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Revista Espírita Periódico de Estudios Psicológicos - 1861 > Mayo
Mayo
Discurso del Sr. Allan Kardec
Por ocasión de la renovación del año social, pronunciado en la sesión del 5 de abril de 1861
Señores y estimados compañeros:
En el momento en que nuestra Sociedad comienza su cuarto año, pienso que debemos hacer un agradecimiento especial a los Espíritus buenos que han tenido a bien asistirnos y, en particular, a nuestro Presidente espiritual, cuyos sabios consejos han sabido preservarnos de más de un escollo y cuya protección nos ha hecho superar las dificultades puestas en nuestro camino, indudablemente para colocar a prueba nuestra dedicación y nuestra perspicacia. Debemos reconocer que su benevolencia nunca nos ha faltado y, gracias al buen entendimiento del cual la Sociedad se encuentra ahora animada, Ella ha triunfado sobre la mala voluntad de sus enemigos. Al respecto, permitidme algunas observaciones retrospectivas.
La experiencia nos demostró que había lagunas lamentables en la constitución de la Sociedad, lagunas que abrían la puerta para ciertos abusos; la Sociedad las ha corregido y, desde entonces, sólo ha tenido que congratularse por ello. ¿Realiza Ella el ideal de la perfección? No seríamos espíritas si tuviéramos el orgullo de creerlo; pero cuando la base es buena y el resto sólo depende de la voluntad, es preciso esperar que, con la ayuda de los Espíritus buenos, no nos detengamos en el camino.
Entre las reformas más útiles se debe poner en primera línea la institución de los socios libres, que da un acceso más fácil a los candidatos, lo que permite que se hagan conocer y apreciar antes de su admisión definitiva como miembros titulares. Al participar en los trabajos y en los estudios de la Sociedad, sacan provecho de todo lo que allí se hace; pero como no tienen voz en la parte administrativa, en ningún caso pueden comprometer la responsabilidad de la Sociedad. Viene a continuación la medida que ha tenido por objeto restringir el número de asistentes y de cercar con más dificultades, por una selección más severa, su admisión a las sesiones. Después, la decisión que prohíbe la lectura de toda comunicación obtenida fuera de la Sociedad, antes de que se tenga conocimiento previo de la misma y de que dicha lectura haya sido autorizada; en fin, son medidas que protegen a la Sociedad de cualquiera que pudiese traerle perturbación o que intentara imponer su voluntad.
Hay también otras que sería superfluo recordar, cuya utilidad no es menor y cuyos felices resultados estamos en condiciones de apreciar a cada día. Pero si ese estado de cosas es comprendido en el seno de la Sociedad, lo mismo no sucede afuera, donde –no lo ignoramos– no tenemos solamente amigos. Se nos critica varios puntos, y aunque no tenemos por qué preocuparnos, ya que el orden de la Sociedad sólo interesa a nosotros, no es quizá inútil dar una mirada sobre aquello que se nos reprocha, porque, en definitiva, si esos reproches tuvieren fundamento, deberíamos sacar provecho de los mismos.
Ciertas personas critican la severa restricción impuesta a la admisión de los asistentes; dicen que, si queremos hacer prosélitos, es necesario esclarecer al público y, para esto, abrirle las puertas de nuestras sesiones y autorizar todas las preguntas y todas las interpelaciones; que si sólo admitimos a personas creyentes, no tendremos gran mérito en convencerlas. Ese razonamiento es falaz, y si, al abrir nuestras puertas al primero que llegue, el supuesto resultado fuese alcanzado, ciertamente estaríamos equivocados en no hacerlo; pero como ocurriría lo contrario, no lo hacemos.
Además, sería una pena que la propagación de la Doctrina estuviera subordinada a la publicidad de nuestras sesiones; por más numeroso que fuese el auditorio, sería siempre muy restricto, imperceptible, comparado con la masa de la población. Por otro lado, sabemos por experiencia que la verdadera convicción sólo se adquiere a través del estudio, de la reflexión y de una observación constante, y no por asistir a una o dos sesiones, por más interesantes que sean; y esto es tan verdadero, que el número de aquellos que creen sin haber visto nada, pero que han estudiado y comprendido, es inmenso. Sin duda, el deseo de ver es muy natural y estamos lejos de reprobarlo, pero queremos que se vea en condiciones provechosas; he aquí por qué decimos: Estudiad primero y veréis después, porque comprenderéis mejor.
Si los incrédulos reflexionasen sobre esta condición, ante todo verían en ella la garantía de nuestra buena fe y, después, la fuerza de la Doctrina. Lo que más teme el charlatanismo es ser desenmascarado; él fascina a los ojos y no es lo bastante tonto como para dirigirse a la inteligencia, que descubriría fácilmente lo que esconde. Al contrario, el Espiritismo no admite una confianza ciega; Él quiere ser claro en todo; quiere que todo se comprenda y que se den cuenta de todo. Por lo tanto, cuando recomendamos estudiar y meditar, pedimos el concurso de la razón, demostrando así que la ciencia espírita no teme el examen, puesto que antes de creer tenemos la obligación de comprender.
Nuestras sesiones, al no ser sesiones de demostración, su publicidad no alcanzaría su objetivo y tendría graves inconvenientes; con un público sin selección, que trae más curiosidad que verdadero deseo de instruirse y, aun más, con ganas de criticar y de burlarse, sería imposible tener el recogimiento indispensable para toda manifestación seria. Una controversia más o menos malévola y, en la mayor parte del tiempo, basada en la ignorancia de los principios más elementales de la ciencia espírita, acarrearía perpetuos conflictos en los que la dignidad podría ser comprometida. Ahora bien, lo que nosotros queremos es que, al salir de nuestra Casa, si los asistentes no se llevan la convicción, que lleven de la Sociedad la idea de una asamblea grave, seria, que se respeta y sabe hacerse respetar, que discute con calma y moderación, que examina con cuidado, que profundiza todo con los ojos del observador concienzudo que busca esclarecerse, y no con la ligereza del simple curioso. Señores, creedlo bien: esa opinión hace más por la propaganda que si los oyentes salieran con el único pensamiento de haber satisfecho su curiosidad, porque la impresión que resulta de las sesiones los lleva a reflexionar, mientras que en el caso contrario estarían más dispuestos a reírse que a creer.
He dicho que nuestras sesiones no son sesiones de demostración, pero si algún día las hiciéramos de ese género, para uso de los principiantes a los que se tratase de instruir y de convencer, todo transcurriría con la misma seriedad y recogimiento que en nuestras sesiones ordinarias; la controversia se establecería con orden, de un modo instructivo y no tumultuoso, y cualquiera que se permitiese una palabra fuera de lugar sería excluido. Entonces, la atención sería constante y la propia discusión sería provechosa para todos; es probablemente lo que haremos un día. Se nos preguntará, sin duda, por qué no lo hemos hecho antes en el interés de la divulgación de la ciencia espírita; la razón es sencilla: es que hemos querido proceder con prudencia y no como los inconsecuentes, más impacientes que reflexivos; antes de instruir a los otros, hemos querido instruirnos a nosotros mismos. Queremos apoyar nuestra enseñanza sobre un imponente conjunto de hechos y de observaciones, y no sobre algunas experiencias incoherentes, observadas a la ligera y superficialmente. En sus comienzos, toda Ciencia encuentra forzosamente hechos que, a primera vista, parecen contradictorios, y que sólo un estudio completo y minucioso puede demostrar su conexión; es la ley común de esos hechos que hemos querido buscar, a fin de presentar un conjunto tan completo y tan satisfactorio como posible, sin dejar el más mínimo motivo de contradicción. Con este objetivo recogemos los hechos, los examinamos, los escrutamos en todos sus detalles, los comentamos, los discutimos fríamente, sin entusiasmo, y es así que hemos llegado a descubrir el admirable encadenamiento que existe en todas las partes de esta inmensa ciencia, que toca a los más graves intereses de la humanidad. Señores, tal ha sido –hasta el presente– el objeto de nuestros trabajos, objeto perfectamente caracterizado por el simple título que hemos adoptado: Sociedad de Estudios Espíritas. Nos reunimos con el objetivo de esclarecernos y no de distraernos; al no buscar divertirnos de modo algún, no queremos divertir a los otros: he aquí por qué nos interesa tener sólo asistentes serios, y no curiosos que creerían encontrar aquí un espectáculo. El Espiritismo es una ciencia y, como toda ciencia, no se lo puede aprender jugando; además, tomar a las almas de los que han partido como asunto de distracción, sería faltarles el respeto que merecen; especular sobre su presencia y su intervención, sería una impiedad y una profanación.
Estas reflexiones responden a las críticas que algunas personas nos han dirigido: de volver a hechos conocidos y de no buscar constantemente las novedades. En el punto en que estamos, es difícil que, a medida que avanzamos, los hechos que se producen no giren más o menos en el mismo círculo; pero esas personas se olvidan que puntos tan importantes como los que tocan el futuro del hombre, solamente pueden llegar al estado de verdad absoluta después de un gran número de observaciones. Habría liviandad en formular una ley en base a algunos ejemplos. El hombre serio y prudente es más circunspecto: no sólo quiere ver todo, sino ver mucho y varias veces; he aquí por qué no retrocedemos ante la monotonía de las repeticiones, porque de las mismas resaltan confirmaciones y frecuentemente matices instructivos, y si en ellas descubriéramos hechos contradictorios, investigaríamos la causa. No tenemos ninguna prisa en pronunciarnos sobre los primeros datos, necesariamente incompletos; antes de la recolección, esperamos que los frutos estén maduros. Si hemos avanzado menos de lo que algunos hubieran deseado en su impaciencia, hemos caminado con más seguridad, sin perdernos en el laberinto de los sistemas; quizá sepamos menos cosas, pero sabemos mejor, lo que es preferible, y podemos afirmar lo que sabemos con plena base en la experiencia.
Por lo demás, señores, no creáis que la opinión de aquellos que critican la organización de la Sociedad sea la de los verdaderos amigos del Espiritismo; no, es la de sus enemigos, que están contrariados al ver que la Sociedad prosigue su camino con calma y dignidad a través de las emboscadas que le han sido tendidas y que aún le tienden; lamentan que el acceso a Ella sea difícil, porque les encantaría venir a sembrar la confusión. Es con este objetivo que también la critican, por limitar el círculo de sus trabajos, alegando que sólo se ocupa con cosas insignificantes y sin alcance, porque se abstiene de tratar de cuestiones políticas y religiosas; desearían verla entrar en la controversia dogmática; ahora bien, es precisamente eso que los delata. Prudentemente, la Sociedad ha sabido protegerse en un círculo inatacable a la malevolencia; provocando su amor propio, desearían arrastrarla a una vía peligrosa, pero Ella no se dejará llevar. Al ocuparse exclusivamente de las cuestiones que interesan a la ciencia, y que no pueden hacer sombra a nadie, la Sociedad se ha puesto al abrigo de los ataques y así debe permanecer; por su prudencia, su moderación y su sensatez ha merecido la estima de los verdaderos espíritas, y su influencia se extiende hasta países distantes, de donde se aspira al honor de hacer parte de la misma. Ahora bien, este homenaje que le es prestado por personas que sólo la conocen por su nombre, por sus trabajos y por la consideración que ha conquistado, le es cien veces más valioso que la adhesión de los imprudentes demasiado apresurados o de los malévolos que desearían arrastrarla a su ruina, y a quienes les encantaría verla comprometerse. Mientras yo tenga el honor de dirigir a la Sociedad, todos mis esfuerzos tenderán a mantenerla en este camino; si algún día Ella saliese de esta vía, yo la dejaría en el mismo instante, porque a ningún precio desearía asumir esa responsabilidad.
Señores, además sabéis por cuáles vicisitudes ha pasado la Sociedad; todo lo que ha sucedido antes y después ha sido anunciado, y todo se ha cumplido como había sido previsto; sus enemigos querían su ruina; los Espíritus, que sabían de su utilidad, deseaban su conservación, y Ella se ha mantenido y se mantendrá mientras sea necesaria a sus objetivos. Si vosotros hubierais observado –como yo he podido hacerlo– las cosas en sus mínimos detalles, no ignoraríais la intervención de un poder superior, porque éste es patente para mí, y comprenderíais que todo ha sido para mejor y en interés de su propia conservación. Pero vendrá el tiempo en que no será más indispensable, como sí lo es actualmente; entonces veremos qué tendremos que hacer, porque la marcha está trazada teniendo en cuenta todas las eventualidades.
Los enemigos más peligrosos de la Sociedad no son los de afuera, ya que podemos cerrarles nuestras puertas y nuestros oídos; a los que más se les debe temer son a los enemigos invisibles, que podrían infiltrarse aquí a pesar nuestro. Nos corresponde probarles –como ya lo hemos hecho– que perderían su tiempo si intentasen imponerse a nosotros. Sabemos que su táctica es la de buscar sembrar la desunión, provocar la discordia, inspirar los celos, la desconfianza y las pueriles susceptibilidades que engendran la malquerencia. Opongámosles el baluarte de la caridad, de la benevolencia mutua, y seremos invulnerables, tanto a sus malignas influencias ocultas como a las diatribas de nuestros adversarios encarnados, que se ocupan más de nosotros que nosotros de ellos. Haciendo justicia podemos decir, sin amor propio, que nunca el nombre de ellos ha sido aquí pronunciado, ya sea por un sentimiento de cortesía o porque tenemos que ocuparnos de cosas más útiles. No obligamos a nadie a que venga a nosotros; recibimos con placer y solicitud a las personas sinceras y de buena voluntad, seriamente deseosas de esclarecerse, y de éstas encontramos muchas para no perder nuestro tiempo corriendo atrás de aquellos que nos dan la espalda por motivos fútiles de amor propio o de envidia. Éstos no pueden ser considerados como verdaderos espíritas, a pesar de las apariencias; tal vez sean espíritas que creen en los hechos, pero seguramente no son espíritas que creen en las consecuencias morales de los hechos, porque de lo contrario mostrarían más abnegación, indulgencia, moderación y menos presunción en su infalibilidad. Buscarlos sería incluso prestarles un mal servicio, porque sería hacerles creer que son importantes y que no podemos prescindir de ellos. En cuanto a los que nos denigren, tampoco debemos preocuparnos con ellos; hombres que valen cien veces más que nosotros han sido denigrados y ridiculizados: no podríamos tener privilegio al respecto. Nos cabe probar a través de nuestros actos que sus diatribas han errado el blanco, y que las armas de las cuales se sirven se volverán en su contra.
Después de haber agradecido, al comienzo, a los Espíritus que nos asisten, no debemos olvidar a sus intérpretes, algunos de los cuales nos dan su concurso con un esmero y una complacencia que nunca son desmentidos; en cambio, solamente podemos ofrecerles un pequeño testimonio de nuestra satisfacción; pero el mundo de los Espíritus los espera, y allá todos los sacrificios son altamente contados, en razón del desinterés, de la humildad y de la abnegación demostrados.
En resumen, señores, durante el año que acaba de pasar nuestros trabajos han transcurrido con una perfecta regularidad y nada los ha interrumpido. Numerosos hechos del más alto interés han sido relatados, explicados y comentados; cuestiones muy importantes han sido resueltas; todos los ejemplos que han pasado bajo nuestros ojos a través de las evocaciones y todas las investigaciones a las que nos hemos entregado han venido a confirmar los principios de la ciencia y a fortalecernos en nuestras creencias; numerosas comunicaciones de una indiscutible superioridad han sido obtenidas por varios médiums; desde el interior del país y desde el exterior nos han enviado comunicaciones muy notables, lo que prueba no sólo cuánto el Espiritismo se expande, sino también bajo qué punto de vista grave y serio Él es ahora considerado en todas partes. Sin duda, éste es un resultado del que debemos estar felices; pero hay otro no menos satisfactorio y que, además, es una consecuencia de lo que había sido predicho desde el origen: es la unidad que se establece en la teoría de la Doctrina a medida que se la estudia y que se la comprende mejor. En todas las comunicaciones que nos llegan desde afuera, encontramos la confirmación de los principios que nos son enseñados por los Espíritus, y como las personas que los obtienen son desconocidas para nosotros en su mayoría, no se puede decir que ellas sufran nuestra influencia.
El propio principio de la reencarnación, que inicialmente había encontrado más contradictores porque no era comprendido, hoy es aceptado por la fuerza de la evidencia y porque toda persona que piensa en él lo reconoce como la única solución posible de los mayores problemas de la filosofía moral y religiosa. Sin la reencarnación somos detenidos a cada paso; todo es caos y confusión. Con la reencarnación todo se esclarece, todo se explica de la manera más racional; si todavía encuentra algunos adversarios más sistemáticos que lógicos, el número de ellos es muy restricto. Ahora bien, ¿quién la ha inventado? Con toda seguridad que no habéis sido ni vosotros ni yo; la misma nos ha sido enseñada y nosotros la hemos aceptado: he aquí todo lo que hemos hecho. De todos los sistemas que han surgido en el principio, muy pocos sobreviven hoy, y se puede decir que sus raros partidarios están sobre todo entre las personas que juzgan a primera vista, y frecuentemente según ideas preconcebidas o prejuicios; pero ahora es evidente que quienquiera que se tome el trabajo de profundizar todas las cuestiones y de juzgar fríamente, sin prevención y sobre todo sin hostilidad sistemática, es invenciblemente llevado, tanto por el razonamiento como por los hechos, a la teoría fundamental que hoy prevalece –se puede decir– en todos los países del mundo.
Señores, ciertamente la Sociedad no ha hecho todo para obtener ese resultado; pero creo que, sin vanidad, Ella puede reivindicar una pequeña parte; su influencia moral es mayor de lo que se cree, exactamente porque nunca se ha desviado de la línea de moderación que se ha trazado. Se sabe que la Sociedad se ocupa exclusivamente de sus estudios, sin dejarse desviar por las pasiones mezquinas que se agitan a su alrededor; que lo hace seriamente, como debe hacerlo toda asamblea científica; que prosigue en su objetivo, sin mezclarse en ninguna intriga, sin tirar piedras a nadie e incluso sin recoger aquellas que le arrojan. Sin duda alguna, he aquí la causa principal del crédito y de la consideración que la Sociedad disfruta y de los que, con justicia, puede sentirse orgullosa, y que da un cierto peso a su opinión. Señores, continuemos con nuestros esfuerzos, con nuestra prudencia y con el ejemplo de unión que debe existir entre los verdaderos espíritas, mostrando con esto que los principios que profesamos no son para nosotros una letra muerta, y que predicamos ya sea con el ejemplo como con la teoría. Si nuestras doctrinas encuentran ecos tan numerosos, es que por lo visto se las considera más racionales que otras; dudo que sucediese lo mismo si hubiéramos profesado la doctrina de la intervención exclusiva del diablo y de los demonios en las manifestaciones espíritas, doctrina hoy completamente ridícula, que provoca más curiosidad que miedo, a no ser en algunas personas timoratas, que pronto reconocerán su futilidad.
