Toda persona que, en un grado cualquiera, nota la influencia de los Espíritus, es, por esta sola razón,
médium. Tal facultad es inherente al hombre, y por consecuencia, no es ningún privilegio exclusivo: son
pocos los que no tengan de él algún rudimento. Se puede decir, por lo tanto, que todo el mundo es médium.
Sin embargo, en el uso, esta calificación sólo se aplica a los en que la facultad mediatriz está netamente
caracterizada y se traduce por efectos patentes de cierta intensidad: lo que depende de una organización más
o menos sensitiva. Por otra parte, es de notar que esta facultad no se revela en todos del mismo modo: los
médiums tienen generalmente una aptitud especial para tal o cual orden de fenómenos, lo que produce tanta
variedad de médiums como de manifestaciones (véase la palabra Médiums en el vocabulario). Vamos a dar
algunos detalles de aquellos que pueden dar lugar a observaciones importantes.
Médiums de efectos físicos
Médiums naturales y médiums facultativos
Los médiums de efectos físicos son aquellos que tienen aptitud especialísima para producir fenómenos
materiales. En esta clase es donde especialmente se encuentran los Médiums naturales, esto es, aquéllos cuya
influencia se actualiza espontáneamente. No tienen la menor conciencia de su poder, y frecuentemente lo que
ocurre de anormal en su derredor no les parece extraordinario: forma parte de ellos mismo, absolutamente
como la personas dotadas de doble vista, de las que nadie duda. Estos sujetos son muy dignos de
observación, y no se debe rehusar recopilar y estudiar los hechos de tal orden que lleguen a nuestra noticia.
Se manifiestan en toda edad, y, frecuentemente, en niños de pocos años.
Esta facultad, por sí misma, no es indicio de un estado patológico, porque no es incompatible con una
salud perfecta. Si aquel que la posee sufre, es por causa extraña; y por ello resulta que los medios
terapéuticos son impotentes para hacerla desaparecer. En ciertos casos puede ser consecutiva a cierta
debilidad orgánica: pero nunca es causa de la debilidad. No debe, pues, inspirar ninguna inquietud, desde el
punto de vista higiénico: solamente podría resultar inconveniente, sí, convertido el sujeto en médium
facultativo, abusara de ella, porque entonces habría en él emisión excesiva de fluido vital, y, por
consiguiente, debilitación de los órganos.
Es preciso reservarse, sobre todo, de experimentaciones físicas, siempre perjudiciales para las
organizaciones sensitivas, porque en ello esta el peligro: podrían resultar graves desórdenes en la economía.
La razón se rebela contra las torturas morales y corporales a las que se ha sometido algunas veces a seres
débiles y delicados, como miras a cerciorarse de si había, o no, superchería por su parte. Realizar esas
pruebas, es jugar con la vida de un semejante. El observador de buena fe no tiene necesidad de emplear
semejantes medios; el que esta familiarizado con esta clase de fenómenos, sabe que pertenecen más al orden
moral que a1 orden físico, y que buscaría en vano su solución en el cuadro de nuestras ciencias exactas.
Por lo mismo que esos fenómenos pertenecen al orden moral, se debe evitar con escrupuloso cuidado
todo lo que pueda sobreexcitar la imaginación. Sabidos son los accidentes que puede ocasionar el miedo; no
son menos los casos de locura y de epilepsia que tienen su origen en los cuentos del duendes y de cocos;
¡calcúlese lo que puede dar de sí la persuasión de que es el diablo el que actúa! Aquellos que dan por ciertas
tales ideas no saben la responsabilidad que contraen: pueden convertirse en homicidas sin pretenderlo.
