de aportes. Nuestra envoltura fluídica, más imponderable y sutil que el más sutil e imponderable de vuestros gases, uniéndose, ligándose y combinándose con la envoltura fluídica animalizada del médium –cuyas propiedades de expansión y de penetrabilidad escapan a vuestros sentidos groseros, lo que es casi inexplicable para vosotros–, nos permite mover muebles e incluso romperlos dentro de habitaciones donde no haya personas.
Ciertamente los Espíritus pueden hacerse visibles y tangibles para los animales, y a menudo ese súbito pavor que se apodera de éstos –y que os parece sin motivo– es causado por la vista de uno o de varios Espíritus mal intencionados para con los individuos presentes o para con los dueños de dichos animales. Muy frecuentemente os encontráis con caballos que no quieren avanzar ni retroceder, o que se encabritan ante un obstáculo imaginario. ¡Pues bien!, tened por cierto que el obstáculo imaginario es a menudo un Espíritu o un grupo de Espíritus que se complacen en impedir que los animales avancen. Recordad la burra de Balaam que, al ver delante de ella a un ángel y temerosa de su espada flamígera, se obstinaba en no moverse; es que antes de manifestarse visiblemente a Balaam, el ángel había querido hacerse visible solamente para el animal. Pero, lo repito: nosotros no mediumnizamos directamente ni a los animales ni a la materia inerte; necesitamos siempre del concurso consciente o inconsciente de un médium humano, porque nos hace falta la unión de fluidos similares, lo que no encontramos ni en los animales, ni en la materia bruta.
El Sr. Thiry dice que ha magnetizado a su perro; ¿qué resultado ha obtenido? Lo ha matado, porque el pobre animal murió tras haber caído en una especie de atonía, de languidez, consecuencia de la magnetización. En efecto, al saturarlo de un fluido tomado de una esencia superior a la esencia especial de su naturaleza, lo aniquiló, porque actuó sobre el animal a semejanza de un rayo, aunque más lentamente. Por lo tanto, como no es posible ninguna asimilación entre nuestro periespíritu y la envoltura fluídica de los animales propiamente dichos, los aniquilaríamos instantáneamente al mediumnizarlos.
Dicho esto, reconozco perfectamente que en los animales existen aptitudes diversas; que en ellos se desarrollan ciertos sentimientos y ciertas pasiones, idénticos a las pasiones y a los sentimientos humanos; que son sensibles y agradecidos, o vengativos y agresivos, conforme se los trate bien o mal. Es que Dios –que no hace nada incompleto– ha dado a los animales, que son compañeros o servidores del hombre, las cualidades de sociabilidad que faltan completamente en los animales salvajes que habitan en lugares despoblados.
En resumen, los hechos mediúmnicos no pueden manifestarse sin el concurso consciente o inconsciente del médium, y sólo entre los encarnados –que son Espíritus como nosotros– podemos encontrar a los que pueden servirnos de médiums. En cuanto a adiestrar perros, pájaros u otros animales, para que hagan tales o cuales ejercicios, es un asunto vuestro y no nuestro.
Nota – A propósito de la discusión que tuvo lugar en la Sociedad acerca de la mediumnidad en los animales, el Sr. Allan Kardec dijo que él observó muy atentamente las experiencias que fueron realizadas en estos últimos tiempos en pájaros, a los cuales se atribuía la facultad mediúmnica, y agregó que él reconoció ahí –de la manera más incontestable– los procedimientos de la prestidigitación, es decir, de cartas marcadas, usadas con mucha destreza para engañar a los espectadores que, sin examinar el fondo, se contentan con la apariencia. En efecto, esos pájaros hacen cosas que ni el hombre más inteligente, ni el sonámbulo más lúcido podrían hacer, de donde se deduciría que los mismos poseen facultades intelectuales superiores al hombre, lo que es contrario a las leyes de la Naturaleza. Lo que es más sorprendente en esas experiencias es el arte, la paciencia que fue necesario tener para adiestrar a esos animales, a fin de volverlos dóciles y atentos. Para obtener tales resultados, ciertamente fue preciso estar en contacto con naturalezas flexibles, pero esto, en definitiva, sólo puede suceder con animales adiestrados, en los cuales hay más hábito que combinaciones; y la prueba de eso es que si dejan de adiestrarlos por algún tiempo, pierden rápidamente lo que aprendieron. El atractivo de esas experiencias, como el de todas las prestidigitaciones, está en el secreto de los procedimientos; una vez conocido el proceder, ellas pierden toda su atracción. Fue lo que ocurrió cuando los saltimbanquis quisieron imitar la lucidez sonambúlica por el pretenso fenómeno al que llamaban doble vista; allí no podía haber ilusión para quien conociese las condiciones normales del sonambulismo. Sucede lo mismo con la pretensa mediumnidad en los pájaros, de la cual todo observador experimentado se da cuenta fácilmente.