La Doctrina Espírita, tal como hoy es profesada, tiene una amplitud que le permite abarcar todas las cuestiones de orden moral: Ella satisface a todas las aspiraciones y –podemos decirlo– a la razón más exigente, para cualquiera que se tome el trabajo de estudiarla y no esté dominado por las ideas preconcebidas. La Doctrina no tiene las mezquinas restricciones de ciertas filosofías; amplía hasta el infinito el círculo de las ideas, y ninguna es capaz de elevar más alto el pensamiento y de liberar al hombre de la estrecha esfera del egoísmo en la cual intentaron confinarlo. En fin, Ella se apoya en los inmutables principios fundamentales de la religión, de la cual es su patente demostración. Sin ninguna duda, he aquí lo que le hace conquistar a tan numerosos adeptos entre las personas esclarecidas de todos los países, y lo que la hará prevalecer en un tiempo más o menos próximo, y esto a pesar de sus adversarios, que en su mayoría se oponen más por interés que por convicción. Su marcha progresiva tan rápida, desde que ha entrado en la vía filosófica seria, es para nosotros una garantía del futuro que le está reservado y que –como lo sabéis– está anunciado en todas partes. Por lo tanto, dejemos que sus enemigos digan y hagan lo que quieran: ellos no pueden hacer nada contra la voluntad de Dios, porque nada sucede sin su permiso; y como decía hace poco tiempo un eclesiástico esclarecido: Si esas cosas tienen lugar, es porque Dios lo permite para reavivar la fe que se extingue en las tinieblas del materialismo.
Por ocasión de la renovación del año social, pronunciado en la sesión del 5 de abril de 1861
Señores y estimados compañeros:
En el momento en que nuestra Sociedad comienza su cuarto año, pienso que debemos hacer un agradecimiento especial a los Espíritus buenos que han tenido a bien asistirnos y, en particular, a nuestro Presidente espiritual, cuyos sabios consejos han sabido preservarnos de más de un escollo y cuya protección nos ha hecho superar las dificultades puestas en nuestro camino, indudablemente para colocar a prueba nuestra dedicación y nuestra perspicacia. Debemos reconocer que su benevolencia nunca nos ha faltado y, gracias al buen entendimiento del cual la Sociedad se encuentra ahora animada, Ella ha triunfado sobre la mala voluntad de sus enemigos. Al respecto, permitidme algunas observaciones retrospectivas.
La experiencia nos demostró que había lagunas lamentables en la constitución de la Sociedad, lagunas que abrían la puerta para ciertos abusos; la Sociedad las ha corregido y, desde entonces, sólo ha tenido que congratularse por ello. ¿Realiza Ella el ideal de la perfección? No seríamos espíritas si tuviéramos el orgullo de creerlo; pero cuando la base es buena y el resto sólo depende de la voluntad, es preciso esperar que, con la ayuda de los Espíritus buenos, no nos detengamos en el camino.
Entre las reformas más útiles se debe poner en primera línea la institución de los socios libres, que da un acceso más fácil a los candidatos, lo que permite que se hagan conocer y apreciar antes de su admisión definitiva como miembros titulares. Al participar en los trabajos y en los estudios de la Sociedad, sacan provecho de todo lo que allí se hace; pero como no tienen voz en la parte administrativa, en ningún caso pueden comprometer la responsabilidad de la Sociedad. Viene a continuación la medida que ha tenido por objeto restringir el número de asistentes y de cercar con más dificultades, por una selección más severa, su admisión a las sesiones. Después, la decisión que prohíbe la lectura de toda comunicación obtenida fuera de la Sociedad, antes de que se tenga conocimiento previo de la misma y de que dicha lectura haya sido autorizada; en fin, son medidas que protegen a la Sociedad de cualquiera que pudiese traerle perturbación o que intentara imponer su voluntad.
Hay también otras que sería superfluo recordar, cuya utilidad no es menor y cuyos felices resultados estamos en condiciones de apreciar a cada día. Pero si ese estado de cosas es comprendido en el seno de la Sociedad, lo mismo no sucede afuera, donde –no lo ignoramos– no tenemos solamente amigos. Se nos critica varios puntos, y aunque no tenemos por qué preocuparnos, ya que el orden de la Sociedad sólo interesa a nosotros, no es quizá inútil dar una mirada sobre aquello que se nos reprocha, porque, en definitiva, si esos reproches tuvieren fundamento, deberíamos sacar provecho de los mismos.
Ciertas personas critican la severa restricción impuesta a la admisión de los asistentes; dicen que, si queremos hacer prosélitos, es necesario esclarecer al público y, para esto, abrirle las puertas de nuestras sesiones y autorizar todas las preguntas y todas las interpelaciones; que si sólo admitimos a personas creyentes, no tendremos gran mérito en convencerlas. Ese razonamiento es falaz, y si, al abrir nuestras puertas al primero que llegue, el supuesto resultado fuese alcanzado, ciertamente estaríamos equivocados en no hacerlo; pero como ocurriría lo contrario, no lo hacemos.
Además, sería una pena que la propagación de la Doctrina estuviera subordinada a la publicidad de nuestras sesiones; por más numeroso que fuese el auditorio, sería siempre muy restricto, imperceptible, comparado con la masa de la población. Por otro lado, sabemos por experiencia que la verdadera convicción sólo se adquiere a través del estudio, de la reflexión y de una observación constante, y no por asistir a una o dos sesiones, por más interesantes que sean; y esto es tan verdadero, que el número de aquellos que creen sin haber visto nada, pero que han estudiado y comprendido, es inmenso. Sin duda, el deseo de ver es muy natural y estamos lejos de reprobarlo, pero queremos que se vea en condiciones provechosas; he aquí por qué decimos: Estudiad primero y veréis después, porque comprenderéis mejor.
Si los incrédulos reflexionasen sobre esta condición, ante todo verían en ella la garantía de nuestra buena fe y, después, la fuerza de la Doctrina. Lo que más teme el charlatanismo es ser desenmascarado; él fascina a los ojos y no es lo bastante tonto como para dirigirse a la inteligencia, que descubriría fácilmente lo que esconde. Al contrario, el Espiritismo no admite una confianza ciega; Él quiere ser claro en todo; quiere que todo se comprenda y que se den cuenta de todo. Por lo tanto, cuando recomendamos estudiar y meditar, pedimos el concurso de la razón, demostrando así que la ciencia espírita no teme el examen, puesto que antes de creer tenemos la obligación de comprender.
Nuestras sesiones, al no ser sesiones de demostración, su publicidad no alcanzaría su objetivo y tendría graves inconvenientes; con un público sin selección, que trae más curiosidad que verdadero deseo de instruirse y, aun más, con ganas de criticar y de burlarse, sería imposible tener el recogimiento indispensable para toda manifestación seria. Una controversia más o menos malévola y, en la mayor parte del tiempo, basada en la ignorancia de los principios más elementales de la ciencia espírita, acarrearía perpetuos conflictos en los que la dignidad podría ser comprometida. Ahora bien, lo que nosotros queremos es que, al salir de nuestra Casa, si los asistentes no se llevan la convicción, que lleven de la Sociedad la idea de una asamblea grave, seria, que se respeta y sabe hacerse respetar, que discute con calma y moderación, que examina con cuidado, que profundiza todo con los ojos del observador concienzudo que busca esclarecerse, y no con la ligereza del simple curioso. Señores, creedlo bien: esa opinión hace más por la propaganda que si los oyentes salieran con el único pensamiento de haber satisfecho su curiosidad, porque la impresión que resulta de las sesiones los lleva a reflexionar, mientras que en el caso contrario estarían más dispuestos a reírse que a creer.
He dicho que nuestras sesiones no son sesiones de demostración, pero si algún día las hiciéramos de ese género, para uso de los principiantes a los que se tratase de instruir y de convencer, todo transcurriría con la misma seriedad y recogimiento que en nuestras sesiones ordinarias; la controversia se establecería con orden, de un modo instructivo y no tumultuoso, y cualquiera que se permitiese una palabra fuera de lugar sería excluido. Entonces, la atención sería constante y la propia discusión sería provechosa para todos; es probablemente lo que haremos un día. Se nos preguntará, sin duda, por qué no lo hemos hecho antes en el interés de la divulgación de la ciencia espírita; la razón es sencilla: es que hemos querido proceder con prudencia y no como los inconsecuentes, más impacientes que reflexivos; antes de instruir a los otros, hemos querido instruirnos a nosotros mismos. Queremos apoyar nuestra enseñanza sobre un imponente conjunto de hechos y de observaciones, y no sobre algunas experiencias incoherentes, observadas a la ligera y superficialmente. En sus comienzos, toda Ciencia encuentra forzosamente hechos que, a primera vista, parecen contradictorios, y que sólo un estudio completo y minucioso puede demostrar su conexión; es la ley común de esos hechos que hemos querido buscar, a fin de presentar un conjunto tan completo y tan satisfactorio como posible, sin dejar el más mínimo motivo de contradicción. Con este objetivo recogemos los hechos, los examinamos, los escrutamos en todos sus detalles, los comentamos, los discutimos fríamente, sin entusiasmo, y es así que hemos llegado a descubrir el admirable encadenamiento que existe en todas las partes de esta inmensa ciencia, que toca a los más graves intereses de la humanidad. Señores, tal ha sido –hasta el presente– el objeto de nuestros trabajos, objeto perfectamente caracterizado por el simple título que hemos adoptado: Sociedad de Estudios Espíritas. Nos reunimos con el objetivo de esclarecernos y no de distraernos; al no buscar divertirnos de modo algún, no queremos divertir a los otros: he aquí por qué nos interesa tener sólo asistentes serios, y no curiosos que creerían encontrar aquí un espectáculo. El Espiritismo es una ciencia y, como toda ciencia, no se lo puede aprender jugando; además, tomar a las almas de los que han partido como asunto de distracción, sería faltarles el respeto que merecen; especular sobre su presencia y su intervención, sería una impiedad y una profanación.
Estas reflexiones responden a las críticas que algunas personas nos han dirigido: de volver a hechos conocidos y de no buscar constantemente las novedades. En el punto en que estamos, es difícil que, a medida que avanzamos, los hechos que se producen no giren más o menos en el mismo círculo; pero esas personas se olvidan que puntos tan importantes como los que tocan el futuro del hombre, solamente pueden llegar al estado de verdad absoluta después de un gran número de observaciones. Habría liviandad en formular una ley en base a algunos ejemplos. El hombre serio y prudente es más circunspecto: no sólo quiere ver todo, sino ver mucho y varias veces; he aquí por qué no retrocedemos ante la monotonía de las repeticiones, porque de las mismas resaltan confirmaciones y frecuentemente matices instructivos, y si en ellas descubriéramos hechos contradictorios, investigaríamos la causa. No tenemos ninguna prisa en pronunciarnos sobre los primeros datos, necesariamente incompletos; antes de la recolección, esperamos que los frutos estén maduros. Si hemos avanzado menos de lo que algunos hubieran deseado en su impaciencia, hemos caminado con más seguridad, sin perdernos en el laberinto de los sistemas; quizá sepamos menos cosas, pero sabemos mejor, lo que es preferible, y podemos afirmar lo que sabemos con plena base en la experiencia.
Por lo demás, señores, no creáis que la opinión de aquellos que critican la organización de la Sociedad sea la de los verdaderos amigos del Espiritismo; no, es la de sus enemigos, que están contrariados al ver que la Sociedad prosigue su camino con calma y dignidad a través de las emboscadas que le han sido tendidas y que aún le tienden; lamentan que el acceso a Ella sea difícil, porque les encantaría venir a sembrar la confusión. Es con este objetivo que también la critican, por limitar el círculo de sus trabajos, alegando que sólo se ocupa con cosas insignificantes y sin alcance, porque se abstiene de tratar de cuestiones políticas y religiosas; desearían verla entrar en la controversia dogmática; ahora bien, es precisamente eso que los delata. Prudentemente, la Sociedad ha sabido protegerse en un círculo inatacable a la malevolencia; provocando su amor propio, desearían arrastrarla a una vía peligrosa, pero Ella no se dejará llevar. Al ocuparse exclusivamente de las cuestiones que interesan a la ciencia, y que no pueden hacer sombra a nadie, la Sociedad se ha puesto al abrigo de los ataques y así debe permanecer; por su prudencia, su moderación y su sensatez ha merecido la estima de los verdaderos espíritas, y su influencia se extiende hasta países distantes, de donde se aspira al honor de hacer parte de la misma. Ahora bien, este homenaje que le es prestado por personas que sólo la conocen por su nombre, por sus trabajos y por la consideración que ha conquistado, le es cien veces más valioso que la adhesión de los imprudentes demasiado apresurados o de los malévolos que desearían arrastrarla a su ruina, y a quienes les encantaría verla comprometerse. Mientras yo tenga el honor de dirigir a la Sociedad, todos mis esfuerzos tenderán a mantenerla en este camino; si algún día Ella saliese de esta vía, yo la dejaría en el mismo instante, porque a ningún precio desearía asumir esa responsabilidad.
Señores, además sabéis por cuáles vicisitudes ha pasado la Sociedad; todo lo que ha sucedido antes y después ha sido anunciado, y todo se ha cumplido como había sido previsto; sus enemigos querían su ruina; los Espíritus, que sabían de su utilidad, deseaban su conservación, y Ella se ha mantenido y se mantendrá mientras sea necesaria a sus objetivos. Si vosotros hubierais observado –como yo he podido hacerlo– las cosas en sus mínimos detalles, no ignoraríais la intervención de un poder superior, porque éste es patente para mí, y comprenderíais que todo ha sido para mejor y en interés de su propia conservación. Pero vendrá el tiempo en que no será más indispensable, como sí lo es actualmente; entonces veremos qué tendremos que hacer, porque la marcha está trazada teniendo en cuenta todas las eventualidades.
Los enemigos más peligrosos de la Sociedad no son los de afuera, ya que podemos cerrarles nuestras puertas y nuestros oídos; a los que más se les debe temer son a los enemigos invisibles, que podrían infiltrarse aquí a pesar nuestro. Nos corresponde probarles –como ya lo hemos hecho– que perderían su tiempo si intentasen imponerse a nosotros. Sabemos que su táctica es la de buscar sembrar la desunión, provocar la discordia, inspirar los celos, la desconfianza y las pueriles susceptibilidades que engendran la malquerencia. Opongámosles el baluarte de la caridad, de la benevolencia mutua, y seremos invulnerables, tanto a sus malignas influencias ocultas como a las diatribas de nuestros adversarios encarnados, que se ocupan más de nosotros que nosotros de ellos. Haciendo justicia podemos decir, sin amor propio, que nunca el nombre de ellos ha sido aquí pronunciado, ya sea por un sentimiento de cortesía o porque tenemos que ocuparnos de cosas más útiles. No obligamos a nadie a que venga a nosotros; recibimos con placer y solicitud a las personas sinceras y de buena voluntad, seriamente deseosas de esclarecerse, y de éstas encontramos muchas para no perder nuestro tiempo corriendo atrás de aquellos que nos dan la espalda por motivos fútiles de amor propio o de envidia. Éstos no pueden ser considerados como verdaderos espíritas, a pesar de las apariencias; tal vez sean espíritas que creen en los hechos, pero seguramente no son espíritas que creen en las consecuencias morales de los hechos, porque de lo contrario mostrarían más abnegación, indulgencia, moderación y menos presunción en su infalibilidad. Buscarlos sería incluso prestarles un mal servicio, porque sería hacerles creer que son importantes y que no podemos prescindir de ellos. En cuanto a los que nos denigren, tampoco debemos preocuparnos con ellos; hombres que valen cien veces más que nosotros han sido denigrados y ridiculizados: no podríamos tener privilegio al respecto. Nos cabe probar a través de nuestros actos que sus diatribas han errado el blanco, y que las armas de las cuales se sirven se volverán en su contra.
Después de haber agradecido, al comienzo, a los Espíritus que nos asisten, no debemos olvidar a sus intérpretes, algunos de los cuales nos dan su concurso con un esmero y una complacencia que nunca son desmentidos; en cambio, solamente podemos ofrecerles un pequeño testimonio de nuestra satisfacción; pero el mundo de los Espíritus los espera, y allá todos los sacrificios son altamente contados, en razón del desinterés, de la humildad y de la abnegación demostrados.
En resumen, señores, durante el año que acaba de pasar nuestros trabajos han transcurrido con una perfecta regularidad y nada los ha interrumpido. Numerosos hechos del más alto interés han sido relatados, explicados y comentados; cuestiones muy importantes han sido resueltas; todos los ejemplos que han pasado bajo nuestros ojos a través de las evocaciones y todas las investigaciones a las que nos hemos entregado han venido a confirmar los principios de la ciencia y a fortalecernos en nuestras creencias; numerosas comunicaciones de una indiscutible superioridad han sido obtenidas por varios médiums; desde el interior del país y desde el exterior nos han enviado comunicaciones muy notables, lo que prueba no sólo cuánto el Espiritismo se expande, sino también bajo qué punto de vista grave y serio Él es ahora considerado en todas partes. Sin duda, éste es un resultado del que debemos estar felices; pero hay otro no menos satisfactorio y que, además, es una consecuencia de lo que había sido predicho desde el origen: es la unidad que se establece en la teoría de la Doctrina a medida que se la estudia y que se la comprende mejor. En todas las comunicaciones que nos llegan desde afuera, encontramos la confirmación de los principios que nos son enseñados por los Espíritus, y como las personas que los obtienen son desconocidas para nosotros en su mayoría, no se puede decir que ellas sufran nuestra influencia.
El propio principio de la reencarnación, que inicialmente había encontrado más contradictores porque no era comprendido, hoy es aceptado por la fuerza de la evidencia y porque toda persona que piensa en él lo reconoce como la única solución posible de los mayores problemas de la filosofía moral y religiosa. Sin la reencarnación somos detenidos a cada paso; todo es caos y confusión. Con la reencarnación todo se esclarece, todo se explica de la manera más racional; si todavía encuentra algunos adversarios más sistemáticos que lógicos, el número de ellos es muy restricto. Ahora bien, ¿quién la ha inventado? Con toda seguridad que no habéis sido ni vosotros ni yo; la misma nos ha sido enseñada y nosotros la hemos aceptado: he aquí todo lo que hemos hecho. De todos los sistemas que han surgido en el principio, muy pocos sobreviven hoy, y se puede decir que sus raros partidarios están sobre todo entre las personas que juzgan a primera vista, y frecuentemente según ideas preconcebidas o prejuicios; pero ahora es evidente que quienquiera que se tome el trabajo de profundizar todas las cuestiones y de juzgar fríamente, sin prevención y sobre todo sin hostilidad sistemática, es invenciblemente llevado, tanto por el razonamiento como por los hechos, a la teoría fundamental que hoy prevalece –se puede decir– en todos los países del mundo.
Señores, ciertamente la Sociedad no ha hecho todo para obtener ese resultado; pero creo que, sin vanidad, Ella puede reivindicar una pequeña parte; su influencia moral es mayor de lo que se cree, exactamente porque nunca se ha desviado de la línea de moderación que se ha trazado. Se sabe que la Sociedad se ocupa exclusivamente de sus estudios, sin dejarse desviar por las pasiones mezquinas que se agitan a su alrededor; que lo hace seriamente, como debe hacerlo toda asamblea científica; que prosigue en su objetivo, sin mezclarse en ninguna intriga, sin tirar piedras a nadie e incluso sin recoger aquellas que le arrojan. Sin duda alguna, he aquí la causa principal del crédito y de la consideración que la Sociedad disfruta y de los que, con justicia, puede sentirse orgullosa, y que da un cierto peso a su opinión. Señores, continuemos con nuestros esfuerzos, con nuestra prudencia y con el ejemplo de unión que debe existir entre los verdaderos espíritas, mostrando con esto que los principios que profesamos no son para nosotros una letra muerta, y que predicamos ya sea con el ejemplo como con la teoría. Si nuestras doctrinas encuentran ecos tan numerosos, es que por lo visto se las considera más racionales que otras; dudo que sucediese lo mismo si hubiéramos profesado la doctrina de la intervención exclusiva del diablo y de los demonios en las manifestaciones espíritas, doctrina hoy completamente ridícula, que provoca más curiosidad que miedo, a no ser en algunas personas timoratas, que pronto reconocerán su futilidad.
