Usted esta en:
Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862 > Enero
Enero
Ensayo sobre la interpretación de la doctrina de los ángeles caídosLa cuestión de los orígenes tiene siempre la capacidad de despertar la curiosidad y, en lo que atañe al hombre, la despierta a tal punto que es imposible que toda persona sensata acepte literalmente el relato bíblico, y que no vea ahí sino una de esas alegorías de las cuales el estilo oriental es tan pródigo. Además, la Ciencia vino a ofrecerle la prueba al demostrar, por medios irrefutables, la imposibilidad material de la formación del globo en seis días multiplicado por veinticuatro horas. Ante la evidencia de los hechos, escritos en caracteres irrecusables en las capas geológicas, la Iglesia tuvo que adoptar la opinión de los científicos, y concordar con ellos que los seis días de la Creación son seis períodos de una extensión indeterminada, tal como la Iglesia lo hizo antaño con el movimiento de la Tierra. Por lo tanto, si el texto bíblico es pasible de interpretación en este punto capital, también puede serlo en otros puntos, particularmente sobre la época de la aparición del hombre en la Tierra, sobre su origen y sobre el sentido que se le debe dar a la calificación de ángeles caídos.
Como el principio de las cosas está en los secretos de Dios,que nos lo revela a medida que lo juzga conveniente, uno queda limitado a conjeturas. Muchos sistemas han sido imaginados para resolver esta cuestión y, hasta el presente, ninguno satisface completamente a la razón. Nosotros también vamos a intentar levantar una punta del velo; ¿seremos más dichosos que nuestros predecesores? Lo ignoramos; sólo el futuro lo dirá. Por lo tanto, la teoría que presentamos es una opinión personal; la misma nos parece estar de acuerdo con la razón y con la lógica, lo que a nuestros ojos le da un cierto grado de probabilidad.
Ante todo, constatamos que, si es posible descubrir alguna parte de la verdad, esto sucede gracias a la ayuda de la teoría espírita; ella ya resolvió una multitud de problemas hasta entonces insolubles, y es con el auxilio de los jalones que la misma nos ofrece que vamos a ensayar remontarnos a la sucesión de los tiempos. El sentido literal de ciertos pasajes de los libros sagrados, sentido refutado por la Ciencia y rechazado por la razón, ha causado más incredulidad de lo que pudiera pensarse por la obstinación que se ha mostrado en convertirlo en artículo de fe; si una interpretación racional los hiciera aceptar, es evidente que aproximaría nuevamente de la Iglesia a los que se alejaron de ella.
Antes de proseguir, es esencial que nos entendamos acerca de las palabras. ¡Cuántas disputas eternas no se debieron a la ambigüedad de ciertas expresiones, que cada uno tomaba en el sentido de sus ideas personales! Ya lo hemos demostrado en El Libro de los Espíritus, a propósito de la palabra alma. Al decir claramente en qué acepción la tomamos, hemos puesto término a toda controversia. La palabra ángel está en el mismo caso; la emplean indiferentemente en el buen y en el mal sentido, diciendo: los ángeles buenos y malos, el ángel de la luz y el ángel de las tinieblas; de esto resulta que, en su acepción general, significa simplemente Espíritu. Es evidente que es en este último sentido que debe ser entendido, al hablarse de los ángeles caídos y de los ángeles rebeldes. Según la Doctrina Espírita, y concordando en esto con varios teólogos, los ángeles no son –de manera alguna– seres creados privilegiadamente, exentos, por un favor especial, del trabajo impuesto a los otros, sino Espíritus que llegaron a la perfección por sus esfuerzos y por sus propios méritos. Si los ángeles fueran seres creados perfectos, siendo la rebelión contra Dios una señal de inferioridad, los que se rebelaron no podrían ser ángeles. La Doctrina nos dice también que los Espíritus progresan, pero que no retrogradan, porque jamás pierden las cualidades que han adquirido; ahora bien, la rebelión por parte de seres perfectos sería una retrogradación, rebelión que se concibe por parte de seres aún atrasados.
Para evitar toda ambigüedad, convendría reservar la calificación de ángeles para los Espíritus puros, y llamar a los otros sencillamente Espíritus buenos o malos; pero al haber prevalecido el uso de esa palabra para los ángeles caídos, nosotros decimos que la tomamos en su acepción general, y se verá que –en ese sentido– la idea de caída y de rebelión es perfectamente admisible.
No conocemos y probablemente nunca conoceremos el punto de partida del alma humana; todo lo que sabemos es que los Espíritus son creados simples e ignorantes; que ellos progresan intelectual y moralmente; que, a consecuencia, de su libre albedrío, unos han tomado la buena senda y otros la mala senda; que una vez puesto los pies en el lodazal, se hunden cada vez más en él; que después de una sucesión ilimitada de existencias corporales, llevadas a cabo en la Tierra o en otros mundos, ellos se depuran y llegan a la perfección que los aproxima a Dios.
Un punto que también es difícil comprender es la formación de los primeros seres vivos en la Tierra, cada uno en su especie, desde las plantas hasta el hombre; al respecto, la teoría contenida en El Libro de los Espíritus nos parece la más racional, aunque ella resuelva incompleta e hipotéticamente ese problema que creemos insoluble, tanto para nosotros como para la mayoría de los Espíritus a los cuales no es dado penetrar el misterio de los orígenes. Si se los interroga sobre este punto, los más sabios responden que no lo conocen; pero otros –menos modestos– toman la iniciativa y se presentan como reveladores, dictando sistemas que son el producto de sus ideas personales y que dan como verdad absoluta. Es contra la manía de los sistemas de ciertos Espíritus, en lo que atañe al principio de las cosas, que es necesario precaverse, y lo que a nuestros ojos prueba la sabiduría de los que dictaron El Libro de los Espíritus, es la reserva que ellos han observado sobre las cuestiones de esta naturaleza. En nuestra opinión, no es una prueba de sabiduría decidir estas cuestiones de una manera absoluta, como lo hicieron algunos, sin preocuparse con las imposibilidades materiales resultantes de los datos suministrados por la Ciencia y por la observación. Lo que decimos sobre la aparición de los primeros hombres en la Tierra se extiende a la formación de los cuerpos, porque una vez formado el cuerpo, es más fácil comprender la realidad del Espíritu encarnado. Con la formación de los cuerpos, lo que nos proponemos a examinar aquí es el estado de los Espíritus que han animado dichos cuerpos, a fin de llegar a definir –si posible– de un modo más racional de lo que se hizo hasta ahora, la doctrina de la caída de los ángeles y del paraíso perdido.
Si no se admite la pluralidad de las existencias corporales, es preciso admitir que el alma es creada al mismo tiempo que el cuerpo; porque, una de dos: o ya vivió el alma que anima al cuerpo al nacer, o ella aún no vivió; entre estas dos hipótesis no hay término medio. Ahora bien, de la segunda hipótesis –aquella en que el alma no vivió– surge una multitud de problemas insolubles, tales como la diversidad de aptitudes y de instintos, incompatibles con la justicia de Dios; el destino de los niños que mueren en tierna edad, el de los cretinos, el de los idiotas, etc., mientras que todo se explica naturalmente si se admite que el alma ya vivió y que trae, al encarnar en un nuevo cuerpo, lo que ella ya había adquirido anteriormente. Es así que las sociedades progresan gradualmente; sin esto, ¿cómo explicar la diferencia que existe entre el estado social actual y el de los tiempos de barbarie? Si las almas fuesen creadas al mismo tiempo que los cuerpos, las que nacen hoy serían tan nuevas y tan primitivas como las que vivían hace miles de años; agreguemos que entre ellas no habría ninguna conexión, ninguna relación necesaria; que serían completamente independientes unas de las otras. Entonces, ¿por qué las almas de hoy serían mejor dotadas por Dios que sus predecesoras? ¿Por qué comprenden mejor? ¿Por qué tienen instintos más depurados y costumbres más suaves? ¿Por qué tienen la intuición de ciertas cosas sin haberlas aprendido? Desafiamos a encontrar la solución para este problema, a menos que se admita que Dios haya creado almas de diversas cualidades, según los tiempos y los lugares, proposición inconciliable con la idea de una soberana justicia. Por el contrario, decid que las almas de hoy ya han vivido en épocas remotas; que ellas pudieron ser bárbaras como su siglo, pero que progresaron; que a cada nueva existencia traen lo que han adquirido en existencias anteriores; por consecuencia, que las almas de los tiempos civilizados no fueron creadas más perfectas, sino que se perfeccionaron con el tiempo, y tendréis así la única explicación plausible de la causa del progreso social.
Estas consideraciones, extraídas de la teoría de la reencarnación, son esenciales para facilitar la comprensión de un hecho del que hablaremos más adelante.
Aunque los Espíritus puedan reencarnarse en mundos diferentes, parece que, en general, realizan un cierto número de migraciones corporales en el mismo globo y en el mismo medio, a fin de poder aprovechar mejor la experiencia adquirida; ellos no salen de ese medio sino para entrar en uno peor, por punición, o en uno mejor, como recompensa. Resulta de eso que, durante un cierto período, la población del globo es compuesta aproximadamente por los mismos Espíritus, que allí reaparecen en diversas épocas hasta que hayan alcanzado un grado de depuración suficiente como para merecer habitar en mundos más avanzados.
Según las enseñanzas dadas por los Espíritus superiores, esas emigraciones e inmigraciones de los Espíritus encarnados en la Tierra suceden de tiempo en tiempo, individualmente; pero, en ciertas épocas, se operan en masa, como consecuencia de las grandes revoluciones que hacen desaparecer del globo a innumerables cantidades de los mismos, siendo reemplazados por otros Espíritus que, en cierto modo, en la Tierra o en una parte de la Tierra, constituyen una nueva generación.
El Cristo ha dicho una frase notable que, como muchas otras tomadas al pie de la letra, no se ha comprendido, porque no se ha tenido en cuenta que Él casi siempre hablaba por medio de figuras y parábolas. Al anunciar los grandes cambios en el mundo físico y en el mundo moral, dijo: En verdad os digo que no pasará esta generación sin que esas cosas se hayan cumplido. Ahora bien, la generación del tiempo del Cristo pasó hace más de dieciocho siglos sin que esas cosas hayan llegado; de esto se deduce que el Cristo se equivocó –lo que es inadmisible– o que Sus palabras tenían un sentido oculto que fue mal interpretado.
Si nos remitimos ahora a lo que dicen los Espíritus –no solamente a nosotros, sino a través de los médiums de todos los países–, llegamos al cumplimiento de los tiempos predichos, a una época de renovación social, es decir, a la época de una de esas grandes emigraciones de Espíritus que habitan la Tierra. Dios, que los había enviado a este globo para mejorarse, los dejó aquí el tiempo necesario para progresar; les hizo conocer Sus leyes, primero por Moisés y después por el Cristo; los advirtió por medio de los profetas. En sus reencarnaciones sucesivas pudieron aprovechar estas enseñanzas; ahora los tiempos han llegado, y aquellos que no aprovecharon la luz, que violaron las leyes de Dios y que menospreciaron su poder dejarán la Tierra donde, de ahí en adelante, estarían fuera de lugar en medio del progreso moral que se realiza y al cual sólo podrían obstaculizar, ya sea como hombres o como Espíritus. La generación a la que el Cristo se refería, no pudiendo ser la de los hombres que vivían en Su tiempo –corporalmente hablando–, debe ser entendida como la generación de Espíritus que en la Tierra recorrieron los diversos períodos de sus encarnaciones y que van a dejarla. Ellos serán reemplazados por una nueva generación de Espíritus que, moralmente más adelantados, harán reinar entre sí la ley de amor y de caridad enseñada por el Cristo y cuya felicidad no será perturbada por el contacto de los malos, de los orgullosos, de los egoístas, de los ambiciosos y de los impíos. Según la opinión de los Espíritus, incluso parece que ya entre los niñosque nacen ahora, muchos son la encarnación de Espíritus de esa nueva generación. En cuanto a los de la antigua generación que tuvieren méritos, pero que sin embargo no hayan alcanzado un grado de depuración suficiente para llegar a mundos más avanzados, podrán continuar habitando la Tierra y aún pasar acá algunas encarnaciones; pero entonces, en lugar de ser una punición, esto será una recompensa, ya que serán aquí más felices por progresar. El tiempo en que desaparece una generación de Espíritus para dar lugar a otra puede ser considerado como el fin del mundo, es decir, el fin del mundo moral.
¿Qué sucederá con los Espíritus expulsados de la Tierra? Los propios Espíritus nos dicen que aquellos irán a habitar mundos nuevos, donde encontrarán a seres aún más atrasados que los de este mundo, a los cuales estarán encargados de hacerlos progresar, transmitiéndoles el producto de sus conocimientos adquiridos. El contacto con el medio bárbaro en que estarán será para ellos una expiación cruel y una fuente de incesantes sufrimientos físicos y morales, de los cuales tendrán tanto más conciencia cuanto más desarrollada fuere su inteligencia; pero esa expiación será al mismo tiempo una misión que les ofrecerá los medios para rescatar su pasado, según la manera en que la cumplan. Allí, aún sufrirán una serie de reencarnaciones durante un período de tiempo más o menos largo,al final del cual, los que tuvieren merecimiento, serán retirados hacia mundos mejores, quizás hacia la propia Tierra que, por entonces, será una morada de felicidad y de paz, mientras que los de la Tierra, a su turno, ascenderán gradualmente al estado de ángeles o de Espíritus puros.
Se dirá que esto es muy demorado y que sería más agradable ir directamente de la Tierra al Cielo. Sin duda, pero con este sistema tenéis también la posibilidad de ir directamente de la Tierra al infierno, por la eternidad de las eternidades; ahora bien, se ha de concordar que, siendo en este mundo muy rara la suma de virtudes necesarias para ir directo de la Tierra al Cielo, hay realmente pocos hombres que estarían seguros de tenerlas; de esto se deduce que existen más posibilidades de ir al infierno que al paraíso. ¿No es preferible hacer un camino más largo, pero con la seguridad de llegar al fin? En el estado actual de la Tierra, nadie se preocupa por volver a la misma, y nada obliga a esto, porque –mientras se encuentra aquí– depende de cada uno progresar de tal modo que merezca ascender a mundos más adelantados. Ningún prisionero, al salir de la cárcel, se preocupa por volver a ella; el medio es muy simple: basta no caer en nueva falta. También para el soldado sería muy cómodo volverse de repente mariscal; pero, aunque tenga municiones en la cartuchera, es necesario que conquiste su rango.
Remontémonos ahora a la escala de los tiempos, y desde el presente –como punto conocido– intentemos deducir lo desconocido, al menos por analogía, aunque no se tenga la certeza de una demostración matemática.
Como se sabe, la cuestión de Adán, como tronco único de la especie humana en la Tierra,es muy controvertida, porque las leyes antropológicas demuestran su imposibilidad, sin hablar de los documentos auténticos de la historia china que prueban que la población del globo remonta a una época bien anterior a la que la cronología bíblica atribuye a Adán. Entonces, la historia de Adán ¿ha sido inventada? No es probable; es un símbolo que, como todas las alegorías, debe contener una gran verdad, cuya clave sólo el Espiritismo puede darnos. En nuestra opinión, la cuestión principal no es saber si el personaje Adán realmente existió, ni en qué época vivió, más si la raza humana que se designa como su posteridad es una raza decaída. La solución de esta cuestión no está exenta de moralidad, porque, al esclarecernos sobre nuestro pasado, puede guiar nuestra conducta hacia el futuro.
Ante todo, notemos que, sin la reencarnación, la idea de caída aplicada al hombre es una insensatez, sucediendo lo mismo con la idea de la responsabilidad que recaería sobre nosotros por la falta de nuestro primer padre. Si el alma de cada hombre es creada al nacer, entonces ella no existía antes; luego, no tiene ninguna relación directa ni indirecta con la que cometió la primera falta; por lo tanto, preguntamos cómo ella puede ser responsable por eso. La duda sobre este punto conduce naturalmente a la duda o, incluso, a la incredulidad sobre muchos otros, porque si el punto de partida es falso, las consecuencias también deben ser falsas. Tal es el razonamiento de muchas personas. ¡Pues bien! Este razonamiento se desmorona si tomamos en cuenta el espíritu y no la letra del relato bíblico, y si nos reportamos a los propios principios de la Doctrina Espírita, destinados –como ya se ha dicho– a reavivar la fe que se extingue.
Notemos también que la idea de los ángeles rebeldes, de los ángeles caídos y del paraíso perdido se encuentra en casi todas las religiones y, como tradición, en casi todos los pueblos; por lo tanto, dicha idea debe asentarse sobre una verdad. Para comprender el verdadero sentido que se le debe dar a la calificación de ángeles rebeldes, de modo alguno es necesario suponer una lucha real entre Dios y los ángeles o Espíritus, puesto que la palabra ángel es aquí tomada en una acepción general. Admitiéndose que los hombres son Espíritus encarnados, ¿qué son los materialistas y los ateos sino ángeles o Espíritus en rebeldía contra la Divinidad, ya que niegan Su existencia y no reconocen Su poder ni Sus leyes? ¿No es por orgullo que afirman que toda su capacidad viene de ellos mismos y no de Dios? ¿No es el colmo de la rebelión pregonar la nada después de la muerte? ¿No son muy culpables los que se sirven de la inteligencia –de la que tanto se jactan– para arrastrar a sus semejantes al precipicio de la incredulidad? Hasta un cierto punto, ¿no practican un acto de rebeldía los que, sin negar a la Divinidad, menosprecian los verdaderos atributos de su esencia? ¿Los que se cubren con la máscara de la piedad para cometer malas acciones? ¿Aquellos cuya fe en el futuro no los ha desapegado de los bienes de este mundo? ¿Los que, en nombre de un Dios de paz, violan la primera de sus leyes: la ley de caridad? ¿Aquellos que siembran la perturbación y el odio a través de la calumnia y de la maledicencia? En fin, ¿aquellos cuya vida, voluntariamente inútil, se consume en la ociosidad, sin provecho para sí mismos ni para sus semejantes? A todos se les pedirán cuentas, no solamente del mal que hayan hecho, sino del bien que hayan dejado de hacer. ¡Ah! Todos esos Espíritus que han empleado tan mal sus encarnaciones, una vez expulsados de la Tierra y mandados a mundos inferiores, entre pueblos primitivos que aún están en la barbarie, ¿qué serán sino ángeles caídos enviados en expiación? La Tierra que dejan, ¿no será para ellos un paraíso perdido, en comparación con el medio ingrato en el que permanecerán relegados durante miles de siglos, hasta el día en que hayan merecido su liberación?
