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CAPÍTULO II - Dios
Existencia de Dios
1. Al ser Dios la causa primera de todas las cosas, el punto de partida de todo, el eje sobre el
que reposa el edificio entero de la Creación, es también el tema que interesa considerar antes que
nada.
2. Hay un principio elemental que lleva a deducir la causa por sus efectos, aun cuando a esa
causa no se la vea.
Si un pájaro en pleno vuelo es alcanzado por una bala que lo mata, suponemos que fue un
tirador, aunque no lo veamos. No es entonces siempre necesario ver algo para saber que existe.
Absolutamente, en todos los órdenes ocurre lo mismo: observando los efectos se llega a conocer las
causas.
3. Otro principio elemental, hoy considerado axioma, a fuerza de ser cierto, es aquel que
dice que todo efecto inteligente tiene su origen en una causa inteligente.
Si preguntásemos quién ideó un determinado mecanismo ingenioso y nos respondiesen que
se hizo solo, ¿qué pensaríamos de la persona que nos dio tal respuesta? Cuando estamos frente a
una obra de arte o de una industria pensamos que ella es producto del cerebro de un hombre de
genio, porque necesariamente su concepción es el resultado de una inteligencia desarrollada.
Juzgamos que su autor es un ser humano porque sabemos que es algo factible de ser realizado por
un hombre. Pero a nadie se le ocurriría pensar que pudo haber sido un idiota o un ignorante su
creador, y menos aún que es el trabajo de un animal o producto del azar.
4. Reconocemos la presencia del hombre en sus obras. La existencia del hombre
antediluviano se comprueba no sólo por los fósiles humanos hallados, sino también, y con igual
certeza, por los objetos trabajados por él mismo que se encontraron: un fragmento de ánfora, una
piedra tallada, un arma, un ladrillo. El grado de inteligencia y adelanto de quienes han realizado
dichos trabajos se reconoce por la imperfección o delicadeza de los mismos. Si visitamos un país
habitado exclusivamente por salvajes y descubrimos una estatua digna de Fidias, inmediatamente
nos haríamos el siguiente razonamiento: los salvajes no pueden ser los autores, por lo tanto, la
estatua es obra de una inteligencia superior.
5. ¡Pues bien! Con sólo mirar a nuestro alrededor y posar nuestra mirada sobre las obras de
la Naturaleza, veremos la previsión, la sabiduría y la armonía que las preside, sentimos que todas
ellas sobrepasan en grado indecible a la inteligencia creadora del ser humano. Si el hombre no
produjo esas obras, significa que son el producto de una inteligencia superior a la humana, a menos
que pensemos que hay efectos sin causa.
6. A este razonamiento, hay quienes oponen el siguiente:
Las obras de la Naturaleza son producto de fuerzas naturales que actúan mecánicamente en
razón de las leyes de atracción y repulsión. Las moléculas de los cuerpos inertes se unen y
disgregan bajo la acción de estas leyes. Las plantas, en virtud de esa misma ley, nacen, germinan,
crecen y se multiplican, cada una en su especie. El crecimiento, la flor, el fruto y el color están
subordinados a causas materiales como el calor, la electricidad, la luz, la humedad, etc. Lo mismo
sucede con respecto a los animales. Los astros se forman por atracción molecular y se mueven
perpetuamente con sus órbitas debido a la gravitación. La regularidad mecánica en el empleo de las
fuerzas naturales no habla de ninguna inteligencia independiente. El hombre mueve su brazo
cuando quiere y como quiere, pero quien hace un movimiento único y siempre en igual sentido,
desde su nacimiento hasta su muerte, sería una especie de autómata. Por tanto, podemos concluir
diciendo que las fuerzas orgánicas de la Naturaleza son puramente automáticas.
Todo eso es muy sincero, pero esas fuerzas son efecto que deben poseer alguna causa. Nadie
dice que ellas constituyan la Divinidad. También es verdad que son materiales y mecánicas y que
no son inteligentes por sí solas. Ellas son puestas en acción, distribuidas y adecuadas a las
necesidades de cada cosa por una inteligencia que no es humana. La adecuación útil de esas fuerzas
es un efecto inteligente que descubre a una causa inteligente. Un péndulo se mueve con automática
regularidad, y es esa regularidad lo que realmente vale. La fuerza que lo hace mover es material y
exenta de inteligencia, mas, ¿de qué serviría el péndulo si una inteligencia no hubiese combinado,
calculado y distribuido el empleo de esa fuerza para lograr que se mueva con precisión? ¿Sería
racional afirmar que la inteligencia no existe porque no está a la vista? Se la juzga por sus efectos.