La Doctrina Espírita, tal como hoy es profesada, tiene una amplitud que le permite abarcar todas las cuestiones de orden moral: Ella satisface a todas las aspiraciones y –podemos decirlo– a la razón más exigente, para cualquiera que se tome el trabajo de estudiarla y no esté dominado por las ideas preconcebidas. La Doctrina no tiene las mezquinas restricciones de ciertas filosofías; amplía hasta el infinito el círculo de las ideas, y ninguna es capaz de elevar más alto el pensamiento y de liberar al hombre de la estrecha esfera del egoísmo en la cual intentaron confinarlo. En fin, Ella se apoya en los inmutables principios fundamentales de la religión, de la cual es su patente demostración. Sin ninguna duda, he aquí lo que le hace conquistar a tan numerosos adeptos entre las personas esclarecidas de todos los países, y lo que la hará prevalecer en un tiempo más o menos próximo, y esto a pesar de sus adversarios, que en su mayoría se oponen más por interés que por convicción. Su marcha progresiva tan rápida, desde que ha entrado en la vía filosófica seria, es para nosotros una garantía del futuro que le está reservado y que –como lo sabéis– está anunciado en todas partes. Por lo tanto, dejemos que sus enemigos digan y hagan lo que quieran: ellos no pueden hacer nada contra la voluntad de Dios, porque nada sucede sin su permiso; y como decía hace poco tiempo un eclesiástico esclarecido: Si esas cosas tienen lugar, es porque Dios lo permite para reavivar la fe que se extingue en las tinieblas del materialismo.
El ángel del cólera
Uno de nuestros corresponsales de Varsovia nos ha escrito lo siguiente:
«...Me atrevo a solicitar vuestra atención para un hecho de tal modo extraordinario que sería preciso colocarlo en la categoría de lo absurdo, si el carácter de la persona que me lo ha narrado no fuese una garantía de su realidad. Todos nosotros, que del Espiritismo conocemos todo lo que ha sido tratado por vos tan juiciosamente –lo que quiere decir que consideramos comprenderlo bien–, no encontramos explicación para este hecho; así, lo entrego a vuestra apreciación, rogando que me perdonéis el tiempo que os hago perder al leerlo, en caso de que no lo juzguéis digno de un examen más serio. Se trata de lo siguiente:
«La persona de la cual he hablado anteriormente se encontraba, en 1852, en Vilna, ciudad de Lituania que, en aquel momento, era asolada por el cólera. Su hija, una niña encantadora de doce años, era dotada de todas las cualidades que constituyen las naturalezas superiores. Desde la más tierna edad, ella se hizo notar por una inteligencia excepcional, una bondad de corazón y un candor verdaderamente angélicos. En nuestro país, ella ha sido una de las primeras a presentar la facultad mediúmnica, siempre asistida por Espíritus de un orden muy elevado. Frecuentemente, y sin ser sonámbula, tenía el presentimiento de lo que iba a suceder, y lo predecía siempre con exactitud. Estas informaciones no me parecen inútiles para juzgar su sinceridad. Una noche, en el momento en que las velas acababan de ser apagadas, la niña, aún completamente despierta, vio surgir delante de su lecho a una figura lívida y ensangrentada de una mujer vieja, cuya simple visión la hizo estremecer. Esta mujer se aproximó a la cama de la niña y le dijo:
Uno de nuestros corresponsales de Varsovia nos ha escrito lo siguiente:
«...Me atrevo a solicitar vuestra atención para un hecho de tal modo extraordinario que sería preciso colocarlo en la categoría de lo absurdo, si el carácter de la persona que me lo ha narrado no fuese una garantía de su realidad. Todos nosotros, que del Espiritismo conocemos todo lo que ha sido tratado por vos tan juiciosamente –lo que quiere decir que consideramos comprenderlo bien–, no encontramos explicación para este hecho; así, lo entrego a vuestra apreciación, rogando que me perdonéis el tiempo que os hago perder al leerlo, en caso de que no lo juzguéis digno de un examen más serio. Se trata de lo siguiente:
«La persona de la cual he hablado anteriormente se encontraba, en 1852, en Vilna, ciudad de Lituania que, en aquel momento, era asolada por el cólera. Su hija, una niña encantadora de doce años, era dotada de todas las cualidades que constituyen las naturalezas superiores. Desde la más tierna edad, ella se hizo notar por una inteligencia excepcional, una bondad de corazón y un candor verdaderamente angélicos. En nuestro país, ella ha sido una de las primeras a presentar la facultad mediúmnica, siempre asistida por Espíritus de un orden muy elevado. Frecuentemente, y sin ser sonámbula, tenía el presentimiento de lo que iba a suceder, y lo predecía siempre con exactitud. Estas informaciones no me parecen inútiles para juzgar su sinceridad. Una noche, en el momento en que las velas acababan de ser apagadas, la niña, aún completamente despierta, vio surgir delante de su lecho a una figura lívida y ensangrentada de una mujer vieja, cuya simple visión la hizo estremecer. Esta mujer se aproximó a la cama de la niña y le dijo:
“Yo soy el cólera, y vengo a pedirte un beso; si me besas, volveré a los lugares donde he salido y la ciudad estará libre de mi presencia”. La heroica niña no retrocedió de manera alguna ante el sacrificio: puso sus labios sobre el rostro helado y húmedo de la vieja, y la visión –si es que era una visión– desapareció. Llena de pavor, la niña sólo se calmó en el regazo de su padre que, a pesar de no entender la situación, estaba entretanto convencido de que su hija había dicho la verdad; pero no hablaron con nadie. Hacia el mediodía recibieron la visita de un médico, amigo de la familia, que dijo: “Os traigo una buena noticia: esta noche ningún paciente fue llevado al hospital de los coléricos, de donde vengo”. En efecto, desde ese día el cólera dejó de causar estragos. Aproximadamente tres años más tarde, esta persona y su familia hicieron otro viaje a la misma ciudad. Durante su permanencia, el cólera reapareció y las víctimas ya eran contadas por centenas, cuando una noche la misma mujer vieja apareció cerca de la cama de la niña, siempre perfectamente despierta, y le hizo el mismo pedido, agregando que, si su solicitación fuese atendida, esta vez dejaría la ciudad para no volver más. Como sucedió la primera vez, la joven no se rehusó; luego ésta vio un sepulcro abrirse y cerrarse sobre la mujer. El cólera paró como por milagro, y no es de mi conocimiento que haya vuelto a aparecer en Vilna. ¿Era eso una alucinación o una visión real? Lo ignoro; todo lo que puedo garantizar es que no puedo dudar de la sinceridad de la joven y de sus padres.»
En efecto, ese hecho es muy singular; los incrédulos no dejarán de decir que es una alucinación, pero probablemente les será más difícil explicar esta coincidencia con un hecho material que nada permitía prever. Una primera vez podría atribuirse al acaso –manera tan cómoda de desconsiderar lo que no se comprende; pero en dos ocasiones diferentes, y en condiciones idénticas, es más extraordinario. Admitiendo el hecho de la aparición, restaba saber qué era esa mujer; ¿era realmente el ángel exterminador del cólera? Los flagelos, ¿estarían personificados en ciertos Espíritus, encargados de provocarlos o de apaciguarlos? Podría creérselo, al ver que los flagelos desaparecían por la voluntad de esa mujer; pero entonces, ¿por qué se dirigía a esa niña, desconocida en la ciudad, y cómo podría tener tal influencia un beso de su parte? Aunque el Espiritismo ya nos haya dado la clave de muchas cosas, todavía no nos dijo la última palabra y, en el caso abordado, la última hipótesis no tenía nada de positivamente absurda; confesamos que, a primera vista, nos inclinábamos bastante hacia ese lado, no viendo en el hecho el carácter de una verdadera alucinación; pero la palabra de los Espíritus echó por tierra nuestra suposición. He aquí la explicación muy simple y muy lógica que al respecto ha dado san Luis, en la sesión de la Sociedad del 19 de abril de 1861.
Preg. El hecho que acaba de ser narrado parece muy auténtico; desearíamos obtener algunas explicaciones sobre el tema. ¿Podríais primero decirnos qué era esa mujer que apareció a la niña y que dijo ser el cólera?
Resp. No era el cólera; un flagelo material no reviste apariencia humana; era el Espíritu familiar de la joven, que la hacía experimentar su fe, haciendo coincidir esta prueba con el fin del flagelo. Esa prueba por la cual pasaba la niña era benéfica para ella; al idealizarla, fortalecía las virtudes que estaban en germen en ese ser protegido y bendito. Las naturalezas de élite, aquellas que vienen al mundo trayendo el recuerdo del bien ya adquirido, reciben a menudo esas advertencias, que serían peligrosas para un alma no depurada y no preparada por las migraciones anteriores, para los grandes sacrificios del amor y de la fe.
Preg. El Espíritu familiar de esa joven ¿tenía bastante poder como para prever el futuro y el fin del flagelo?
Resp. Los Espíritus son los instrumentos de la voluntad divina y, frecuentemente, son elevados a la altura de mensajeros celestiales.
Preg. ¿Los Espíritus no tienen ninguna acción sobre los flagelos, como agentes productores?
Resp. Ellos no tienen nada que ver con eso, así como los árboles no actúan sobre el viento, ni los efectos sobre las causas.
En la previsión de respuestas conformes a nuestro primer pensamiento, habíamos preparado una serie de preguntas que, por consecuencia, se volvieron inútiles; esto prueba una vez más que los médiums no son el reflejo del pensamiento del interrogador. Además, debemos decir que no teníamos al respecto ninguna idea previa; a falta de una mejor, nos inclinábamos hacia la que habíamos emitido, porque no nos parecía imposible; pero al ser más simple y más racional la explicación dada por el Espíritu, nosotros la consideramos como infinitamente preferible.
Por otra parte, se puede extraer de ese hecho otra instrucción. Lo que sucedió con aquella joven debe haberse producido en otras circunstancias, e incluso en la Antigüedad, puesto que los fenómenos espíritas son de todos los tiempos. ¿No sería una de las causas que han llevado a los Antiguos a personificar todo y a ver en cada cosa un genio particular? No pensamos que se le deba buscar la causa únicamente en el genio poético, porque esas ideas se ven en pueblos menos adelantados.
Supongamos que un hecho análogo al que hemos narrado se hubiese producido en un pueblo supersticioso y bárbaro; no era necesario nada más para que se haga creer en la idea de que una divinidad maléfica solamente podría aplacarse si le sacrificaran víctimas. Como ya lo hemos dicho, todos los dioses del paganismo no tienen otro origen sino las manifestaciones espíritas; el Cristianismo vino a derribar sus altares, pero estaba reservado al Espiritismo dar a conocer su verdadera naturaleza y esclarecer esos fenómenos, desvirtuados por la superstición o explotados por la codicia.
Fenómeno de aportes
Este fenómeno es, indiscutiblemente, uno de los más extraordinarios entre aquellos que las manifestaciones espíritas presentan, y es también uno de los más raros. Consiste en el aporte espontáneo de un objeto que no existe en el lugar en que estamos. Hace mucho tiempo que nosotros lo conocíamos a través de informaciones; pero como hace poco nos fue permitido atestiguarlo, podemos ahora hablar del mismo con conocimiento de causa. Para comenzar, digamos que es uno de los fenómenos que más se prestan a la imitación y, por consiguiente, debemos estar prevenidos contra la superchería. Se sabe hasta dónde puede llegar el arte de la prestidigitación en lo tocante a experiencias de este género; pero, aun sin tener que enfrentarse con un prestidigitador, se podría fácilmente ser engañado por una maniobra hábil. La mejor de todas las garantías está en el carácter, en la honestidad notoria y en el absoluto desinterés de la persona que obtiene semejantes efectos; en segundo lugar, en el examen atento de todas las circunstancias en que los hechos se producen; y finalmente, en el conocimiento esclarecido del Espiritismo, el único que puede descubrir todo lo que sea sospechoso.
Hemos dicho que ese fenómeno es uno de los más raros y, quizá menos que los otros, no se produce a voluntad ni sobre todo a cualquier momento. Aunque raramente, a veces puede ser provocado, pero en la mayoría de las veces es espontáneo; de esto se deduce que cualquiera que se jacte de obtenerlo a gusto y en un momento dado, puede ser terminantemente tachado de ignorante y ser sospechoso de fraude, con más fuerte razón si en él se mezcla el más mínimo motivo de interés material. Un médium que saque cualquier provecho de su facultad puede ser realmente médium, pero como esta facultad está sujeta a intermitencias y como los fenómenos dependen exclusivamente de la voluntad de los Espíritus, que no se someten a nuestro capricho, resulta que el médium interesado, para no fallar o para producir más efecto según las circunstancias, llama en su ayuda a las artimañas, porque para él es preciso que el Espíritu actúe de cualquier manera, si no lo suple con su artimaña, que algunas veces se oculta bajo los más simples artificios.
Al haber hecho estas reflexiones preliminares, que tienen como objetivo precaver a los observadores, volvamos a nuestro tema; pero antes de hablar de lo que nos concierne, creemos un deber publicar la siguiente carta, que nos ha sido enviada de Orleáns, el 14 de febrero último.
«Señor,
«El que os escribe esta carta es un espírita de convicciones; los hechos que la misma relata son raros; deben servir al bien de todos y ya han llevado a la convicción a varias personas que nos rodean y que los han atestiguado.
«El primer hecho ha ocurrido el 1º de enero de 1861. Una de mis parientes, que tiene la facultad medianímica en grado supremo y que ignoraba eso completamente antes que yo le hubiese hablado de Espiritismo, veía algunas veces a su madre, pero consideraba esto como alucinaciones y trataba de evitarlas. El 1º de enero pasado, alrededor de las tres de la tarde, la vio nuevamente; el sobresalto que tuvo, al igual que su marido –aunque éste no viese nada–, impidió que ella se diera cuenta de sus movimientos. Algunos minutos después, al volver al cuarto, su marido vio sobre la mesa un anillo que su esposa reconoció perfectamente como siendo el anillo de su propia madre, que dicha hija le había puesto en el dedo en el momento de la muerte de su progenitora. Algunos días más tarde, como la esposa sufrió una sofocación a la que era propensa, yo aconsejé a su marido a que la magnetizara, lo que él hizo. Al cabo de tres minutos, ella adormeció profundamente y la lucidez fue perfecta. Entonces ella dijo al marido que su madre le había traído el anillo para probarle que está con ellos y que vela por ellos. El marido le preguntó a su mujer si ella ve a la hija de ambos, fallecida con 2 años de edad hace ocho años, y si ésta le puede traer un recuerdo. La sonámbula respondió que la hija está allá, así como la madre de su marido; que al día siguiente la hija le traerá una rosa que él encontrará en el escritorio. El hecho se realizó; una rosa marchita era acompañada por un papel, sobre el cual estaban escritas estas palabras: A MI PAPÁ QUERIDO: Laure. Dos días después tuvo lugar un sueño magnético; el marido pregunta si él podría recibir algunos cabellos de su propia madre. Su deseo es atendido al instante: los cabellos están sobre la chimenea. Después, dos cartas fueron escritas espontáneamente por las dos madres.
«Llego a los hechos que sucedieron en mi casa. Después de un estudio serio de vuestras obras sobre el Espiritismo, la fe me vino sin que yo haya visto un solo hecho. El Libro de los Médiums me había aconsejado a intentar escribir, pero no obtuve ningún resultado; persuadido de que yo no conseguiría nada sin la presencia de la persona de la cual os he hablado anteriormente, le pedí que viniera a Orleáns, así como a su marido. Lunes 11 de febrero a las 10 horas de la noche: sueño magnético y éxtasis; ve junto a ella y a nosotros a los Espíritus que la acompañan y que le habían prometido venir con ella. Le pregunto si seré médium escribiente; ella responde: Sí, en 15 días. Agrega que al día siguiente su madre escribirá por su intermedio para convencer a uno de mis amigos, que ella solicitó que yo hiciera venir. Día 12 a las 8 horas de la mañana: sueño; le preguntamos si debíamos darle un lápiz: No –me dijo ella; mi madre está cerca de ti y escribe; su carta está sobre la chimenea. Voy hasta allí y encuentro un papel doblado que contiene estas palabras: Creed y orad, estoy con vosotros; esto es para convenceros. También me dijo que en esa noche yo podría intentar escribir, que ella posaría su mano sobre la mía. No me atreví a esperar semejante resultado; entretanto, escribí estas palabras: Creed; voy a volver; no olvidéis el magnetismo; no tardéis más tiempo. Mi parienta debía partir al día siguiente. A la noche escribimos esto: La ciencia espírita no es una broma; es verdadera; el magnetismo puede conducir a ella. Orad e invocad a aquellos que sienta vuestro corazón. No tardéis más tiempo. Catherine. He aquí el nombre de su madre.
«Varias veces me ordenaron que os escriba estos hechos; incluso he sido criticado por no haberlo realizado antes; además, ella me ha dicho que podríais tener la prueba de lo que os digo, y que su propia madre iría confirmaros esos hechos si la llamaseis. Atentamente.»
Esta carta relata dos fenómenos notables: el de aportes y el de escritura directa. Haremos al respecto una observación esencial: cuando el marido y la esposa obtuvieron los primeros efectos, ellos estaban solos, totalmente preocupados con lo que pudiera sucederles y no tenían ningún interés en engañarse mutuamente. En segundo lugar, el aporte del anillo, que había sido enterrado con la madre, es un hecho positivo, que no podía ser el resultado de una superchería, porque no se juega con esas cosas.
Varios hechos de la misma naturaleza nos han sido relatados por personas de las cuales tenemos plena confianza y que han ocurrido en circunstancias también auténticas; pero he aquí un hecho del que hemos sido dos veces testigo ocular, así como varios miembros de la Sociedad.
La Srta. V. B..., joven de 16 a 17 años, es una muy buena médium psicógrafa y al mismo tiempo una sonámbula clarividente. Durante el sueño ella ve principalmente al Espíritu de uno de sus primos, que varias veces ya le había traído diferentes objetos, entre otros, el aporte de anillos, de bombones en gran cantidad y de flores. Es siempre necesario que ella esté adormecida aproximadamente dos horas antes de la producción del fenómeno. La primera vez que asistimos a una manifestación de ese género, tuvo lugar el aporte de un anillo que le fue puesto en la mano. Para nosotros, que conocíamos a la joven y a sus padres –personas muy honorables–, no había ningún motivo para dudar; entretanto, confesamos que para los extraños, la manera como esto sucedió era poco concluyente. Ya en la otra sesión fue totalmente diferente. Después de dos horas de sueño previo, durante las cuales la joven sonámbula se ocupó con cosas muy interesantes, pero extrañas a lo que estamos tratando, el Espíritu le apareció con un ramo de flores, visible solamente para ella. No fue sino después de haber instigado su avidez por un largo tiempo y de haber hecho incesantes pedidos, que el Espíritu hizo caer a sus pies un ramillete de azafrán. La joven no se dio por satisfecha; el Espíritu aún tenía algo que ella quería; nuevas súplicas fueron realizadas durante aproximadamente media hora, después de la cual apareció en el piso un gran ramo de violetas, cubierto de musgo. Algún tiempo después un bombón, del tamaño de un puño, cayó a su lado; por el sabor reconocieron que era de ananá, que parecía haber sido amasado con las manos.