Si ahora nos remontamos al origen de la raza actual, simbolizada en la persona de Adán, encontraremos todos los caracteres de una generación de Espíritus expulsados de un otro mundo y exiliados –por causas semejantes– en la Tierra ya poblada, pero por hombres primitivos, inmersos en la ignorancia y en la barbarie, Espíritus que tenían la misión de hacer progresar a dichos hombres, trayendo para ellos las luces de una inteligencia ya desarrollada. En efecto, ¿no es ese el papel que ha desempeñado hasta este día la raza adámica? Al relegarla a esta Tierra de trabajo y de sufrimiento, ¿Dios no ha tenido razón en decirle: «Comerás el pan con el sudor de tu frente»? Si ella mereció ese castigo por causas semejantes a las que vemos hoy, ¿no es justo decir que se perdió por orgullo? En su mansedumbre, ¿no podría prometerle que le enviaría un Salvador, es decir, el que debería iluminar el camino a seguir para llegar a la felicidad de los elegidos? Este Salvador fue enviado en la persona del Cristo, que enseñó la ley de amor y de caridad como la verdadera ancla de salvación.
Aquí se presenta una importante consideración. La misión del Cristo es fácilmente comprendida al admitirse que son los mismos Espíritus que vivieron antes y después de su llegada, y que así pudieron beneficiarse de sus enseñanzas y del mérito de su sacrificio; sin la reencarnación, no obstante, es más difícil comprenderse la utilidad de ese mismo sacrificio en pro de Espíritus creados posteriormente a su venida, ya que Dios los habría creado manchados con faltas cometidas por aquellos con los cuales no tuvieron ninguna relación.
Entretanto, esa raza de Espíritus parece haber completado su tiempo en la Tierra; en ese número, unos aprovecharon el tiempo para su adelanto y merecieron ser recompensados; otros, por su obstinación en cerrar los ojos a la luz, agotaron la mansedumbre del Creador y merecieron un castigo. Así han de cumplirse las palabras del Cristo: «Los buenos irán a mi derecha y los malos a mi izquierda.»
Un hecho parece venir en apoyo de la teoría que atribuye una preexistencia a los primeros habitantes de esta raza en la Tierra: el de que Adán –indicado como origen– es representado con un desarrollo intelectual inmediato, muy superior al de las razas salvajes actuales; que en poco tiempo sus primeros descendientes mostraron aptitud para trabajos de arte bastante avanzados. Ahora bien, lo que sabemos del estado de los Espíritus en su origen nos indica lo que habría sido Adán –desde el punto de vista intelectual– si su alma hubiera sido creada al mismo tiempo que su cuerpo. Admitiendo, excepcionalmente, que Dios le haya dado un alma más perfecta, quedaría por explicar por qué los salvajes de Australia, por ejemplo, que salen del mismo tronco, son infinitamente más atrasados que el padre común. Al contrario, todo prueba, ya sea por lo físico como por lo moral, que ellos pertenecen a otra raza de Espíritus más próximos a su origen, y que aún necesitan pasar por un gran número de migraciones corporales antes de alcanzar, inclusive, los grados menos avanzados de la raza adámica. La nueva raza que va a surgir, al hacer reinar por todas partes la ley del Cristo –que es la ley de justicia, de amor y de caridad–, acelerará su progreso. Los que han escrito la historia de la Antropología terrestre se apegaron sobre todo a los caracteres físicos; el elemento espiritual fue casi siempre omitido, siendo invariablemente dejado a un lado por los escritores que no admiten nada fuera de la materia. Cuando dicho elemento sea tenido en cuenta en el estudio de las Ciencias, una luz totalmente nueva será proyectada sobre una multitud de cuestiones aún oscuras, porque el elemento espiritual es una de las fuerzas vivas de la Naturaleza, el cual desempeña un papel preponderante en los fenómenos físicos, así como en los fenómenos morales.
En resumen, he aquí un notable ejemplo –por su analogía– de lo que sucede en gran escala en el mundo de los Espíritus, y que nos ayudará a comprenderlo.
El 24 de mayo de 1861, la fragata Ifigenia transportó a Nueva Caledonia una compañía disciplinaria compuesta por 291 hombres. Al llegar, el comandante de la colonia les dirigió un orden del día en los siguientes términos:
«Al poner los pies en esta tierra lejana, vosotros ya habréis comprendido el papel que os está reservado.
«A ejemplo de los bravos soldados de nuestra marina que trabajan a vuestro lado, nos ayudaréis a llevar con honor la antorcha de la civilización al seno de las tribus salvajes de Nueva Caledonia. Os pregunto: ¿no es esa una bella y noble misión? Cumplidla, entonces, dignamente.
«Escuchad la voz y los consejos de vuestros superiores. Yo estoy por encima de ellos; que mis palabras sean bien entendidas.
«La elección de vuestro comandante, de vuestros oficiales, suboficiales y cabos constituye una segura garantía de todos los esfuerzos que serán intentados para hacer de vosotros excelentes soldados; digo más: para elevaros a la altura de buenos ciudadanos y transformaros en honorables colonos, si así lo deseáis.
«Vuestra disciplina será severa: y así debe serlo. Puesta en nuestras manos, será firme e inflexible –sabedlo bien; pero también justa y paternal, sabiendo distinguir el error del vicio y de la degradación...»
He aquí, por lo tanto, a hombres expulsados por su mala conducta de un país civilizado, y enviados como punición a un país bárbaro. ¿Qué les dice su jefe? «Habéis infringido las leyes de vuestro país; en él os habéis convertido en causa de perturbación y de escándalo, y por esto fuisteis expulsados. Os envían aquí, donde podréis rescatar vuestro pasado; por medio del trabajo podréis crearos una posición honorable y convertiros en ciudadanos honestos. Tenéis una bella misión que cumplir: la de llevar la civilización a estas tribus salvajes. La disciplina será severa, pero justa, y sabremos distinguir a quienes procedan correctamente.»
Para aquellos hombres relegados en medio de la barbarie, ¿no es la madre patria un paraíso perdido por sus propias faltas y por su rebelión contra la ley? En esa tierra lejana, ¿no son ellos ángeles caídos? El lenguaje del jefe, ¿no es el que Dios empleó al dirigirse a los Espíritus exiliados en la Tierra?: «Habéis desobedecido mis leyes, y es por eso que os he expulsado del mundo donde podríais haber vivido felices y en paz; aquí estaréis condenados al trabajo, pero podréis, por vuestra conducta, merecer el perdón y reconquistar la patria que habéis perdido por vuestras faltas, es decir, el Cielo.»
A primera vista, la idea de caída parece estar en contradicción con el principio según el cual los Espíritus no pueden retrogradar; sin embargo, es necesario considerar que de ninguna manera se trata de un retroceso al estado primitivo; el Espíritu, aunque en una posición inferior, no pierde nada de lo que ya ha adquirido; su desarrollo moral e intelectual es el mismo, sea cual fuere el medio en el que sea colocado. Está en la misma situación del hombre que ha sido condenado a prisión por sus delitos; ciertamente se halla decaído desde el punto de vista social, pero no por esto se vuelve más inepto ni más ignorante.
¿Se podrá creer ahora que esos hombres, enviados a Nueva Caledonia, van a transformarse súbitamente en modelos de virtud, y que de repente van a abjurar de sus errores del pasado? Sería preciso no conocer a la humanidad para suponer esto. Por la misma razón, los Espíritus que serán expulsados de la Tierra, una vez trasladados al mundo de exilio, no se despojarán instantáneamente de su orgullo y de sus malos instintos; conservarán aún por mucho tiempo las tendencias de origen, un resto del antiguo germen. Lo mismo ha sucedido con los Espíritus de la raza adámica exiliada en la Tierra; ahora bien, ¿no es éste el verdadero pecado original? La mancha que ellos traen al nacer es la de la raza de Espíritus culpables y punidos a la cual pertenecen, mancha que pueden borrar por medio del arrepentimiento, de la expiación y de la renovación de su ser moral. El pecado original, considerado como la responsabilidad de una falta cometida por otro, es un absurdo y la negación de la justicia de Dios; por el contrario, considerado como consecuencia y saldo de una imperfección anterior del propio individuo, no sólo la razón lo admite, sino que es totalmente justa la responsabilidad que se deriva del mismo.
Esta interpretación da una razón de ser muy natural al dogma de la Inmaculada Concepción, del cual tanto se ha burlado el escepticismo. Este dogma establece que la madre del Cristo no era maculada por el pecado original;¿cómo se explica esto? Es bien simple: Dios envió a un Espíritu puro, que no pertenecía a la raza culpable y exiliada, para encarnar en la Tierra y cumplir su augusta misión, del mismo modo que –de tiempo en tiempo– envía a Espíritus superiores que se encarnan en la misma para dar un impulso al progreso y acelerar su evolución. Esos Espíritus son, en la Tierra, como el venerable pastor que va a moralizar a los condenados en sus prisiones, a fin de mostrarles el camino de la salvación.
Sin duda, ciertas personas considerarán esta interpretación poco ortodoxa; inclusive, a algunos les podrá parecer una herejía. Pero ¿no se ha comprobado que muchos no ven en el relato del Génesis, en la historia de la manzana y de la costilla de Adán, sino un símbolo? ¿Que por no poder dar un sentido preciso a la doctrina de los ángeles caídos, de los ángeles rebeldes y del paraíso perdido, consideran todas esas cosas como fábulas? Si una interpretación lógica los lleva a ver allí una verdad oculta bajo la alegoría, ¿no es mejor esto que la negación absoluta? Admitiéndose que esta solución no esté –en todos los puntos– de conformidad con la ortodoxia rigurosa, en el sentido vulgar de la palabra, preguntamos si es preferible no creer absolutamente en nada o creer en alguna cosa. Si la creencia en el texto literal aleja al hombre de Dios, y si la creencia por medio de dicha interpretación lógica lo aproxima a Él, ¿no vale ésta más que la otra? Por lo tanto, no venimos de modo alguno a destruir el principio o a minarlo en sus fundamentos, como lo han hecho algunos filósofos; buscamos descubrir su sentido oculto y, al contrario, venimos a consolidarlo al darle una base racional. Sea como fuere, en todo caso, no se le podrá negar a esta interpretación un carácter de grandeza que ciertamente el texto literal no tiene. Esta teoría abarca, a la vez, la universalidad de los mundos, lo infinito en el pasado y en el futuro; ella da, a todo, su razón de ser por medio del encadenamiento que une a todas las cosas, a través de la solidaridad establecida entre todas las partes del Universo. ¿No es dicha teoría la más acorde con la idea que hacemos de la majestad y de la bondad de Dios, que aquella que circunscribe a la Humanidad a un punto en el espacio y a un instante en la eternidad?
Como el principio de las cosas está en los secretos de Dios,que nos lo revela a medida que lo juzga conveniente, uno queda limitado a conjeturas. Muchos sistemas han sido imaginados para resolver esta cuestión y, hasta el presente, ninguno satisface completamente a la razón. Nosotros también vamos a intentar levantar una punta del velo; ¿seremos más dichosos que nuestros predecesores? Lo ignoramos; sólo el futuro lo dirá. Por lo tanto, la teoría que presentamos es una opinión personal; la misma nos parece estar de acuerdo con la razón y con la lógica, lo que a nuestros ojos le da un cierto grado de probabilidad.
Ante todo, constatamos que, si es posible descubrir alguna parte de la verdad, esto sucede gracias a la ayuda de la teoría espírita; ella ya resolvió una multitud de problemas hasta entonces insolubles, y es con el auxilio de los jalones que la misma nos ofrece que vamos a ensayar remontarnos a la sucesión de los tiempos. El sentido literal de ciertos pasajes de los libros sagrados, sentido refutado por la Ciencia y rechazado por la razón, ha causado más incredulidad de lo que pudiera pensarse por la obstinación que se ha mostrado en convertirlo en artículo de fe; si una interpretación racional los hiciera aceptar, es evidente que aproximaría nuevamente de la Iglesia a los que se alejaron de ella.
Antes de proseguir, es esencial que nos entendamos acerca de las palabras. ¡Cuántas disputas eternas no se debieron a la ambigüedad de ciertas expresiones, que cada uno tomaba en el sentido de sus ideas personales! Ya lo hemos demostrado en El Libro de los Espíritus, a propósito de la palabra alma. Al decir claramente en qué acepción la tomamos, hemos puesto término a toda controversia. La palabra ángel está en el mismo caso; la emplean indiferentemente en el buen y en el mal sentido, diciendo: los ángeles buenos y malos, el ángel de la luz y el ángel de las tinieblas; de esto resulta que, en su acepción general, significa simplemente Espíritu. Es evidente que es en este último sentido que debe ser entendido, al hablarse de los ángeles caídos y de los ángeles rebeldes. Según la Doctrina Espírita, y concordando en esto con varios teólogos, los ángeles no son –de manera alguna– seres creados privilegiadamente, exentos, por un favor especial, del trabajo impuesto a los otros, sino Espíritus que llegaron a la perfección por sus esfuerzos y por sus propios méritos. Si los ángeles fueran seres creados perfectos, siendo la rebelión contra Dios una señal de inferioridad, los que se rebelaron no podrían ser ángeles. La Doctrina nos dice también que los Espíritus progresan, pero que no retrogradan, porque jamás pierden las cualidades que han adquirido; ahora bien, la rebelión por parte de seres perfectos sería una retrogradación, rebelión que se concibe por parte de seres aún atrasados.
Para evitar toda ambigüedad, convendría reservar la calificación de ángeles para los Espíritus puros, y llamar a los otros sencillamente Espíritus buenos o malos; pero al haber prevalecido el uso de esa palabra para los ángeles caídos, nosotros decimos que la tomamos en su acepción general, y se verá que –en ese sentido– la idea de caída y de rebelión es perfectamente admisible.
No conocemos y probablemente nunca conoceremos el punto de partida del alma humana; todo lo que sabemos es que los Espíritus son creados simples e ignorantes; que ellos progresan intelectual y moralmente; que, a consecuencia, de su libre albedrío, unos han tomado la buena senda y otros la mala senda; que una vez puesto los pies en el lodazal, se hunden cada vez más en él; que después de una sucesión ilimitada de existencias corporales, llevadas a cabo en la Tierra o en otros mundos, ellos se depuran y llegan a la perfección que los aproxima a Dios.
Un punto que también es difícil comprender es la formación de los primeros seres vivos en la Tierra, cada uno en su especie, desde las plantas hasta el hombre; al respecto, la teoría contenida en El Libro de los Espíritus nos parece la más racional, aunque ella resuelva incompleta e hipotéticamente ese problema que creemos insoluble, tanto para nosotros como para la mayoría de los Espíritus a los cuales no es dado penetrar el misterio de los orígenes. Si se los interroga sobre este punto, los más sabios responden que no lo conocen; pero otros –menos modestos– toman la iniciativa y se presentan como reveladores, dictando sistemas que son el producto de sus ideas personales y que dan como verdad absoluta. Es contra la manía de los sistemas de ciertos Espíritus, en lo que atañe al principio de las cosas, que es necesario precaverse, y lo que a nuestros ojos prueba la sabiduría de los que dictaron El Libro de los Espíritus, es la reserva que ellos han observado sobre las cuestiones de esta naturaleza. En nuestra opinión, no es una prueba de sabiduría decidir estas cuestiones de una manera absoluta, como lo hicieron algunos, sin preocuparse con las imposibilidades materiales resultantes de los datos suministrados por la Ciencia y por la observación. Lo que decimos sobre la aparición de los primeros hombres en la Tierra se extiende a la formación de los cuerpos, porque una vez formado el cuerpo, es más fácil comprender la realidad del Espíritu encarnado. Con la formación de los cuerpos, lo que nos proponemos a examinar aquí es el estado de los Espíritus que han animado dichos cuerpos, a fin de llegar a definir –si posible– de un modo más racional de lo que se hizo hasta ahora, la doctrina de la caída de los ángeles y del paraíso perdido.
Si no se admite la pluralidad de las existencias corporales, es preciso admitir que el alma es creada al mismo tiempo que el cuerpo; porque, una de dos: o ya vivió el alma que anima al cuerpo al nacer, o ella aún no vivió; entre estas dos hipótesis no hay término medio. Ahora bien, de la segunda hipótesis –aquella en que el alma no vivió– surge una multitud de problemas insolubles, tales como la diversidad de aptitudes y de instintos, incompatibles con la justicia de Dios; el destino de los niños que mueren en tierna edad, el de los cretinos, el de los idiotas, etc., mientras que todo se explica naturalmente si se admite que el alma ya vivió y que trae, al encarnar en un nuevo cuerpo, lo que ella ya había adquirido anteriormente. Es así que las sociedades progresan gradualmente; sin esto, ¿cómo explicar la diferencia que existe entre el estado social actual y el de los tiempos de barbarie? Si las almas fuesen creadas al mismo tiempo que los cuerpos, las que nacen hoy serían tan nuevas y tan primitivas como las que vivían hace miles de años; agreguemos que entre ellas no habría ninguna conexión, ninguna relación necesaria; que serían completamente independientes unas de las otras. Entonces, ¿por qué las almas de hoy serían mejor dotadas por Dios que sus predecesoras? ¿Por qué comprenden mejor? ¿Por qué tienen instintos más depurados y costumbres más suaves? ¿Por qué tienen la intuición de ciertas cosas sin haberlas aprendido? Desafiamos a encontrar la solución para este problema, a menos que se admita que Dios haya creado almas de diversas cualidades, según los tiempos y los lugares, proposición inconciliable con la idea de una soberana justicia. Por el contrario, decid que las almas de hoy ya han vivido en épocas remotas; que ellas pudieron ser bárbaras como su siglo, pero que progresaron; que a cada nueva existencia traen lo que han adquirido en existencias anteriores; por consecuencia, que las almas de los tiempos civilizados no fueron creadas más perfectas, sino que se perfeccionaron con el tiempo, y tendréis así la única explicación plausible de la causa del progreso social.