La existencia del reloj confirma la existencia del relojero: la ingeniosidad del mecanismo testifica la
inteligencia y conocimientos del relojero. Cuando un reloj nos da la información que necesitamos,
¿pensamos acaso que él es inteligente?
Podemos decir lo mismo del mecanismo del Universo: Dios no se muestra, pero afirma su
existencia por sus obras.
7. La existencia de Dios no es un hecho revelado, sino corroborado por la evidencia material
de sus obras. Los pueblos primitivos no fueron testigos de la revelación, y, sin embargo, creían
instintivamente en la existencia de un poder sobrehumano. Al contemplar las obras de la Naturaleza
deducían que su origen no era humano. ¿No poseían mayor lógica que quienes hoy intentan
teorizar, diciendo que tales obras se han hecho solas?
Acerca de la naturaleza divina
8. No nos está permitido adentrarnos en la naturaleza íntima de Dios. Para comprender a
Dios nos falta el sentido que sólo se adquiere con la completa depuración del espíritu. Mas si al
hombre no le es permitido penetrar su esencia, puede, mediante el razonamiento, conocer sus
atributos, es decir, las cualidades que Dios debe tener para ser Dios.
Sin el conocimiento de los atributos de Dios sería imposible comprender la obra de la
Creación, punto de partida de todos los credos religiosos. Aquellas religiones que no entendieron la
Creación, verdadero faro conductor, han equivocado sus dogmas: las que no creyeron en un Dios
todopoderoso, imaginaron muchos dioses. Esas otras que no atribuyeron a Dios la bondad suprema
crearon un dios celoso, colérico, parcial y vindicativo.
9. Dios es la inteligencia suprema y soberana. La inteligencia del hombre es limitada, ya
que no puede crear ni comprender todo lo que existe. La de Dios, que abraza el infinito, debe ser
infinita. Si fuese limitada en algún aspecto, podríamos concebir la existencia de un ser aún más
inteligente, capaz de comprender y hacer lo que el otro no pudo, y así sucesivamente hasta el
infinito.
10. Dios es eterno, no tuvo comienzo ni tendrá fin. Si hubiese tenido un comienzo habría
surgido de la nada. Pero como la nada es inexistente, no puede producir ni crear cosa alguna. El otro
argumento tampoco sería válido, porque si hubiese sido creado por otro ser anterior a él, ése sería
Dios. Si se le imaginase a Dios un comienzo o un fin, se podría asimismo sospechar un ser anterior
o posterior a Él, y así indefinidamente.
11. Dios es inmutable. Si estuviese sujeto a cambios, las leyes que gobiernan el Universo
carecerían de estabilidad.
12. Dios es inmaterial. Su naturaleza difiere de todo lo que llamamos materia, de otra
manera no sería inmutable, pues estaría sujeto a las transformaciones de la materia.
Dios no posee una forma factible de ser apreciada por nuestros sentidos, pues, de ser así,
sería materia. Decimos: la mano de Dios, la boca de Dios, porque como el hombre sólo conoce su
forma, al no comprender algo se toma como modelo y compara. Las imágenes que representan a
Dios como un anciano de larga barba y vestido con una túnica, son ridículas: intentan otorgarle
proporciones humanas. De eso, a hacerle partícipe de las pasiones humanas y convertirlo en un dios
colérico y celoso, no hay más que un paso.
13. Dios es todopoderoso. Si no poseyese el poder supremo, se podría concebir un ser más
poderoso que él, y así sucesivamente hasta llegar al ser que superase a todos en poderío. El último
sería Dios.
14. Dios es soberanamente justo y bueno. La sabiduría providencial de las leyes divinas se
revela de igual modo en las cosas pequeñas como en las enormes, y tan grande sabiduría no nos
deja dudar ni un solo instante de su justicia y bondad.
Cuando una cualidad es infinita, no puede existir la cualidad contraria capaz de disminuirla
o anularla. Un ser infinitamente bueno no posee la más pequeña tendencia de maldad, así como un
ser infinitamente malo es incapaz de la mínima bondad, como un objeto no es completamente negro
si presenta una ligera tonalidad blanca, ni el blanco absoluto permite una sola mancha de color
negro.