Pueblos: ¡haced silencio!
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos; médium: Sra. de Cazemajoux)
I
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos; médium: Sra. de Cazemajoux)
I
¿Hacia dónde corren esos niños vestidos de blanco? La alegría ilumina sus corazones. Ese grupo juguetón va a divertirse en las praderas verdes, donde recogerán muchas flores y perseguirán al brillante insecto que se nutre en sus cálices. Despreocupados y dichosos, ellos no ven más allá del horizonte azul que los rodea; su caída será terrible si no os apresuráis en preparar sus corazones para las enseñanzas espíritas.
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
II
Aquéllos se han vuelto grandes y fuertes; la belleza viril de unos, la gracia y el abandono de otras hacen revivir en el corazón de sus padres los dulces recuerdos de una época ya distante; pero la sonrisa que iba a florecer en sus labios marchitados desaparece, para dar lugar a sombrías preocupaciones. Es que también ellos bebieron a grandes tragos en la copa encantada de las ilusiones de la juventud, y el veneno sutil debilitó su sangre, les quitó las fuerzas, envejeció sus rostros, les arrugó la frente, y por eso querían impedir que sus hijos probasen esa copa envenenada. ¡Hermanos! El Espiritismo será el antídoto que debe preservar la nueva generación de sus devastaciones mortales.
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
III
Aquéllos han llegado a la edad de la virilidad; se han vuelto hombres. Son serios y graves, pero no son felices; sus corazones están hastiados y no tienen más que una fibra sensible: la de la ambición. Usan toda su fuerza y energía en adquirir bienes terrenales. Para ellos no hay felicidad sin los títulos, los honores y la fortuna. ¡Insensatos! De un instante a otro el ángel de la liberación viene a buscaros y seréis forzados a abandonar todas esas quimeras; sois exiliados a quienes Dios puede llamar a la madre patria a cualquier momento. No construyáis palacios ni monumentos; una tienda, ropa y pan: he aquí lo necesario. Contentaos con esto y ofreced lo superfluo a vuestros hermanos que carecen de abrigo, de ropa y de pan. El Espiritismo viene a deciros que los verdaderos tesoros que debéis adquirir son el amor a Dios y al prójimo; ellos os harán ricos para la eternidad.
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
IV
Aquéllos están con sus frentes inclinadas al borde del sepulcro; tienen miedo y gustarían levantar la cabeza, pero el tiempo arqueó sus hombros, dejó rígidos sus nervios y sus músculos y no pueden mirar hacia lo alto. ¡Ah, de cuántas angustias son acometidos! En lo más profundo del alma rememoran su vida inútil y a menudo criminal; el remordimiento los corroe como un buitre hambriento; es que, frecuentemente, en el curso de esta existencia transcurrida en la indiferencia, negaron a su Dios que, al borde de la tumba, les aparece como un vengador inexorable. No temáis, hermanos, y orad. Si Dios, en su justicia, os pune, tendrá en cuenta vuestro arrepentimiento, porque el Espiritismo viene a deciros que la eternidad de las penas no existe y que renacéis para purificaros y expiar. Así, vosotros que estáis cansados del exilio en la Tierra, haced todos los esfuerzos para mejoraros, a fin de no volver más a la misma.
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
BYRON
Porque los Espíritus del Señor atravesaron las nubes y vienen a enseñaros. Prestad atención a sus voces amigas; escuchad atentamente. Pueblos: ¡haced silencio!