Todo esto duró cerca de una hora y, durante ese tiempo, la sonámbula estuvo constantemente aislada de todos los asistentes; su propio magnetizador se mantuvo a una gran distancia; nosotros estábamos ubicado de manera a no perder de vista un solo movimiento y declaramos sinceramente que no hubo nada de sospechoso. En esa sesión, el Espíritu, que se llama Léon, prometió venir a la Sociedad para dar las explicaciones que le fuesen solicitadas.
Nosotros lo evocamos en la sesión de la Sociedad del 1º de marzo, juntamente con el Espíritu Sra. Catherine, que se había manifestado en Orleáns; he aquí la conversación que tuvo lugar:
1. Evocación de la Sra. Catherine. –Resp. Estoy presente y preparada para responderos.
2. Habéis dicho a vuestra hija y a vuestro pariente de Orleáns que vendríais a confirmar aquí los fenómenos que ellos han atestiguado; nos agradaría mucho recibir vuestras explicaciones al respecto. Para comenzar, os preguntaría con qué objetivo habéis insistido tanto para que me escribieran el relato de estos hechos. –Resp. Lo que prometí, estoy lista para hacerlo, porque es a vos a quien debemos informar más; yo había dicho a mis hijos que os comunicasen esas pruebas con la finalidad de propagar el Espiritismo.
3. Hace algunos días he sido testigo de hechos análogos y voy a pedir al Espíritu que los produjo que consienta en venir. Al haber podido observar todas las fases del fenómeno, tengo la intención de dirigirle varias preguntas. Os ruego que os juntéis a él para completar las respuestas, si esto fuere necesario. –Resp. Haré lo que me pedís; con los dos habrá más claridad y precisión.
4. Evocación de Léon. –Resp. Estoy aquí, listo para cumplir la promesa que os hice, caballero.
Nota – Generalmente los Espíritus prescinden de nuestras fórmulas de tratamiento; este Espíritu ofrece la particularidad de que cada vez que lo hemos evocado, se ha servido siempre de la palabra caballero.
5. ¿Podríais decirnos, por favor, por qué esos fenómenos sólo se producen durante el sueño magnético de la médium? –Resp. Esto se debe a la naturaleza de la médium; los hechos que produzco cuando ella está dormida, podría también producirlos con otro médium en estado de vigilia.
6. ¿Por qué hacéis esperar tanto tiempo el aporte de los objetos, y por qué instigáis la avidez de la médium, exacerbando su deseo de obtener el objeto prometido? –Resp. Necesito ese tiempo para preparar los fluidos que sirven para el aporte; en cuanto a la instigación, es sólo para divertir a las personas presentes y a la sonámbula.
7. Pensé que esta instigación podría producir una emisión más abundante de fluido por parte de la médium, y facilitar la combinación necesaria. –Resp. Estabais equivocado, caballero; los fluidos que nos son necesarios no pertenecen al médium, sino al Espíritu y, en ciertos casos, se puede incluso prescindir de aquéllos, y el aporte ocurrir inmediatamente.
8. La producción del fenómeno, ¿depende de la naturaleza especial del médium, y podría darse a través de otros médiums, con mayor facilidad y rapidez? –Resp. La producción depende de la naturaleza del médium, y sólo puede realizarse con otros de naturaleza correspondiente; en cuanto a la rapidez, nos es de gran ayuda el hábito de comunicarnos frecuentemente con el mismo médium.
9. La naturaleza del médium, ¿debe corresponder a la naturaleza del hecho o a la del Espíritu? –Resp. Es preciso que corresponda a la naturaleza del hecho, y no a la naturaleza del Espíritu.
10. La influencia de las personas presentes, ¿contribuye en algo? –Resp. Cuando en ellas hay incredulidad y oposición, esto puede dificultar mucho. Preferimos presentar nuestras pruebas a los creyentes y a las personas versadas en Espiritismo; pero con esto no quiero decir que la mala voluntad pueda paralizarnos completamente.
11. Aquí sólo hay creyentes y personas muy simpáticas; ¿existe algún obstáculo para que el hecho suceda? –Resp. Existe, aquel para el cual yo no estoy preparado ni dispuesto.
12. ¿Lo estaríais en otro día? –Resp. Sí.
13. ¿Podríais marcarlo? –Resp. Un día en que nada me solicitéis, vendré repentinamente a sorprenderos con un lindo ramo de flores.
14. Tal vez hayan personas que prefieran bombones. –Resp. Si hay golosos, también podrán ser contentados; creo que las damas, que no desdeñan las flores, gustarán aún más de los bombones.
15. La Srta. V. B... ¿tendrá necesidad de estar en sonambulismo? –Resp. Haré el fenómeno de aporte con ella despierta.
16. ¿Dónde tomasteis las flores y los bombones que habéis aportado? –Resp. Recogí las flores en los jardines, donde las hay de mi agrado.
17. ¿Y los bombones? ¿El confitero no habrá notado la falta de los mismos? –Resp. Los tomo de donde quiero; el confitero no percibió nada, porque puse otros en su lugar.
18. Pero los anillos son valiosos; ¿de dónde los sacasteis? ¿No habréis causado algún perjuicio a quien se los quitasteis? –Resp. Los he tomado de lugares desconocidos por todos, y de manera que nadie pudiera ser perjudicado.
19. ¿Es posible aportar flores de otro planeta? –Resp. No, esto no es posible para mí.
20. ¿Otros Espíritus podrían hacerlo? –Resp. Sí, hay Espíritus más elevados que yo que pueden hacerlo; en cuanto a mí, no puedo encargarme de esto. Contentaos con lo que he de aportaros.
21. ¿Podríais aportar flores de otro hemisferio? Por ejemplo, ¿de los trópicos? –Resp. Desde que sea de la Tierra, puedo.
22. El otro día, ¿cómo habéis introducido esos objetos, ya que la habitación estaba cerrada? –Resp. Los hice entrar conmigo, envueltos –por así decirlo– en mi sustancia. En cuanto a daros más detalles, esto no es explicable.
23. (A la Sra. Catherine.) Ya que el anillo que habéis aportado a vuestra hija estaba enterrado con vuestros restos mortales, ¿cómo lo obtuvisteis? –Resp. Lo retiré de la tierra y lo aporté a mi hija.
24. (A Léon.) ¿Cómo habéis hecho para volver visibles esos objetos, que un momento antes eran invisibles? –Resp. Quité la materia que los envolvía.
25. Esos objetos que habéis aportado, ¿podríais hacerlos desaparecer, y llevarlos de vuelta a su lugar? –Resp. Así como los he traído aquí, puedo llevarlos de vuelta, según mi voluntad.
26. Ayer... (el Espíritu rectifica escribiendo: miércoles.) Exactamente; el miércoles, la médium os vio tomar una tijera y cortar flores de naranjo en el ramillete que está en su habitación; ¿tuvisteis realmente necesidad de un instrumento cortante para ello? –Resp. No tenía ninguna tijera, pero me hice ver así para que tuvieran la certeza de que era yo que las sacaba.
27. ¿Pero el ramillete estaba debajo de un globo de vidrio? –Resp. ¡Oh! Yo bien podía sacar el globo.
28. ¿Lo habéis sacado? –Resp. No.
29. No entendemos cómo esto puede suceder; ¿creéis que un día llegaremos a comprender este fenómeno? –Resp. Dentro de poco tiempo; no sólo lo creemos, sino que tenemos la certeza.
30. ¿Quién acaba de responder? ¿Léon o la Sra. Catherine? –Resp. Los dos.
31. La producción del fenómeno de aportes, ¿os causa alguna dificultad o algún problema? –Resp. No nos causa ninguna dificultad cuando tenemos el permiso para producirlos; podría causarnos muchos problemas si quisiéramos producir efectos sin haber sido autorizados para ello.
32. ¿Cuáles son las dificultades que encontráis? –Resp. Solamente las malas disposiciones fluídicas que pueden ser contrarias a nosotros.
33. ¿Cómo aportáis el objeto? ¿Lo sostenéis con las manos? –Resp. No, lo envuelvo en mí mismo.
34. ¿Aportaríais con la misma facilidad un objeto de un peso considerable, de 50 kilos, por ejemplo? –Resp. El peso no es nada para nosotros; aportamos flores porque esto puede ser más agradable que un objeto voluminoso.
35. ¿Se puede a veces atribuir a los Espíritus la desaparición de objetos, cuya causa se ignora? –Resp. Esto sucede con mucha frecuencia, más a menudo de lo que pensáis, y ello podría remediarse pidiéndole al Espíritu que vuelva a traer el objeto desaparecido.
36. ¿Hay efectos que son considerados como fenómenos naturales y que se deben a la acción de ciertos Espíritus? –Resp. Vuestros días están llenos de esos hechos, que no comprendéis porque no habéis pensado en ellos, pero que con un poco de reflexión percibiríais claramente.
37. Entre los objetos que se aportan, ¿no hay algunos que pueden ser fabricados por los Espíritus, es decir, producidos espontáneamente por las modificaciones que los Espíritus pueden operar en el fluido o elemento universal? –Resp. No por mí, porque no tengo permiso para eso; solamente un Espíritu elevado puede hacerlo.
38. Un objeto hecho de esa manera, ¿podría tener estabilidad y volverse un objeto de uso? Si un Espíritu hiciese una tabaquera, por ejemplo, ¿alguien podría servirse de la misma? –Resp. Podría ser, si el Espíritu así lo quisiera; pero también podría suceder eso para sólo ser vista, desvaneciéndose al cabo de algunas horas.
Observación – Se puede incluir en la categoría de los fenómenos de aportes los que han sucedido en la calle de Noyers y que hemos relatado en la Revista del mes de agosto de 1860, con la diferencia de que en este último caso son producidos por un Espíritu malévolo, cuyo objetivo es causar perturbación, mientras que en los fenómenos aquí abordados son Espíritus benévolos los que buscan ser agradables y los que atestiguan simpatía.
Nota – Sobre la teoría de la formación espontánea de objetos, véase El Libro de Médiums, capítulo intitulado: Laboratorio del Mundo Invisible.
Este fenómeno es, indiscutiblemente, uno de los más extraordinarios entre aquellos que las manifestaciones espíritas presentan, y es también uno de los más raros. Consiste en el aporte espontáneo de un objeto que no existe en el lugar en que estamos. Hace mucho tiempo que nosotros lo conocíamos a través de informaciones; pero como hace poco nos fue permitido atestiguarlo, podemos ahora hablar del mismo con conocimiento de causa. Para comenzar, digamos que es uno de los fenómenos que más se prestan a la imitación y, por consiguiente, debemos estar prevenidos contra la superchería. Se sabe hasta dónde puede llegar el arte de la prestidigitación en lo tocante a experiencias de este género; pero, aun sin tener que enfrentarse con un prestidigitador, se podría fácilmente ser engañado por una maniobra hábil. La mejor de todas las garantías está en el carácter, en la honestidad notoria y en el absoluto desinterés de la persona que obtiene semejantes efectos; en segundo lugar, en el examen atento de todas las circunstancias en que los hechos se producen; y finalmente, en el conocimiento esclarecido del Espiritismo, el único que puede descubrir todo lo que sea sospechoso.
Hemos dicho que ese fenómeno es uno de los más raros y, quizá menos que los otros, no se produce a voluntad ni sobre todo a cualquier momento. Aunque raramente, a veces puede ser provocado, pero en la mayoría de las veces es espontáneo; de esto se deduce que cualquiera que se jacte de obtenerlo a gusto y en un momento dado, puede ser terminantemente tachado de ignorante y ser sospechoso de fraude, con más fuerte razón si en él se mezcla el más mínimo motivo de interés material. Un médium que saque cualquier provecho de su facultad puede ser realmente médium, pero como esta facultad está sujeta a intermitencias y como los fenómenos dependen exclusivamente de la voluntad de los Espíritus, que no se someten a nuestro capricho, resulta que el médium interesado, para no fallar o para producir más efecto según las circunstancias, llama en su ayuda a las artimañas, porque para él es preciso que el Espíritu actúe de cualquier manera, si no lo suple con su artimaña, que algunas veces se oculta bajo los más simples artificios.
Al haber hecho estas reflexiones preliminares, que tienen como objetivo precaver a los observadores, volvamos a nuestro tema; pero antes de hablar de lo que nos concierne, creemos un deber publicar la siguiente carta, que nos ha sido enviada de Orleáns, el 14 de febrero último.
«Señor,
«El que os escribe esta carta es un espírita de convicciones; los hechos que la misma relata son raros; deben servir al bien de todos y ya han llevado a la convicción a varias personas que nos rodean y que los han atestiguado.
«El primer hecho ha ocurrido el 1º de enero de 1861. Una de mis parientes, que tiene la facultad medianímica en grado supremo y que ignoraba eso completamente antes que yo le hubiese hablado de Espiritismo, veía algunas veces a su madre, pero consideraba esto como alucinaciones y trataba de evitarlas. El 1º de enero pasado, alrededor de las tres de la tarde, la vio nuevamente; el sobresalto que tuvo, al igual que su marido –aunque éste no viese nada–, impidió que ella se diera cuenta de sus movimientos. Algunos minutos después, al volver al cuarto, su marido vio sobre la mesa un anillo que su esposa reconoció perfectamente como siendo el anillo de su propia madre, que dicha hija le había puesto en el dedo en el momento de la muerte de su progenitora. Algunos días más tarde, como la esposa sufrió una sofocación a la que era propensa, yo aconsejé a su marido a que la magnetizara, lo que él hizo. Al cabo de tres minutos, ella adormeció profundamente y la lucidez fue perfecta. Entonces ella dijo al marido que su madre le había traído el anillo para probarle que está con ellos y que vela por ellos. El marido le preguntó a su mujer si ella ve a la hija de ambos, fallecida con 2 años de edad hace ocho años, y si ésta le puede traer un recuerdo. La sonámbula respondió que la hija está allá, así como la madre de su marido; que al día siguiente la hija le traerá una rosa que él encontrará en el escritorio. El hecho se realizó; una rosa marchita era acompañada por un papel, sobre el cual estaban escritas estas palabras: A MI PAPÁ QUERIDO: Laure. Dos días después tuvo lugar un sueño magnético; el marido pregunta si él podría recibir algunos cabellos de su propia madre. Su deseo es atendido al instante: los cabellos están sobre la chimenea. Después, dos cartas fueron escritas espontáneamente por las dos madres.
«Llego a los hechos que sucedieron en mi casa. Después de un estudio serio de vuestras obras sobre el Espiritismo, la fe me vino sin que yo haya visto un solo hecho. El Libro de los Médiums me había aconsejado a intentar escribir, pero no obtuve ningún resultado; persuadido de que yo no conseguiría nada sin la presencia de la persona de la cual os he hablado anteriormente, le pedí que viniera a Orleáns, así como a su marido. Lunes 11 de febrero a las 10 horas de la noche: sueño magnético y éxtasis; ve junto a ella y a nosotros a los Espíritus que la acompañan y que le habían prometido venir con ella. Le pregunto si seré médium escribiente; ella responde: Sí, en 15 días. Agrega que al día siguiente su madre escribirá por su intermedio para convencer a uno de mis amigos, que ella solicitó que yo hiciera venir. Día 12 a las 8 horas de la mañana: sueño; le preguntamos si debíamos darle un lápiz: No –me dijo ella; mi madre está cerca de ti y escribe; su carta está sobre la chimenea. Voy hasta allí y encuentro un papel doblado que contiene estas palabras: Creed y orad, estoy con vosotros; esto es para convenceros. También me dijo que en esa noche yo podría intentar escribir, que ella posaría su mano sobre la mía. No me atreví a esperar semejante resultado; entretanto, escribí estas palabras: Creed; voy a volver; no olvidéis el magnetismo; no tardéis más tiempo. Mi parienta debía partir al día siguiente. A la noche escribimos esto: La ciencia espírita no es una broma; es verdadera; el magnetismo puede conducir a ella. Orad e invocad a aquellos que sienta vuestro corazón. No tardéis más tiempo. Catherine. He aquí el nombre de su madre.
«Varias veces me ordenaron que os escriba estos hechos; incluso he sido criticado por no haberlo realizado antes; además, ella me ha dicho que podríais tener la prueba de lo que os digo, y que su propia madre iría confirmaros esos hechos si la llamaseis. Atentamente.»
Esta carta relata dos fenómenos notables: el de aportes y el de escritura directa. Haremos al respecto una observación esencial: cuando el marido y la esposa obtuvieron los primeros efectos, ellos estaban solos, totalmente preocupados con lo que pudiera sucederles y no tenían ningún interés en engañarse mutuamente. En segundo lugar, el aporte del anillo, que había sido enterrado con la madre, es un hecho positivo, que no podía ser el resultado de una superchería, porque no se juega con esas cosas.
Varios hechos de la misma naturaleza nos han sido relatados por personas de las cuales tenemos plena confianza y que han ocurrido en circunstancias también auténticas; pero he aquí un hecho del que hemos sido dos veces testigo ocular, así como varios miembros de la Sociedad.
La Srta. V. B..., joven de 16 a 17 años, es una muy buena médium psicógrafa y al mismo tiempo una sonámbula clarividente. Durante el sueño ella ve principalmente al Espíritu de uno de sus primos, que varias veces ya le había traído diferentes objetos, entre otros, el aporte de anillos, de bombones en gran cantidad y de flores. Es siempre necesario que ella esté adormecida aproximadamente dos horas antes de la producción del fenómeno. La primera vez que asistimos a una manifestación de ese género, tuvo lugar el aporte de un anillo que le fue puesto en la mano. Para nosotros, que conocíamos a la joven y a sus padres –personas muy honorables–, no había ningún motivo para dudar; entretanto, confesamos que para los extraños, la manera como esto sucedió era poco concluyente. Ya en la otra sesión fue totalmente diferente. Después de dos horas de sueño previo, durante las cuales la joven sonámbula se ocupó con cosas muy interesantes, pero extrañas a lo que estamos tratando, el Espíritu le apareció con un ramo de flores, visible solamente para ella. No fue sino después de haber instigado su avidez por un largo tiempo y de haber hecho incesantes pedidos, que el Espíritu hizo caer a sus pies un ramillete de azafrán. La joven no se dio por satisfecha; el Espíritu aún tenía algo que ella quería; nuevas súplicas fueron realizadas durante aproximadamente media hora, después de la cual apareció en el piso un gran ramo de violetas, cubierto de musgo. Algún tiempo después un bombón, del tamaño de un puño, cayó a su lado; por el sabor reconocieron que era de ananá, que parecía haber sido amasado con las manos.
Todo esto duró cerca de una hora y, durante ese tiempo, la sonámbula estuvo constantemente aislada de todos los asistentes; su propio magnetizador se mantuvo a una gran distancia; nosotros estábamos ubicado de manera a no perder de vista un solo movimiento y declaramos sinceramente que no hubo nada de sospechoso. En esa sesión, el Espíritu, que se llama Léon, prometió venir a la Sociedad para dar las explicaciones que le fuesen solicitadas.
Nosotros lo evocamos en la sesión de la Sociedad del 1º de marzo, juntamente con el Espíritu Sra. Catherine, que se había manifestado en Orleáns; he aquí la conversación que tuvo lugar:
1. Evocación de la Sra. Catherine. –Resp. Estoy presente y preparada para responderos.
2. Habéis dicho a vuestra hija y a vuestro pariente de Orleáns que vendríais a confirmar aquí los fenómenos que ellos han atestiguado; nos agradaría mucho recibir vuestras explicaciones al respecto. Para comenzar, os preguntaría con qué objetivo habéis insistido tanto para que me escribieran el relato de estos hechos. –Resp. Lo que prometí, estoy lista para hacerlo, porque es a vos a quien debemos informar más; yo había dicho a mis hijos que os comunicasen esas pruebas con la finalidad de propagar el Espiritismo.
