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EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo > PRIMERA PARTE > CAPÍTULO X - Intervención de los demonios en las manifestaciones modernas > 10
10. No hay ningún medio de obligar a un espíritu a venir a pesar suyo, si es vuestro igual o vuestro superior en moralidad, porque no tenéis ninguna autoridad sobre él. Si es vuestro inferior, lo podéis, si es para su bien, porque entonces os secundaran otros espíritus (El Libro de los Médiums, Cáp. XXV).
Lo más esencial de todas las disposiciones para las evocaciones es el recogimiento cuando se quiere tratar con espíritus formales. Con la fe y el deseo del bien se tiene más facultad para evocar los espíritus superiores. Elevando el alma por algunos instantes de recogimiento, en el momento de la evocación, se identifica uno con los buenos espíritus, y se les dispone a venir (El Libro de los Médiums, Cáp. XXV).
Ningún objeto, medalla o talismán tiene la propiedad de atraer o de rechazar a los espíritus. La materia no tiene ninguna acción sobre ellos. Jamás aconseja un buen espíritu semejante absurdo. La virtud de los talismanes no ha existido nunca sino en la imaginación de las gentes crédulas (El Libro de los Médiums, Cáp. XXV).
No hay fórmula sacramental para la evocación de los espíritus. Cualquiera que pretenda dar una, puede tacharse de impostor, porque para los espíritus la forma no es nada. Sin embargo, la evocación debe hacerse siempre en nombre de Dios (El Libro de los Médiums, cap. XXVII).
Los espíritus que dan citas en lugares lúgubres y a horas indebidas, son espíritus que se divierten a costa de los que les escuchan. Siempre es inútil y muchas veces peligroso ceder a tales sugestiones. Inútil, porque no se gana con ello más que el ser mistificado; y peligro, no por el mal que puedan hacer los espíritus, sino por la influencia que esto pude ejercer sobre cerebros débiles (El Libro de los Médiums. cap. XXV).
No hay días ni horas más especialmente propicias unas que otras para las evocaciones. Esto es completamente indiferente para los espíritus, como todo lo que es material, y sería una superstición el creer en esa influencia. Los momentos más favorables son aquellos en que el evocador puede estar lo menos distraído por sus ocupaciones habituales, y en que su cuerpo y su espíritu están con más calma (El Libro de los Médiums, cap. XXV).
La crítica malévola se ha complacido en representar las comunicaciones espiritistas como rodeadas de las prácticas ridículas y supersticiosas de la magia y de la nigromancia. Si los que hablan del Espiritismo sin conocerlo se hubiesen tomado el trabajo de estudiarlo, se hubieran ahorrado gastos de imaginación, alegaciones que no sirven más que para probar su ignorancia o su mala voluntad.
Para introducción de las personas ajenas a la ciencia, diremos que para comunicarse con los espíritus no hay días, horas, ni lugares más propicios unos que otros. Que no son necesarias, para evocarles, ni fórmulas, ni palabras sacramentales o cabalísticas. Que no hay necesidad de ninguna preparación, ni de ninguna iniciación. Que no da resultado alguno el empleo de signos u objetos materiales, sea para atraerles, sea para rechazarles, y que el pensamiento basta. En fin, que los médiums reciben sus comunicaciones de un modo tan natural y sencillo, como si fueran dictadas por una persona viva, sin salir del estado normal. Sólo el charlatanismo podría adoptar maneras excéntricas, y añadir accesorios ridículos (¿Qué es el Espiritismo?,cap. II, n.º 49).