Jean-Jacques Rousseau
(Médium: Sra. de Costel)
Nota – La médium estaba ocupada con cosas ajenas al Espiritismo; se disponía a escribir acerca de asuntos personales, cuando una fuerza invisible la impulsó a escribir el siguiente texto, a pesar de su deseo de proseguir el trabajo comenzado. Es lo que explica el inicio de la comunicación: «Heme aquí, aunque no me llames. Vengo a hablarte de cosas ajenas a tus preocupaciones. Soy el Espíritu Jean-Jacques Rousseau. Desde hace tiempo que esperaba la ocasión de comunicarme contigo. Por lo tanto, escucha.
«Pienso que el Espiritismo es todo un estudio filosófico de las causas secretas de los movimientos interiores del alma, poco o nada definidos hasta aquí. Él explica, más aún de lo que descubre, nuevos horizontes. La reencarnación y las pruebas enfrentadas antes de llegar al fin supremo, no son revelaciones, sino una confirmación importante. Estoy conmovido con las verdades que ese medio saca a la luz. Digo intencionalmente medio, porque –a mi entender– el Espiritismo es una palanca que elimina las barreras de la ceguera. La preocupación con las cuestiones morales está enteramente por desarrollarse. Se discute la política que mueve los intereses generales; se discuten los intereses privados; se apasionan por el ataque o por la defensa de personalidades; los sistemas tienen sus partidarios y sus detractores, pero las verdades morales, que son el pan del alma, el pan de la vida, son olvidadas en el polvo acumulado de los siglos. Todos los perfeccionamientos son útiles a los ojos de la multitud, excepto los del alma; su educación, su elevación son quimeras, a lo sumo buenas para deleitar a los sacerdotes, a los poetas, a las mujeres, ya sea como moda o como enseñanza.
«Si el Espiritismo resucita al Espiritualismo, devolverá a la sociedad el impulso que a unos da la dignidad interior, a otros la resignación y a todos la necesidad de elevarse hacia el Ser supremo, olvidado y menospreciado por sus ingratas criaturas.»
J.-J. ROUSSEAU
(Médium: Sra. de Costel)
Nota – La médium estaba ocupada con cosas ajenas al Espiritismo; se disponía a escribir acerca de asuntos personales, cuando una fuerza invisible la impulsó a escribir el siguiente texto, a pesar de su deseo de proseguir el trabajo comenzado. Es lo que explica el inicio de la comunicación: «Heme aquí, aunque no me llames. Vengo a hablarte de cosas ajenas a tus preocupaciones. Soy el Espíritu Jean-Jacques Rousseau. Desde hace tiempo que esperaba la ocasión de comunicarme contigo. Por lo tanto, escucha.
«Pienso que el Espiritismo es todo un estudio filosófico de las causas secretas de los movimientos interiores del alma, poco o nada definidos hasta aquí. Él explica, más aún de lo que descubre, nuevos horizontes. La reencarnación y las pruebas enfrentadas antes de llegar al fin supremo, no son revelaciones, sino una confirmación importante. Estoy conmovido con las verdades que ese medio saca a la luz. Digo intencionalmente medio, porque –a mi entender– el Espiritismo es una palanca que elimina las barreras de la ceguera. La preocupación con las cuestiones morales está enteramente por desarrollarse. Se discute la política que mueve los intereses generales; se discuten los intereses privados; se apasionan por el ataque o por la defensa de personalidades; los sistemas tienen sus partidarios y sus detractores, pero las verdades morales, que son el pan del alma, el pan de la vida, son olvidadas en el polvo acumulado de los siglos. Todos los perfeccionamientos son útiles a los ojos de la multitud, excepto los del alma; su educación, su elevación son quimeras, a lo sumo buenas para deleitar a los sacerdotes, a los poetas, a las mujeres, ya sea como moda o como enseñanza.
«Si el Espiritismo resucita al Espiritualismo, devolverá a la sociedad el impulso que a unos da la dignidad interior, a otros la resignación y a todos la necesidad de elevarse hacia el Ser supremo, olvidado y menospreciado por sus ingratas criaturas.»