Dios no puede ser al mismo tiempo bueno y malo, ya que no podría tener ni una ni otra
cualidad en grado supremo, y, por tanto, no sería Dios, todas las cosas estarían sometidas a su
capricho y no habría ninguna estabilidad. Por consiguiente, existe una doble posibilidad: o es
infinitamente bueno o infinitamente malo. Pero como sus obras testimonian sabiduría, bondad y
previsión, llegamos a la conclusión de que, como no puede ser bueno y malo a la vez, sin dejar de
ser Dios, es infinitamente bueno.
La bondad soberana implica justicia soberana, ya que si actuase injustamente o con
parcialidad en una sola circunstancia o con una sola de sus criaturas, no sería soberanamente justo
y, por tanto, tampoco soberanamente bueno.
15. Dios es infinitamente perfecto. No podemos concebir a Dios sin la infinitud de sus
perfecciones, pues sin ello no sería Dios, ya que podríamos concebir otro ser que tuviese lo que Él
no posee. Para que ningún ser pueda superarlo es preciso que sea infinito en todo.
Al ser los atributos de Dios infinitos no pueden sufrir aumento ni disminución. De lo
contrario no serían infinitos y Dios no sería perfecto. Si se le quitase una pequeñísima parte de uno
solo de sus atributos, ya no sería Dios, ya que podría existir otro ser más perfecto.
16. Dios es único. La unidad de Dios es producto de sus perfección infinita y absoluta. Otro
dios no podría existir si no fuese igualmente infinito en todos sus atributos, ya que si entre ellos
hubiese la más ligera diferencia, uno sería inferior al otro, estaría subordinado a su poder y ya no
sería Dios. Si entre ambos hubiese una igualdad absoluta, serían desde toda la eternidad un mismo
pensamiento, una misma voluntad, un mismo poder, y, confundidas a tal punto sus identidades, no
serían en realidad sino un solo Dios. Si cualquiera de ellos tuviera atribuciones especiales, uno
podría hacer lo que el otro no, y, por lo tanto, no existiría entre ellos la igualdad perfecta, ya que ni
uno ni otro poseerían la autoridad soberana.
17. Los pueblos primitivos ignoraban la infinitud de las perfecciones de Dios, y ello dio
origen al politeísmo. Atribuían divinidad a todo poder que les parecía superior a lo humano. Más
tarde, gracias al razonamiento, concentraron en un solo Dios todos los atributos de perfección, y,
además, al paso que los hombres fueron comprendiendo la esencia de eses atributos divinos
suprimían de sus creencias todas las cualidades negativas que habían imaginado en Dios.
18. Resumiendo: Dios, para ser tal, no puede ser superado en nada por otro ser, ya que si
existiera alguien más perfecto que Él, aunque en pequeñísima medida, ese otro sería Dios. Por
tanto, es necesario que sea infinito en todo.
Es así que la existencia de Dios se constata por sus obras, y es mediante una simple
deducción lógica que se llega a determinar los atributos que lo caracterizan.
19. Dios es, por tanto: la suprema y soberana inteligencia. Es único, eterno, inmutable,
inmaterial, todopoderoso, soberanamente justo y bueno e infinito en todas sus perfecciones, y no
puede ser de otra manera.
Esa base sobre la cual reposa el edificio universal es el faro que ilumina al Universo entero,
y su luz es la única que puede guiar al hombre en la búsqueda de la verdad. Siguiéndola, no se
perderá nunca, y si a menudo se ha extraviado, es porque se desvió de la ruta que le estaba indicada.
Ese es también el criterio infalible de todas las doctrinas religiosas y filosóficas. El hombre
posee para juzgarlas una medida rigurosamente exacta en los atributos de Dios, ya que puede
proclamar con entera seguridad que toda teoría, todo principio, todo dogma, toda creencia, toda
práctica que esté en contradicción con uno solo de esos atributos o que intente anularlos o
simplemente debilitarlos, no puede estar en la verdad.
En filosofía, en psicología, en moral, en religión, sólo es verdad lo que no se aparta en nada
de las cualidades esenciales de Dios. La religión perfecta sería aquella en la que ningún artículo de
fe contradijese esas cualidades y en la que todos sus dogmas pudiesen ser sometidos a la prueba de
ese control sin sufrir menoscabo alguno.
La Providencia
20. La Providencia es el cuidado que Dios brinda a sus criaturas. Dios está en todas partes,
lo ve todo, y todo lo preside, incluso las más pequeñas cosas: en eso consiste la acción providencial.
