Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Mayo

Boletín de la sociedad parisiense de estudios espíritas

Viernes 30 de marzo de 1860 (Sesión particular)

Asuntos administrativos – El Sr. Ledoyen, tesorero, presenta el balance de la situación financiera de la Sociedad del segundo semestre del año social, que terminó el 30 de marzo de 1860. El balance es aprobado.

Comunicaciones diversas 1ª) El Sr. Chuard, de Lyon, obsequia a la Sociedad los dos opúsculos siguientes: el primero, Oda sacra sobre la inmortalidad del alma y, el segundo, Sátira sobre las sociedades comanditarias. La Sociedad agradece al autor y, aunque uno de estos opúsculos sea ajeno al objeto de sus trabajos, serán guardados en su biblioteca.

2ª) Lectura de tres cartas del Dr. Morhéry sobre las curas realizadas por la Srta. Godu, médium curativa, que se encuentra en el seno de la familia del doctor y que está bajo su protección. El Dr. Morhéry observa, como hombre de Ciencia, los efectos del tratamiento practicado por esa señorita en los diversos enfermos que ella cuida; él clasifica todos los casos, como lo haría en una sala clínica, y hasta llegó a constatar resultados prodigiosos en muy corto espacio de tiempo.

La Sociedad –agrega el Sr. Presidente– tiene un doble motivo para interesarse por la Srta. Godu; además de la simpatía que ésta naturalmente inspira con sus ejemplos de caridad y de desinterés, tan raros en nuestros días, desde el punto de vista espírita, la joven ofrece a la Sociedad un tema precioso de estudio, porque tiene una facultad que es de cierta manera excepcional. Uno se interesaría por un médium de efectos físicos, capaz de producir fenómenos extraordinarios, pues no se podría ver con indiferencia aquel cuyas facultades son provechosas para la Humanidad, y que además nos revela una nueva fuerza de la Naturaleza.

3ª) Carta del Sr. conde de R…, miembro titular, que viaja al Brasil y que se encuentra ahora retenido en el puerto de Cherburgo por mal tiempo. Él pide a la Sociedad que lo evoque en la presente sesión, si esto es posible.

El Sr. T... hace observar que esa misma persona ya había sido evocada dos veces, pareciéndole superflua una tercera evocación.

El Sr. Allan Kardec responde que, siendo el estudio el objetivo de la Sociedad, el mismo tema puede ofrecer observaciones útiles en la tercera vez, tanto como en la segunda o en la primera; además, la experiencia prueba que el Espíritu es tanto más lúcido y explícito cuando más frecuentemente se comunica y, de cierto modo, se identifica con el médium que le sirve de instrumento. De manera alguna se trata aquí de satisfacer un capricho o una vana curiosidad; en sus evocaciones, la Sociedad no busca agradar ni entretener a nadie: Ella quiere instruirse. Ahora bien, al encontrarse el Sr. de R… en una situación totalmente diferente de la que estaba cuando fue evocado, puede dar lugar a nuevas observaciones.

Al ser consultado sobre la oportunidad de esta evocación, san Luis respondió que la misma no podría tener lugar en aquel momento.

Estudios – 1º) Son obtenidos dos dictados espontáneos: uno de san Luis, por intermedio de la Srta. Huet, y el otro de Charlet, por el Sr. Didier Hijo.

2º) Cuestiones diversas son dirigidas a san Luis sobre el Espíritu que se ha comunicado espontáneamente en la última sesión, con el nombre de Being, a través de la Sra. de Boyer, el cual ha sido acusado de intentar sembrar perturbación y discordia, y de haber interferido en diversas comunicaciones. De las respuestas obtenidas resalta una interesante enseñanza acerca del modo de acción de los Espíritus, unos sobre los otros.

3º) El Sr. R. propone la evocación de uno de sus amigos, desaparecido desde 1848, y del cual no se tiene más noticias. Debido a la hora avanzada, esta evocación es aplazada para una próxima sesión.

La Sociedad decide que no se reunirá el viernes santo, 6 de abril. A partir del 20 de abril, las sesiones de la Sociedad ocurrirán en un nuevo local: calle Sainte-Anne Nº 59, Pasaje Sainte-Anne.

Viernes 13 de abril de 1860 (sesión particular)

Asuntos administrativos Nombramiento de cuatro nuevos socios libres.

La Sociedad confirma el título de miembro honorario a cinco de los miembros designados en su oportunidad.


Comunicaciones diversas – La Sra. de Desl..., miembro de la Sociedad, al haber hecho un viaje a Dieppe, se dirigió a Grandes-Ventes donde obtuvo la confirmación, de la propia boca del panadero Sr. Goubert, de todos los hechos que han sido relatados en el número del mes de marzo, y con detalles aún más circunstanciados. Por el examen de los lugares, ella pudo constatar que el fraude era imposible, sobre todo para ciertos hechos. Parece resultar de las enseñanzas obtenidas que esos fenómenos tuvieron como causa la presencia del joven ayudante que estaba de servicio, desde algún tiempo, en lo del panadero de Dieppe, y que cosas semejantes ocurrieron con ese joven aprendiz en otros locales. Al ser independientes de su voluntad, estos fenómenos pueden ser clasificados en la categoría de los médiums naturales o involuntarios de efectos físicos. Desde que dicho joven dejó la casa del Sr. Goubert, nada más se repitió.

Estudios – 1º) Dictados espontáneos obtenidos por tres médiums.

2º) Evocación del Dr. Vogel, que cuando encarnado fue asesinado mientras viajaba por el interior de África. Esta evocación no da los resultados que se esperaban. El Espíritu expone que está sufriendo y pide oraciones para ayudarlo a salir de la turbación en que aún se encuentra; dice él que más tarde podrá ser más explícito.

El Sr. Allan Kardec propone, como tema de estudio, el examen profundo y detallado de ciertos dictados espontáneos u otros, que podrían ser analizados y comentados como se hace con las críticas literarias. Ese género de estudio tendría la doble ventaja de ejercer la evaluación de las comunicaciones espíritas y, en segundo lugar –como consecuencia de esta misma evaluación–, de desalentar a los Espíritus embusteros que, al ver todas sus palabras examinadas, controladas por la razón y finalmente rechazadas desde que tengan un sello sospechoso, terminarían por comprender que pierden su tiempo. En cuanto a los Espíritus serios, podrían ser llamados para que den explicaciones y para que hagan desarrollos sobre los puntos de sus comunicaciones que tengan necesidad de ser esclarecidos.

La Sociedad aprueba esta propuesta.

Viernes 20 de abril de 1860 (Sesión particular)

Correspondencias 1ª) Carta del Sr. J..., de Saint-Étienne, miembro titular. Esta carta contiene opiniones muy justas sobre el Espiritismo, y prueba que el autor lo comprende en su verdadero punto de vista.

2ª) Carta del Sr. L., obrero de Troyes, conteniendo reflexiones sobre la influencia moralizadora de la Doctrina Espírita en las clases obreras. Invita a los adeptos serios a dedicarse a propagarla en sus filas, en interés del orden, con miras a reanimar los sentimientos religiosos que se extinguen, y que dan lugar al escepticismo, que es la llaga de nuestro siglo y la negación de toda responsabilidad moral.

Esos dos señores ya declararon en otras cartas que nunca vieron nada en materia de Espiritismo práctico, pero no por eso están menos firmemente convencidos, en razón del alcance filosófico de la ciencia. El Presidente hace notar que diariamente hay ejemplos semejantes al respecto, no por parte de personas que creen ciegamente, sino al contrario, por parte de aquellos que reflexionan y de los que se toman el trabajo de comprender. Para ellos, la parte filosófica es lo principal, porque explica lo que ninguna otra filosofía ha resuelto; el hecho de las manifestaciones es lo accesorio.

3ª) Carta del Sr. Dumas, de Sétif (Argelia), miembro de la Sociedad, que transmite nuevos detalles interesantes sobre los resultados de los cuales ha sido testigo; cita particularmente a un joven médium que presenta un fenómeno singular: el de entrar espontáneamente –y sin ser magnetizado– en una especie de sonambulismo, cada vez que se quiere hacer una evocación por su intermedio, y en ese estado él escribe o dice verbalmente las respuestas a las preguntas propuestas.

Comunicaciones diversas – 1ª) La Sra. R... (del Jura), miembro corresponsal de la Sociedad, transmite un hecho curioso que le es personal; se trata de un viejo reloj de bolsillo, al que se vinculan recuerdos de familia, el cual parece estar sometido a una influencia singular e inteligente en determinadas circunstancias.

2ª) Lectura de una comunicación obtenida en otra reunión espírita y firmada por Juana de Arco. Contiene excelentes consejos dados a los médiums, acerca de las causas que pueden aniquilar o desnaturalizar sus facultades medianímicas (publicada más adelante).

3ª) El Sr. Col... inicia la lectura de una evocación de san Lucas Evangelista, obtenida en particular.

Al percibir que en esta evocación son tratadas diversas cuestiones de dogmas religiosos, el Presidente interrumpe la lectura en virtud del Reglamento, que impide ocuparse con ese tipo de materias.

El Sr. C... hace observar que, no teniendo nada esta comunicación que no sea ortodoxo, él no había pensado que su lectura pudiera ser inconveniente.

El Presidente objeta que respuestas siempre suponen preguntas; ahora bien, que esas respuestas sean o no ortodoxas, no dejan de dar lugar a la suposición de que la Sociedad se ocupa de cosas que su Reglamento impide. Otra consideración viene a corroborar esos motivos: la de que, entre los miembros, hay aquellos que pertenecen a diferentes cultos; lo que para unos sería ortodoxo, para otros podría no serlo, y ésta es más una razón para abstenerse. Además, el Reglamento determina el examen previo de todas las comunicaciones obtenidas fuera de la Sociedad; esta medida debe ser observada rigurosamente.

Estudios Evocación del Sr. B…, amigo del Sr. Royer, desaparecido desde el 25 de junio de 1848. El Espíritu da algunas informaciones sobre su desencarnación, ocurrida por accidente durante los disturbios de esa época. El Sr. Royer reconoce la identidad y el lenguaje de su amigo, y algunas particularidades íntimas.

Viernes 27 de abril de 1860 (Sesión general)

Comunicaciones diversas – 1ª) Carta del Dr. Morhéry, que contiene nuevos estudios sobre las curas que él ha obtenido con la asistencia de la Srta. Godu, y con el auxilio de lo que se puede llamar la medicina intuitiva. (Publicada más adelante.)