La controversia
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
¡Oh, Dios! Mi Señor, Padre mío y Creador, dignaos dar aún a vuestro siervo un poco de aquella elocuencia humana que llevaba la convicción al corazón de los Hermanos que venían a instruirse, alrededor de la cátedra sagrada, acerca de las verdades que les habíais enseñado. Dios, al enviar a sus Espíritus para enseñaros vuestros verdaderos deberes para con Él y para con vuestros hermanos, quiere sobre todo que la caridad sea vuestro móvil en todas vuestras acciones, y vuestros hermanos que quieren hacer renacer esos días de luto están en la senda del orgullo. Ese tiempo está lejos de vosotros, y que Dios sea eternamente bendito por haber permitido que los hombres cesaran para siempre esas disputas religiosas, que nunca han producido ningún bien y han causado tanto mal. ¿Por qué querer discutir los textos evangélicos que ya habéis comentado de tantas maneras? Esos diversos comentarios han tenido lugar cuando no teníais al Espiritismo para esclareceros, y Él os dice: La moral evangélica es la mejor; seguidla. Pero si en el fondo de vuestra conciencia una voz os grita: Para mí hay tal o cual punto oscuro, y no puedo permitirme pensar diferentemente de mis otros hermanos –¡Elohim, hermano mío!–, dejad a un lado lo que os perturba; amad a Dios y la caridad, y estaréis en la buena senda. ¿Para qué ha servido el fruto de mis largas vigilias cuando yo vivía en vuestro mundo? Para nada. Muchos no han leído mis escritos, que no eran dictados por la caridad y que han atraído persecuciones para mis hermanos. La controversia es siempre animada por un sentimiento de intolerancia, que puede degenerar en ofensa, y la terquedad que cada uno pone en sostener sus pretensiones hace conque se vuelva distante la época en la cual la gran familia humana, reconociendo sus errores pasados, respetará todas las creencias y no afilará el puñal que cortó esos lazos fraternos. Y para daros un ejemplo de lo que os digo, abrid el Evangelio y encontraréis estas palabras: «Yo soy la Verdad y la Vida; el que cree en mí, vivirá». Muchos de vosotros condenan a los que no siguen la religión que posee enseñanzas del Verbo encarnado; sin embargo, muchos están sentados a la derecha del Señor, porque, en la rectitud de sus corazones, lo adoraron y amaron; porque respetaron las creencias de sus hermanos y clamaron al Señor cuando vieron que los pueblos se despedazaban entre sí en las luchas de religión; porque no estaban aptos para encontrar el verdadero sentido de las palabras del Cristo y porque no eran más que instrumentos ciegos de sus sacerdotes o de sus ministros.
Dios mío, yo que vivía en esos tiempos en que los tempestuosos corazones se agitaban contra los hermanos de una creencia opuesta, si hubiese sido más tolerante; si en mis escritos no hubiera condenado su manera de interpretar el Evangelio, ellos serían hoy menos irritados contra sus hermanos católicos, y todos habrían dado un paso mayor hacia la fraternidad universal. Pero los protestantes, los judíos, todas las religiones más o menos importantes tienen sus sabios y sus doctores, y cuando el Espiritismo –más difundido– sea estudiado de buena fe por esos hombres instruidos, ellos vendrán, como lo han hecho los católicos, a esclarecer a sus hermanos y a calmar sus escrúpulos religiosos. Por lo tanto, dejad que Dios prosiga la obra de la reforma moral que debe elevaros hacia Él, todos en el mismo grado, y no os rebeléis contra las enseñanzas de los Espíritus que Él os envía.