3. Hace algunos días he sido testigo de hechos análogos y voy a pedir al Espíritu que los produjo que consienta en venir. Al haber podido observar todas las fases del fenómeno, tengo la intención de dirigirle varias preguntas. Os ruego que os juntéis a él para completar las respuestas, si esto fuere necesario. –Resp. Haré lo que me pedís; con los dos habrá más claridad y precisión.
4. Evocación de Léon. –Resp. Estoy aquí, listo para cumplir la promesa que os hice, caballero.
Nota – Generalmente los Espíritus prescinden de nuestras fórmulas de tratamiento; este Espíritu ofrece la particularidad de que cada vez que lo hemos evocado, se ha servido siempre de la palabra caballero.
5. ¿Podríais decirnos, por favor, por qué esos fenómenos sólo se producen durante el sueño magnético de la médium? –Resp. Esto se debe a la naturaleza de la médium; los hechos que produzco cuando ella está dormida, podría también producirlos con otro médium en estado de vigilia.
6. ¿Por qué hacéis esperar tanto tiempo el aporte de los objetos, y por qué instigáis la avidez de la médium, exacerbando su deseo de obtener el objeto prometido? –Resp. Necesito ese tiempo para preparar los fluidos que sirven para el aporte; en cuanto a la instigación, es sólo para divertir a las personas presentes y a la sonámbula.
7. Pensé que esta instigación podría producir una emisión más abundante de fluido por parte de la médium, y facilitar la combinación necesaria. –Resp. Estabais equivocado, caballero; los fluidos que nos son necesarios no pertenecen al médium, sino al Espíritu y, en ciertos casos, se puede incluso prescindir de aquéllos, y el aporte ocurrir inmediatamente.
8. La producción del fenómeno, ¿depende de la naturaleza especial del médium, y podría darse a través de otros médiums, con mayor facilidad y rapidez? –Resp. La producción depende de la naturaleza del médium, y sólo puede realizarse con otros de naturaleza correspondiente; en cuanto a la rapidez, nos es de gran ayuda el hábito de comunicarnos frecuentemente con el mismo médium.
9. La naturaleza del médium, ¿debe corresponder a la naturaleza del hecho o a la del Espíritu? –Resp. Es preciso que corresponda a la naturaleza del hecho, y no a la naturaleza del Espíritu.
10. La influencia de las personas presentes, ¿contribuye en algo? –Resp. Cuando en ellas hay incredulidad y oposición, esto puede dificultar mucho. Preferimos presentar nuestras pruebas a los creyentes y a las personas versadas en Espiritismo; pero con esto no quiero decir que la mala voluntad pueda paralizarnos completamente.
11. Aquí sólo hay creyentes y personas muy simpáticas; ¿existe algún obstáculo para que el hecho suceda? –Resp. Existe, aquel para el cual yo no estoy preparado ni dispuesto.
12. ¿Lo estaríais en otro día? –Resp. Sí.
13. ¿Podríais marcarlo? –Resp. Un día en que nada me solicitéis, vendré repentinamente a sorprenderos con un lindo ramo de flores.
14. Tal vez hayan personas que prefieran bombones. –Resp. Si hay golosos, también podrán ser contentados; creo que las damas, que no desdeñan las flores, gustarán aún más de los bombones.
15. La Srta. V. B... ¿tendrá necesidad de estar en sonambulismo? –Resp. Haré el fenómeno de aporte con ella despierta.
16. ¿Dónde tomasteis las flores y los bombones que habéis aportado? –Resp. Recogí las flores en los jardines, donde las hay de mi agrado.
17. ¿Y los bombones? ¿El confitero no habrá notado la falta de los mismos? –Resp. Los tomo de donde quiero; el confitero no percibió nada, porque puse otros en su lugar.
18. Pero los anillos son valiosos; ¿de dónde los sacasteis? ¿No habréis causado algún perjuicio a quien se los quitasteis? –Resp. Los he tomado de lugares desconocidos por todos, y de manera que nadie pudiera ser perjudicado.
19. ¿Es posible aportar flores de otro planeta? –Resp. No, esto no es posible para mí.
20. ¿Otros Espíritus podrían hacerlo? –Resp. Sí, hay Espíritus más elevados que yo que pueden hacerlo; en cuanto a mí, no puedo encargarme de esto. Contentaos con lo que he de aportaros.
21. ¿Podríais aportar flores de otro hemisferio? Por ejemplo, ¿de los trópicos? –Resp. Desde que sea de la Tierra, puedo.
22. El otro día, ¿cómo habéis introducido esos objetos, ya que la habitación estaba cerrada? –Resp. Los hice entrar conmigo, envueltos –por así decirlo– en mi sustancia. En cuanto a daros más detalles, esto no es explicable.
23. (A la Sra. Catherine.) Ya que el anillo que habéis aportado a vuestra hija estaba enterrado con vuestros restos mortales, ¿cómo lo obtuvisteis? –Resp. Lo retiré de la tierra y lo aporté a mi hija.
24. (A Léon.) ¿Cómo habéis hecho para volver visibles esos objetos, que un momento antes eran invisibles? –Resp. Quité la materia que los envolvía.
25. Esos objetos que habéis aportado, ¿podríais hacerlos desaparecer, y llevarlos de vuelta a su lugar? –Resp. Así como los he traído aquí, puedo llevarlos de vuelta, según mi voluntad.
26. Ayer... (el Espíritu rectifica escribiendo: miércoles.) Exactamente; el miércoles, la médium os vio tomar una tijera y cortar flores de naranjo en el ramillete que está en su habitación; ¿tuvisteis realmente necesidad de un instrumento cortante para ello? –Resp. No tenía ninguna tijera, pero me hice ver así para que tuvieran la certeza de que era yo que las sacaba.
27. ¿Pero el ramillete estaba debajo de un globo de vidrio? –Resp. ¡Oh! Yo bien podía sacar el globo.
28. ¿Lo habéis sacado? –Resp. No.
29. No entendemos cómo esto puede suceder; ¿creéis que un día llegaremos a comprender este fenómeno? –Resp. Dentro de poco tiempo; no sólo lo creemos, sino que tenemos la certeza.
30. ¿Quién acaba de responder? ¿Léon o la Sra. Catherine? –Resp. Los dos.
31. La producción del fenómeno de aportes, ¿os causa alguna dificultad o algún problema? –Resp. No nos causa ninguna dificultad cuando tenemos el permiso para producirlos; podría causarnos muchos problemas si quisiéramos producir efectos sin haber sido autorizados para ello.
32. ¿Cuáles son las dificultades que encontráis? –Resp. Solamente las malas disposiciones fluídicas que pueden ser contrarias a nosotros.
33. ¿Cómo aportáis el objeto? ¿Lo sostenéis con las manos? –Resp. No, lo envuelvo en mí mismo.
34. ¿Aportaríais con la misma facilidad un objeto de un peso considerable, de 50 kilos, por ejemplo? –Resp. El peso no es nada para nosotros; aportamos flores porque esto puede ser más agradable que un objeto voluminoso.
35. ¿Se puede a veces atribuir a los Espíritus la desaparición de objetos, cuya causa se ignora? –Resp. Esto sucede con mucha frecuencia, más a menudo de lo que pensáis, y ello podría remediarse pidiéndole al Espíritu que vuelva a traer el objeto desaparecido.
36. ¿Hay efectos que son considerados como fenómenos naturales y que se deben a la acción de ciertos Espíritus? –Resp. Vuestros días están llenos de esos hechos, que no comprendéis porque no habéis pensado en ellos, pero que con un poco de reflexión percibiríais claramente.
37. Entre los objetos que se aportan, ¿no hay algunos que pueden ser fabricados por los Espíritus, es decir, producidos espontáneamente por las modificaciones que los Espíritus pueden operar en el fluido o elemento universal? –Resp. No por mí, porque no tengo permiso para eso; solamente un Espíritu elevado puede hacerlo.
38. Un objeto hecho de esa manera, ¿podría tener estabilidad y volverse un objeto de uso? Si un Espíritu hiciese una tabaquera, por ejemplo, ¿alguien podría servirse de la misma? –Resp. Podría ser, si el Espíritu así lo quisiera; pero también podría suceder eso para sólo ser vista, desvaneciéndose al cabo de algunas horas.
Observación – Se puede incluir en la categoría de los fenómenos de aportes los que han sucedido en la calle de Noyers y que hemos relatado en la Revista del mes de agosto de 1860, con la diferencia de que en este último caso son producidos por un Espíritu malévolo, cuyo objetivo es causar perturbación, mientras que en los fenómenos aquí abordados son Espíritus benévolos los que buscan ser agradables y los que atestiguan simpatía.
Nota – Sobre la teoría de la formación espontánea de objetos, véase El Libro de Médiums, capítulo intitulado: Laboratorio del Mundo Invisible.
Conversaciones familiares del Más Allá
El Dr. Glas
Nacido en Lyon; fallecido el 21 de febrero de 1861 a la edad de 35 años y medio
(Sociedad Espírita de París, 5 de abril de 1861)
El Sr. Glas era un fervoroso espírita; falleció después de una larga y dolorosa enfermedad, cuyos sufrimientos sólo fueron aliviados por la esperanza que da el Espiritismo. Su vida laboriosa y accidentada por preocupaciones amargas, y un accidente, inicialmente desconocido, abreviaron su existencia. Ha sido evocado a pedido de su padre. 1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. Estaremos encantados de conversar con vos, primeramente para condescender al deseo de vuestro padre y de vuestra esposa, y después porque, considerando el estado de vuestros conocimientos, esperamos sacar provecho para nosotros mismos. –Resp. Deseo que esta comunicación sea un consuelo para los que lloran por mí, y que sea para vos –que me evocáis– un objeto de estudios instructivos.
3. Parece que habéis fallecido después de una cruel enfermedad; ¿podríais darnos algunas explicaciones sobre la naturaleza y la causa de la misma? –Resp. Mi enfermedad –hoy lo veo muy claramente– era totalmente moral y terminó por extinguir dolorosamente mi cuerpo. En cuanto a extenderme largamente sobre mis sufrimientos, aún los tengo bastante presentes como para no recordarlos. Un trabajo constante, sumado a una continua agitación en el cerebro, ha sido el verdadero origen de mi mal.
Nota – Esta respuesta es confirmada por el siguiente pasaje de la carta de su padre: «Su vida laboriosa y accidentada por preocupaciones amargas, y un accidente, inicialmente desconocido, abreviaron su existencia». Esta carta no había sido leída antes de la evocación, y ni el médium ni los asistentes conocían ese hecho.
4. También parece que vuestras creencias os han ayudado a soportar vuestros sufrimientos con coraje, y os felicitamos por ello. –Resp. Yo tenía en mí la conciencia de una vida mejor: esto lo dice todo.
5. ¿Esas creencias contribuyeron para acelerar vuestro desprendimiento? –Resp. Infinitamente, porque las ideas espiritualistas que se puede tener sobre la vida son –por así decirlo– indulgencias plenas que apartan de uno, después de la muerte, toda influencia terrestre.
6. ¿Podríais, por favor, describirnos lo más exactamente posible la naturaleza de la turbación que sentisteis, su duración y vuestras sensaciones, cuando os reconocisteis? –Resp. Tenía en mí, cuando fallecí, perfecto conocimiento de mí mismo, y vislumbraba con calma lo que muchos otros temen con tanto pavor. Mi desencarnación fue corta, y la conciencia de mí mismo no cambió; ignoro cuánto tiempo duró la turbación, pero cuando desperté, realmente estaba muerto.
7. En el momento en que os reconocisteis, ¿estabais a solas? –Resp. Sí; por otra parte, yo aún estaba totalmente vinculado a la Tierra por el corazón; no vi inmediatamente a ningún Espíritu a mi alrededor, sino poco a poco.
8. ¿Qué pensáis de vuestros colegas que buscan, a través de la Ciencia, probar a los hombres que en ellos hay únicamente materia, y que sólo la nada los espera? –Resp. ¡Orgullo! Cuando estén cerca de la muerte, tal vez lo hagan callar: es lo que les deseo. ¡Ah! Como decía Lamennais hace poco, hay dos ciencias: la del bien y la del mal. Ellos tienen la Ciencia que viene del hombre: la del mal.
Nota – El Espíritu hace alusión a una comunicación que Lamennais había dado momentos antes, lo que prueba que aquel Espíritu no había esperado la evocación para venir a la sesión.
9. ¿Estáis frecuentemente junto a vuestra esposa, a vuestro hijo y a vuestro padre? –Resp. Casi constantemente.
10. El sentimiento que experimentáis al verlos, ¿es diferente del que experimentabais cuando estabais encarnado junto a ellos? –Resp. La muerte da a los sentimientos, como a las ideas, una visión amplia, pero llena de esperanzas, que el hombre no puede comprender en la Tierra. Yo los amo, pero me gustaría tenerlos junto a mí; sobre todo, es con miras a las esperanzas futuras que el Espíritu debe tener coraje y sangre fría.
11. Estando aquí, ¿podéis verlos en casa sin desplazaros? –Resp. ¡Oh!, perfectamente.
Nota – Un Espíritu inferior no podría hacerlo; solamente los que tienen una cierta elevación pueden ver simultáneamente puntos diferentes: los otros son aún demasiado mundanos.
Al leer esta respuesta, ciertas personas dirán indudablemente que era una buena ocasión de control; que se debería haber preguntado al Espíritu qué hacían sus parientes en ese momento y verificar si era exacto. ¿Con qué objetivo lo habríamos hecho? ¿Para asegurarnos que era realmente un Espíritu el que nos hablaba? Pero entonces, si no era un Espíritu, sería porque el médium nos engañaba; ahora bien, hace varios años que ese médium colabora con la Sociedad y nunca tuvimos motivos para sospechar de su buena fe.
Si lo hubiésemos hecho, como prueba de identidad, no nos habría servido de nada, porque un Espíritu embustero podría saberlo tanto como un Espíritu amante de la verdad. Por lo tanto, esa cuestión habría entrado en la categoría de las preguntas de curiosidad y de prueba que desagradan a los Espíritus serios, y a las cuales jamás responden. Como hecho, sabemos por experiencia que eso es posible; pero también sabemos que cuando un Espíritu quiere entrar en ciertos detalles, él lo hace espontáneamente, si lo juzga útil, y no para satisfacer un capricho.
12. ¿Hacéis una distinción entre vuestro Espíritu y vuestro periespíritu, y cuál la diferencia que establecéis entre ambos? –Resp. Pienso, luego siento y tengo un alma, como ha dicho un filósofo; no sé más que él sobre ese punto. En cuanto al periespíritu, es una forma –como sabéis– fluídica y natural; pero buscar el alma es querer buscar lo espiritualmente absoluto.
13. ¿Creéis que la facultad de pensar resida en el periespíritu? En una palabra, ¿que el alma y el periespíritu sean una sola y la misma cosa? –Resp. Es como si preguntaseis si el pensamiento reside en el cuerpo; uno se ve; el otro se siente y se concibe.
14. Así, ¿no sois un ser vago e indefinido, sino un ser limitado y circunscripto? –Resp. Limitado, sí; pero rápido como el pensamiento.
15. ¿Podríais indicar con precisión el lugar donde estáis aquí? –Resp. A vuestra izquierda y a la derecha del médium.
Nota – El Sr. Allan Kardec se coloca en el lugar indicado por el Espíritu.
16. ¿Habéis sido obligado a dejar vuestro lugar para cedérmelo? –Resp. En absoluto; nosotros atravesamos todo, como todo nos atraviesa; es el cuerpo espiritual.
17. Por lo tanto, ¿estoy inmerso en vos? –Resp. Sí.
18. ¿Por qué no os siento? –Resp. Porque los fluidos que componen el periespíritu son muy etéreos, no lo suficientemente materiales para vos; pero por la oración, por la voluntad, en una palabra, por la fe, los fluidos pueden volverse más ponderables, más materiales e incluso impresionar el sentido del tacto, lo que sucede en las manifestaciones físicas y que es la conclusión de ese misterio.
Nota – Supongamos que un rayo luminoso penetra en un lugar oscuro: puede atravesarlo, sumergirse allí, sin alterar su forma ni su naturaleza; aunque ese rayo sea una especie de materia, ésta es tan sutil que no ofrece ningún obstáculo al paso de la materia más compacta. Ocurre lo mismo con una columna de humo o de vapor que puede ser también atravesada sin dificultad; sólo el vapor, por tener más densidad, producirá en el cuerpo una impresión que no produce la luz.
19. Supongamos que en este momento pudieseis volveros visible a los ojos de la asamblea; ¿qué efecto producirían nuestros dos cuerpos, uno en el otro? –Resp. El efecto que naturalmente vosotros mismos imagináis: todo vuestro lado izquierdo sería menos visible que vuestro lado derecho; estaría en una niebla, en el vapor del periespíritu; lo mismo sucedería en el lado derecho del médium.
20. Ahora supongamos que pudieseis volveros no solamente visible, sino tangible, como algunas veces esto tiene lugar; ¿podría ocurrir eso, conservando la posición en que estamos? –Resp. Forzosamente yo cambiaría poco a poco de lugar; me formaría a vuestro lado.
21. Hace poco, cuando hablé solamente de la visibilidad, dijisteis que estaríais entre el médium y yo, lo que indica que habríais cambiado de lugar. Ahora, para la tangibilidad, parece que os apartaríais aún más; ¿no os sería posible tomar esas dos apariencias, conservando nuestra primera posición, quedando yo inmerso en vos? –Resp. No, en absoluto. Respondo a esta pregunta: nuevamente me formaría al lado; no puedo solidificarme en aquella posición; solamente puedo estar ahí si permanezco en estado fluídico.
Nota – De esta explicación resalta una grave enseñanza; en su estado normal, es decir, fluídico e invisible, el periespíritu es perfectamente penetrable a la materia sólida; en el estado de visibilidad, ya hay un comienzo de condensación que lo hace menos penetrable; en el estado de tangibilidad, la condensación es completa y la penetrabilidad no puede más tener lugar.
22. ¿Creéis que un día la Ciencia consiga someter el periespíritu a la apreciación de los instrumentos, como lo hace con los otros fluidos? –Resp. Perfectamente. Aún no conocéis sino la superficie de la materia; pero lo sutil, la esencia de la materia, solamente la conoceréis poco a poco; la electricidad y el magnetismo son caminos ciertos.
23. El periespíritu, ¿con cuál otro fluido conocido tiene más analogía? –Resp. Con la luz, la electricidad y el oxígeno.
24. Hay aquí una persona que dice haber sido vuestro compañero de colegio; ¿lo reconocéis? –Resp. No lo veo; no me acuerdo.
25. Se trata del Sr. Lucien B..., de Montbrison, que estuvo con vos en el colegio de Lyon. –Resp. Nunca hubiera pensado encontraros así. Hice estudios serios en la Tierra; pero os aseguro que mis estudios, como Espíritu, son aún más serios. Mil gracias por vuestro buen recuerdo.
Nacido en Lyon; fallecido el 21 de febrero de 1861 a la edad de 35 años y medio
(Sociedad Espírita de París, 5 de abril de 1861)
El Sr. Glas era un fervoroso espírita; falleció después de una larga y dolorosa enfermedad, cuyos sufrimientos sólo fueron aliviados por la esperanza que da el Espiritismo. Su vida laboriosa y accidentada por preocupaciones amargas, y un accidente, inicialmente desconocido, abreviaron su existencia. Ha sido evocado a pedido de su padre. 1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. Estaremos encantados de conversar con vos, primeramente para condescender al deseo de vuestro padre y de vuestra esposa, y después porque, considerando el estado de vuestros conocimientos, esperamos sacar provecho para nosotros mismos. –Resp. Deseo que esta comunicación sea un consuelo para los que lloran por mí, y que sea para vos –que me evocáis– un objeto de estudios instructivos.