Estas consideraciones, extraídas de la teoría de la reencarnación, son esenciales para facilitar la comprensión de un hecho del que hablaremos más adelante.
Aunque los Espíritus puedan reencarnarse en mundos diferentes, parece que, en general, realizan un cierto número de migraciones corporales en el mismo globo y en el mismo medio, a fin de poder aprovechar mejor la experiencia adquirida; ellos no salen de ese medio sino para entrar en uno peor, por punición, o en uno mejor, como recompensa. Resulta de eso que, durante un cierto período, la población del globo es compuesta aproximadamente por los mismos Espíritus, que allí reaparecen en diversas épocas hasta que hayan alcanzado un grado de depuración suficiente como para merecer habitar en mundos más avanzados.
Según las enseñanzas dadas por los Espíritus superiores, esas emigraciones e inmigraciones de los Espíritus encarnados en la Tierra suceden de tiempo en tiempo, individualmente; pero, en ciertas épocas, se operan en masa, como consecuencia de las grandes revoluciones que hacen desaparecer del globo a innumerables cantidades de los mismos, siendo reemplazados por otros Espíritus que, en cierto modo, en la Tierra o en una parte de la Tierra, constituyen una nueva generación.
El Cristo ha dicho una frase notable que, como muchas otras tomadas al pie de la letra, no se ha comprendido, porque no se ha tenido en cuenta que Él casi siempre hablaba por medio de figuras y parábolas. Al anunciar los grandes cambios en el mundo físico y en el mundo moral, dijo: En verdad os digo que no pasará esta generación sin que esas cosas se hayan cumplido. Ahora bien, la generación del tiempo del Cristo pasó hace más de dieciocho siglos sin que esas cosas hayan llegado; de esto se deduce que el Cristo se equivocó –lo que es inadmisible– o que Sus palabras tenían un sentido oculto que fue mal interpretado.
Si nos remitimos ahora a lo que dicen los Espíritus –no solamente a nosotros, sino a través de los médiums de todos los países–, llegamos al cumplimiento de los tiempos predichos, a una época de renovación social, es decir, a la época de una de esas grandes emigraciones de Espíritus que habitan la Tierra. Dios, que los había enviado a este globo para mejorarse, los dejó aquí el tiempo necesario para progresar; les hizo conocer Sus leyes, primero por Moisés y después por el Cristo; los advirtió por medio de los profetas. En sus reencarnaciones sucesivas pudieron aprovechar estas enseñanzas; ahora los tiempos han llegado, y aquellos que no aprovecharon la luz, que violaron las leyes de Dios y que menospreciaron su poder dejarán la Tierra donde, de ahí en adelante, estarían fuera de lugar en medio del progreso moral que se realiza y al cual sólo podrían obstaculizar, ya sea como hombres o como Espíritus. La generación a la que el Cristo se refería, no pudiendo ser la de los hombres que vivían en Su tiempo –corporalmente hablando–, debe ser entendida como la generación de Espíritus que en la Tierra recorrieron los diversos períodos de sus encarnaciones y que van a dejarla. Ellos serán reemplazados por una nueva generación de Espíritus que, moralmente más adelantados, harán reinar entre sí la ley de amor y de caridad enseñada por el Cristo y cuya felicidad no será perturbada por el contacto de los malos, de los orgullosos, de los egoístas, de los ambiciosos y de los impíos. Según la opinión de los Espíritus, incluso parece que ya entre los niñosque nacen ahora, muchos son la encarnación de Espíritus de esa nueva generación. En cuanto a los de la antigua generación que tuvieren méritos, pero que sin embargo no hayan alcanzado un grado de depuración suficiente para llegar a mundos más avanzados, podrán continuar habitando la Tierra y aún pasar acá algunas encarnaciones; pero entonces, en lugar de ser una punición, esto será una recompensa, ya que serán aquí más felices por progresar. El tiempo en que desaparece una generación de Espíritus para dar lugar a otra puede ser considerado como el fin del mundo, es decir, el fin del mundo moral.
¿Qué sucederá con los Espíritus expulsados de la Tierra? Los propios Espíritus nos dicen que aquellos irán a habitar mundos nuevos, donde encontrarán a seres aún más atrasados que los de este mundo, a los cuales estarán encargados de hacerlos progresar, transmitiéndoles el producto de sus conocimientos adquiridos. El contacto con el medio bárbaro en que estarán será para ellos una expiación cruel y una fuente de incesantes sufrimientos físicos y morales, de los cuales tendrán tanto más conciencia cuanto más desarrollada fuere su inteligencia; pero esa expiación será al mismo tiempo una misión que les ofrecerá los medios para rescatar su pasado, según la manera en que la cumplan. Allí, aún sufrirán una serie de reencarnaciones durante un período de tiempo más o menos largo,al final del cual, los que tuvieren merecimiento, serán retirados hacia mundos mejores, quizás hacia la propia Tierra que, por entonces, será una morada de felicidad y de paz, mientras que los de la Tierra, a su turno, ascenderán gradualmente al estado de ángeles o de Espíritus puros.
Se dirá que esto es muy demorado y que sería más agradable ir directamente de la Tierra al Cielo. Sin duda, pero con este sistema tenéis también la posibilidad de ir directamente de la Tierra al infierno, por la eternidad de las eternidades; ahora bien, se ha de concordar que, siendo en este mundo muy rara la suma de virtudes necesarias para ir directo de la Tierra al Cielo, hay realmente pocos hombres que estarían seguros de tenerlas; de esto se deduce que existen más posibilidades de ir al infierno que al paraíso. ¿No es preferible hacer un camino más largo, pero con la seguridad de llegar al fin? En el estado actual de la Tierra, nadie se preocupa por volver a la misma, y nada obliga a esto, porque –mientras se encuentra aquí– depende de cada uno progresar de tal modo que merezca ascender a mundos más adelantados. Ningún prisionero, al salir de la cárcel, se preocupa por volver a ella; el medio es muy simple: basta no caer en nueva falta. También para el soldado sería muy cómodo volverse de repente mariscal; pero, aunque tenga municiones en la cartuchera, es necesario que conquiste su rango.
Remontémonos ahora a la escala de los tiempos, y desde el presente –como punto conocido– intentemos deducir lo desconocido, al menos por analogía, aunque no se tenga la certeza de una demostración matemática.
Como se sabe, la cuestión de Adán, como tronco único de la especie humana en la Tierra,es muy controvertida, porque las leyes antropológicas demuestran su imposibilidad, sin hablar de los documentos auténticos de la historia china que prueban que la población del globo remonta a una época bien anterior a la que la cronología bíblica atribuye a Adán. Entonces, la historia de Adán ¿ha sido inventada? No es probable; es un símbolo que, como todas las alegorías, debe contener una gran verdad, cuya clave sólo el Espiritismo puede darnos. En nuestra opinión, la cuestión principal no es saber si el personaje Adán realmente existió, ni en qué época vivió, más si la raza humana que se designa como su posteridad es una raza decaída. La solución de esta cuestión no está exenta de moralidad, porque, al esclarecernos sobre nuestro pasado, puede guiar nuestra conducta hacia el futuro.
Ante todo, notemos que, sin la reencarnación, la idea de caída aplicada al hombre es una insensatez, sucediendo lo mismo con la idea de la responsabilidad que recaería sobre nosotros por la falta de nuestro primer padre. Si el alma de cada hombre es creada al nacer, entonces ella no existía antes; luego, no tiene ninguna relación directa ni indirecta con la que cometió la primera falta; por lo tanto, preguntamos cómo ella puede ser responsable por eso. La duda sobre este punto conduce naturalmente a la duda o, incluso, a la incredulidad sobre muchos otros, porque si el punto de partida es falso, las consecuencias también deben ser falsas. Tal es el razonamiento de muchas personas. ¡Pues bien! Este razonamiento se desmorona si tomamos en cuenta el espíritu y no la letra del relato bíblico, y si nos reportamos a los propios principios de la Doctrina Espírita, destinados –como ya se ha dicho– a reavivar la fe que se extingue.
Notemos también que la idea de los ángeles rebeldes, de los ángeles caídos y del paraíso perdido se encuentra en casi todas las religiones y, como tradición, en casi todos los pueblos; por lo tanto, dicha idea debe asentarse sobre una verdad. Para comprender el verdadero sentido que se le debe dar a la calificación de ángeles rebeldes, de modo alguno es necesario suponer una lucha real entre Dios y los ángeles o Espíritus, puesto que la palabra ángel es aquí tomada en una acepción general. Admitiéndose que los hombres son Espíritus encarnados, ¿qué son los materialistas y los ateos sino ángeles o Espíritus en rebeldía contra la Divinidad, ya que niegan Su existencia y no reconocen Su poder ni Sus leyes? ¿No es por orgullo que afirman que toda su capacidad viene de ellos mismos y no de Dios? ¿No es el colmo de la rebelión pregonar la nada después de la muerte? ¿No son muy culpables los que se sirven de la inteligencia –de la que tanto se jactan– para arrastrar a sus semejantes al precipicio de la incredulidad? Hasta un cierto punto, ¿no practican un acto de rebeldía los que, sin negar a la Divinidad, menosprecian los verdaderos atributos de su esencia? ¿Los que se cubren con la máscara de la piedad para cometer malas acciones? ¿Aquellos cuya fe en el futuro no los ha desapegado de los bienes de este mundo? ¿Los que, en nombre de un Dios de paz, violan la primera de sus leyes: la ley de caridad? ¿Aquellos que siembran la perturbación y el odio a través de la calumnia y de la maledicencia? En fin, ¿aquellos cuya vida, voluntariamente inútil, se consume en la ociosidad, sin provecho para sí mismos ni para sus semejantes? A todos se les pedirán cuentas, no solamente del mal que hayan hecho, sino del bien que hayan dejado de hacer. ¡Ah! Todos esos Espíritus que han empleado tan mal sus encarnaciones, una vez expulsados de la Tierra y mandados a mundos inferiores, entre pueblos primitivos que aún están en la barbarie, ¿qué serán sino ángeles caídos enviados en expiación? La Tierra que dejan, ¿no será para ellos un paraíso perdido, en comparación con el medio ingrato en el que permanecerán relegados durante miles de siglos, hasta el día en que hayan merecido su liberación?
Si ahora nos remontamos al origen de la raza actual, simbolizada en la persona de Adán, encontraremos todos los caracteres de una generación de Espíritus expulsados de un otro mundo y exiliados –por causas semejantes– en la Tierra ya poblada, pero por hombres primitivos, inmersos en la ignorancia y en la barbarie, Espíritus que tenían la misión de hacer progresar a dichos hombres, trayendo para ellos las luces de una inteligencia ya desarrollada. En efecto, ¿no es ese el papel que ha desempeñado hasta este día la raza adámica? Al relegarla a esta Tierra de trabajo y de sufrimiento, ¿Dios no ha tenido razón en decirle: «Comerás el pan con el sudor de tu frente»? Si ella mereció ese castigo por causas semejantes a las que vemos hoy, ¿no es justo decir que se perdió por orgullo? En su mansedumbre, ¿no podría prometerle que le enviaría un Salvador, es decir, el que debería iluminar el camino a seguir para llegar a la felicidad de los elegidos? Este Salvador fue enviado en la persona del Cristo, que enseñó la ley de amor y de caridad como la verdadera ancla de salvación.
Aquí se presenta una importante consideración. La misión del Cristo es fácilmente comprendida al admitirse que son los mismos Espíritus que vivieron antes y después de su llegada, y que así pudieron beneficiarse de sus enseñanzas y del mérito de su sacrificio; sin la reencarnación, no obstante, es más difícil comprenderse la utilidad de ese mismo sacrificio en pro de Espíritus creados posteriormente a su venida, ya que Dios los habría creado manchados con faltas cometidas por aquellos con los cuales no tuvieron ninguna relación.
Entretanto, esa raza de Espíritus parece haber completado su tiempo en la Tierra; en ese número, unos aprovecharon el tiempo para su adelanto y merecieron ser recompensados; otros, por su obstinación en cerrar los ojos a la luz, agotaron la mansedumbre del Creador y merecieron un castigo. Así han de cumplirse las palabras del Cristo: «Los buenos irán a mi derecha y los malos a mi izquierda.»
Un hecho parece venir en apoyo de la teoría que atribuye una preexistencia a los primeros habitantes de esta raza en la Tierra: el de que Adán –indicado como origen– es representado con un desarrollo intelectual inmediato, muy superior al de las razas salvajes actuales; que en poco tiempo sus primeros descendientes mostraron aptitud para trabajos de arte bastante avanzados. Ahora bien, lo que sabemos del estado de los Espíritus en su origen nos indica lo que habría sido Adán –desde el punto de vista intelectual– si su alma hubiera sido creada al mismo tiempo que su cuerpo. Admitiendo, excepcionalmente, que Dios le haya dado un alma más perfecta, quedaría por explicar por qué los salvajes de Australia, por ejemplo, que salen del mismo tronco, son infinitamente más atrasados que el padre común. Al contrario, todo prueba, ya sea por lo físico como por lo moral, que ellos pertenecen a otra raza de Espíritus más próximos a su origen, y que aún necesitan pasar por un gran número de migraciones corporales antes de alcanzar, inclusive, los grados menos avanzados de la raza adámica. La nueva raza que va a surgir, al hacer reinar por todas partes la ley del Cristo –que es la ley de justicia, de amor y de caridad–, acelerará su progreso. Los que han escrito la historia de la Antropología terrestre se apegaron sobre todo a los caracteres físicos; el elemento espiritual fue casi siempre omitido, siendo invariablemente dejado a un lado por los escritores que no admiten nada fuera de la materia. Cuando dicho elemento sea tenido en cuenta en el estudio de las Ciencias, una luz totalmente nueva será proyectada sobre una multitud de cuestiones aún oscuras, porque el elemento espiritual es una de las fuerzas vivas de la Naturaleza, el cual desempeña un papel preponderante en los fenómenos físicos, así como en los fenómenos morales.
En resumen, he aquí un notable ejemplo –por su analogía– de lo que sucede en gran escala en el mundo de los Espíritus, y que nos ayudará a comprenderlo.
El 24 de mayo de 1861, la fragata Ifigenia transportó a Nueva Caledonia una compañía disciplinaria compuesta por 291 hombres. Al llegar, el comandante de la colonia les dirigió un orden del día en los siguientes términos:
«Al poner los pies en esta tierra lejana, vosotros ya habréis comprendido el papel que os está reservado.
«A ejemplo de los bravos soldados de nuestra marina que trabajan a vuestro lado, nos ayudaréis a llevar con honor la antorcha de la civilización al seno de las tribus salvajes de Nueva Caledonia. Os pregunto: ¿no es esa una bella y noble misión? Cumplidla, entonces, dignamente.
«Escuchad la voz y los consejos de vuestros superiores. Yo estoy por encima de ellos; que mis palabras sean bien entendidas.
«La elección de vuestro comandante, de vuestros oficiales, suboficiales y cabos constituye una segura garantía de todos los esfuerzos que serán intentados para hacer de vosotros excelentes soldados; digo más: para elevaros a la altura de buenos ciudadanos y transformaros en honorables colonos, si así lo deseáis.
«Vuestra disciplina será severa: y así debe serlo. Puesta en nuestras manos, será firme e inflexible –sabedlo bien; pero también justa y paternal, sabiendo distinguir el error del vicio y de la degradación...»
He aquí, por lo tanto, a hombres expulsados por su mala conducta de un país civilizado, y enviados como punición a un país bárbaro. ¿Qué les dice su jefe? «Habéis infringido las leyes de vuestro país; en él os habéis convertido en causa de perturbación y de escándalo, y por esto fuisteis expulsados. Os envían aquí, donde podréis rescatar vuestro pasado; por medio del trabajo podréis crearos una posición honorable y convertiros en ciudadanos honestos. Tenéis una bella misión que cumplir: la de llevar la civilización a estas tribus salvajes. La disciplina será severa, pero justa, y sabremos distinguir a quienes procedan correctamente.»
Para aquellos hombres relegados en medio de la barbarie, ¿no es la madre patria un paraíso perdido por sus propias faltas y por su rebelión contra la ley? En esa tierra lejana, ¿no son ellos ángeles caídos? El lenguaje del jefe, ¿no es el que Dios empleó al dirigirse a los Espíritus exiliados en la Tierra?: «Habéis desobedecido mis leyes, y es por eso que os he expulsado del mundo donde podríais haber vivido felices y en paz; aquí estaréis condenados al trabajo, pero podréis, por vuestra conducta, merecer el perdón y reconquistar la patria que habéis perdido por vuestras faltas, es decir, el Cielo.»
A primera vista, la idea de caída parece estar en contradicción con el principio según el cual los Espíritus no pueden retrogradar; sin embargo, es necesario considerar que de ninguna manera se trata de un retroceso al estado primitivo; el Espíritu, aunque en una posición inferior, no pierde nada de lo que ya ha adquirido; su desarrollo moral e intelectual es el mismo, sea cual fuere el medio en el que sea colocado. Está en la misma situación del hombre que ha sido condenado a prisión por sus delitos; ciertamente se halla decaído desde el punto de vista social, pero no por esto se vuelve más inepto ni más ignorante.
¿Se podrá creer ahora que esos hombres, enviados a Nueva Caledonia, van a transformarse súbitamente en modelos de virtud, y que de repente van a abjurar de sus errores del pasado? Sería preciso no conocer a la humanidad para suponer esto. Por la misma razón, los Espíritus que serán expulsados de la Tierra, una vez trasladados al mundo de exilio, no se despojarán instantáneamente de su orgullo y de sus malos instintos; conservarán aún por mucho tiempo las tendencias de origen, un resto del antiguo germen. Lo mismo ha sucedido con los Espíritus de la raza adámica exiliada en la Tierra; ahora bien, ¿no es éste el verdadero pecado original? La mancha que ellos traen al nacer es la de la raza de Espíritus culpables y punidos a la cual pertenecen, mancha que pueden borrar por medio del arrepentimiento, de la expiación y de la renovación de su ser moral. El pecado original, considerado como la responsabilidad de una falta cometida por otro, es un absurdo y la negación de la justicia de Dios; por el contrario, considerado como consecuencia y saldo de una imperfección anterior del propio individuo, no sólo la razón lo admite, sino que es totalmente justa la responsabilidad que se deriva del mismo.