BOSSUET
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
¡Oh, Dios! Mi Señor, Padre mío y Creador, dignaos dar aún a vuestro siervo un poco de aquella elocuencia humana que llevaba la convicción al corazón de los Hermanos que venían a instruirse, alrededor de la cátedra sagrada, acerca de las verdades que les habíais enseñado. Dios, al enviar a sus Espíritus para enseñaros vuestros verdaderos deberes para con Él y para con vuestros hermanos, quiere sobre todo que la caridad sea vuestro móvil en todas vuestras acciones, y vuestros hermanos que quieren hacer renacer esos días de luto están en la senda del orgullo. Ese tiempo está lejos de vosotros, y que Dios sea eternamente bendito por haber permitido que los hombres cesaran para siempre esas disputas religiosas, que nunca han producido ningún bien y han causado tanto mal. ¿Por qué querer discutir los textos evangélicos que ya habéis comentado de tantas maneras? Esos diversos comentarios han tenido lugar cuando no teníais al Espiritismo para esclareceros, y Él os dice: La moral evangélica es la mejor; seguidla. Pero si en el fondo de vuestra conciencia una voz os grita: Para mí hay tal o cual punto oscuro, y no puedo permitirme pensar diferentemente de mis otros hermanos –¡Elohim, hermano mío!–, dejad a un lado lo que os perturba; amad a Dios y la caridad, y estaréis en la buena senda. ¿Para qué ha servido el fruto de mis largas vigilias cuando yo vivía en vuestro mundo? Para nada. Muchos no han leído mis escritos, que no eran dictados por la caridad y que han atraído persecuciones para mis hermanos. La controversia es siempre animada por un sentimiento de intolerancia, que puede degenerar en ofensa, y la terquedad que cada uno pone en sostener sus pretensiones hace conque se vuelva distante la época en la cual la gran familia humana, reconociendo sus errores pasados, respetará todas las creencias y no afilará el puñal que cortó esos lazos fraternos. Y para daros un ejemplo de lo que os digo, abrid el Evangelio y encontraréis estas palabras: «Yo soy la Verdad y la Vida; el que cree en mí, vivirá». Muchos de vosotros condenan a los que no siguen la religión que posee enseñanzas del Verbo encarnado; sin embargo, muchos están sentados a la derecha del Señor, porque, en la rectitud de sus corazones, lo adoraron y amaron; porque respetaron las creencias de sus hermanos y clamaron al Señor cuando vieron que los pueblos se despedazaban entre sí en las luchas de religión; porque no estaban aptos para encontrar el verdadero sentido de las palabras del Cristo y porque no eran más que instrumentos ciegos de sus sacerdotes o de sus ministros.
Dios mío, yo que vivía en esos tiempos en que los tempestuosos corazones se agitaban contra los hermanos de una creencia opuesta, si hubiese sido más tolerante; si en mis escritos no hubiera condenado su manera de interpretar el Evangelio, ellos serían hoy menos irritados contra sus hermanos católicos, y todos habrían dado un paso mayor hacia la fraternidad universal. Pero los protestantes, los judíos, todas las religiones más o menos importantes tienen sus sabios y sus doctores, y cuando el Espiritismo –más difundido– sea estudiado de buena fe por esos hombres instruidos, ellos vendrán, como lo han hecho los católicos, a esclarecer a sus hermanos y a calmar sus escrúpulos religiosos. Por lo tanto, dejad que Dios prosiga la obra de la reforma moral que debe elevaros hacia Él, todos en el mismo grado, y no os rebeléis contra las enseñanzas de los Espíritus que Él os envía.
El pauperismo
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Es en vano que los filántropos de vuestra Tierra sueñan con cosas que jamás verán realizarse. Recordad estas palabras del Cristo: «Porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros», y sabed que Sus palabras son palabras de verdad. Amigo mío, ahora que conocéis el Espiritismo, ¿no consideráis justa y equitativa esa desigualdad de condiciones que os causaba gran aversión, murmurando contra ese Dios que no había hecho a todos los hombres ricos y felices? ¡Pues bien! Ahora que pensáis que Dios hizo todo bien, y que sabéis que la pobreza es una punición o una prueba, buscad aliviarla, pero no recurráis a utopías para hacer que los infelices sueñen con una igualdad imposible. Por cierto que, a través de una sabia organización social, se pueden aliviar muchos sufrimientos, y es esto que se debe buscar; pero pretender que los mismos desaparezcan totalmente de la faz de la Tierra es una idea quimérica; siendo la Tierra un lugar de expiación, habrá siempre pobres que expíen en esa prueba el abuso que hicieron de los bienes, de los cuales Dios los había hecho dispensadores, y que nunca conocieron la dulzura de hacer el bien a sus hermanos. Atesoraron moneda por moneda para acumular riquezas inútiles, para sí mismos y para los otros, y se enriquecieron con lo que hubieron despojado de la viuda y del huérfano. ¡Oh, aquéllos son muy culpables, y su egoísmo tendrá terribles consecuencias!