El peligro no es solamente para el sujeto, sino que también a los que le rodean, que pueden llegar a la
sugestión de que su casa es invadida por los demonios. Esta creencia funesta es la que ha causado tantos
actos atroces en tiempos de ignorancia. Con un poco más de discernimiento se hubiera podido pensar que
quemando el cuerpo del supuesto poseído por el diablo, no se quemaba el diablo. Ya que lo que se perseguía
era deshacerse del diablo, a éste, y no a su víctima, era a quien precisaba matar. La doctrina espiritista nos
esclarece la verdadera causa de todos estos fenómenos y da el golpe de gracia al pretendido ángel rebelde.
Lejos, pues, de sugerir y fomentar esta idea, se la debe combatir y negar rotundamente Es un deber de
moralidad y de humanidad hacerlo.
Lo que conviene hacer cuando una facultad semejante se desarrolla espontáneamente en un individuo, es
dejar al fenómeno seguir su curso natural. La naturaleza es más prudente que los hombres. La Providencia,
por otra parte, tiene sus miras, y el más pequeño puede ser el instrumento de los mas grandes designios. Pero,
hay que convenir en ello, este fenómeno adquiere, en ocasiones, proporciones fatigosas e inoportunas para
todo el mundo (1). Partiendo de este principio: que las manifestaciones físicas espontáneas tienen por objeto llamar nuestra atención sobre algo, se sigue lógicamente la conveniencia de conocer ese objeto, y para ello,
hay que interrogar al ser invisible que se quiere comunicar. Ya hemos dado a este respecto una explicación
en el capítulo dedicado a las manifestaciones. El Espíritu puede desear algo para sí mismo o para la persona
por la cual se manifiesta: en uno y otro caso, es probable. como hemos dicho, que si se le satisface, cese en
las visitas. Véase, además, otro medio, fundado, como el precedente, en la observación de los hechos.
Los Seres invisibles que revelan su presencia por efectos sensibles, son, por lo general. Espíritus de un
orden inferior, a los que se puede dominar por el ascendiente moral; y este ascendiente es el que precisamos
buscar y dirigir. Lejos, pues, de mostrarnos sumisos a sus caprichos, es preciso oponer la voluntad y
obligarles a obedecer, lo que no impide la condescendencia en todas las peticiones justas y legítimas que
puedan hacernos. Todo depende de la naturaleza del Espíritu que se comunique Puede ser inferior, pero
benévolo, y venir con buenas intenciones. De esto es de lo que debemos asegurar nos, lo que se logra
fácilmente por la naturaleza de las comunicaciones Pero no le preguntemos si es un buen Espíritu; porque,
sea quien fuere, la respuesta será siempre afirmativa. No hay ningún bribón que no quiera pasar por hombre
honrado.
Para alcanzar este ascendiente, es necesario pasar al sujeto del estado de médium natural al de médium
facultativo. Entonces se produce un efecto análogo al que tiene lugar en el sonambulismo. Se sabe que el
sonambulismo natural cesa generalmente cuando se le reemplaza por el sonambulismo magnético. No se
detiene la facultad emancipadora del alma: se le da otro curso solamente. Lo mismo ocurre con la facultad
medianímica. A este efecto, en lugar de entorpecer los fenómenos, lo que raramente se consigue, y cuándo se
consigue, no es sin peligro, es preciso excitar al médium a reproducirlos a su voluntad imponiéndose al
Espíritu. Por este medio llega a dominarle, y de un dominador en ocasiones tiránico, hace un ser subordinado
y no pocas veces dócil. Un hecho digno de notar, justificado por la experiencia, es que en parecidos casos, un
niño tiene tanta, y frecuentemente mas autoridad que un adulto: nueva prueba, en apoyo de este punto capital
de la doctrina, de que el Espíritu sólo es niño por el cuerpo, y que tiene adquirido un desenvolvimiento
necesariamente anterior a su encarnación actual: desenvolvimiento que le puede dar ascendiente sobre los
Espíritus que le son inferiores.
