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EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS > PRIMERA PARTE - NOCIONES PRELIMINARES > CAPÍTULO IV - SISTEMAS > 46
46. Sistema pesimista, diabólico o demoníaco. – Aquí
entramos en otro orden de ideas. Estando acreditada la intervención
de una inteligencia extraña, se trataba de saber cuál era la
naturaleza de esta inteligencia. El medio más sencillo era, sin duda,
el preguntárselo; pero ciertas personas no han encontrado en eso
una garantía suficiente, y sólo han querido ver en todas las
manifestaciones una obra diabólica. Según ellas, tan sólo los
demonios o el diablo pueden comunicarse. Aunque este sistema
encuentra poco eco hoy, no ha dejado de gozar de algún crédito
por algunos momentos por el carácter de aquellos que han tratado
de hacerle prevalecer. Sin embargo, haremos observar que los
partidarios del sistema demoníaco, no deben estar colocados entre
los adversarios del Espiritismo, antes al contrario. Que los seres que se comunican sean demonios o ángeles, siempre son seres
incorpóreos; luego, admitir la manifestación de los demonios,
siempre es admitir la posibilidad de comunicarse con el mundo
invisible, o al menos con una parte de este mundo.
La creencia en la comunicación exclusiva de los demonios,
por irracional que sea, podía no parecer imposible cuando se
miraba a los Espíritus como seres creados fuera de la Humanidad;
pero desde que se sabe que los Espíritus no son otra cosa que las
almas de aquellos que han vivido, ha perdido todo su prestigio, y
se puede decir toda verosimilitud; porque se seguiría que todas
estas almas son demonios, aunque fuesen de un padre, de un hijo
o de un amigo, y que nosotros mismos muriendo, venimos a ser
demonios, doctrina poco lisonjera y poco consoladora para muchas
gentes. Será muy difícil persuadir a una madre de que el niño
querido que ha perdido, y que viene a darle, después de su muerte,
pruebas de su afecto y de su identidad, sea un dependiente de
Satanás. Es verdad que entre los Espíritus, los hay muy malos, y
que no valen más que aquellos que se llaman demonios, por una
razón muy sencilla: porque hay hombres muy malos, y que la
muerte no les hace inmediatamente mejores, la cuestión está en
saber si éstos son los únicos que puedan comunicarse. A los que
lo crean así, les dirigimos las preguntas siguientes:
1ª ¿Hay buenos y malos Espíritus?
2ª ¿Dios es más poderoso que los malos Espíritus, o que los
demonios, si así los queréis llamar?
3ª Afirmar que sólo los malos se comunican, es decir que
los buenos no lo pueden; si esto es así, una de dos: esto tiene lugar
por la voluntad, o contra la voluntad de Dios. Si es contra su
voluntad, es que los malos Espíritus son más poderosos que él; si
es por su voluntad, ¿por qué en su bondad, no lo permitiría a los
buenos para contrabalancear la influencia de los otros?
4ª ¿Qué prueba podéis dar de la impotencia de los buenos
Espíritus en comunicarse?
5ª Cuando se nos opone la sabiduría de ciertas
comunicaciones, respondéis que el demonio toma todas las
apariencias para seducir mejor. Sabemos en efecto, que hay
Espíritus hipócritas que dan a su lenguaje un falso barniz de
sabiduría; ¿pero admitís acaso que la ignorancia pueda falsificar
el verdadero saber, y una mala naturaleza remendar la verdadera
virtud, sin dejar penetrar nada que pudiese descubrir el fraude?
6ª Si sólo el demonio se comunica, puesto que es enemigo
de Dios y de los hombres, ¿por qué recomienda orar a Dios,
someterse a su voluntad, sufrir sin murmurar las tribulaciones de
la vida, no ambicionar honores ni riquezas, practicar la caridad y
todas las máxima de Cristo; en una palabra, hacer todo lo que es
necesario para destruir su imperio? Si es el demonio quien da
tales consejos, es preciso convenir que siendo tan astuto es poco
diestro al suministrar armas contra sí mismo. *
7ª Si los Espíritus se comunican, es porque Dios lo permite;
viendo buenas y malas comunicaciones, ¿no es más lógico pensar
que Dios permite unas para probarnos y otras para aconsejarnos
el bien?