Esta interpretación da una razón de ser muy natural al dogma de la Inmaculada Concepción, del cual tanto se ha burlado el escepticismo. Este dogma establece que la madre del Cristo no era maculada por el pecado original;¿cómo se explica esto? Es bien simple: Dios envió a un Espíritu puro, que no pertenecía a la raza culpable y exiliada, para encarnar en la Tierra y cumplir su augusta misión, del mismo modo que –de tiempo en tiempo– envía a Espíritus superiores que se encarnan en la misma para dar un impulso al progreso y acelerar su evolución. Esos Espíritus son, en la Tierra, como el venerable pastor que va a moralizar a los condenados en sus prisiones, a fin de mostrarles el camino de la salvación.
Sin duda, ciertas personas considerarán esta interpretación poco ortodoxa; inclusive, a algunos les podrá parecer una herejía. Pero ¿no se ha comprobado que muchos no ven en el relato del Génesis, en la historia de la manzana y de la costilla de Adán, sino un símbolo? ¿Que por no poder dar un sentido preciso a la doctrina de los ángeles caídos, de los ángeles rebeldes y del paraíso perdido, consideran todas esas cosas como fábulas? Si una interpretación lógica los lleva a ver allí una verdad oculta bajo la alegoría, ¿no es mejor esto que la negación absoluta? Admitiéndose que esta solución no esté –en todos los puntos– de conformidad con la ortodoxia rigurosa, en el sentido vulgar de la palabra, preguntamos si es preferible no creer absolutamente en nada o creer en alguna cosa. Si la creencia en el texto literal aleja al hombre de Dios, y si la creencia por medio de dicha interpretación lógica lo aproxima a Él, ¿no vale ésta más que la otra? Por lo tanto, no venimos de modo alguno a destruir el principio o a minarlo en sus fundamentos, como lo han hecho algunos filósofos; buscamos descubrir su sentido oculto y, al contrario, venimos a consolidarlo al darle una base racional. Sea como fuere, en todo caso, no se le podrá negar a esta interpretación un carácter de grandeza que ciertamente el texto literal no tiene. Esta teoría abarca, a la vez, la universalidad de los mundos, lo infinito en el pasado y en el futuro; ella da, a todo, su razón de ser por medio del encadenamiento que une a todas las cosas, a través de la solidaridad establecida entre todas las partes del Universo. ¿No es dicha teoría la más acorde con la idea que hacemos de la majestad y de la bondad de Dios, que aquella que circunscribe a la Humanidad a un punto en el espacio y a un instante en la eternidad?
Publicación de las comunicaciones espíritas
La cuestión de la publicación de las comunicaciones espíritas es el complemento de la organización general que hemos tratado en nuestro número precedente. A medida que el círculo de espíritas se amplía, los médiums se multiplican, y con ellos el número de comunicaciones. Desde hace algún tiempo que esas comunicaciones han adquirido un notable desarrollo con relación al estilo, a los pensamientos y a la amplitud de los temas tratados; las mismas han crecido con la propia ciencia, y los Espíritus ofrendan la grandeza de sus enseñanzas a través del desarrollo de las ideas, ya sea en las provincias, en el extranjero, como también en París, conforme lo atestiguan las numerosas muestras de comunicaciones que nos envían, algunas de las cuales han sido publicadas en la Revista.
Al dar estas comunicaciones, los Espíritus tienen como propósito la instrucción general, la propagación de los principios de la Doctrina, y este objetivo no sería alcanzado si las mismas –como ya lo hemos dicho– quedasen olvidadas en los archivos de aquellos que las obtienen. Por lo tanto, es útil difundirlas por medio de su publicación; de esto resultará otra ventaja muy importante: la de probar la concordancia de las enseñanzas espontáneas dadas por los Espíritus sobre todos los puntos fundamentales, neutralizando la influencia de los sistemas erróneos al probar su aislamiento.
Se trata, pues, de examinar el modo de publicación que mejor puede alcanzar dicho objetivo, y para esto es necesario considerar los dos puntos siguientes: el medio que ofrece más posibilidades de extensión de las publicaciones, y las condiciones más apropiadas para dar al lector una impresión favorable, ya sea por la elección juiciosa de los temas como por la disposición material. Por no tomar en cuenta ciertas consideraciones a veces formales, las mejores obras son frecuentemente nacidas muertas. Este examen es resultado de la experiencia; al respecto, ciertos editores tienen un tacto que les señala el hábito de los gustos del público y que les permite evaluar, casi con seguridad, las posibilidades de éxito de una publicación, haciendo abstracción del mérito intrínseco de la obra.
El desarrollo que toman las comunicaciones espíritas nos pone en la imposibilidad material de incluir a todas en nuestra Revista. Para abarcar el cuadro entero, sería preciso darle una extensión tal que obligaría a dejarla a un precio fuera del alcance de mucha gente. Por lo tanto, se hace necesario encontrar un medio de ofrecerla en las mejores condiciones para todos. En principio, examinemos los pros y los contras de los diferentes sistemas que podrían ser empleados.
1º) Publicaciones periódicas locales – Ellas presentan dos inconvenientes: el primero, que son casi siempre restrictas a la localidad; el segundo, que una publicación periódica, antes de ser suministrada y distribuida en fechas fijas, necesita de un material burocrático y de gastos regulares, a los cuales es necesario cubrir a toda costa, bajo pena de interrupción. Si los diarios locales que se dirigen al público, en su conjunto, tienen frecuentemente dificultades para sobrevivir, con más fuerte razón sería así con una publicación que sólo se dirigiese a un público restricto, porque se ilusionaría en vano con la esperanza de contar con muchos suscriptores de afuera, sobre todo si esas publicaciones se fuesen multiplicando.
2º) Publicaciones locales no periódicas – Una Sociedad, un Grupo, los Grupos de una misma ciudad, podrían reunir sus comunicaciones, como lo han hecho en Metz, en opúsculos independientes unos de los otros, y publicarlas en fechas indeterminadas. Este modo es incomparablemente preferible al anterior, desde el punto de vista financiero, porque no contrae ningún compromiso, y las personas son libres para parar cuando quieran. Pero existe siempre el inconveniente de la restricción de la publicidad. Para divulgar esos opúsculos fuera del círculo local, sería preciso tener expensas con anuncios, lo que frecuentemente se evita, o sería necesario tener una librería central con numerosos corresponsales que se encargasen de solventar los gastos. Mas aquí se presenta otra dificultad: los libreros, en general, no se ocupan de buen grado con obras que ellos no editan; por lo demás, no quieren saturar sus corresponsales con publicaciones sin importancia para ellos y de consumo incierto, hechas a menudo en malas condiciones de venta por el formato o por el precio y que, además del inconveniente de desagradar a los corresponsales, tendrían que acarrear con los costos de devolución. Son consideraciones que la mayoría de los autores, ajenos al oficio de la librería, no comprenden, sin hablar de los que, creyendo que sus obras son excelentes, se admiran de que ningún editor se disponga a publicarlas; aquellos que las imprimen a sus expensas deben tener en cuenta que, sean cuales fueren las ventajas que ofrezcan a los libreros, la obra tendrá que esperar por los interesados si, en términos profesionales, no estuviere en condiciones de venta.
Pedimos disculpas a nuestros lectores por entrar en detalles tan terrenales a propósito de las cosas celestiales, pero es precisamente en interés de la propagación de las buenas cosas que queremos precavernos contra las ilusiones de la inexperiencia.
3º) Publicaciones individuales de los médiums – Todas las reflexiones anteriores se aplican naturalmente a la divulgación de las publicaciones individuales que ciertos médiums podrían hacer con las comunicaciones que reciben; pero, además de la dificultad que la mayoría de ellos enfrenta, las mismas tienen otro inconveniente: es que, en general, poseen un sello de uniformidad que las vuelve monótonas, y perjudicaría tanto más su venta cuanto más se multiplicasen. Ellas podrían ser atractivas si, al abordar un tema determinado, formasen un todo y presentaran un conjunto, ya sea de la obra de un único Espíritu o de varios.
Estas reflexiones no son absolutas, y sin duda habrán excepciones; pero no se puede negar que reposan sobre un fondo de verdad. Además, lo que nosotros decimos no es para imponer nuestras ideas, de las cuales cada uno es libre para tener en cuenta o no; sólo que, como se publica con la esperanza de un resultado, creemos que es un deber exponer las causas de las decepciones.
Los inconvenientes que acabamos de señalar nos parecen completamente superados por la publicación central y colectiva que los Sres. Didier y Cía. van a emprender con el título de BIBLIOTECA DEL MUNDO INVISIBLE; la misma estará compuesta por una serie de volúmenes, en formato grande in 18º, con siete hojas de impresión o aproximadamente 250 páginas, al precio uniforme de 2 francos. Cada volumen tendrá su número de orden, pero será vendido separadamente, de manera que los interesados tengan la libertad de adquirir aquellos que les agraden, sin estar obligados a comprarlos en su totalidad. Esta colección –que no tiene límites fijos– ofrecerá los medios de publicar, en las mejores condiciones posibles, los trabajos medianímicos obtenidos en los diferentes Centros, con la ventaja de una divulgación muy amplia a través de los corresponsales. Lo que estos editores no harían por medio de opúsculos aislados, lo harán por intermedio de una colección que puede adquirir gran importancia.
El nombre de Biblioteca del Mundo Invisible es el título general de la colección;pero cada volumen llevará un título especial para designar su procedencia y su objeto, beneficiando al autor, sin que éste tenga que inmiscuirse en el producto de las obras que son ajenas a él. Es una publicación colectiva, pero sin dependencia mutua entre los productores, donde cada uno corre por su cuenta, ateniéndose al mérito de su obra, aunque aproveche la publicidad en común.
Los editores no se comprometen, de modo alguno, a publicar en esta colección todo lo que les sea presentado; al contrario, se reservan expresamente el derecho de hacer una selección rigurosa. Los volúmenes, que serían impresos a expensas de los autores, podrán entrar en la colección si fueren aceptados y si estuvieren en las condiciones requeridas de formato y de precio.
Personalmente, somos completamente ajenos al conjunto de esta publicación y a su administración, las cuales no tienen nada en común con la Revista Espírita, ni con nuestras obras especiales sobre la materia; damos aquí nuestra aprobación y nuestro apoyo moral porque lo juzgamos útil y por ser la mejor vía abierta para las publicaciones de los médiums, de los Grupos y de las Sociedades. En ella colaboraremos como los otros, por nuestra propia cuenta, solamente asumiendo la responsabilidad de lo que lleve nuestro nombre.
Además de las obras especiales que podremos aportar a esta colección, ofreceremos, con el título particular de Carpeta Espírita, algunos volúmenes que se componen de comunicaciones seleccionadas, ya sea entre las que son obtenidas en nuestras reuniones de París o entre las que nos son enviadas por los médiums y por los Grupos franceses y extranjeros que se corresponden con nosotros, y que no desearían hacer publicaciones personales. Al emanar de fuentes diferentes, estas comunicaciones tendrán el atractivo de la variedad; agregaremos a las mismas, según las circunstancias, los comentarios necesarios para una mayor comprensión y desarrollo. El orden, la clasificación y todas las disposiciones materiales serán objeto de una atención particular.
No teniendo como objetivo ningún beneficio personal con estas publicaciones, nuestra intención es ceder los derechos adquiridos para la distribución gratuita de nuestras obras sobre el Espiritismo en favor de las personas que no puedan comprarlas o en beneficio de cualquier otro empleo que sea juzgado útil a la propagación de la Doctrina, según las condiciones que fueren fijadas ulteriormente.
Creemos que este plan responde a todas las necesidades, y no dudamos que sea recibido con fervor por todos los amigos sinceros de la Doctrina.
Al dar estas comunicaciones, los Espíritus tienen como propósito la instrucción general, la propagación de los principios de la Doctrina, y este objetivo no sería alcanzado si las mismas –como ya lo hemos dicho– quedasen olvidadas en los archivos de aquellos que las obtienen. Por lo tanto, es útil difundirlas por medio de su publicación; de esto resultará otra ventaja muy importante: la de probar la concordancia de las enseñanzas espontáneas dadas por los Espíritus sobre todos los puntos fundamentales, neutralizando la influencia de los sistemas erróneos al probar su aislamiento.
Se trata, pues, de examinar el modo de publicación que mejor puede alcanzar dicho objetivo, y para esto es necesario considerar los dos puntos siguientes: el medio que ofrece más posibilidades de extensión de las publicaciones, y las condiciones más apropiadas para dar al lector una impresión favorable, ya sea por la elección juiciosa de los temas como por la disposición material. Por no tomar en cuenta ciertas consideraciones a veces formales, las mejores obras son frecuentemente nacidas muertas. Este examen es resultado de la experiencia; al respecto, ciertos editores tienen un tacto que les señala el hábito de los gustos del público y que les permite evaluar, casi con seguridad, las posibilidades de éxito de una publicación, haciendo abstracción del mérito intrínseco de la obra.
El desarrollo que toman las comunicaciones espíritas nos pone en la imposibilidad material de incluir a todas en nuestra Revista. Para abarcar el cuadro entero, sería preciso darle una extensión tal que obligaría a dejarla a un precio fuera del alcance de mucha gente. Por lo tanto, se hace necesario encontrar un medio de ofrecerla en las mejores condiciones para todos. En principio, examinemos los pros y los contras de los diferentes sistemas que podrían ser empleados.
1º) Publicaciones periódicas locales – Ellas presentan dos inconvenientes: el primero, que son casi siempre restrictas a la localidad; el segundo, que una publicación periódica, antes de ser suministrada y distribuida en fechas fijas, necesita de un material burocrático y de gastos regulares, a los cuales es necesario cubrir a toda costa, bajo pena de interrupción. Si los diarios locales que se dirigen al público, en su conjunto, tienen frecuentemente dificultades para sobrevivir, con más fuerte razón sería así con una publicación que sólo se dirigiese a un público restricto, porque se ilusionaría en vano con la esperanza de contar con muchos suscriptores de afuera, sobre todo si esas publicaciones se fuesen multiplicando.
2º) Publicaciones locales no periódicas – Una Sociedad, un Grupo, los Grupos de una misma ciudad, podrían reunir sus comunicaciones, como lo han hecho en Metz, en opúsculos independientes unos de los otros, y publicarlas en fechas indeterminadas. Este modo es incomparablemente preferible al anterior, desde el punto de vista financiero, porque no contrae ningún compromiso, y las personas son libres para parar cuando quieran. Pero existe siempre el inconveniente de la restricción de la publicidad. Para divulgar esos opúsculos fuera del círculo local, sería preciso tener expensas con anuncios, lo que frecuentemente se evita, o sería necesario tener una librería central con numerosos corresponsales que se encargasen de solventar los gastos. Mas aquí se presenta otra dificultad: los libreros, en general, no se ocupan de buen grado con obras que ellos no editan; por lo demás, no quieren saturar sus corresponsales con publicaciones sin importancia para ellos y de consumo incierto, hechas a menudo en malas condiciones de venta por el formato o por el precio y que, además del inconveniente de desagradar a los corresponsales, tendrían que acarrear con los costos de devolución. Son consideraciones que la mayoría de los autores, ajenos al oficio de la librería, no comprenden, sin hablar de los que, creyendo que sus obras son excelentes, se admiran de que ningún editor se disponga a publicarlas; aquellos que las imprimen a sus expensas deben tener en cuenta que, sean cuales fueren las ventajas que ofrezcan a los libreros, la obra tendrá que esperar por los interesados si, en términos profesionales, no estuviere en condiciones de venta.
Pedimos disculpas a nuestros lectores por entrar en detalles tan terrenales a propósito de las cosas celestiales, pero es precisamente en interés de la propagación de las buenas cosas que queremos precavernos contra las ilusiones de la inexperiencia.
3º) Publicaciones individuales de los médiums – Todas las reflexiones anteriores se aplican naturalmente a la divulgación de las publicaciones individuales que ciertos médiums podrían hacer con las comunicaciones que reciben; pero, además de la dificultad que la mayoría de ellos enfrenta, las mismas tienen otro inconveniente: es que, en general, poseen un sello de uniformidad que las vuelve monótonas, y perjudicaría tanto más su venta cuanto más se multiplicasen. Ellas podrían ser atractivas si, al abordar un tema determinado, formasen un todo y presentaran un conjunto, ya sea de la obra de un único Espíritu o de varios.
Estas reflexiones no son absolutas, y sin duda habrán excepciones; pero no se puede negar que reposan sobre un fondo de verdad. Además, lo que nosotros decimos no es para imponer nuestras ideas, de las cuales cada uno es libre para tener en cuenta o no; sólo que, como se publica con la esperanza de un resultado, creemos que es un deber exponer las causas de las decepciones.
Los inconvenientes que acabamos de señalar nos parecen completamente superados por la publicación central y colectiva que los Sres. Didier y Cía. van a emprender con el título de BIBLIOTECA DEL MUNDO INVISIBLE; la misma estará compuesta por una serie de volúmenes, en formato grande in 18º, con siete hojas de impresión o aproximadamente 250 páginas, al precio uniforme de 2 francos. Cada volumen tendrá su número de orden, pero será vendido separadamente, de manera que los interesados tengan la libertad de adquirir aquellos que les agraden, sin estar obligados a comprarlos en su totalidad. Esta colección –que no tiene límites fijos– ofrecerá los medios de publicar, en las mejores condiciones posibles, los trabajos medianímicos obtenidos en los diferentes Centros, con la ventaja de una divulgación muy amplia a través de los corresponsales. Lo que estos editores no harían por medio de opúsculos aislados, lo harán por intermedio de una colección que puede adquirir gran importancia.
El nombre de Biblioteca del Mundo Invisible es el título general de la colección;pero cada volumen llevará un título especial para designar su procedencia y su objeto, beneficiando al autor, sin que éste tenga que inmiscuirse en el producto de las obras que son ajenas a él. Es una publicación colectiva, pero sin dependencia mutua entre los productores, donde cada uno corre por su cuenta, ateniéndose al mérito de su obra, aunque aproveche la publicidad en común.