En principio, el porvenir debe estar oculto para el hombre. Su revelación sólo la permite Dios en casos raros y excepcionales. Si el hombre conociera el porvenir, despreciaría el presente, no obraría con la misma libertad. Porque estaría dominado por la idea de que si una cosa ha de suceder, no es necesario pensar ya en ella, o procuraría impedir su realización. Dios no ha querido que fuese así, a fin de que cada uno concurriera al cumplimiento de los acontecimientos, aun de aquellos a los que quisiera oponerse. Dios permite la revelación del porvenir cuando este conocimiento anticipado debe facilitar el cumplimiento de ciertos hechos, en lugar de ponerle trabas, comprometiendo a obrar de otra manera que no se hubiera hecho sin aquel conocimiento ( El Libro de los Espíritus, I. III, cap. X).
Los espíritus no pueden guiar en las investigaciones científicas y los descubrimientos. La ciencia es obra del genio. No debe adquirirse sino por el trabajo, porque sólo por medio del trabajo es como el hombre adelanta en su camino. ¿Qué mérito habría si bastara preguntar a los espíritus, para saberlo todo? Cualquier imbécil podría ser sabio a poca costa. Lo mismo sucede con las invenciones y descubrimientos de la industria.
Cuando ha llegado el tiempo de un descubrimiento. los espíritus encargados de dirigir la marcha buscan al hombre capaz de conducirle a buen fin, y le inspiran las ideas necesarias para que tenga todo el mérito. Porque estas ideas es preciso que las elabore y las ponga en práctica. Así sucede también con todos los grandes trabajos de la inteligencia humana.
Los espíritus dejan a cada hombre en su esfera. De aquel que no es a propósito sino para cavar la tierra, no harán el depositario de los secretos de Dios. Pero sabrán sacar de la oscuridad al hombre capaz de secundar sus intenciones. No os dejéis, pues, arrastrar por curiosidad o ambición en un camino que no es el objeto del Espiritismo, y que terminará para vosotros en las más ridículas mistificaciones (El Libro de los Médiums, cap. XXVI).
Los espíritus no pueden hacer que se descubran los tesoros ocultos. Los espíritus superiores no se ocupan de estas cosas, pero los burlones indican a menudo tesoros que no existen, o pueden hacer ver uno en un paraje, que en realidad está en paraje opuesto. Y esto en utilidad del engañado, para demostrarle que la verdadera fortuna está en el trabajo. Si la Providencia destina riquezas ocultas a alguno, las encontrará naturalmente, y no de otro modo (El Libro de los Médiums. cap. XXVI).
El Espiritismo. ilustrándonos sobre las propiedades de los fluidos, que son los agentes y los medios de acción del mundo invisible y constituyen una de las fuerzas y una de las potencias de la Naturaleza, nos da la clave de una porción de hechos no explicados e inexplicables por cualquier otro medio, y que han podido en tiempos remotos pasar por prodigios. Revela, lo mismo que el magnetismo, una ley, si no desconocida, al menos mal comprendida. O mejor dicho, se conocían los efectos, porque se han producido en todos los tiempos, pero no se conocía la ley. Y la ignorancia en que, respecto de ella, se estaba, es la que ha engendrado la superstición. Conocida esta ley, desaparece lo maravilloso, y los fenómenos entran en el orden de los hechos naturales. He aquí por qué los espiritistas no hacen milagros haciendo girar una mesa o escribir a los difuntos, como no los hace el médico haciendo revivir a un moribundo, o el físico haciendo caer el rayo. El que pretendiese con ayuda de esta ciencia, hacer milagros, sería, o un ignorante de los hechos o un charlatán (El Libro de los Médiums, cap. II).
Ciertas personas se forman una idea muy falsa de las evocaciones. Las hay que creen que consisten en hacer venir a los muertos, con el aparato lúgubre de la tumba. Sólo en los romances, en los cuentos fantásticos de aparecidos y en el teatro, se ve a los muertos desencarnados salir de sus sepulcros, tapujados con sábanas, y haciendo crujir los huesos. El Espiritismo no ha hecho nunca milagros de ninguna clase, y menos el de resucitar un cuerpo muerto. Cuando el cuerpo está en la fosa, está en ella definitivamente. Pero el ser espiritual, fluídico, inteligente, no ha quedado allí con su envoltura grosera, sino que se ha separado de ésta en el momento de la muerte, y una vez verificada la operación, no tiene nada en común con ella (¿Qué es el Espiritismo?, cap. II, n.º 48).
