Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862

Allan Kardec

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Marzo

A nuestros corresponsales

París, 1º de marzo de 1862.

Señores,

Conocéis el proverbio: Nadie puede hacer lo imposible. Es a causa de este principio que vengo a solicitar vuestra comprensión. Desde hace seis meses –con la mejor voluntad del mundo– que me ha sido materialmente imposible poner al día mi correspondencia, que se acumula más allá de todas las previsiones. Estoy, pues, en la posición de un deudor que busca un acuerdo con sus acreedores, bajo pena de declararse en quiebra. A medida que algunas deudas son pagadas, llegan nuevas y más numerosas obligaciones, de manera que el débito, en vez de disminuir, aumenta sin cesar. En este momento me encuentro en presencia de un pasivo de más de doscientas cartas; ahora bien, siendo el promedio diario de aproximadamente diez cartas, no veo ningún medio de liberarme, a no ser que obtenga de vuestra parte una prórroga ilimitada.

Lejos de mí lamentar el número de cartas que recibo, porque esto es una prueba irrecusable de la extensión de la Doctrina, y la mayoría de los que escriben expresan sentimientos que me conmueven profundamente y que constituyen para mí archivos de un precio inestimable. Por lo demás, muchas correspondencias contienen enseñanzas útiles que jamás serán perdidas, y que tarde o temprano serán utilizadas conforme las circunstancias, pues son inmediatamente clasificadas según su especialidad.

Por lo tanto, solamente la correspondencia bastaría para absorber todo mi tiempo, y sin embargo ésta es apenas una cuarta parte de las ocupaciones necesarias para la tarea que he emprendido, tarea cuyo desarrollo –en el inicio del Espiritismo– yo estaba lejos de prever. Así, varias publicaciones muy importantes se encuentran paradas por falta de tiempo necesario para trabajar en las mismas, y acabo de recibir de mis Guías espirituales la acuciante invitación de ocuparme de ellas sin tardanza, dejando a un lado todo lo demás en favor de las causas urgentes. Por lo tanto, me veo obligado –para no fallar en el cumplimiento de la obra tan felizmente comenzada– a operar una especie de liquidación epistolar hacia el pasado, y limitarme en el futuro a las respuestas estrictamente necesarias, rogando colectivamente a mis honorables corresponsales que acepten la expresión de mi más viva y sincera gratitud por los testimonios de simpatía que han tenido a bien darme.

Entre las cartas que me son enviadas, muchas contienen pedidos de evocaciones o de controles de evocaciones hechas en otros lugares; a menudo piden también informaciones acerca de la aptitud para la mediumnidad o sobre cosas de interés material. Recordaré aquí lo que ya he dicho en otra parte sobre la dificultad, e incluso sobre los inconvenientes, que causan esas especies de evocaciones realizadas en ausencia de las personas interesadas –únicas que son aptas para verificar su exactitud y para hacer las preguntas necesarias–, a lo cual debemos agregar que los Espíritus se comunican más fácilmente y más a gusto con aquellos a quienes aman, que con extraños que les son indiferentes. He aquí por qué, exceptuando todas las consideraciones relativas a mis ocupaciones, no puedo acceder a los pedidos de esta naturaleza sino en circunstancias muy excepcionales y, en todo caso, nunca en lo que concierne a intereses materiales. Muchas veces serían evitadas una gran cantidad de preguntas si, al respecto, se hubiesen leído atentamente las instrucciones contenidas en El Libro de los Médiums, capítulo XXVI.

Por otro lado, las evocaciones personales no pueden hacerse en las sesiones de la Sociedad sino cuando ofrezcan un tema de estudio instructivo y de interés general; fuera de esto, solamente pueden tener lugar en sesiones especiales. Ahora bien, para satisfacer a todos los pedidos, una sesión de dos horas diarias no sería suficiente. Además es preciso considerar que todos los médiums que colaboran con nosotros, sin excepción, lo hacen por pura gentileza, no admitiendo otras condiciones, y como tienen sus propias obligaciones, no siempre están disponibles, a pesar de su buena voluntad. Comprendo todo el interés que cada uno da a las cuestiones que le atañen, y me sentiría feliz en poder responder a todas; pero si se toma en consideración que mi posición me pone en contacto con miles de personas, se comprenderá mi imposibilidad en hacerlo. Es necesario considerar que ciertas evocaciones no exigen menos de cinco o seis horas de trabajo, tanto para hacerlas como para transcribirlas y pasarlas a limpio, y que todas las que me han sido solicitadas llenarían dos volúmenes como El Libro de los Espíritus. Además, los médiums se multiplican diariamente y es muy raro no encontrar uno en la familia o entre sus conocidos –si no es uno mismo–, lo que siempre es preferible para las cosas íntimas. Solamente se trata de experimentar en buenas condiciones, de las cuales la primera es la de compenetrarse bien –antes de cualquier intento– de las instrucciones sobre la práctica del Espiritismo, si se quieren evitar decepciones.

A medida que la Doctrina crece, mis relaciones se multiplican y aumentan los deberes de mi posición, lo que me obliga un poco a dejar a un lado los detalles en beneficio de los intereses generales, porque el tiempo y las fuerzas del hombre tienen límites, y confieso que desde algún tiempo las mías me han faltado a menudo, y no puedo tener el reposo que me sería tan necesario algunas veces, porque estoy solo para hacer todo.

Os ruego, señores, que aceptéis la renovada garantía de mi afectuosa devoción.

ALLAN KARDEC

Los Espíritus y el linaje

Entre los argumentos que ciertas personas oponen a la doctrina de la reencarnación, hay uno que debemos examinar porque, en un primer aspecto, es bastante falaz. Dicen que ella tendería a romper los lazos de familia al multiplicarlos, pues aquel que concentrase su afecto por su padre debería compartirlo con tantos otros padres que hubiese tenido en las encarnaciones; entonces, una vez en el mundo de los Espíritus, ¿cómo reconocerse en medio de esa progenitura? Por otro lado, ¿en qué se vuelve la filiación de los antepasados, si el que cree descender en línea directa de Hugo Capeto o de Godofredo de Bouillon ha vivido varias veces? Si después de haber sido un gran señor, ¿puede volverse un plebeyo? ¡He aquí, pues, todo un linaje alterado!

Para comenzar, responderemos a esto de la siguiente manera: Una de dos: o la reencarnación existe o no existe; si existe, todas las recriminaciones personales no impedirán sus consecuencias, porque Dios, para regir el orden de las cosas, no pide consejos a nadie, pues de otro modo cada uno gustaría que el mundo fuese gobernado a su antojo. En cuanto a la multiplicidad de los lazos de familia, diremos que algunos padres sólo tienen un hijo, mientras que otros tienen doce o más; ¿habrán pensado en acusar a Dios por obligarlos a dividir su afecto en varias partes? Y esos hijos, que a su turno tienen hijos, ¿no forma todo esto una numerosa familia, cuyos abuelos y bisabuelos se vanaglorian en vez de lamentarse? Vosotros, que hacéis remontar vuestra genealogía a cinco o seis siglos, ¿no deberíais compartir vuestro afecto, una vez en el mundo de los Espíritus, entre todos vuestros ascendientes? Si os atribuís una docena de antepasados, ¡pues bien!, tendréis el doble o el triple, eso es todo. Por lo tanto, tenéis una idea muy pobre de vuestros sentimientos afectuosos, ¡ya que teméis que no sean suficientes para amar a varias personas! Pero tranquilizaos; voy a probaros que, con la reencarnación, vuestro afecto será menos dividido de lo que si no existiera. En efecto, supongamos que en vuestra genealogía contáis con cincuenta abuelos, tanto ascendientes directos como colaterales, lo que es poco si remontáis a las cruzadas; a través de la reencarnación, es posible que algunos de ellos hayan venido varias veces y que, en lugar de cincuenta Espíritus que contabais en la Tierra, solamente encontréis la mitad de ellos en el otro mundo.

Pasemos a la cuestión de la filiación. Con vuestro sistema llegáis a un resultado totalmente diferente al que esperáis. Si no hay preexistencia –anterioridad del alma–, el alma aún no ha vivido; por lo tanto, vuestra alma ha sido CREADA al mismo tiempo que vuestro cuerpo; en ese estado de cosas, no hay ninguna relación con ninguno de vuestros antepasados. Suponed que descendéis en la línea directa de Carlomagno, ¿que hay en común entre él y vosotros? ¿Qué os ha transmitido intelectual y moralmente? Nada, absolutamente nada. ¿Por qué os aferráis a él? ¿Por una serie de cuerpos que están todos putrefactos, destruidos y dispersos? Ciertamente no hay razón para enorgulleceros de eso. Al contrario, con la preexistencia del alma podéis haber tenido, con vuestros antepasados, relaciones reales, serias y más afectuosas para el amor propio. Por lo tanto, sin la reencarnación no hay más que un parentesco corporal mediante la transmisión de moléculas orgánicas de la misma naturaleza que la de los caballos purasangre; con la reencarnación hay un parentesco espiritual; ¿cuál de los dos es el mejor?

Sin duda objetaréis que con la reencarnación un Espíritu extraño puede infiltrarse en vuestro linaje y que, en vez de contar en éste con apenas gentileshombres, es posible encontrarse allí con un zapatero remendón. Esto es absolutamente verdadero, pero no quiere decir nada. San Pedro era solamente un pescador pobre; ¿él no sería de un hogar lo suficientemente digno como para hacernos ruborizar por tenerlo en nuestra familia?