Los editores no se comprometen, de modo alguno, a publicar en esta colección todo lo que les sea presentado; al contrario, se reservan expresamente el derecho de hacer una selección rigurosa. Los volúmenes, que serían impresos a expensas de los autores, podrán entrar en la colección si fueren aceptados y si estuvieren en las condiciones requeridas de formato y de precio.
Personalmente, somos completamente ajenos al conjunto de esta publicación y a su administración, las cuales no tienen nada en común con la Revista Espírita, ni con nuestras obras especiales sobre la materia; damos aquí nuestra aprobación y nuestro apoyo moral porque lo juzgamos útil y por ser la mejor vía abierta para las publicaciones de los médiums, de los Grupos y de las Sociedades. En ella colaboraremos como los otros, por nuestra propia cuenta, solamente asumiendo la responsabilidad de lo que lleve nuestro nombre.
Además de las obras especiales que podremos aportar a esta colección, ofreceremos, con el título particular de Carpeta Espírita, algunos volúmenes que se componen de comunicaciones seleccionadas, ya sea entre las que son obtenidas en nuestras reuniones de París o entre las que nos son enviadas por los médiums y por los Grupos franceses y extranjeros que se corresponden con nosotros, y que no desearían hacer publicaciones personales. Al emanar de fuentes diferentes, estas comunicaciones tendrán el atractivo de la variedad; agregaremos a las mismas, según las circunstancias, los comentarios necesarios para una mayor comprensión y desarrollo. El orden, la clasificación y todas las disposiciones materiales serán objeto de una atención particular.
No teniendo como objetivo ningún beneficio personal con estas publicaciones, nuestra intención es ceder los derechos adquiridos para la distribución gratuita de nuestras obras sobre el Espiritismo en favor de las personas que no puedan comprarlas o en beneficio de cualquier otro empleo que sea juzgado útil a la propagación de la Doctrina, según las condiciones que fueren fijadas ulteriormente.
Creemos que este plan responde a todas las necesidades, y no dudamos que sea recibido con fervor por todos los amigos sinceros de la Doctrina.
Control de la enseñanza espírita
La organización que hemos propuesto para la formación de Grupos Espíritas tiene como objetivo preparar los caminos que deben facilitar las relaciones mutuas entre sí. Entre las ventajas que deben resultar de esas relaciones, es necesario poner en primera línea la unidad de doctrina, que será su consecuencia natural. Esta unidad ya está realizada en gran parte, siendo que las bases fundamentales del Espiritismo se encuentran hoy admitidas por la inmensa mayoría de los adeptos. Pero aún hay cuestiones dudosas, ya sea porque no hayan sido resueltas o porque lo fueron en sentidos diferentes por los hombres, e incluso por los Espíritus.
Si los sistemas son algunas veces el producto de cerebros humanos, se sabe que ciertos Espíritus no se quedan atrás, al respecto; en efecto, se ve que trazan ideas frecuentemente absurdas con una maravillosa destreza, encadenándolas con mucho arte y haciendo de las mismas un conjunto más ingenioso que sólido, pero que podría falsear la opinión de personas que no se dan el trabajo de profundizarlas o que son incapaces de hacerlo por insuficiencia de sus conocimientos. Sin duda, las ideas falsas terminan cayendo delante de la experiencia y de la lógica inflexible; pero antes de eso pueden lanzar la incertidumbre. También se sabe que, según su elevación, los Espíritus pueden tener una manera de ver más o menos justa sobre ciertos puntos; que las firmas de sus comunicaciones ni siempre son una garantía de autenticidad, y que a veces los Espíritus orgullosos buscan introducir utopías al abrigo de los nombres respetables que ostentan. Indiscutiblemente, esta es una de las principales dificultades de la ciencia práctica, y contra la cual muchos se chocaron.
En caso de divergencia, el mejor criterio es la concordancia de la enseñanza dada por diferentes Espíritus y transmitida por médiums completamente extraños entre sí. Cuando el mismo principio sea proclamado o condenado por la mayoría, es necesario rendirse ante la evidencia. Si hay un medio para llegar a la verdad, éste es seguramente el de la concordancia, tanto como el de la racionalidad de las comunicaciones, ayudadas por medios que disponemos para constatar la superioridad o la inferioridad de los Espíritus; al dejar de ser individual para volverse colectiva, la opinión adquiere un grado mayor de autenticidad, ya que no puede ser considerada como resultado de una influencia personal o local. Los que aún están inseguros, tendrán una base para establecer sus ideas, porque sería irracional pensar que aquel que en su punto de vista está solo, o casi solo, tenga razón contra todos.
Lo que sobre todo ha contribuido al crédito de la doctrina de El Libro de los Espíritus es precisamente que, siendo el producto de un trabajo semejante, encuentra eco en todas partes; como ya lo hemos dicho, no es el resultado de la enseñanza de un único Espíritu, que podría ser sistemático, ni de un único médium, que podría ser engañado; al contrario, es una enseñanza colectiva, dada por una gran diversidad de Espíritus y de médiums, siendo que los principios que contiene son confirmados en casi todas partes. Decimos en casi todas partes, teniendo en cuenta que –por las razones que hemos explicado antes– hay Espíritus que intentan prevalecer sus ideas personales. Por lo tanto, es útil someter las ideas divergentes al control que proponemos; si la doctrina o si algunos puntos doctrinarios que profesamos fueren reconocidos unánimemente como erróneos, nos someteríamos sin murmurar, sintiéndonos felices de que otros hayan encontrado la verdad; pero si, al contrario, son confirmados, nos permitimos creer que estamos con la verdad.
La Sociedad Espírita de París, al comprender toda la importancia de semejante trabajo, y habiéndolo aplicado primeramente a sí misma para su instrucción, probando después que de manera alguna pretende ser el árbitro absoluto de las doctrinas que profesa, someterá a los diferentes Grupos que se corresponden con Ella las cuestiones que crea más útiles para la propagación de la verdad. Estas cuestiones serán remitidas, según las circunstancias, ya sea por correspondencia particular o por intermedio de la Revista Espírita.
Se concibe que para Ella, y en razón del modo serio con el cual encara el Espiritismo, la autoridad de las comunicaciones depende de las condiciones en que se realizan las reuniones, del carácter de los miembros y del objetivo que se proponen con las mismas; las comunicaciones, al emanar de Grupos formados sobre las bases indicadas en nuestro artículo acerca de la organización del Espiritismo, tendrán tanto más peso a sus ojos cuanto mejores fueren las condiciones de esos Grupos.
Sometemos a nuestros corresponsales las siguientes cuestiones, a la espera de aquellas que les enviaremos ulteriormente.
Si los sistemas son algunas veces el producto de cerebros humanos, se sabe que ciertos Espíritus no se quedan atrás, al respecto; en efecto, se ve que trazan ideas frecuentemente absurdas con una maravillosa destreza, encadenándolas con mucho arte y haciendo de las mismas un conjunto más ingenioso que sólido, pero que podría falsear la opinión de personas que no se dan el trabajo de profundizarlas o que son incapaces de hacerlo por insuficiencia de sus conocimientos. Sin duda, las ideas falsas terminan cayendo delante de la experiencia y de la lógica inflexible; pero antes de eso pueden lanzar la incertidumbre. También se sabe que, según su elevación, los Espíritus pueden tener una manera de ver más o menos justa sobre ciertos puntos; que las firmas de sus comunicaciones ni siempre son una garantía de autenticidad, y que a veces los Espíritus orgullosos buscan introducir utopías al abrigo de los nombres respetables que ostentan. Indiscutiblemente, esta es una de las principales dificultades de la ciencia práctica, y contra la cual muchos se chocaron.
En caso de divergencia, el mejor criterio es la concordancia de la enseñanza dada por diferentes Espíritus y transmitida por médiums completamente extraños entre sí. Cuando el mismo principio sea proclamado o condenado por la mayoría, es necesario rendirse ante la evidencia. Si hay un medio para llegar a la verdad, éste es seguramente el de la concordancia, tanto como el de la racionalidad de las comunicaciones, ayudadas por medios que disponemos para constatar la superioridad o la inferioridad de los Espíritus; al dejar de ser individual para volverse colectiva, la opinión adquiere un grado mayor de autenticidad, ya que no puede ser considerada como resultado de una influencia personal o local. Los que aún están inseguros, tendrán una base para establecer sus ideas, porque sería irracional pensar que aquel que en su punto de vista está solo, o casi solo, tenga razón contra todos.
Lo que sobre todo ha contribuido al crédito de la doctrina de El Libro de los Espíritus es precisamente que, siendo el producto de un trabajo semejante, encuentra eco en todas partes; como ya lo hemos dicho, no es el resultado de la enseñanza de un único Espíritu, que podría ser sistemático, ni de un único médium, que podría ser engañado; al contrario, es una enseñanza colectiva, dada por una gran diversidad de Espíritus y de médiums, siendo que los principios que contiene son confirmados en casi todas partes. Decimos en casi todas partes, teniendo en cuenta que –por las razones que hemos explicado antes– hay Espíritus que intentan prevalecer sus ideas personales. Por lo tanto, es útil someter las ideas divergentes al control que proponemos; si la doctrina o si algunos puntos doctrinarios que profesamos fueren reconocidos unánimemente como erróneos, nos someteríamos sin murmurar, sintiéndonos felices de que otros hayan encontrado la verdad; pero si, al contrario, son confirmados, nos permitimos creer que estamos con la verdad.
La Sociedad Espírita de París, al comprender toda la importancia de semejante trabajo, y habiéndolo aplicado primeramente a sí misma para su instrucción, probando después que de manera alguna pretende ser el árbitro absoluto de las doctrinas que profesa, someterá a los diferentes Grupos que se corresponden con Ella las cuestiones que crea más útiles para la propagación de la verdad. Estas cuestiones serán remitidas, según las circunstancias, ya sea por correspondencia particular o por intermedio de la Revista Espírita.
Se concibe que para Ella, y en razón del modo serio con el cual encara el Espiritismo, la autoridad de las comunicaciones depende de las condiciones en que se realizan las reuniones, del carácter de los miembros y del objetivo que se proponen con las mismas; las comunicaciones, al emanar de Grupos formados sobre las bases indicadas en nuestro artículo acerca de la organización del Espiritismo, tendrán tanto más peso a sus ojos cuanto mejores fueren las condiciones de esos Grupos.
Sometemos a nuestros corresponsales las siguientes cuestiones, a la espera de aquellas que les enviaremos ulteriormente.
Cuestiones y problemas propuestos a los diferentes Grupos Espíritas
1º) Formación de la TierraExisten dos sistemas acerca del origen y de la formación de la Tierra. Según la opinión más común, y que generalmente parece adoptada por la Ciencia, la Tierra sería el producto de la condensación gradual de la materia cósmica sobre un determinado punto del espacio; lo mismo habría sucedido con todos los planetas.
Según otro sistema, preconizado en estos últimos tiempos, conforme la revelación de un Espíritu, la Tierra habría sido formada por la incrustación de cuatro satélites de un antiguo planeta desaparecido; esta agregación habría sido la resultante de la propia voluntad del alma de esos planetas; un quinto satélite, nuestra Luna, se habría negado a esa asociación, en virtud de su libre albedrío. Los vacíos dejados entre ellos por la ausencia de la Luna habrían formado las cavidades que serían llenadas por los mares. Cada uno de esos planetas habría traído consigo a seres en estado de catalepsia –hombres, animales y plantas– que le eran peculiares. Después de operada la agregación y restablecido el equilibrio, estos seres, al salir de su letargo, habrían poblado el globo actual. Tal sería el origen de las razas madres del hombre en la Tierra: la raza negra en África, la amarilla en Asia, la raza roja en América y la blanca en Europa.
¿Cuál de estos dos sistemas puede ser considerado como la expresión de la verdad?
Solicitamos sobre este asunto, así como sobre las otras cuestiones, una solución explícita y racional.
Nota – Es verdad que esta y algunas otras cuestiones se alejan del punto de vista moral, que es el objetivo esencial del Espiritismo; es por eso que sería un error hacer de las mismas el objeto de preocupaciones constantes. Sabemos, además, en lo que concierne al principio de las cosas, que los Espíritus, al no saber todo, sólo dicen lo que saben o lo que creen que saben. Pero como hay personas que podrían sacar provecho de la divergencia de esos sistemas haciendo una inducción contra la unidad del Espiritismo, precisamente porque los mismos son formulados por Espíritus, es útil poder comparar las razones a favor o en contra, en interés de la propia Doctrina, y apoyar en el asentimiento de la mayoría el juicio que se puede hacer del valor de ciertas comunicaciones.
Según otro sistema, preconizado en estos últimos tiempos, conforme la revelación de un Espíritu, la Tierra habría sido formada por la incrustación de cuatro satélites de un antiguo planeta desaparecido; esta agregación habría sido la resultante de la propia voluntad del alma de esos planetas; un quinto satélite, nuestra Luna, se habría negado a esa asociación, en virtud de su libre albedrío. Los vacíos dejados entre ellos por la ausencia de la Luna habrían formado las cavidades que serían llenadas por los mares. Cada uno de esos planetas habría traído consigo a seres en estado de catalepsia –hombres, animales y plantas– que le eran peculiares. Después de operada la agregación y restablecido el equilibrio, estos seres, al salir de su letargo, habrían poblado el globo actual. Tal sería el origen de las razas madres del hombre en la Tierra: la raza negra en África, la amarilla en Asia, la raza roja en América y la blanca en Europa.
¿Cuál de estos dos sistemas puede ser considerado como la expresión de la verdad?
Solicitamos sobre este asunto, así como sobre las otras cuestiones, una solución explícita y racional.
Nota – Es verdad que esta y algunas otras cuestiones se alejan del punto de vista moral, que es el objetivo esencial del Espiritismo; es por eso que sería un error hacer de las mismas el objeto de preocupaciones constantes. Sabemos, además, en lo que concierne al principio de las cosas, que los Espíritus, al no saber todo, sólo dicen lo que saben o lo que creen que saben. Pero como hay personas que podrían sacar provecho de la divergencia de esos sistemas haciendo una inducción contra la unidad del Espiritismo, precisamente porque los mismos son formulados por Espíritus, es útil poder comparar las razones a favor o en contra, en interés de la propia Doctrina, y apoyar en el asentimiento de la mayoría el juicio que se puede hacer del valor de ciertas comunicaciones.
2º) El alma de la Tierra
Encontramos la siguiente proposición en un opúsculo intitulado: Resumen de la religión armónica.
«Dios creó al hombre, a la mujer y a todos los más bellos y mejores seres. Pero concedió a las almas de los astros el poder de crear a seres de un orden inferior, a fin de completar esta clase de seres, ya sea por la combinación de su propio fluido prolífico –conocido en nuestro globo con el nombre de aurora boreal– o por la combinación de ese fluido con el de otros astros. Ahora bien, el alma del globo terrestre que –como las almas humanas– tiene su libre albedrío, es decir, la facultad de elegir el camino del bien o del mal, se dejó arrastrar por este último. De ahí las creaciones imperfectas y malas, tales como los animales feroces y venenosos, y los vegetales que producen venenos. Pero la humanidad hará desaparecer a esos seres dañinos cuando, al ponerse de acuerdo con el alma de la Tierra para marchar en el camino del bien, se ocupe de una manera más inteligente de la gestión del globo terrestre, en el cual será creada una clase más perfecta.»
¿Qué hay de verdadero en esta proposición, y qué se debe entender por el alma de la Tierra?
«Dios creó al hombre, a la mujer y a todos los más bellos y mejores seres. Pero concedió a las almas de los astros el poder de crear a seres de un orden inferior, a fin de completar esta clase de seres, ya sea por la combinación de su propio fluido prolífico –conocido en nuestro globo con el nombre de aurora boreal– o por la combinación de ese fluido con el de otros astros. Ahora bien, el alma del globo terrestre que –como las almas humanas– tiene su libre albedrío, es decir, la facultad de elegir el camino del bien o del mal, se dejó arrastrar por este último. De ahí las creaciones imperfectas y malas, tales como los animales feroces y venenosos, y los vegetales que producen venenos. Pero la humanidad hará desaparecer a esos seres dañinos cuando, al ponerse de acuerdo con el alma de la Tierra para marchar en el camino del bien, se ocupe de una manera más inteligente de la gestión del globo terrestre, en el cual será creada una clase más perfecta.»
¿Qué hay de verdadero en esta proposición, y qué se debe entender por el alma de la Tierra?
3º) Sede del alma humana
Leemos en la misma obra el siguiente pasaje, citado como extracto de Clef de la vie, página 754:
«El alma es de naturaleza luminosa divina: tiene la forma del ser humano que ella anima. Reside en un espacio situado en la sustancia cerebral mediana, que reúne los dos lóbulos del cerebro por su base. En el hombre armonioso y en la unidad, el alma –diamante resplandeciente– es cubierta por una luminosa corona blanca: es la corona de la armonía.»
¿Qué hay de verdadero en esta proposición?
«El alma es de naturaleza luminosa divina: tiene la forma del ser humano que ella anima. Reside en un espacio situado en la sustancia cerebral mediana, que reúne los dos lóbulos del cerebro por su base. En el hombre armonioso y en la unidad, el alma –diamante resplandeciente– es cubierta por una luminosa corona blanca: es la corona de la armonía.»
¿Qué hay de verdadero en esta proposición?
4º) Morada de las almas
En la misma obra leemos:
«Mientras habitan las regiones planetarias, los Espíritus son obligados a reencarnarse para progresar. Desde el momento en que llegan a las regiones solares, no tienen más necesidad de reencarnación y progresan yendo a habitar otros soles de un orden superior, y desde estos soles pasan a las regiones celestiales. La Vía Láctea, cuya luz es tan suave, es la morada de los ángeles o Espíritus superiores.
¿Esto es verdad?
«Mientras habitan las regiones planetarias, los Espíritus son obligados a reencarnarse para progresar. Desde el momento en que llegan a las regiones solares, no tienen más necesidad de reencarnación y progresan yendo a habitar otros soles de un orden superior, y desde estos soles pasan a las regiones celestiales. La Vía Láctea, cuya luz es tan suave, es la morada de los ángeles o Espíritus superiores.
