POSEIDO, POSESO. Según la idea que entraña este nombre, el poseído es aquel en quien un demonio
ha tomado posesión. “El demonio le posee”, significa: “El demonio se ha hecho dueño de su cuerpo.” (Véase
Demonio). Tomando la palabra demonio, no en el sentido vulgar, sino en el de Espíritu malo, Espíritu
impuro. Espíritu maléfico, Espíritu imperfecto..., se trataría de averiguar si un Espíritu de tal naturaleza
puede convivir en el cuerpo de un hombre, con aquel que está en él encarnado, o si puede substituirle. En este
último caso cabe preguntar qué se hace del alma expulsada. La doctrina espiritista dice que el Espíritu unido
al cuerpo no puede separarse definitivamente de él sino por la muerte; que otro Espíritu no puede suplantarle
ni estar unido al cuerpo simultáneamente con aquél; pero dice también que un Espíritu imperfecto puede
unirse a un Espíritu encarnado y dominarle, dominando en su pensamiento, si éste último no tiene la fuerza
necesaria para resistir, para repelerle, para rechazar tal o cual idea, para negarse a obrar en tal o cual sentido,
en cuyo caso queda, por decirlo así, esclavizado por su influencia. Por lo tanto, no hay posesión en el sentido
absoluto de la palabra, pero sí hay subyugación; no se trata de desalojar un mal Espíritu, pero sí se trata,
sirviéndonos de una comparación material, de echarle de nuestro lado, lo que no siempre se consigue en el
momento que se quiere. Por lo demás, hay gentes que se complacen en una dependencia que halaga sus
gustos y sus deseos.
La superstición vulgar atribuye a la posesión diabólica ciertas enfermedades que no tienen otra causa que
una alteración de los órganos. Esta creencia estaba muy extendida entre los judíos: para ellos, curar tales
enfermedades era echar fuera los demonios. Cualquiera que sea la causa de la enfermedad, si la curación se
efectúa, no pierde nada la potencia de aquel que la opera. Jesús y sus discípulos podían decir, sirviéndose del
lenguaje vulgar, que echaban fuera los demonios, porque hablando de otro modo, ni hubieran sido
comprendidos, ni, probablemente, creídos. Una cosa puede ser verdadera y falsa, según el sentido que se dé a
las palabras. Las más grandes verdades pueden parecer absurdas, cuando se atiende solamente a la forma de
exponerlas.