Y además, entre esos antepasados de nombres célebres, ¿habrán tenido todos una conducta bien edificante, la única cosa –en nuestra opinión– de la cual podríamos honrarnos hasta un cierto punto, aunque su mérito no tenga nada que ver con el nuestro? Que se examine la vida privada de esos paladines, de esos grandes barones que robaban sin escrúpulos a los transeúntes y que, en nuestros días, serían citados nada menos que por el Supremo Tribunal de Justicia en lo Criminal, debido a sus actos; que se examine a ciertos grandes señores, para quien la vida de un villano no valía un pedazo de caza, puesto que llevaban a la horca a un hombre por causa de un conejo. Para ellos, todo esto eran pequeños errores, que no manchaban el linaje; ¡pero casarse con una persona de condición inferior, introduciendo en la familia sangre plebeya, era un crimen imperdonable! ¡Ay! Por más que se haga eso, cuando suene la hora de la partida –y suena para los grandes como para los pequeños– tendrán que dejar en la Tierra sus ropas bordadas, y los pergaminos no servirán para nada ante el juez supremo, que ha de pronunciar esta sentencia terrible: ¡Porque todo aquel que se enaltezca será rebajado! Si bastara descender de algún gran hombre para tener su lugar marcado de antemano en el Cielo, dicho lugar sería comprado barato, puesto que sería a expensas del mérito ajeno. La reencarnación da una nobleza más meritoria –la única que es aceptada por Dios–, que es la de haber animado uno mismo la serie de existencias como hombre de bien. Feliz de aquel que pueda depositar a los pies del Eterno el tributo de los servicios prestados a la humanidad en cada una de sus existencias, porque la suma de sus méritos será proporcional al número de las mismas. Pero aquellos que sólo se prevalezcan de la ilustración de sus antepasados, Dios dirá: ¿Por qué vosotros mismos no os ilustrasteis?

Otro sistema podría, aparentemente, conciliar las exigencias del amor propio con el principio de la no reencarnación: es aquel por el cual el padre no transmitiría al hijo apenas el cuerpo, sino también una porción de su alma, de tal modo que si descendierais de Carlomagno, vuestra alma podría tener su tronco en el suyo. Ahora bien, veamos a qué consecuencia llegamos. En virtud de este sistema, el alma de Carlomagno tendría su tronco en el de su padre y, poco a poco, así llegaríamos hasta Adán. Si el alma de Adán es el tronco de todas las almas del género humano, las cuales transmiten a sus sucesores algunas porciones de sí misma, las almas actuales serían el producto de un fraccionamiento que sobrepasaría todas las subdivisiones homeopáticas. De esto resultaría que el alma del padre común debería ser más completa y más entera que la de sus descendientes; resultaría, aún, que Dios solamente habría creado una única alma, que se subdividiría al infinito y, así, cada uno de nosotros no sería una criatura directa de Dios. Además, este sistema dejaría un inmenso problema por resolver: el de las aptitudes especiales. Si el padre transmitiese a su hijo los principios de su alma, necesariamente le transmitiría sus virtudes y sus vicios, sus talentos y sus ineptitudes, como le transmite ciertas enfermedades congénitas. Entonces, ¿cómo explicar por qué hombres virtuosos o de genio tienen hijos malos o cretinos, y viceversa? ¿Por qué un linaje estaría mezclado de buenos y de malos? Al contrario, decid que cada alma es individual, que tiene existencia propia e independiente, que progresa en virtud de su libre albedrío por medio de una serie de existencias corporales –en cada una de las cuales adquiere algo de bueno y que deja algo de malo–, hasta que haya alcanzado la perfección, y todo se explica, todo está de acuerdo con la razón, con la justicia de Dios, e incluso en provecho del amor propio.

El Sr. Salgues (de Angers), de quien hemos hablado en nuestro último número, no es partidario de la reencarnación. Desde la aparición de El Libro de Espíritus nos escribió una extensa carta en la cual él combatía la doctrina de la reencarnación con argumentos basados en su incompatibilidad con los lazos de familia. En esa carta, fechada el 18 de septiembre de 1857, él nos da su genealogía, que remonta ininterrumpidamente a los Carolingios, y nos pregunta en que se vuelve esa gloriosa filiación con la mezcla de Espíritus a través de la reencarnación. Hemos extraído de su correspondencia el siguiente pasaje:

«Pero, entonces, ¿para qué serviría el árbol genealógico? Yo tengo el mío, completo, regular: de un lado, desde los antepasados de Carlomagno y, del otro, desde la hija del emir Musa –uno de los descendientes abasíes de Mahoma–, décima generación, por su casamiento con García, príncipe de Navarra, padre con ella de García Ximenes, rey de Navarra. En fin, esta genealogía continuó, por medio de alianzas, a través de soberanos de casi todas las cortes de Europa, hasta la época de Alfonso VI, rey de Castilla; después a través de las Casas de Comminges, de Lascaris Ventimiglia, de Montmorency, de Turena y, finalmente, de los condes y señores de Palhasse de Salgues, en Languedoc. Todo esto se puede comprobar en El arte de verificar fechas; los Benedictinos de San Mauro pueden ser cotejados en el Diccionario de la nobleza de Francia; en L’Armorial, en Padre Anselmo, en Noreri, etc. Pero si solamente nos ligamos a nuestros padres a través de la materia carnal que ha recibido nuestro Espíritu, ¿no hay en todas partes lagunas e interrupciones muy considerables? Es un camino trazado en la arena, que se pierde en centenas de direcciones. Entonces, que nos sea permitido creer que si el Espíritu no se transmite, el alma es para el hombre lo que el aroma es para la flor. Ahora bien, ¿no dice Swedenborg, en los Arcanos, que nada se pierde en la Naturaleza? ¿Y que el aroma de las flores reproduce nuevas flores en otras regiones, más allá de aquella de donde salió? Por consiguiente, es por el alma –que de ninguna manera es el Espíritu– que quizá existiese una cadena semiespiritual de generaciones. Si le fuera permitido a mi Espíritu saltar ocho o diez generaciones de vez en cuando, ¿dónde reconocería a mis antepasados?»

Como vemos, el Sr. Salgues sólo se apega a la procedencia del cuerpo; pero ¿cómo conciliar las relaciones de Espíritu a Espíritu con la no preexistencia del alma? Si en esa filiación hubiera entre ellos relaciones necesarias, ¿cómo el descendiente de tantos soberanos sería hoy un simple propietario angevino? ¿No es una retrogradación a los ojos del mundo? No ponemos en duda la autenticidad de su genealogía, y lo felicitamos por eso, ya que le da placer; pero diremos que lo estimamos más por sus virtudes personales que por las de sus antepasados.

La autoridad de Swedenborg es aquí muy cuestionable cuando atribuye la reproducción de las flores al aroma; ese aceite esencial, volátil, que le da el aroma, jamás tuvo la facultad reproductora, que únicamente reside en el polen. Por lo tanto, la comparación es inexacta, porque si el alma no hace más que influir –con su perfume– sobre el alma que la sucede, no la crea; sin embargo, debería transmitirle sus propias cualidades y, en esta hipótesis, no vemos por qué el descendiente de Carlomagno no habría llenado el mundo con el destello de sus acciones, mientras que Napoleón se apoyaría sobre un alma común. Que se diga que Napoleón desciende de Carlomagno o, mejor aún, que fue Carlomagno, que vino en el siglo XIX para continuar la obra comenzada en el siglo VIII, uno lo comprende; pero, con el principio de la unicidad de la existencia, nada vincula a Carlomagno con sus descendientes, a no ser ese aroma, transmitido poco a poco sobre almas no creadas. Y entonces, ¿cómo explicar por qué, entre sus descendientes, hubo tantos hombres nulos e indignos, y por qué Napoleón es un genio mayor que sus oscuros antepasados? A pesar de lo que se diga, sin la reencarnación se choca a cada paso contra dificultades insolubles, que únicamente la preexistencia del alma resuelve de una manera simple y, a la vez, lógica y completa, puesto que ella lo explica todo.

Otra cuestión. Un hecho conocido es que las familias se debilitan y se degeneran cuando los casamientos no salen de la línea directa; sucede con las razas humanas lo mismo que con las razas animales. ¿Por qué, entonces, la necesidad del cruce de razas? ¿En qué se vuelve, pues, la unidad del tronco? ¿No hay ahí una mezcla de Espíritus, una intrusión de Espíritus ajenos a la familia? Un día abordaremos esta seria cuestión con todos los desarrollos que la misma implica.




Conversaciones del Más Allá

El Sr. Jobard

Después de su muerte, el Sr. Jobard se ha comunicado varias veces en la Sociedad, en las sesiones a las cuales él dice que asiste casi siempre. Antes de proceder a su publicación, preferimos esperar obtener una serie de manifestaciones que formasen un conjunto que permitiera apreciarlas mejor. Teníamos la intención de evocarlo en la sesión del 8 de noviembre, cuando él se anticipó a nuestro deseo, comunicándose espontáneamente. (Véase la noticia necrológica, publicada en la Revista Espírita del mes de diciembre de 1861.)



Dictado espontáneo
(Sociedad Espírita de París, 8 de noviembre de 1861; médium: Sra. de Costel)

Estoy aquí, ya que me ibais a evocar, y quiero manifestarme primeramente a esta médium, que hasta ahora hube solicitado en vano.

Deseo, ante todo, contaros mis impresiones en el momento de la separación de mi alma: sentí un estremecimiento inaudito; de repente recordé mi nacimiento, mi juventud, mi edad madura; toda mi vida se presentó nítidamente en mi memoria. Solamente experimentaba un deseo piadoso de encontrarme en las regiones reveladas por nuestra amada creencia; después, toda esa agitación se apaciguó. Yo estaba libre y el cuerpo yacía inerte. ¡Ah, mis queridos amigos, qué alegría es despojarse del peso del cuerpo! ¡Qué placer es poder abarcar el espacio! Sin embargo, no creáis que de repente me haya convertido en un elegido del Señor; no. Estoy entre los Espíritus que, habiendo aprendido un poco, deben aún aprender mucho más. No demoré en acordarme de vosotros, mis hermanos en el exilio, y os aseguro –con toda mi simpatía– que os envuelvo en mis mejores votos. Luego tuve el poder de comunicarme, y lo habría hecho con esta médium, que teme ser engañada; pero que ella se tranquilice, pues nosotros la amamos.

¿Queréis saber qué Espíritus me han recibido? ¿Cuáles han sido mis impresiones? Amigos míos: han sido todos aquellos que
evocamos, todos los hermanos que han compartido nuestros trabajos. He visto el esplendor, pero no puedo describirlo. Me he dedicado a discernir lo que era verdadero en las comunicaciones, dispuesto a rectificar todas las afirmaciones erróneas; en fin, dispuesto a ser el paladín de la verdad en el Otro Mundo, así como lo he sido en el vuestro. Por consiguiente, hablaremos mucho y esto no es más que un preámbulo para mostrar a la estimada médium mi deseo de ser evocado por ella, y a vos mi buena voluntad para responder a las preguntas que me habréis de dirigir.