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(1). Uno de los hechos mas extraordinarios de esta naturaleza, por la variedad y la extrañeza de los fenómenos, es,
sin duda, aquel que tuvo lugar en 1802, en el palatinado (Baviera Rhenana), en Bergzabern, no lejos de Wiesenborg. Su
mayor notabilidad estriba en que reunió, o poco menos, en un mismo sujeto, todos los géneros de manifestación
espontánea ruidos que aturdían la casa, derrumbamiento de muebles, lanzamiento de objetos a distancia por manos
invisibles, visiones, y apariciones, sonambulismos, éxtasis, catalepsias, atracción eléctrica, lamentos y sonidos aéreos,
instrumentos que sonaban sin contacto, comunicaciones inteligentes, etc., y, lo que no es de mediocre importancia, la
repetición de estos hechos durante dos años aproximados, como pudieron constatarlo numerosos testimonios oculares
dignos de toda fe por su saber y por su posición social. La relación auténtica de lo ocurrido, fue publicada, en su tiempo,
por numerosos periódicos alemanes, y, especialmente, en un folleto hoy agotado y muy raro. La traducción completa de
este folleto puede verse en la Revue Spirite de 1858, con los comentarios y explicaciones necesarios. Que sepamos, esta
es la sola publicación francesa que se ha hecho de tal suceso. Aparte del interés sorprendente que tienen dichos
fenómenos, son eminentemente instructivos, desde el punto de vista del estudio práctico del Espiritismo.
Médiums facultativos
Médiums facultativos son aquellos que tienen conciencia de su poder y que producen los fenómenos
espiritistas por la acción de su voluntad. Esta facultad, bien que inherente a la especie humana, como hemos
dicho ya, está lejos de existir en todos en el mismo grado; pero, si hay pocas personas en las cuales sea
absolutamente nula, las que son aptas para producir grandes efectos, tales como la suspensión de cuerpos en
el espacio, la traslación aérea, y sobre todo, las apariciones, son más raras todavía. Los efectos más simples
son los de la rotación de un objeto, los golpes dados por ese mismo objeto, o las percusiones en la substancia
del susodicho. Sin dar a estos fenómenos una importancia capital, recomendamos que no se les desdeñe, en
razón a que pueden dar observaciones interesantes y ayudar a la convicción (2) . Pero es de notar aquí, que la
facultad de producir efectos materiales existe en aquellos que poseen medios más perfectos de comunicación,
tales como, por ejemplo, la escritura o la palabra. Generalmente la facultad disminuye en un sentido a medida
que se desarrolla en otro.
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(2). La explicación teórica de ello, s e hallará en la Revue Spirite, números de mayo y junio de 1858.
Médiums escribientes o psicógrafos.
De todos los medios de comunicación, ninguno tan simple como la escritura. Hacia ella deben tender
todos los esfuerzos, porque permite establecer con los Espíritus relaciones tan seguidas y tan regulares como
las que existen entre nosotros, y además, porque es también por la que los Espíritus revelan mejor su naturaleza y el grado de su perfección o de su inferioridad. Por la facilidad que tienen de expresarse, nos dan
a conocer los Espíritus, sin percatarse de ello, sus pensamientos íntimos, y nos ponen en condiciones de
juzgarlos y de apreciar su valor.
Por lo que hace referencia al médium, la facultad de escribir es la que resulta más susceptible de
desarrollo mediante el ejercicio. En el capítulo en que nos ocupamos de los medios de comunicación,
explicamos las diferentes maneras de obtener la escritura, y vimos que la cestita y la planchita no
desempeñan otro papel que el de apéndices de la mano: son un porta lápiz más largo y a eso queda reducido
todo: el mismo resultado daría colocar el lápiz a un extremo de un bastón. Estos aparatos tienen la ventaja de
dar una escritura más caracterizada que la obtenida con la mano, pero tienen el inconveniente de exigir casi
siempre la cooperación de otra persona, lo que puede resultar incómodo. Por esta causa recomendamos
adoptar con preferencia la escritura inmediata. El procedimiento es de lo más simple: consiste únicamente en
t mar un lápiz y un papel y ponerse en actitud de escribir, sin ninguna otra preparación; mas, para obtener
resultado, hay que hacer muchas recomendaciones.