Sin embargo, guardaos de ver a todos los pobres como culpables en punición; si la pobreza es para algunos una severa expiación, para otros es una prueba que debe abrirles más rápidamente el santuario de los elegidos. Sí, siempre habrá pobres y ricos, para que unos tengan el mérito de la resignación, y otros el de la caridad y de la devoción. Que seáis ricos o pobres, estáis en un terreno resbaladizo que os puede despeñar en el abismo, de cuyo borde únicamente vuestras virtudes pueden protegeros.
Cuando digo que siempre habrá pobres en la Tierra, quiero decir que, mientras haya vicios que originen las expiaciones de los Espíritus perversos, Dios los enviará para que se reencarnen en la misma, para su propio castigo y el de los encarnados. Mereced, por vuestras virtudes, que Dios solamente os envíe Espíritus buenos, y de un infierno haréis un paraíso terrestre.
ADOLFO, obispo de Argel.
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Es en vano que los filántropos de vuestra Tierra sueñan con cosas que jamás verán realizarse. Recordad estas palabras del Cristo: «Porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros», y sabed que Sus palabras son palabras de verdad. Amigo mío, ahora que conocéis el Espiritismo, ¿no consideráis justa y equitativa esa desigualdad de condiciones que os causaba gran aversión, murmurando contra ese Dios que no había hecho a todos los hombres ricos y felices? ¡Pues bien! Ahora que pensáis que Dios hizo todo bien, y que sabéis que la pobreza es una punición o una prueba, buscad aliviarla, pero no recurráis a utopías para hacer que los infelices sueñen con una igualdad imposible. Por cierto que, a través de una sabia organización social, se pueden aliviar muchos sufrimientos, y es esto que se debe buscar; pero pretender que los mismos desaparezcan totalmente de la faz de la Tierra es una idea quimérica; siendo la Tierra un lugar de expiación, habrá siempre pobres que expíen en esa prueba el abuso que hicieron de los bienes, de los cuales Dios los había hecho dispensadores, y que nunca conocieron la dulzura de hacer el bien a sus hermanos. Atesoraron moneda por moneda para acumular riquezas inútiles, para sí mismos y para los otros, y se enriquecieron con lo que hubieron despojado de la viuda y del huérfano. ¡Oh, aquéllos son muy culpables, y su egoísmo tendrá terribles consecuencias!
Sin embargo, guardaos de ver a todos los pobres como culpables en punición; si la pobreza es para algunos una severa expiación, para otros es una prueba que debe abrirles más rápidamente el santuario de los elegidos. Sí, siempre habrá pobres y ricos, para que unos tengan el mérito de la resignación, y otros el de la caridad y de la devoción. Que seáis ricos o pobres, estáis en un terreno resbaladizo que os puede despeñar en el abismo, de cuyo borde únicamente vuestras virtudes pueden protegeros.
Cuando digo que siempre habrá pobres en la Tierra, quiero decir que, mientras haya vicios que originen las expiaciones de los Espíritus perversos, Dios los enviará para que se reencarnen en la misma, para su propio castigo y el de los encarnados. Mereced, por vuestras virtudes, que Dios solamente os envíe Espíritus buenos, y de un infierno haréis un paraíso terrestre.
La concordia
(Comunicación enviada por el Sr. Rodolphe, de Mulhouse)
Amigos míos, sed unidos: la unión hace la fuerza. Abolid de vuestras reuniones todo espíritu de discordia, todo espíritu de celos. No envidiéis las comunicaciones que recibe tal o cual médium; cada uno las recibe según la disposición de su Espíritu y la perfección de sus órganos. Nunca os olvidéis que sois hermanos y que esta fraternidad no es ilusoria: es una fraternidad real, porque aquel que ha sido vuestro hermano en otra existencia puede encontrarse entre vosotros, haciendo parte de otra familia.
Por lo tanto, sed unidos en espíritu y en corazón; tened la misma comunión de pensamientos. Sed dignos de vosotros mismos, de la Doctrina que profesáis y de las enseñanzas que fuisteis llamados a difundir.
Sed, pues, conciliadores en vuestras opiniones; que las mismas no sean absolutas. Buscad esclareceros unos a los otros. Estad a la altura de vuestro apostolado y dad al mundo el ejemplo de la buena armonía.