¿Esto es verdad?
5º) Manifestaciones de los Espíritus
Según la doctrina enseñada por un Espíritu, ningún Espíritu humano puede manifestarse ni comunicarse con los hombres, ni servir de intermediario entre Dios y la humanidad, teniendo en cuenta que Dios, al ser omnipotente y omnipresente, no necesita de auxiliares para la ejecución de su voluntad, y que hace todo por sí mismo. En todas las comunicaciones llamadas espíritas, sólo Dios se manifiesta, tomando la forma en las apariciones, y el lenguaje en las comunicaciones escritas, de los Espíritus evocados y con los cuales se cree hablar. Por consiguiente, desde que un hombre está muerto, no puede más establecer relaciones con los que ha dejado en la Tierra, antes de que ellos hayan alcanzado el mismo grado de adelanto en el mundo de los Espíritus, a través de una serie de reencarnaciones sucesivas durante las cuales progresan. Como sólo Dios puede manifestarse, de esto se deduce que las comunicaciones groseras, triviales, blasfemas y mentirosas son igualmente dadas por Él, pero como prueba, del mismo modo que da las buenas comunicaciones para instruir. El Espíritu que ha dictado esta teoría dice, necesariamente, que es el propio Dios; con este nombre ha formulado una muy extensa doctrina filosófica, social y religiosa.
¿Qué pensar de este sistema, de sus consecuencias y de la naturaleza del Espíritu que lo enseña?
¿Qué pensar de este sistema, de sus consecuencias y de la naturaleza del Espíritu que lo enseña?
6º) Los ángeles rebeldes, los ángeles caídos y el paraíso perdido
¿Qué se debe pensar de la teoría emitida sobre el tema, en un artículo anterior publicado por el Sr. Allan Kardec?
De lo Sobrenatural
Por el Sr. Guizot
(2º artículo – Véase el número de diciembre de 1861)
Hemos publicado, en nuestro último número, el elocuente y notable capítulo del Sr. Guizot: De lo Sobrenatural, del cual nos proponemos hacer algunas observaciones críticas, que en nada disminuyen nuestra admiración para el ilustre y erudito escritor.
El Sr. Guizot cree en lo sobrenatural; acerca de este punto, como de muchos otros, es muy importante que nos entendamos sobre las palabras. En su acepción propia, sobrenatural significa lo que está por encima de la Naturaleza, fuera de las leyes de la Naturaleza. Lo sobrenatural, propiamente dicho, no estaría entonces sujeto a leyes; es una excepción, una derogación de las leyes que rigen la Creación; en una palabra, es sinónimo de milagro. En el sentido propio, esas dos palabras han pasado al lenguaje figurado, sirviendo para designar todo lo que sea extraordinario, sorprendente, insólito; de una cosa que causa admiración se dice que es milagrosa, así como de una gran extensión se dice que es inconmensurable, y de un número grande se dice que es incalculable, o que una larga duración es eterna, aunque, en rigor, una se pueda medir, otra se logre calcular, y de la última se consiga prever un término. Por la misma razón se califica de sobrenatural aquello que, a primera vista, parece salir de los límites de lo posible. Sobre todo en aquello que no comprende, el vulgo ignorante es muy llevado a tomar esta palabra al pie de la letra. Si por esto se entiende lo que se aparta de las causas conocidas, es admisible; pero, entonces, esa palabra no tiene más un sentido preciso, porque lo que ayer era sobrenatural, ya no lo es más hoy. ¡Cuántas cosas, antiguamente consideradas como tales, la Ciencia no hizo entrar en el dominio de las leyes naturales! Sean cuales fueren los progresos que se hayan realizado, ¿es posible jactarse de tener el conocimiento de todos los secretos de Dios? La Naturaleza, ¿nos ha dicho la última palabra sobre todas las cosas? A cada día, ¿no se reciben desmentidos a esa orgullosa pretensión? Por lo tanto, si lo que ayer era sobrenatural ya no lo es más hoy, podemos lógicamente inferir que aquello que hoy es sobrenatural, puede no serlo más mañana. Nosotros tomamos la palabra sobrenatural en su sentido propio más absoluto, es decir, para designar todo fenómeno contrario a las leyes de la Naturaleza. El carácter del hecho sobrenatural o milagroso es el de ser excepcional; desde el momento en que se repite, es porque está sujeto a una ley conocida o desconocida, y entra en el orden general.
Si se restringe la naturaleza al mundo material, visible, es evidente que las cosas del mundo invisible serán sobrenaturales; pero estando el propio mundo invisible sujeto a leyes, nosotros creemos más lógico definir así a la Naturaleza: El conjunto de las obras de la Creación, regidas por las leyes inmutables de la Divinidad. Si –como lo demuestra el Espiritismo– el mundo invisible es una de las fuerzas, uno de los poderes que actúan sobre la materia, él desempeña un papel importante en la Naturaleza, razón por la cual los fenómenos espíritas no son para nosotros sobrenaturales, ni maravillosos, ni milagrosos; de esto se observa que el Espiritismo, lejos de ampliar el círculo de lo maravilloso, tiende a restringirlo e inclusive a hacerlo desaparecer.
Hemos dicho que el Sr. Guizot cree en lo sobrenatural, pero en el sentido milagroso, lo que de modo alguno implica en la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones; ahora bien, por el hecho de que, para nosotros, los fenómenos espíritas no tienen nada de anormal, no resulta de ello que Dios no haya podido –en ciertos casos– derogar sus leyes, ya que es Todopoderoso. ¿Él lo ha hecho? No es aquí el lugar para examinar esta cuestión; sería necesario para eso discutir, no el principio, sino cada hecho aisladamente. Ahora bien, al observar desde el punto de vista del Sr. Guizot, es decir, desde la realidad de los hechos milagrosos, vamos a intentar combatir la consecuencia que él saca de esto, a saber: que la religión no es posible sin lo sobrenatural y, al contrario, probar que de su sistema deriva la aniquilación de la religión.
El Sr. Guizot parte del principio de que todas las religiones se fundan en lo sobrenatural. Esto es cierto si se entiende por sobrenatural aquello que no se comprende; pero si nos remontamos al estado de los conocimientos humanos a la época de la fundación de todas las religiones conocidas, veremos cuán limitado era entonces el saber de los hombres en Astronomía, en Física, en Química, en Geología, en Fisiología, etc. Si en los tiempos modernos un buen número de fenómenos –hoy perfectamente conocidos y explicados– han pasado por maravillosos, con más fuerte razón debía ser así en los tiempos remotos. Agreguemos que el lenguaje figurado, simbólico y alegórico, usado en todos los pueblos del Oriente, se prestaba naturalmente a las ficciones, cuyo verdadero sentido la ignorancia no permitía descubrir; también agreguemos que los fundadores de las religiones, hombres superiores al vulgo y que sabían más que él, tuvieron que rodearse de un prestigio sobrehumano para impresionar a las masas, lo que algunos ambiciosos aprovecharon para explotar la credulidad: ved a Numa, a Mahoma y a tantos otros. Diréis tal vez que son impostores. Tomemos las religiones que han salido de la ley mosaica: todas adoptan la creación según el Génesis; ahora bien, ¿habrá realmente algo más sobrenatural que esa formación de la Tierra, sacada de la nada, surgida del caos, poblada por todos los seres vivos –hombres, animales y plantas–, todos ellos formados y adultos, y esto en seis días multiplicado por veinticuatro horas, como por arte de magia? ¿No es esto la derogación más formal de las leyes que rigen la materia y la progresión de los seres? Ciertamente que Dios podría hacerlo; pero ¿lo ha hecho? Hasta hace pocos años eso era afirmado como artículo de fe, y he aquí que la Ciencia repone el inmenso hecho del origen del mundo en el orden de los hechos naturales, probando que todo se ha efectuado según las leyes eternas. ¿Sufrió la religión por no tener más como base un hecho maravilloso por excelencia? Indiscutiblemente habría sufrido mucho en su crédito si ella se hubiese obstinado en negar la evidencia, mientras que ganó al entrar en el orden común.
Un hecho mucho menos importante, a pesar de las persecuciones a que dio origen, es el de Josué deteniendo el Sol para prolongar el día en dos horas. Sea el Sol o la Tierra que haya parado, el hecho no deja de ser sobrenatural; es la derogación de una de las leyes más capitales: la de la fuerza que arrastra los mundos. Creyeron que escapaban de la dificultad reconociendo que es la Tierra que gira, pero no tuvieron en cuenta la manzana de Newton, la mecánica celeste de Laplace y la ley de gravitación. Si el movimiento de la Tierra fuese suspendido, no por dos horas, sino por algunos minutos, la fuerza centrífuga cesa y la Tierra se precipitará sobre el Sol. El equilibrio de las aguas en su superficie es mantenido por la continuidad del movimiento; al cesar el movimiento, todo se altera; ahora bien, la historia del mundo no hace mención al menor cataclismo en esa época. No contestamos que Dios haya podido favorecer a Josué, prolongando la claridad del día; ¿qué medio habría empleado? Lo ignoramos. Podría haber sido una aurora boreal, un meteoro o cualquier otro fenómeno que no alterase el orden de las cosas; pero, con toda seguridad, no fue el que durante siglos se tomó como artículo de fe. Que en otros tiempos lo hayan creído, es muy natural; pero hoy esto no es posible, a menos que se reniegue a la Ciencia.
Pero dirán que la religión se apoya en muchos otros hechos que no son explicados ni explicables. Inexplicados, sí; inexplicables, es otra cuestión; ¿sabemos los descubrimientos y los conocimientos que nos reserva el futuro? Bajo el influjo del magnetismo, del sonambulismo y del Espiritismo, ¿ya no vemos reproducirse los éxtasis, las visiones, las apariciones, la visión a distancia, las curas instantáneas, el levantamiento de objetos y de personas, las comunicaciones orales y de otro género con los seres del mundo invisible, fenómenos conocidos desde tiempos inmemoriales, considerados antiguamente como maravillosos, y hoy demostrados como pertenecientes al orden de las cosas naturales según la ley constitutiva de los seres? Los libros sagrados están llenos de hechos calificados de sobrenaturales; pero como éstos son encontrados análogos y aún más maravillosos en todas las religiones paganas de la Antigüedad, si la verdad de una religión dependiera del número y de la naturaleza de esos hechos, no sabríamos cuál de ellas prevalecería.
Como prueba de lo sobrenatural, el Sr. Guizot cita la formación del primer hombre que, según él, fue creado adulto, porque solo –dice– y en el estado de infancia no habría podido alimentarse. Pero si Dios hizo una excepción creándolo adulto, ¿no podría haber hecho otra al darle a la criatura los medios de vivir, y esto sin apartarse del orden establecido? Siendo los animales anteriores al hombre, ¿no podría realizar, en lo que atañe a la primera criatura, la fábula de Rómulo y Remo?
Decimos la primera criatura, cuando deberíamos decir las primeras criaturas, porque la cuestión de un tronco único de la especie humana es muy controvertida. En efecto, las leyes antropológicas demuestran la imposibilidad material que la posteridad de un solo hombre haya podido, en algunos siglos, poblar toda la Tierra y transformarse en las razas negra, amarilla y roja, porque está demostrado que esas diferencias son debidas a la constitución orgánica y no al clima.
El Sr. Guizot sostiene una tesis peligrosa al afirmar que ninguna religión es posible sin lo sobrenatural; si hace asentar las verdades del Cristianismo sobre la base única de lo maravilloso, él pone los cimientos frágiles y las piedras se desprenden a cada día. Nosotros le damos una base más sólida: las leyes inmutables de Dios. Esta base desafía el tiempo y la Ciencia, porque el tiempo y la Ciencia vendrán a sancionarla. Por lo tanto, la tesis del Sr. Guizot lleva directamente a la conclusión de que, en un dado momento, no habrá más religión posible, ni siquiera la religión cristiana, si lo que se considera sobrenatural es demostrado como natural. ¿Ha sido esto lo que él quiso probar? No, pero es la consecuencia de su argumento y hacia allá camina a paso largo, porque por más que se hagan y se multipliquen razonamientos sobre razonamientos, no se llegará a mantener la creencia de que un hecho es sobrenatural, cuando se ha probado que no lo es.
Con relación a ello somos mucho menos escéptico que el Sr. Guizot, y decimos que Dios no es menos digno de nuestra admiración, de nuestro reconocimiento y de nuestro respeto por no haber derogado sus leyes, grandes principalmente por su inmutabilidad, y que no hay necesidad de lo sobrenatural para rendirle el culto que le es debido y, por consecuencia, por tener una religión que encontrará tanto menos incrédulos cuanto más sea sancionada por la razón en todos los puntos. Ahora bien, en nuestra opinión, el Cristianismo no tiene nada que perder con esta sanción; sólo puede ganar con eso: si algo lo perjudicó, en la opinión de muchas personas, fue precisamente el abuso de lo maravilloso y de lo sobrenatural. Haced que los hombres vean la grandeza y el poder de Dios en todas sus obras; mostradles su sabiduría y su admirable providencia, desde la germinación de la más pequeña hierba hasta el mecanismo del Universo, y las maravillas no faltarán. Reemplazad en su Espíritu la idea de un Dios envidioso, colérico, vengativo e implacable, por la de un Dios soberanamente justo, bueno y misericordioso, que no condena a suplicios eternos y sin esperanza por faltas temporarias. Que el hombre, desde la niñez, sea alimentado con esas ideas que crecerán con la razón, y con esto haréis creyentes más firmes y sinceros, en vez de entretenerlos con alegorías, impuestas al pie de la letra y que, más tarde, serán rechazadas, llevándolos a dudar de todo e inclusive a negar todo. Si queréis mantener la religión en la senda ilusoria de lo maravilloso, sólo habrá un medio: mantener a los hombres en la ignorancia; ved si eso es posible. De tanto mostrar la acción de Dios en los prodigios y en las excepciones, dejan de mostrarla en las maravillas que están bajo nuestros pies.
Se objetará, sin duda, el nacimiento milagroso del Cristo, que no se sabría explicar por las leyes naturales y que es una de las pruebas más notables de su carácter divino. No es aquí el lugar de examinar esta cuestión; pero decimos una vez más que no cuestionamos el poder de Dios para derogar sus leyes; lo que cuestionamos es la necesidad absoluta de esta derogación para el establecimiento de cualquier religión. Dirán que el Magnetismo y el Espiritismo, al reproducir fenómenos considerados milagrosos, son contrarios a la religión actual, porque tienden a quitar el carácter sobrenatural de esos hechos. ¿Qué hacer, entonces, si los hechos son reales? No se los impedirá, ya que dichos hechos no son el privilegio de un hombre, sino que se producen en el mundo entero. Lo mismo se podría decir de la Física, de la Química, de la Astronomía, de la Geología, de la Meteorología, en una palabra, de todas las Ciencias. Al respecto, diremos que el escepticismo de mucha gente no tiene otro origen sino la imposibilidad, para ellos, de esos hechos excepcionales; al negar la base sobre la cual se apoyan, niegan todo el resto. Probadles la posibilidad y la realidad de tales hechos, reproduciéndolos ante sus ojos, y serán forzados a creer en los mismos. –¡Pero esto es retirar del Cristo su carácter divino! –¿Preferís, pues, que ellos no crean absolutamente en nada a que crean en algo? ¿Habrá sólo ese medio para probar la misión divina del Cristo? Su carácter, ¿no resalta cien veces mejor de la sublimidad de su doctrina y del ejemplo que Él ha dado de todas sus virtudes? Si ese carácter solamente se ve en los hechos materiales que practicó, ¿otros no los realizaron de forma similar, como Apolonio de Tiana, su contemporáneo? ¿Por qué, entonces, el Cristo lo superó? Porque hizo un milagro mucho mayor que transformar el agua en vino, que alimentar a cuatro mil hombres con cinco panes, que curar a epilépticos, que dar la vista a los ciegos y que hacer andar a los paralíticos: ese milagro es el de haber cambiado la faz del mundo; es la revolución hecha por la simple palabra de un hombre que salió del pesebre de un establo, que predicó durante tres años –sin haber escrito nada– y que solamente fue ayudado por algunos pescadores modestos e ignorantes. He aquí el verdadero prodigio, en el cual es necesario ser ciego para no ver la mano de Dios. Compenetrad a los hombres de esta verdad, pues es el mejor medio de que los creyentes tengan una base sólida.
El Sr. Guizot cree en lo sobrenatural; acerca de este punto, como de muchos otros, es muy importante que nos entendamos sobre las palabras. En su acepción propia, sobrenatural significa lo que está por encima de la Naturaleza, fuera de las leyes de la Naturaleza. Lo sobrenatural, propiamente dicho, no estaría entonces sujeto a leyes; es una excepción, una derogación de las leyes que rigen la Creación; en una palabra, es sinónimo de milagro. En el sentido propio, esas dos palabras han pasado al lenguaje figurado, sirviendo para designar todo lo que sea extraordinario, sorprendente, insólito; de una cosa que causa admiración se dice que es milagrosa, así como de una gran extensión se dice que es inconmensurable, y de un número grande se dice que es incalculable, o que una larga duración es eterna, aunque, en rigor, una se pueda medir, otra se logre calcular, y de la última se consiga prever un término. Por la misma razón se califica de sobrenatural aquello que, a primera vista, parece salir de los límites de lo posible. Sobre todo en aquello que no comprende, el vulgo ignorante es muy llevado a tomar esta palabra al pie de la letra. Si por esto se entiende lo que se aparta de las causas conocidas, es admisible; pero, entonces, esa palabra no tiene más un sentido preciso, porque lo que ayer era sobrenatural, ya no lo es más hoy. ¡Cuántas cosas, antiguamente consideradas como tales, la Ciencia no hizo entrar en el dominio de las leyes naturales! Sean cuales fueren los progresos que se hayan realizado, ¿es posible jactarse de tener el conocimiento de todos los secretos de Dios? La Naturaleza, ¿nos ha dicho la última palabra sobre todas las cosas? A cada día, ¿no se reciben desmentidos a esa orgullosa pretensión? Por lo tanto, si lo que ayer era sobrenatural ya no lo es más hoy, podemos lógicamente inferir que aquello que hoy es sobrenatural, puede no serlo más mañana. Nosotros tomamos la palabra sobrenatural en su sentido propio más absoluto, es decir, para designar todo fenómeno contrario a las leyes de la Naturaleza. El carácter del hecho sobrenatural o milagroso es el de ser excepcional; desde el momento en que se repite, es porque está sujeto a una ley conocida o desconocida, y entra en el orden general.