Como, en definitiva, se ha de escribir bajo la influencia de un Espíritu, ese Espíritu no se presentará si no
se le evoca. Es, pues, necesario, evocarle con el pensamiento, y rogarle, en nombre de Dios, que tenga a bien
comunicarse. Para esto no hay ninguna fórmula sacramental; si alguien pretendiera dar una infalible, podría
tachársele, indudablemente, de falsario. El pensamiento es todo: la forma es lo de menos. Si necesaria es la
evocación a un Espíritu, no menos necesario es que el Espíritu evocado sea simpático. y esto por dos razones:
es la primera, porque vendrá tanto más voluntarioso cuanto más afección nos tenga; y es la segunda, que en
razón de este afecto, estará más dispuesto a secundar nuestros esfuerzos para obtener su comunicación. Será,
pues, preferente evocar a un pariente o a un amigo; pero puede darse el caso de que ese pariente, o ese amigo,
no este en condiciones de poder acudir a nuestro llamamiento, o que no tenga la necesaria potencia o aptitud
para hacernos escribir, de aquí la utilidad de agregar a su evocación la de su Espíritu familiar, sea el que
fuere, que no hay necesidad de saber su nombre, porque el Espíritu familiar está siempre con nosotros.
Entonces ocurre de dos cosas una: o es él quien responde, o va a buscar a otro, al que, en todos los casos, le
presta apoyo. Una cosa olvidada por casi todos los principiantes, es la de preguntar al Espíritu. Es evidente
que el Espíritu evocado no puede responder si no se le pregunta. Podría, indudablemente, decir algo
espontánea mente, como ocurre a cada instante con los médiums ya formados; pero, con aquel que principia,
el Espíritu tiene una primera dificultad que vencer. Conviene, pues, simplificar todo lo posible esa dificultad,
y eso se consigue formulando una pregunta que pueda contestarse de un modo lacónico y preciso. Se debe
tener cuidado, para principiar, en formular la pregunta de tal manera, que la respuesta sea simplemente sí o
no; más tarde esta precaución resulta inútil: no precisa que por si misma tenga una importancia real; por el
contrario, vale más que sea simple. No se trata de otra cosa que de establecer la relación; lo esencial es que
no sea fútil, que no haga referencia a cosas de interés privado, y, sobre todo, que sea la expresión de un
sentimiento de benevolencia o simpatía para con el Espíritu a quien se dirige.
Otra cosa no menos necesaria, es la calma y el recogimiento unidos al deseo ardiente y a una firme
voluntad de conseguir la comunicación que se apetece. Por voluntad no entendemos aquí un deseo efímero
que actúa de acometida y que a cada minuto es interrumpido por otras preocupaciones, sino una voluntad
paciente, perseverante, sostenida por la plegará que se dirige al Espíritu evocado. Al recogimiento le
favorecen la soledad, el silencio y la lejanía de todo lo que puede causar distracciones. Hecho esto, no falta
más que esperar sin desanimarse y renovar todos los días la tentativa durante diez o quince minutos, y esto
durante quince días, un mes, dos meses o tres si es preciso. Por ello hemos dicho que hacía falta una voluntad
paciente y perseverante; por ello también, los Espíritus consultados sobre la aptitud de tal o cual persona,
dicen casi siempre: “con voluntad, lo conseguiréis”. Es, pues, posible, que se logre la primera vez, como es
posible que se tenga que esperar mas o menos tiempo. Si al cabo de tres meses no se obtiene nada en
absoluto, será poco menos que inútil continuar.