JOBARD

Conversación

1. Cuando estabais encarnado nos habíais recomendado que os evocáramos cuando dejaseis la Tierra; lo hacemos ahora, no sólo para acceder a vuestro deseo, sino principalmente para renovar el testimonio de nuestra muy sincera y viva simpatía, y también en interés de nuestra instrucción, porque nadie mejor que vos está en condiciones de darnos informaciones precisas sobre el mundo en el que os encontráis. Por lo tanto, estaríamos felices si consintieseis en responder a nuestras preguntas. –Resp. En este momento lo más importante es vuestra instrucción. En cuanto a vuestra simpatía, puedo sentirla, y no la percibo solamente con los oídos, lo que constituye para mí un gran progreso.

2. Para fijar nuestras ideas, a fin de no hablar vagamente, tanto para la instrucción de las personas ajenas a la Sociedad, como para las que están presentes a la sesión, os preguntaremos primero en qué lugar os encontráis aquí y cómo os veríamos si pudiésemos observaros. –Resp. Estoy junto a la médium; me veríais con la apariencia del mismo Jobard que se sentaba a vuestra mesa, porque vuestros ojos mortales –aún vendados– sólo pueden ver a los Espíritus con su apariencia mortal.

3. ¿Tendríais la posibilidad de haceros visible para nosotros? Y si no podéis hacerlo, ¿qué se opone a ello? –Resp. La disposición que os es propia. Un médium vidente me vería: los otros no.

4. Este lugar es el que ocupabais cuando encarnado, mientras asistíais a nuestras sesiones, sitio que os hemos reservado. Por lo tanto, aquellos que os han visto en él deben suponer que estáis ahí como sucedía por entonces. Si no os encontráis allí con vuestro cuerpo material, estáis con vuestro cuerpo fluídico, que tiene la misma forma; si no os vemos con los ojos del cuerpo, os vemos con los del pensamiento. Si no podéis comunicaros a través de la palabra, podéis hacerlo por medio de la escritura con la ayuda de un intérprete; así, nuestras relaciones con vos no están de modo alguno interrumpidas con vuestra muerte, y podemos conversar tan fácil y completamente como antes. ¿Es exactamente así como suceden las cosas? –Resp. Sí, y vos lo sabéis desde hace mucho tiempo. Ocuparé este lugar a menudo, inclusive sin que lo sepáis, porque mi Espíritu vivirá entre vosotros.

5. No hace mucho tiempo estabais sentado en ese mismo lugar; ¿os parecen extrañas las condiciones en las cuales estáis allí ahora? ¿Qué efecto ha producido en vos este cambio? –Resp. Estas condiciones no me parecen extrañas, porque no sufrí turbación alguna, y mi Espíritu desencarnado goza de una lucidez que no deja en la sombra ninguna de las cuestiones que vislumbre.

6. ¿Recordáis haber estado en estas mismas condiciones antes de vuestra última existencia? ¿Percibisteis algún cambio? –Resp. Recuerdo mis existencias anteriores y constato que he mejorado. Veo y asimilo lo que observo. Por ocasión de mis precedentes encarnaciones, mi Espíritu perturbado no se apercibía de las lagunas terrestres.

7. ¿Recordáis vuestra penúltima existencia, la que precedió a la del Sr. Jobard? –Resp. En mi penúltima existencia he sido un obrero mecánico, atormentado por la miseria y por el deseo de perfeccionar mi trabajo. Como Jobard he realizado los sueños de ese pobre obrero, y agradezco a Dios por su bondad infinita, por haber hecho germinar la planta cuya semilla Él había depositado en mi cerebro.

(11 de noviembre. Sesión particular; médium: Sra. de Costel)
8. Evocación. –Resp. Estoy aquí, encantado por encontrar la ocasión de hablarte (a la médium) y a vosotros también.

9. Nos parece que tenéis una preferencia por esta médium. –Resp. No me lo reprochéis, porque fue necesario que yo desencarnase para testimoniarlo.

10. ¿Ya os habéis comunicado en otros lugares? –Resp. Muy poco me he comunicado; en muchos lugares otro Espíritu ha tomado mi nombre; algunas veces yo estaba cerca de él, sin que pudiese comunicarme directamente; mi muerte es tan reciente que aún estoy sujeto a ciertas influencias terrenas. Es preciso que exista una simpatía perfecta para que yo pueda expresar mi pensamiento. Dentro de poco procederé indistintamente; aún no puedo hacerlo, os lo repito. Cuando un hombre un tanto conocido muere, es llamado de muchos lugares, y miles de Espíritus se apresuran a imitar su individualidad; ha sido esto que sucedió conmigo en varias circunstancias. Os aseguro que pocos Espíritus pueden comunicarse inmediatamente después de su desprendimiento, ni siquiera a través de un médium por el cual tenga preferencia.

11. ¿Vuestras ideas se modificaron un poco desde el viernes? –Resp. Son absolutamente las mismas del viernes. Me he ocupado poco de las cuestiones puramente intelectuales, en el sentido en que las tomáis; ¿cómo yo podría hacerlo, deslumbrado como estoy y atraído por el maravilloso espectáculo que me rodea? Solamente los lazos que tengo con el Espiritismo, que son más poderosos de lo que los hombres pueden concebir, atraen mi ser hacia esta Tierra que abandono, no con alegría –lo que sería una impiedad–, sino con el profundo reconocimiento por la liberación.

12. ¿Veis a los Espíritus que están aquí con nosotros? –Resp. Veo, sobre todo, a Lázaro y a Erasto; después, más alejado, al Espíritu de Verdad que se cierne en el espacio; luego a una multitud de Espíritus amigos que os rodean, solícitos y benévolos. Sed felices, amigos, porque buenas influencias os defienden de las calamidades del error.

13. Una pregunta más, os lo ruego. ¿Conocéis las causas de vuestra muerte? –Resp. No me habléis de esto todavía.

Nota – La Sra. de Costel dice haber recibido una comunicación en su casa, en la cual le anunciaban que el Sr. Jobard había muerto porque él quería superar los límites actualmente asignados al Espiritismo. Así, su partida habría sido precipitada por este motivo. Personalmente, el Sr. Jobard no se ha explicado al respecto. Varias otras comunicaciones parecerían corroborar la opinión anterior; pero lo que resalta de ciertos hechos es una especie de misterio sobre las verdaderas causas de su muerte precipitada que, uno dice, será explicada más tarde.

(Sociedad, 22 de noviembre de 1861)
14. Cuando estabais encarnado compartíais la opinión que ha sido emitida sobre la formación de la Tierra a través de la incrustación de cuatro planetas, los cuales se habrían fundido por medio de una soldadura. ¿Conserváis aún esa misma creencia? –Resp. Es un error. Los nuevos descubrimientos geológicos prueban las convulsiones de la Tierra y su formación sucesiva. Como los otros planetas, la Tierra tuvo su vida propia, y Dios no ha tenido necesidad de ese gran desorden o de esa agregación de planetas. El agua y el fuego son los únicos elementos orgánicos de la Tierra.

15. También pensabais que los hombres podían entrar en estado cataléptico por un tiempo ilimitado, y que el género humano había sido traído a la Tierra de esa manera. –Resp. Ilusión de mi imaginación, que siempre superaba sus límites. La catalepsia puede ser larga, pero no indeterminada. Son tradiciones y leyendas, aumentadas por la imaginación oriental. Amigos míos, ya he sufrido mucho al rememorar las ilusiones que mi Espíritu ha nutrido: no os engañéis con las mismas. Yo había aprendido mucho y mi inteligencia –puedo decirlo–, apta para apropiarse de esos vastos y diversos estudios, había conservado de mi última encarnación el amor por lo maravilloso y por lo que integraba el conjunto extraído de las imaginaciones populares.

(Burdeos, 24 de noviembre de 1861; médium: Sra. de Cazemajoux)
16. Evocación. –Resp. Entonces, ¿vamos a recomenzar? ¡Pues bien! ¿Qué deseáis? Estoy aquí.

17. Acabamos de enterarnos de vuestra muerte. Como uno de los paladines de nuestra Doctrina, ¿tendríais a bien responder a algunas preguntas nuestras? –Resp. Hacedlas, aunque yo no sé bien con quién estoy; pero los Espíritus me dicen que esta médium ha obtenido algunas disertaciones insertadas en la Revista y que me han agradado; es preciso que, a mi turno, yo también ofrezca mis comunicaciones. –No hace mucho tiempo que me ausenté de la Tierra; dentro de algunos años reencarnaré allí para retomar el curso de la misión que debía cumplir, porque la misma ha sido detenida por el ángel de la liberación.

18. Habláis de una misión que debíais cumplir en la Tierra; ¿podríais darla a conocer? –Resp. Misión de progreso intelectual y de progreso moral en estado de germen. La Doctrina o la ciencia espírita contiene los elementos fecundos que deben desarrollar, hacer crecer y madurar las ideas modernas de libertad, de unidad y de fraternidad; es por eso que no se debe temer en darle un impulso vigoroso que la hará transponer los obstáculos con una fuerza que nada podrá dominar.

19. Al marchar más rápido que el tiempo, ¿no debemos temer que la Doctrina sea perjudicada? –Resp. Derribaríais a sus adversarios; vuestra lentitud les permite ganar terreno. No me gusta el paso lento y pesado de la tortuga; prefiero el vuelo audaz del rey de los aires.

Nota – Esto es un error; los adeptos del Espiritismo ganan terreno a cada día, mientras que sus adversarios lo pierden. El Sr. Jobard es siempre entusiasta; él no comprende que con prudencia se llega con más seguridad al objetivo, mientras que al arrojarse de cabeza contra los obstáculos, se arriesga a comprometer su causa. A. K.

20. Entonces, ¿cómo explicar los designios de Dios os sacando de la Tierra de manera tan súbita, si Él tenía en vos el instrumento
necesario para la marcha rápida de la Humanidad hacia el progreso moral e intelectual? –Resp. ¡Oh! ¡Qué palanca tendría una parte de los espíritas con mis ideas! Pero no; ¡el miedo los paraliza!