2ª) A propósito de la medicina intuitiva, el Sr. C..., uno de los oyentes presentes a la sesión, a pedido del presidente, da informaciones del más alto interés sobre el poder curativo que poseen ciertas castas negras. El Sr. C..., natural del Indostán y de origen hindú, ha sido testigo ocular de numerosos hechos de ese género, de los cuales no se daba cuenta en aquella época; hoy él encuentra la llave de los mismos en el Espiritismo y en el Magnetismo. Los negros que curan hacen un amplio uso de ciertas plantas, pero frecuentemente se limitan a palpar y frotar al enfermo, obrando de acuerdo con las indicaciones de las voces ocultas que les hablan.

3ª) Hecho curioso de intuición circunstanciada de una existencia anterior. La persona en cuestión, que consigna el hecho en una carta dirigida a uno de sus amigos, la cual es leída, dice que desde la niñez tiene un recuerdo preciso de haber perecido durante la matanza de la Noche de san Bartolomé, e incluso se acuerda de los detalles de su muerte, los lugares, etc. Las circunstancias no permiten ver en este pensamiento el resultado de una imaginación impresionada, porque ese recuerdo remonta a una época en la que de ninguna manera era planteada la cuestión de los Espíritus ni la de la reencarnación.

4ª) El Sr. Georges G..., de Marsella, transmite el siguiente hecho: El joven X... murió hace ocho meses, y su familia, en la que hay tres hermanas médiums, lo evoca casi diariamente, sirviéndose de una cestita. Cada vez que el Espíritu es llamado, un perrito, del cual el joven gustaba mucho, salta sobre la mesa y viene a olfatear la cestista, dando gruñidos. La primera vez que esto sucedió, la cestita escribió espontáneamente: ¡Este es mi bravo perrito que me reconoce!

Puedo garantizaros la realidad de este hecho –dice el Sr. G...; yo no lo he visto, pero las personas que me lo han relatado, y que muchas veces lo han atestiguado, son muy buenos espíritas y demasiado serios como para que yo pueda poner en duda su sinceridad. Después de esto, me pregunto si el periespíritu, aun no estando tangible, tiene algún aroma, o si ciertos animales son dotados de una especie de mediumnidad.

Un estudio especial será realizado ulteriormente sobre este interesante tema, acerca del cual otros hechos no menos curiosos parecen proyectar alguna luz.

5ª) Constatación de un Espíritu malo, traído a una reunión particular por un visitante, de donde se puede deducir la influencia ejercida por la presencia de ciertas personas en determinadas circunstancias.

6ª) Lectura de una evocación hecha en particular por el Sr. Allan Kardec, de una de las principales Convulsionarias de Saint-Médard, muerta en 1830, lectura efectuada en presencia de su propia hija, que ha podido constatar la identidad del Espíritu evocado. Bajo diversos aspectos, esta evocación presenta un alto grado de enseñanza y proporciona un interés particular en las circunstancias en que ha sido realizada. (Publicada más adelante.)

Estudios 1º) Dictado espontáneo obtenido por intermedio de la Sra. de P...

2º) Evocación de Stevens, compañero de Georges Brown.


Historia del Espíritu familiar del señor de Corasse

Debemos a la cortesía de uno de nuestros suscriptores la siguiente noticia interesante, extraída de las Crónicas de Froissart, y que prueba que los Espíritus no son un descubrimiento moderno. Pedimos a nuestros lectores el permiso para relatarla en el estilo de la época (siglo XIV); perdería su originalidad si fuese pasada al francés moderno.

La batalla de Aljubarrota es célebre en las crónicas antiguas. Tuvo lugar durante la guerra que hicieron Juan, rey de Castilla, y Dinis, rey de Portugal, por mantener sus respectivas pretensiones sobre este último reino. Los castellanos y los bearneses fueron allí completamente derrotados. El hecho que Froissart relata en esta ocasión es de los más singulares. Se lee en el capítulo XVI del libro III de sus Crónicas que, al día siguiente del combate, el conde de Foix fue informado sobre el resultado de la batalla, lo que la distancia de los lugares volvía inconcebible en aquella época. Es un escudero del conde de Foix que cuenta a Froissart el siguiente hecho:

«El domingo entero, el lunes y el martes, el conde de Foix, que se encontraba en su castillo en Orthez, estaba con el semblante tan duro y el ceño tan fruncido que no se le podía sacar una sola palabra. En estos tres días no quiso salir de su cuarto, ni hablar con el caballero o con el escudero –por más próximos que estuviesen–, a menos que los mandara llamar, ordenándoles también que ellos no le preguntasen nada, porque no deseaba hablar con nadie en esos tres días. Cuando llegó el martes a la noche, él llamó a su hermano Arnaut-Guillaume, y le dijo en voz baja: Nuestra gente tuvo una lucha encarnizada, y estoy enfurecido, porque antes del viaje yo ya les había predicho lo que les iba a pasar. Arnaut-Guillaume, que es un hombre muy prudente y un caballero sagaz, y que conocía los modales y la condición de su hermano, se mantuvo en silencio. El conde, que deseaba manifestar su coraje, porque durante mucho tiempo estuvo apesadumbrado, tomó nuevamente la palabra y habló más alto de lo que lo había hecho la primera vez, y dijo: Por Dios, señor Arnaut, es así como os digo y luego tendremos noticias; desde cien años hasta hoy, nunca la región del Bearne perdió tanto, como esta vez en Portugal. Varios caballeros y escuderos que estaban presentes, y que vieron y oyeron al conde, no se atrevieron a hablar. Y entonces, diez días después, se supo la verdad por parte de aquellos que habían estado en la batalla, cuyos sobrevivientes contaron primeramente al conde todas las cosas ocurridas, y luego a todos los que quisiesen escuchar, exactamente como habían sucedido en Aljubarrota. Esto renovó el pesar del conde y de las personas de su región, las cuales habían perdido a sus hermanos, a sus padres, a sus hijos y a sus amigos.

«¡Santa María! –dije yo al escudero que me narraba esta historia; ¿y cómo el conde de Foix pudo saberlo al día siguiente, sin sospecharlo? –Palabra de honor –aseguró el escudero; el conde realmente lo sintió, como lo demostró después. –Entonces es un adivino –dije yo–, o tiene mensajeros que cabalgan tan rápido como el viento, o debe tratarse de algún artificio. –El escudero comenzó a sonreír y dijo: Ciertamente es preciso que él lo sepa por alguna especie de necromancia. En verdad nada sabemos, en esta región, cómo él la usa, a no ser por suposición. Entonces –señalé yo al escudero– tened a bien decirme y declararme vuestra suposición, y os seré grato por esto; y si es algo que yo tenga que callar, me callaré, jamás abriendo la boca, pase lo que pase en este mundo. –Sí, os lo ruego –dijo el escudero–, porque no gustaría que supiesen que he sido yo quien lo ha dicho. Entonces me llevó a un rincón de la torre del castillo de Orthez, y después comenzó a hacer su relato, diciendo:

“Hace aproximadamente veinte años reinaba en esta región un barón que se llamaba Raymond, señor de Corasse. Como sabéis, Corasse es una ciudad a siete leguas de esta ciudad de Orthez. Os hablo del tiempo en que el señor de Corasse tenía un pleito en Aviñón, ante el Papa, por los diezmos de la Iglesia en su ciudad, contra un clérigo de Cataluña ampliamente adinerado, el cual reclamaba tener derecho sobre esos diezmos de Corasse, que bien valían una renta anual de cien florines, y el derecho que tenía lo mostraba y lo probaba. Por sentencia definitiva, el papa Urbano V, en consistorio general, condenó al caballero y juzgó a favor del clérigo. Éste llevó los documentos de la última sentencia del Papa y cabalgó durante días hasta llegar al Bearne, mostrando las bulas y sus cartas para tomar posesión de ese diezmo. El señor de Corasse salió a su encuentro y le dijo: Clérigo Pedro (o clérigo Martín, como era llamado), ¿pensáis que por vuestras cartas yo deba perder mi herencia? No os considero tan atrevido como para tomarla, ni para llevar cosas que son mías, porque si lo hiciereis arriesgáis vuestra vida. Id a otra parte para obtener beneficios, porque no conseguiréis nada de mi herencia: de una vez por todas, yo os lo prohíbo. El clérigo desconfió del caballero, que era cruel, y no se atrevió a insistir. Avisó que regresaría a Aviñón, como de hecho lo hizo. Pero cuando debía partir, vino en presencia del caballero y señor de Corasse y le dijo: Por vuestra fuerza, y no por justicia, me quitáis los derechos de mi Iglesia, con lo cual practicáis un gran error de forma consciente. No soy tan fuerte en esta región como vos lo sois, pero sabed que lo más rápido que pueda, os enviaré un paladín que temeréis más que a mí. El señor de Corasse, no dándole importancia a sus amenazas, le respondió: Ve a Dios, ve, haz lo que puedas; yo no tengo miedo, ni vivo ni muerto; pero por tus palabras no he de perder mi herencia.

“De esa manera partió el clérigo, no sé si regresando a Cataluña o Aviñón, pero no se olvidó de lo que le había dicho al señor de Corasse, porque cuando el caballero menos lo pensaba –aproximadamente tres meses después, en su castillo, mientras dormía en su lecho al lado de su esposa–, vinieron mensajeros invisibles que comenzaron a revolver todo lo que encontraban en el castillo, pareciendo que iban a derribar todo y dando golpes tan fuertes en la puerta del cuarto del señor, que su mujer quedó completamente aterrorizada. El caballero escuchaba todo eso muy bien, pero no dijo una palabra, porque no quería mostrar falta de coraje: y así fue bastante astuto para enfrentar todas las aventuras. Esos alborotos y desórdenes en varias partes del castillo, duraron un tiempo considerable y después cesaron. A la mañana siguiente, todas las personas del castillo se reunieron y vinieron al señor, a la hora en que él se levantó, y le preguntaron: Señor, ¿no habéis oído lo que nosotros escuchamos esta noche? El señor de Corasse disimulaba el hecho y decía que no. ¿Qué cosa habéis escuchado? Entonces le hablaron acerca del tumulto que había ocurrido en el castillo, y sobre la vajilla de la cocina que fue derribada y quebrada. Él comenzó a reírse y a decir que ellos habían soñado, y que no había sido más que el viento. En el nombre de Dios –dijo la señora–, yo también lo he escuchado muy bien.