3. Parece que habéis fallecido después de una cruel enfermedad; ¿podríais darnos algunas explicaciones sobre la naturaleza y la causa de la misma? –Resp. Mi enfermedad –hoy lo veo muy claramente– era totalmente moral y terminó por extinguir dolorosamente mi cuerpo. En cuanto a extenderme largamente sobre mis sufrimientos, aún los tengo bastante presentes como para no recordarlos. Un trabajo constante, sumado a una continua agitación en el cerebro, ha sido el verdadero origen de mi mal.
Nota – Esta respuesta es confirmada por el siguiente pasaje de la carta de su padre: «Su vida laboriosa y accidentada por preocupaciones amargas, y un accidente, inicialmente desconocido, abreviaron su existencia». Esta carta no había sido leída antes de la evocación, y ni el médium ni los asistentes conocían ese hecho.
4. También parece que vuestras creencias os han ayudado a soportar vuestros sufrimientos con coraje, y os felicitamos por ello. –Resp. Yo tenía en mí la conciencia de una vida mejor: esto lo dice todo.
5. ¿Esas creencias contribuyeron para acelerar vuestro desprendimiento? –Resp. Infinitamente, porque las ideas espiritualistas que se puede tener sobre la vida son –por así decirlo– indulgencias plenas que apartan de uno, después de la muerte, toda influencia terrestre.
6. ¿Podríais, por favor, describirnos lo más exactamente posible la naturaleza de la turbación que sentisteis, su duración y vuestras sensaciones, cuando os reconocisteis? –Resp. Tenía en mí, cuando fallecí, perfecto conocimiento de mí mismo, y vislumbraba con calma lo que muchos otros temen con tanto pavor. Mi desencarnación fue corta, y la conciencia de mí mismo no cambió; ignoro cuánto tiempo duró la turbación, pero cuando desperté, realmente estaba muerto.
7. En el momento en que os reconocisteis, ¿estabais a solas? –Resp. Sí; por otra parte, yo aún estaba totalmente vinculado a la Tierra por el corazón; no vi inmediatamente a ningún Espíritu a mi alrededor, sino poco a poco.
8. ¿Qué pensáis de vuestros colegas que buscan, a través de la Ciencia, probar a los hombres que en ellos hay únicamente materia, y que sólo la nada los espera? –Resp. ¡Orgullo! Cuando estén cerca de la muerte, tal vez lo hagan callar: es lo que les deseo. ¡Ah! Como decía Lamennais hace poco, hay dos ciencias: la del bien y la del mal. Ellos tienen la Ciencia que viene del hombre: la del mal.
Nota – El Espíritu hace alusión a una comunicación que Lamennais había dado momentos antes, lo que prueba que aquel Espíritu no había esperado la evocación para venir a la sesión.
9. ¿Estáis frecuentemente junto a vuestra esposa, a vuestro hijo y a vuestro padre? –Resp. Casi constantemente.
10. El sentimiento que experimentáis al verlos, ¿es diferente del que experimentabais cuando estabais encarnado junto a ellos? –Resp. La muerte da a los sentimientos, como a las ideas, una visión amplia, pero llena de esperanzas, que el hombre no puede comprender en la Tierra. Yo los amo, pero me gustaría tenerlos junto a mí; sobre todo, es con miras a las esperanzas futuras que el Espíritu debe tener coraje y sangre fría.
11. Estando aquí, ¿podéis verlos en casa sin desplazaros? –Resp. ¡Oh!, perfectamente.
Nota – Un Espíritu inferior no podría hacerlo; solamente los que tienen una cierta elevación pueden ver simultáneamente puntos diferentes: los otros son aún demasiado mundanos.
Al leer esta respuesta, ciertas personas dirán indudablemente que era una buena ocasión de control; que se debería haber preguntado al Espíritu qué hacían sus parientes en ese momento y verificar si era exacto. ¿Con qué objetivo lo habríamos hecho? ¿Para asegurarnos que era realmente un Espíritu el que nos hablaba? Pero entonces, si no era un Espíritu, sería porque el médium nos engañaba; ahora bien, hace varios años que ese médium colabora con la Sociedad y nunca tuvimos motivos para sospechar de su buena fe.
Si lo hubiésemos hecho, como prueba de identidad, no nos habría servido de nada, porque un Espíritu embustero podría saberlo tanto como un Espíritu amante de la verdad. Por lo tanto, esa cuestión habría entrado en la categoría de las preguntas de curiosidad y de prueba que desagradan a los Espíritus serios, y a las cuales jamás responden. Como hecho, sabemos por experiencia que eso es posible; pero también sabemos que cuando un Espíritu quiere entrar en ciertos detalles, él lo hace espontáneamente, si lo juzga útil, y no para satisfacer un capricho.
12. ¿Hacéis una distinción entre vuestro Espíritu y vuestro periespíritu, y cuál la diferencia que establecéis entre ambos? –Resp. Pienso, luego siento y tengo un alma, como ha dicho un filósofo; no sé más que él sobre ese punto. En cuanto al periespíritu, es una forma –como sabéis– fluídica y natural; pero buscar el alma es querer buscar lo espiritualmente absoluto.
13. ¿Creéis que la facultad de pensar resida en el periespíritu? En una palabra, ¿que el alma y el periespíritu sean una sola y la misma cosa? –Resp. Es como si preguntaseis si el pensamiento reside en el cuerpo; uno se ve; el otro se siente y se concibe.
14. Así, ¿no sois un ser vago e indefinido, sino un ser limitado y circunscripto? –Resp. Limitado, sí; pero rápido como el pensamiento.
15. ¿Podríais indicar con precisión el lugar donde estáis aquí? –Resp. A vuestra izquierda y a la derecha del médium.
Nota – El Sr. Allan Kardec se coloca en el lugar indicado por el Espíritu.
16. ¿Habéis sido obligado a dejar vuestro lugar para cedérmelo? –Resp. En absoluto; nosotros atravesamos todo, como todo nos atraviesa; es el cuerpo espiritual.
17. Por lo tanto, ¿estoy inmerso en vos? –Resp. Sí.
18. ¿Por qué no os siento? –Resp. Porque los fluidos que componen el periespíritu son muy etéreos, no lo suficientemente materiales para vos; pero por la oración, por la voluntad, en una palabra, por la fe, los fluidos pueden volverse más ponderables, más materiales e incluso impresionar el sentido del tacto, lo que sucede en las manifestaciones físicas y que es la conclusión de ese misterio.
Nota – Supongamos que un rayo luminoso penetra en un lugar oscuro: puede atravesarlo, sumergirse allí, sin alterar su forma ni su naturaleza; aunque ese rayo sea una especie de materia, ésta es tan sutil que no ofrece ningún obstáculo al paso de la materia más compacta. Ocurre lo mismo con una columna de humo o de vapor que puede ser también atravesada sin dificultad; sólo el vapor, por tener más densidad, producirá en el cuerpo una impresión que no produce la luz.
19. Supongamos que en este momento pudieseis volveros visible a los ojos de la asamblea; ¿qué efecto producirían nuestros dos cuerpos, uno en el otro? –Resp. El efecto que naturalmente vosotros mismos imagináis: todo vuestro lado izquierdo sería menos visible que vuestro lado derecho; estaría en una niebla, en el vapor del periespíritu; lo mismo sucedería en el lado derecho del médium.
20. Ahora supongamos que pudieseis volveros no solamente visible, sino tangible, como algunas veces esto tiene lugar; ¿podría ocurrir eso, conservando la posición en que estamos? –Resp. Forzosamente yo cambiaría poco a poco de lugar; me formaría a vuestro lado.
21. Hace poco, cuando hablé solamente de la visibilidad, dijisteis que estaríais entre el médium y yo, lo que indica que habríais cambiado de lugar. Ahora, para la tangibilidad, parece que os apartaríais aún más; ¿no os sería posible tomar esas dos apariencias, conservando nuestra primera posición, quedando yo inmerso en vos? –Resp. No, en absoluto. Respondo a esta pregunta: nuevamente me formaría al lado; no puedo solidificarme en aquella posición; solamente puedo estar ahí si permanezco en estado fluídico.
Nota – De esta explicación resalta una grave enseñanza; en su estado normal, es decir, fluídico e invisible, el periespíritu es perfectamente penetrable a la materia sólida; en el estado de visibilidad, ya hay un comienzo de condensación que lo hace menos penetrable; en el estado de tangibilidad, la condensación es completa y la penetrabilidad no puede más tener lugar.
22. ¿Creéis que un día la Ciencia consiga someter el periespíritu a la apreciación de los instrumentos, como lo hace con los otros fluidos? –Resp. Perfectamente. Aún no conocéis sino la superficie de la materia; pero lo sutil, la esencia de la materia, solamente la conoceréis poco a poco; la electricidad y el magnetismo son caminos ciertos.
23. El periespíritu, ¿con cuál otro fluido conocido tiene más analogía? –Resp. Con la luz, la electricidad y el oxígeno.
24. Hay aquí una persona que dice haber sido vuestro compañero de colegio; ¿lo reconocéis? –Resp. No lo veo; no me acuerdo.
25. Se trata del Sr. Lucien B..., de Montbrison, que estuvo con vos en el colegio de Lyon. –Resp. Nunca hubiera pensado encontraros así. Hice estudios serios en la Tierra; pero os aseguro que mis estudios, como Espíritu, son aún más serios. Mil gracias por vuestro buen recuerdo.
Cuestiones y problemas diversos
El Sr. Jobard, de Bruselas, nos dirige la siguiente carta, así como las respuestas que él ha obtenido a diversas preguntas.
«Mi querido Presidente:
«Al estar Bruselas tan lejos de París, como la Luna del Sol, los rayos del Espiritismo aún no la han calentado; entretanto, Nicolás B..., habiéndome dedicado dos días, nos indicó un médium intuitivo escribiente de primera calidad, que a cada día nos sorprende, tanto que él mismo se ha admirado con los magníficos dictados que le han sido dados por el Espíritu Tertuliano, el cual desea que él escriba un libro explicativo del cuadro de la creación de los mundos, desde el caos hasta Dios. Yo se lo he leído ayer al gran pintor Wiertz, que lo ha comprendido y que quiere dedicarle una pintura de 100 pies. No me atrevo a enviaros esos sublimes dictados antes que os hayáis asegurado de la identidad del personaje. Solamente adjunto dos o tres fragmentos que acabo de extraer de los borradores medianímicos que conservo cuidadosamente.
«Nosotros llamamos Cabanis al materialista, que es tan infeliz como vuestro ateo y como todos los otros quebradores de lápices. Llamad, pues, a Henri Mondeux, para saber las varias existencias como matemático que él debe haber vivido. Todo el mundo quiere que sea descubierto Jud, el asesino del Sr. Poinsot. La rendición de Gaeta nos ha sido anunciada con ocho días de antelación. Yo también tengo la orden de escribir un libro, pero no sé por dónde comenzar, no siendo y ni pudiendo volverme un médium psicógrafo, bajo el pretexto de que esto no es más necesario. Vuestro discurso de Lyon es admirable; se lo he leído a los humanimales más avanzados de nuestra Luna; ¡ay!, casi no los hay por aquí. ¿Cuándo podré ir a vivificarme con vuestro Sol? Adiós, querido maestro.»
JOBARD
El Sr. Jobard, de Bruselas, nos dirige la siguiente carta, así como las respuestas que él ha obtenido a diversas preguntas.
«Mi querido Presidente:
«Al estar Bruselas tan lejos de París, como la Luna del Sol, los rayos del Espiritismo aún no la han calentado; entretanto, Nicolás B..., habiéndome dedicado dos días, nos indicó un médium intuitivo escribiente de primera calidad, que a cada día nos sorprende, tanto que él mismo se ha admirado con los magníficos dictados que le han sido dados por el Espíritu Tertuliano, el cual desea que él escriba un libro explicativo del cuadro de la creación de los mundos, desde el caos hasta Dios. Yo se lo he leído ayer al gran pintor Wiertz, que lo ha comprendido y que quiere dedicarle una pintura de 100 pies. No me atrevo a enviaros esos sublimes dictados antes que os hayáis asegurado de la identidad del personaje. Solamente adjunto dos o tres fragmentos que acabo de extraer de los borradores medianímicos que conservo cuidadosamente.
«Nosotros llamamos Cabanis al materialista, que es tan infeliz como vuestro ateo y como todos los otros quebradores de lápices. Llamad, pues, a Henri Mondeux, para saber las varias existencias como matemático que él debe haber vivido. Todo el mundo quiere que sea descubierto Jud, el asesino del Sr. Poinsot. La rendición de Gaeta nos ha sido anunciada con ocho días de antelación. Yo también tengo la orden de escribir un libro, pero no sé por dónde comenzar, no siendo y ni pudiendo volverme un médium psicógrafo, bajo el pretexto de que esto no es más necesario. Vuestro discurso de Lyon es admirable; se lo he leído a los humanimales más avanzados de nuestra Luna; ¡ay!, casi no los hay por aquí. ¿Cuándo podré ir a vivificarme con vuestro Sol? Adiós, querido maestro.»
«Preg. Los magos, los sabios, los grandes filósofos y los profetas antiguos, ¿no eran médiums? –Resp. Evidentemente, sí; el lazo que los unía a las inteligencias superiores actuaba sobre ellos y les inspiraba pensamientos nobles, sin hablar de su propia superioridad, que les permitía emitir apreciaciones más exactas. Ellos transmitían a los Espíritus encarnados ideas que parecían profecías, porque las profecías no son más que comunicaciones que provienen de grandes Espíritus; y como éstos poseen una parte de los atributos divinos, las ideas enunciadas tenían un carácter de adivinación, y forzosamente se han realizado en los tiempos y en las épocas indicadas.
«Preg. La mediumnidad ¿es, pues, un favor para aquellos que la poseen? –Resp. El verdadero médium, que no hace de ese don sublime una profesión, debe evidentemente volverse mejor. ¿Cómo no podría serlo, cuando a cada instante puede recibir impresiones tan favorables a su progreso en la senda del bien? Las ideas filosóficas que emite, no sólo por su propio Espíritu, sino también y sobre todo por nosotros, son rectificadas en aquello en que su inteligencia, demasiado débil, podría comprender mal y enunciar mal.
«Nota del Sr. Jobard – De estas respuestas, llenas de lógica, se deduce que al multiplicarse los buenos médiums, la raza humana ha de mejorarse a través de ellos, lo que terminará por traer, en un dado momento, el reino de Dios a la Tierra.
«Preg. En las estadísticas del crimen, se observa que los obreros que trabajan con el hierro, allí raramente figuran; ¿tendría el hierro alguna influencia sobre ellos? –Resp. Sí, porque en ese trabajo manual de transformación de la materia, hay algo que debe elevar al Espíritu, aún menos dotado; una influencia magnética actúa sobre él. El hierro es el padre de todos los minerales: es el más útil al hombre y representa para él la vida de todos los días, mientras que los metales que llamáis ricos representan para los Espíritus de bajo nivel la fuente de la satisfacción de todas las pasiones humanas; son los instrumentos del Espíritu del mal.
«Preg. Entonces, ¿todos los metales pueden transformarse unos en los otros, como pretenden ciertos sabios? –Resp. Sí, pero esta transformación sólo se hará con el tiempo.
«Preg. ¿Y el diamante? –Resp. Es el carbono desprendido de la fuente que lo produjo en estado gaseoso, y que se cristalizó bajo presiones que no podéis apreciar. Pero no me hagáis más preguntas como éstas; no puedo responderlas.»
TERTULIANO
«Preg. La mediumnidad ¿es, pues, un favor para aquellos que la poseen? –Resp. El verdadero médium, que no hace de ese don sublime una profesión, debe evidentemente volverse mejor. ¿Cómo no podría serlo, cuando a cada instante puede recibir impresiones tan favorables a su progreso en la senda del bien? Las ideas filosóficas que emite, no sólo por su propio Espíritu, sino también y sobre todo por nosotros, son rectificadas en aquello en que su inteligencia, demasiado débil, podría comprender mal y enunciar mal.
«Nota del Sr. Jobard – De estas respuestas, llenas de lógica, se deduce que al multiplicarse los buenos médiums, la raza humana ha de mejorarse a través de ellos, lo que terminará por traer, en un dado momento, el reino de Dios a la Tierra.
«Preg. En las estadísticas del crimen, se observa que los obreros que trabajan con el hierro, allí raramente figuran; ¿tendría el hierro alguna influencia sobre ellos? –Resp. Sí, porque en ese trabajo manual de transformación de la materia, hay algo que debe elevar al Espíritu, aún menos dotado; una influencia magnética actúa sobre él. El hierro es el padre de todos los minerales: es el más útil al hombre y representa para él la vida de todos los días, mientras que los metales que llamáis ricos representan para los Espíritus de bajo nivel la fuente de la satisfacción de todas las pasiones humanas; son los instrumentos del Espíritu del mal.
«Preg. Entonces, ¿todos los metales pueden transformarse unos en los otros, como pretenden ciertos sabios? –Resp. Sí, pero esta transformación sólo se hará con el tiempo.
«Preg. ¿Y el diamante? –Resp. Es el carbono desprendido de la fuente que lo produjo en estado gaseoso, y que se cristalizó bajo presiones que no podéis apreciar. Pero no me hagáis más preguntas como éstas; no puedo responderlas.»
«Nota del Sr. Jobard – Generalmente los Espíritus se rehúsan a responder a las preguntas que podrían hacer la fortuna de un hombre sin trabajo; cabe a éste buscar, porque esas investigaciones hacen parte de las pruebas que debe sufrir en la penitenciaría que debemos atravesar. Es probable que los Espíritus no sepan más que nosotros sobre los descubrimientos que hay que hacer; como nosotros, ellos pueden presentirlos; pueden guiarnos en nuestras investigaciones, pero no nos pueden evitar el placer o el trabajo de investigar. Cuando creemos tener una solución, no por eso es menos agradable obtener su aprobación, que podemos considerar una confirmación.»
Nota – Sobre el asunto de la observación anterior, véanse El Libro de los Espíritus, cuestión Nº 532 y siguientes; El Libro de los Médiums, capítulo: De las evocaciones – Preguntas que se pueden dirigir a los Espíritus, Nº 78 y siguientes.
Nota del Sr. Allan Kardec – La carta de nuestro honorable compañero es anterior a la publicación del número del mes de marzo de la Revista, en el cual hemos insertado un artículo sobre el Sr. Poinsot. En cuanto a Henri Mondeux, se han dado diversas explicaciones en la Sociedad, pero las circunstancias todavía no han permitido completar su evocación, motivo por el cual aún no hemos conversado con él. Sobre el pedido que nos hace el Sr. Jobard para asegurarnos de la identidad del Espíritu que se ha comunicado con el nombre de Tertuliano, le respondemos en tiempo lo que al respecto hemos dicho en El Libro de los Médiums. No podría haber allí pruebas materiales de la identidad del Espíritu de personajes antiguos; sobre todo, cuando se trata de una enseñanza superior, generalmente el nombre no es más que un medio de fijar las ideas, ya que entre los Espíritus que vienen a instruirnos, el número de aquellos que son desconocidos en la Tierra es indiscutiblemente mayor. El nombre es más bien una señal de analogía que una señal de identidad, debiéndosele dar solamente una importancia secundaria. Lo que es necesario considerar, ante todo, es la bondad y la racionalidad de la enseñanza; si no desmiente en nada el carácter del Espíritu cuyo nombre lleva, si está a su altura, es lo esencial. Si es inferior, debe sospecharse de su origen, porque un Espíritu puede hacer mejor, pero no peor que cuando estaba encarnado, teniendo en cuenta de que puede ganar, pero no perder lo que había adquirido. Las respuestas anteriores, consideradas desde este punto de vista, nos parecen que pueden ser atribuidas a Tertuliano, de donde sacamos en conclusión de que puede ser él, sin poder afirmarlo, o un Espíritu de su categoría, que tomó ese nombre para indicar el nivel que ocupa.