Si se restringe la naturaleza al mundo material, visible, es evidente que las cosas del mundo invisible serán sobrenaturales; pero estando el propio mundo invisible sujeto a leyes, nosotros creemos más lógico definir así a la Naturaleza: El conjunto de las obras de la Creación, regidas por las leyes inmutables de la Divinidad. Si –como lo demuestra el Espiritismo– el mundo invisible es una de las fuerzas, uno de los poderes que actúan sobre la materia, él desempeña un papel importante en la Naturaleza, razón por la cual los fenómenos espíritas no son para nosotros sobrenaturales, ni maravillosos, ni milagrosos; de esto se observa que el Espiritismo, lejos de ampliar el círculo de lo maravilloso, tiende a restringirlo e inclusive a hacerlo desaparecer.
Hemos dicho que el Sr. Guizot cree en lo sobrenatural, pero en el sentido milagroso, lo que de modo alguno implica en la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones; ahora bien, por el hecho de que, para nosotros, los fenómenos espíritas no tienen nada de anormal, no resulta de ello que Dios no haya podido –en ciertos casos– derogar sus leyes, ya que es Todopoderoso. ¿Él lo ha hecho? No es aquí el lugar para examinar esta cuestión; sería necesario para eso discutir, no el principio, sino cada hecho aisladamente. Ahora bien, al observar desde el punto de vista del Sr. Guizot, es decir, desde la realidad de los hechos milagrosos, vamos a intentar combatir la consecuencia que él saca de esto, a saber: que la religión no es posible sin lo sobrenatural y, al contrario, probar que de su sistema deriva la aniquilación de la religión.
El Sr. Guizot parte del principio de que todas las religiones se fundan en lo sobrenatural. Esto es cierto si se entiende por sobrenatural aquello que no se comprende; pero si nos remontamos al estado de los conocimientos humanos a la época de la fundación de todas las religiones conocidas, veremos cuán limitado era entonces el saber de los hombres en Astronomía, en Física, en Química, en Geología, en Fisiología, etc. Si en los tiempos modernos un buen número de fenómenos –hoy perfectamente conocidos y explicados– han pasado por maravillosos, con más fuerte razón debía ser así en los tiempos remotos. Agreguemos que el lenguaje figurado, simbólico y alegórico, usado en todos los pueblos del Oriente, se prestaba naturalmente a las ficciones, cuyo verdadero sentido la ignorancia no permitía descubrir; también agreguemos que los fundadores de las religiones, hombres superiores al vulgo y que sabían más que él, tuvieron que rodearse de un prestigio sobrehumano para impresionar a las masas, lo que algunos ambiciosos aprovecharon para explotar la credulidad: ved a Numa, a Mahoma y a tantos otros. Diréis tal vez que son impostores. Tomemos las religiones que han salido de la ley mosaica: todas adoptan la creación según el Génesis; ahora bien, ¿habrá realmente algo más sobrenatural que esa formación de la Tierra, sacada de la nada, surgida del caos, poblada por todos los seres vivos –hombres, animales y plantas–, todos ellos formados y adultos, y esto en seis días multiplicado por veinticuatro horas, como por arte de magia? ¿No es esto la derogación más formal de las leyes que rigen la materia y la progresión de los seres? Ciertamente que Dios podría hacerlo; pero ¿lo ha hecho? Hasta hace pocos años eso era afirmado como artículo de fe, y he aquí que la Ciencia repone el inmenso hecho del origen del mundo en el orden de los hechos naturales, probando que todo se ha efectuado según las leyes eternas. ¿Sufrió la religión por no tener más como base un hecho maravilloso por excelencia? Indiscutiblemente habría sufrido mucho en su crédito si ella se hubiese obstinado en negar la evidencia, mientras que ganó al entrar en el orden común.
Un hecho mucho menos importante, a pesar de las persecuciones a que dio origen, es el de Josué deteniendo el Sol para prolongar el día en dos horas. Sea el Sol o la Tierra que haya parado, el hecho no deja de ser sobrenatural; es la derogación de una de las leyes más capitales: la de la fuerza que arrastra los mundos. Creyeron que escapaban de la dificultad reconociendo que es la Tierra que gira, pero no tuvieron en cuenta la manzana de Newton, la mecánica celeste de Laplace y la ley de gravitación. Si el movimiento de la Tierra fuese suspendido, no por dos horas, sino por algunos minutos, la fuerza centrífuga cesa y la Tierra se precipitará sobre el Sol. El equilibrio de las aguas en su superficie es mantenido por la continuidad del movimiento; al cesar el movimiento, todo se altera; ahora bien, la historia del mundo no hace mención al menor cataclismo en esa época. No contestamos que Dios haya podido favorecer a Josué, prolongando la claridad del día; ¿qué medio habría empleado? Lo ignoramos. Podría haber sido una aurora boreal, un meteoro o cualquier otro fenómeno que no alterase el orden de las cosas; pero, con toda seguridad, no fue el que durante siglos se tomó como artículo de fe. Que en otros tiempos lo hayan creído, es muy natural; pero hoy esto no es posible, a menos que se reniegue a la Ciencia.
Pero dirán que la religión se apoya en muchos otros hechos que no son explicados ni explicables. Inexplicados, sí; inexplicables, es otra cuestión; ¿sabemos los descubrimientos y los conocimientos que nos reserva el futuro? Bajo el influjo del magnetismo, del sonambulismo y del Espiritismo, ¿ya no vemos reproducirse los éxtasis, las visiones, las apariciones, la visión a distancia, las curas instantáneas, el levantamiento de objetos y de personas, las comunicaciones orales y de otro género con los seres del mundo invisible, fenómenos conocidos desde tiempos inmemoriales, considerados antiguamente como maravillosos, y hoy demostrados como pertenecientes al orden de las cosas naturales según la ley constitutiva de los seres? Los libros sagrados están llenos de hechos calificados de sobrenaturales; pero como éstos son encontrados análogos y aún más maravillosos en todas las religiones paganas de la Antigüedad, si la verdad de una religión dependiera del número y de la naturaleza de esos hechos, no sabríamos cuál de ellas prevalecería.
Como prueba de lo sobrenatural, el Sr. Guizot cita la formación del primer hombre que, según él, fue creado adulto, porque solo –dice– y en el estado de infancia no habría podido alimentarse. Pero si Dios hizo una excepción creándolo adulto, ¿no podría haber hecho otra al darle a la criatura los medios de vivir, y esto sin apartarse del orden establecido? Siendo los animales anteriores al hombre, ¿no podría realizar, en lo que atañe a la primera criatura, la fábula de Rómulo y Remo?
Decimos la primera criatura, cuando deberíamos decir las primeras criaturas, porque la cuestión de un tronco único de la especie humana es muy controvertida. En efecto, las leyes antropológicas demuestran la imposibilidad material que la posteridad de un solo hombre haya podido, en algunos siglos, poblar toda la Tierra y transformarse en las razas negra, amarilla y roja, porque está demostrado que esas diferencias son debidas a la constitución orgánica y no al clima.
El Sr. Guizot sostiene una tesis peligrosa al afirmar que ninguna religión es posible sin lo sobrenatural; si hace asentar las verdades del Cristianismo sobre la base única de lo maravilloso, él pone los cimientos frágiles y las piedras se desprenden a cada día. Nosotros le damos una base más sólida: las leyes inmutables de Dios. Esta base desafía el tiempo y la Ciencia, porque el tiempo y la Ciencia vendrán a sancionarla. Por lo tanto, la tesis del Sr. Guizot lleva directamente a la conclusión de que, en un dado momento, no habrá más religión posible, ni siquiera la religión cristiana, si lo que se considera sobrenatural es demostrado como natural. ¿Ha sido esto lo que él quiso probar? No, pero es la consecuencia de su argumento y hacia allá camina a paso largo, porque por más que se hagan y se multipliquen razonamientos sobre razonamientos, no se llegará a mantener la creencia de que un hecho es sobrenatural, cuando se ha probado que no lo es.
Con relación a ello somos mucho menos escéptico que el Sr. Guizot, y decimos que Dios no es menos digno de nuestra admiración, de nuestro reconocimiento y de nuestro respeto por no haber derogado sus leyes, grandes principalmente por su inmutabilidad, y que no hay necesidad de lo sobrenatural para rendirle el culto que le es debido y, por consecuencia, por tener una religión que encontrará tanto menos incrédulos cuanto más sea sancionada por la razón en todos los puntos. Ahora bien, en nuestra opinión, el Cristianismo no tiene nada que perder con esta sanción; sólo puede ganar con eso: si algo lo perjudicó, en la opinión de muchas personas, fue precisamente el abuso de lo maravilloso y de lo sobrenatural. Haced que los hombres vean la grandeza y el poder de Dios en todas sus obras; mostradles su sabiduría y su admirable providencia, desde la germinación de la más pequeña hierba hasta el mecanismo del Universo, y las maravillas no faltarán. Reemplazad en su Espíritu la idea de un Dios envidioso, colérico, vengativo e implacable, por la de un Dios soberanamente justo, bueno y misericordioso, que no condena a suplicios eternos y sin esperanza por faltas temporarias. Que el hombre, desde la niñez, sea alimentado con esas ideas que crecerán con la razón, y con esto haréis creyentes más firmes y sinceros, en vez de entretenerlos con alegorías, impuestas al pie de la letra y que, más tarde, serán rechazadas, llevándolos a dudar de todo e inclusive a negar todo. Si queréis mantener la religión en la senda ilusoria de lo maravilloso, sólo habrá un medio: mantener a los hombres en la ignorancia; ved si eso es posible. De tanto mostrar la acción de Dios en los prodigios y en las excepciones, dejan de mostrarla en las maravillas que están bajo nuestros pies.
Se objetará, sin duda, el nacimiento milagroso del Cristo, que no se sabría explicar por las leyes naturales y que es una de las pruebas más notables de su carácter divino. No es aquí el lugar de examinar esta cuestión; pero decimos una vez más que no cuestionamos el poder de Dios para derogar sus leyes; lo que cuestionamos es la necesidad absoluta de esta derogación para el establecimiento de cualquier religión. Dirán que el Magnetismo y el Espiritismo, al reproducir fenómenos considerados milagrosos, son contrarios a la religión actual, porque tienden a quitar el carácter sobrenatural de esos hechos. ¿Qué hacer, entonces, si los hechos son reales? No se los impedirá, ya que dichos hechos no son el privilegio de un hombre, sino que se producen en el mundo entero. Lo mismo se podría decir de la Física, de la Química, de la Astronomía, de la Geología, de la Meteorología, en una palabra, de todas las Ciencias. Al respecto, diremos que el escepticismo de mucha gente no tiene otro origen sino la imposibilidad, para ellos, de esos hechos excepcionales; al negar la base sobre la cual se apoyan, niegan todo el resto. Probadles la posibilidad y la realidad de tales hechos, reproduciéndolos ante sus ojos, y serán forzados a creer en los mismos. –¡Pero esto es retirar del Cristo su carácter divino! –¿Preferís, pues, que ellos no crean absolutamente en nada a que crean en algo? ¿Habrá sólo ese medio para probar la misión divina del Cristo? Su carácter, ¿no resalta cien veces mejor de la sublimidad de su doctrina y del ejemplo que Él ha dado de todas sus virtudes? Si ese carácter solamente se ve en los hechos materiales que practicó, ¿otros no los realizaron de forma similar, como Apolonio de Tiana, su contemporáneo? ¿Por qué, entonces, el Cristo lo superó? Porque hizo un milagro mucho mayor que transformar el agua en vino, que alimentar a cuatro mil hombres con cinco panes, que curar a epilépticos, que dar la vista a los ciegos y que hacer andar a los paralíticos: ese milagro es el de haber cambiado la faz del mundo; es la revolución hecha por la simple palabra de un hombre que salió del pesebre de un establo, que predicó durante tres años –sin haber escrito nada– y que solamente fue ayudado por algunos pescadores modestos e ignorantes. He aquí el verdadero prodigio, en el cual es necesario ser ciego para no ver la mano de Dios. Compenetrad a los hombres de esta verdad, pues es el mejor medio de que los creyentes tengan una base sólida.
Poesías del Más Allá
Queremos obtener versos de Béranger
(Sociedad Espírita de México, 20 de abril de 1859.)
Desde que nuestra bella patria yo dejé,
Muchas tierras he visto; escucho llamarme,
Cada uno me dice: Te lo ruego, ven, ven,
Queremos obtener versos de Béranger.
Dejad descansar a esta musa burlona,
Que hoy habita en vastos campos de los aires;
Para a su Dios loar, su voz siempre canora,
Se suma a diario a conciertos celestiales.
Otrora ella ha cantado arias muy frívolas;
Por su buen corazón, Dios hacia Él la llamó
Y no tomó a mal sus palabras livianas.
Él amaba, él oraba y a nadie odió.
Si he flagelado la raza capuchina
Los franceses rieron de muy buen corazón.
Si a volver a este mundo Dios me destina,
Reservaré para ellos un refrán burlón.
Observación – En este punto el Espíritu Béranger se despidió. Volvió a nuestro pedido, dándonos los siguientes versos:
¡Qué! ¡Me asesináis, raza humana y ligera!
¡Versos! ¡Siempre versos! El pobre Béranger
Los hizo en cantidad al pasar por la Tierra,
Y contra ellos su muerte lo iba a proteger.
Mas no, nada de eso; ¡que se cumpla el destino!
Que Dios lo impidiera, yo esperaba al morir,
Del pobre Béranger, vos veis el suplicio,
Por pecar, ¡ay de mí! si me queréis punir.
BÉRANGE
(Sociedad Espírita de México, 20 de abril de 1859.)
Desde que nuestra bella patria yo dejé,
Muchas tierras he visto; escucho llamarme,
Cada uno me dice: Te lo ruego, ven, ven,
Queremos obtener versos de Béranger.
Dejad descansar a esta musa burlona,
Que hoy habita en vastos campos de los aires;
Para a su Dios loar, su voz siempre canora,
Se suma a diario a conciertos celestiales.
Otrora ella ha cantado arias muy frívolas;
Por su buen corazón, Dios hacia Él la llamó
Y no tomó a mal sus palabras livianas.
Él amaba, él oraba y a nadie odió.
Si he flagelado la raza capuchina
Los franceses rieron de muy buen corazón.
Si a volver a este mundo Dios me destina,
Reservaré para ellos un refrán burlón.
Observación – En este punto el Espíritu Béranger se despidió. Volvió a nuestro pedido, dándonos los siguientes versos:
¡Qué! ¡Me asesináis, raza humana y ligera!
¡Versos! ¡Siempre versos! El pobre Béranger
Los hizo en cantidad al pasar por la Tierra,
Y contra ellos su muerte lo iba a proteger.
Mas no, nada de eso; ¡que se cumpla el destino!
Que Dios lo impidiera, yo esperaba al morir,
Del pobre Béranger, vos veis el suplicio,
Por pecar, ¡ay de mí! si me queréis punir.
También ensayo una de mis canciones
(Sociedad Espírita de México)
I
Querido hijo de una tierra amada,
Acuérdome siempre de ti aquí.
De otros cielos, alma regenerada,
Belleza, amor, juventud descubrí.
Por fin en la cima estoy de la vida,
Eterno mundo de reencarnaciones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
II
Vi llegar a esa diosa pálida
Cuyo nombre a todos hace temblar;
Pero al ver en sus ojos ternura,
Pude sin miedo las manos juntar.
Caí dormido, y mi nueva amiga
Mi partida arrulló con dulces sones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
III
Id en paz; en la tumba recostaos,
Dejad de despertar, muertos dichosos;
Son el telón vuestros ojos cerrados
Para reabrir bajo un sol más hermoso.
Sonreíd, pues, que la muerte os invita
Al banquete de sus oraciones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
IV
Cayeron los gigantes de la gloria;
Esclavos, reyes, serán confundidos,
Para todos la más bella victoria
Pertenece a los que son más amados.
Vemos allá lo que nuestro amor ruega,
Lo que dejamos aquí en aflicciones.
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
V
Adiós, amigos; regreso al espacio
Que a vuestra voz siempre puedo cruzar;
Inmensidad que nunca nos deja
Y que pronto vendréis a transitar.
Sí, con voz dichosa y remozada
Juntos entonces diréis mis lecciones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
BÉRANGER
(Sociedad Espírita de México)
I
Querido hijo de una tierra amada,
Acuérdome siempre de ti aquí.
De otros cielos, alma regenerada,
Belleza, amor, juventud descubrí.
Por fin en la cima estoy de la vida,
Eterno mundo de reencarnaciones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
II
Vi llegar a esa diosa pálida
Cuyo nombre a todos hace temblar;
Pero al ver en sus ojos ternura,
Pude sin miedo las manos juntar.
Caí dormido, y mi nueva amiga
Mi partida arrulló con dulces sones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
III
Id en paz; en la tumba recostaos,
Dejad de despertar, muertos dichosos;
Son el telón vuestros ojos cerrados
Para reabrir bajo un sol más hermoso.
Sonreíd, pues, que la muerte os invita
Al banquete de sus oraciones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
IV
Cayeron los gigantes de la gloria;
Esclavos, reyes, serán confundidos,
Para todos la más bella victoria
Pertenece a los que son más amados.
Vemos allá lo que nuestro amor ruega,
Lo que dejamos aquí en aflicciones.
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
V
Adiós, amigos; regreso al espacio
Que a vuestra voz siempre puedo cruzar;
Inmensidad que nunca nos deja
Y que pronto vendréis a transitar.
Sí, con voz dichosa y remozada
Juntos entonces diréis mis lecciones;
Y pobre Espíritu de esta otra patria,
También ensayo una de mis canciones.