21. ¿Podéis explicarnos los designios de Dios al llamaros antes del término de vuestra misión? –Resp. No me siento molesto; veo y aprendo para ser más fuerte cuando suene la hora de la lucha. Redoblad el fervor y la dedicación por la noble y santa causa de la Humanidad; una única existencia no es suficiente para que tenga lugar la crisis que debe transformar a la sociedad, y muchos de entre vosotros –que preparáis los caminos– renaceréis después de algún tiempo para ayudar de nuevo a la obra santa y bendita. Ya os he dicho lo suficiente por esta noche, ¿no es así? Pero estoy a vuestra disposición; volveré, porque sois un adepto bueno y fervoroso. Adiós; en esta noche quiero asistir a la sesión de nuestro querido maestro Allan Kardec.

22. No habéis respondido a mi pregunta sobre los designios de Dios al llamaros antes del término de vuestra misión. –Resp. Somos instrumentos adecuados para ayudar en sus designios; Él nos dobla a su voluntad y nos pone nuevamente en escena cuando lo cree útil. Por consiguiente, sometámonos a sus decretos sin intentar ahondarlos, porque nadie tiene el derecho de rasgar el velo que oculta a los Espíritus sus decretos inmutables.

¡Adiós!
JOBARD.

(Passy, 20 de diciembre de 1861; médium: Sra. de Dozon)
23. Evocación. –Resp. No sé por qué me evocáis; no soy nada para vosotros y, por lo tanto, no os debo nada. Además, no os responderé sin el Espíritu de Verdad, que me dice que ha sido Kardec quien os ha pedido que me llamaseis. ¡Pues bien! Estoy aquí; ¿qué debo deciros?

24. En efecto, el Sr. Allan Kardec nos solicitó que os evocáramos con el objetivo de realizar el control de diversas comunicaciones vuestras, comparándolas entre sí; es un estudio, y esperamos que consintáis en atendernos en interés de la ciencia espírita, describiendo vuestra situación y vuestras impresiones desde que dejasteis la Tierra. –Resp. Yo no estaba cierto en todo durante mi vida terrena: ahora comienzo a saberlo; al depurarse de la turbación, mis ideas llegan a una nueva claridad y, desde entonces, reveo los errores de mis creencias. Esto es una gracia de la bondad de Dios, pero un poco tardía. El Sr. Allan Kardec no tenía una simpatía total por mi Espíritu, y así debía ser: él es positivo en su fe; a menudo yo soñaba y buscaba a la par de la realidad. No sé exactamente lo que yo quería, a no ser una vida mejor de la que tenía; el Espiritismo me la ha mostrado, y el más esclarecido de los espíritas me ha levantado el velo de la vida de los Espíritus. Ha sido LA VERDAD quien lo inspiró; El Libro de los Espíritus ha hecho una verdadera revolución en mi alma y un bien imposible de describir. Pero mi Espíritu ha tenido dudas sobre varias cosas, que hoy se me presentan con una nueva claridad. Ya os lo he dicho al inicio de esta comunicación: al liberarse de la turbación, el Espíritu me ha mostrado lo que yo no veía. El Espíritu se aparta; su desprendimiento aún no es total; entretanto, ya se ha comunicado varias veces; pero –cosa singular, quizá para vosotros– es el cambio que se hace a los ojos de los evocadores en las comunicaciones del Espíritu Jobard.

Enseguida, esta misma médium obtuvo la siguiente comunicación espontánea:

Jobard era un Espíritu investigador, queriendo subir, siempre subir. Las ideas espíritas le parecían un cuadro muy estrecho. Jobard representaba el espíritu de curiosidad; él quería saber, siempre saber. Esa necesidad, esa sed lo han impulsado a investigaciones que sobrepasaban los límites de aquello que Dios quiere que sepáis; ¡pero que no se intente arrancar el velo que cubre los misterios de Su poder! Jobard puso sus manos sobre el arca y fue fulminado. Esto es una enseñanza: buscad el Sol, pero no tengáis la audacia de fijarlo, porque quedaréis ciegos. ¿Dios no os da bastante al enviaros los Espíritus? Por lo tanto, dejad a la muerte el poder que Dios le ha otorgado: el de levantar el velo a quien es digno de ello; entonces podréis ver a Dios, el Sol de los Cielos, sin ser cegados ni fulminados por el poder que os dice: «No vayáis más lejos». He aquí lo que debo deciros.

LA VERDAD.

(Sociedad, 3 de enero de 1862; médium: Sra. de Costel)
Nota – El Sr. Jobard se ha manifestado varias veces en la casa del Sr. P... y de la Sra. P..., miembros de la Sociedad. Entre otras, una vez se ha mostrado espontáneamente a una sonámbula –y sin que hubieran pensado en él– que lo describió de una manera muy exacta y dijo su nombre, aunque nunca lo hubiese conocido. Al haberse establecido una conversación entre él y el Sr. P..., por intermedio de la sonámbula, el Espíritu Jobard recordó diversas particularidades que no dejaron ninguna duda sobre su identidad. Una cosa, sobre todo, los había impresionado: es que, en la única ocasión en que lo vieron en la Sociedad, durante casi toda la sesión, él mantuvo fijamente los ojos en ellos, como si hubiese identificado a personas de su conocimiento; ellos habían olvidado esta circunstancia, y el Espíritu Jobard se las recordó por intermedio de la sonámbula. El Sr. y la Señora P..., que nunca habían tenido ningún contacto con él cuando estaba encarnado, deseaban saber el motivo de la simpatía que él parecía tener por ellos. Al respecto, él dictó la siguiente comunicación:

¡Incrédulo! ¡Tú tenías necesidad de esta confirmación de la sonámbula para creer en mi identidad! ¡Ingrato! Me has olvidado durante mucho tiempo bajo el pretexto de que otros se acuerdan más. Pero dejemos los reproches y conversemos: abordemos el tema para el cual me has evocado. Puedo explicar fácilmente por qué mi atención se había fijado en esa pareja que me era extraña, pero que una especie de instinto, de doble vista, de presciencia me hacía reconocer. Después de mi liberación, he visto que nosotros nos habíamos conocido antes, y yo volví a ellos: esta es la palabra.

Comienzo a vivir espiritualmente, más apacible y menos turbado por las evocaciones que de todos lados llegan hasta mí. La moda reina también entre los Espíritus; cuando la moda Jobard sea sustituida por otra y cuando yo haya caído en el olvido humano, entonces solicitaré a mis amigos serios –me refiero a aquellos que no se han olvidado de mí– que me evoquen. Entonces ahondaremos las cuestiones tratadas muy superficialmente, y vuestro Jobard, completamente transfigurado, podrá seros útil, lo que desea de todo corazón.

JOBARD

(A la médium, Sra. de Costel.) – He regresado; tú deseas saber por qué manifiesto una preferencia por ti. Cuando yo era un mecánico, tú eras poetisa, ¡y te conocí en el hospital donde moriste, señora!

(Montreal [Canadá], 19 de diciembre de 1861)
El Sr. Henri Lacroix nos escribe desde Montreal relatándonos que él había enviado tres cartas al Sr. Jobard, pero que éste sólo había recibido dos; la tercera correspondencia llegó demasiado tarde, y solamente la primera fue respondida. Al enterarse de su muerte a través de los periódicos, el Sr. Lacroix recibió comunicaciones de varios Espíritus, firmadas por Voltaire, Volney, Franklin, atestiguando que la noticia era falsa y que el Sr. Jobard se encontraba muy bien. La Revista Espírita acaba de disipar sus dudas al confirmar lo ocurrido. Fue entonces que el Espíritu Jobard, al haber sido evocado, le dio la siguiente comunicación, de la cual el Sr. Lacroix nos solicita que efectuemos el control de la exactitud de la misma.

Mi querido maestro: he desencarnado, conforme decís; pero no estoy muerto, ya que os hablo. Aquellos que se encargaron de deciros que yo no había fallecido, quizá han querido jugaros una mala pasada. No los conozco aún, pero los conoceré y sabré el motivo que los ha hecho actuar así. Escribid a Kardec y yo os responderé. Creo que no podré responderos a través de la mesa, pero en todo caso intentaré y haré lo mejor. Las dos cartas que he recibido de vos han contribuido fuertemente para causar mi muerte; más tarde sabréis cómo.

JOBARD

Al respecto, el Sr. Jobard fue evocado el 10 de enero en la Sociedad de París y respondió que reconocía ser el autor de esa comunicación, pero que la supuesta descripción trazada después no era él ni de él, lo que nosotros creemos sin dificultad, porque no se parece de modo alguno a él.

Preg. ¿Cómo las dos cartas que habéis recibido pudieron contribuir con vuestra muerte? –Resp. No puedo y no quiero decir aquí sino una cosa: ha sido la lectura de esas dos cartas, después de haber comido, que ha determinado la congestión que me llevó o –si preferís– que me liberó.

Nota – Mientras la médium escribía esta respuesta, y antes de que fuese leída, otro médium recibió la siguiente respuesta de su Guía particular:

«Es una explicación difícil, que él no os dará en detalle; hay cosas que Jobard no puede decir aquí».

Preg. El Sr. Lacroix desea saber por qué razón varios Espíritus vinieron espontáneamente a desmentir la noticia de vuestra muerte. –Resp. Si él hubiese prestado más atención, habría fácilmente reconocido la superchería. ¡Cuántas veces será necesario repetir que debemos desconfiar –casi absolutamente– de las comunicaciones espontáneas dadas sobre un hecho, afirmando o negando deliberadamente! Los Espíritus sólo engañan a los que se dejan engañar.

Nota – Durante esta respuesta, otro médium escribió lo siguiente: «Son Espíritus charlatanes que no se preocupan con la verdad. Hay ciertos Espíritus que son como los hombres: reciben una noticia y la afirman o la niegan con la misma facilidad».

Es evidente que los nombres que han firmado el desmentido de la muerte del Sr. Jobard son apócrifos. Para reconocer esto bastaría considerar que Espíritus como Franklin, Volney y Voltaire se ocupan de cosas más serias, y que semejantes detalles son incompatibles con su carácter; solamente esto ya debería
inspirar dudas sobre la identidad de los mismos y, por consecuencia, sobre la veracidad de las comunicaciones. No estaría de más repetirlo: un estudio previo, completo y atento de la ciencia espírita puede por sí solo proporcionar los medios para desbaratar las mistificaciones de los Espíritus embusteros, a los cuales están expuestos todos los principiantes que no tienen la experiencia necesaria.