¿Cómo Dios, tan grande y poderoso, y tan superior a todo, puede inmiscuirse en detalles
ínfimos, preocuparse por los mínimos actos y pensamientos de cada individuo? Esa es la pregunta
que se plantea el incrédulo, quien expresa además que, aunque se admita la existencia de Dios, su
accionar debe limitarse a las leyes generales del Universo, puesto que, como éste funciona desde
siempre en virtud de las mencionadas leyes, a las cuales toda criatura está sujeta, no habría
necesidad de esa participación incesante de la Providencia.
21. En el estado actual de inferioridad y extrema limitación de sus facultades, los hombres
no pueden comprender a un Dios infinito, de ahí que lo conciban como un ser limitado y
circunscrito, es decir, un dios a su imagen y semejanza. Los cuadros que lo muestran con apariencia
humana contribuyen a sostener ideas equivocadas en el espíritu de las masas, quienes adoran a Él
más en la forma que en el pensamiento. Para la mayoría Dios es un gran rey que está sentado en un
trono inaccesible, perdido en la inmensidad de los cielos, y debido a lo limitado de sus percepciones
y facultades no comprenden que Dios pueda dignarse intervenir en sus pequeñas cosas.
22. El hombre no es capaz de comprender la esencia íntima de Dios, le resulta imposible,
razón por la cual es importante la idea aproximada que tenga de él, aun cuando se base en
comparaciones imperfectas.
Imaginemos un fluido sutil capaz de penetrar todos los cuerpos, mas sin inteligencia y
actuando mecánicamente por medio de las fuerzas materiales. Pero si suponemos a ese fluido
dotado de inteligencia, de facultades perceptivas y sensitivas, ya no actuará ciegamente, lo hará con
discernimiento, voluntad y libertad, y será capaz de ver, escuchar y sentir.
23. Las propiedades del fluido periespiritual pueden ayudarnos a entender: el periespíritu de
por sí no es inteligente, ya que es materia, pero es el vehículo del pensamiento, de las sensaciones y
percepciones del espíritu.
El fluido periespiritual no es el pensamiento del espíritu, pero sí el agente o el intermediario
de ese pensamiento. Como es él que lo transmite, está en cierta forma impregnado del mismo.
Nosotros no somos capaces de separarlo, puesto que pareciera constituir una unidad con el fluido,
así como el sonido parece integrarse con el aire. En cierta manera, por lo tanto, estamos
materializando el pensamiento. Tomando el efecto por la causa, del mismo modo que decimos que
el aire se vuelve sonoro, podríamos decir que el fluido se manifiesta inteligente.
24. Ya sea que el pensamiento de Dios actúe directamente o por intermedio de un fluido,
para facilitar las cosas vamos a representarlo bajo la forma concreta de un fluido inteligente que
llena el Universo infinito y penetra todas las cosas de la Creación: la Naturaleza entera está
sumergida en el fluido divino, o, en virtud del principio que establece que las partes de un todo son
de la misma naturaleza y tiene iguales propiedades que el conjunto, cada átomo de ese fluido, si se
puede explicarlo así, posee el pensamiento y los atributos esenciales de la Divinidad. Dicho fluido
está por doquier y todo está sujeto a su accionar inteligente, a su previsión, a su solicitud, pues
todos los seres, por más pequeños que sean, están saturados de él. Estamos constantemente en
presencia de Dios. No podemos sustraer a su mirada ni una sola de nuestras acciones y nuestro
pensamiento está en contacto incesante con el suyo. De ahí que se diga que Dios está en lo más
recóndito de nuestro corazón. Nosotros estamos en Él, como Él está en nosotros, según la palabra de
Cristo.
Dios no necesita mirarnos desde lo alto para extender su cuidado sobre nosotros. Para que Él
escuche nuestras plegarias no es necesario atravesar el Espacio ni orar en voz alta, ya que Él está a
nuestro lado y nuestros pensamientos repercuten en Él. Son como los sones de una campana que
hacen vibrar las moléculas del aire circundante.
25. No tenemos la intención de materializar a Dios. La imagen del fluido inteligente es sólo
una comparación más aproximada de Dios que los cuadros que lo representan como un hombre: su
objeto es hacernos entender que Dios está por doquier y que puede ocuparse de todo.
26. Constantemente nos acordamos de un ejemplo ideal para mostrarnos de qué manera la
acción de Dios ejerce su imperio en lo más íntimo de cada ser y cómo las impresiones más tenues
de nuestra alma llegan hasta Él. Fue un espíritu quien nos brindó este ejemplo.