“A la noche siguiente recomenzaron los desórdenes, provocando un mayor alboroto que antes y dando golpes tan grandes en las puertas y en las ventanas del cuarto del caballero, que parecía que todo se iba a romper. El caballero se levantó de la cama y no pudo dejar de preguntar: ¿Quién es el que golpea así la puerta de mi cuarto a esta hora? Luego le respondieron: –Soy yo. El caballero le dijo: ¿Quién te ha enviado? –Me ha enviado el clérigo de Cataluña, a quien tú haces un gran mal, porque le quitas los derechos de su beneficio. No te dejaré en paz hasta que le hayas prestado cuentas de forma correcta, y hasta que él se quede contento.

“El caballero preguntó: ¿Cómo te llamas, tú que eres un mensajero tan bueno? –Me llaman Orthon. Y el caballero dijo: –Orthon, el servicio de un clérigo no vale nada para ti; él te hará y te dará mucho sufrimiento. Si quieres creerme, te pido, déjame en paz y sírveme, y sabré agradecerte bastante. Luego Orthon se decidió a servirlo, porque sintió simpatía por el caballero y le dijo: –¿Queréis realmente esto? –Sí, dijo el caballero, pero no hagas mal a nadie en esta casa. –A nadie, señor –dijo Orthon; no tengo el poder de hacer otro mal que el de despertaros y el de impedir que vos y los otros duerman. –Haz lo que te digo –dijo el caballero– y estaremos plenamente de acuerdo; deja a ese clérigo malvado, que nada tiene de bueno, excepto que pena por ti. Así, sírveme. –Ya que lo queréis –dijo Orthon–, yo también lo quiero.

“De tal manera Orthon simpatizó con el señor de Corasse, que muy a menudo venía a verlo a la noche, y cuando lo encontraba durmiendo, sacudía su almohada o golpeaba fuertemente en la puerta y en las ventanas del cuarto; al ser despertado, el caballero le decía: –Orthon, déjame dormir. –No lo haré –decía Orthon– sin que antes os haya dado noticias. La esposa del caballero tenía tanto pavor que se le erizaban los cabellos, escondiéndose bajo las cobijas. –Entonces, preguntaba el caballero, ¿qué noticias me traes? Orthon respondía: –Vengo de Inglaterra, de Hungría y de otros lugares; salí ayer y ocurrieron estas y otras cosas. Así, a través de Orthon, el señor de Corasse sabía todo lo que sucedía en el mundo. Durante cinco años ese mensajero lo mantuvo informado, pero al no poder callarse sobre esta situación, el señor de Corasse tuvo que dar una explicación al conde de Foix, y lo hizo de la manera como os he de contar. El primer año el señor de Corasse vino varias veces a Orthez, y le decía al conde de Foix: –Señor, tal cosa ocurrió en Inglaterra, en Alemania o en otro país; y el conde de Foix, después de cerciorarse de que todo era verdadero, se quedaba muy maravillado de cómo sabía esas cosas; y tanto insistió una vez, que el señor de Corasse terminó por contarle cómo y a través de quién recibía tales noticias.

“Cuando el conde de Foix supo la verdad, se quedó muy contento y le dijo: –Señor de Corasse, tenedle mucha simpatía; cómo me gustaría tener un mensajero como éste. Eso no os cuesta nada, y por ese medio sabréis verdaderamente todo lo que sucede en el mundo. El caballero respondió: –Así lo haré, señor conde. De esta manera, el señor de Corasse fue servido por Orthon durante mucho tiempo. No sé si ese Orthon tenía más de un señor, pero todas las semanas, dos o tres veces, venía a visitar al señor de Corasse y le daba noticias de lo que ocurría en los países donde había conversado, y el señor de Corasse se las escribía al conde de Foix, el cual tenía una gran alegría en recibirlas.

“Una vez estaba el señor de Corasse conversando sobre eso con el conde de Foix, y éste le preguntó: –Señor de Corasse, ¿habéis visto alguna vez a vuestro mensajero? –No, señor conde, palabra de honor, ni una sola vez. –¡Qué singular! –dijo el conde; si él fuese tan vinculado a mí como vos, yo le habría pedido que se mostrara ante mí; solicito que os toméis el trabajo de decirme cuál es su apariencia y de qué modo obra. Me habéis dicho que él habla tan bien el gascón como vos y yo. –Palabra de honor, dijo el señor de Corasse, es verdad; él habla tan bien y con tanta belleza como vos y yo, y juro que me tomaré el trabajo de verlo, ya que me lo aconsejáis. Como en otras noches, sucedió que el señor de Corasse estaba acostado en su lecho, al lado de su esposa, la cual ya se había acostumbrado a escuchar a Orthon, y no tenía más pavor del mismo. Entonces vino Orthon y sacudió la almohada del señor de Corasse, que dormía profundamente. El señor de Corasse despertó y preguntó: –¿Quién está ahí? Orthon respondió: –Soy yo. Y el señor interrogó: –¿De dónde vienes? –Vengo de Praga, en Bohemia. –¿A cuánto tiempo de aquí? –preguntó el señor; –A sesenta días de viaje, dijo Orthon. –¿Y has venido tan rápido? –Sí, gracias a Dios; voy tan rápido como el viento, o más. –¿Entonces tienes alas? –No, señor –agregó él. –¿Cómo puedes, pues, volar tan rápido? Respondió Orthon: –No necesitáis saber cómo. –Yo te vería con más gusto si supiese cuál es tu apariencia y de qué modo obras. Pero Orthon replicó: –Contentaos con escucharme, puesto que os traigo el relato de ciertas noticias. –Por Dios –dijo el señor de Corasse–, preferiría verte. Orthon respondió: –Ya que tenéis el deseo de verme, lo primero que veréis y que habréis de encontrar cuando os levantéis mañana a la mañana, seré yo. –Es suficiente –dijo el señor de Corasse. Ahora ve; tienes autorización para retirarte esta noche. El señor de Corasse se levantó al día siguiente. Su mujer tenía tanto miedo que se enfermó, y dijo que no se levantaría en ese día, pero el señor quiso que ella se levantara. –Señor –dijo ella–, si me levantase yo vería a Orthon, y no quiero verlo de forma alguna; que Dios no me permita encontrarlo. Entonces, el señor de Corasse dijo: –Yo quiero verlo. Atentamente se levantó de su cama, pero no vio nada que pudiese decir: He visto a Orthon aquí. El día pasó y sobrevino la noche. Cuando el señor de Corasse estaba acostado en su lecho, llegó Orthon y comenzó a hablar como de costumbre. –Ve –dijo el señor de Corasse a Orthon–, eres un mentiroso; bien que debías haberte mostrado a mí y no lo has hecho. –Sí, lo hice. –No lo has hecho. –Y cuando os levantasteis de vuestra cama –dijo Orthon–, ¿no visteis nada? El señor de Corasse pensó un poco y después se dio cuenta. –Sí –respondió él–, al levantarme de la cama, pensando en ti, vi en el suelo dos cañas de paja que giraban juntas. –Era yo –dijo Orthon–, con la forma que había tomado. Dijo el señor de Corasse: –Esto no es suficiente para mí; te pido que tomes otra forma, de tal modo que te pueda ver y reconocer. Respondió Orthon: –Pedís tanto que me perderéis y os dejaré, porque exigís demasiado. El señor de Corasse dijo: –Tú no me dejarás; si yo te hubiese visto una vez, no te pediría más para verte.

“Ahora bien –dijo Orthon–, me veréis mañana, y tened cuidado con lo primero que habréis de ver cuando salgáis de vuestro cuarto. Al día siguiente, a la hora tercera, el señor de Corasse se levantó, se vistió y salió de su cuarto hacia un local de donde se observaba el patio del castillo; al echar una mirada, lo primero que vio fue una cerda, la mayor que ya había visto; pero era tan flaca que parecía tener solamente piel y huesos; tenía orejas largas, caídas y manchadas, y el hocico de esa hembra del cerdo era grande y puntiagudo. Al señor de Corasse le causó mucha extrañeza esta cerda. Como no la veía con gusto, ordenó lo siguiente a sus criados: Suelten inmediatamente a los perros; quiero que ellos maten y devoren a esta cerda. Los criados salieron rápido y abrieron el lugar donde estaban los perros, los cuales atacaron a la cerda; ésta lanzó un fuerte grito y fijó la mirada en el señor de Corasse –que se apoyaba en el balcón que estaba frente a su cuarto–, quien no la vio más después, porque ella se desvaneció, no se sabiendo en qué se tornó. El señor de Corasse regresó a su cuarto muy pensativo y se acordó de Orthon. Creo que he visto a Orthon, mi mensajero; me arrepiento de haber ordenado que mis perros atacasen. Será una desventura si nunca más lo viese, porque me dijo varias veces que cuando yo lo reconociera, lo perdería. –Él dijo la verdad: desde entonces Orthon no volvió más al castillo de Corasse, y el caballero murió allí al año siguiente.”

«–¿Es verdad –pregunté yo al escudero– que el conde de Foix se ha servido de ese mensajero? –Es la pura verdad, y es la opinión afirmativa de varios hombres del Bearne; nada se hace en la región ni en otros lugares sin que él lo quiera o que se incumba perfectamente de ello, a menos que no lo sepa o que no haya tomado cuidado. Así ha sido con los buenos caballeros y escuderos de esta región que lucharon en Portugal. La gracia y el renombre que él tiene debido a eso, le han servido de gran provecho, porque en este castillo él no perdía el valor de una cuchara de oro o de plata, ni cosa alguna sin que luego supiese.»


Correspondencia

Carta del Dr. Morhéry sobre diversos casos de cura obtenidos por la medicación de la Srta. Désirée Godu.
Plessis-Boudet, cerca de Loudéac, Côtes-du-Nord, 25 de abril de 1860.


Señor Allan Kardec,

Vengo hoy a cumplir la promesa que os hice de relataros los casos de cura que obtuve con la asistencia de la Srta. Godu. Como habréis de comprender, no puedo enumerarlos a todos, porque sería demasiado extenso. Me limito a hacer una selección, no en razón de la gravedad, sino en razón de la variedad de las enfermedades. No quise repetir dos veces los mismos casos, ni mencionar curas de poca importancia.

Ya véis, Señor, que la Srta. Godu no ha perdido tiempo desde que está en Plessis-Boudet; hemos visitado más de doscientos enfermos y tuvimos la satisfacción de curar a casi todos aquellos que tuvieron la paciencia de seguir nuestras prescripciones. No os hablo de nuestros enfermos cancerosos, pues ellos están bien encaminados; mas esperaré resultados positivos antes de pronunciarme. Aún tenemos un gran número de pacientes en tratamiento, y de preferencia seleccionamos a los que son considerados incurables. Por lo tanto, dentro de poco espero tener nuevos casos de cura para relataros. Es sobre todo en las afecciones reumáticas, en las parálisis, en las ciáticas, en las úlceras, en las desviaciones óseas y en las heridas de toda naturaleza, que el sistema de tratamiento parece dar mejores resultados.