Preg. Habéis respondido solamente a la primera carta del Sr. Lacroix; él desea obtener una respuesta a las dos últimas, y sobre todo a la tercera correspondencia que –como él dijo– tenía un sello particular que sólo por vos podría ser comprendido. –Resp. Él la obtendrá más tarde; por el momento no puedo responder. Sería inútil provocar dicha respuesta, pues de lo contrario él podría estar cierto de que no sería yo el que respondería.

(Sociedad Espírita de París, 21 de febrero de 1862; médium: Srta. Stéphanie)
Cuando la Sociedad abrió una suscripción a favor de los obreros de Lyon, un miembro contribuyó con 50 francos, de los cuales 25 eran por cuenta propia, y los otros 25 en nombre del Sr. Jobard. Al respecto, este último dio la siguiente comunicación:

Una vez más voy a responder, mi estimado Kardec: me siento halagado y agradecido por no haber sido olvidado por mis hermanos espíritas. Agradezco al generoso corazón que os ha entregado la ofrenda que yo habría donado si aún habitase en vuestro mundo. En el mundo que habito ahora no hay necesidad de dinero; me fue necesario, pues, recurrir a la bolsa de la amistad para dar pruebas materiales de que yo estaba conmovido por el infortunio de mis hermanos de Lyon. Bravos trabajadores que cultiváis fervorosamente la viña del Señor: es preciso que creáis que la caridad no es una palabra vana, puesto que pequeños y grandes os han dado muestras de simpatía y de fraternidad. Estáis en la gran vía humanitaria del progreso; ¡que Dios os permita manteneros en ella para que podáis ser más felices; los Espíritus amigos os sostendrán y triunfaréis!

JOBARD


Suscripción con la finalidad de erigir un monumento en memoria del Sr. Jobard

Al haber sido anunciado en los periódicos una suscripción para erigir un monumento al Sr. Jobard, el Sr. Allan Kardec comunicó el hecho a la Sociedad en la sesión del 31 de enero pasado, agregando que se proponía a hablar de eso en la Revista, pero que él había considerado un deber posponer el anuncio de esta suscripción, teniendo en cuenta que tendría pocas posibilidades favorables, porque se contraponía con la situación de los obreros; que se reflexionase si sería mejor dar pan a los vivos que piedras a los muertos.

Al ser interrogado sobre lo que pensaba al respecto, el Sr. Jobard respondió: «Ciertamente. Pero he reflexionado lo siguiente: queréis saber si me gustan las estatuas; primero, dad vuestro dinero a los pobres y si, por ventura, sobrasen algunas monedas de 5 francos en los bolsillos de vuestro chaleco, mandad erigir una estatua; esto siempre permitirá que un artista pueda vivir.»

En consecuencia, la Sociedad recibirá las donaciones que se hagan con esa finalidad y efectuará el depósito en la oficina de redacción del periódico La Propriété industrielle, situado en la rue Bergère, 21, donde ha sido abierta la suscripción.


Carrère – Constatación de un hecho de identidad

La identidad de los Espíritus que se manifiestan es –como se sabe– una de las dificultades del Espiritismo, y los medios empleados para verificarla conducen a menudo a resultados negativos; al respecto, las mejores pruebas son aquellas que nacen de la espontaneidad de las comunicaciones. Aunque estas pruebas no sean raras –cuando están bien caracterizadas–, es bueno constatarlas, primeramente para su propia satisfacción y como objeto de estudio y, después, para responder a los que niegan su posibilidad, probablemente porque fueron mal conducidas o no alcanzaron éxito, o porque poseen un sistema preconcebido. Repetiremos aquí lo que hemos dicho en otra parte: la identidad de los Espíritus que han vivido en épocas remotas y que vienen a dar enseñanzas es casi imposible de establecer, y que a los nombres no se debe atribuir más que una importancia relativa; lo que ellos dicen, ¿es bueno o malo, racional o ilógico, digno o indigno del nombre firmado? He aquí toda la cuestión. No sucede lo mismo con los Espíritus contemporáneos, cuyo carácter y hábitos nos son conocidos y que pueden probar su identidad a través de particularidades y detalles, particularidades que raramente se obtienen cuando son solicitadas y que es necesario saber esperar. Tal es el hecho relatado en la siguiente carta:

Burdeos, 25 de enero de 1862.

«Mi querido Sr. Kardec:

«Sabéis que tenemos el hábito de someteros todos nuestros trabajos, confiando plenamente en vuestras luces y en vuestra experiencia para apreciarlos; así, cuando para nosotros se trata de impactantes hechos de identidad, nos limitamos a dároslos a conocer en todos sus detalles.

«El Sr. Guipon, inspector de contabilidad de la Compañía de los Ferrocarriles del Sur de Francia, miembro del grupo director de la Sociedad Espírita de Burdeos, me escribió la siguiente carta, fechada el 14 de este mes:

«Mi estimado Sr. Sabò: permitidme dirigiros el pedido de evocar, en la sesión, al Espíritu Carrère, subjefe del equipo de la estación ferroviaria de Burdeos, muerto al efectuar una maniobra el 18 de diciembre último. Adjunto, en un sobre separado, los detalles de los hechos que deseo que sean constatados, y pienso que los mismos serían para nosotros un tema serio de estudio y de instrucción. Os agradecería mucho, igualmente, si sólo abrierais el sobre después de la evocación.

L. GUIPON.»
El día 18 del mismo mes, en una reunión con una decena de personas honorables de nuestra ciudad, nosotros hicimos la evocación solicitada:

1. Evocación del Espíritu Carrère. –Resp. Estoy aquí.

2. ¿Cuál es vuestra posición en el mundo de los Espíritus? –Resp. No soy feliz ni infeliz. Además, estoy frecuentemente en la Tierra; me muestro a alguien que no está muy contento de verme.

3. ¿Con qué objetivo os manifestáis a esa persona? –Resp. ¡Ah! Como veis, yo iba a morir; yo tenía miedo y tenían miedo de mí. En todas partes buscaban un crucifijo con la imagen del Cristo para ayudarme a transponer la difícil travesía de la vida hacia la muerte, y la persona a quien me muestro tenía un crucifijo, pero se rehusó a prestarlo, a fin de ponerlo sobre mis labios moribundos y después para colocarlo entre mis manos como un testimonio de paz y de amor. ¡Pues bien! Ahora tendrá que verme por mucho tiempo alrededor del Cristo; ahí me verá siempre. Ya me voy; me siento mal aquí; dejadme partir. Adiós.

Inmediatamente después de esta evocación abrí el sobre sellado, que contenía los siguientes detalles:

«Por ocasión de la muerte de Carrère, subjefe del equipo de Burdeos, muerto el 18 de diciembre último, el Sr. Beautey, jefe de la estación ferroviaria P. V., hizo transportar el cuerpo a la estación de pasajeros y ordenó a un hombre de su equipo que fuese a su domicilio para pedir a la Sra. de Beautey un crucifijo, a fin de colocarlo en el cadáver. Esta señora respondió que el crucifijo estaba quebrado, alegando, entonces, que no podía prestarlo.

«El 10 de enero del corriente mes, la Sra. de Beautey confesó a su marido que el crucifijo que ella se había rehusado a prestar no estaba quebrado, y que no quiso prestarlo –dijo ella– para no tener que sentir después las emociones ocasionadas por semejante accidente, ocurrido anteriormente y casi en las mismas condiciones. Luego ella agregó que jamás rehusaría nada a un muerto, y explicó estas palabras así: –Durante toda la noche de la muerte de aquel hombre, él permaneció visible para mí; lo vi por mucho tiempo, colocado alrededor del Cristo y después a su lado.

«La Sra. de Beautey –que nunca había visto ni escuchado hablar de ese hombre– lo describió con tanta exactitud a su marido, que éste lo reconoció como si hubiera estado presente. Además, no es la primera vez que la Sra. de Beautey ve a los Espíritus en estado de vigilia; entretanto, un hecho notable es que el Espíritu Carrère la impresionó fuertemente, lo que no le sucedía al ver a otros Espíritus. –Firmado: Guipon

«A continuación se encuentra la siguiente mención:

«Esta narración es absolutamente exacta.

«–Firmado: Beautey, jefe de la estación ferroviaria.»

He considerado mi deber relataros este hecho de identidad que os acabo de señalar, hecho muy raro –es preciso concordar– y que seguramente ha sucedido con el permiso de Dios, que se sirve de todos los medios para impactar a la incredulidad y a la indiferencia.

Si juzgáis útil publicar este interesante episodio, encontraréis más abajo las firmas de las personas que han asistido a esa sesión. Ellas me encargaron de deciros que sus nombres pueden ser publicados y que, en esta circunstancia, conservar el anonimato sería un error. Los nombres propios que aparecen en los detalles circunstanciados de la evocación de Carrère también pueden ser reproducidos.

Vuestro servidor muy devoto,

A. SABÒ.
Atestiguamos que los detalles relatados en la presente carta son verídicos en todos los puntos, y no dudamos en confirmarlos con nuestra firma.

–A. SABÒ, jefe de contabilidad de la Compañía de los Ferrocarriles del Sur, calle Barennes, Nº 13. –CH. COLLIGNON, rentista, calle Sauce Nº 12. –ÉMILIE DE COLLIGNON, rentista. –L’ANGLE, empleado de contribuciones indirectas, calle Pèlegrin Nº 28. –Viuda de CAZEMAJOUX. –GUIPON, inspector de contabilidad y de recaudación de la Compañía de los Ferrocarriles del Sur, Camino de Bègles Nº 119. –ULRICHS, comerciante, calle de los Chartrons Nº 17. –CHAIN, comerciante. –JOUANNI, empleado del Sr. Arman, constructor de navíos, calle Capenteyre Nº 26. –GOURGUES, negociante, Camino de Saint-Genès Nº 64. –BELLY Hijo mayor, mecánico, calle Lafurterie Nº 39. –HUBERT, capitán del Regimiento de Infantería Nº 88. –PUGINIER, teniente del mismo regimiento.