27. “El hombre es un pequeño mundo. El espíritu dirige, el cuerpo obedece. En ese universo,
el cuerpo representará a la Creación, y el espíritu será Dios. (Comprenderán que se trata de una
analogía y no de una identificación). Los miembros de ese cuerpo, los diferentes órganos que lo
conforman: músculos, nervios y articulaciones, son individualidades materiales localizadas en sitios
determinados del mismo. Aunque el número de partes constitutivas sea muy variado y de naturaleza
diversa, no se producen movimientos ni sensaciones en ningún sitio que el espíritu tome de ello
conciencia. Si se producen al mismo tiempo sensaciones en diversas partes, el espíritu las percibe a
todas, las discierne y analiza, asignando a cada una su causa y lugar de acción. Para ello, el espíritu
se sirve del periespíritu.
“Ocurre un fenómeno análogo entre Dios y la Creación. Dios está en todos los sitios de la
Naturaleza, como el espíritu se encuentra en todo el cuerpo. Todos los elementos de la Creación
están en contacto constante con Él, como todas las células del cuerpo humano están en contacto
inmediato con el espíritu. Por lo tanto, en uno y en otro caso no hay razón para que fenómenos del
mismo orden no se produzcan de igual forma.
“Un miembro se mueve: el espíritu lo percibe. Una criatura piensa: Dios lo sabe. Todos los
miembros se mueven, los diferentes órganos vibran: el espíritu percibe cada manifestación, las
distingue y localiza. Las diferentes creaciones, las múltiples criaturas se agitan, piensan y actúan de
manera diversa y Dios sabe todo lo que ocurre y asigna a cada cual lo que le es particular.
“Del mismo modo se puede deducir la solidaridad entre la materia y la inteligencia, la
solidaridad de todos los seres entre sí y la que une a los diferentes mundos, y la de las creaciones
con su Creador” (Quinemant. Sociedad Pariniense de Estudios Espíritas, 1867.)
28. Comprendemos el efecto, y eso ya es un considerable adelanto. Del efecto nos
remontamos a la causa, consideramos su grandeza por el esplendor del efecto, mas su esencia
íntima aún se nos escapa, como la esencia de una infinidad de fenómenos. Conocemos los efectos
de la electricidad, del calor, la luz, la gravedad; los calculamos y, sin embargo, ignoramos la
naturaleza íntima del principio que los produce. ¿Es racional entonces negar el principio divino
porque no lo comprendemos?
29. Nada impide que admitamos, de acuerdo con el principio de inteligencia soberana, la
existencia de un centro de acción, un sitio que emite sin cesar sus rayos e inunde el Universo con
sus emanaciones, como el Sol emite su luz. Pero, ¿dónde se halla ese sentido? Nadie puede decirlo.
Es posible que no se halle en ningún lugar determinado, ya que su acción no está circunscrita a sitio
alguno en especial, y que recorra incesantemente las regiones del espacio sin límites. Si espíritus
simples poseen el don de la ubicuidad, esa facultad en Dios debe ser sin límites. Dios llena el
Universo y podríamos afirmar, como hipótesis, que ese foco céntrico no necesita trasladarse y que
puede erigirse donde su voluntad soberana lo crea conveniente, por lo que se podría decir que Dios
está en todos los sitios y en ninguno.
30. Nuestra razón se empequeñece forzosamente ante estos problemas insondables. Dios
existe. No dudamos un solo instante de ello. Es infinitamente justo y bueno: ésa es su esencia. Su
acción todo lo abarca, lo comprendemos. No desea más que nuestro bien, por eso debemos confiar
en Él: eso es lo principal. El resto puede esperar hasta que seamos dignos de comprenderlo.
La vista de Dios
31. Ya que Dios está en todas partes, ¿por qué no lo vemos? ¿Lo veremos al dejar la Tierra?
Estas dos preguntas acuden a nosotros diariamente.
La primera es fácil de responder: nuestros órganos materiales poseen percepciones limitadas
que no les permiten ver determinadas cosas, aun materiales. Por eso, ciertos fluidos escapan
totalmente a nuestra visión y a nuestros instrumentos de análisis, mas, sin embargo, no dudamos de
su existencia. Vemos a los cuerpos moverse bajo la influencia de la fuerza de gravedad, mas no
vemos a esa fuerza.