Nota – El Presidente de la Sociedad Espírita de México, de paso por París, ha tenido a bien confiarnos una selección de comunicaciones de esa Sociedad, autorizándonos a elegir las que evaluásemos de mayor utilidad. Pensamos que nuestros lectores no se lamentarán de la primera elección que hemos hecho; verán, por esta muestra, que bellas comunicaciones son dadas en todos los países. Debemos agregar que la médium que ha obtenido los dos poemas anteriores es una señora totalmente ajena a la poesía.
Bibliografía
El Espiritismo en su más simple expresión o la Doctrina de los Espíritus popularizada
El opúsculo que hemos anunciado con este título, en nuestro último número, aparecerá el 15 de enero, pero en lugar del precio indicado de 25 centavos, será ofrecido a 15 centavos el ejemplar, y a 10 centavos los veinte ejemplares, es decir, a 2 francos, más los gastos de correo.
La finalidad de esta publicación es dar, en un cuadro muy restricto, un histórico del Espiritismo y una idea suficiente de la Doctrina de los Espíritus, para que se pueda comprender su objetivo moral y filosófico. Hemos buscado, por la claridad y la simplicidad del estilo, ponerla al alcance de todas las inteligencias. Contamos con el esmero de todos los verdaderos espíritas para que ayuden a divulgar este opúsculo.
El opúsculo que hemos anunciado con este título, en nuestro último número, aparecerá el 15 de enero, pero en lugar del precio indicado de 25 centavos, será ofrecido a 15 centavos el ejemplar, y a 10 centavos los veinte ejemplares, es decir, a 2 francos, más los gastos de correo.
La finalidad de esta publicación es dar, en un cuadro muy restricto, un histórico del Espiritismo y una idea suficiente de la Doctrina de los Espíritus, para que se pueda comprender su objetivo moral y filosófico. Hemos buscado, por la claridad y la simplicidad del estilo, ponerla al alcance de todas las inteligencias. Contamos con el esmero de todos los verdaderos espíritas para que ayuden a divulgar este opúsculo.
Revelaciones del Más Allá
Por la Sra. de Dozon, médium; evocador: Sr. H. Dozon, antiguo teniente de los Lanceros de la Guardia y caballero de la Legión de Honor. Un volumen grande in 18º; precio: 2 fr. y 25 c. Librería Ledoyen, galería de Orleáns Nº 31, Palacio Real.
Esta obra es una recopilación de las comunicaciones obtenidas por la Sra. de Dozon, médium y miembro de la Sociedad Espírita de París, durante y después de una muy grave y dolorosa enfermedad que –como ella misma dice– habría abatido su coraje si no tuviese fe en el Espiritismo y en la evidente asistencia de sus amigos y guías espirituales, que la sostuvieron en los momentos más penosos. Es por eso que la mayoría de esas comunicaciones llevan el sello de las circunstancias en las cuales fueron dadas; su objetivo evidente era levantar el ánimo decaído, objetivo que ha sido completamente alcanzado. Su carácter es esencialmente religioso; dichas comunicaciones reflejan la más pura, suave y consoladora moral; algunas son de una notable elevación de pensamientos. Sólo es de lamentarse la rapidez con la cual ese volumen fue impreso, lo que no permitió hacerle todas las correcciones materiales deseables.
Si la Biblioteca del Mundo Invisible, que ya hemos anunciado,estuviese en vías de publicación, la citada obra podría encontrar allí un lugar de honor.
Por la Sra. de Dozon, médium; evocador: Sr. H. Dozon, antiguo teniente de los Lanceros de la Guardia y caballero de la Legión de Honor. Un volumen grande in 18º; precio: 2 fr. y 25 c. Librería Ledoyen, galería de Orleáns Nº 31, Palacio Real.
Esta obra es una recopilación de las comunicaciones obtenidas por la Sra. de Dozon, médium y miembro de la Sociedad Espírita de París, durante y después de una muy grave y dolorosa enfermedad que –como ella misma dice– habría abatido su coraje si no tuviese fe en el Espiritismo y en la evidente asistencia de sus amigos y guías espirituales, que la sostuvieron en los momentos más penosos. Es por eso que la mayoría de esas comunicaciones llevan el sello de las circunstancias en las cuales fueron dadas; su objetivo evidente era levantar el ánimo decaído, objetivo que ha sido completamente alcanzado. Su carácter es esencialmente religioso; dichas comunicaciones reflejan la más pura, suave y consoladora moral; algunas son de una notable elevación de pensamientos. Sólo es de lamentarse la rapidez con la cual ese volumen fue impreso, lo que no permitió hacerle todas las correcciones materiales deseables.
Si la Biblioteca del Mundo Invisible, que ya hemos anunciado,estuviese en vías de publicación, la citada obra podría encontrar allí un lugar de honor.
Testamento a favor del Espiritismo
Al Sr. Allan Kardec, Presidente de la Sociedad Espírita de París
Mi estimado señor y muy honorable jefe espírita:
Os envío adjunto mi testamento hológrafo, en un sobre cerrado con lacre verde, haciendo mención a lo que deberá realizarse después de mi muerte con este sobre sellado. Desde el momento en que conocí y comprendí el Espiritismo –su objeto, su finalidad–, tuve la idea y tomé la resolución de hacer mi testamento. Me había propuesto a ejecutar mis últimas disposiciones en este invierno, a mi regreso del campo. En la contemplación y en la soledad del campo he podido recogerme, y a la luz de esa divina antorcha del Espiritismo he aprovechado todas las enseñanzas que recibí de los Espíritus del Señor, bajo todos los puntos de vista, para guiarme en el cumplimiento de esta obra de la manera más útil a mis hermanos de la Tierra, ya sea amparados en mi hogar, a mi alrededor o lejos de mí, conocidos o desconocidos, amigos o enemigos, y del modo más agradable a Dios. Me he acordado lo que os escribía el respetable Sr. Jobard, de Bruselas –cuya muerte súbita nos habéis anunciado–, al expresaros lo siguiente con su lenguaje profundo y, al mismo tiempo, jocoso y espirituoso, en relación a una herencia de 20 millones de la cual decía haber sido escamoteado: ¡Cuán poderosa palanca habría sido esta suma colosal para activar en un siglo la Era Nueva que comienza! El dinero, que desde el punto de vista terreno ha sido frecuentemente llamado el nervio de la guerra, es en efecto el instrumento más poderoso aquí en la Tierra, ya sea para el bien como para el mal. Entonces me he dicho: «A fin de ayudar a esta Nueva Era, puedo y debo consagrarle una notable porción del modesto patrimonio que he adquirido con el sudor de mi frente, para el cumplimiento de mis pruebas, a costa de mi salud y en medio de la pobreza, de la fatiga, del estudio, del trabajo y durante treinta años de vida militante de abogado, uno de los más ocupados en las audiencias y en el despacho.»
He vuelto a leer la carta que Lamennais escribió a la condesa de Senfft el 1º de noviembre de 1832, después de su viaje a Roma, y en la cual, al expresar sus decepciones después de tantos esfuerzos y luchas consagradas a la busca de la verdad, encontré estas palabras, que si no son proféticas, al menos son inspiradas, anunciando esta Nueva Era.
……………………………………………………………………..
(Siguen diversas citas, que la falta de espacio no nos permite reproducir.)
El sobre contiene el siguiente sobrescrito:
«En este sobre, cerrado con lacre verde, está mi testamento hológrafo. El sobre será abierto y el sello quebrado solamente después de mi muerte, en sesión general de la Sociedad Espírita de París. En esa sesión será hecha la lectura integral de mi testamento por el presidente de esta Sociedad que esté en funciones a la época de mi muerte; el sobre será abierto y el lacre será roto por dicho presidente. El presente sobre cerrado, que contiene mi testamento y que va a ser enviado y entregado al Sr. Allan Kardec –presidente actual de dicha Sociedad–, será guardado por él en los archivos de esa Société. Un original de ese mismo testamento será encontrado, a la época de mi muerte, en el despacho de la Sra. X...; en la misma época, otro original se encontrará en mi casa. El documento testamentario a ser guardado por el Sr. Allan Kardec en la Sociedad es mencionado en los otros originales.»
Al haber sido comunicada esta carta a la Sociedad Espírita de París en la sesión del 20 de diciembre de 1861, su presidente, el Sr. Allan Kardec, en nombre de la Sociedad, fue el encargado de agradecer al testador por sus generosas intenciones a favor del Espiritismo, y de felicitarlo por la manera en que comprende su objetivo y alcance.
Aunque el autor de la carta no haya recomendado silenciar su nombre en el caso en que se considerase conveniente publicarlo, se comprende que en semejantes circunstancias, y en un acto de esta naturaleza, la más absoluta reserva es una obligación rigurosa.
Al Sr. Allan Kardec, Presidente de la Sociedad Espírita de París
Mi estimado señor y muy honorable jefe espírita:
Os envío adjunto mi testamento hológrafo, en un sobre cerrado con lacre verde, haciendo mención a lo que deberá realizarse después de mi muerte con este sobre sellado. Desde el momento en que conocí y comprendí el Espiritismo –su objeto, su finalidad–, tuve la idea y tomé la resolución de hacer mi testamento. Me había propuesto a ejecutar mis últimas disposiciones en este invierno, a mi regreso del campo. En la contemplación y en la soledad del campo he podido recogerme, y a la luz de esa divina antorcha del Espiritismo he aprovechado todas las enseñanzas que recibí de los Espíritus del Señor, bajo todos los puntos de vista, para guiarme en el cumplimiento de esta obra de la manera más útil a mis hermanos de la Tierra, ya sea amparados en mi hogar, a mi alrededor o lejos de mí, conocidos o desconocidos, amigos o enemigos, y del modo más agradable a Dios. Me he acordado lo que os escribía el respetable Sr. Jobard, de Bruselas –cuya muerte súbita nos habéis anunciado–, al expresaros lo siguiente con su lenguaje profundo y, al mismo tiempo, jocoso y espirituoso, en relación a una herencia de 20 millones de la cual decía haber sido escamoteado: ¡Cuán poderosa palanca habría sido esta suma colosal para activar en un siglo la Era Nueva que comienza! El dinero, que desde el punto de vista terreno ha sido frecuentemente llamado el nervio de la guerra, es en efecto el instrumento más poderoso aquí en la Tierra, ya sea para el bien como para el mal. Entonces me he dicho: «A fin de ayudar a esta Nueva Era, puedo y debo consagrarle una notable porción del modesto patrimonio que he adquirido con el sudor de mi frente, para el cumplimiento de mis pruebas, a costa de mi salud y en medio de la pobreza, de la fatiga, del estudio, del trabajo y durante treinta años de vida militante de abogado, uno de los más ocupados en las audiencias y en el despacho.»
He vuelto a leer la carta que Lamennais escribió a la condesa de Senfft el 1º de noviembre de 1832, después de su viaje a Roma, y en la cual, al expresar sus decepciones después de tantos esfuerzos y luchas consagradas a la busca de la verdad, encontré estas palabras, que si no son proféticas, al menos son inspiradas, anunciando esta Nueva Era.
……………………………………………………………………..
(Siguen diversas citas, que la falta de espacio no nos permite reproducir.)
El sobre contiene el siguiente sobrescrito:
«En este sobre, cerrado con lacre verde, está mi testamento hológrafo. El sobre será abierto y el sello quebrado solamente después de mi muerte, en sesión general de la Sociedad Espírita de París. En esa sesión será hecha la lectura integral de mi testamento por el presidente de esta Sociedad que esté en funciones a la época de mi muerte; el sobre será abierto y el lacre será roto por dicho presidente. El presente sobre cerrado, que contiene mi testamento y que va a ser enviado y entregado al Sr. Allan Kardec –presidente actual de dicha Sociedad–, será guardado por él en los archivos de esa Société. Un original de ese mismo testamento será encontrado, a la época de mi muerte, en el despacho de la Sra. X...; en la misma época, otro original se encontrará en mi casa. El documento testamentario a ser guardado por el Sr. Allan Kardec en la Sociedad es mencionado en los otros originales.»
Al haber sido comunicada esta carta a la Sociedad Espírita de París en la sesión del 20 de diciembre de 1861, su presidente, el Sr. Allan Kardec, en nombre de la Sociedad, fue el encargado de agradecer al testador por sus generosas intenciones a favor del Espiritismo, y de felicitarlo por la manera en que comprende su objetivo y alcance.
Aunque el autor de la carta no haya recomendado silenciar su nombre en el caso en que se considerase conveniente publicarlo, se comprende que en semejantes circunstancias, y en un acto de esta naturaleza, la más absoluta reserva es una obligación rigurosa.
Carta al Dr. Morhéry concerniente a la Srta. Godu
En los últimos tiempos se han comentado ciertos fenómenos extraños operados por la Srta. Godu, que consistirían particularmente en la producción de diamantes y de granos preciosos por medios no menos extraños. Al respecto, el Sr. Morhéry nos ha escrito una muy extensa carta descriptiva, y algunas personas se sorprendieron de que no hemos hablado sobre el tema. La razón de eso es que nosotros no apreciamos ningún hecho con entusiasmo, y examinamos fríamente las cosas antes de aceptarlas, pues la experiencia nos ha enseñado cuánto debemos desconfiar de ciertas ilusiones. Si hubiéramos publicado sin examen todas las maravillas que nos han sido relatadas con más o menos buena fe, nuestra Revista hubiese sido tal vez más divertida; pero debemos conservarle el carácter serio que ésta siempre ha tenido. En cuanto a la nueva y prodigiosa facultad que se habría revelado en la Srta. Godu, francamente creemos que la de médium curativa era más valiosa y más útil a la humanidad, e incluso a la propagación del Espiritismo. Entretanto, nada negamos, y aquellos que piensan que con tal noticia deberíamos inmediatamente tomar el primer ferrocarril para cerciorarnos de la misma, responderemos que si es real, no dejará de ser oficialmente constatada; que, entonces, siempre habrá tiempo para comentarla, y que nuestro amor propio no ha de sufrir por ser el primero a proclamarla. Por lo demás, he aquí un extracto de la respuesta que le hemos dado al Sr. Morhéry:
«... Es cierto que no he publicado todos los informes que me habéis enviado sobre las curas operadas por la Srta. Godu, pero he dicho lo suficiente como para llamar la atención sobre ella. Si hablase constantemente de este caso podría dar la impresión de estar al servicio de un interés particular. Además, la prudencia aconsejaba que el futuro confirmara el pasado. En cuanto a los fenómenos que relatáis en vuestra última carta, son tan extraños que no me aventuraría a publicarlos sino cuando yo tenga la confirmación de los mismos de una manera irrecusable. Cuanto más anormal es un hecho, más circunspección él exige. Por lo tanto, no os sorprendáis que yo tenga mucha circunspección en esta circunstancia. También ésta es la opinión de la Comisión de la Sociedad, a la cual he sometido vuestra carta; la Comisión ha decidido por unanimidad que, antes mismo de hablar del caso, era conveniente esperar su desarrollo. Hasta el presente, ese hecho es tan contrario a todas las leyes naturales, e incluso a todas las leyes conocidas del Espiritismo, que el primer sentimiento que provoca, inclusive entre los espíritas, es el de la incredulidad. Hablar por anticipado del mismo y antes de poder apoyarlo con pruebas auténticas, sería excitar sin provecho la locuacidad de los bromistas de mal gusto.»
Nota – Posponemos para nuestro próximo número la publicación de varias evocaciones y disertaciones espíritas de gran interés.
ALLAN KARDEC
En los últimos tiempos se han comentado ciertos fenómenos extraños operados por la Srta. Godu, que consistirían particularmente en la producción de diamantes y de granos preciosos por medios no menos extraños. Al respecto, el Sr. Morhéry nos ha escrito una muy extensa carta descriptiva, y algunas personas se sorprendieron de que no hemos hablado sobre el tema. La razón de eso es que nosotros no apreciamos ningún hecho con entusiasmo, y examinamos fríamente las cosas antes de aceptarlas, pues la experiencia nos ha enseñado cuánto debemos desconfiar de ciertas ilusiones. Si hubiéramos publicado sin examen todas las maravillas que nos han sido relatadas con más o menos buena fe, nuestra Revista hubiese sido tal vez más divertida; pero debemos conservarle el carácter serio que ésta siempre ha tenido. En cuanto a la nueva y prodigiosa facultad que se habría revelado en la Srta. Godu, francamente creemos que la de médium curativa era más valiosa y más útil a la humanidad, e incluso a la propagación del Espiritismo. Entretanto, nada negamos, y aquellos que piensan que con tal noticia deberíamos inmediatamente tomar el primer ferrocarril para cerciorarnos de la misma, responderemos que si es real, no dejará de ser oficialmente constatada; que, entonces, siempre habrá tiempo para comentarla, y que nuestro amor propio no ha de sufrir por ser el primero a proclamarla. Por lo demás, he aquí un extracto de la respuesta que le hemos dado al Sr. Morhéry:
«... Es cierto que no he publicado todos los informes que me habéis enviado sobre las curas operadas por la Srta. Godu, pero he dicho lo suficiente como para llamar la atención sobre ella. Si hablase constantemente de este caso podría dar la impresión de estar al servicio de un interés particular. Además, la prudencia aconsejaba que el futuro confirmara el pasado. En cuanto a los fenómenos que relatáis en vuestra última carta, son tan extraños que no me aventuraría a publicarlos sino cuando yo tenga la confirmación de los mismos de una manera irrecusable. Cuanto más anormal es un hecho, más circunspección él exige. Por lo tanto, no os sorprendáis que yo tenga mucha circunspección en esta circunstancia. También ésta es la opinión de la Comisión de la Sociedad, a la cual he sometido vuestra carta; la Comisión ha decidido por unanimidad que, antes mismo de hablar del caso, era conveniente esperar su desarrollo. Hasta el presente, ese hecho es tan contrario a todas las leyes naturales, e incluso a todas las leyes conocidas del Espiritismo, que el primer sentimiento que provoca, inclusive entre los espíritas, es el de la incredulidad. Hablar por anticipado del mismo y antes de poder apoyarlo con pruebas auténticas, sería excitar sin provecho la locuacidad de los bromistas de mal gusto.»
Nota – Posponemos para nuestro próximo número la publicación de varias evocaciones y disertaciones espíritas de gran interés.