Es de notar que cuando se interroga a los Espíritus sobre sí uno es o no médium, responden casi siempre
afirmativamente, lo que no impide que los ensayos resulten infructuosos en determinados casos. Esto se
explica perfectamente. Se le hace al Espíritu una pregunta genérica y responde de manera genérica; porque,
como se sabe, nada es más elástico que la facultad medianímica en sus múltiples modalidades y grados. Se
puede ser médium sin que uno se dé cuenta de ello y en diferente modalidad de la que se piensa. A esta
pregunta vaga: “¿Soy médium?”, el Espíritu puede responder “Sí”; y a esta otra, más precisa: “¿Soy médium
escribiente?”, puede responder que “no”. Además, es preciso tener en cuenta la naturaleza del Espíritu a
quien se interroga, porque los hay ligeros e ignorantes que responden a tuertas y a derechas como verdaderos
atolondrados.
Un medio que, frecuentemente, da excelentes resultados, sea para activar el desarrollo, sea para obtener
en el acto la escritura de una persona poco predispuesta a ello, consiste en emplear como auxiliar
momentáneo un buen médium escribiente u otro ya formado. Si éste coloca su mano o sus dedos sobre la
mano que debe escribir, es raro que no consiga el que escriba inmediatamente. Se comprende lo que ocurre
en esta circunstancia: la mano que sostiene el lápiz, se convierte, en cierto modo, en apéndice de la mano del médium, como lo seria una cestita o una planchita; pero esto no impide que sea muy útil tal ejercicio cuando
se le puede emplear más frecuente y regularmente, por lo que ayuda a vencer el obstáculo material que priva
el desarrollo de la facultad. Algunas veces basta magnetizar repetidamente el brazo y la mano del que trata de
escribir: otras es suficiente que el magnetizador le coloque la mano en el hombro: nosotros hemos visto
escribir prontamente bajo esta influencia. El mismo efecto puede producirse sin ningún contacto y por la sola
acción de la voluntad. En este caso, es preciso excitar los esfuerzos del Espíritu y alentarle de viva voz. Se
comprende sin esfuerzo que la confianza del magnetizador en su propia potencia, debe desempeñar aquí un
gran papel, y que un magnetizador incrédulo tenga poca o ninguna influencia.
La potencia que permite desarrollar en otros la facultad de escribir, constituye una variedad de médiums
que nosotros calificamos médiums formadores, y esto, que acaso parezca extraño, obedece a que hay entre
los tales, que no escriben por sí mismos. Su concurso es frecuentemente útil a los principiantes, aun respecto
a los que tienen aptitud natural, y ello, por una multitud de pequeñas precauciones que frecuentemente se
desdeñan en detrimento del progreso en el desarrollo, y que un guía experimentado nos hizo observar. Su
papel es el de un profesor, del que se prescinde en cuanto se tiene la necesaria habilidad (3).
La fe en el médium aprendiz, no es de rigor; sin duda secunda los esfuerzos, pero no es indispensable; el
deseo y la buena voluntad son suficientes. Personas totalmente incrédulas hay. que quedan estupefactas al ver
que escriben contra su voluntad; y, por el contrario, son muchas las creyentes que desean escribir, y no lo
consiguen. Esto prueba que la facultad está muy relacionada con la disposición orgánica.
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(3). Tendremos sumo placer en dar personalmente, sin interés y cuantas veces nos sea posible, los consejos de nuestra experiencia,
a cuantas personas deseen formarse como médiums escribientes, cuando previamente hayan adquirido el conocimiento teórico de la
ciencia espirita, y esto, a fin de no haberles de instruir en lo que consideramos elemental.
Como precaución material, recomendamos evitar todo lo que pueda cohibir el libre movimiento de la
mano, y es también preferible que no descanse del todo sobre el papel. La punta del lápiz debe apoyarse lo
suficiente para marcar los trazos, pero no tanto que implique resistencia. Todas estas precauciones se hacen
inútiles cuando se llega a escribir correctamente, puesto que entonces ningún obstáculo es bastante para
detener el impulso. Es lo mismo que ocurre con los ensayos de escritura escolar.
