PARAISO (del griego paradeizos, jardín, vergel): morada de los Bienaventurados. Los antiguos lo
colocaban en la parte de los Infiernos, llamada Campos Elíseos (Véase Infierno); los pueblos modernos lo
colocan en las regiones elevadas del espacio. Esta palabra es sinónima de cielo, tomada en la misma acepción
con esta diferencia: que la palabra cielo va unida a la idea de una beatitud infinita, mientras que la de paraíso,
despierta la de un lugar de goces algo materiales.
Se dice ‘subir al cielo”, “descender al infierno”, fundándose estas expresiones en la creencia primitiva,
fruto de la ignorancia, de que el Universo está formado de esferas concéntricas, de las que la tierra ocupa el
centro. En estas esferas denominadas cielos, es donde se ha colocado la morada de los justos. De aquí la
expresión “quinto cielo”, “sexto cielo”, para expresar los diversos grados de la beatitud. Pero desde que la
ciencia dirigió su mirada indagadora a las profundidades etéreas, esos cielos no tienen razón de ser. Hoy
sabemos que el espacio no tiene límites; que está sembrado de un numero infinito de globos, entre ellos el
nuestro, que no tienen asignado lugar alguno de preferencia, y que en la inmensidad no hay alto ni bajo. El
sabio, no viendo en todas partes sino el espacio infinito poblado de mundos innumerables, ni hallando
tampoco en las entrañas de la tierra el lugar del Infierno, pues sólo ha descubierto capas geológicas sobre las
cuales está escrita con caracteres irrefragables la historia de su formación, ha concluido por dudar del Cielo y
del Infierno; y de ahí a la duda absoluta, no hay más que un paso.
La doctrina ensenada por los Espíritus superiores, esta de acuerdo con la ciencia. No contiene nada que
repugne a la razón, y la confirman los conocimientos adquiridos. La mansión de los Buenos, nos dice, no está
en los cielos ni en las pretendidas esferas de que rodeó a nuestro globo la ignorancia; está en todas partes,
porque en todas hay buenos Espíritus: en el espacio, mansión de los errantes; en los mundos más perfectos,
mansión de los reencarnados. El Paraíso terrestre, los Campos Elíseos, cuya primitiva idea proviene del conocimiento intuitivo que le fue dado al hombre sobre este estado de cosas, que su ignorancia y sus
prejuicios han reducido a mezquinas proporciones, se extiende a lo infinito. Y en lo infinito hallan también
los malos el castigo de sus faltas en su propia imperfección, en sus sufrimientos morales, en la presencia
inevitable de sus víctimas: castigos más terribles que las torturas físicas, incompatibles con la doctrina de la
inmaterialidad del alma. Esta nos los muestra expiando sus errores por las tribulaciones de nuevas existencias
corporales que cumplen en mundos imperfectos; no en un lugar de eternos suplicios en el que nunca se divisa
la esperanza. ¡Allí está el Infierno; en eso consisten sus penas! ¡Cuántos hombres nos han dicho que, si
desde su infancia se les hubiera hablado así, no hubieran dudado ni un instante!
La experiencia nos enseña que los Espíritus no desmaterializados lo bastante, están bajo el imperio de las
ideas y prejuicios de la existencia corporal. Por lo tanto, aquellos que en sus comunicaciones no discrepan de
las ideas cuyo error es evidente, prueban, con ese sólo hecho, su ignorancia y su inferioridad moral.