Señor, puedo aseguraros que he aprendido muchas cosas útiles que yo ignoraba antes de mi contacto con esta señorita; cada día ella me enseña algo nuevo, tanto para el tratamiento como para el diagnóstico. En cuanto al pronóstico, ignoro cómo puede establecerlo; sin embargo, ella no se equivoca. Con la Ciencia común no puede explicarse esa percepción; pero vos, Señor, la comprendéis fácilmente.

Termino declarando que afirmo como verdaderas y sinceras las siguientes observaciones, todas firmadas por mí.

Atentamente,

MORHÉRY, doctor en Medicina.

1ª Observación
, caso N° 5 (23 de febrero de 1860). François Langle, jornalero. –Diagnóstico: fiebre intermitente hace seis meses. Esta fiebre había resistido al sulfato de quinina, varias veces administrado por mí al enfermo; ha sido curado en cinco días de tratamiento con simples infusiones de diversas plantas, y el paciente se encuentra mejor que nunca. Yo podría citar diez curas semejantes.

2ª Observación, caso N° 9 (24 de febrero de 1860). Señora R..., 32 años de edad, de Loudéac. –Diagnóstico: inflamación y obstrucción crónica de las amígdalas; cefalalgia violenta; dolores en la columna vertebral; abatimiento general; ausencia de apetito. El mal comenzó con escalofríos y sordera, y ya dura dos años. –Pronóstico: caso grave y de difícil cura; el mal ha resistido a los mejores tratamientos aplicados. Hoy la paciente está curada; ella solamente continúa el tratamiento para evitar una recaída.

3ª Observación, caso N° 13 (25 de febrero de 1860). Pierre Gaubichais, de la aldea de Ventou-Lamotte, 23 años de edad. –Diagnóstico: inflamación subaponeurótica en el dorso y en la palma de la mano. –Pronóstico: caso grave, pero no incurable. La cura ha sido obtenida en menos de quince días. Tenemos cuatro o cinco casos semejantes.

4ª Observación, caso N° 18 (26 de febrero de 1860). François R..., de Loudéac, 27 años de edad. –Diagnóstico: tumor blanco cicatrizado en la rodilla izquierda; absceso fistuloso en la parte posterior del muslo, encima de la articulación. El mal existe desde hace 10 años. –Pronóstico: caso muy grave e incurable. El mal ha resistido a los mejores tratamientos aplicados durante 6 años. Este enfermo ha sido tratado con ungüentos preparados por la Srta. Godu y ha tomado infusiones de diversas plantas. Hoy puede ser considerado como curado.

5ª Observación, caso Nº 23 (25 de febrero de 1860). Jeanne Gloux, obrera en Tierné-Loudéac. –Diagnóstico: panadizo muy intenso desde hace 10 días. La enferma ha sido radicalmente curada en quince días, únicamente con los ungüentos de la Srta. Godu. Los dolores desaparecieron desde el segundo apósito. Tenemos tres curas semejantes.

6ª Observación, caso N° 12 (25 de febrero de 1860). Vincent Gourdel, tejedor en Lamotte, 32 años. –Diagnóstico: oftalmia aguda como consecuencia de una erisipela intensa. Congestión inflamatoria de la conjuntiva, manifestándose una amplia mancha en la córnea transparente del ojo izquierdo; estado inflamatorio general. –Pronóstico: afección grave y muy intensa. Es de temerse que el ojo se pierda en diez días. –Tratamiento: aplicación de ungüentos en el ojo enfermo. Hoy la oftalmia está curada; la mancha en la córnea ha desaparecido, pero el tratamiento continúa para combatir la erisipela, que parece ser de naturaleza periódica y quizás herpética.

7ª Observación, caso N° 31 (27 de febrero de 1860). Marie-Louise Rivière, jornalera en Lamotte, 24 años de edad. –Diagnóstico: reumatismo antiguo en la mano derecha, con debilidad completa y parálisis de las falanges; imposibilidad de trabajar. Causa desconocida. –Pronóstico: cura muy difícil, por no decir imposible. Curada en 20 días de tratamiento.

8ª Observación, caso N° 34 (28 de febrero de 1860). Jean-Marie Le Berre, 19 años, indigente de Lamotte. –Diagnóstico: cefalalgia violenta, insomnio, hemorragias frecuentes por las fosas nasales; desviación hacia dentro de la rodilla derecha y hacia fuera de la misma pierna. El paciente es verdaderamente lisiado. –Pronóstico: incurable. –Tratamiento: extracto de tópicos, y uso de ungüentos de la Srta. Godu. Hoy el miembro se ha enderezado y la cura es más o menos completa; entretanto, el tratamiento continúa por precaución.

9ª Observación, caso N° 50 (28 de febrero de 1860). Marie Nogret, 23 años, de Lamotte. –Diagnóstico: inflamación de la pleura y del diafragma, hinchazón e inflamación de las amígdalas y de la úvula; palpitaciones, mareos, sofocaciones. –Pronóstico: aunque la paciente sea fuerte, su estado es muy grave; no puede dar dos pasos. –Tratamiento: infusiones de diversas plantas. Mejoró al día siguiente y se curó radicalmente en ocho días.

10ª Observación, caso N° 109 (12 de marzo de 1860). Pierre Le Boudu, de la comuna de Saint-Hervé. –Diagnóstico: sordo hace 18 años como consecuencia de una fiebre tifoidea. –Pronóstico: incurable y rebelde a todo tratamiento. –Tratamiento: inyecciones y uso de infusiones de diversas plantas preparadas por la Srta. Godu. Hoy el paciente oye el movimiento de su reloj; el ruido le molesta y lo aturde, a causa de la sensibilidad del oído.

11ª Observación, caso N° 132 (18 de marzo de 1860). Marie Le Maux, 10 años de edad, residente en Grâces. –Diagnóstico: reumatismo, con rigidez de las articulaciones, particularmente en las dos rodillas; la niña sólo anda con muletas. –Pronóstico: caso muy grave, por no decir incurable. –Tratamiento: extracto de tópicos, y apósito con el ungüento de la Srta. Godu. Cura en menos de 20 días. Hoy la niña camina sin muletas ni bastón.

12ª Observación, caso N° 80 (19 de marzo de 1860). Hélène Lucas, 9 años de edad, indigente de Lamotte. –Diagnóstico: salida e hinchazón permanentes de la lengua, que se desplaza de los labios de 5 a 6 centímetros hacia delante y que parece colgada de la boca; la lengua es rugosa y los dientes inferiores están desgastados por la misma; para comer, la niña es obligada a poner la lengua de lado con una mano, y a introducir los alimentos en la boca con la otra. Ese estado remonta a la edad de 2 meses y medio. –Pronóstico: caso muy grave, considerado incurable. Hoy la lengua tuvo un retraimiento a la cavidad bucal, y la paciente está casi completamente curada.

MORHÉRY

Se notará sin dificultad que las noticias anteriores no son, en absoluto, esos certificados banales solicitados por la codicia, y en los cuales la complacencia disputa muy a menudo con la ignorancia. Son observaciones de un médico que, dejando a un lado el amor propio, admite francamente su insuficiencia en presencia de los infinitos recursos de la Naturaleza, que no le ha dicho su última palabra en los bancos escolares. Reconoce que la Srta. Godu, sin instrucción especial, le ha enseñado más que ciertos libros de los hombres, porque ella lee en el propio libro de la Naturaleza; como hombre sensato, prefiere salvar a un enfermo por medios aparentemente irregulares, que dejarlo morir según las reglas, no se sintiendo humillado por eso.

Nos proponemos a hacer, en un próximo artículo, un estudio serio, desde el punto de vista teórico, sobre esta facultad intuitiva que es más frecuente de lo que se piensa, pero que está más o menos desarrollada, a través de la cual la Ciencia podrá adquirir preciosas luces cuando los hombres no se crean más sabios que el Señor del Universo. Hemos obtenido por intermedio de un hombre muy esclarecido, natural del Indostán y de origen hindú, preciosas enseñanzas sobre las prácticas de la Medicina intuitiva por los nativos, y que vienen a adjuntar a la teoría el testimonio de hechos auténticos bien observados.




Conversaciones familiares del Más Allá

Jardin

(Sociedad de París, 25 de noviembre de 1859)

Leemos en el Journal de la Nièvre (Diario del Nièvre): Un funesto accidente ocurrió el sábado pasado en la estación del ferrocarril. Un hombre de sesenta y dos años, el Sr. Jardin, al salir del patio del embarcadero, fue acometido por las varas de un carruaje tílburi y, algunas horas después, daba el último suspiro.

La muerte de este hombre ha revelado una de las más extraordinarias historias, a la cual no habríamos dado crédito si testigos verídicos no nos hubiesen garantizado su autenticidad. He aquí la historia, tal cual nos ha sido narrada:

Antes de ser empleado en el depósito de tabaco de Nevers, Jardin vivía en el Departamento del Cher, en la localidad de Saint-Germain-des-Bois, donde ejercía la profesión de sastre. Su esposa había fallecido en este pueblo cinco años atrás, acometida por una pleuresía, cuando hace ocho años él dejó Saint-Germain para venir a vivir en Nevers. Empleado laborioso, el Sr. Jardin era muy piadoso, de una devoción que él llevaba hasta la exaltación, entregándose con fervor a las prácticas religiosas. Tenía en su cuarto un reclinatorio, en el cual gustaba arrodillarse con frecuencia. El viernes a la noche, al encontrarse solo con su hija, de repente le anunció que un secreto presentimiento le advertía que su fin estaba próximo. –«Escucha mi última voluntad –le dijo a ella: Después de mi muerte, entregarás al Sr. B... la llave de mi reclinatorio para que él lleve lo que encuentre allí y lo deposite en mi ataúd.»

Sorprendida con esta brusca recomendación, la Srta. Jardin, al no saber bien si su padre hablaba seriamente, le preguntó qué podría haber en el reclinatorio. Al principio se rehusó a responderle; pero como ella insistía, le hizo esta extraña revelación de lo que había en el reclinatorio: ¡los restos mortales de su madre! Le informó que, antes de dejar Saint-Germain-des-Bois, había ido al cementerio durante la noche. Todos dormían en la aldea; al sentirse muy solo, había ido a la sepultura de su esposa y, con una pala, había cavado hasta alcanzar el cajón que contenía los restos de aquella que había sido su compañera. Al no querer separarse de esos preciosos despojos, recogió los huesos y los depositó en su reclinatorio.