El primer indicio de disposición para la escritura, es una especie de estremecimiento en e1 brazo y en la
mano: poco a poco la mano se siente dominada por un impulso que no puede contener. Frecuentemente. no
se trazan al principio sino rasgos o líneas insignificantes luego se destacan de menos a más los caracteres, y
acaba por adquirir la escritura la velocidad y la conexión corrientes. En todos los casos es preciso abandonar
la mano a su movimiento natural, y no aportar al fenómeno ni resistencia ni impulsión.
La escritura es algunas veces perfectamente legible por estar las letras y las palabras perfectamente
trazadas y separadas; pero con ciertos médiums se hace trabajoso descifrar lo escrito, aunque ellos suelen
leerlo bien. Es cuestión de habito. Es muy general la escritura a grandes trazos: con pocas palabras se llenan a
veces páginas enteras: los Espíritus no suelen ser económicos en papel. Cuando una palabra o una frase es
dudosa o poco legible, se ruega al Espíritu que la escriba de nuevo, lo que generalmente hace de buena
voluntad. Cuando la escritura es habitualmente ilegible, aun para el mismo médium, éste logra casi siempre
obtenerla más correcta con su perseverancia y frecuentes ejercicios, y rogando al Espíritu con ardor que se
digne hacerse más inteligible. Si se propone uno conservar las contestaciones, es muy útil transcribirías
inmediatamente a continuación de las preguntas, cuando se conservan frescas en la memoria unas y otras;
más tarde, podrá resultar tarea difícil o imposible. Ciertos Espíritus, antes de principiar una contestación,
hacen ejecutar a la mano del médium diversas evoluciones y trazan una multitud de rasgos insignificantes.
Dicen que es para ponerle en condiciones de adaptación, par desatar la mano, o para ponerse en relación con
el médium. Otras veces esos rasgos son emblemas o alegorías de lo que dan luego la explicación.
Frecuentemente también adoptan signos convencionales para expresar ciertas ideas, que pasan de ser de uso
corriente en determinadas reuniones. Para significar de un trazo su disgusto sobre determinada pregunta, a la
que no quieren contestar, hacen, por ejemplo, una larga línea, o cosa equivalente.
Cuando ha terminado el Espíritu lo que quería decir, o cuando no quiere contestar determinada pregunta.
la mano queda inmóvil. y el médium, sea cualquiera su potencia y su voluntad, no puede obtener ni una
palabra más. Esto designa que el Espíritu se ha separado. Por el contrario en tanto el Espíritu no ha
terminado, el lápiz sigue su impulso, sin que le sea posible a la mano detenerle. ¿Quiere decir
espontáneamente alguna cosa? Pues la mano tomara convulsivamente el lápiz y se pondrá a escribir, sin que
le sea posible detenerse.
Tales son las explicaciones más esenciales que tenemos que dar respecto al desenvolvimiento de la
psicografía; la experiencia dará a conocer prácticamente ciertos detalles que sería inútil traer aquí, para los
cuales cada cual podrá guiarse según los principios generales. Háganse ensayos y se verá que casi no hay
familia en la que no haya un médium escribiente entre sus individuos, aun en los niños.
Quien haya recibido el don de escribir con facilidad bajo la influencia de los Espíritus, posee una
facultad preciosa, porque se convierte en intérprete entre el inundo visible y el invisible. Es, frecuentemente,
una misión que se le ha confiado para el bien, de la que no debe envanecerse, porque le puede ser retirada si de ella hace mal uso, y hasta volverse en contra suya, en el sentido de que no escribirá sino cosas indignas y
no tendrá a su disposición sino malos Espíritus. Aquel que, a pesar de sus esfuerzos y de su perseverancia, no
llega a poseer la facultad, no debe tampoco deducir nada desfavorable para él: es que su organización física
no se presta; pero no por ello queda desheredado de las comunicaciones, puesto que si no las recibe
directamente, puede recibirlas muy buenas y muy bellas por un intermediario. Además, puede obtener la
compensación con otras facultades no menos útiles. La privación de un sentido esta casi siempre
compensada con el desarrollo de otro.