8ª ¿Qué pensarías de un padre que dejase a su hijo a merced
de los ejemplos y consejos perniciosos, que apartase de él, y le
prohibiese ver personas que pudiesen desviarle del mal? Lo que
un buen padre no haría, ¿debe creerse que Dios, que es la bondad
por excelencia, haga menos de lo que haría un hombre?
9ª La Iglesia reconoce como auténticas ciertas
manifestaciones de la virgen y otros santos, en apariciones,
visiones, comunicaciones orales, etc.; ¿acaso esta creencia no es contraria a la doctrina de la comunicación exclusiva de los
demonios?
Creemos que ciertas personas han profesado esta teoría de
buena fe; pero también creemos que muchas lo han hecho
únicamente con el objeto de que no se ocupasen de estas cosas, a
causa de las malas comunicaciones que se exponen a recibir;
diciendo que sólo el diablo se manifiesta, han querido asustar,
como se le dice a un niño: no toques esto, porque quema. La
intención puede ser laudable, pero el fin es erróneo; porque la
sola prohibición excita la curiosidad, y el miedo al diablo retiene
a muy pocas gentes: se le quiere ver, aunque solo sea para saber
cómo está hecho, y se quedan admirados de no encontrarlo tan
negro como se creían.
¿No se podría ver también otro motivo en esta teoría
exclusiva del diablo? Creen algunas gentes que todos los que no
son de su opinión van mal; así pues, aquellos que pretenden que
todas las comunicaciones son obra del demonio, ¿acaso no estarían
dominados por el miedo de que los Espíritus no fuesen de su mismo
parecer sobre todos los puntos, principalmente sobre los que tocan
a los intereses de este mundo, más que a los del otro? No pudiendo
negar los hechos, han querido presentarlos de una manera
pavorosa; pero este medio no ha contenido más que los otros.
Cuando el miedo al ridículo es impotente, es preciso resignarse
que las cosas sigan su curso.
El musulmán que oyera a un Espíritu hablar contra ciertas
leyes del Corán, pensaría seguramente que éste era un mal Espíritu;
lo mismo sería de un judío por lo que mira a ciertas prácticas de la
ley de Moisés. En cuanto a los católicos, hemos oído afirmar a
uno que el Espíritu que se comunicaba solo podía ser el diablo,
porque se había permitido pensar de otro modo que él sobre el
poder temporal, aunque por otra parte sólo hubiese predicado la
caridad, la tolerancia, el amor al prójimo, y la abnegación de las
cosas de este mundo, máximas todas enseñadas por el Cristo.
Los Espíritus, no siendo otros que las almas de los hombres,
y los hombres no siendo perfectos, resulta de esto que hay Espíritus
igualmente imperfectos, y cuyo carácter se refleja en sus
comunicaciones. Es un hecho incontestable que los hay malos,
astutos, profundamente hipócritas, y contra los cuales es preciso
ponerse en guardia; pero, porque haya en el mundo hombres
perversos, no es una razón para huir de la sociedad. Dios nos ha
dado la razón y el juicio para apreciar a los Espíritus, así como a
los hombres. El mejor medio de precaverse contra los
inconvenientes que puede presentar la práctica del Espiritismo,
no es el prohibirle, sino el hacerle comprender. Un miedo
imaginario sólo impresiona un instante y no afecta a todo el mundo;
la realidad claramente demostrada se comprende por todos.
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* Esta cuestión ha sido tratada en El libro de los Espíritus (número 128 y
siguientes); pero recomendamos a este objeto, como sobre todo lo que toca a la parte religiosa,
la obrita titulada: “Carta de un católico sobre el Espiritismo”, por el doctor Grand, antiguo
cónsul de Francia (casa Ledoyen, In-18; precio. Ifr.), así como la que nosotros vamos a
publicar bajo el título de: “Los contradictores del Espiritismo, al punto de vista de la religión,
de la ciencia y del materialismo”.