El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

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Entre las objeciones, las hay más especiosas que las examinadas, por lo menos, en apariencia, porque son deducidas de la observación y hechas por personas graves.

Una de ellas se apoya en el lenguaje de ciertos espíritus, que no parece digno de la elevación que se supone a seres sobrenaturales. Si se recuerda el resumen que antes hemos dado de la doctrina, se verá que los mismos espíritus nos dicen que no son iguales todos ellos en conocimientos y cualidades morales, y que no debe tomarse al pie de la letra todo lo que dicen. A las personas sensatas toca distinguir lo bueno de lo malo. Seguramente los que de este hecho deduzcan la consecuencia de que siempre nos las habemos con seres malhechores, cuya ocupación única es la de embaucarnos, no tendrán conocimiento de las comunicaciones obtenidas en las reuniones donde sólo se presentan espíritus superiores, pues de otra manera, no pensarían de aquel modo.

Es lamentable que la casualidad les haya hecho el flaco servicio de no dejarles ver más que el lado malo del mundo espiritista; porque suponemos de buen grado que una tendencia simpática no les hábrá rodeado de malos espíritus con preferencia a los buenos, de espíritus mentirosos o de aquellos cuyo lenguaje grosero irrita. Pudiera deducirse a lo más que la solidez de sus principios no es bastante poderosa para alejar el mal, y que, encontrando placentero satisfacer sobre este punto su curiosidad, aprovechan esta ocasión los malos espíritus para introducirse entre ellos, en tanto que se alejan los buenos.

Juzgar por estos hechos de la cuestión de los espíritus seria tan poco lógico como juzgar del carácter de un pueblo por lo que se dice y hace en las reuniones de algunos aturdidos, personas de mala reputación, a las que no concurren los sabios, ni los hombres sensatos. Los que de aquel modo proceden se encuentran en la misma situación que aquel extranjero que. entrando en una gran capital por el más feo de sus arrabales, juzgase de todos los habitantes por el lenguaje y costumbres del arrabal en cuestión. En el mundo de los espíritus hay también una buena y una mala sociedad. Estúdiese bien lo que ocurre entre los espíritus superiores, y se llegará a la convicción de que la ciudad celeste contiene algo más que la hez del pueblo. Pero, dicen, ¿acaso vienen a nosotros los espíritus superiores? A esto contestamos: No os quedéis en el arrabal; mirad, observad y juzgaréis. Los hechos están a disposición de todos, a menos que no se trate de aquellas personas a quienes se aplican estas palabras de Jesús: Tienen ojos, y no ven; oídos, y no oyen.

Una variante de está opinión consiste en no ver en las comunicaciones espiritistas, y en todos los hechos materiales a que dan lugar, más que la intervención de un poder diabólico, nuevo Proteo que adopta todas las formas para engañarnos mejor. No la creemos susceptible del examen serio, y por esto no nos detenemos en ella. Queda refutada con lo que acabamos de decir, y sólo añadiremos que, si fuese cierta, sería preciso convenir en que a veces el diablo es muy sabio, muy razonable y sobre todo muy moral, o bien en que también hay diablos buenos.

¿Cómo hemos de creer, en efecto, que Dios permite al espíritu del mal que se manifieste exclusivamente para perdernos sin darnos como antídoto los consejos de los espíritus buenos? Si no lo puede hacer, es impotente, y si lo puede y no lo hace, es esto incompatible con su bondad; las dos suposiciones son blásfematorias. Observad que, admitida la comunicación de los espíritus malos, se reconoce el principio de las manifestaciones, y puesto que existen, sólo puede ser con permiso de Dios, ¿Cómo, pues, creer, sin incurrir en impiedad, que permita el mal con exclusión del bien? Semejante doctrina es contraria a las más sencillas nocioncs del sentido común y de la religión.