Como de costumbre, no faltarán los incrédulos que atribuyan este hecho a la imaginación. Por ejemplo, ellos dirán que la Sra. de Beautey tenía la mente impresionada por haberse rehusado a prestar su crucifijo y que el remordimiento de su conciencia le hizo creer que veía a Carrère. Convengamos que esto es posible, pero los negadores –que no se preocupan en profundizar antes de juzgar– no investigan si alguna circunstancia escapa a su teoría. ¿Cómo explicarán la descripción que ella hizo de un hombre que nunca había visto? Ellos dirán que «fue el acaso». –En cuanto a la evocación, ¿diréis también que la médium apenas tradujo su pensamiento o el de los asistentes, ya que esas circunstancias eran ignoradas? ¿Fue nuevamente el acaso? –No. Pero entre los asistentes estaba el Sr. Guipon, autor de la carta sellada y que conocía el hecho; ahora bien, su pensamiento pudo transmitirse a la médium a través de la corriente de fluidos, considerando que los médiums están siempre en un estado de sobreexcitación febril, mantenido y provocado por la concentración de los asistentes y por su propia voluntad. Ahora bien, en ese estado anómalo, que no es otra cosa que un estado biológico –según el erudito Sr. Figuier–, hay emanaciones que escapan del cerebro y dan percepciones excepcionales provenientes de la expansión de los fluidos, que establecen relaciones entre las personas presentes e incluso ausentes. Por lo tanto, con esta explicación tan clara como lógica, ya veis que no hay necesidad de recurrir a la intervención de vuestros supuestos Espíritus, que sólo existen en vuestra imaginación. –Confesamos con toda humildad que este razonamiento supera nuestra inteligencia, y os preguntaremos: ¿vosotros mismos lo comprendéis bien?




Enseñanzas y disertaciones espíritas

La reencarnación
(Enviada desde La Haya; médium: barón de Kock)

La doctrina de la reencarnación es una verdad incontestable; desde el momento en que el hombre quiera solamente pensar en el amor, en la sabiduría y en la justicia de Dios, no puede admitir ninguna otra doctrina.

Es cierto que en los libros sagrados se encuentran estas palabras: «Después de la muerte, el hombre será recompensado según sus obras». Pero no se presta la suficiente atención a una infinidad de citas, que os dicen que es completamente inadmisible que el hombre actual sea punido por las faltas y por los crímenes de aquellos que han vivido antes del Cristo. No puedo detenerme en tantos ejemplos y demostraciones dados por los que tienen fe en la reencarnación; vosotros mismos podéis hacer esto; los Espíritus buenos os ayudarán y será un trabajo agradable para vosotros. Podréis agregar esto a los dictados que yo os he dado y que aún os daré si Dios lo permite. Estáis convencidos del amor de Dios por los hombres; Él sólo desea la felicidad de sus hijos; ahora bien, el único medio para que ellos alcancen un día esa suprema felicidad está por completo en las reencarnaciones sucesivas.

Ya os he dicho que lo que Kardec ha escrito sobre los ángeles caídos es la pura verdad. Los Espíritus que pueblan vuestro globo, en la mayoría, siempre lo han habitado. Si son los mismos que ahí regresan hace tantos siglos, es que muy pocos han merecido la recompensa prometida por Dios.

El Cristo dijo: «Esta raza se destruirá y, en breve, esta profecía será cumplida». Si se cree en un Dios de amor y de justicia, ¿cómo se puede admitir que los hombres que viven actualmente, e incluso los que han vivido hace dieciocho siglos, pueden ser culpables de la muerte del Cristo sin admitirse la reencarnación? Sí, el sentimiento de amor a Dios, el de las penas y el de las recompensas de la vida futura, la idea de la reencarnación son innatas en el hombre desde hace siglos. Ved toda la Historia, ved los escritos de los sabios de la Antigüedad y seréis convencidos de que esta doctrina fue admitida en todos los tiempos por todos los hombres que comprendieron la justicia de Dios. Ahora comprendéis qué es nuestra Tierra y cómo ha llegado el momento en que las profecías del Cristo serán cumplidas.

Lamento que encontréis tan pocas personas que piensen como vosotros. Vuestros compatriotas sólo piensan en la grandeza, en el dinero y en hacerse un nombre; rechazan todo lo que pueda obstaculizar sus malas pasiones. Pero que esto no os desanime; trabajad por vuestra felicidad y por el bien de aquellos que quizá puedan enmendarse de sus errores. Perseverad en vuestra obra; pensad siempre en Dios, en el Cristo, y la beatitud celestial será vuestra recompensa.

Si uno quiere examinar la cuestión sin prejuicios, reflexionar sobre la existencia del hombre en las diferentes condiciones de la sociedad y coordinar esta existencia con el amor, con la sabiduría y con la justicia de Dios, todas las dudas concernientes al dogma de la reencarnación deben desaparecer. En efecto, ¿cómo conciliar esta justicia y este amor con una única existencia, donde todos nacen en posiciones tan diferentes, en donde uno es rico y grande, mientras que el otro es pobre y miserable; en donde uno goza de salud, mientras que el otro es aquejado con males de toda especie? Aquí se encuentran la alegría y la jovialidad; más lejos, la tristeza y el dolor; en unos la inteligencia es muy desarrollada; en otros se eleva apenas por encima de los brutos. ¿Es posible creer que un Dios, que es todo amor, haya hecho nacer criaturas condenadas por toda la vida a la idiotez y a la demencia? ¿Que Él haya permitido que niños –los cuales están en la primavera de la vida– fuesen arrancados de las manos tiernas de sus padres? Inclusive me atrevo a preguntar si se podría atribuir a Dios el amor, la sabiduría y la justicia a la vista de esos pueblos inmersos en la ignorancia y en la barbarie, en comparación con las otras naciones civilizadas donde reinan las leyes, el orden y en donde se cultivan las artes y las ciencias. No basta decir: «Dios, en su sabiduría, ha regido así todas las cosas»; no, la sabiduría de Dios que, ante todo, es amor, debe volverse clara para el entendimiento humano: el dogma de la reencarnación esclarece todo. Este dogma, dado por el propio Dios, no puede oponerse a los preceptos de las Santas Escrituras; lejos de esto, explica los principios de donde emanan para el hombre el mejoramiento moral y la perfección. Este futuro, revelado por el Cristo, está de acuerdo con los atributos infinitos que Dios debe poseer. El Cristo ha dicho: «Todos los hombres no son solamente hijos de Dios, sino también hermanos y hermanas de la misma familia»; ahora bien, estas expresiones deben ser bien comprendidas.

Un buen padre terreno ¿dará a uno de sus hijos aquello que niega dar a los otros? ¿Arrojará a un hijo al abismo de la miseria, mientras colma al otro de riquezas, honores y dignidades? Agregad, aún, que el amor de Dios, siendo infinito, no podría ser comparado al amor del hombre para con sus hijos. Al tener una causa las diferentes posiciones del hombre, y teniendo esta causa como principio el amor, la sabiduría, la bondad y la justicia de Dios, éstas sólo pueden encontrar su razón de ser en la doctrina de la reencarnación.

Dios creó a todos los Espíritus iguales, simples, inocentes, sin vicios y sin virtudes, pero con el libre albedrío para reglar sus acciones conforme un instinto que se llama conciencia, que les da el poder de distinguir el bien y el mal. Cada Espíritu está destinado a alcanzar la más alta perfección, atrás de Dios y del Cristo; para alcanzarla, debe adquirir todos los conocimientos a través del estudio de todas las Ciencias, iniciarse en todas las verdades y depurarse por medio de la práctica de todas las virtudes. Ahora bien, como estas cualidades superiores no pueden obtenerse en una sola existencia, todos deben recorrer varias existencias para adquirir los diferentes grados del saber.

La vida humana es la escuela de la perfección espiritual, en donde existe una serie de pruebas; es por eso que el Espíritu debe conocer todas las condiciones de la sociedad y, en cada una de esas condiciones, debe aplicarse a cumplir la voluntad divina. El poder y la riqueza, así como la pobreza y la indigencia, son pruebas; dolores, idiotez, demencia, etc., son puniciones por el mal cometido en una existencia anterior.

De la misma manera que, a través del libre albedrío, cada individuo puede realizar las pruebas a que está sometido, de la misma manera él puede fallar. En el primer caso, la recompensa no se hace esperar, y esta recompensa consiste en una progresión en la perfección espiritual; en el segundo caso, él recibe su punición, es decir, que debe reparar en una nueva existencia el tiempo perdido en una existencia precedente, de la cual no supo sacar ventaja para sí mismo.

Antes de su reencarnación, los Espíritus permanecen en las esferas celestiales: los buenos gozan de la felicidad y los malos se entregan al arrepentimiento, tomados por el dolor de sentirse desamparados por Dios. Pero el Espíritu, al conservar el recuerdo del pasado, se acuerda de sus infracciones a los mandamientos de Dios, y Él le permite elegir en una nueva existencia sus pruebas y su condición, lo que explica por qué se encuentran frecuentemente en los bajos estratos de la sociedad sentimientos elevados y un entendimiento desarrollado, mientras que en los altos estratos se encuentran a menudo tendencias innobles y Espíritus muy embrutecidos. ¿Se puede hablar de injusticia cuando el hombre, que empleó mal su vida, puede reparar sus faltas en otra existencia y alcanzar su objetivo? La injusticia ¿no estaría en una condenación inmediata y sin remisión posible? La Biblia habla de castigos eternos; pero esto, realmente, no se debería entender para una única existencia, tan triste y tan corta, para este instante, en un abrir y cerrar de ojos con relación a la eternidad. Dios quiere dar la felicidad eterna como recompensa del bien, pero es necesario merecerla, y una única vida –de corta duración– no es suficiente para alcanzarla.

Muchos preguntan por qué Dios habría ocultado a los hombres, durante tanto tiempo, una dogma cuyo conocimiento es útil a su felicidad. ¿Habría amado menos a los hombres de lo que los ama ahora?

El amor de Dios es de toda la eternidad; para esclarecer a los hombres, Él ha enviado a sabios, a profetas, a Jesucristo, el Salvador; ¿esto no es una prueba de su amor infinito? Sin embargo, ¿cómo los hombres han recibido este amor? ¿Han mejorado?