Después de esta extraña confidencia y un poco asustada, la hija del Sr. Jardin, dudando siempre que su padre hablara seriamente, le prometió entretanto obedecer a su última voluntad, persuadida de que él quería divertirse a sus expensas, y que al día siguiente le daría la solución de ese fantástico enigma.

Al día siguiente, sábado, el Sr. Jardin se dirigió a su oficina como de costumbre. Una hora después fue enviado a la estación de mercaderías para recibir allí sacos de tabaco, destinados a la provisión del depósito. Ni bien salió de la estación fue acometido en el pecho por las varas de un tílburi, que él no percibió en medio de la aglomeración de carruajes que estacionaban en el embarcadero. Por consiguiente, sus presentimientos no lo habían engañado. Al ser derribado por ese violento choque, perdió el conocimiento y fue llevado a su casa.

Los socorros suministrados le hicieron recobrar los sentidos. Entonces, a fin de examinar sus heridas, le solicitaron que levantase su ropa; él se opuso a esto con vehemencia; volvieron a insistir, mas se negó nuevamente. Pero como, pese a su resistencia, se preparaban para sacarle la ropa, de repente se curvó sobre sí mismo: estaba muerto.

Su cuerpo fue puesto en una cama; mas cuál no fue la sorpresa de las personas presentes, cuando, después de levantarle la ropa, ¡se vio sobre su corazón una bolsa de cuero, atada alrededor de su cuerpo! Un médico, llamado para constatar la muerte del Sr. Jardin, hizo un corte con su lanceta y separó la bolsa en dos partes: ¡y de la bolsa escapó una mano seca!

Entonces, la hija del Sr. Jardin, acordándose lo que su padre le había dicho en la víspera, avisó a los Sres. B... y J..., que eran carpinteros. El reclinatorio fue abierto; del mismo fue retirado un chacó de la guardia nacional. En el fondo de ese gorro militar se encontraba la cabeza de un muerto, aún con los cabellos; después percibieron en el fondo del reclinatorio, colocados sobre las tablas, los huesos de un esqueleto: eran los restos de la esposa de Jardin.

El domingo último enterraron los despojos mortales del Sr. Jardin. Para obedecer la voluntad del sexagenario, pusieron en su ataúd los restos de su mujer y, sobre el pecho del Sr. Jardin, la mano seca que –si podemos expresarnos así– durante ocho años había sentido el latido de su corazón.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.

2. ¿Quién os ha avisado que deseábamos hablaros? –Resp. No sé nada al respecto; he sido atraído hacia aquí.

3. ¿Dónde estabais cuando os hemos llamado? –Resp. Estaba con un hombre al cual aprecio mucho, y acompañado por mi esposa.

4. ¿Cómo tuvisteis el presentimiento de vuestra muerte? –Resp. Fui avisado por aquella que yo tanto extrañaba; por medio de las oraciones de ella, Dios me lo había concedido.

5. ¿Entonces vuestra esposa estaba siempre junto a vos? –Resp. Ella no me dejaba.

6. Los restos mortales que conservabais de vuestra mujer, ¿eran la causa de su continua presencia? –Resp. De ninguna manera; pero yo lo creía así.

7. Entonces, si no hubieseis conservado esos restos, ¿ni por esto el Espíritu Sra. de Jardin dejaría de estar junto a vos? –Resp. Es que el pensamiento no está allí, ¿y no es éste más poderoso para atraer al Espíritu, que los restos que no tienen importancia para él?

8. ¿Revisteis inmediatamente a vuestra esposa en el momento de vuestra muerte? –Resp. Ha sido ella quien ha venido a recibirme y a esclarecerme.

9. ¿Tuvisteis inmediatamente la conciencia de vos mismo? –Resp. Al cabo de poco tiempo; yo tenía una fe intuitiva en la inmortalidad del alma.

10. Vuestra esposa debe haber tenido existencias anteriores a esta última; ¿cómo se explica que ella las haya olvidado, para consagrarse enteramente a vos? –Resp. Ella tenía que guiarme en mi vida material, sin renunciar por esto a sus antiguos afectos. Cuando decimos que nunca dejamos a un Espíritu encarnado, debéis comprender por ello que lo que queremos decir es que estamos más a menudo con él que en otros lugares. La rapidez de nuestro desplazamiento nos lo permite tan fácilmente, como a vos una conversación con varios interlocutores.

11. ¿Os recordáis de vuestras existencias precedentes? –Resp. Sí; en la última fui un pobre campesino, sin ninguna instrucción, pero anteriormente había sido religioso, sincero y dedicado al estudio.

12. El extraordinario afecto por vuestra esposa, ¿no tendría como causa las antiguas relaciones de otras existencias? –Resp. No.

13. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. No se puede ser más feliz, como habréis de comprender.

14. ¿Podéis definir para nosotros vuestra felicidad actual y decirnos su causa? –Resp. No debería tener necesidad de decíroslo: yo amaba y sentía falta de un Espíritu querido; amaba a Dios; yo era un hombre honesto. Reencontré a aquella que tanto extrañaba: he aquí los elementos de felicidad para un Espíritu.

15. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones como Espíritu? –Resp. En el momento de vuestro llamado os dije que yo estaba con un hombre al cual aprecio mucho; buscaba inspirarle el deseo al bien, como siempre lo hacen los Espíritus que Dios considera dignos. Tenemos también otras ocupaciones que aún no podemos revelar.

16. Os agradecemos por haber tenido a bien venir. –Resp. También os agradezco.



Una Convulsionaria

Las circunstancias nos han puesto en contacto con la hija de una de las principales Convulsionarias de Saint-Médard, por lo que hemos podido recoger algunas enseñanzas particulares sobre esta especie de secta. De esa manera, no se ha dicho nada de exagerado en lo que atañe a las torturas a que se sometían voluntariamente esos fanáticos. Se sabe que una de las pruebas, designada con el nombre de grandes socorros, consistía en sufrir la crucifixión y todos los sufrimientos de la Pasión del Cristo. La persona de la cual hablamos, fallecida en 1830, aún tenía en las manos los agujeros hechos por los clavos que habían servido para suspenderla en la cruz, y al lado las marcas de la lanza que ella había recibido. Escondía con cuidado esos estigmas del fanatismo, y siempre había evitado hablar de los mismos con sus hijos. Ella es conocida en la historia de los Convulsionarios con un pseudónimo, que habremos de silenciar por los motivos que indicaremos a continuación. La siguiente conversación tuvo lugar en presencia de su hija, que había manifestado este deseo; suprimimos sus particularidades íntimas, que no interesarían a los extraños, pero que para ésta han sido una prueba indiscutible de la identidad de su madre.

1. Evocación. –Resp. Hace mucho que deseo conversar con vos.

2. ¿Qué motivo os lleva a desear conversar conmigo? –Resp. Sé apreciar vuestros trabajos, a pesar de lo que podáis pensar de mis creencias.

3. ¿Veis aquí a vuestra hija? Sobre todo es ella que desea conversar con vos, y nos agradaría mucho aprovechar la conversación para nuestra instrucción. –Resp. Sí; una madre siempre ve a sus hijos.

4. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. Sí y no, porque yo podría haber hecho mejor las cosas; pero Dios tiene en cuenta mi ignorancia.

5. ¿Recordáis perfectamente vuestra última existencia? –Resp. Tendría mucho para deciros, pero orad por mí, a fin de que esto me sea permitido.

6. Las torturas a las cuales os sometisteis, ¿os han elevado y os han vuelto más feliz como Espíritu? –Resp. No me han hecho mal, pero no me hicieron avanzar en inteligencia.

7. Os pido para ser más precisa; os pregunto si las mismas han sido tenidas en cuenta como un mérito. –Resp. Os diré que hay una
cuestión en El Libro de los Espíritus que da la respuesta general; en cuanto a mí, yo era una pobre fanática.

Nota – Alusión a la cuestión Nº 726 de El Libro de los Espíritus, sobre los sufrimientos voluntarios.

8. Esta cuestión dice que el mérito de los sufrimientos voluntarios está en razón de la utilidad que de ahí resulta para el prójimo; ahora bien, pienso que los sufrimientos voluntarios de los convulsionarios sólo tenían un objetivo meramente personal. –Resp. Era generalmente personal, y si jamás hablé de eso a mis hijos, fue porque yo comprendía vagamente que no era el verdadero camino.

Nota Aquí el Espíritu de la madre responde por anticipado al pensamiento de su hija, que se proponía a preguntarle por qué, cuando encarnada, había evitado hablar de eso a sus hijos.

9. ¿Cuál era la causa del estado de crisis de los convulsionarios? –Resp. Disposición natural y sobreexcitación fanática. Nunca quise que mis hijos fuesen arrastrados en esa pendiente fatal, que hoy reconozco mejor como tal.

Al responder espontáneamente a una reflexión de su hija, que sin embargo no había formulado la cuestión, el Espíritu agrega: Yo no tenía educación, sino intuición de muchas existencias anteriores.

10. Entre los fenómenos que se producían en los convulsionarios, algunos tienen analogía con ciertos efectos sonambúlicos, como por ejemplo la lectura del pensamiento, la visión a distancia, la intuición de lenguas; ¿desempeñaba el magnetismo un cierto papel en esto? –Resp. Mucho, y varios sacerdotes magnetizaban sin que las personas lo supiesen.

11. ¿De dónde provenían las cicatrices que teníais en las manos y en otras partes del cuerpo? –Resp. Pobres trofeos de nuestras victorias, que no sirvieron a nadie, y que frecuentemente provocaron pasiones, como habréis de comprender.

Nota Parece que sucedían cosas de gran inmoralidad en las prácticas de las convulsionarias, que habían inquietado el corazón honesto de esta dama, llevándola más tarde, cuando se calmó la fiebre fanática, a tener aversión por todo lo que le recordase este pasado. Sin duda, esta es una de las razones que la llevaron a no hablar de la cuestión con sus hijos.

12. ¿Se operaban realmente curas junto a la tumba de diácono Pâris? –Resp. ¡Oh! ¡Qué pregunta! Bien sabéis que no, o poca cosa, sobre todo para vos.

13. ¿Habéis vuelto a ver a Pâris después de vuestra muerte? –Resp. No me ocupé con él, porque le reprocho mi error desde que estoy desencarnada.

14. ¿Cómo lo considerabais cuando estabais encarnada? –Resp. Como un enviado de Dios, y es por esto que le reprocho el mal que
ha causado en el nombre de Dios.