Lo más esencial de todas las disposiciones para las evocaciones es el recogimiento cuando se quiere tratar con espíritus formales. Con la fe y el deseo del bien se tiene más facultad para evocar los espíritus superiores. Elevando el alma por algunos instantes de recogimiento, en el momento de la evocación, se identifica uno con los buenos espíritus, y se les dispone a venir (El Libro de los Médiums, Cáp. XXV).
Ningún objeto, medalla o talismán tiene la propiedad de atraer o de rechazar a los espíritus. La materia no tiene ninguna acción sobre ellos. Jamás aconseja un buen espíritu semejante absurdo. La virtud de los talismanes no ha existido nunca sino en la imaginación de las gentes crédulas (El Libro de los Médiums, Cáp. XXV).
No hay fórmula sacramental para la evocación de los espíritus. Cualquiera que pretenda dar una, puede tacharse de impostor, porque para los espíritus la forma no es nada. Sin embargo, la evocación debe hacerse siempre en nombre de Dios (El Libro de los Médiums, cap. XXVII).
Los espíritus que dan citas en lugares lúgubres y a horas indebidas, son espíritus que se divierten a costa de los que les escuchan. Siempre es inútil y muchas veces peligroso ceder a tales sugestiones. Inútil, porque no se gana con ello más que el ser mistificado; y peligro, no por el mal que puedan hacer los espíritus, sino por la influencia que esto pude ejercer sobre cerebros débiles (El Libro de los Médiums. cap. XXV).
No hay días ni horas más especialmente propicias unas que otras para las evocaciones. Esto es completamente indiferente para los espíritus, como todo lo que es material, y sería una superstición el creer en esa influencia. Los momentos más favorables son aquellos en que el evocador puede estar lo menos distraído por sus ocupaciones habituales, y en que su cuerpo y su espíritu están con más calma (El Libro de los Médiums, cap. XXV).
La crítica malévola se ha complacido en representar las comunicaciones espiritistas como rodeadas de las prácticas ridículas y supersticiosas de la magia y de la nigromancia. Si los que hablan del Espiritismo sin conocerlo se hubiesen tomado el trabajo de estudiarlo, se hubieran ahorrado gastos de imaginación, alegaciones que no sirven más que para probar su ignorancia o su mala voluntad.
Para introducción de las personas ajenas a la ciencia, diremos que para comunicarse con los espíritus no hay días, horas, ni lugares más propicios unos que otros. Que no son necesarias, para evocarles, ni fórmulas, ni palabras sacramentales o cabalísticas. Que no hay necesidad de ninguna preparación, ni de ninguna iniciación. Que no da resultado alguno el empleo de signos u objetos materiales, sea para atraerles, sea para rechazarles, y que el pensamiento basta. En fin, que los médiums reciben sus comunicaciones de un modo tan natural y sencillo, como si fueran dictadas por una persona viva, sin salir del estado normal. Sólo el charlatanismo podría adoptar maneras excéntricas, y añadir accesorios ridículos (¿Qué es el Espiritismo?,cap. II, n.º 49).
En principio, el porvenir debe estar oculto para el hombre. Su revelación sólo la permite Dios en casos raros y excepcionales. Si el hombre conociera el porvenir, despreciaría el presente, no obraría con la misma libertad. Porque estaría dominado por la idea de que si una cosa ha de suceder, no es necesario pensar ya en ella, o procuraría impedir su realización. Dios no ha querido que fuese así, a fin de que cada uno concurriera al cumplimiento de los acontecimientos, aun de aquellos a los que quisiera oponerse. Dios permite la revelación del porvenir cuando este conocimiento anticipado debe facilitar el cumplimiento de ciertos hechos, en lugar de ponerle trabas, comprometiendo a obrar de otra manera que no se hubiera hecho sin aquel conocimiento ( El Libro de los Espíritus, I. III, cap. X).