__________
Las preguntas y las respuestas siguientes nos han sido dirigidas por uno de nuestros corresponsales en San Petersburgo.
«1. Yo quisiera comprender cuál puede ser el destino de la belleza en el Universo; ¿no será un escollo que sirve de prueba? –Resp. Se cree en todo lo que se espera; se espera todo lo que se ama; se ama todo lo que es bello. Por consiguiente, la belleza contribuye para fortalecer la fe. Si suele volverse una tentación, de modo alguno es por causa de la belleza en sí, que es un atributo de las obras de Dios, sino por causa de las pasiones que, semejantes a las Arpías, mancillan todo lo que tocan.
«2. ¿Y qué diréis del amor? –Resp. Es un beneficio de Dios, cuando germina y se desarrolla en un corazón no corrompido, casto y puro; es una calamidad cuando las pasiones se mezclan con él. Tanto eleva y depura en el primer caso, como perturba y agita en el segundo. Es siempre la misma ley admirable del Eterno: belleza, amor, memoria de otra existencia, talentos que traéis al nacer; todos los dones del Creador pueden volverse venenos con el soplo envenenado de las pasiones que el libre albedrío puede contener o desarrollar.
«3. Solicito a un Espíritu bueno que consienta en esclarecerme sobre las preguntas que voy a dirigirle con respecto a los hechos relatados en la página 223 y siguientes de El Libro de los Médiums, acerca de la transfiguración. –Resp. Preguntad.
«4. Si en el aumento del volumen y del peso de la jovencita de los alrededores de Saint-Étienne, el fenómeno se producía por el espesamiento de su periespíritu, combinado con el periespíritu de su hermano, ¿cómo es que los ojos de ella, que debían haber quedado en el mismo lugar, podían ver a través de la espesa capa de un nuevo cuerpo que se formaba delante de ellos? –Resp. Como ven los sonámbulos que tienen los párpados cerrados: a través de los ojos del alma.
«5. En el fenómeno citado, el cuerpo aumentó; al final del capítulo VIII dice que es probable que si la transfiguración hubiese tomado el aspecto de un niño, el peso habría disminuido proporcionalmente. Yo no puedo darme cuenta, según la teoría de la irradiación y de la transfiguración del periespíritu, de que éste pueda volverse menor que un cuerpo sólido; me parece que este último debería sobrepasar los dos periespíritus combinados. –Resp. Así como el cuerpo puede volverse invisible por la voluntad de un Espíritu superior, el de la jovencita se vuelve invisible por una fuerza independiente a su voluntad; al mismo tiempo, al combinarse su periespíritu con el periespíritu del niño, puede formar –y, en efecto, forma– la imagen de ese niño. La teoría del cambio del peso específico os es conocida.
«6. El Espiritismo, después de haber disipado una a una mis dudas y después de haber fortalecido mi fe en su base, me deja una cuestión no resuelta; he aquí cuál es: ¿cómo los Espíritus nuevos que Dios crea, y que un día están destinados a volverse Espíritus puros, después de haber pasado por el tamiz de una multitud de existencias y de pruebas, salen tan imperfectos de las manos del Creador –que es la fuente de toda perfección– y no se mejoran gradualmente sino al alejarse de su origen? –Resp. Este misterio es uno de aquellos que el Eterno no nos permite penetrar, antes que nosotros –Espíritus errantes o encarnados– hayamos alcanzado la perfección que nos está reservada, gracias a la bondad divina, perfección que nuevamente nos aproximará de nuestro origen y cerrará el círculo de la eternidad.»
Observación – Nuestro corresponsal no nos ha dicho qué Espíritu le ha respondido, pero la sabiduría de sus respuestas prueba que no es un Espíritu vulgar: he aquí lo esencial, porque –como se sabe– el nombre importa poco. No tenemos nada que decir sobre las primeras respuestas, que concuerdan en todos los puntos con lo que nos ha sido enseñado, lo que prueba que la teoría que hemos dado acerca de los fenómenos espíritas no es producto de nuestra imaginación, puesto que ha sido dada por otros Espíritus, en tiempos y en lugares diferentes, y fuera de nuestra influencia personal. Solamente la última respuesta no resuelve la cuestión propuesta; vamos a intentar completarla. Digamos primeramente que la solución puede deducirse fácilmente de lo que está dicho, con algunos desarrollos, en El Libro de los Espíritus, sobre la Progresión de los Espíritus, cuestión Nº 114 y siguientes. Tendremos pocas cosas que agregar. Los Espíritus salen simples e ignorantes de las manos del Creador, pero no son buenos ni malos; de lo contrario, desde su origen, Dios tendría destinado a unos al bien y a la felicidad, y a otros al mal y a la desdicha, lo que no estaría de acuerdo con Su bondad ni con Su justicia. Los Espíritus, en el momento de su creación, son imperfectos desde el punto de vista del desarrollo intelectual y moral, como el niño al nacer, como el germen que está contenido en la semilla del árbol; pero no son malos por naturaleza. Al mismo tiempo, en ellos se desarrolla la razón, el libre albedrío, en virtud del cual unos eligen el buen camino y otros el malo, haciendo que unos lleguen al objetivo antes que otros; pero todos, sin excepción, deben pasar por las vicisitudes de la vida corporal, para adquirir experiencia y tener el mérito de la lucha. Ahora bien, en esta lucha unos triunfan y otros sucumben, pero los vencidos pueden siempre levantarse y reparar sus faltas.
Esta cuestión suscita otra más grave, que a menudo nos ha sido planteada: Dios, que sabe todo, el pasado, el presente y el futuro, debe saber que tal Espíritu seguirá el mal camino, que sucumbirá y que será infeliz; en este caso, ¿por qué lo creó?
Sí, por cierto, Dios sabe perfectamente la línea que seguirá un Espíritu, pues de otro modo no tendría el soberano conocimiento. Si el mal camino en el cual entra el Espíritu debiese fatalmente conducirlo a una eternidad absoluta de las penas y de los sufrimientos; si, porque hubiese fallado, le fuera negado para siempre rehabilitarse, la objeción anterior tendría una fuerza de lógica indiscutible, y tal vez ahí esté el más poderoso argumento contra el dogma de los suplicios eternos; porque, en este caso, es imposible salir del dilema: o Dios no conoce el destino reservado a su criatura y entonces no tiene el soberano conocimiento o, si lo conoce, la creó para ser eternamente infeliz y, entonces, no tiene la bondad soberana. Con la Doctrina Espírita, todo está en perfecta concordancia y no hay más contradicción: Dios sabe que un Espíritu ha de entrar en el mal camino; Él conoce todos los peligros de los cuales el camino está repleto, pero también sabe que salirá de los mismos y que apenas tendrá un atraso. Y en su bondad, para facilitarlo, multiplica en su camino las advertencias saludables, de las cuales no siempre infelizmente él las aprovecha. Es la historia de dos viajeros que quieren llegar a un bello país, donde vivirán felices; uno sabe evitar los obstáculos, las tentaciones que lo harían parar en el camino; el otro, por su imprudencia, se choca contra esos mismos obstáculos, tiene caídas que lo atrasan, pero a su turno llegará. Si, por el camino, personas caritativas lo advierten de los peligros que corre y si, por presunción, no las escucha, será más reprensible por esto.
El dogma de la eternidad absoluta de las penas es refutado severamente de todos los lados, no sólo por la enseñanza de los Espíritus, sino por la simple lógica del buen sentido. Sostenerlo es ignorar los atributos más esenciales de la Divinidad; es contradecirse a sí mismo, afirmando de un lado lo que se niega del otro; él cae, y las filas de sus partidarios se esclarecen a cada día, de tal manera que, si es absolutamente necesario creer en ese dogma para ser católico, en poco tiempo no habrá más verdaderos católicos, así como hoy no los habría si la Iglesia hubiese persistido en hacer del movimiento del Sol y de los seis días de la Creación un artículo de fe. Persistir en una tesis que la razón rechaza, es asestar un golpe fatal en la religión y dar armas al materialismo. Al contrario, el Espiritismo viene a reavivar el sentimiento religioso que se doblega ante los golpes ejecutados por la incredulidad, dando sobre las cuestiones del futuro una solución, que la razón más severa puede admitir; dejarlo a un lado, es rechazar el ancla de salvación.
Nota – Sobre el asunto de la observación anterior, véanse El Libro de los Espíritus, cuestión Nº 532 y siguientes; El Libro de los Médiums, capítulo: De las evocaciones – Preguntas que se pueden dirigir a los Espíritus, Nº 78 y siguientes.
Nota del Sr. Allan Kardec – La carta de nuestro honorable compañero es anterior a la publicación del número del mes de marzo de la Revista, en el cual hemos insertado un artículo sobre el Sr. Poinsot. En cuanto a Henri Mondeux, se han dado diversas explicaciones en la Sociedad, pero las circunstancias todavía no han permitido completar su evocación, motivo por el cual aún no hemos conversado con él. Sobre el pedido que nos hace el Sr. Jobard para asegurarnos de la identidad del Espíritu que se ha comunicado con el nombre de Tertuliano, le respondemos en tiempo lo que al respecto hemos dicho en El Libro de los Médiums. No podría haber allí pruebas materiales de la identidad del Espíritu de personajes antiguos; sobre todo, cuando se trata de una enseñanza superior, generalmente el nombre no es más que un medio de fijar las ideas, ya que entre los Espíritus que vienen a instruirnos, el número de aquellos que son desconocidos en la Tierra es indiscutiblemente mayor. El nombre es más bien una señal de analogía que una señal de identidad, debiéndosele dar solamente una importancia secundaria. Lo que es necesario considerar, ante todo, es la bondad y la racionalidad de la enseñanza; si no desmiente en nada el carácter del Espíritu cuyo nombre lleva, si está a su altura, es lo esencial. Si es inferior, debe sospecharse de su origen, porque un Espíritu puede hacer mejor, pero no peor que cuando estaba encarnado, teniendo en cuenta de que puede ganar, pero no perder lo que había adquirido. Las respuestas anteriores, consideradas desde este punto de vista, nos parecen que pueden ser atribuidas a Tertuliano, de donde sacamos en conclusión de que puede ser él, sin poder afirmarlo, o un Espíritu de su categoría, que tomó ese nombre para indicar el nivel que ocupa.
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Las preguntas y las respuestas siguientes nos han sido dirigidas por uno de nuestros corresponsales en San Petersburgo.
«1. Yo quisiera comprender cuál puede ser el destino de la belleza en el Universo; ¿no será un escollo que sirve de prueba? –Resp. Se cree en todo lo que se espera; se espera todo lo que se ama; se ama todo lo que es bello. Por consiguiente, la belleza contribuye para fortalecer la fe. Si suele volverse una tentación, de modo alguno es por causa de la belleza en sí, que es un atributo de las obras de Dios, sino por causa de las pasiones que, semejantes a las Arpías, mancillan todo lo que tocan.
«2. ¿Y qué diréis del amor? –Resp. Es un beneficio de Dios, cuando germina y se desarrolla en un corazón no corrompido, casto y puro; es una calamidad cuando las pasiones se mezclan con él. Tanto eleva y depura en el primer caso, como perturba y agita en el segundo. Es siempre la misma ley admirable del Eterno: belleza, amor, memoria de otra existencia, talentos que traéis al nacer; todos los dones del Creador pueden volverse venenos con el soplo envenenado de las pasiones que el libre albedrío puede contener o desarrollar.
«3. Solicito a un Espíritu bueno que consienta en esclarecerme sobre las preguntas que voy a dirigirle con respecto a los hechos relatados en la página 223 y siguientes de El Libro de los Médiums, acerca de la transfiguración. –Resp. Preguntad.
«4. Si en el aumento del volumen y del peso de la jovencita de los alrededores de Saint-Étienne, el fenómeno se producía por el espesamiento de su periespíritu, combinado con el periespíritu de su hermano, ¿cómo es que los ojos de ella, que debían haber quedado en el mismo lugar, podían ver a través de la espesa capa de un nuevo cuerpo que se formaba delante de ellos? –Resp. Como ven los sonámbulos que tienen los párpados cerrados: a través de los ojos del alma.
«5. En el fenómeno citado, el cuerpo aumentó; al final del capítulo VIII dice que es probable que si la transfiguración hubiese tomado el aspecto de un niño, el peso habría disminuido proporcionalmente. Yo no puedo darme cuenta, según la teoría de la irradiación y de la transfiguración del periespíritu, de que éste pueda volverse menor que un cuerpo sólido; me parece que este último debería sobrepasar los dos periespíritus combinados. –Resp. Así como el cuerpo puede volverse invisible por la voluntad de un Espíritu superior, el de la jovencita se vuelve invisible por una fuerza independiente a su voluntad; al mismo tiempo, al combinarse su periespíritu con el periespíritu del niño, puede formar –y, en efecto, forma– la imagen de ese niño. La teoría del cambio del peso específico os es conocida.
«6. El Espiritismo, después de haber disipado una a una mis dudas y después de haber fortalecido mi fe en su base, me deja una cuestión no resuelta; he aquí cuál es: ¿cómo los Espíritus nuevos que Dios crea, y que un día están destinados a volverse Espíritus puros, después de haber pasado por el tamiz de una multitud de existencias y de pruebas, salen tan imperfectos de las manos del Creador –que es la fuente de toda perfección– y no se mejoran gradualmente sino al alejarse de su origen? –Resp. Este misterio es uno de aquellos que el Eterno no nos permite penetrar, antes que nosotros –Espíritus errantes o encarnados– hayamos alcanzado la perfección que nos está reservada, gracias a la bondad divina, perfección que nuevamente nos aproximará de nuestro origen y cerrará el círculo de la eternidad.»
Observación – Nuestro corresponsal no nos ha dicho qué Espíritu le ha respondido, pero la sabiduría de sus respuestas prueba que no es un Espíritu vulgar: he aquí lo esencial, porque –como se sabe– el nombre importa poco. No tenemos nada que decir sobre las primeras respuestas, que concuerdan en todos los puntos con lo que nos ha sido enseñado, lo que prueba que la teoría que hemos dado acerca de los fenómenos espíritas no es producto de nuestra imaginación, puesto que ha sido dada por otros Espíritus, en tiempos y en lugares diferentes, y fuera de nuestra influencia personal. Solamente la última respuesta no resuelve la cuestión propuesta; vamos a intentar completarla. Digamos primeramente que la solución puede deducirse fácilmente de lo que está dicho, con algunos desarrollos, en El Libro de los Espíritus, sobre la Progresión de los Espíritus, cuestión Nº 114 y siguientes. Tendremos pocas cosas que agregar. Los Espíritus salen simples e ignorantes de las manos del Creador, pero no son buenos ni malos; de lo contrario, desde su origen, Dios tendría destinado a unos al bien y a la felicidad, y a otros al mal y a la desdicha, lo que no estaría de acuerdo con Su bondad ni con Su justicia. Los Espíritus, en el momento de su creación, son imperfectos desde el punto de vista del desarrollo intelectual y moral, como el niño al nacer, como el germen que está contenido en la semilla del árbol; pero no son malos por naturaleza. Al mismo tiempo, en ellos se desarrolla la razón, el libre albedrío, en virtud del cual unos eligen el buen camino y otros el malo, haciendo que unos lleguen al objetivo antes que otros; pero todos, sin excepción, deben pasar por las vicisitudes de la vida corporal, para adquirir experiencia y tener el mérito de la lucha. Ahora bien, en esta lucha unos triunfan y otros sucumben, pero los vencidos pueden siempre levantarse y reparar sus faltas.
Esta cuestión suscita otra más grave, que a menudo nos ha sido planteada: Dios, que sabe todo, el pasado, el presente y el futuro, debe saber que tal Espíritu seguirá el mal camino, que sucumbirá y que será infeliz; en este caso, ¿por qué lo creó?
Sí, por cierto, Dios sabe perfectamente la línea que seguirá un Espíritu, pues de otro modo no tendría el soberano conocimiento. Si el mal camino en el cual entra el Espíritu debiese fatalmente conducirlo a una eternidad absoluta de las penas y de los sufrimientos; si, porque hubiese fallado, le fuera negado para siempre rehabilitarse, la objeción anterior tendría una fuerza de lógica indiscutible, y tal vez ahí esté el más poderoso argumento contra el dogma de los suplicios eternos; porque, en este caso, es imposible salir del dilema: o Dios no conoce el destino reservado a su criatura y entonces no tiene el soberano conocimiento o, si lo conoce, la creó para ser eternamente infeliz y, entonces, no tiene la bondad soberana. Con la Doctrina Espírita, todo está en perfecta concordancia y no hay más contradicción: Dios sabe que un Espíritu ha de entrar en el mal camino; Él conoce todos los peligros de los cuales el camino está repleto, pero también sabe que salirá de los mismos y que apenas tendrá un atraso. Y en su bondad, para facilitarlo, multiplica en su camino las advertencias saludables, de las cuales no siempre infelizmente él las aprovecha. Es la historia de dos viajeros que quieren llegar a un bello país, donde vivirán felices; uno sabe evitar los obstáculos, las tentaciones que lo harían parar en el camino; el otro, por su imprudencia, se choca contra esos mismos obstáculos, tiene caídas que lo atrasan, pero a su turno llegará. Si, por el camino, personas caritativas lo advierten de los peligros que corre y si, por presunción, no las escucha, será más reprensible por esto.
El dogma de la eternidad absoluta de las penas es refutado severamente de todos los lados, no sólo por la enseñanza de los Espíritus, sino por la simple lógica del buen sentido. Sostenerlo es ignorar los atributos más esenciales de la Divinidad; es contradecirse a sí mismo, afirmando de un lado lo que se niega del otro; él cae, y las filas de sus partidarios se esclarecen a cada día, de tal manera que, si es absolutamente necesario creer en ese dogma para ser católico, en poco tiempo no habrá más verdaderos católicos, así como hoy no los habría si la Iglesia hubiese persistido en hacer del movimiento del Sol y de los seis días de la Creación un artículo de fe. Persistir en una tesis que la razón rechaza, es asestar un golpe fatal en la religión y dar armas al materialismo. Al contrario, el Espiritismo viene a reavivar el sentimiento religioso que se doblega ante los golpes ejecutados por la incredulidad, dando sobre las cuestiones del futuro una solución, que la razón más severa puede admitir; dejarlo a un lado, es rechazar el ancla de salvación.
Enseñanzas y disertaciones espíritas
Madame de Girardin
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Nota – Al haber sido hechas algunas observaciones críticas sobre la comunicación dictada por Madame de Girardin, en una sesión precedente, ésta las respondió espontáneamente. Ella hace alusión a las circunstancias que han acompañado a esa comunicación.
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel)
Nota – Al haber sido hechas algunas observaciones críticas sobre la comunicación dictada por Madame de Girardin, en una sesión precedente, ésta las respondió espontáneamente. Ella hace alusión a las circunstancias que han acompañado a esa comunicación.