15. ¿Pero él no es inocente de la insensatez que ha sido cometida en su nombre después de su muerte? –Resp. No, porque él mismo no creía en lo que enseñaba; cuando encarnada no lo comprendí, como lo hago ahora.

16. ¿Es verdad que el Espíritu Pâris permaneció ajeno, como él lo ha dicho, a las manifestaciones que ocurrieron junto a su tumba? –Resp. Él os ha engañado.

17. ¿Entonces él provocaba el ardor fanático? –Resp. Sí, y aún lo hace.

18. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones como Espíritu? –Resp. Busco instruirme; es por eso que dije que deseaba venir entre vosotros.

19. ¿En qué lugar estáis aquí? –Resp. Cerca del médium, con mi mano sobre su brazo o sobre su hombro.

20. Si fuese posible veros, ¿bajo qué forma os veríamos? –Resp. Mi hija vería a su madre, como cuando encarnada. En cuanto a vos, me veríais en Espíritu; la palabra, no os la puedo decir.

21. Tened a bien explicaros; ¿qué entendéis al decir que yo os vería en Espíritu? –Resp. Una forma humana transparente, según la depuración del Espíritu.

22. Dijisteis que habéis tenido otras existencias; ¿os acordáis de las mismas? –Resp. Sí, ya os hablé de ellas y, por mis respuestas, debéis ver que tuve muchas.

23. ¿Podríais decirnos cuál fue la existencia anterior a la última que nosotros conocemos? –Resp. No esta noche y tampoco por este médium. Por aquel señor, si quisiereis.

Nota Ella designa a uno de los asistentes que comenzaba a escribir como médium, y explica su simpatía por él, porque –dice ella– lo conoció en su precedente existencia.

24. ¿Quedaríais contrariada si yo publicase esta conversación en la Revista? –Resp. No; es necesario que el mal sea divulgado; pero no me llaméis ... (su pseudónimo); detesto este nombre. Designadme, si quisiereis, como la gran señora.

Nota Es para condescender con su deseo que no citamos el nombre con el cual ella era conocida, y que le trae penosos recuerdos.

25. Os agradecemos por haber consentido en venir y en darnos vuestras explicaciones. –Resp. Soy yo quien os agradece, por haber proporcionado a mi hija la oportunidad de reencontrar a su madre, y a mí la de poder hacer un poco de bien.





Variedades

El bibliotecario de Nueva York

Leemos en el Courrier des États-Unis:

«Un diario de Nueva York publica un hecho bastante curioso, del cual un cierto número de personas ya tenía conocimiento, y sobre el cual, desde hace algunos días, eran realizados comentarios muy divertidos. Los espiritualistas ven en el mismo un ejemplo más de manifestaciones del otro mundo. Las personas sensatas no van a buscar tan lejos su explicación y reconocen claramente los síntomas característicos de una alucinación. Es también la opinión del propio Dr. Cogswell, el héroe de la aventura.

«El Dr. Cogswell es el bibliotecario jefe de la Astor Library. La dedicación con que se aplica a la conclusión de un catálogo completo de la biblioteca, frecuentemente lo lleva a consagrar a este trabajo las horas que debería destinar al sueño. Es así que tiene la ocasión de visitar solo, a la noche, las salas donde tantos volúmenes están colocados en los estantes.

«Aproximadamente quince días atrás, hacia las once horas de la noche, él pasaba con el candelabro en la mano por uno de los rincones llenos de libros, cuando con gran sorpresa percibió a un hombre elegante, que parecía examinar con cuidado los títulos de los volúmenes. Al principio, imaginando que se tratase de un ladrón, retrocedió y observó atentamente al desconocido. Su sorpresa se volvió aún más viva cuando reconoció en el visitante nocturno al doctor X..., que había vivido en los alrededores de Lafayette-Place, pero que estaba muerto y que había sido enterrado hacía seis meses.

«El Sr. Cogswell no cree mucho en apariciones y menos aún se asusta con las mismas. No obstante, ha creído un deber tratar al fantasma con consideración y, con voz clara, le preguntó: Doctor, ¿cómo se explica que vos, cuando estabais vivo, nunca hayáis venido probablemente a esta biblioteca, y ahora la visitáis después de muerto? El fantasma, perturbado en su contemplación, miró al bibliotecario con ternura y desapareció sin responder.

«–Singular alucinación, pensó el Sr. Cogswell. Tal vez yo haya comido en la cena algo que me causó indigestión.

«Volvió a su trabajo; después se fue a acostar y durmió tranquilamente. Al día siguiente, a la misma hora, visitó nuevamente la biblioteca. En el mismo lugar de la víspera encontró al mismo fantasma, al cual le dirigió las mismas palabras y obtuvo el mismo resultado.

«¡Qué cosa curiosa! –pensó él; es preciso que yo regrese mañana.

«Pero antes de volver, el Sr. Cogswell examinó los estantes que parecían interesar vivamente al fantasma y, por una singular coincidencia, reconoció que estaban repletos de obras antiguas y modernas de necromancia. Entonces, al día siguiente, cuando encontró por tercera vez al doctor muerto, cambió la pergunta y le dijo: “Es la tercera vez que os encuentro, doctor. Decidme, pues, si alguno de esos libros perturba vuestro reposo, que de ser así lo haré retirar de la colección”. El fantasma no respondió, al igual que las otras veces, pero desapareció definitivamente, y el perseverante bibliotecario pudo volver a la misma hora y al mismo lugar, varias noches seguidas, sin encontrarlo.

«Entretanto, aconsejado por amigos a los cuales había contado la historia, y por los médicos a quien hubo consultado, decidió reposar un poco y hacer un viaje de algunas semanas hacia Charlestown, antes de retomar la extensa y paciente tarea que se impuso, y cuya fatiga, sin duda, causó la alucinación que acabamos de relatar.»

Observación – Haremos sobre este artículo una primera observación: notemos el atrevimiento con el cual los que no creen en los Espíritus se atribuyen el monopolio del buen sentido. “Los espiritualistas –dice el autor– ven en ese hecho un ejemplo más de manifestaciones del otro mundo. Las personas sensatas no van a buscar tan lejos su explicación y ahí reconocen claramente los síntomas característicos de una alucinación”. Así, según ese autor, solamente son personas sensatas las que piensan como él; todas las otras no tienen sentido común, incluso aunque fuesen doctores, y el Espiritismo los cuenta por millares. En verdad, es una extraña modestia la que tiene como máxima: ¡Nadie tiene razón, excepto nosotros y nuestros amigos!

Aún estamos esperando una definición clara y precisa, una explicación fisiológica de la alucinación. Pero a falta de una explicación, hay un sentido vinculado a esta palabra: en el pensamiento de los que la emplean, significa ilusión; ahora bien, quien dice ilusión dice ausencia de realidad; según ellos, es una imagen puramente fantástica producida por la imaginación, bajo el imperio de una sobreexcitación cerebral. No negamos que en ciertos casos pueda ser así; la cuestión es saber si todos los hechos del mismo género están en condiciones idénticas. Al examinar el hecho que fue relatado anteriormente, nos parece que el Dr. Cogswell estaba perfectamente calmo, como él mismo lo declara, y que ninguna causa fisiológica o moral había venido a perturbar su cerebro. Por otro lado, incluso admitiendo en él una ilusión momentánea, restaría aún explicar cómo esta ilusión se produjo varios días seguidos, a la misma hora y en las mismas circunstancias; este no es el carácter de una alucinación propiamente dicha. Si una causa material desconocida ha impresionado su cerebro en el primer día, es evidente que esta causa ha cesado al cabo de algunos instantes, cuando la aparición hubo desaparecido. Entonces, ¿cómo ella se reprodujo idénticamente tres días seguidos, con 24 horas de intervalo? Es lamentable que el autor del artículo haya omitido la explicación, porque sin duda él debe tener excelentes razones, puesto que hace parte del grupo de las personas sensatas.

Sin embargo, convengamos que en el hecho arriba citado no hay ninguna prueba positiva de realidad y que, en rigor, se podría admitir que la misma aberración de los sentidos haya podido reproducirse; pero ¿sucede lo mismo cuando las apariciones son acompañadas por circunstancias, de cierto modo materiales? Por ejemplo, cuando personas, no en sueño, sino perfectamente despiertas, ven a parientes o amigos ausentes –en los cuales no pensaban en absoluto– aparecerles en el momento de la muerte que vienen a anunciar, ¿se puede decir que esto sea un efecto de la imaginación? Si el hecho de la muerte no fuese real, habría indiscutiblemente una ilusión; pero cuando el acontecimiento viene a confirmar la previsión, y el caso es muy frecuente, ¿cómo no admitir otra coisa, en vez de una simple fantasmagoría? Si aun el hecho fuera único, o inclusive raro, se podría creer que fuese una circunstancia fortuita; pero, como lo hemos dicho, los ejemplos son innumerables y perfectamente comprobados. Que los partidarios de la alucinación consientan en darnos una explicación categórica y, entonces, veremos si sus razones son más convincentes que las nuestras. Sobre todo desearíamos que nos probaran la imposibilidad material que el alma –principalmente ellos, que creen que son sensatos por excelencia y que admiten que tenemos un alma que sobrevive al cuerpo–, que nos probasen –decíamos– que esta alma, que debe estar en alguna parte, no puede estar a nuestro alrededor, y que no puede vernos, escucharnos ni comunicarse con nosotros.


La novia traicionada

El siguiente hecho ha sido relatado por la Gazetta dei Teatri, de Milán, del 14 de marzo de 1860.

Un joven amaba perdidamente a una muchacha, por la cual era correspondido y con la que iba a casarse, cuando, cediendo a un culposo arrastramiento, abandonó a su novia por una mujer indigna de amor verdadero. La infeliz abandonada rogó, lloró, pero todo fue inútil: su infiel amado permaneció sordo a sus lamentos. Entonces, desesperada, entró en la casa de él, donde en su presencia expiró a consecuencia de un veneno que ella había acabado de tomar. Al ver el cadáver de aquella cuya muerte causó, tuvo una terrible reacción, queriendo también suicidarse. Sin embargo, él sobrevivió, pero su conciencia siempre le reprochaba ese crimen. Desde el momento fatal, y diariamente a la hora de la cena, él veía que la puerta del cuarto se abría y que su novia le aparecía con el aspecto de un esqueleto amenazador. Por más que buscara distraerse, cambiar de hábitos, viajar, frecuentar compañías alegres, parar los relojes, nada conseguía: sea donde él estuviere, a la hora cierta, el espectro siempre se presentaba. En poco tiempo adelgazó mucho y su salud se alteró a tal punto que los facultativos perdieron la esperanza de salvarlo.