Los espíritus no pueden guiar en las investigaciones científicas y los descubrimientos. La ciencia es obra del genio. No debe adquirirse sino por el trabajo, porque sólo por medio del trabajo es como el hombre adelanta en su camino. ¿Qué mérito habría si bastara preguntar a los espíritus, para saberlo todo? Cualquier imbécil podría ser sabio a poca costa. Lo mismo sucede con las invenciones y descubrimientos de la industria.
Cuando ha llegado el tiempo de un descubrimiento. los espíritus encargados de dirigir la marcha buscan al hombre capaz de conducirle a buen fin, y le inspiran las ideas necesarias para que tenga todo el mérito. Porque estas ideas es preciso que las elabore y las ponga en práctica. Así sucede también con todos los grandes trabajos de la inteligencia humana.
Los espíritus dejan a cada hombre en su esfera. De aquel que no es a propósito sino para cavar la tierra, no harán el depositario de los secretos de Dios. Pero sabrán sacar de la oscuridad al hombre capaz de secundar sus intenciones. No os dejéis, pues, arrastrar por curiosidad o ambición en un camino que no es el objeto del Espiritismo, y que terminará para vosotros en las más ridículas mistificaciones (El Libro de los Médiums, cap. XXVI).
Los espíritus no pueden hacer que se descubran los tesoros ocultos. Los espíritus superiores no se ocupan de estas cosas, pero los burlones indican a menudo tesoros que no existen, o pueden hacer ver uno en un paraje, que en realidad está en paraje opuesto. Y esto en utilidad del engañado, para demostrarle que la verdadera fortuna está en el trabajo. Si la Providencia destina riquezas ocultas a alguno, las encontrará naturalmente, y no de otro modo (El Libro de los Médiums. cap. XXVI).
El Espiritismo. ilustrándonos sobre las propiedades de los fluidos, que son los agentes y los medios de acción del mundo invisible y constituyen una de las fuerzas y una de las potencias de la Naturaleza, nos da la clave de una porción de hechos no explicados e inexplicables por cualquier otro medio, y que han podido en tiempos remotos pasar por prodigios. Revela, lo mismo que el magnetismo, una ley, si no desconocida, al menos mal comprendida. O mejor dicho, se conocían los efectos, porque se han producido en todos los tiempos, pero no se conocía la ley. Y la ignorancia en que, respecto de ella, se estaba, es la que ha engendrado la superstición. Conocida esta ley, desaparece lo maravilloso, y los fenómenos entran en el orden de los hechos naturales. He aquí por qué los espiritistas no hacen milagros haciendo girar una mesa o escribir a los difuntos, como no los hace el médico haciendo revivir a un moribundo, o el físico haciendo caer el rayo. El que pretendiese con ayuda de esta ciencia, hacer milagros, sería, o un ignorante de los hechos o un charlatán (El Libro de los Médiums, cap. II).
Ciertas personas se forman una idea muy falsa de las evocaciones. Las hay que creen que consisten en hacer venir a los muertos, con el aparato lúgubre de la tumba. Sólo en los romances, en los cuentos fantásticos de aparecidos y en el teatro, se ve a los muertos desencarnados salir de sus sepulcros, tapujados con sábanas, y haciendo crujir los huesos. El Espiritismo no ha hecho nunca milagros de ninguna clase, y menos el de resucitar un cuerpo muerto. Cuando el cuerpo está en la fosa, está en ella definitivamente. Pero el ser espiritual, fluídico, inteligente, no ha quedado allí con su envoltura grosera, sino que se ha separado de ésta en el momento de la muerte, y una vez verificada la operación, no tiene nada en común con ella (¿Qué es el Espiritismo?, cap. II, n.º 48).