El Cristo ha dicho: «Yo podría deciros aún muchas cosas, pero vosotros no conseguiríais comprenderlas por causa de vuestra imperfección»; y si tomamos las Santas Escrituras en el verdadero sentido intelectual, ahí encontraremos muchas citas que parecen indicar que el Espíritu debe recorrer varias existencias antes de llegar a su objetivo. ¿No se encuentran también en las obras de los antiguos filósofos las mismas ideas sobre la reencarnación de los Espíritus?

El mundo ha progresado mucho en el aspecto material, en las Ciencias, en las instituciones sociales; pero en el aspecto moral aún está muy atrasado; los hombres menosprecian la ley de Dios y no escuchan más la voz del Cristo; he aquí por qué Dios, en su bondad y como último recurso para llegar a conocer los principios de la felicidad eterna, les da la comunicación directa con los Espíritus y la enseñanza del dogma de la reencarnación, palabras llenas de consuelo y que brillan en medio de las tinieblas de los dogmas de tantas religiones diferentes.

¡Manos a la obra! Y que la búsqueda se realice con amor y confianza; leed sin prejuicios; reflexionad acerca de todo lo que Dios se dignó a hacer por el género humano –desde la creación del mundo– y seréis confirmados en la fe que la reencarnación es una verdad santa y divina.

Observación – No tenemos el honor de conocer al barón de Kock; esta comunicación, que concuerda con todos los principios del Espiritismo, no es, por lo tanto, producto de ninguna influencia personal.

El realismo y el idealismo en la Pintura
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. A. Didier)

I
La pintura es un arte que tiene como objetivo retratar las más bellas y más elevadas escenas terrenas y, a veces, imitar simplemente a la Naturaleza a través de la magia de la verdad. Por así decirlo, es un arte que no tiene límites, sobre todo en vuestra época. El arte de vuestros días no debe solamente reflejar la personalidad; él debe ser –si puedo expresarme así– el entendimiento de todo lo que ha sido en la Historia, y las exigencias del color local, lejos de poner obstáculos a la personalidad y a la originalidad del artista, amplían su visión, formando y depurando su gusto, haciéndole crear obras interesantes para el arte y para los que quieren ver allí una civilización caída o algunas ideas olvidadas. La llamada pintura histórica de vuestras escuelas no se ajusta a las exigencias del siglo; y me atrevo a decir que hay más futuro para un artista en sus investigaciones individuales sobre el arte y sobre la Historia que en ese camino donde dicen que uno ha comenzado a poner los pies. Sólo hay una cosa que puede salvar el arte de vuestra época: un nuevo impulso y una nueva escuela que, aliando los dos principios que consideran tan contrarios –el realismo y el idealismo–, lleve a los jóvenes a comprender que si los maestros son llamados así, es porque vivían con la Naturaleza y porque su poderosa imaginación inventaba donde era preciso inventar, pero obedecía donde era necesario obedecer.

Para muchas personas ignorantes de la Ciencia del arte, las disposiciones reemplazan a menudo el saber y la observación; así, en vuestra época se ven por todas partes a hombres de una imaginación muy interesante –es cierto–, incluso artistas, pero de ningún modo a pintores; aquéllos sólo serán contados en la Historia como dibujantes muy ingeniosos. La rapidez en el trabajo, la pronta representación del pensamiento, se adquiere poco a poco por medio del estudio y de la práctica, y aunque se tenga esa inmensa facultad de pintar rápido, aún es necesario luchar, siempre luchar. En vuestro siglo materialista, el arte –no lo digo en todos los puntos, felizmente– se materializa al lado de los esfuerzos verdaderamente sorprendentes de los hombres célebres de la pintura moderna. ¿Por qué esta tendencia? Es lo que indicaré en una próxima comunicación.

II
Como he dicho en mi última comunicación, para comprender bien la pintura sería necesario ir sucesivamente de la práctica a la idea y de la idea a la práctica. Casi toda mi vida la he pasado en Roma; cuando yo contemplaba las obras de los maestros, me esforzaba por captar en mi Espíritu la conexión íntima, las relaciones y la armonía entre el idealismo más elevado y el realismo más verdadero. Raramente he visto una obra maestra que no reunise estos dos grandes principios; yo veía en ella el ideal y el sentimiento de la expresión al lado de una verdad tan brutal, que decía para mí mismo: esta es realmente la obra del Espíritu humano; primero la obra es pensada y después retratada; es verdaderamente el alma y el cuerpo: es la vida integral. Veía que los maestros flojos en sus ideas y en su comprensión, lo eran también en sus formas, en sus colores y en sus efectos; la expresión de sus cabezas era incierta, y la de sus movimientos era banal y sin grandeza. Es necesaria una larga iniciación en la Naturaleza para comprender bien sus secretos, sus caprichos y su sublimidad. No es pintor quien quiere; además del trabajo de observación, que es inmenso, es preciso luchar en el cerebro y en la práctica continua del arte. En un dado momento es necesario llevar a la obra que uno quiere producir los instintos y el sentimiento de las cosas adquiridas y de las cosas pensadas; en una palabra, siempre esos dos grandes principios: alma y cuerpo.

NICOLAS POUSSIN

Los obreros del Señor
(Cherburgo, febrero de 1861; médium: Sr. Robin)

Han llegado los tiempos en que se cumplirán las cosas anunciadas para la transformación de la Humanidad; ¡felices los que hayan trabajado en el campo del Señor con desinterés y sin otro móvil que la caridad! Sus jornadas de trabajo serán pagadas al céntuplo de lo que hubieran esperado. Felices aquellos que hayan dicho a sus hermanos: «Trabajemos juntos y unamos nuestros esfuerzos, a fin de que el Señor –cuando llegue– encuentre la obra terminada». A éstos el Señor dirá: ¡«Venid a mí, vosotros que sois buenos servidores, que habéis hecho callar vuestros celos y vuestras discordias para no dejar la obra paralizada!» Pero ¡ay de aquellos que, por sus disensiones, hayan retrasado la hora de la siega, porque la tempestad vendrá y serán arrastrados por el torbellino! Entonces exclamarán: «¡Gracia, gracia!» Pero el Señor les dirá: «¿Por qué suplicáis gracia, vosotros que no tuvisteis piedad de vuestros hermanos, que os negasteis a tenderles la mano y que oprimisteis al débil en vez de ampararlo? ¿Por qué suplicáis gracia, vosotros que buscasteis vuestra recompensa en los goces terrenos y en la satisfacción de vuestro orgullo? Ya habéis recibido vuestra recompensa, tal como la queríais; entonces, no pidáis más: las recompensas celestiales son para aquellos que no han pedido las recompensas de la Tierra.»

En este momento, Dios hace el censo de sus servidores fieles y ha señalado con el dedo a aquellos cuya abnegación es sólo aparente, a fin de que no usurpen el salario de los servidores valerosos, porque a los que no retrocedan ante su tarea, Él ha de confiar los puestos más difíciles en la gran obra de la regeneración por el Espiritismo, y estas palabras se cumplirán: ¡«Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos en el Reino de los Cielos!»

EL ESPÍRITU DE VERDAD

Instrucción moral
(París; Grupo Faucheraud; médium: Sr. Planche)

Vengo a vosotros, pobres extraviados que estáis en un terreno resbaladizo y que os encontráis a pocos pasos del borde de un abismo. Como buen padre de familia vengo a tenderos una mano caritativa para os salvar del peligro. Mi mayor deseo es el de encaminaros bajo el techo paternal y divino, a fin de haceros sentir el amor de Dios y del trabajo por medio de la fe, de la caridad cristiana, de la paz, de los goces y de la dulzura del hogar. Queridos hijos míos: como vosotros he conocido alegrías y sufrimientos, y comprendo todas las dudas de vuestros Espíritus y las luchas de vuestros corazones. Es para preveniros contra vuestros defectos y para mostraros los escollos contra los cuales podríais chocaros, que seré justo, pero severo.

Desde lo alto de las esferas celestiales que recorro, mi mirada se dirige con felicidad hacia vuestras reuniones, y es con gran interés que sigo vuestras santas instrucciones. Pero al mismo tiempo que mi alma se regocija por un lado, siente por otro lado una pena muy amarga, cuando penetra en vuestros corazones y allí aún ve tanto apego a las cosas terrenales. Para la mayoría, el santuario de nuestras lecciones es considerado como una sala de espectáculo, y siempre esperáis de nuestra parte que surjan algunos hechos maravillosos. De ninguna manera estamos encargados de presentaros milagros, sino que nuestra misión es cultivar vuestros corazones, abriendo en los mismos grandes surcos para arrojar a manos llenas la semilla divina. Sin cesar nos esforzamos en volverla fecunda, porque sabemos que sus raíces deben atravesar la tierra de un polo al otro y cubrir toda su superficie. Los frutos que salgan de allí serán tan bellos, tan dulces y tan grandes que ascenderán a los cielos.

Feliz de aquel que haya sabido recoger los frutos para saciarse con ellos, porque los Espíritus bienaventurados vendrán a su encuentro, coronarán su cabeza con la aureola de los elegidos, le harán subir las gradas del trono majestuoso del Eterno y le dirán que participe de la incomparable felicidad, de las alegrías y de los innumerables deleites de las falanges celestiales.

Desventurado aquel a quien fue dado ver la luz y oír la palabra de Dios, pero que cerró los ojos y se tapó los oídos; el Espíritu de las tinieblas lo envolverá con sus alas lúgubres y lo transportará a su imperio sombrío para que expíe durante siglos su desobediencia al Señor, a través de numerosos tormentos. Es el momento de aplicar la sentencia de muerte del profeta Oseas: Cœdam eos secundùm auditionem cœtus eorum (Yo los heriré de muerte conforme a lo que hayan escuchado). Que estas pocas palabras no se desvanezcan como el humo en el aire, sino que cautiven vuestra atención para que las meditéis y para que reflexionéis seriamente en las mismas. Daos prisa en aprovechar los pocos instantes que os quedan, a fin de consagrarlos a Dios; un día vendremos a pediros cuentas de lo que habéis hecho de nuestras enseñanzas y de cómo pusisteis en práctica la Doctrina sagrada del Espiritismo.

