MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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Lenguaje que debe usarse con los Espíritus.

El grado de superioridad o de inferioridad de los Espíritus, indica, naturalmente, el tono que debe adoptarse al hablar con ellos. Es evidente que cuanto más elevados son, mas derecho tienen a nuestros respetos. a nuestras atenciones y a nuestra sumisión. No debemos testimoniarles menos deferencias que las que hubiéramos tenido con ellos en vida, aunque por otros motivos. En la tierra hubiéramos apreciado su rango por su posición social, y en el mundo de los Espíritus nuestro respeto debe atenerse a su superioridad moral. Su misma elevación les pone muy por encima de las puerilidades de nuestras formas de adulación. No es con palabras con lo que se puede captar su benevolencia: es con la sinceridad de los sentimientos. Sería ridículo, por lo tanto, darles los títulos que nuestros usos consagran a la distinción de los rangos, y que, en vida, pudieron henchir su vanidad: si son realmente superiores, no solamente no les agrada, sino que les desplace, les molesta. Un buen pensamiento les es más grato que el epíteto más laudatorio. Si no fuera así, no se hallarían a más elevado nivel que la humanidad. El Espíritu de un venerable eclesiástico, que fue en la tierra un príncipe de la Iglesia, hombre de bien, que practicaba la doctrina de Jesús, respondió cierto día a uno que le evocó dándole el título de Monseñor: “Deberías decir, al menos, ex-Monseñor; porque aquí, no hay otro señor que Dios. Ten por entendido que estoy viendo a muchos que en la tierra hincaban la rodilla a mis pies, y yo me inclino ahora ante ellos”.


En cuanto a si se debe, o no, tutear a los Espíritus, es cosa que carece de importancia. El respeto está en el pensamiento y no en las palabras: todo depende de la intención: los usos no son los mismos en todas partes ni en todas has lenguas. Se puede tutear, o no, a los Espíritus, según su rango y la familiaridad que entre ellos y nosotros exista, como lo haríamos vis a vis con nuestros coetáneos.


Si los Espíritus no se pagan de palabras, aman, en cambio, que se agradezca su condescendencia, sea por venir, sea por corresponder a nuestras preguntas. Se les deben, por lo tanto, dar las gracias, como se les dan a los que nos honran con su amistad y nos protegen: es un medio de estimularles a continuar. Sería un grave error creer que la formula imperativa puede tener sobre ellos alguna influencia : es un medio infalible de alejar a los buenos Espíritus. Se les ruega, no se les ordena, porque no están a nuestras órdenes. Todo lo que tiene dejos de orgullo, les es repulsivo. Incluso los Espíritus familiares abandonan a sus protegidos que se muestran ingratos y desdeñosos con ellos.


No porque los Espíritus no pertenezcan al primer rango, dejan de merecer nuestros respetos, sobre todo si nos revelan una superioridad relativa. En cuanto a los Espíritus inferiores, su carácter nos traza el lenguaje que conviene usar con ellos. En el conjunto hay quienes, aunque inofensivos y hasta benévolos. son ligeros, ignorantes, aturdidos. Tratarles como a los Espíritus serios, según hacen ciertas personas, equivale a ponersede estar a tras órdenes; que el Espíritu evocado de hinojos ante un escolar o ante un jumento tocado con birrete de doctor. El tono de familiaridad es el que más conviene con ellos, y por su parte, no lo desdeñan: antes al contrario, lo aceptan de buen grado.


Entre los Espíritus inferiores, los hay desgraciados. Cualesquiera que puedan ser las faltas que expían, sus sufrimientos son títulos bastantes para merecer nuestra conmiseración, con tanto más motivo, cuanto no hay quien pueda vanagloriarse de quedar al margen de la parábola de Jesús: “El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”. La benevolencia que les testimoniamos es un consuelo para ellos. A falta de simpatía, deben hallar en nosotros la indulgencia que desearíamos, de hallarnos en su caso.


Los Espíritus que revelan su inferioridad por el cinismo de su lenguaje, sus embustes, la bajeza de sus sentimientos, la perfidia de sus consejos, etc.; son, también, acreedores a nuestro interés, aunque lo sean menos que aquellos que demuestran arrepentirse: les debemos, por lo menos, la piedad que concedemos a los más grandes criminales, y el medio de reducirles a silencio, es mostrarse superior a ellos. Por su parte, no se engríen sino con las gentes de quienes forman el concepto de que nada tienen que temer. Este es el caso en que conviene hablar con autoridad para alejarles, lo que se consigue siempre con firmeza de voluntad, requiriéndoles en nombre de Dios y con auxilio de los buenos Espíritus. Como el culpable ante el juez, así se inclinan ellos ante la superioridad moral.


En resumen: tanto como fuera irreverente tratar de igual a igual con los Espíritus superiores, así sería ridículo tener la misma deferencia para todos sin excepción. Veneremos a los que lo merezcan, seamos reconocidos para los que nos protegen e ilustran, y, para los demás, usemos de la benevolencia que acaso un día necesitemos. Penetrando en el mundo incorpóreo hemos aprendido a conocerles, y este conocimiento debe servirnos para regular nuestras relaciones con aquellos que lo habitan. Nuestros antepasados, en su ignorancia, les erigieron altares; para nosotros, no son sino criaturas más o menos perfectas, y no elevamos altares sino a Dios. (Véase Politeísmo en el Vocabulario.)