32. Las cosas de esencia espiritual no pueden percibirse con los órganos materiales: es la
vista espiritual la que ve a los espíritus y las cosas del mundo incorpóreo. Sólo nuestra alma es
capaz de percibir a Dios. ¿Lo ve ella inmediatamente después de su muerte? Sólo las
comunicaciones de ultratumba pueden respondernos. Por ellas sabemos que sólo las almas
depuradas pueden verlo y que son pocas las que al abandonar la Tierra poseen el grado de
desmaterialización necesario para tal dicha. Se entenderá mejor esto, ayudados por una
comparación.
33. Quien está en el fondo de un valle, sumergido en una espesa niebla, no ve al Sol. Sin
embargo, por la luz difusa juzga que el Sol brilla. Si asciende a la montaña, a medida que se eleva la
bruma se va aclarando y la luz se hace más viva, pero no ve todavía al Sol. Apenas llega a la cima,
deja atrás la capa de niebla y se halla en medio del aire puro, y es entonces que contempla al Sol en
todo su esplendor.
Lo mismo ocurre con el alma. La envoltura periespiritual, aunque invisible e intangible para
nosotros, es una materia demasiado grosera aún para ciertas percepciones. A medida que el alma se
eleva en moralidad el periespíritu se espiritualiza. Las imperfecciones del alma son como las capas
de niebla que oscurecen la visión. Cada imperfección que dejamos atrás es una mancha menos, pero
sólo cuando el espíritu esté totalmente purificado ha de gozar de la plenitud de sus facultades.
34. Siendo Dios la esencia divina por excelencia, únicamente los espíritus que han llegado al
más alto grado de desmaterialización pueden percibirlo en todo su esplendor. No quiere decir esto
que los espíritus imperfectos no lo vean porque se hallen más alejados de Él que el resto. Ellos
también están, como todos los seres de la Naturaleza, inmersos en el fluido divino, como nosotros
en la luz, pero sus imperfecciones son como velos que no les permiten ver: cuando la niebla se
disipe le verán resplandecer y no necesitarán ascender ni ir a buscarle en las profundidades del
infinito. Una vez que la vista espiritual esté libre de las manchas morales que la enceguecen le verán
donde se hallen, incluso en la Tierra, ya que dios está en todas partes.
35. El espíritu se purifica con el paso del tiempo y las diferentes reencarnaciones son
alambiques en cuyo fondo van quedando las impurezas. El espíritu no se despoja instantáneamente
de sus imperfecciones, y por tal motivo muchos, cuando mueren, al dejar la envoltura corporal, no
ven a Dios, al igual que cuando estaban vivos, pero a medida que se depuran le intuyen con más
claridad. Aunque no le vean, le comprenden mejor: la luz es menos oscura. Cuando los espíritus
dicen que Dios les prohíbe responder a una determinada pregunta, no significa que Dios se les
presente y dirija la palabra para ordenarles o prohibirles tal o cual cosa: sin que lo sientan reciben
los efluvios de sus pensamiento, como cuando sentimos que los espíritus nos cubren con su fluido,
aun cuando no los veamos.
36. Ningún hombre puede ver a Dios con los ojos de la carne. Si este favor le es concedido a
algunos, será en el estado de éxtasis, cuando el alma está sumamente libre de todo lo que la une a la
materia. Tal privilegio es otorgado a determinadas almas encarnadas cuando están en misión, pero
nunca cuando tienen que expiar. Con todo, como los espíritus del orden más elevado resplandecen
con un brillo cegador, puede ocurrir que espíritus menos adelantados, encarnados o desencarnados,
confundidos por tanta luminosidad que les rodea, crean haber visto a Dios.
37. ¿Cómo se presenta Dios a quienes son dignos de ese privilegio? ¿Tiene una forma
especial? ¿Se presenta con una figura humana o como un centro resplandeciente de luz? El lenguaje
humano no es capaz de describir a Dios, porque no poseemos punto alguno de referencia en que
apoyarnos: somos como ciegos a quienes se intentara hacer comprender el brillo del Sol. Nuestro
vocabulario está limitado a nuestras necesidades y a nuestros círculos de ideas, al igual que lo que
sucede con el lenguaje de los salvajes, que no pueden pintar maravillas de la vida civilizada. El
vocabulario de los pueblos civilizados es demasiado pobre para describir los esplendores de los
cielos. Nuestra inteligencia es muy limitada para comprenderlos y nuestra vista, en exceso débil,
cegaría.