Un médico amigo suyo, estudiando seriamente el caso, y después de haber experimentado inútilmente diversos remedios, tuvo la siguiente idea: Con la esperanza de demostrarle que él era juguete de una ilusión, buscó un esqueleto verdadero y lo hizo colocar en un cuarto vecino; después, habiendo invitado a su amigo a cenar, al cabo de cuatro horas –que era la hora de la visión– hizo venir el esqueleto por medio de poleas preparadas a tal efecto. El médico pensaba que iba a tener éxito en su cometido, pero su desdichado amigo, sobrecogido de un repentino terror, exclamó: ¡Ay de mí! Si no bastase uno, ahora son dos; y luego cayó muerto, como si hubiese sido fulminado.

Nota – Al leer este relato –al cual nos referimos dando crédito al diario italiano de donde lo hemos extraído–, los partidarios de la alucinación estarán en una situación favorable, porque podrán decir, y con razón, que había una causa evidente de sobreexcitación cerebral que pudo producir una ilusión en aquel espíritu impresionado. Nada prueba, en efecto, la realidad de la aparición, que podría ser atribuida a un cerebro debilitado por una violenta conmoción. Para nosotros, que conocemos tantos hechos análogos comprobados, decimos que la aparición es posible y, en todos los casos, el conocimiento profundo del Espiritismo hubiese dado al médico un medio más eficaz para curar a su amigo. Ese medio hubiera sido el de evocar a la muchacha en otras horas y el de conversar con ella, ya sea directamente o con la ayuda de un médium, a fin de preguntarle qué debía hacer para complacerla y para obtener su perdón; hubiera usado el medio de pedir que el ángel guardián intercediera junto a ella para doblegarla; y como en definitiva ella amaba al joven, seguramente olvidaría sus errores, si hubiese reconocido en él un arrepentimiento y un pesar sinceros, en lugar de un simple terror, que en él quizá era el sentimiento dominante. Ella habría dejado de mostrarse con una forma horrenda, para revestir la forma graciosa que tenía cuando encarnada, o entonces habría dejado de aparecer. Ciertamente ella también le habría dicho buenas palabras que pudiesen restablecer la calma en su alma; la certeza de que él nunca estaría solo, que ella velaba a su lado y que un día estarían reunidos, le habría dado coraje y resignación. Es un resultado que a menudo hemos podido constatar. Los Espíritus que aparecen espontáneamente siempre tienen un objetivo; lo mejor, en todo caso, es preguntarles lo que desean; si están sufriendo, es necesario orar por ellos y hacer lo que les pueda ser agradable. Si la aparición tiene un carácter permanente y de obsesión, cesa casi siempre cuando el Espíritu queda satisfecho. Si el Espíritu que se manifiesta con obstinación, ya sea a través de la visión o por medios perturbadores –que no podrían ser tomados por una ilusión–, él es malo; y si actúa con malevolencia, por lo general es más tenaz, lo que no impide que nosotros obremos con más perseverancia, y sobre todo haciendo una oración sincera en su intención. Pero es preciso estar realmente persuadidos de que para ello no hay palabras sacramentales, ni fórmulas cabalísticas, ni exorcismos que tengan la menor influencia; cuanto peores son, más se ríen del pavor que inspiran y de la importancia que se da a su presencia. Ellos se divierten al ser llamados diablos y demonios, y por eso toman gravemente los nombres de Asmodeo, Astaroth, Lúcifer y otros calificativos infernales, aumentando las malicias, mientras que se retiran cuando ven que pierden tiempo con personas que no se dejan engañar, y que se limitan a pedir por ellos la misericordia divina.


Superstición

Leemos en Le Siècle del 6 de abril de 1860:

«Un tal Sr. Félix N..., jardinero de los alrededores de Orleáns, era considerado portador de la habilidad de exceptuar de la conscripción a los jóvenes, es decir, de hacerlos sacar en el sorteo un número apropiado para que sean eximidos. Él prometió a Frédéric Vincent P..., joven viticultor de St-Jean-de-Braye, hacerlo sacar el número que quisiese, a cambio de 60 francos, de los cuales 30 fr. deberían ser pagos por adelantado, y los otros 30 después del sorteo. El secreto consistía en rezar tres Padrenuestros y tres Avemarías durante nueve días. Además, el hechicero afirmaba que, gracias a la parte que él haría, eso favorecería al conscripto y le impediría dormir durante la última noche, pero que sería eximido. Desgraciadamente el encanto no funcionó; el conscripto durmió como de costumbre y sacó el número 31, que hizo de él un soldado. Estos hechos, repetidos además dos veces, no pudieron ser mantenidos en secreto, y el hechicero Félix N... fue llevado ante la justicia.»

Los adversarios del Espiritismo lo acusan de despertar ideas supersticiosas; pero ¿qué hay de común entre la Doctrina que enseña la existencia del mundo invisible, comunicándose con el mundo visible, y hechos de la naturaleza que acabamos de relatar, que son los verdaderos tipos de superstición? ¿Dónde se ha visto que el Espiritismo haya enseñado alguna vez semejantes absurdos? Si aquellos que lo atacan en este aspecto se tomasen el trabajo de estudiarlo, antes de juzgarlo tan a la ligera, no sólo sabrían que Él condena todas las prácticas adivinatorias, sino que demuestra su inutilidad. Por lo tanto, como muy frecuentemente lo hemos dicho, el estudio serio del Espiritismo tiende a destruir las creencias verdaderamente supersticiosas. En la mayoría de las creencias populares hay casi siempre un fondo de verdad, pero desnaturalizado y ampliado; estos accesorios son las falsas aplicaciones que constituyen la superstición propiamente dicha. Es así que los cuentos de hadas y de genios reposan en la existencia de Espíritus buenos o malos, protectores o malévolos; que todas las historias de aparecidos tienen su origen en el fenómeno muy real de las manifestaciones espíritas, visibles e incluso tangibles; tal fenómeno, hoy perfectamente comprobado y explicado, entra en la categoría de los fenómenos naturales, que son una consecuencia de las leyes eternas de la Creación. Pero el hombre raramente se contenta con la verdad, que le parece demasiado simple; él la reviste con todas las quimeras creadas por su imaginación, y es entonces que cae en el absurdo. Después vienen los que tienen interés en explotar esas mismas creencias, a las cuales juntan un prestigio fantástico para que sirvan apropiadamente a sus objetivos; de ahí esa turba de adivinos, de hechiceros, de echadores de la buenaventura, contra los cuales la ley severamente procede con justicia. El Espiritismo verdadero, racional, no es pues más responsable por los abusos que se cometen en su nombre, que la Medicina por las fórmulas ridículas y por las prácticas empleadas por charlatanes o ignorantes. Lo decimos una vez más: antes de juzgarlo, tomaos el trabajo de estudiarlo.

Se concibe un fondo de verdad en ciertas creencias, pero quizá se ha de preguntar en cuál puede reposar la que ha originado el hecho citado, creencia muy expandida en el interior de nuestro país, como se sabe. A primera vista nos parece que tiene su principio en el sentimiento intuitivo de los seres invisibles, a los cuales fueron llevados a atribuir un poder que frecuentemente ellos no tienen. La existencia de Espíritus embusteros que pululan a nuestro alrededor por causa de la inferioridad de nuestro globo –como insectos nocivos en un pantano–, y que se divierten a expensas de las personas crédulas, prediciéndoles un futuro quimérico, siempre dispuestos a adular sus gustos y deseos, es un hecho cuya prueba tenemos diariamente a través de nuestros médiums actuales. Lo que ocurre ante nuestros ojos ha tenido lugar en todas las épocas por los medios de comunicación en uso, según los tiempos y los lugares: he aquí la realidad. Con la ayuda del charlatanismo y de la codicia, la realidad pasó al estado de creencia supersticiosa.

Hecho de pneumatografía o escritura directa

El Sr. X..., uno de nuestros más eruditos literatos, se encontraba el 11 de febrero pasado en la casa de la Srta. Huet, con otras seis personas, desde hace tiempo iniciadas en las manifestaciones espíritas. El Sr. X... y la Srta. Huet se sentaron frente a frente, alrededor de una mesita elegida por el propio Sr. X... Este último sacó de su bolsillo un papel totalmente blanco, doblado en cuatro y marcado por él con un signo casi imperceptible, pero suficiente para ser fácilmente reconocido; puso dicho papel en la mesa y lo cubrió con un pañuelo blanco que le pertenecía. La Srta. Huet puso sus manos sobre la punta del pañuelo. Por su parte, el Sr. X... hizo lo mismo, solicitando a los Espíritus una manifestación directa, con un objetivo instructivo. El Sr. X... solicitó de preferencia a Channing, que fue evocado con este fin. Al cabo de diez minutos, el propio Sr. X... levantó el pañuelo y retiró el papel, que en una de sus carillas estaba escrito el esbozo de una frase trazada con dificultad y casi ilegible, donde sin embargo se podían descubrir los rudimentos de las siguientes palabras: Dios os ama; en la otra carilla estaba escrito: Dios, en el ángulo externo, y Cristo, en el final del papel. Esta última palabra estaba escrita de manera que dejaba una marca en la hoja doblada.

Una segunda prueba se hizo exactamente en las mismas condiciones, y al cabo de un cuarto de hora el papel contenía, en la superficie inferior y en caracteres firmemente trazados en negro, estas palabras inglesas: God loves you, y más abajo, Channing. En el final del papel estaba escrito en francés: Foi en Dieu; en fin, en el reverso de la misma página había una cruz con una señal parecida a una caña, ambas trazadas con una sustancia roja.

Al terminar la prueba, el Sr. X... expresó a la Srta. Huet el deseo de obtener por su intermedio, como médium psicógrafa, algunas explicaciones más desarrolladas de Channing, y se entabló el siguiente diálogo entre él y el Espíritu:

Preg. Channing, ¿estáis presente? –Resp. Estoy aquí; ¿estáis contento conmigo?

Preg. ¿A quién se dirige lo que habéis escrito? ¿A todos o a mí particularmente? –Resp. Escribí esta frase, cuyo sentido se dirige a todos los hombres; pero, al escribirla en inglés, la experiencia es para vos en particular. En cuanto a la cruz, es la señal de la fe.

Preg. ¿Por qué la habéis hecho de color rojo? –Resp. Para pediros que tengáis fe. Yo no podía escribir nada, era muy largo: os he dado una señal simbólica.

Preg. ¿Entonces el rojo es el color simbólico de la fe? –Resp. Ciertamente; es la representación del bautismo de sangre.