«Vengo a agradecer al miembro que ha tenido a bien presentar mi defensa y mi rehabilitación moral ante vosotros. En efecto, cuando encarnada, yo amaba y respetaba las leyes del buen gusto, que son las de la delicadeza –diría más–, las del corazón, para el sexo al cual pertenecía. Después de mi muerte, Dios permitió que yo fuese lo bastante elevada como para practicar con facilidad y simplicidad los deberes de la caridad que nos unen a todos, Espíritus y hombres. Dada esta explicación, no insistiré en la comunicación firmada con mi nombre, puesto que la crítica y la censura no convienen a mi médium ni a mí; por consiguiente, creed que vendré cuando yo sea evocada, pero nunca he de interponerme en incidentes fútiles. Os he hablado de los niños. Dejadme retomar este asunto, que ha sido la llaga dolorosa de mi vida. Una mujer necesita la doble corona del amor y de la maternidad para cumplir el mandato de abnegación que Dios le confió al colocarla en la Tierra. ¡Ah! Yo nunca conocí esa dulce y tierna solicitud que en el alma imprimen esos frágiles retoños. Cuántas veces seguí con los ojos llenos de lágrimas amargas a los niños que, mientras jugaban, pasaban tocando ligeramente mi vestido; sentía la angustia y la humillación de mi decaimiento. Me estremecía, esperaba, escuchaba, y mi existencia, llena de éxitos del mundo –frutos repletos de cenizas–, solamente me dejó un gusto amargo y decepcionante.»
DELPHINE DE GIRARDIN
Nota – Hay en este fragmento una lección que no debe pasar inadvertida. Madame de Girardin, al hacer alusión a ciertos pasajes de su comunicación precedente, que había suscitado algunas objeciones, dice que, cuando encarnada, amaba y respetaba las leyes del buen gusto, que son las de la delicadeza, y que conservó este sentimiento después de su muerte. Por consecuencia, ella repudia todo lo que se aparte del buen gusto, en las comunicaciones que llevan su nombre. Después de la muerte, el alma refleja las cualidades y los defectos que tenía en su vida corporal, salvo los progresos que pueda haber hecho en el bien, porque puede haberse mejorado, pero nunca se muestra inferior a lo que era. En la apreciación de las comunicaciones de un Espíritu, por lo tanto, a menudo hay que observar matices de una extrema delicadeza, a fin de distinguir lo que realmente es de él o lo que podría ser una sustitución. Los Espíritus verdaderamente elevados jamás se contradicen, y uno puede rechazar terminantemente todo lo que desmienta su carácter. Esta apreciación es a menudo tanto más difícil cuando a una comunicación perfectamente auténtica puede mezclarse un reflejo, ya sea del propio Espíritu del médium –que no expresa exactamente el pensamiento– o de un Espíritu extraño que interfiere al insinuar su propio pensamiento en el del médium. Por lo tanto, se deben considerar como apócrifas las comunicaciones que, en todos los puntos y por el propio fondo de las ideas, desmientan el carácter del Espíritu cuyo nombre llevan; pero sería injusto condenar el conjunto de las mismas por algunas manchas parciales, que pueden tener su causa en lo que acabamos de señalar.
La pintura y la música
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. Alfred Didier)
El arte ha sido definido cien mil veces: es lo bello, lo verdadero, el bien. La música, que es una de las ramas del arte, se encuentra enteramente en la esfera de la sensación. Entendámonos y tratemos de ser claros. La sensación se produce en el hombre cuando él comprende el arte de dos maneras distintas, pero estrechamente unidas: la sensación del pensamiento, que tiene como resultado la melancolía o la filosofía, y después la sensación que pertenece completamente al corazón. En mi opinión, la música es el arte que va más directo al corazón. La sensación –vosotros me comprendéis– está totalmente en el corazón. La pintura, la arquitectura, la escultura –sobre todo la pintura– llegan mucho más a la sensación cerebral. En una palabra, la música va del corazón a la mente; la pintura, del pensamiento al corazón. La exaltación religiosa creó el órgano; en la Tierra, cuando la poesía toca el órgano, los ángeles del Cielo le responden. Así, la música seria, religiosa, eleva el alma y los pensamientos; la música frívola hace vibrar los nervios, nada más. Realmente gustaría citar algunas personalidades, pero no tengo ese derecho: no estoy más en la Tierra. Amad el Réquiem de Mozart, que lo mató. Más que los Espíritus, no deseo vuestra muerte a través de la música, sino vuestra muerte viviente: he aquí el olvido de todo lo que es terreno, a través de la elevación moral.
LAMENNAIS
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. Alfred Didier)
El arte ha sido definido cien mil veces: es lo bello, lo verdadero, el bien. La música, que es una de las ramas del arte, se encuentra enteramente en la esfera de la sensación. Entendámonos y tratemos de ser claros. La sensación se produce en el hombre cuando él comprende el arte de dos maneras distintas, pero estrechamente unidas: la sensación del pensamiento, que tiene como resultado la melancolía o la filosofía, y después la sensación que pertenece completamente al corazón. En mi opinión, la música es el arte que va más directo al corazón. La sensación –vosotros me comprendéis– está totalmente en el corazón. La pintura, la arquitectura, la escultura –sobre todo la pintura– llegan mucho más a la sensación cerebral. En una palabra, la música va del corazón a la mente; la pintura, del pensamiento al corazón. La exaltación religiosa creó el órgano; en la Tierra, cuando la poesía toca el órgano, los ángeles del Cielo le responden. Así, la música seria, religiosa, eleva el alma y los pensamientos; la música frívola hace vibrar los nervios, nada más. Realmente gustaría citar algunas personalidades, pero no tengo ese derecho: no estoy más en la Tierra. Amad el Réquiem de Mozart, que lo mató. Más que los Espíritus, no deseo vuestra muerte a través de la música, sino vuestra muerte viviente: he aquí el olvido de todo lo que es terreno, a través de la elevación moral.
Fiestas de los Espíritus buenos - La llegada de un hermano
(Comunicación enviada por la Sra. de Cazemajoux, médium de Burdeos)
Nosotros también tenemos nuestras fiestas, y esto sucede con frecuencia, porque los Espíritus buenos de la Tierra –nuestros hermanos bienamados–, al despojarse de su envoltura material, nos tienden los brazos y nosotros vamos, en grupo innumerable, a recibirlos a la entrada de la morada que ellos van a habitar con nosotros de ahí en adelante. En esas fiestas no se agitan, como en las vuestras, las pasiones humanas que, bajo rostros graciosos y frentes coronadas de flores, esconden la envidia, el orgullo, los celos, la vanidad, el deseo de agradar y de sobrepujar a sus rivales en esos placeres ficticios. Aquí reinan la alegría, la paz, la concordia; cada uno está contento con la posición que le ha sido asignada y es feliz con la felicidad de sus hermanos. ¡Pues bien, amigos míos! Con esa armonía perfecta que reina entre nosotros, nuestras fiestas tienen un encanto indescriptible: millones de músicos cantan con liras armoniosas las maravillas de Dios y de la creación, en tonos más deslumbrantes que vuestras más dulces melodías; largas procesiones aéreas de Espíritus volitan como céfiros, arrojando sobre los recién llegados nubes de flores, cuyos perfumes y matices variados no podéis comprender. Después tiene lugar el banquete fraterno al que son invitados los que concluyeron sus pruebas con felicidad, y vienen a recibir la recompensa de sus trabajos. ¡Oh!, amigo mío, desearíais saber más, pero vuestro lenguaje es incapaz de describir esas magnificencias. Os he dicho bastante, a vosotros que sois mis bienamados, a fin de daros el deseo de alcanzarlas. Y entonces, querido Émile, libre de la misión que he cumplido junto a ti en la Tierra, yo la continuaré para conducirte a través del espacio, y hacerte disfrutar todas esas felicidades.
FELICIA,
Esposa del evocador Émile,y desde hace un año su guía protectora.
(Comunicación enviada por la Sra. de Cazemajoux, médium de Burdeos)
Nosotros también tenemos nuestras fiestas, y esto sucede con frecuencia, porque los Espíritus buenos de la Tierra –nuestros hermanos bienamados–, al despojarse de su envoltura material, nos tienden los brazos y nosotros vamos, en grupo innumerable, a recibirlos a la entrada de la morada que ellos van a habitar con nosotros de ahí en adelante. En esas fiestas no se agitan, como en las vuestras, las pasiones humanas que, bajo rostros graciosos y frentes coronadas de flores, esconden la envidia, el orgullo, los celos, la vanidad, el deseo de agradar y de sobrepujar a sus rivales en esos placeres ficticios. Aquí reinan la alegría, la paz, la concordia; cada uno está contento con la posición que le ha sido asignada y es feliz con la felicidad de sus hermanos. ¡Pues bien, amigos míos! Con esa armonía perfecta que reina entre nosotros, nuestras fiestas tienen un encanto indescriptible: millones de músicos cantan con liras armoniosas las maravillas de Dios y de la creación, en tonos más deslumbrantes que vuestras más dulces melodías; largas procesiones aéreas de Espíritus volitan como céfiros, arrojando sobre los recién llegados nubes de flores, cuyos perfumes y matices variados no podéis comprender. Después tiene lugar el banquete fraterno al que son invitados los que concluyeron sus pruebas con felicidad, y vienen a recibir la recompensa de sus trabajos. ¡Oh!, amigo mío, desearíais saber más, pero vuestro lenguaje es incapaz de describir esas magnificencias. Os he dicho bastante, a vosotros que sois mis bienamados, a fin de daros el deseo de alcanzarlas. Y entonces, querido Émile, libre de la misión que he cumplido junto a ti en la Tierra, yo la continuaré para conducirte a través del espacio, y hacerte disfrutar todas esas felicidades.
Venid a nosotros
(Comunicación enviada por la Sra. de Cazemajoux, médium de Burdeos)
El Espiritismo es la aplicación de la moral evangélica enseñada por el Cristo en toda su pureza, y los hombres que lo condenan sin conocerlo son poco prudentes. En efecto, ¿por qué calificar de superstición, de charlatanería, de sortilegios, de demonomanía las cosas que el simple buen sentido haría aceptar si quisiesen estudiarlo? El alma es inmortal: es el Espíritu. La materia inerte es el cuerpo perecedero que se despoja de sus formas para transformarse, cuando el Espíritu lo dejó, en un montón de podredumbre sin nombre. ¡Y consideráis lógico, vosotros que no creéis en el Espiritismo, que esta vida –que para la mayoría de vosotros es una vida de amargura, de dolores, de decepciones, un verdadero purgatorio– no tenga otro objetivo sino la tumba! Desengañaos; venid a nosotros, pobres desheredados de los bienes, de las grandezas y de los goces terrenos; venid a nosotros y seréis consolados al ver que vuestros dolores, vuestras privaciones, vuestros sufrimientos deben abriros las puertas de los mundos felices, y que Dios, justo y bueno para con todas sus criaturas, solamente nos ha puesto a prueba para nuestro bien, según estas palabras del Cristo: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. –Venid, pues, incrédulos y materialistas; colocaos bajo el estandarte en el cual, con letras de oro, están escritas estas palabras: Amor y caridad para los hombres, que son todos hermanos; bondad, justicia e indulgencia de un Padre generoso y grande para con los Espíritus que ha creado, y que eleva hacia Él a través de caminos seguros, aunque os sean desconocidos; la caridad, el mejoramiento moral, el desarrollo intelectual os conducirán hacia el Autor y Señor de todas las cosas. No os instruimos sino para que, a vuestro turno, trabajéis para difundir esta instrucción; pero, sobre todo, hacedlo sin aspereza; sed pacientes y esperad. Arrojad la semilla; la reflexión y la ayuda de Dios la harán fructificar, al principio para un pequeño número que hará como vos, y poco a poco, al aumentar el número de obreros, os hará esperar, después de la siembra, una buena y abundante cosecha.
FERDINAND, hijo de la médium.
(Comunicación enviada por la Sra. de Cazemajoux, médium de Burdeos)
El Espiritismo es la aplicación de la moral evangélica enseñada por el Cristo en toda su pureza, y los hombres que lo condenan sin conocerlo son poco prudentes. En efecto, ¿por qué calificar de superstición, de charlatanería, de sortilegios, de demonomanía las cosas que el simple buen sentido haría aceptar si quisiesen estudiarlo? El alma es inmortal: es el Espíritu. La materia inerte es el cuerpo perecedero que se despoja de sus formas para transformarse, cuando el Espíritu lo dejó, en un montón de podredumbre sin nombre. ¡Y consideráis lógico, vosotros que no creéis en el Espiritismo, que esta vida –que para la mayoría de vosotros es una vida de amargura, de dolores, de decepciones, un verdadero purgatorio– no tenga otro objetivo sino la tumba! Desengañaos; venid a nosotros, pobres desheredados de los bienes, de las grandezas y de los goces terrenos; venid a nosotros y seréis consolados al ver que vuestros dolores, vuestras privaciones, vuestros sufrimientos deben abriros las puertas de los mundos felices, y que Dios, justo y bueno para con todas sus criaturas, solamente nos ha puesto a prueba para nuestro bien, según estas palabras del Cristo: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. –Venid, pues, incrédulos y materialistas; colocaos bajo el estandarte en el cual, con letras de oro, están escritas estas palabras: Amor y caridad para los hombres, que son todos hermanos; bondad, justicia e indulgencia de un Padre generoso y grande para con los Espíritus que ha creado, y que eleva hacia Él a través de caminos seguros, aunque os sean desconocidos; la caridad, el mejoramiento moral, el desarrollo intelectual os conducirán hacia el Autor y Señor de todas las cosas. No os instruimos sino para que, a vuestro turno, trabajéis para difundir esta instrucción; pero, sobre todo, hacedlo sin aspereza; sed pacientes y esperad. Arrojad la semilla; la reflexión y la ayuda de Dios la harán fructificar, al principio para un pequeño número que hará como vos, y poco a poco, al aumentar el número de obreros, os hará esperar, después de la siembra, una buena y abundante cosecha.
El progreso intelectual y moral
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Vengo a deciros que el progreso moral es el de adquisición más útil, porque corrige nuestras malas tendencias y nos vuelve buenos, caritativos y consagrados a nuestros hermanos. Entretanto, el progreso intelectual también es útil para nuestro adelanto, porque eleva el alma y nos hace juzgar más sanamente nuestras acciones, facilitando así el progreso moral; nos inicia en las enseñanzas que Dios nos proporciona hace siglos a través de tantos hombres de méritos diversos, que han venido bajo todas las formas y en todas las lenguas para darnos a conocer la verdad, y que no eran sino Espíritus ya adelantados, enviados por Dios para el desarrollo del entendimiento humano. Pero en la época en que vivís, la luz que sólo iluminaba a un pequeño número va a brillar para todos. Trabajad, pues, para comprender la grandeza, el poder, la majestad y la justicia de Dios; para entender la sublime belleza de sus obras; para comprender las magníficas recompensas otorgadas a los buenos y los castigos infligidos a los malos; en fin, para entender que el único objetivo al que debéis anhelar es el de aproximaros a Él.
(Comunicación enviada por el Sr. Sabò, de Burdeos)
Vengo a deciros que el progreso moral es el de adquisición más útil, porque corrige nuestras malas tendencias y nos vuelve buenos, caritativos y consagrados a nuestros hermanos. Entretanto, el progreso intelectual también es útil para nuestro adelanto, porque eleva el alma y nos hace juzgar más sanamente nuestras acciones, facilitando así el progreso moral; nos inicia en las enseñanzas que Dios nos proporciona hace siglos a través de tantos hombres de méritos diversos, que han venido bajo todas las formas y en todas las lenguas para darnos a conocer la verdad, y que no eran sino Espíritus ya adelantados, enviados por Dios para el desarrollo del entendimiento humano. Pero en la época en que vivís, la luz que sólo iluminaba a un pequeño número va a brillar para todos. Trabajad, pues, para comprender la grandeza, el poder, la majestad y la justicia de Dios; para entender la sublime belleza de sus obras; para comprender las magníficas recompensas otorgadas a los buenos y los castigos infligidos a los malos; en fin, para entender que el único objetivo al que debéis anhelar es el de aproximaros a Él.
La inundación
(Comunicación enviada por el Sr. Casimir H., de Inspruck; traducida del alemán.)
En una región antiguamente estéril, un día surgió una fuente; al principio, no era más que un pequeño curso de agua que corría en la planicie, por lo que no le dieron mucha atención. Poco a poco ese simple arroyo creció y se volvió un río; al ensancharse, avanzó hacia las tierras vecinas, pero los anteriores terrenos por donde pasó fueron fertilizados y produjeron al céntuplo. Sin embargo, un propietario ribereño, disgustado por ver que tenía que ceder terreno, intentó detener la corriente para retomar la porción cubierta por las aguas, creyendo así que aumentaba su riqueza; ahora bien, sucedió que el río desbordó e inundó todo: el terreno y el propietario. Tal es la imagen del progreso; como un río impetuoso, rompe los diques que se le oponen y arrastra con él a los imprudentes que, en lugar de seguir el curso del mismo, buscan obstaculizarlo. Ocurrirá lo mismo con el Espiritismo: Dios lo envía para fertilizar la tierra moral de la humanidad; ¡bienaventurados los que sepan aprovecharlo, y desdichados los que intenten oponerse a los designios de Dios! ¿No lo véis avanzar a pasos de gigante en los cuatro puntos cardinales? Por todas partes su voz ya se hace escuchar y luego cubrirá de tal modo a sus enemigos, que éstos serán forzados al silencio y a doblegarse ante la evidencia. ¡Hombres! Aquellos que intentan detener la marcha irresistible del progreso os preparan rudas pruebas; Dios permite que sea así para el castigo de unos y para la glorificación de otros, pero Él os da en el Espiritismo el piloto que debe llevaros al puerto, empuñando en las manos la bandera de la esperanza.
WILHELM, abuelo del médium. ALLAN KARDEC
(Comunicación enviada por el Sr. Casimir H., de Inspruck; traducida del alemán.)
En una región antiguamente estéril, un día surgió una fuente; al principio, no era más que un pequeño curso de agua que corría en la planicie, por lo que no le dieron mucha atención. Poco a poco ese simple arroyo creció y se volvió un río; al ensancharse, avanzó hacia las tierras vecinas, pero los anteriores terrenos por donde pasó fueron fertilizados y produjeron al céntuplo. Sin embargo, un propietario ribereño, disgustado por ver que tenía que ceder terreno, intentó detener la corriente para retomar la porción cubierta por las aguas, creyendo así que aumentaba su riqueza; ahora bien, sucedió que el río desbordó e inundó todo: el terreno y el propietario. Tal es la imagen del progreso; como un río impetuoso, rompe los diques que se le oponen y arrastra con él a los imprudentes que, en lugar de seguir el curso del mismo, buscan obstaculizarlo. Ocurrirá lo mismo con el Espiritismo: Dios lo envía para fertilizar la tierra moral de la humanidad; ¡bienaventurados los que sepan aprovecharlo, y desdichados los que intenten oponerse a los designios de Dios! ¿No lo véis avanzar a pasos de gigante en los cuatro puntos cardinales? Por todas partes su voz ya se hace escuchar y luego cubrirá de tal modo a sus enemigos, que éstos serán forzados al silencio y a doblegarse ante la evidencia. ¡Hombres! Aquellos que intentan detener la marcha irresistible del progreso os preparan rudas pruebas; Dios permite que sea así para el castigo de unos y para la glorificación de otros, pero Él os da en el Espiritismo el piloto que debe llevaros al puerto, empuñando en las manos la bandera de la esperanza.