Espíritas de París: a vosotros, por lo tanto, que podéis realizar mucho con vuestras posiciones personales y con vuestras influencias morales, os digo que hay gloria y honor en dar el ejemplo sublime de las virtudes cristianas. No esperéis que el infortunio venga a golpear a vuestra puerta. Id al encuentro de vuestros hermanos en sufrimiento: dad al pobre el óbolo de la jornada; secad las lágrimas de la viuda y del huérfano con palabras suaves y consoladoras. Levantad el ánimo abatido del anciano, encorvado con el peso de los años y bajo el yugo de iniquidades, haciendo brillar en su alma las alas doradas de la esperanza en una vida futura mejor. Por todas partes, y a vuestro paso, dad en abundancia el amor y el consuelo; así, al elevar vuestras buenas obras a la altura de vuestros pensamientos, mereceréis con dignidad el título glorioso y brillante que los espíritas de la provincia y del exterior os conceden mentalmente, cuyas miradas son dirigidas hacia vosotros y que, llenos de admiración ante la visión de la luz que brota a raudales de vuestras asambleas, os llamarán el sol de Francia.

LACORDAIRE.

La viña del Señor
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. E. Vézy)

Todos, en fin, vendrán a trabajar en la viña. Ya los veo; llegan en gran número: he aquí que comparecen. ¡Vamos, hijos! Manos a la obra; Dios quiere que todos trabajéis en su viña.

Sembrad, sembrad, y un día cosecharéis con abundancia. Ved al bello Sol en el oriente: ¡cómo despunta radiante y resplandeciente! Viene a daros calor y a hacer crecer los racimos de la vid. ¡Vamos, hijos! Las vendimias serán espléndidas y cada uno de vosotros vendrá a beber la copa del vino sagrado de la regeneración. ¡Es el vino del Señor que será servido en el banquete de la fraternidad universal! Allí todas las naciones serán reunidas en una sola y misma familia, y cantarán alabanzas a un mismo Dios. Por lo tanto, utilizad la reja del arado y la azada, vosotros que queréis vivir eternamente; unid las cepas, a fin de que no se caigan y para que se mantengan rectas, y las copas de los árboles subirán al cielo. Algunos alcanzarán la medida de cien codos, y los Espíritus de los mundos etéreos vendrán a exprimir el zumo de las cepas y a refrescarse; el jugo será tan poderoso que dará fuerza y coraje a los frágiles. Será la leche que ha de nutrir a los pequeños.

He aquí la vendimia que se va a realizar; ella ya se realiza. Se preparan los recipientes que deben contener el licor sagrado; acercad vuestros labios, vosotros que queréis probar, porque ese licor os arrebatará a un éxtasis celestial, y veréis a Dios en vuestros sueños, mientras esperáis que la realidad suceda al sueño.

¡Hijos! Esta espléndida viña que debe elevarse a Dios es el Espiritismo. Adeptos fervorosos: es necesario que ella avance pujante y fuerte, ¡y es preciso que vosotros –pequeños–, ayudéis a los fuertes a defenderla y a propagarla! Cortad los brotes y plantadlos en otro campo; ellos producirán nuevas viñas y otros brotes en todos los países del mundo.

Sí, os lo digo: finalmente todo el mundo beberá el jugo de la vid, ¡y lo beberéis en el reino del Cristo, con el Padre celestial! Por lo tanto, sed vigorosos y dispuestos, y no tengáis una vida austera. Dios no os pide que viváis con austeridades y privaciones; de ninguna manera pide que cubráis vuestro cuerpo con cilicios: Él solamente quiere que viváis según la caridad y conforme el corazón. No quiere mortificaciones que destruyan el cuerpo; Él quiere que cada uno se abrigue bajo su sol y, si ha hecho unos rayos más fríos que otros, es para dar a entender a todos lo fuerte y poderoso que Él es. No, no os cubráis con cilicio; no dañéis vuestras carnes con los golpes del azote; para trabajar en la viña es necesario ser robusto y fuerte. El hombre debe tener el vigor que Dios le ha dado. Él no ha creado a la humanidad para hacer de ella una raza bastarda y débil; Él la creó como manifestación de su gloria y de su poder.

Vosotros, que queréis vivir la verdadera vida: estaréis en el camino del Señor cuando hayáis dado el pan a los infortunados, el óbolo a los que sufren y vuestra oración a Dios. Entonces, cuando la muerte os cierre los párpados, el ángel del Señor hablará en voz alta sobre vuestros beneficios, y vuestra alma –llevada en las alas blancas de la caridad– ascenderá a Dios tan bella y tan pura como un lirio hermoso que florece por la mañana bajo el sol de primavera.

Hermanos míos: orad, amad y haced la caridad; la viña es grande y el campo del Señor es vasto. Venid, venid: Dios y el Cristo os llaman, y yo os bendigo.

SAN AGUSTÍN

Caridad para con los criminales
Problema moral

«Un hombre está en peligro de muerte; para salvarlo es necesario arriesgar nuestra propia vida; pero se sabe que ese hombre es un malhechor y que, si escapa, podrá cometer nuevos crímenes. A pesar de esto, ¿debemos arriesgar nuestra vida para salvarlo?»

La siguiente respuesta ha sido obtenida en la Sociedad Espírita de París, el 7 de febrero de 1862, por el médium Sr. A. Didier:

«Esta es una cuestión muy grave y que naturalmente puede presentarse al Espíritu. Responderé según mi adelanto moral, ya que se trata de saber si debemos arriesgar nuestra propia vida por un malhechor. La abnegación es ciega: si socorremos a un enemigo nuestro, debemos entonces socorrer a un enemigo de la sociedad, en una palabra, a un malhechor. Por tanto, ¿creéis que sólo de la muerte libráis a ese desventurado? Tal vez lo libréis de toda su vida pasada. Imaginad, pues, que en esos rápidos instantes que le arrebatan los últimos minutos de su existencia, ese hombre perdido recapacite sobre su existencia pasada o, más bien, que toda su vida se presente ante él. Quizá la muerte le llegue demasiado pronto, y su reencarnación tal vez sea terrible. Hombres: por lo tanto, ¡salvadlo! Vosotros, a quienes la ciencia espírita ha esclarecido, salvadlo. Sacadlo del peligro, y puede ser entonces que ese hombre, que hubiera muerto blasfemando contra vosotros, se arroje a vuestros brazos. Sin embargo, no debéis preguntaros si él lo hará o no; id en su socorro, porque al salvarlo obedecéis a esa voz del corazón que os dice: “Si podéis salvarlo, ¡entonces sálvalo!”»
LAMENNAIS
Nota – Por una singular coincidencia hemos recibido, hace algunos días, la siguiente comunicación, obtenida en el Grupo Espírita de El Havre, tratando prácticamente del mismo tema.

Nos escriben que, a consecuencia de una conversación sobre el asesino Dumollard, el Espíritu Madame Isabel de Francia, que ya había dado diversas comunicaciones, se presentó espontáneamente y dictó lo siguiente:

«La verdadera caridad es una de las más sublimes enseñanzas que Dios ha dado al mundo. Entre los verdaderos discípulos de su Doctrina debe existir una completa fraternidad. Debéis amar a los desdichados y a los criminales como a criaturas de Dios, a las cuales se les concederá el perdón y la misericordia si se arrepienten, como sucede con vosotros mismos por las faltas que cometéis contra su ley. Tened en cuenta que sois más reprensibles y más culpables que aquellos a quienes rehusáis el perdón y la conmiseración, porque frecuentemente ellos no conocen a Dios como vosotros lo conocéis y, por esta razón, se les pedirá menos que a vosotros. No juzguéis, mis queridos amigos; ¡oh!, no juzguéis de manera alguna, porque el juicio que hiciereis os será aplicado más severamente todavía, y tenéis necesidad de indulgencia por los pecados que sin cesar cometéis. ¿No sabéis que hay muchas acciones que son crímenes a los ojos puros de Dios, y que el mundo ni siquiera las considera como faltas leves? La verdadera caridad no consiste solamente en la limosna que dais, ni tampoco en las palabras de consuelo con que podéis acompañarla; no, no es sólo eso lo que Dios exige de vosotros. La caridad sublime enseñada por Jesús consiste también en la benevolencia que concedéis siempre –y en todas las cosas– a vuestro prójimo. Inclusive podéis practicar esta sublime virtud con muchos seres que no necesitan de limosnas, pero que precisan de palabras de amor, de consuelo y de estímulo que las conducirán al Señor. Además os digo que se aproximan los tiempos en que la gran fraternidad reinará en este globo; la ley del Cristo regirá entre los hombres: únicamente ella será el freno y la esperanza, y llevará a las almas a las moradas de los bienaventurados. Amaos, pues, como los hijos de un mismo Padre: no hagáis diferencia alguna entre los otros desdichados, porque Dios quiere que todos sean iguales. Por lo tanto, no despreciéis a nadie; Dios permite que haya entre vosotros grandes criminales para os sirvan de enseñanza. En breve, cuando los hombres practiquen las verdaderas leyes de Dios, ya no habrá necesidad de esas enseñanzas, y todos los Espíritus impuros y rebeldes serán llevados a mundos inferiores, en sintonía con sus tendencias.

«Debéis a aquellos de quienes os hablo el socorro de vuestras oraciones: ésta es la verdadera caridad. De ninguna manera digáis de un criminal: “Es un miserable; es necesario extirparlo de la Tierra; la muerte que se le inflija será demasiado suave para un ser de esa calaña”. No, no es así como debéis hablar. Observad a Jesús, vuestro modelo; ¿qué diría Él si viese a ese infortunado cerca suyo? Se compadecería del mismo; lo consideraría como a un enfermo muy desdichado y le tendería la mano. Realmente, aún no podéis hacer esto, pero al menos podéis orar para ese desventurado y asistir a su Espíritu durante el tiempo que todavía debe pasar en la Tierra. Si rogáis con fe, el arrepentimiento puede tocar su corazón. Él es vuestro prójimo, al igual que el mejor de los hombres; su alma, perdida y rebelde, ha sido creada –como la vuestra– a imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, orad por él; no lo juzguéis de modo alguno, pues no debéis hacerlo. Sólo Dios lo juzgará.»

ISABEL DE FRANCIA
Allan Kardec.