Nota – La Srta. Huet no sabe inglés y el Espíritu quiso dar así una prueba más de que el pensamiento de ella era extraño a la manifestación. El Espíritu lo hizo espontáneamente y por su propia voluntad; pero es más que probable que si se lo hubiesen pedido como prueba, él no se habría prestado a eso; se sabe que a los Espíritus no les gusta servir de instrumento cuando se intenten hacer experimentaciones con ellos. Frecuentemente las pruebas más patentes surgen en el momento en que menos se lo espera; y cuando los Espíritus obran por su propio accionar, a menudo dan más de lo que se les habría pedido, ya sea porque desean mostrar su independencia o porque sería preciso, para la producción de ciertos fenómenos, el concurso de circunstancias que no siempre nuestra voluntad es suficiente para poder manejar. No estaría de más repetir que los Espíritus tienen su libre albedrío, queriendo probarnos con esto que no están sometidos a nuestros caprichos; es por eso que raramente acceden al deseo de la curiosidad.

Por lo tanto, sea cual fuere su naturaleza, los fenómenos nunca están a nuestra disposición de una manera cierta, y nadie podría jactarse de obtenerlos a voluntad y en un dado momento. El que quiera observarlos, debe resignarse a esperarlos y es, muy a menudo, por parte de los Espíritus, una prueba para la perseverancia del observador y del objetivo a que se propone. Los Espíritus no se preocupan en divertir a los curiosos y sólo se vinculan de buen grado a las personas serias que dan pruebas de su voluntad de instruirse, haciendo lo que es necesario para esto, sin negociar su esfuerzo y su tiempo.

La producción simultánea de señales en caracteres de colores diferentes es un hecho extremamente curioso, pero que no es sobrenatural, al igual que todos los otros. Hemos dado la explicación de la teoría de la escritura directa en la Revista Espírita del mes de agosto de 1859, páginas 197 y 205. Con la explicación de este hecho, lo maravilloso desaparece para dar lugar a un simple fenómeno que tiene su razón de ser en las leyes generales de la Naturaleza y en lo que se podría llamar la fisiología de los Espíritus.


Espiritismo y Espiritualismo

En un discurso pronunciado recientemente en el Senado por Su Eminencia el cardenal Donnet, observamos la siguiente frase: «Pero hoy, como en otros tiempos, es verdadero decir –con un elocuente publicista– que, en el género humano, el Espiritualismo es representado por el Cristianismo.»

Sin duda sería un extraño error si se pensara que el ilustre prelado, en esta circunstancia, haya entendido el Espiritualismo en el sentido de la manifestación de los Espíritus. Esta palabra es aquí empleada en su verdadera acepción, y el orador no podía expresarse de otra manera, a menos que se sirviera de una circunlocución, porque no existe otro término para expresar el mismo pensamiento. Si no hubiésemos indicado la fuente de nuestra cita, ciertamente se podría pensar que hubiera salido textualmente de la boca de un espiritualista americano, a propósito de la Doctrina de los Espíritus, igualmente representada por el Cristianismo, que es su más sublime expresión. De acuerdo con esto, ¿sería posible que un futuro erudito, interpretando a voluntad las palabras del monseñor Donnet, intentase demostrar a la posteridad que en el año 1860 un cardenal profesó públicamente, ante el Senado de Francia, la manifestación de los Espíritus? En este hecho, ¿no vemos una nueva prueba de la necesidad de tener una palabra para cada cosa, a fin de entendernos? ¡Cuántas disputas filosóficas interminables no tuvieron lugar por causa del sentido múltiple de las palabras! El inconveniente es aún más grave en las traducciones, y el texto bíblico nos ofrece de esto más de un ejemplo. Si en la lengua hebrea, la misma palabra no significase día y período, no habría habido equívoco sobre el sentido del Génesis, a propósito de la duración de la formación de la Tierra, y el anatema no habría sido proferido contra la Ciencia, por falta de entendimiento, cuando ella demostró que esta formación no podría haber sido realizada en seis multiplicado por 24 horas.





Dictados espontáneos

Diferentes órdenes de Espíritus

(Comunicación particular obtenida por la Sra. de Desl..., miembro de la Sociedad, dictada por su marido desencarnado)

Escúchame, querida amiga, si quieres que te diga grandes y buenas cosas. ¿No ves la dirección dada a ciertos acontecimientos, y la ventaja que de ahí se puede sacar para el progreso de la obra santa? Escucha a los Espíritus elevados, y sobre todo trata de no confundirlos con los que buscan imponerse por un lenguaje más pretencioso que profundo. No mezcles tus pensamientos con los de ellos. ¿Sería posible que los habitantes de la Tierra pudiesen encarar las cosas desde el mismo punto de vista que los Espíritus desprendidos de la materia y obedientes a las leyes del Señor? No confundas en un mismo conjunto a todos los Espíritus: ellos son de muy diferentes órdenes. El estudio del Espiritismo os lo enseña; pero de ese lado, ¡cuánto tenéis aún que aprender! En la Tierra hay una multitud de individuos cuya inteligencia no se asemeja de forma alguna; algunos de ellos parecen aproximarse más del bruto que del hombre, mientras que existen otros de tal modo superiores, que uno es tentado a decir que se aproximan a Dios, especie de blasfemia que se debe traducir por el pensamiento de que ellos tienen en sí una chispa de esas claridades celestiales lanzadas en su corazón por el Divino Señor. ¡Pues bien! Sea cual fuere la diversidad de las inteligencias entre la raza humana, convéncete de que esta diversidad es infinitamente mayor entre los Espíritus. Algunos los hay en tal grado de inferioridad, que no encuentran analogía entre los hombres, mientras que existen otros lo suficientemente purificados como para aproximarse a Dios y contemplarlo en toda su gloria; sometidos a sus más mínimas órdenes, sólo anhelan obedecerle y agradarlo. Al ser llamados a circular en medio de los mundos o a permanecer en los mismos según lo que convenga a la ejecución de los grandes designios del Señor, a unos les dice: Id, revelad mi poder a esos seres groseros, cuya inteligencia ya es tiempo de despertar. A otros les habla: Recorred esos mundos, a fin de que –guiados por vuestras enseñanzas– los seres superiores que los habitan aporten nuevas grandezas a todas aquellas que ya les han sido reveladas. Que todos sean instruidos de que llegará el día en que las claridades de lo Alto no serán más oscurecidas, sino que habrán de brillar eternamente.

TU AMIGO

Los dos siguientes dictados han sido obtenidos en un pequeño Círculo íntimo del barrio del Luxemburgo, y nos han sido comunicados por nuestro colega, el Sr. Solichon, que los ha asistido. Lamentamos que nuestras ocupaciones no nos hayan aún permitido comparecer a esas reuniones, para las cuales tuvieron a bien invitarnos. Nos sentiremos felices cuando podamos asistir a las mismas, porque sabemos que son presididas por un sentimiento de verdadera caridad cristiana y de recíproca benevolencia.


Remordimiento y arrepentimiento

Estoy feliz por veros a todos reunidos por la misma fe y con el amor de Dios todopoderoso, nuestro Divino Señor. Que Él pueda siempre guiaros por la buena senda y colmaros de sus beneficios, lo que hará si os volveres dignos.

Amaos siempre los unos a los otros como hermanos; prestaos mutuo apoyo, y que el amor al prójimo no sea para vos una palabra sin sentido.

Recordaos que la caridad es la más bella de las virtudes y que, de todas, es la más agradable a Dios; no sólo esa caridad que da un óbolo a los desafortunados, sino aquella que os hace tener compasión por los infortunios de nuestros hermanos; de aquella que os hace compartir sus dolores morales para aliviar los fardos que los oprimen, a fin de volverles el dolor menos vivo y la vida más fácil.

Acordaos que el arrepentimiento sincero obtiene el perdón de todas las faltas, tan grande es la bondad de Dios. El remordimiento no tiene nada en común con el arrepentimiento. Hermanos míos, el remordimiento ya es el preludio del castigo; el arrepentimiento, la caridad, la fe, os llevará a la felicidad reservada a los Espíritus buenos.

Escucharéis la palabra de un Espíritu superior, estimado por Dios; recogeos y abrid vuestro corazón a las lecciones que os dará.

UN ÁNGEL GUARDIÁN

Los médiums

Estoy satisfecha en ver que todos sois puntuales al encuentro que he marcado con vosotros. Que la bondad de Dios se extienda sobre vosotros y que vuestros ángeles guardianes siempre puedan ayudaros con sus consejos, preservándoos de la influencia de los Espíritus malos, si supiereis escuchar la voz de aquéllos y si consiguiereis cerrar vuestros corazones al orgullo, a la vanidad y a los celos.

Dios me ha encargado de cumplir una misión entre los creyentes que Él ha amparado con el mediumnato. Cuanto más gracias reciben del Altísimo, más peligros corren, y estos peligros son bien mayores porque nacen de las mismas gracias que Dios les concede.

Las facultades de que gozan los médiums les atraen los elogios de los hombres, las felicitaciones, las adulaciones: he aquí su escollo. Estos mismos médiums, que deberían tener siempre presente en la memoria su incapacidad primitiva, la olvidan; y hacen más: lo que sólo deben a Dios, ellos lo atribuyen a su propio mérito. ¿Qué sucede entonces? Los Espíritus buenos los abandonan; al quedarse sin brújula para guiarse, se convierten en juguetes de los Espíritus embusteros. Cuanto más capacidad adquieren, más son inducidos a atribuirse el mérito de su facultad, hasta que finalmente Dios, para punirlos, les retira el don que no puede sino resultarles fatal.

No estaría de más recordaros que os encomendéis a vuestro ángel guardián, a fin de que él os ayude a manteneros alerta contra vuestro más cruel enemigo: el orgullo. Acordaos que, sin el amparo de vuestro Divino Maestro, vosotros, que tenéis la felicidad de ser los intermediarios entre los Espíritus y los hombres, seréis punidos más severamente si no hubiereis aprovechado la luz, porque habéis sido más favorecidos.

Me complazco en creer que esta comunicación, de la cual darás conocimiento a tu Sociedad, habrá de dar sus frutos, y que todos los médiums que allá también se encuentren reunidos, se mantengan alertas contra el escollo en el que podrían estrellarse; este escollo –como ya he dicho a todos– es el orgullo.

JUANA DE ARCO

Aviso – Estamos felices en anunciar a nuestros lectores la reimpresión de la Historia de Juana de Arco dictada por ella misma. Esta obra aparecerá dentro de poco en la librería del Sr. Ledoyen. Hablaremos nuevamente de este libro.

ALLAN KARDEC