Sed el ejemplo vivo de la fraternidad humana y mostrad hasta dónde pueden llegar los hombres sinceramente consagrados a la propagación de la moral.
Al no tener sino un objetivo, debéis tener un solo y mismo pensamiento: el de poner en práctica lo que enseñáis. Por lo tanto, que vuestra divisa sea: ¡Unión, Concordia, Paz y Fraternidad!
MARDOQUEO
(Comunicación enviada por el Sr. Rodolphe, de Mulhouse)
Amigos míos, sed unidos: la unión hace la fuerza. Abolid de vuestras reuniones todo espíritu de discordia, todo espíritu de celos. No envidiéis las comunicaciones que recibe tal o cual médium; cada uno las recibe según la disposición de su Espíritu y la perfección de sus órganos. Nunca os olvidéis que sois hermanos y que esta fraternidad no es ilusoria: es una fraternidad real, porque aquel que ha sido vuestro hermano en otra existencia puede encontrarse entre vosotros, haciendo parte de otra familia.
Por lo tanto, sed unidos en espíritu y en corazón; tened la misma comunión de pensamientos. Sed dignos de vosotros mismos, de la Doctrina que profesáis y de las enseñanzas que fuisteis llamados a difundir.
Sed, pues, conciliadores en vuestras opiniones; que las mismas no sean absolutas. Buscad esclareceros unos a los otros. Estad a la altura de vuestro apostolado y dad al mundo el ejemplo de la buena armonía.
Sed el ejemplo vivo de la fraternidad humana y mostrad hasta dónde pueden llegar los hombres sinceramente consagrados a la propagación de la moral.
Al no tener sino un objetivo, debéis tener un solo y mismo pensamiento: el de poner en práctica lo que enseñáis. Por lo tanto, que vuestra divisa sea: ¡Unión, Concordia, Paz y Fraternidad!
La aurora de los nuevos días
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Heme aquí, yo, que no evocáis, pero que estoy deseosa de ser útil –a mi turno– a una Sociedad cuyo objetivo es tan serio como el vuestro. Os hablaré de política. No os asustéis: sé a qué límites debo atenerme. La situación actual de Europa ofrece el más llamativo aspecto para el observador: en ninguna época –no exceptúo ni aun el fin del último siglo, que operó una ruptura tan grande en los prejuicios y en los abusos que oprimían al Espíritu humano– el movimiento intelectual se hizo sentir más audaz y más franco. Digo franco porque el espíritu europeo marcha hacia la verdad. La libertad no es más un fantasma sangriento, sino la bella y gran diosa de la prosperidad pública. En la propia Alemania, en esa Alemania que yo he descripto con tanto amor, el soplo ardiente de la época abate las últimas fortalezas de los prejuicios. Sed felices, vosotros que vivís en semejante momento; pero aún más felices serán vuestros descendientes, porque se acerca la hora anunciada por el Precursor; veis que el horizonte empieza a clarear, pero, como antiguamente los hebreos, permaneceréis en el umbral de la Tierra Prometida y no veréis despuntar el sol radiante de los nuevos días.
STAËL
ALLAN KARDEC
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Heme aquí, yo, que no evocáis, pero que estoy deseosa de ser útil –a mi turno– a una Sociedad cuyo objetivo es tan serio como el vuestro. Os hablaré de política. No os asustéis: sé a qué límites debo atenerme. La situación actual de Europa ofrece el más llamativo aspecto para el observador: en ninguna época –no exceptúo ni aun el fin del último siglo, que operó una ruptura tan grande en los prejuicios y en los abusos que oprimían al Espíritu humano– el movimiento intelectual se hizo sentir más audaz y más franco. Digo franco porque el espíritu europeo marcha hacia la verdad. La libertad no es más un fantasma sangriento, sino la bella y gran diosa de la prosperidad pública. En la propia Alemania, en esa Alemania que yo he descripto con tanto amor, el soplo ardiente de la época abate las últimas fortalezas de los prejuicios. Sed felices, vosotros que vivís en semejante momento; pero aún más felices serán vuestros descendientes, porque se acerca la hora anunciada por el Precursor; veis que el horizonte empieza a clarear, pero, como antiguamente los hebreos, permaneceréis en el umbral de la Tierra Prometida y no veréis despuntar el sol radiante de los nuevos días.